MALQUIÓN DE ANTIOQUÍA
Contra Pablo de Samosata

A Dionisio y a Máximo, y a todos mis compañeros en el ministerio en todo el mundo, tanto obispos como presbíteros y diáconos, y a toda la Iglesia Católica bajo el cielo. A Heleno, Himeneo, Teófilo, Teotecno, Máximo, Proclo, Nicomas, Eliano, Pablo, Bolano, Protógenes, Hierax, Eutiquio, Teodoro, Lucio, y a todos los demás que estuvieron conmigo en el Sínodo de Antioquía, habitando en las ciudades y naciones vecinas. A los obispos que viven lejos, y a sus presbíteros y diáconos, junto con las iglesias de Dios, os envío saludos en el Señor, y os exhorto a que me ayudéis a librarnos de la doctrina mortífera de Pablo de Samosata.

I

Me dirijo especialmente a los obispos Dionisio de Alejandría y Firmiliano de Capadocia, hombres de bendito nombre. De estos, Dionisio me escribió a Antioquía sin ni siquiera dignarse honrar al líder de este error ni dirigirse a él. Tampoco le escribió a él en su propio nombre, sino a todo el distrito, de cuya carta también he adjuntado una copia. Por su parte, Firmiliano vino aquí dos veces en persona, y condenó las innovaciones en la doctrina, como saben y atestiguaron los presentes. Cuando Pablo prometió renunciar a estas opiniones, Firmiliano le creyó, con la esperanza de que, sin ningún reproche a la Palabra, el asunto se resolvería correctamente, y pospuso su condena. En esta acción, sin embargo, fue engañado por aquel negador de su Dios y Señor, y traidor de la fe que antes profesaba. En cuanto tuvo noticia de la traición, Firmiliano cruzó Antioquía y llegó hasta Tarso, probando la iniquidad de aquel hombre. Para el Sínodo de Antioquía esperábamos su llegada, pero la muerte le sobrevino de forma inesperada.

II

No hay necesidad de juzgar las acciones de Pablo cuando estaba fuera de la Iglesia, cuando se rebeló contra la fe y se desvió hacia doctrinas espurias e ilegítimas. Tampoco es necesario mencionar que, siendo antes pobre y mendigo, sin haber heredado una sola posesión de sus padres, ni adquirido propiedad alguna por arte ni oficio, llegó a poseer una riqueza excesiva por sus actos de iniquidad y sacrilegio, despojando y afligiendo a los hermanos, presentando a los perjudicados en pleito y prometiéndoles ayuda por un precio, pero engañándolos constantemente y aprovechándose de la disposición de quienes se encontraban en dificultades a dar para obtener liberación de lo que les atribulaba. En todo ello, Pablo se dedicó a sacar ganancias de la piedad. No necesito decir nada sobre su orgullo y altivez con la que asume dignidades mundanas, ni su deseo de ser llamado procurador en lugar de obispo, ni su pavoneo por las plazas (leyendo cartas y recitándolas mientras camina en público), ni que sea escoltado por multitudes que van delante y detrás de él. Con todo esto está multiplicando Pablo los recelos y odio sobre la fe, por su comportamiento altivo y la arrogancia de su corazón. Tampoco diré nada sobre la charlatanería que practica en las asambleas eclesiásticas, buscando popularidad, haciendo un gran despliegue, asombrando con malas artes a los menos sofisticados. Tampoco citaré sus tonos elevados ante el tribunal (tan impropio de un discípulo de Cristo), ni el nombre que él mismo se da (a la usanza de los gobernantes de este mundo), ni cómo se golpea el muslo con la mano y golpea al tribunal con los pies, ni sus censuras e insultos a quienes no lo aplauden ni agitan sus pañuelos (como se hace en los teatros), ni gritan y saltan a la manera de sus partidarios (tanto hombres como mujeres), ni sus ataques indecorosos y violentos contra los expositores de la Palabra que ya han partido de esta vida, ni su magnificación de sí mismo (no como un obispo, sino como un sofista y malabarista), ni su forma de cantar los salmos en honor de nuestro Señor Jesucristo (como las composiciones recientes de los teatros), ni la preparación que hace a las mujeres para cantar en medio de la Iglesia en el gran día de la Pascua (cuyos coristas podrían estremecerse al escucharlos). Por todo ello, instó a los obispos y presbíteros, que lo adulaban en los distritos y ciudades vecinas, a promover opiniones similares a esta, en sus discursos a su pueblo.

III

Respecto a su doctrina, Pablo de Samosata no quiere reconocer que el Hijo de Dios descendió del cielo, como se prueba sobradamente en los memorandos que él mismo nos envió. En particular, hay un pasaje donde Pablo dice que "Jesucristo es de abajo". Quienes lo alaban y lo elogian entre el pueblo, declaran que Pablo ha descendido del cielo como un ángel, y este impío arrogante no reprime tales afirmaciones, sino que está presente incluso cuando se hacen. Aparte de sus seguidores están esas "hermanas adoptivas" (como las llamamos los antioquenos) que él y sus presbíteros custodian, cuyos pecados incurables (que él conoce) trata de ocultar con el fin de mantener a los hombres subordinados a él, e impedir que se atrevan a acusarlo de sus palabras y acciones impías. Además, Pablo ha enriquecido a sus seguidores, y por ello es amado y admirado por quienes se dedican a estas cosas. Amados hermanos, sabemos que el obispo y todo el clero deben ser un ejemplo de buenas obras para el pueblo. Y por eso os escribo todo esto. Muchos se han apartado al introducir a estas mujeres en sus casas, mientras que otros han caído bajo sospecha. Así que, aunque se admitiera que no se ha hecho nada deshonroso en este asunto, al menos debería haber evitado Pablo la sospecha de tal conducta, para que nadie se ofendiera o encontrara incentivos para imitarlo. De hecho, ¿no advertiríamos a cualquiera de nuestros presbíteros a que se cuide de una mayor familiaridad con una mujer? Sin duda que lo haríamos, para que no caiga en un escándalo mayúsculo. Pues bien, Pablo dice que ha despedido a una mujer, pero aún conserva a dos consigo, y éstas en la flor de la juventud y de bello semblante. De hecho, cuando marcha de un lugar a otro se las lleva consigo, y con ellas se entrega al lujo y a la glotonería.

IV

Por estas cosas que hace Pablo muchos gimen y se lamentan consigo mismos. Sin embargo, temen tanto su tiranía y poder que no se atreven a acusarlo. Como ya dije, a esto hay que añadir que se trata de un hombre que profesaba sentimientos católicos y pertenecía a los nuestros, hasta que traicionó fe y se jactó de la abominable herejía de Artemas (su auténtico padre y maestro). En definitiva, considero necesario exigirle cuentas por ello.

V

En el Sínodo de Antioquía nos vimos obligados a excomulgar a este hombre, por oponerse a Dios y negarse a someterse a la Iglesia. En su lugar nombramos a otro obispo de la Iglesia Católica. En concreto, al hijo de Demetriano, hombre de bendita memoria, quien ya presidió la misma Iglesia con distinción en tiempos pasados. Se llama Domnio, y es un hombre dotado de todas las nobles cualidades que corresponden a un obispo. Os comunico esto para que le escribáis y recibáis cartas de comunión de él. Supongo que Pablo escribirá a Artemas (si le place) y a todos los que piensan como Artemas, o a los que están en comunión con él (si así lo desea).