PEDRO DE ALEJANDRÍA
Sobre la Pascua
I
Puesto que la misericordia de Dios es grande en todas partes, bendigámosle, y también porque nos ha enviado el Espíritu de verdad para guiarnos a toda la verdad. Por esta razón, el mes de Abib fue designado por la ley como el principio de los meses, y nos fue dado a conocer como el primero entre los meses del año.
Tanto por los escritores antiguos que vivieron antes, como por los posteriores que vivieron después de la destrucción de Jerusalén, se mostró que el mes de Abib posee un período muy claro y evidentemente definido, especialmente porque en algunos lugares la siega es temprana, y a veces es tardía, de modo que a veces sucede antes del tiempo y a veces después. Es lo que sucedió al principio mismo de la promulgación de la ley, antes de la Pascua, y según está escrito: "El trigo y el centeno no fueron destrozados, porque no habían crecido" (Ex 9,32).
Por esa razón, la ley prescribe con razón que, a partir del equinoccio de primavera, en la semana que caiga el día catorce del primer mes, se celebre la Pascua, y que para ello se entonen cánticos de alabanza apropiados y conformes. Porque "este primer mes", dice la ley, "será para vosotros el principio de los meses" (Ex 12,2), cuando el sol en verano emita una luz mucho más fuerte y clara, y los días se alarguen y se hagan más largos, mientras que las noches se contraigan y se acorten.
Además, la ley dice que, cuando las nuevas semillas hayan brotado, se las purifique completamente y se las lleve a la era. Y no sólo esto, sino con todos los arbustos que florezcan y broten en flor. Inmediatamente, en efecto, se descubre que producen alternativamente frutos diversos, de modo que en ese mismo momento se encuentran los racimos de uvas, como dice el legislador Moisés: "Ahora bien, era el tiempo de la primavera, de las primeras uvas maduras" (Nm 12,24).
Por esa razón, también envió el legislador (Moisés) a los hombres a reconocer la tierra, y trajeron sobre porteadores un gran racimo de uvas, y granados, e higos. Porque entonces, como ellos decían, también nuestro Dios eterno, hacedor y Creador de todas las cosas, formó todas las cosas, y les dijo: "Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla, y árbol de fruto que dé fruto según su género, cuya semilla esté en él sobre la tierra". Tras lo cual, se añade que "así fue, y vio Dios que era bueno".
Además, deja muy claro Moisés que el primer mes entre los hebreos debía ser señalado por ley, y sabemos que así fue observado por los judíos hasta la destrucción de Jerusalén, porque así lo ha transmitido la tradición hebrea.
Después de la destrucción de la ciudad, la tradición judía fue objeto de burla por algún endurecimiento del corazón. Pero nosotros la hemos recibido con sinceridad, y la hemos observado según la Palabra. Así, cuando habla del día de nuestra santa festividad, ésta es la elección que hemos alcanzado, acordes a la Escritura y aunque los demás se hayan endurecido.
II
La Escritura dice así de los judíos de hoy en día: "Todo esto os harán por mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado" (Jn 15,21). Pero si no conocían al que envió (el Padre), ni al que fue enviado (el Cristo), no hay razón para dudar sino que también han ignorado la Pascua según lo prescrito por la ley, de modo que no sólo yerran en su elección del lugar, sino también en el cálculo del comienzo del mes, que es el primero entre los meses del año, en el día catorce después del equinoccio, con total exactitud.
Los antiguos judíos celebraron la Pascua, pues, según el mandato divino. Mientras que los judíos de la actualidad la celebran antes del equinoccio, y todo esto por negligencia y error, ignorando cómo la celebraban en su tiempo, o como confiesa Aquel que en estas cosas fue descrito.
III
Por tanto, no nos importa si los judíos de hoy en día celebran erróneamente la Pascua, a veces según el curso de la luna en el mes de Famenot, y a veces según el mes intercalado, cada tres años, en el mes de Farmuti.
Nosotros no tenemos otro objetivo que mantener el recuerdo de la pasión de Cristo, y eso en este mismo momento, como lo transmitieron desde el principio quienes fueron testigos oculares de ella, antes de que los egipcios creyeran.
Porque hay muchos que, no observando el curso de la luna como algo necesario, la celebran el día dieciséis de Famenot, y una vez cada tres años en el mes de Farmuti. Por eso el Señor los reprende por medio del profeta, cuando dice: "Siempre se equivocan en su corazón; y he jurado en mi ira que no entrarán en mi reposo".
IV
Por lo tanto, también en esto hay gente que parece mentir mucho, y no sólo contra los hombres, sino también contra Dios. En primer lugar, porque en este asunto los antiguos judíos nunca se equivocaron, por haber colaborado con los que fueron testigos oculares y ministros, y por haber estado allí desde el principio, antes de la venida de Cristo.
Por otra parte, Dios no dice que siempre se equivocaron en su corazón, ni en lo que respecta al precepto de la ley sobre la Pascua, sino a causa de todas sus demás desobediencias y a causa de sus malas e indecorosas acciones, cuando vio que se volvían a la idolatría y a la fornicación.
V
Así que, en este respecto, ya que hemos estado dormidos, es hora de despertarse, y mucho, con el látigo del Predicador, teniendo presente ese pasaje donde se habla de "resbalar en el pavimento y con la lengua" (Eclo 20,18). Porque las acusaciones lanzada contra nosotros están ahí, y porque se puede sospechar un gran peligro posterior, ya que oímos que "la piedra que un hombre arroja a lo alto cae sobre su cabeza".
Mucho más temerario es quien, en este respecto, se atreve a presentar una acusación contra Moisés, el gran siervo de Dios, o contra su sucesor Josué, el hijo de Nun, o contra los que en sucesión les siguieron correctamente y gobernaron: los jueces, y los reyes, y los profetas, a quienes el Espíritu Santo inspiró, y aquellos que entre los sumos sacerdotes eran irreprensibles, y aquellos que, al seguir las tradiciones, no cambiaron nada, sino que estuvieron de acuerdo en cuanto a la observancia de la Pascua en su tiempo, como también del resto de sus fiestas.
VI
Debemos seguir en esto un camino más seguro y auspicioso, y no apresurarnos y calumniarnos diciendo que desde el principio y siempre han estado equivocados los judíos acerca de la Pascua. Eso no se puede probar, por más acusaciones que queramos presentar contra aquellos que, en el tiempo presente, han cometido un grave error al apartarse del mandamiento de la ley sobre la Pascua, entre otras cosas. Los antiguos judíos parecen haberla celebrado después del equinoccio de primavera, lo cual puedes descubrir si lees los libros antiguos, especialmente los que fueron escritos por los sabios hebreos.
VII
Hasta el tiempo de la pasión del Señor, y en el tiempo de la última destrucción de Jerusalén, que ocurrió bajo el emperador romano Vespasiano, el pueblo de Israel, observando correctamente el día catorce del primer mes lunar, celebraba en él la Pascua de la ley, como he brevemente demostrado.
Por tanto, todos los santos profetas, y todos los que con rectitud y justicia anduvieron en la ley del Señor, junto con todo el pueblo, celebraron una Pascua tipo y sombra del Creador y Señor de toda criatura visible e invisible: la Pascua del Hijo unigénito, y del Verbo coeterno con el Padre y el Espíritu Santo, y de Aquel que, de la misma sustancia y naturaleza divina, se llama nuestro Señor y Dios, Jesucristo, que nació al fin del mundo según la carne de nuestra santa y gloriosa madre de Dios y siempre Virgen, llamada María la Madre de Dios.
Siendo visto sobre la tierra, y teniendo una conversación verdadera y real como hombre con hombres, que eran de la misma sustancia que él, según su naturaleza humana, Jesucristo también celebró, con el pueblo, en los años anteriores a su ministerio público y durante su ministerio público, la Pascua legal y sombría, comiendo el cordero típico. Porque, como dijo él mismo en el evangelio, "no he venido a abrogar la ley ni los profetas, sino a cumplirlos".
VIII
Después de su ministerio público, Jesús no sólo comió del cordero pascual, sino que también padeció como verdadero Cordero en la fiesta pascual, como nos enseña el teólogo y evangelista Juan en el evangelio, cuando dice: "Llevaron, pues, a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era de mañana, y ellos no entraron en el pretorio para no ser juzgados, sino para comer la pascua" (Jn 18,28). Cuando Pilato oyó estas palabras, sacó a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado el Enlosado, y en hebreo Gábata.
Era la preparación de la pascua, y era alrededor de la hora tercia, según la traducción correcta de los libros, y la copia misma que fue escrita por la mano del evangelista (la cual, por la gracia divina, se ha conservado en la santísima Iglesia de Éfeso, y es allí adorada por los fieles).
Pues bien, de nuevo el mismo evangelista dice: "Los judíos, pues, como era la preparación, para que los cuerpos no quedasen en la cruz el día de reposo (pues aquel día de reposo era de gran solemnidad), rogaron a Pilato que se les quebrasen las piernas y fuesen quitados de allí" (Jn 19,31).
El día, pues, en que los judíos iban a comer la Pascua, era ése. Y fue por la tarde cuando nuestro Señor y Salvador Jesucristo fue crucificado, haciéndose víctima de los que iban a participar por la fe del misterio acerca de él, conforme a lo escrito por el bienaventurado Pablo: "Porque nuestra Pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros" (1Cor 5,7).
Algunos, llevados por la ignorancia, afirman que después de haber comido la Pascua, Jesús fue entregado. Pero esto no es lo que enseñaron los santos evangelistas, ni lo que nos ha transmitido ninguno de los bienaventurados apóstoles.
Así que, en el día en que nuestro Señor y Dios Jesucristo padeció por nosotros, según la carne, no comió la pascua legal. Sino que él mismo, como verdadero Cordero, fue inmolado para nosotros en la fiesta de la Pascua típica, en el día de la preparación, el día catorce del primer mes lunar.
La Pascua típica judía, por tanto, cesó, estando presente desde entonces la verdadera Pascua: la de Cristo, nuestra Pascua, que fue sacrificado por nosotros y que, como se ha dicho antes, y como enseña el apóstol Pablo, es "aquel vaso escogido".