EUSEBIO DE EMESA
Sobre la Pasión de Cristo

I
Introducción

Hermanos, no podemos callarnos sobre los sufrimientos de Cristo, sino que debemos hablar de ellos, pues tanto el tiempo como el lugar nos obligan a hacerlo. En efecto, si él murió por nosotros, ¿no hablaremos de su pasión? Sí, y nos detendremos en ella y la proclamaremos en voz alta. Él está en la cruz por ti, pecador, así que no te atrevas a pensar ni a decir nada sobre los sufrimientos de tu Señor. Donde él sufrió, allí murió Satanás.

II
Traición de Judas

El traidor Judas ha venido a mirar a su alrededor, y cuando viene está alerta y listo, y no en lugares desconocidos sino en un sitio que conoce muy bien. Ese lugar está cerca de ti. ¿Qué significa "cerca de ti"? Significa ese mismo lugar que vosotros mismos habéis mostrado al traidor, para que traiga consigo una multitud ¡como si mucha gente pudiera anular el poder de Dios! El hijo del diablo ha venido con espadas, que son las artimañas que su padre Adán trae ahora contra su amigo, actuando contra él como enemigo. En efecto, Adán engañó y venció a Judas, como a un hombre engañado. Judas ocultó su astucia bajo un beso, aunque protestó cuando Jesús dudó de su amistad. ¿Vino a traicionar con un beso? No, no vino a besar, sino a traicionar. No me resisto y haz lo que quieras, le dijo el Señor, que continuó diciéndole: Sólo tú eres la causa de tu propia destrucción. Eso fue lo que dijo al traidor mismo, mas a los que vinieron con él a echarle mano les dijo: "¿Qué buscáis?". Respondieron: "A Jesús de Nazaret". Y el Señor respondió: "Yo soy", a forma de decir: No os resisto, no huyo de vosotros, pues para esto mismo he venido y para esto nací. Mientras hablaba Jesús, ellos y el traidor cayeron de espaldas al suelo, para confirmar que Cristo había venido por voluntad propia. En efecto, si no soportaban que les hablara, ¿cómo habrían podido atarle contra su voluntad? "Si me buscáis a mí", dijo el Señor, que añadió: "Dejad que estos se vayan".

III
Debilidad de Pedro

Pedro, el más ferviente de todos los discípulos, también se adelanta en esta ocasión. A veces se adelantaba a los demás, y otras veces hasta hacía lo que él mismo creía. Pedro, que supo salir de la barca con valentía, y caminar sobre las aguas hacia su Señor, y que creía con fervor, ahora de repente retrocede. Por supuesto, todavía no se había convertido en Roca, ni había recibido el Espíritu. Una vez recibido el Espíritu, ya no se acobardará ante una doncella, ni se estremecerá ante el viento; sino que permanecerá inconmovible y fiel en el lugar donde fue puesto. Pedro desenvainó su espada, la cual el Señor le ordenó llevar consigo para cumplir cada dispensación particular relacionada con su humanidad (según Lucas, para que se cumpliera esta palabra: "Fue contado entre los trasgresores", una frase que los demás evangelistas aplican a Cristo en la cruz). Pedro cortó la oreja del siervo, y con razón, pues la oreja que no oye no debe permanecer en su lugar. El Señor mostró bondad hacia quienes le pusieron las manos encima; y por eso sanó la oreja del siervo con un milagro, al tiempo que no impidió que lo apresaran. Después de atarlo, lo llevaron cautivo para que no se desvirtuara la profecía de Isaías, que decía que "fue llevado como cordero al matadero". Los judíos se alegraron de que lo hubieran apresado, y el traidor se regocijó como si hubiera hecho una buena obra. Pedro siguió a Jesús para ver el final de los acontecimientos, lleno de dudas y precavido ante la negación que su Señor le había predicho. Le había dicho que lo negaría, y él había rechazado esa predicción, afirmando que jamás lo haría. Su disposición era buena y apropiada, pero su ignorancia no sabía hasta qué punto estaba a punto de mostrarse débil y mezquina. Lo siguió ansioso y dubitativo, lleno de inquietudes, con el corazón latiendo con fuerza. Se encontró con la criada, quien le dijo: "¿No eres tú también galileo?". Pedro lo negó, y declaró que no lo era. Sin embargo, esa negación tenía sentido en quien iba a ser testigo de la resurrección de su Señor, pues si el que murió estaba muerto y no vivo, ¿por qué Pedro habría de considerar apropiado ser crucificado cabeza abajo por uno que estaba muerto? Entonces Pedro se apartó de ese lugar, pero no de su negación. A punto de hablar, se sintió tan perturbado que quiso cambiar de lenguaje. "Eres galileo", le dijo la criada, y Pedro contestó: "No lo soy", con un labio que lo delataba. Sin embargo, ved cómo aquel que estaba tan perturbado en sus palabras, ante una criada ignorante, supo después persuadir incluso a los oradores romanos. Pero sigamos hablando de la cruz.

IV
Traición de los judíos

Los sumos sacerdotes, siervos de nacimiento, se reunieron en consejo, mientras el Juez de todos se presentaba ante ellos como siervo. Los intérpretes de la ley, que no habían aprendido la ley, le preguntaron: "¿Eres tú el Hijo de Dios?", repitiendo así la pregunta que le había hecho meses antes el diablo, de quien el Señor había dicho antes que era el padre de todos ellos. Te conjuro, le dijo el sumo sacerdote, a esto "Que me digas si eres tú el Hijo del Dios viviente". No es que le importara saberlo, sino que deseaba destituirlo. ¿Qué crimen podían los judíos presentar contra Jesús? ¿Qué ciego había que no hubiera recobrado la vista, o cojo que no hubiera andado? Quizás también hubiese algunos de esos que un día habían sido sanados por Jesús, entre quienes ahora lo injuriaban. Y también muchos a quienes él había soltado la lengua, y que ahora clamaban contra él para complacer a los judíos. Ya el Señor lo había predicho: "¿Qué se le podía hacer a mi viña que yo no le haya hecho? Esperaba que diera uvas, y ha dado uvas silvestres".

V
Cobardía de Pilato

Entonces llevaron a Cristo ante Pilato "como una oveja ante su esquilador", como dice Isaías. El juez romano tembló, pero no así los acusadores, que seguían diciendo: "Se hace rey de los judíos". ¿Para qué? Para que su sentencia fuera irrevocable. La esposa del juez, que había sufrido en sueños por su culpa, envió un mensaje a su esposo, asegurándole que no se metiera con ese Justo. Por ello, Pilato no quiso no matarlo, sino liberarlo, y mandó azotarlo para apaciguar la furia (cumpliéndose así la palabra del profeta que dijo que "por sus llagas fuimos sanados"). No obstante, los judíos clamaron a una sola voz: "¡Fuera, fuera, crucifícalo!", y así se cumplió lo que había dicho el Señor: "Alzaron su voz contra mí". Pilato se cansó de negar a los judíos su petición, y fue vencido por aquellos desvergonzados malhechores. Se lavó las manos porque se las había manchado, aunque fueron los judíos quienes clamaron que su sangre cayera sobre ellos y sobre sus hijos. Es decir, la sangre de su muerte y resurrección, pues si no se hubiera hecho lo que ellos exigían, entonces Jesús no hubiera sido condenado a muerte, ni habría muerto, ni tampoco habría resucitado. Mientras los judíos prevalecían en sus impías súplicas, y arremetían con furia salvaje, y el romano se negaba a ceder ante su maldad, se iban cumpliendo exactamente las palabras del profeta, quien predijo que el Ungido del Señor sufriría a manos de los judíos. Pilato quiso detener sus malas acciones, pero no pudo.

VI
Burlas de las mujeres

Jesús salió de la ciudad cargando el madero de su propia cruz, emulando a aquel Isaac que llegó cargado con la leña para su sacrificio sacrificio. ¿Acaso alguien diría que esto fue sin propósito? Las hijas de Jerusalén lloraron en esa ocasión, sin saber por quién lloraban ni llorarían. "Llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos", les dijo el Señor, a forma de decir: Y no por mí, porque ahora cumplo lo que elegí por mi propia voluntad. De hecho, hasta ahora seguirían llorando aquellas mujeres ante los judíos, si Cristo no hubiera resucitado de entre los muertos. Jesús salió y caminó, por tanto, entre malhechores; para que se cumpliera la profecía que decía: "Fue contado entre los trasgresores". Aquel que sólo hizo el bien, nuestro Salvador y Señor, salió del mundo entre ladrones y pecadores.

VII
Crucifixión de Jesús

El día de su crucifixión fue el día de la trasgresión de Adán. Dios creó a Adán el sexto día, y ese día trasgredió. Ese mismo día, Jesús se hizo obediente y soportó sus sufrimientos a la hora sexta, cuando Adán probó del fruto, para que venciéramos en Cristo a la misma hora en que fuimos abrumados en Adán. El árbol de la vida en el huerto es el árbol de la cruz. Había una mujer por quien el pecado entró en el mundo, y aquí hay una virgen que lo oyó decir: "Ahí tienes a tu madre". Ese día, Adán extendió su mano para hacer el mal, y Jesús extendió sus santos brazos para hacer el bien. Adán se acercó al árbol, y Jesús puso sus manos y sus pies sobre el árbol, al que estaban clavados. Adán probó del fruto por lujuria, y Jesús probó el vinagre mezclado con hiel amarga. Adán escuchó esta sentencia: "La tierra te producirá espinas y cardos", y nuestro Jesús, por voluntad propia, fue coronado con las espinas de Adán. Adán trajo sobre sí mismo una maldición, y Jesús, que es bendecido por los condenados, fue colgado en el madero como uno maldito. Así como los cielos mostraron el lugar de la natividad mediante una estrella brillante en Oriente (para mostrar la alegría y paz a los amigos), así también dieron a conocer su duelo reteniendo la luz del sol (para ocultar la furia y la audacia de sus enemigos). La luz se ocultó durante tres horas, mientras el Sol de Justicia permaneció en la cruz y sufriendo. Pasado ese momento, el sol reapareció, para que no se pensase que había llegado la noche. El sol no rehuyó oscurecerse, y se ocultó durante tres horas para representar la estancia del Hijo del hombre durante tres días y tres noches en el corazón de la tierra, y su nueva aparición. Cuando los cielos retuvieron su luz y la devolvieron, proclamaron un milagro; y la tierra se estremeció ante la lucha que no pudo soportar. En efecto, era apropiado y propio de toda la creación dar testimonio de Aquel que sufría en la cruz. El seno y los barrotes de la tierra se rasgaron para recibir a Aquel que era libre entre los muertos.

VIII
Confesión del buen ladrón

En el Gólgota había uno a la derecha y otro a la izquierda de Jesús, y así se completaron y realizaron los símbolos dados por Moisés. En efecto, al subir a la montaña, cuando el pueblo de Dios luchaba contra Amalec, y Josué extendía su vara en la mano, Moisés mostró de antemano la figura de la cruz, con sus brazos y su vara. Allí estaban Hur y Aarón, uno a la derecha de Moisés y el otro a la izquierda, y aquí hubo dos ladrones, uno a la derecha y el otro a la izquierda de Jesús. ¿Y por qué ladrones? Para que sepas, oh pecador, que los sufrimientos de Cristo fueron por alguien como tú. Uno fue injuriado, y el otro bendecido. ¿Qué viste, oh ladrón, en aquella hora? No viste una señal ni un milagro, pues él estaba clavado en la cruz igual que tú. ¿Viste que él bebió la hiel que tú no bebiste? ¿Viste que él estaba coronado de espinas, las que tú no llevabas? ¿Viste cómo le injuriaba el otro malhechor, sin querer aprender de su prójimo? ¿Qué viste? Vistes un hombre colgado en la cruz, recibiendo el escarnio de sus enemigos, y quizás por eso dijistes: "Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino". ¿Cómo? ¿Llamas Señor a quien está colgado en la cruz, sentenciado a ella por sus jueces? ¿Quisiste llamar juez a quien era así condenado? Sin duda, lo que debiste ver y reconocer es que él estaba siendo crucificado por los pecadores, haciendo todo lo posible por dar vida a los perdidos, como Cordero inmolado y ofrecido en sacrificio por muchos. ¿Qué dijistes a eso, oh creyente, y no ya ladrón? Esto mismo: "Acuérdate de mí en tu reino". Tú pedías algo lejano, pero Cristo te lo concedió de inmediato, cuando te dijo: "Hoy estarás conmigo en el paraíso", a forma de decir: No has tardado en creer; y por eso no te negaré mi gracia. Realmente, ascendió al paraíso quien estaba a punto de descender al infierno, al que estaba condenado. ¿Y por qué este día? Porque mientras Adán era expulsado del paraíso en ese día, a esa hora el ladrón lo abrió y entró. Desde la hora en que Adán comió del fruto del jardín hasta que lo dejó, Jesús permaneció en la cruz, hasta que cumplió la extensión de las manos de Moisés hacia el cielo. "Me traspasaron las manos y los pies", predijo de todo esto David. La hiel en la copa se ofreció por la lujuria de Adán, y se ofreció a Aquel que estaba coronado de espinas. Para avergonzar al Adversario, Cristo llevó la conquista de su enemigo hasta la cruz, y soportó con paciencia su infame trato.

IX
Muerte de Jesús

Apoyémonos, pues, en Jesús, quien sufre la agonía por nosotros. Al pie de su cruz, los ladrones fueron crucificados con él, como algo necesario para el cumplimiento de la dispensación, y para que aprendiéramos cómo mueren los hombres y cómo Dios se separó de él por su voluntad, y no sin ella. A quienes estaban sujetos a la ley natural se les quebraron las piernas, para que sufrieran la muerte según esa naturaleza. A quien tuvo el poder de entregar su vida y el poder de volver a tomarla (de la misma manera que tomó por su propia voluntad, y no contra ella, un cuerpo de la Virgen), por su propia voluntad permitió en la cruz una separación entre su Espíritu y su cuerpo. "Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu", dijo Jesús, a forma de decir: Y no en las manos de los hombres. Esto es una gran maravilla, pues Cristo murió voluntariamente y no a regañadientes, incluso a la hora de entregar su Espíritu. Cristo es, en todos los aspectos, el Unigénito. Sólo él fue engendrado por el Padre, y sólo él nació de la Virgen según la carne. De igual manera, sólo él decidió entregarse a la muerte, y morir por voluntad propia. Quienes oigan esto apenas lo podrán creer, diciendo: ¿Puede un hombre morir cuando quiera, por voluntad propia? Uno de los soldados, que tampoco podía creer que ya estuviera muerto, le hizo un corte en el costado con una lanza, para comprobar su muerte. Algunos, asombrados, decían: "Realmente, este hombre era el Hijo de Dios". ¿Por qué no le atravesó el soldado con la lanza el corazón, u otras partes cercanas, sino sólo el costado? Porque Eva fue tomada del costado de Adán, y Cristo quiso curar la mordedura de la serpiente a Eva, sanando justo la parte donde se encontraba el veneno del pecado. Por eso era apropiado y justo que un costado fuera herido por otro, para que se cumpliera el dicho: "Todo lo que me concierne tiene un fin".

X
Conclusión

Cuando lleguen los días de los panes sin levadura, también llegará la Pascua, y cuando llegue el cordero también llegará Aquel que es sin mancha y sin contaminación. Si el cómputo de los días no cuadra con exactitud, no se preocupen, pues la Iglesia no se equivoca al calcularlos, sino los judíos, que no paran de alterar sus calendarios. Ese día supuso la muerte de la muerte y la destrucción del pecado. Este día conmemora el sacrificio ofrecido para la propiciación de nuestros pecados, y la vergüenza de nuestros enemigos. Ese día fue el comienzo de nuestra vida, y la señal de la victoria sobre el gran adversario. De esa muerte nadie duda, pues todos la admiten y confiesan. Los gentiles la ridiculizan, y los judíos dicen: "Lo condenamos a muerte". Ellos cargarán con el castigo que se han atraído, mientras que la Iglesia se regocija en Jesucristo nuestro Señor.