JUAN CRISÓSTOMO
Sobre Pedro

I

Pocos son los que hoy han concurrido. ¿Cuál es el motivo? Celebramos la memoria de los mártires, y ¿nadie nos acompaña? ¿Acaso el largo camino los hizo perezosos? No, no fue el impedimento del camino, sino ¡la desidia! Porque así como a un varón diligente y alerta nada lo detiene, así al remiso y perezoso todo le es impedimento Los mártires dieron su propia sangre por la verdad, y tú ¿ni siquiera acometes un poco de camino? Ellos ofrecieron su cabeza por Cristo, y tú, por Cristo, ¿ni siquiera sales de la ciudad? El Señor murió por ti, y tú ¿te muestras perezoso para con el Señor? Se presenta la memoria de los mártires, y tú ¿permaneces en la desidia? Conviene que estés presente, para que veas vencido al demonio, y vencedor al mártir, y a Dios gloriosamente celebrado, y a la Iglesia coronada.

II

Lo más curioso es que los que no vienen se excusan diciendo: Pecador soy, y por lo mismo no puedo acercarme. Pues bien, precisamente porque eres pecador, acércate, a fin de que no decaigas de la justicia. Y si no, dime: ¿Cuál de los hombres está sin pecado? Y si no, para eso existen el sacrificio y la Iglesia, y las oraciones y el ayuno. Como las llagas del alma son muchas, así los remedios son muchos, para aplicar a cada herida lo que a cada herida conviene. Tienes a la Iglesia, que ofrece sacrificios. Tienes las oraciones de los sacerdotes, la administración del Espíritu Santo, el recuerdo de los mártires, las reuniones de los fieles y otras muchas cosas de este género, que pueden desde el pecado volverte a la justicia. Así pues, si no te acercas a las oraciones de los mártires, ¿tienes algún perdón?

III

No se te pide nada difícil, y con todo ¿te has abstenido de concurrir a la reunión de los mártires? ¿Es que te detuvo algún cuidado propio del siglo? En ese caso, ¡mayor es la acusación! ¿No has querido poner a rédito ante Dios ni siquiera una hora, con lo que lucrarías el día entero? ¿Pecador soy, repites, y por eso no puedo? Pues bien, precisamente porque eres pecador, ¡ven aquí! ¿Ignoras acaso que también los que están sentados junto al altar son pecadores? De carne están vestidos, de sangre están hechos, con huesos están fabricados. Nosotros mismos, los que nos sentamos en el trono y somos doctores, estamos enredados en pecados. No obstante, ninguno de nosotros desesperamos de la divina benignidad, ni achacamos a Dios la dureza o inclemencia. Todos somos hombres, y estamos compuestos de los mismos elementos. Sin embargo, no nos negamos a venir, y recibir el piélago de la benignidad divina.

IV

Si vosotros sois pecadores, la acusación no es tan grave, puesto que aún estáis bajo la enseñanza. Nosotros, en cambio, cuanto más sobresalimos por la dignidad, tanto más expuestos estamos a la acusación, pues no es lo mismo que peque el discípulo a que peque el doctor. Con todo, no lo rehusamos la responsabilidad, ni nos dejamos caer en la pereza, ni ponemos como excusa las apariencias de humildad. Es providencia de Dios que los sacerdotes mismos caigan en pecado, así que ¿cómo no van a pecar los fieles? Si no te convenzo, escucha esto. Si los maestros y sacerdotes no cayeran en pecado, y no estuvieran sujetos a las pasiones de la vida, se volverían inhumanos y no concederían el perdón a los que pecan. Por eso quiso Dios que los sacerdotes y los príncipes estuvieran sujetos a las pasiones, para que por sus propias enfermedades se inclinaran a conceder el perdón a otros.

V

De esta manera templó Dios las cosas, y no solamente en estos tiempos sino también en los tiempos pasados, en los que permitió que cayeran en pecado aquellos a quienes iba a entregar la Iglesia y el pueblo, a fin de que por sus propias caídas fueran humanos con los demás. Si no hubieran pecado ellos, tampoco habrían concedido el perdón a los que pecaban, sino que inhumanamente los abrían echado a todos de la Iglesia. Si esto es así, y no hablo por meras conjeturas, ¡ea, vayamos adelante en nuestro discurso y lo veremos, considerando los hechos!

VI

Las llaves de la Iglesia habían de entregarse a Pedro. Más aún, se le entregaban las llaves del reino de los cielos, y se le entregaría después toda la multitud del pueblo. Bien, pero ¿qué es lo que dice el Señor? Esto mismo: "Cuanto ligares sobre la tierra quedará ligado en el cielo, y cuanto desatares sobre la tierra quedará desatado en el cielo". Como sabemos, Pedro era un tanto duro. Si esto es así, y además hubiera sido impecable ¿qué perdón iban a tener aquellos a quienes él debía enseñar? Por eso dispuso la gracia divina que cayera en cierto pecado, a fin de que (por lo que él había experimentado) se volviera más humano con los otros.

VII

Considera en qué clase de pecado permitió la gracia que cayera el jefe de los apóstoles, el fundamento inconmovible, la piedra que no puede quebrarse, el príncipe de la Iglesia, el puerto inexpugnable, la torre firmísima y aquel que dijo a Cristo: "Aunque sea necesario que yo muera contigo, no te negaré". Es el Pedro que, por revelación divina, confesó la verdad y dijo: "Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo".

VIII

Nos dice la Escritura que Pedro, cuando entró en el palacio judicial, aquella noche en que Cristo fue entregado, y se sentó junto al fuego para calentarse, recibió la visita de una criada que le dijo: "También tú estabas ayer con este hombre". Pedro le respondió: "No conozco a ese hombre".

IX

Hace poco, oh Pedro, exclamabas: "Aunque fuera necesario morir contigo, no te negaré", y ahora en cambio dices: "¡No conozco a ese hombre!". Oh Pedro, ¿es esto lo que habías prometido? Aún no experimentas los tormentos ni los azotes, ni las llagas, ni el furor de los verdugos, ni el de los príncipes, ni las espadas agudas, ni los decretos lanzados por los reyes, ni a los reyes mismos, ni la muerte, ni la cárcel, ni los precipicios, ni el mar, ni cosa alguna de éstas, y ¿ya lo estás negando? Sí, tú dijiste "no conozco a ese hombre", y la criada te dijo de nuevo: "También tú estabas ayer con este hombre". Pedro, ¿qué dices ahora? Por lo visto, lo mismo, pues de nuevo respondes: "¡No conozco al hombre que dices!".

X

¿Quién es el que habla contigo, para que así niegues a Cristo? ¿Algún pariente? ¿Algún viejo amigo, del que te avergüences? Ninguno de ellos, sino ¡una criada, portera y abyecta, esclava y despreciable! ¿Habla ella y tú niegas? ¡Oh cosa más nueva, en que se acerca a Pedro aquella muchacha, aquella meretriz, y lo conturba en su fe! Sí, aquella columna y torreón, Pedro, no soportó la sugerencia de una simple muchacha, y la columna se sacudió y el torreón se bamboleó. ¿A quién viste, oh Pedro, que así niegas? ¿A una vil chiquilla, a una despreciable portera? ¿A esa viste y negaste? Sí, y por tercera vez, pues ella te volvió a decir: "Tú también estabas ayer con este hombre". En aquel momento, o bien vio pasar por allí Pedro a Jesús, o éste le trajo a la memoria lo que ya le había dicho. Y Pedro, habiéndolo entendido, comenzó a llorar y a hacer penitencia por su pecado.

XI

El benignísimo Señor permitió que cayera Pedro, porque sabía que, como a hombre que era, le acontecía algo propio del hombre. Como ya dije, permitió la divina providencia que Pedro pecara, porque se le había de entregar y poner a su cuidado un gran pueblo. ¿Y eso? Sobre todo, para que con esa lección no se mostrara severo con su pueblo, que es lo que podría pasar en el caso de no haber antes experimentado el pecado, y por ello no quisiera conceder el perdón a sus hermanos. Pedro cayó en pecado a fin de que, reflexionando sobre su pecado, y el perdón que Dios le había concedido, él a su vez también lo concediera a los demás, en una forma conveniente con lo dispuesto por Dios. Se permitió que cayera en pecado aquel que había de tener encomendada toda la Iglesia, la columna de las iglesias, el puerto de la fe. Se permitió que Pedro, el doctor del orbe, pecara, a fin de que esta permisión fuera un argumento de benignidad para con los demás.

XII

¿Por qué refiero estas cosas? Porque nosotros, sacerdotes, que nos sentamos en la cátedra y enseñamos, también estamos ligados al pecado. Por esto el sacerdocio no se encomendó a los ángeles (ciertamente, impecables) sino a los hombres, para que no se dejaran llevar de la severidad, ni hirieran al punto y como el rayo a quienes pecaran en el pueblo. Esta sublime cátedra y trono se encomendó y otorgó a hombres atados por el pecado y la concupiscencia, para que si acaso se encontraba con algún pecador, por la experiencia de los propios pecados se mostrara benigno. Si el sacerdote fuera un ángel, y se encontrara con un fornicario, sin estar él mismo sujeto a semejante enfermedad, al punto daríale sentencia de muerte. Si un ángel hubiera recibido la potestad sacerdotal, no habría enseñado sino matado, posiblemente movido de ira o por no ser él así. Por esto, pues, se le confió la potestad sacerdotal al hombre, como buen conocedor de los pecados y experimentado en ellos. Se le confió para que perdonara a los pecadores, y no se dejara llevar de la ira ni convirtiera la Iglesia en una sinagoga.

XIII

¿Has visto cómo permitió Dios que cayera en pecado aquella fortaleza, y columna, y torre de la Iglesia? Sí, Cristo anunció a Pedro que esto había de suceder, a fin de que no sucediera a otros y él no los arrojara a todos fuera de la Iglesia. Sucedió para que, cuando viera a alguno caer en pecado, se sintiera movido a la misericordia y reconciliación, acordándose de sus propios pecados y ejercitando con él la benignidad que habían alcanzado del Señor. Todo esto lo he dicho para abriros el camino de la salud, y no para acusar a los justos. Si caéis en pecado, no desesperéis de vuestra salvación, sino acordaos de aquellos varones que cayeron. Mediante la penitencia, ellos permanecieron en pie y sin menoscabo alguno, en el mismo grado y honor. Tú, pues, si eres pecador, no te ausentes de la Iglesia. Si eres justo, tampoco te apartes, con el objeto de que, teniendo delante la narración de las Escrituras, sigas siendo justo, y recuerdes el reino de los cielos, y los bienes que Dios ha preparado para los que le aman.

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Traducido por
Manuel Arnaldos, ed. EJC, Molina de Segura 2025

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