JUAN CRISÓSTOMO
Pelagia de Antioquía

HOMILÍA 1

I

Bendito sea Dios por el don de los mártires, en que también las mujeres juegan con la muerte, y las jóvenes hacen burla de ella, y las doncellitas tiernas e inexpertas saltan del matrimonio hacia los peligros del infierno sin detrimento alguno. Todos estos bienes se nos han derivado de Cristo, el Hijo de la Virgen, tras aquel bienaventurado parto y aquel admirabilísimo nacimiento, se quebrantaron los nervios de la muerte y destrozaron la fuerza del demonio. Así como un excelente pastor atrapa al león que aterroriza los rebaños y devasta el redil, y le corta los dientes, y le hace pedazos las uñas, y le trasquila la melena, y lo vuelve despreciable y risible, y lo entrega a los niños para que se burlen de él, y lo enseña a las niñas para que jueguen con él, así Cristo atrapó a la muerte, que era terrible para nuestra naturaleza, y que aterrorizaba a todo nuestro linaje, y acabó con su terror, hasta el punto de que hoy juegan con ella las mismas vírgenes y jovencitas de la Iglesia.

II

La bienaventurada Pelagia corrió hacia la muerte con tanto placer que no esperó las manos de los verdugos, ni a entrar en los tribunales; sino que se adelantó a su crueldad movida por su fervor. Ella se encontraba preparada para los tormentos, pruebas y castigos, y lo único que temía era perder su virginidad. Por este temor hacia la impureza de los verdugos, Pelagia se adelantó a cualquier vergonzoso insulto y mostró toda su firmeza ante los varones, decidiendo no asistir al tribunal, ni ser llevada a él por impíos verdugos, ni ser el objeto carnal del lascivo populacho.

III

Si hubiera podido Pelagia conservar fácilmente su virginidad, al mismo tiempo que obtenía la palma del martirio, no habría rehusado presentarse a los tribunales. No obstante, para obtener ambas cosas, y alcanzar ambas victorias, y no perder ninguna de ellas, no quiso ir al tribunal, ni ser espectáculo de los ojos lascivos, ni dar a las miradas incontinentes el placer de la contemplación, ni permitir que nadie se deleitara con su vista, ni insultaran su santo cuerpo. En efecto, Pelagia decidió encaminarse, desde su tálamo y recámara, a ese otro tálamo del cielo.

IV

¡Qué espectáculo tan maravilloso hubiera sido ver a los verdugos rodear el cuerpo de Pelagia, y cómo le destrozaban los costados, y que esto fuese para ella como si nada! Los mártires, en efecto, han sufrido esta diversidad de tormentos, hasta perder el sentido corporal. No obstante, una vez insertos en los tormentos ya no temen la muerte, sino que les parece un buen negocio y una partida de los presentes dolores. En nuestro caso, la jovencita Pelagia no había padecido nunca nada semejante, y tenía aún su cuerpo puro, y no había experimentado nunca dolor alguno. Por eso necesitó de un ánimo más levantado y generoso para sustraerse de la presente vida, mediante una muerte violenta. Sí, hermanos, cuando admiréis la firmeza de aquéllos, admirad también la fortaleza de ésta. Cuando quedéis en suspenso por la resistencia de aquéllos, que os suspenda también la generosa determinación de ésta, que se atrevió a tan tierna edad a semejante género de muerte.

V

No paséis de largo lo sucedido, sino meditad en qué disposición se encontraría aquella tierna virgen que no conocía sino su recámara, cuando se presentaron delante y en bloque los soldados, y sellaron todas sus puertas, y la instaron a presentarse ante los tribunales, y la iban a arrastrar ya hacia la plaza para tan terribles asuntos. Cuando esto ocurrió, los padres de Pelagia estaban fuera de casa, y ni siquiera hacían compañía a Pelagia su nodriza ni su esclava, ni amiga alguna. Sí, Pelagia fue aprehendida por los verdugos cuando supieron que se encontraba sola.

VI

¿No es digno de estupor que aquella muchacha, ella sola, saliera al encuentro de aquella soldadesca, y respondiera a las preguntas de aquellos verdugos, y reprimiera con fuerte voz al tenerlos delante, y se tuviera en pie y respirando en todo momento? Esto no es propio de la naturaleza humana, sino de la gracia de Dios. Pelagia, por tanto, no permaneció ante sus verdugos acobardada, sino que puso todo de su parte para defender su integridad. Puso el fervor, la firme determinación, la nobleza, la presteza, el propósito, la presura, el anhelo. Pelagia puso todo eso, y por eso obtuvo el auxilio divino. Dignamente, pues, la admiramos y la llamamos bienaventurada; bienaventurada a causa del concurso divino; admirable por su propio fervor y prontitud.

VII

¿Quién no quedará atónito cuando sepa que todo esto lo determinó Pelagia en un solo instante, y llevó a cabo tan grave resolución ella sola? Cuando llega el momento de la prueba, y aun en las cosas que durante largo tiempo tenemos pensadas, todos sabemos que se apodera de nosotros un inmenso terror, y echamos al traste todo lo que habíamos pensado, y nos acobardamos ante el combate. La doncella Pelagia, en cambio, en un solo momento concibió, determinó y puso por obra tan temible y escalofriante propósito.

VIII

Ni el terror por los que estaban presentes, ni lo rápido de la oportunidad, ni la soledad mientras la rodeaban las asechanzas, ni el haber sido aprehendida cuando se encontraba enteramente sola, ni otra alguna de esas circunstancias, perturbó a esta bienaventurada virgen. Pelagia procedió en todo sin el menor miedo, y eso que no tenía presentes a sus amigos y conocidos, salvo su consejero Jesús. Él estaba presente delante de ella, él tocaba su corazón, él fortalecía su espíritu, él echaba fuera todo temor. Aunque esto no lo hacía él sin más, sino cuando la mártir aceptó ser digna de semejante auxilio.

IX

Volviendo a los hechos, Pelagia salió de su recámara, y pidió a los soldados la gracia de volver a entrar para cambiarse de vestido. Una vez en su aposento, en vez de corrupción se vistió de incorrupción, y en vez de mortalidad se adornó de inmortalidad, echando por tierra sus viejas vestiduras terrenales. Por mi parte, me sorprende que los soldados le concedieran aquel favor. ¿Cómo una mujer engañó a aquellos hombres? ¿Cómo aquellos soldados nada sospecharon de las cosas que iban a suceder? ¿Cómo no cayeron en la cuenta del dolo? Posiblemente, en estos casos nunca nadie les había desafiado, y pensaron que una niña no sería la primera en hacerlo. ¿Y no cayeron en la cuenta de que las mujeres son capaces de ello, y que en estos casos muchas se lanzaron a los precipicios, o se arrojaron al mar, o llevaron la espada a través de sus pechos, o se suspendieron de un lazo? ¡Infelices soldados, que pensaron que su tiempo no era el de semejantes dramas!

X

Sin duda alguna, Dios debió cegar los corazones de los esbirros, a fin de que no presintieran el engaño. Por eso Pelagia se escapó de en medio de las redes. Así como una cervatilla que ha caído en las manos de los cazadores, escapa de entre ellos y se acoge a la cumbre de una inaccesible montaña, adonde no llegan ni los pies de los cazadores ni el lanzamiento de sus dardos, y ahí finalmente detiene su carrera, y contempla sin temor a quienes le ponían asechanzas, así la doncella Pelagia, habiendo caído entre las manos de los cazadores, y encerrada dentro de aquellas paredes como en una red, huyó. No huyó a la cumbre de una montaña, sino hasta la cumbre de los cielos, a donde ellos de ninguna manera podían acercarse. Contemplándolos desde allí, y viendo cómo regresaban con las manos vacías, se alegró intensamente Pelagia, pues aquellos infieles se iban cubiertos de vergüenza.

XI

Hermanos, ponderad cuan dura cosa fue aquélla para los verdugos. Sentado ya el juez en el tribunal, presentes ya los atormentadores, preparados los suplicios, reunida la multitud en espera de los soldados, embriagados todos con el placer de aquel espectáculo, y cuando esperaban ya tener la presa en sus manos, justo en ese preciso momento se presentaron los comisionados. Se presentaron pero con las miradas clavadas en el suelo, y sólo para narrar cómo se les había escapado la dama, envueltos en suma vergüenza y sin saber que la guerra no era entre ellos y los hombres, sino contra Dios.

XII

José, cuando su ama egipcia le puso asechanzas, abandonó el manto en las malvadas manos de aquella bárbara mujer, y aunque ella lo retenía, él salió huyendo sin su vestido. Pelagia, en cambio, ni siquiera permitió que las manos lascivas tocaran su cuerpo, sino que subió al cielo con el alma desnuda del cuerpo, abandonando su cuerpo sagrado a la incertidumbre. Los adversarios, en efecto, no supieron qué hacer con aquellas reliquias.

XIII

Estas son las divinas hazañas, que consisten en sacar a sus siervos de entre las angustias y conducirlos a la suma tranquilidad. En efecto, ¿qué angustia mayor que aquella en que Pelagia había caído? ¿Qué facilidad mayor podía haber para esos soldados que la retenían? El interior de su casa hacía de cárcel, y por eso Pelagia escapó de ella y de las fauces de aquellas bestias. Con ello, la mártir superó a los soldados, a los jueces y a los magistrados. Ellos esperaban vencerla viva, pero una vez muerta se vieron derrotados, aprendiendo que la victoria será siempre de los mártires.

XIV

Cuando una nave va cargada de preciosas mercancías y valiosas piedras, y está ya cerca del puerto, y una ola impetuosa le sobreviene, pueden suceder dos cosas: o que se hunda en la ola (y eche a pique la mercancía), o que por el empuje mismo de la ola entre más velozmente en el puerto (y salve la mercancía). Pues bien, tal fue el suceso de la bienaventurada Pelagia. El asalto de los soldados, la preparación de tormentos, y las amenazas del juez, cayeron sobre ella como una oleada, y ella optó por volar más velozmente a los cielos. Posiblemente, dicha oleada hubiera echado a pique la nave, y por eso ella misma la condujo con mayor prisa a la tranquilidad del puerto. De esta manera, su cuerpo no fue llevado a manos del diablo, ni a los ojos de la falange de demonios. De esta manera, su alma se presentó limpia ante Dios.

XV

Para comprender que esto no sucedió sin una inspiración divina, atended a la presteza y fervor de Pelagia, y a la torpeza de los soldados. Tras haberle ellos concedido el favor que pedía, y haber ido ella a cambiarse de vestido a sus aposentos, ¿no hubiera sido más fácil dar fin a su vida allí, en su mismo lecho? Sin embargo, nada de esto hizo Pelagia, sino que optó (por providencia divina) por subir a la azotea y desde allí arrojarse al suelo, para dejar su cuerpo descompuesto (para que no pudieran aprovecharse de él la soldadesca). Lo que no sabía ella es que muchas, por hacer esto, no lograron dar fin a sus vidas, sino tan sólo romperse algún miembro y vivir el resto de sus días con tal desgracia. Providencialmente, la caída de Pelagia fue instantánea, y al momento ordenó Dios que su alma abandonara su cuerpo, pues ya había mostrado combatir lo suficiente. La muerte y forma de morir de Pelagia, por tanto, fueron ambas decisión de Dios, para preservar su virginidad. Así quedó aquel cuerpo tendido de Pelagia, no en su lecho sino en la tierra. Quedar tendido en tierra podía ser una deshonra para la familia, pero no para la madre tierra, que se volvió venerable por haber recibido semejante cuerpo. Yacía en el suelo, pues, aquel cuerpo virginal y más puro que el oro.

XVI

Si los dueños asisten a sus criados más honorables cuando éstos mueren, y los acompañan en sus funerales, y no se avergüenzan, mucho más debió hacer Cristo por Pelagia, a la que había evitado tan gran peligro y había decretado exhalar el ánima. Así es como yació Pelagia, con solemnísimos funerales martiriales, embellecida con el adorno de su confesión de fe, revestida de una vestidura mucho más preciosa que la púrpura real y que cualquier rico vestido. Pelagia fue al cielo, por tanto, con la vestidura doble que ella buscó (la de la virginidad y la del martirio), y con estos funerales se presentó al tribunal de Cristo. Cuidemos también nosotros, hermanos, vivir y morir revestidos con una vestidura semejante, sabiendo que quien se adorna con áureos arreos muere entre disputas familiares y división social, y quien se viste de virtudes muere entre alabanzas y seguidores.

XVII

El sepulcro donde yacen los cuerpos de quienes han vivido en virtud y piedad, es más visitado y brillante que los sepulcros reales. De esto sois vosotros testigos, puesto que pasáis de largo ante los sepulcros de los ricos (como quien pasa delante de unas cavernas) y corréis llenos de fervor a la presencia de esta bienaventurada mártir. Pelagia no se visitó de ricas vestiduras, pero sí de inmortalidad. Ella no se aferró a la vida, pero alcanzó la eternidad. Hermanos, despreciemos con burla los placeres y las suntuosas magnificencias, huyamos del vino, apartémonos de los excesos de la comida.

XVIII

Digo esto porque veo a muchos que, una vez disuelta la reunión espiritual, irán corriendo a la bebida, a las tabernas, a las mesas de las hostelerías y a cualquier otra inconveniencia. Os ruego y os suplico encarecidamente que no lo hagáis, sino que tengáis presente en vuestro pensamiento a esta virgen. No deis un mentí a esta reunión, ni nos privéis de la franqueza en el hablar que la festividad presente nos ha concedido. Sobre todo cuando hablemos con los infieles, y les contemos lo concurrido de esta solemnidad, y los avergonzamos alegándoles cómo una jovencita muerta atrae cada año a la ciudad entera, y no es olvidada con el paso de los años y las costumbres. Éste ha de ser nuestro mayor encomio, al tiempo que intentamos atraerlos hacia aquí. Si la multitud aquí presente se porta con el orden debido, será para nosotros un bello decoro. Si al salir de aquí os conducís con pereza y notable descuido, será para nosotros vergüenza y desdoro.

XIX

Si queremos gloriarnos de tan abundante caridad, regresemos a nuestros hogares con el mismo buen orden con que es conveniente que regresen quienes han estado en compañía de la bienaventurada Pelagia. Si alguno no regresara con esa modestia, no sólo no sacaría provecho alguno, sino que se acarrearía un grave peligro. Sé bien que vosotros no padecéis semejante defecto, pero lo digo para abordéis a los hermanos que no proceden con buen orden, o viven una vida desarreglada, y les expliquéis el modo honorable de proceder.

XX

¿Honraste a la mártir con tu presencia? Pues bien, hónrala también con poner en recto orden todos tus miembros. Si observas a alguien con risas descompuestas, o un modo de andar inconveniente, o una marcha no propia de un hombre noble, o una mirada de ojos torvos, acércate y mira a los que tales cosas practican. ¿No son éstos dignos de burlas e irrisión? Si ves que tú solo no puedes, toma contigo a dos o tres hermanos, a fin de que por vuestro número seáis más dignos de respeto. Si ni con esas lográis reprimir la locura de esos tales, avisadlo a los sacerdotes, para que esas gentes no lleguen a tal grado de desvergüenza sino que cedan ante los reproches y las exhortaciones, y se aparten de las danzas desordenadas y ligeras. Aunque solamente ganaras a diez, o a tres, o a uno solo, regresarías a tu hogar tras haber conseguido una grande merced. 

XXI

Largo es el camino, así que aprovechemos para ir recapitulando lo que hemos dicho. Llenemos la senda de suaves aromas. El camino no será adornado y agradable si nosotros no llenamos el ambiente de suaves olores, y esparcimos a lo largo de él infinita clase de aromas. Recorramos hoy, hermanos, el camino de los cristianos, recordando mutuamente los combates de la bienaventurada mártir Pelagia. Regresemos a nuestros hogares, haciendo cada uno de su lengua un incensario.

XXII

¿No habéis visto cómo, cuando el rey entra en la ciudad, los soldados lo escoltan a ambos lados con toda corrección, y con sus armas van avanzando, y caminan con toda reverencia para hacerse dignos de ser contemplados por los espectadores? Si es así, imitémoslos, porque también nosotros conducimos a un emperador no sensible ni terreno, sino al Señor de los ángeles. Marchemos nosotros del mismo modo, en buen orden y exhortándonos unos a otros a caminar acompasada y ordenadamente. No sólo por el número, sino también por el buen orden, seamos la admiración de quienes nos contemplan.

XXIII

Aunque nadie nos contemple, y recorramos solos el camino, ni aun así conviene ir de forma menos decente, a causa de aquel Ojo insomne que está presente en todas partes y todo lo mira. Recordad también que muchos herejes irán mezclados con nosotros; y lo harán riendo y gritando, o ebrios, o echándonos en cara las cosas por las que se apartarían de nosotros. A esos tales les digo yo: A quien escandaliza a uno solo de los pequeños le está reservado un juicio terrible, y quienes a tantos escandalizan, tantos más castigos recibirán. Ojalá que, tras esta exhortación y discurso, no se encuentre aquí ninguno culpable de los crímenes que he enumerado. Si anteriormente semejantes atrevimientos no eran dignos de perdón, tras esta exhortación increpatoria serán mucho más punibles, tanto para quienes tales cosas hagan como para quienes las tengan en poco.

XXIV

Para apartar a muchos de este castigo, y acrecentar vuestro premio, cuidad de vuestros hermanos, y empujadlos a formar grupos, y a referir las cosas que hemos dicho. Llevando a los hogares los relieves de esta mesa, tendréis en la mesa celestial un magnífico banquete. Penetrad el profundo sentido de la presente festividad, atraed sobre vosotros la benevolencia de esta bienaventurada mártir Pelagia, honradla con la honra verdadera. Mayor gozo será para ella que salgamos de aquí habiendo sacado algún fruto espiritual, y alguna utilidad, que el presentarnos tumultuosamente el año que viene. Por intercesión de esta santa, y de los que la padecieron en parecidos certámenes, retened cuidadosamente las cosas que os he dicho, y llevadlas a la práctica para que "agradéis a Dios en todo".

HOMILÍA 2

I

Digna sería la bienaventurada Pelagia de un concurso mayor que el presente, puesto que los combates de esta doncella fueron grandes, y por eso piden un mayor concurso de fieles. Por supuesto, a ella le basta con Cristo, el único que engalana la presente festividad y el panegírico de esta virgen. Le basta con eso, porque "donde está Cristo ahí está también todo el coro de los ángeles".

II

Todos los mártires han demostrado tener un cuerpo superior a los tormentos, y se prepararon concienzudamente ante su puesta en escena ante el mismo demonio. Con su solo cuerpo superaron a los mismos espíritus incorpóreos, y con su sula carne pelearon fuertemente contra el hierro. En cambio, cuando contemplo a las doncellas que procuran morir por Cristo crucificado, y no tienen fuerzas para hacerlo, y aún así lo hacen, es entonces cuando más me burlo yo de las audacias del demonio. Sí, el demonio escoge el sitio del combate, y prepara los vaticinios, pero no sabe que en los mártires está la última palabra sobre las cosas futuras. En el caso presente, el diablo ni siquiera previo, ni vaticinó, cuánta ignominia y cuánta burla habría de sufrir por parte de la mártir Pelagia.

III

¿Qué tipo de burla sufrió el diablo por parte de Pelagia, en este mismo lugar? Éste mismo: que él ya tenía a la joven virgen entre sus redes, pero perdió la presa, y no pudo retener a la doncella sino su sombra. Pelagia, en efecto, era sencilla como una paloma, pero adquirió la astucia de la serpiente. Ella fue aprehendida por ser una paloma sencilla, pero escapó por la prudencia de la serpiente. Habiendo sido aprehendida, ella no desesperó de la victoria. Habiendo sido corporalmente aprehendida, ella no dejó que su alma fuese detenida. Ella fue atacada mediante el arte y la traición, pero ella burló la audacia de los que la habían aprehendido, y los dejó estupefactos.

IV

En concreto, ¿cuál fue ese artificio? ¿Fingió la doncella haber cambiado de determinación? Para hacer esto creíble, ella habría tenido que fingir y engañar, pero no fue eso lo que hizo? ¿Qué es, entonces, lo que hizo? Cuando Pelagia fue cogida por sorpresa por los enemigos, y puesta en medio de las oleadas y naufragios, ella no cambió su faz, sino que siguió presentando a los verdugos un rostro lleno de alegría. Engañados con esto los soldados, comenzaron a tratarla con más humanidad. Y ella, habiéndoles rogado que le permitieran ausentarse (para revestirse de las galas convenientes a una esposa), logró que se lo concedieran. Pensaban ellos que, con aquello, daban gusto a una doncella que se les había sometido y que por ello serían más alabados del juez, y que le conducirían a una doncella ataviada como esposa.

V

Pelagia, en cuanto obtuvo el permiso de los soldados, y fue a cambiarse de ropa a sus aposentos, no se revistió de esposa del juez, sino de otra vestidura totalmente distinta. En concreto, se revistió de firmeza de ánimo y segurísima esperanza en la resurrección. A continuación, no corrió hacia los brazos de sus verdugos, sino hacia la azotea de su morada, y de allí hacia lo más alto del cielo. Escogió para sí tal género de palestra, que el demonio no había previsto para ella. Sobre la grandeza de este hecho, el mismo Satanás se había atrevido a proponer al mismo Señor lo mismo, cuando le dijo: "Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo". Verdaderamente, me sobrecoge y llena de estupefacción la magnanimidad de esta doncella. Sí, porque en semejantes circunstancias, ¿qué habría pensado otra chica de su corta edad? Habría pensado en muchas cosas, pero no en conservar íntegra su virginidad para su esposo Jesús, como sí hizo la pequeña Pelagia.

VI

Posiblemente, Pelagia se habría dicho a sí misma: Me arrojaré de este precipicio, ya que me veo obligada a hacerlo, porque temo que me hagan violencia. Cosa laudable será esto, con tal que se siga la muerte y no ensañarse con mi cuerpo. Además, se ensañarán con mi virginidad sin ni siquiera yo saberlo. Si destrozo mis miembros, al caer en tierra, no harán esos lascivos lo que quieran con mis miembros, porque estarán destrozados. Si no destrozo mis miembros, y conservo mi alma en mi cuerpo, ellos me acometerán, y yo llevaré con pena el dolor y la pérdida de la virginidad. Si me llevan al juez, éste será el primero que desate sus pasiones, y me viole mis miembros, y despoje mi virginidad. Tras él, hasta quizás los soldados se sacien de los despojos, hasta que, una vez violada, me abandonen. Sufriré entonces una doble miseria: destrozada en mis miembros, y despojada de mi virginidad.

VII

Todas estas consideraciones hubieran sido suficientes para conturbar el ánimo de otra doncella, pero no la de Pelagia, y por eso se prestó con toda prontitud a arrojarse desde la azotea, y poner por obra su defensa. Oh demonio, fuiste vencido por la candidez de una niña y por la audacia de una virgen. Lo que tú propusiste al Señor ("tírate abajo"), con eso mismo te provocó una doncella, sierva de aquel mismo Señor. Habiendo corrido al alero del techo, desde allí se precipitó ella misma. Habiéndola convocado tú al magistrado, ella recurrió al Juez supremo. Habiéndola requerido tú para un tipo de lucha, ella acometió su propia lucha. Ella conoció tus pensamientos dolosos, oh diablo, y supo que tú no la querías poner delante de un juez, sino de un hombre lascivo. Supo que tú no querías azotarla, sino violarla. Supo que tú no querías llevarla a un estadio, sino a un cuarto oscuro. Supo que tú no querías hacer un certamen con ella, y por eso ella no acudió. Atrévete a enfrentarte a ella, oh diablo, y experimenta ahora como ella te ataca a ti. Pon en juego la astucia que quieras, y prepara la tierra para el campo de batalla. Mueve las espadas, pon a punto los instrumentos terribles, prepara el destrozo del cuerpo a la doncella. Hazlo, pero que sepas que ella ha sido más rápida que tú y ya ha vencido, mientras tú preparabas el combate. Te ha vencido con unas armas levísimas, pero con un arte intrincado. Y lo que es aún más, ni siquiera pidió Pelagia a Dios aquello de: "Convoca a tus ángeles, Señor, para que mi pie no tropiece contra la piedra". Más bien, oh diablo, ella suplicó al Señor que, con aquella caída, su alma se apartara del cuerpo.

VIII

¡Oh pequeña Pelagia, que por nacimiento y sexo eras mujer, pero por tu fortaleza fuiste un verdadero varón! ¡Oh virgen Pelagia, ensalzada por un doble título, contada en el escuadrón de las vírgenes, presente en el coro de los mártires! ¡Oh doncella Pelagia, que de forma tan continente no diste ocasión al juez intemperante para gozarse con tu belleza! Hermanos, imitemos la continencia de la joven Pelagia, levantemos un trofeo de victoria contra los malos placeres, quebrantemos el ímpetu de la incontinencia e intemperancia, fortalezcamos nuestro ánimo para conservar la piedad. Apartémonos de los jueces seductores, y cuando llegue la ocasión no vayamos a ella decaídos de ánimo, sino audaces. Mortifiquemos y abatamos nuestros miembros mientras vivimos en la tierra, para que el Señor en persona los resucite y les comunique su forma definitiva, una vez transformados.

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Traducido por
Manuel Arnaldos, ed. EJC, Molina de Segura 2025

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