JUAN CRISÓSTOMO
Pelagia de Antioquía
HOMILÍA 1
I
¡Bendito sea Dios! ¡También las mujeres juegan con la muerte y las jóvenes hacen burla de ella y las doncellitas tiernas e inexpertas saltan del matrimonio hacia los peligros mismos del infierno y no sufren detrimento alguno! ¡Todos estos bienes se nos han derivado de Cristo, el Hijo de la Virgen! Porque, tras de aquel bienaventurado parto y de aquel admirabilísimo nacimiento, se quebrantaron los nervios de la muerte y la fuerza del demonio quedó destrozada, y finalmente se quedó hecho la burla no solamente de los varones sino también de las mujeres; ni solamente de las mujeres sino además de las doncellitas. Porque, a la manera de un excelente pastor, que habiendo atrapado a un león que aterrorizaba los rebaños y devastaba todo el redil y habiéndole cortado los dientes y habiéndole hecho pedazos las uñas y habiéndole trasquilado la melena, lo vuelve despreciable y risible, y finalmente lo entrega a los niños de los pastores para que lo burlen, y más aún a las niñas para que jueguen con él, así Cristo, a la muerte, que era terrible para nuestra naturaleza, y aterrorizaba a todo nuestro linaje, habiéndola atrapado, acabó con su terror todo, hasta el punto de que juegan con ella las mismas vírgenes jovencitas.
II
Por eso la bienaventurada Pelagia corrió hacia la muerte con tanto placer que ni siquiera esperó las manos de los verdugos, ni a entrar en los tribunales; sino que movida de su propio excesivo fervor, se adelantó a su crueldad. Se encontraba preparada para los tormentos y las pruebas y toda clase de castigos, pero temía no fuera a perder la corona de su virginidad. Y para que comprendas que lo que temía era la impureza de los verdugos impíos, se adelanta y se sustrae a cualquier vergonzoso insulto, cosa que ningún varón ni siquiera intentó, puesto que todos ellos habían seguido a los verdugos hasta el tribunal, y ahí habían mostrado su firmeza. Las mujeres en cambio, como por su misma naturaleza se encontraban expuestas a semejante oprobio, inventaron para sí este otro género de muerte.
III
Porque esta santa, si hubiera podido al mismo tiempo conservar su virginidad y obtener la palma del martirio, no habría recusado el presentarse a los tribunales. Pero, puesto que se veía en la necesidad de perder una cosa u otra, pensó que sería el colmo de la locura el que estando en su mano alcanzar ambas victorias, saliera solamente con una corona. Por esto no quiso entrar al tribunal ni ser espectáculo de ojos lascivos ni dar a las miradas incontinentes el placer de la contemplación y que se deleitaran con su vista y que insultaran su santo cuerpo, sino que desde su tálamo y recámara se encaminó hacia otro tálamo, el del cielo.
IV
¡Espectáculo maravilloso es ver a los verdugos rodear el cuerpo de un mártir y destrozarle los costados; pero en nada es menor este otro! Porque los mártires, una vez que por la diversidad de los tormentos han perdido el sentido de ellos, ya no les parece temible la muerte, sino más bien un cambio y partida de los presentes dolores. Pero esta jovencita, no habiendo padecido nunca nada semejante, y teniendo aún puro su cuerpo y no habiendo experimentado nunca dolor alguno, necesitó de un ánimo más levantado y generoso para sustraerse de la presente vida, mediante una muerte violenta. De manera que cuando admires la firmeza de aquéllos, admira también la fortaleza de ésta. Cuando quedes suspenso por la resistencia de aquélíos, que también te suspenda ésta por su generosa determinación, puesto que se atrevió a semejante género de muerte.
V
Y no pases de largo lo sucedido, sino medita en qué disposición era obvio que se encontrara aquella tierna virgen que no conocía sino su recámara, cuando se presentaron delante en bloque todos los soldados, y guardaron todas las puertas y la instaban a presentarse ante los tribunales, y la arrastraban hacia la plaza para tan terribles asuntos. ¡No estaba dentro de la casa su padre; no estaba presente su madre; no estaban ni la nodriza, ni la esclava, ni vecina alguna, ni alguna amiga, porque fue aprehendida por aquellos verdugos cuando se encontraba sola!
VI
¿Cómo no ha de ser cosa de estupor el que ella pudiera salirles al encuentro, y responder a las preguntas de aquellos soldados convertidos en verdugos, abrir su boca y lanzar voces y verlos de frente y tenerse en pie y aun sólo respirar? ¡No era eso propio de la humana naturaleza! ¡la parte principal la puso ahí el peso de la gracia de Dios! ¡Y esto no sucedió permaneciendo ella en aquellos momentos inactiva, sino que puso de su parte todo lo que podía: el fervor, la generosa determinación, la nobleza, la presteza, el propósito, la presura, el anhelo! Pero estas cosas obtuvieron su resultado gracias a la benevolencia y al auxilio divinos. Dignamente, pues, la admiramos y la llamamos bienaventurada: bienaventurada a causa del concurso divino; admirable por su propio fervor y prontitud.
VII
Porque ¿quién no quedará suspenso de estupor justamente al oír que en un instante tomó tan grave resolución, se confirmó en ella y la llevó a cabo? Sin duda que vosotros habéis caído en la cuenta de que cuando llega la ocasión de la prueba experimental, aun en las cosas que tenemos durante largo tiempo pensadas, se apodera de nosotros y llena nuestra mente aunque no sea sino un pequeño terror, con lo que echamos a rodar todo lo que habíamos pensado, grandemente acobardados por el combate. Esta doncella en cambio, en un momento pudo concebir, determinar y poner por obra un tan temible y escalofriante propósito.
VIII
Ni el terror por los que estaban presentes, ni lo rápido de la oportunidad, ni la soledad mientras la rodeaban las asechanzas, ni el haber sido aprehendida cuando se encontraba enteramente sola, ni otra alguna de esas circunstancias, perturbó a esta bienaventurada virgen, sino que procedió en todo sin el menor miedo, como si estuvieran presentes todos los amigos y conocidos. Y ¡con razón! ¡porque no se encontraba sola en el interior de su casa, sino que ahí tenía como consejero a Jesús! ¡El estaba presente delante de ella! ¡El tocaba su corazón! ¡El fortalecía su espíritu! ¡El solo echaba fuera todo temor! ¡Aunque esto no lo hacía El sin más ni más, sino una vez que de antemano la mártir se había preparado para ser digna de semejante auxilio!
IX
En consecuencia, salió de su recámara y pidió a los soldados la gracia de volver a entrar para cambiar su vestidos; y una vez de nuevo en su aposento, en vez de la corrupción se vistió de la incorrupción, y en vez de la mortalidad, de la inmortalidad, y echó sobre esta vida transitoria aquella otra vida sin término. ¡Por mi parte, además de las cosas que ya dije, me admiro de que los soldados le concedieran aquel favor! ¿Cómo una mujer engañó a aquellos hombres? ¿Cómo aquellos soldados nada sospecharon de las cosas que iban a suceder? ¿Cómo no cayeron en la cuenta del dolo? ¡Porque no puede afirmarse que nadie nunca haya hecho una cosa semejante! ¡Muchas sin duda se lanzaron a los precipicios o se arrojaron al mar o llevaron la espada a través de sus pechos o se suspendieron de un lazo! ¡Porque el tiempo aquél lleno estuvo de dramas semejantes!
X
¡Sin duda que Dios cegó los corazones de los esbirros a fin de que no presintieran el engaño! Por esto ella se escapó de en medio de las redes. Y a la manera de una cervatilla que ha caído en las manos mismas de los cazadores, escapa de entre ellos enseguida y se acoge a la cumbre de una inaccesible montaña a donde no llegan ni los pies de los cazadores ni el lanzamiento de sus dardos, y ahí finalmente se detienen en su carrera y contempla sin temor a quienes le ponían asechanzas, así esta doncella, habiendo caído entre las manos mismas de los cazadores, y encerrada dentro de aquellas paredes como en una red, huyó, no precisamente a la cumbre de una montaña, sino hasta la cumbre de los cielos, a donde ciertamente ellos en manera alguna podían acercarse. Y luego, contemplándolos desde ahí y viendo cómo regresaban con las manos vacías, se alegraba intensamente pues aquellos infieles iban cubiertos de vergüenza.
XI
¡Deseo yo que ponderéis cuan dura cosa fue aquélla! ¡Sentado el juez al tribunal, presentes ya los atormentadores, preparados los suplicios, reunida la multitud toda en espera de los soldados y embriagados todos con la esperanza del placer de aquel espectáculo, cuando esperaban ya tener en las manos la presa, en ese momento, hubieron de volver y presentarse los comisionados para traerla, con las miradas clavadas en el suelo, sólo para narrar cómo se había desarrollado el drama! ¡Y cómo fue natural y razonable que volvieran con los ojos en el suelo y envueltos en suma vergüenza aquellos que por las obras habían aprendido que la guerra no era entre ellos y los hombres, sino contra Dios!
XII
José, cuando su ama le ponía asechanzas, habiendo abandonado el manto en las malvadas manos de aquella bárbara mujer, porque ella lo retenía, salió huyendo ligeramente vestido. Esta, en cambio, ni siquiera permitió que las manos lascivas tocaran su cuerpo; sino que, habiendo subido al cielo con el alma desnuda del cuerpo, a este cuerpo sagrado lo abandonó entre los enemigos, y a ellos los puso en la mayor incertidumbre. Porque ni siquiera sabían qué hacer de aquellas reliquias.
XIII
¡Estas son divinas hazañas! ¡sacar a sus siervos de en medio de las angustias y conducirlos a la suma tranquilidad! Porque ¿cuál angustia mayor que aquella en que la joven había caído? ¿Qué facilidad podía haber mayor que aquella que los soldados tenían? Presa y sola tenían a la mártir en el interior de la casa, que hacía de cárcel; y con todo hubieron de regresarse tras de perder la presa hecha. Por otra parte, la virgen, cuando estaba privada de aliados y auxiliares y no veía salida por parte alguna de aquellas calamidades; cundo estaba ya próxima a las fauces de aquellas bestias, escapó, arrebatada de la garganta misma de ellas, como podría justamente decir alguno; y huyó de sus asechanzas, y superó a los soldados, a los jueces, a los magistrados. ¡Mientras vivió, esperaban poder vencerla; pero, una vez que murió, entonces quedaron en la mayor indecisión, para que aprendieran así que la muerte de los mártires es la victoria de los mártires!
XIV
Aconteció como si una nave cargada de preciosas mercancías y piedras valiosísimas, estando ya en la entrada misma del puerto, y escapando de una ola impetuosa que había de hundirla y echarla a pique, por el empuje mismo de la ola más velozmente se entrara en el puerto. Tal fue el suceso de la bienaventurada Pelagia. Porque el asalto de los soldados, el miedo de los futuros tormentos y las amenazas del juez, cayendo sobre ella con mayor empuje que el de una oleada, la condujeron con mayor velocidad a volar a los cielos, y la oleada que había de echar a pique la nave, esa misma la condujo con mayor prisa a la tranquilidad del puerto. Y aquel cuerpo, más resplandeciente que el rayo, era llevado deslumbrando los ojos del demonio. (1) Porque no nos es tan temible a nosotros un rayo que se descarga desde el cielo, como lo es el de un mártir a la falange de los demonios, a los cuales aterroriza más reciamente que cualquier rayo.
XV
Y para que aprendas que esto no sucedió sin una inspiración divina, lo verás con especial claridad si atiendes a la presteza y fervor de la mártir, y también porque no cayeron en la cuenta los soldados de aquel dolo, y por haberle ellos concedido el favor que pedía, y por haber podido ella llevar su obra hasta el fin. Aunque, no menos que por todas esas cosas ya dichas, puede verse por el género mismo de muerte. Porque ha habido muchos que, habiéndose caído de un techo, no han sufrido mal alguno; otros aunque se rompieron algún miembro de su cuerpo, con todo vivieron largo tiempo después de su desgracia. En cambio a esta virgen no permitió Dios que le sucediera nada de eso. Sino que ordenó que al instante el alma abandonara al cuerpo, como quien había mostrado ya haber combatido suficientemente y haber cumplido con todo. Puesto que no por la naturaleza de la caída se siguió la muerte, sino por una determinación divina.
XVI
Así quedó aquel cuerpo tendido, no en su lecho sino en la tierra. Pero no por estar tendido en la tierra era eso una deshonra, sino que la tierra misma se volvió venerable por haber recibido semejante cuerpo. Y el cuerpo, por el hecho de estar tendido en el suelo, era más venerando; porque las injurias por Cristo nos proporcionan un aumento de gloria. ¡Yacía, pues, en el suelo, en un sitio estrecho, aquel cuerpo virginal y más puro que el oro todo; y los ángeles lo rodeaban, y los arcángeles todos lo honraban y el mismo Cristo estaba presente! Porque si los dueños a sus criados más honorables cuando éstos mueren los acompañan en sus funerales, y no se avergüenzan, mucho mejor Cristo, a la que por El había exhalado el ánima y tan grande peligro había corrido, no se avergonzaba de honrarla con su presencia.
XVII
Yacía, pues, así; y tenía solemnísimos funerales en su martirio, embellecida con el adorno de su confesión de fe, revestida de una vestidura mucho más preciosa que toda la púrpura real y que cualquier rico vestido. Y esa vestidura era doble: la de la virginidad y la del martirio. ¡Y con estos funerales se presentará al tribunal de Cristo! Cuidemos nosotros de estar vestidos en la vida y en la muerte con una vestidura semejante, sabedores de que quien adorne su cuerpo con áureos arreos ninguna utilidad reportará de eso, sino que más bien incurrirá en muchas acusaciones, como quien ni aun en la muerte se aparta de los vanos honores. Pero, si va revestido de virtudes, encontrará muchos que lo alaben aun después de su muerte.
XVIII
El sepulcro en donde yazga el cuerpo de quien haya vivido con virtud y piedad, será brillante más que las aulas reales. Y de esto sois vosotros testigos, puesto que pasáis de largo ante los sepulcros de los ricos, como quien pasa delante de unas cavernas, aunque estén adornados con velos de oro; y en cambio, corréis llenos de fervor a la presencia de esta bienaventurada mártir; porque, tras de revestirse, en vez de ricas vestiduras, con el martirio, la confesión de la fe y la virginidad, abandonó la vida presente. ¡Imitémosla, pues, según nuestras fuerzas! ¡Despreció ella la vida, despreciemos nosotros los placeres, despreciemos con burla las suntuosas magnificencias, huyamos del vino, apartémonos de los excesos de la comida!
XIX
Y no hablo así sin motivo. Sino porque veo a muchos que una vez disuelta la reunión espiritual, irán corriendo a la bebida y a las tabernas y las mesas de las hostelerías y a cualquiera otra inconveniencia. Por esto, os ruego y os suplico encarecidamente que tengáis presente todo el tiempo en vuestro pensamiento y en vuestra mente a esta virgen; y no deis un mentís a esta reunión, ni nos privéis de la franqueza en el hablar que la festividad presente nos ha concedido. Porque no al acaso nos gloriamos cuando hablamos con los infieles de lo concurrido de esta solemnidad, y los avergonzamos alegándoles cómo una jovencita muerta ya, cada año atrae a la ciudad toda y a un tan grande concurso de pueblo, que a través de tantos años en ningún tiempo ha olvidado esta costumbre. Pero, si llegan a darse cuenta de las cosas que suceden en este concurso, habremos perdido uno de nuestros más grandes encomios. Mientras que si la multitud que ahora está aquí presente se porta con el orden debido, será para nosotros un bello decoro. En cambio, si se conduce con pereza y notable descuido, será para nosotros vergüenza y desdoro.
XX
Con el objeto, pues, de que nos gloriemos a causa de vuestra abundante caridad, regresemos a nuestros hogares con el mismo buen orden con que es conveniente que regresen quienes han estado en compañía de esta mártir bienaventurada. Si alguno no regresara con esa modestia, no sólo no sacaría provecho alguno, sino que se acarrearía un grave peligro. Sé bien que vosotros no padecéis de semejante defecto; pero no basta para vuestra defensa, sino que es necesario que a los hermanos que no proceden con buen orden los atraigamos a una vida del todo arreglada y a un modo honorable de proceder.
XXI
¿Honraste a la mártir con tu presencia? ¡Hónrala también con poner en recto orden todos tus miembros! Si acaso observas alguna risa descompuesta, un modo de andar inconveniente, una marcha no propia de un hombre noble, una presentación indigna, acércate y mira a los que tales cosas practican con ojos torvos y terribles. Dirás que más bien se burlarán y reirán. Pues toma contigo a dos o tres o más hermanos, a fin de que por su número sean más dignos de respeto. Y si ni de este modo logras reprimir la locura de esos tales, avísalo a los sacerdotes. Aunque no es posible que esas gentes lleguen a un tal grado de intratable desvergüenza, que no cedan ante los reproches y las exhortaciones, y que no retrocedan y se aparten de las danzas desordenadas y ligeras.
XXII
Aunque solamente ganaras a diez, o a tres, o a uno solo, regresarías a tu hogar tras de haber conseguido una grande merced. ¡Largo es el camino! ¡aprovechemos pues el largo camino para ir recapitulando lo que hemos dicho! ¡Llenemos la senda de suaves aromas! Porque no parecerá el camino tan adornado y agradable si alguno llena el ambiente de suaves olores, y esparce a lo largo de él infinita clase de aromas, como aparecerá ahora, si es que todos, el día de hoy, al recorrerlo, nos vamos recordando mutuamente los combates de la bienaventurada mártir, y de este modo regresamos a nuestros hogares, haciendo cada uno de su lengua un incensario.
XXIII
¿No habéis visto cómo, cuando el rey entra en la ciudad, los soldados formados con toda corrección a los lados y con sus armas van avanzando y se animan unos a otros a caminar suavemente y con toda reverencia, con el objeto de hacerse dignos de ser contemplados por los espectadores? ¡Pues imitémoslos! ¡Porque también nosotros conducimos a un Emperador! ¡a un Emperador no sensible ni terreno, sino al Señor de los ángeles! ¡Marchemos, pues, también nosotros del mismo modo en buen orden y exhortándonos unos a otros a caminar acompasada y ordenadamente; con el objeto de que no sólo por el número, sino además por el buen orden, admiremos a los que nos contemplan!
XXIV
Más aún: aunque nadie esté presente y nosotros recorramos solos el camino, ni aun así conviene ir en forma menos decente, a causa del Ojo aquel insomne que está presente en todas partes y todo lo mira. Recordad también que muchos herejes irán ahora mezclados con nosotros; y si acaso nos vieran ir caminando así, riendo y gritando, como ebrios, echándonos en cara las cosas peores se apartarían de nosotros. Y si a quien escandaliza a uno solo le está reservado un juicio terrible, quienes a tantos escandalizan ¿qué castigo recibirán? ¡Ojalá que después de esta exhortación y discurso no se encuentre alguno culpable de los crímenes que hemos enumerado.¡Porque, si anteriormente semejantes atrevimientos no eran dignos de perdón, después de esta reunión y de esta exhortación increpatoria, será mucho más inevitable la pena, tanto para quienes tales cosas hagan, como para quienes las tengan en poco.
XXV
Así pues: para que a aquéllos los apartéis del castigo y hagáis mayor vuestro premio, tomad el cuidado de vuestros hermanos y empujadlos a formar grupos y a referir de nuevo las cosas que hemos dicho, con el objeto de que, meditando en ellas durante todo el camino y llevando a los que en los hogares se han quedado los relieves de esta mesa, tengáis también allá un magnífico banquete. Penetraremos así mejor el profundo sentido de la presente festividad, y nos atraeremos una mayor benevolencia de parte de esta mártir bienaventurada, honrándola con la honra verdadera. Porque mayor gozo será para ella que salgamos de aquí habiendo sacado algún fruto espiritual y alguna utilidad, que el presentarnos tumultuosamente. ¡Suceda, por las oraciones de esta santa y de los que padecieron parecidos certámenes, que retengáis cuidadosamente en la memoria estas y las demás cosas que os hemos dicho; y que, llevándolas todas a la práctica, agradéis en todo a Dios.
HOMILÍA 2
I
Digna sería la bienaventurada Pelagia de un concurso mayor, puesto que los combates de esta doncella fueron grandes, y por esto piden un mayor concurso de fieles. Pero a ella le basta con Cristo, el único que por todo ornamento engalana aquí la presente festividad y panegírico de esta virgen: ¡porque en donde está Cristo ahí está también todo el coro de los ángeles!
II
Todos los mártires han demostrado tener un cuerpo que es superior a los tormentos, y por este hecho se han preparado un gran espectáculo delante del demonio, pues han superado con su cuerpo a los mismos espíritus incorpóreos, y han presentado su carne peleando fuertemente contra el hierro. Pero cuando contemplo a las doncellas que procuran morir por Cristo crucificado, entonces es cuando más aún me burlo de las audacias del demonio. Este, tras de escogerse muchos sitios para proferir sus vaticinios, como si en ellos hubiera de declarar las cosas futuras, con todo no previo ni vaticinó cuánta ignominia y cuánta burla había de sufrir aquí el día de hoy.
III
Porque ¿qué cosa más digna de burla podría alguno encontrar que lo que hoy el demonio ha sufrido en este lugar? ¡Tenía ya a esta virgen entre sus redes, y perdió la presa, y no pudo retener en ellas a la doncella que había aprehendido, como si hubiera aprehendido no a una doncella sino a una sombra! Unió ella en sí la sencillez de la paloma con la prudencia de la serpiente; por esto fue aprehendida como una paloma sencilla, pero escapó por la prudencia de la serpiente. Aun ya aprehendida no desesperó de la victoria; y aunque fue corporalmente aprehendida, pero nunca en su mente y en su determinación fue detenida. Sino que ideó una cierta arte y un consejo mediante el cual burlara la audacia de los que la habían aprehendido y los dejara estupefactos.
IV
Pero ¿cuál fue ese artificio? ¿Fingió la doncella haber cambiado de determinación? Y para hacer esto creíble, aunque se encontraba puesta en tan grave peligro de oleadas y naufragios, con todo se presentó con un rostro lleno de alegría. Engañados con esto los milites, comenzaron a tratarla con más humanidad. Y ella, habiéndoles rogado que le permitieran ausentarse para revestirse de las galas convenientes a una esposa, logró que se lo concedieran. Pensaban ellos que con aquello únicamente daban un gusto a la doncella y que por ello serían más alabados del juez, puesto que le conducían una doncella ataviada como esposa.
V
Pero la virgen, en cuanto obtuvo el permiso, se revistió de una vestidura que verdaderamente era preciosa. Se revistió de una grande firmeza de ánimo y de una segurísima esperanza de la resurrección, y corrió luego hacia el techo de su morada y de ahí se precipitó hacia abajo. Escogió para sí un tal género de palestra como aquel que el demonio, como una gran cosa, se atrevió a proponer al mismo Señor cuando le dijo: ¡Si eres el Hijo de Dios, échate de aquí abajo! (1) ¡Verdaderamente me sobrecogen de estupefacción en absoluto la fe y la magnanimidad de esta doncella. Porque, en semejantes circunstancias, otra virgen ¿qué otra cosa habría pensado? ¡Se habría dicho a sí misma: "me arrojaré de este precipicio, ya que me veo obligada a hacerlo, porque temo que me hagan violencia!"
VI
"Cosa laudable será esto, con tal de que se siga en realidad la muerte, porque aún en el caso de que luego los enemigos se ensañen con mi cuerpo yo no tendré ya sentido ninguno y lo harán sin yo saberlo. Y si acaso los miembros se destrozan al caer en tierra, pero el alma permanece entera en el cuerpo, llevaré con pena el dolor, llevaré con pena y dolor el entorpecimiento del cuerpo; pero luego seré llevada ante el juez y ahí padeceré lo que siempre he temido: saciarán en mi cuerpo, destrozado en sus miembros, sus pasiones; y una vez violada, me abandonarán. Sufriré entonces una doble miseria: destrozada en mis miembros y despojada de mi virginidad".
VII
Todas estas consideraciones hubieran sido suficientes para conturbar el ánimo de otra doncella. Pero ésta de tal manera confió, como si tuviera alguno que saliera fiador del éxito; y por esto, con toda prontitud se arrojó a ponerlo por obra. Así que, oh demonio, fuiste vencido por la fortaleza de una doncella y por la audacia de una virgen.
VIII
De este modo, con lo que tú en otro tiempo propusiste al Señor, con eso te provocó una doncella, sierva de aquel mismo Señor. Habiendo, pues, corrido al alero del techo, desde ahí se precipitó ella misma. Y como hubiera sido llamada por el juez a quien tú sugeriste que la llamara, ella no te obedeció, sino que acometió una lucha engañosa. Porque ella conoció tus pensamientos dolosos. ¡Tú tienes costumbre de citar a las vírgenes para delante de los jueces, como para ser azotadas; pero luego, sin batalla, las arrojas a los que llegaron para luchar con ellas deteniéndolas entre tus garras con mayor acerbidad.
IX
Si es que con sinceridad provocas al certamen y a entrar al estadio a esta virgen, lucha con ella ahora que se arroja desde el techo: ¡detenía mientras va cayendo! ¡atrévete a enfrentarte y a experimentar el combate! Pon en juego la astucia que quieras : ¡tienes la tierra toda como campo de batalla! ¡mueve las espadas y dale muerte! ¡pon debajo de su cuerpo los instrumentos terribles que hacen pedazos a los hombres! ¡prepara el destrozo del cuerpo a la doncella que cae! Porque ella ha vencido, como cosas levísimas, todas tus artes, aun las más intrincadas y ocultas. Y lo que es aún más: ni siquiera pidió a Dios aquello que está escrito: ¡Ordena, Señor, a tus ángeles a fin de que no reciba daño mi cuerpo al chocar contra la piedra! (2) ¡Más bien, suplicó al Señor que con aquella caída el alma se apartara del cuerpo!
X
¡Oh doncella, por tu nacimiento y sexo mujer, pero por tu fortaleza verdadero varón! ¡oh virgen que has de ser ensalzada por un doble título! ¡serás contada en el escuadrón de las vírgenes y en el coro de los mártires! ¡Oh doncella, de tal manera continente que no diste al juez intemperante ni siquiera la oportunidad de gozarse con tu aspecto!
XI
¡Imitemos nosotros la continencia de esta joven y levantemos un trofeo de victoria contra los malos placeres! ¡quebrantemos el ímpetu de la incontinencia y de la intemperancia, y fortalezcamos nuestro ánimo para conservar la piedad! ¡Apartemos a los jueces mismos de las tentaciones, y cuando acaso llegue la ocasión no nos presentemos decaídos de ánimo sino audaces! ¡Mortifiquemos, en fin, nuestros miembros que viven acá en la tierra, para que el Señor en persona a este cuerpo nuestro, ahora abatido, lo vuelva tal y lo transforme en tal condición que le comunique la forma de su cuerpo!
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