TERTULIANO DE CARTAGO
Sobre la Penitencia

I
El arrepentimiento pagano

1. Los hombres entienden que el arrepentimiento, en la medida en que la naturaleza es capaz, es una emoción de la mente que surge del disgusto ante algún sentimiento peor acariciado anteriormente. Me refiero a esa clase de hombres que incluso nosotros mismos éramos en tiempos pasados. Es decir, hombres ciegos, sin la luz del Señor.

2. Estos hombres están tan lejos de la razón del arrepentimiento como del mismo Autor de la razón. La razón, de hecho, es cosa de Dios, en cuanto que no hay nada que Dios, hacedor de todo, no haya provisto, dispuesto y ordenado por la razón. En definitiva, nada que Dios no haya querido puede ser manejado y comprendido por la razón.

3. Todos los que ignoran a Dios ignoran también lo que es suyo, pues ningún tesoro divino es accesible a los extraños. Y así, recorriendo todo el curso universal de la vida sin el timón de la razón, no saben cómo esquivar el huracán que se avecina sobre el mundo.

4. Sobre cuán irracionalmente se comportan los hombres en la práctica del arrepentimiento, bastará mostrar brevemente este hecho: que lo ejercen incluso en el caso de sus buenas obras. Se arrepienten de la buena fe, del amor, de la sencillez, de la paciencia, de la misericordia, en la misma medida en que cualquier acción impulsada por estos sentimientos ha caído en suelo ingrato.

5. Se execran a sí mismos los hombres por haber hecho el bien, y esa especie de arrepentimiento se aplica a las mejores obras la fijan en su corazón, teniendo cuidado de recordar nunca más hacer una buena acción. Por el contrario, ponen menos énfasis en el arrepentimiento por las malas acciones. En resumen, hacen de esta misma virtud un medio para pecar más que un medio para hacer el bien.

II
El verdadero arrepentimiento es el originado por Dios

1. Si actuaran como hombres que tienen alguna parte en Dios, y por tanto también en razón, primero sopesarían bien la importancia del arrepentimiento y nunca lo aplicarían de tal manera que lo convirtiera en motivo para condenarse a sí mismos, en perversa auto-enmienda. En resumen, regularían el límite de su arrepentimiento, porque llegarían a un límite también al pecar, o al temer a Dios.

2. Donde no hay temor, tampoco hay enmienda. Y donde no hay enmienda, el arrepentimiento es necesariamente vano, porque carece del fruto para el cual Dios lo sembró: la salvación del hombre.

3. Después de tantos y tan grandes pecados de la temeridad humana, iniciados por el primero de la raza (Adán), y después de la condenación del hombre (junto con la dote del mundo después de su expulsión del paraíso y sujeción a la muerte), Dios se apresuró a regresar a su propia misericordia. A partir de ese momento inauguró el arrepentimiento en sí mismo, al rescindir la sentencia de su primera ira y comprometerse a conceder el perdón a su propia obra e imagen.

4. Así fue como Dios reunió un pueblo para sí mismo, y lo fomentó con muchas distribuciones generosas de su generosidad. Después de encontrarlos tan a menudo ingratos, Dios siempre los exhortó al arrepentimiento, y envió las voces de la compañía universal del profetas para profetizar. Poco a poco, prometiendo gratuitamente la gracia que en los últimos tiempos pretendía derramar como un diluvio de luz sobre el mundo universal por medio de su Espíritu, Dios ordenó al bautismo del arrepentimiento que guiara el camino, con miras a preparar, mediante la señal y el sello del arrepentimiento, aquellos a quienes él estaba llamando (por gracia) a heredar la promesa hecha a Abraham.

5. Juan no calla este asunto, y por eso dice: "Entrad en arrepentimiento, porque ahora la salvación se acercará a las naciones". Es decir, porque el Señor está trayendo la salvación, según la promesa de Dios.

6. A este Señor, Juan, como su presagio, dirigió el arrepentimiento hacia la purificación de las mentes de los hombres, respecto a cualquier contaminación que el error inveterado hubiera impartido, o a cualquier contaminación que el corazón del hombre o la ignorancia hubiera engendrado. Ese arrepentimiento debía barrer, raspar y arrojar fuera de las puertas el pecado, y así preparar la casa del corazón, limpiándola para que el Espíritu Santo, que estaba a punto de sobrevenir, pudiera con gusto introducirse allí, junto con sus bendiciones celestiales.

7. De estas bendiciones, la más grande es una: la salvación del hombre. No obstante, para conseguirla ha de producirse antes una purificación de los pecados cometidos preliminarmente. Ésta es la causa final del arrepentimiento, éste es su trabajo y el negocio de la misericordia divina. Lo que es provechoso para el hombre sirve a Dios.

8. La regla del arrepentimiento, que aprendemos cuando conocemos al Señor, conserva una forma definida, a saber: que nunca se pongan manos violentas, por así decirlo, sobre buenas obras o pensamientos.

9. Dios, nunca dando su sanción a la reprobación de las buenas obras, en cuanto son suyas (de las cuales, siendo autor, necesariamente debe ser también defensor), es igualmente aceptador de ellas. Y si es el que acepta, también el que recompensa.

10. Que se encargue de ello, pues, la ingratitud de los hombres, si aun a las buenas obras unen éstos el arrepentimiento. Que su gratitud se encargue también de ello, si el deseo de ganárselo es el incentivo para hacer el bien. ¿Por qué? Porque terrenales y mortales son cada uno de ellos.

11. ¡Cuán pequeña es vuestra ganancia si hacéis el bien a un hombre agradecido! ¡O tu pérdida si es para un desagradecido! Una buena acción tiene a Dios como deudor, al igual que una mala acción también, pues el juez es recompensador de toda causa.

12. Ya que Dios es juez, y preside el exigir y mantener la justicia que a él le es más querida, y fija toda la suma de su disciplina con miras a la justicia, ¿hay lugar para dudar de que, así como en todos nuestros actos universalmente, también en el caso del arrepentimiento se debe hacer justicia a Dios? Este es un deber que sólo puede cumplirse con bajo una condición: que el arrepentimiento se aplique sólo a los pecados.

13. Ninguna acción que no sea mala merece ser llamada pecado, y nadie se equivoca haciendo el bien. No obstante, si una persona no yerra, ¿por qué le invade el arrepentimiento, y el terreno privado de los que yerran? ¿Por qué impone a su bondad un deber propio de la maldad? Cuando algo se pone en juego donde no debe, allí donde debe se descuida.

III
Los pecados corporales y espirituales

1. Sobre qué cosas son por las cuales el arrepentimiento parece justo y debido, y sobre qué cosas deben incluirse bajo el título de pecado, la ocasión exige que se las anote, pero hacerlo puede parecer innecesario.

2. Cuando el Señor es conocido, nuestro espíritu, habiendo "mirado hacia atrás" por su propio Autor, emerge espontáneamente al conocimiento de la verdad. Y siendo admitido en el conocimiento de los preceptos divinos, es instruido en aquello de lo que Dios nos ordena abstenernos por ser pecado. Dado que Dios es la esencia del bien, y él quiere nuestra amistad, nada hay más que degrade la amistad como el mal.

3. No será fastidioso tocar brevemente el hecho de que, de los pecados, algunos son carnales y otros espirituales. En efecto, como el hombre está compuesto de esta esta doble sustancia, las fuentes de sus pecados no son otras que las fuentes de su composición.

4. Esto no significa que el cuerpo y el espíritu actúen por su cuenta, o que sus pecados sean mutuamente autónomos. No significa eso, pues el pecado acaba siendo común al cuerpo y al espíritu, y afecta a ambos por igual. De hecho, la diferencia entre pecados está en la diferencia entre sus sustancias, para estimarse una más ligera, o más pesada que otra.

5. Tanto la carne como el espíritu son criaturas de Dios, una forjado por su mano y otro consumado por su inspiración. Por tanto, puesto que pertenecen igualmente al Señor, cualquiera de ellos que peque ofende igualmente al Señor.

6 ¿Te corresponde distinguir los actos de la carne y del espíritu, cuya comunión y conjunción en la vida, en la muerte y en la resurrección, son tan íntimas, que "en aquel tiempo" serán igualmente resucitados ya sea para la vida o para el juicio? ¿Pueden, de hecho, vivir inocentemente la una sin el otro, y viceversa?

7. No es menos necesario el arrepentimiento, por tanto, para una parte que para otra del hombre. Si una de ellas peca, peca también la otra, y la culpa de ambas es común, como también es común el juez Dios. Por tanto, la medicina ha de ser común para ambas: la medicina curativa del arrepentimiento.

8. La distinción entre pecados espirituales y pecados corpóreos proviene del hecho de que todo pecado es materia de acto o de pensamiento. De este modo, un hecho es corpóreo porque un acto es capaz de ser visto y tocado, y es espiritual porque un pensamiento no se ve ni se toca.

9. Mediante el espíritu se muestra la consideración de que los pecados (no sólo de obra, sino también de voluntad) deben ser evitados y purgados mediante el arrepentimiento. De hecho, si la finitud humana sólo juzga los pecados de acción, porque no equivale a perforar los escondites de la voluntad, no por eso menospreciemos los crímenes de la voluntad ante Dios.

10. Dios es todo auto-suficiente, y nada de lo que precede al pecado está alejado de su vista. Si él, por tanto, no es ignorante, no puede omitir decretar a juicio lo que sabe, ni fingir que no lo sabe, ni engañar su propia lucidez.

11. Digamos claramente esto: que la voluntad es el origen del hecho. De hecho, a pesar de la existencia del azar, o de la necesidad, o de la ignorancia, no hay pecado sino por voluntad.

12. Puesto que la voluntad es el origen de la acción, ¿no es tanto más susceptible de pena como de culpa? Si alguna circunstancia interfiere en el pecado, ésta no anula el pleno cumplimiento, y por eso el pecado no queda exonerado. De hecho, nadie que tiene que hacer un trabajo, y fracasa en ello, es excusado por haber fracasado.

13. Además, ¿por qué el Señor declaró adúltero no sólo al hombre que había invadido el matrimonio de otro, sino también a aquel que había contaminado a una mujer con su sola mirada?

14. Por tanto, es bastante peligroso que la mente se proponga lo que está prohibido realizar y, precipitadamente, mediante la voluntad, perfeccione su ejecución. La potencia de esta voluntad es tal, por tanto, que incluso sin saciar completamente su complacencia, representa un acto, y como hecho será castigada.

15. Es completamente vano decir, por tanto, "quise, pero no lo hice". Esto es lo mismo que llevar a cabo la cosa, porque ya estás de acuerdo con esa cosa. Lo correcto sería decir "no lo hice" y "no lo quise". Por la confesión de tu conciencia, por tanto, pronuncias tu propia condena. 

16. Si desearas con ardor un bien, estarías ansioso por realizarlo. De la misma manera, si no realizas algo malo, no debiste desearlo. Donde quiera que adoptes una postura, estarás firmemente atado por la culpa. ¿Por qué? Porque o quisiste el mal, o no hiciste el bien.

IV
El arrepentimiento es aplicable a toda clase de pecado

1. A todos los pecados cometidos, ya sea por la carne o por el espíritu, ya por la obra o por la voluntad, el mismo Dios que ha destinado la pena (mediante el juicio) ha comprometido el perdón (mediante el arrepentimiento), diciendo al pueblo: "Arrepiéntete y yo te salvaré", y: "Yo vivo, y me arrepentiré antes que la muerte". 

2. El arrepentimiento, por tanto, es vida, y es preferible a la muerte. Que el arrepentimiento, oh pecadores, os apresure a abrazar, como náufragos, la protección de alguna tabla de salvación.

3. Esto os sacará adelante, sobre cuando estéis hundidos en las olas de los pecados, y os llevará hacia el puerto de la divina clemencia. Aprovechad la oportunidad de una felicidad inesperada: que tú, que no eres más que "una gota de cubo", y "el polvo de la era", y "una vasija de alfarero", puedas convertirte en ese "árbol que es sembrado junto a las aguas, y da fruto a su tiempo", sin sufrir el fuego ni el hacha.

4. Habiendo encontrado la verdad, arrepentíos de los errores. Arrepentíos de haber amado lo que Dios no ama, y de haber practicado lo que nosotros no permitimos, y de haber hecho lo que vuestros esclavos odian. Arrepentíos y sabed esto: que el principio de la obediencia voluntaria consiste en la semejanza de espíritus.

5. Respecto al tema del arrepentimiento, los asuntos a tratar son copiosos, y han de tratarse con gran elocuencia. Sin embargo, en proporción a nuestras limitadas capacidades, inculco tan sólo un punto: que lo que Dios ordena es bueno y mejor.

6. Respecto al precepto divino, considero que es bueno no tanto porque sea bueno lo que se nos obliga a obedecer, sino porque Dios lo ha ordenado. Para exigir la prestación de obediencia, la majestad del poder divino tiene el derecho previo, y la autoridad del que manda es anterior a la utilidad del que sirve.

7. ¿Es bueno arrepentirse, o no? No reflexiones más, sino piensa que Dios lo ordena. Es más, él no sólo lo ordena, sino que también invita a ello, ofreciendo en recompensa la salvación, y declarando bajo juramento y dando él mismo crédito.

8. ¡Oh bienaventurados nosotros, por quienes Dios jura! ¡Oh miserables, si no creemos al Señor incluso cuando jura! Por tanto, lo que Dios recomienda tan altamente, y lo que él atestigua bajo juramento, es algo que estamos obligados a abordar con la mayor seriedad. Solamente en ello está la promesa de la gracia divina, y la perseverancia humana, y los frutos y beneficios.

V
El pecado tras el arrepentimiento

1. Lo que digo es esto: que el arrepentimiento, por la gracia de Dios, nos llama a la gracia del Señor, y nunca debe ser cancelado por la repetición de pecados.

2. Con esto, no queda ya ningún pretexto de ignorancia, a la hora de abogar en vuestro favor. No obstante, después de reconocer al Señor, y de aceptar sus preceptos, y de arrepentiros de los pecados pasados, vosotros volvéis a caer en los pecados de forma contumaz. 

3. Si la razón por la cual os habíais arrepentido de haber pecado fue que habíais comenzado a temer al Señor, ¿por qué habéis preferido rescindir lo que hicisteis por miedo, sino porque habéis dejado de temer?

4. Lo que ha ocurrido en vosotros es que la contumacia ha subvertido el miedo. Ahora bien, sabed esto: que no hay excepción que exima de la responsabilidad de la pena, incluso a aquellos que ignoran al Señor. ¿Por qué? Porque la ignorancia de Dios, abiertamente como se presenta ante los hombres, y comprensible como es incluso en lo que respecta a sus beneficios celestiales, no es posible. ¿Cuán peligroso es que él sea despreciado cuando se le conoce?

5. Desprecia a Dios quien, después de haber alcanzado la comprensión del bien y del mal, a menudo constituye una afrenta al don de Dios, al reanudar lo que entiende que debe ser evitado,. Con ello rechaza al Dador (al abandonar el regalo) y al Benefactor (al no honrar el beneficio).

6. ¿Cómo puede agradar a Aquel cuyo don le desagrada a sí mismo? De esta manera, se demuestra que no sólo es contumaz hacia el Señor, sino también ingrato.

7. No comete ningún pecado leve contra el Señor quien, después de haber renunciado mediante a su rival (el diablo), y haberlo sometido bajo la denominación al Señor, lo levanta nuevamente con su propio regreso y se convierte en motivo de júbilo para él. Con este comportamiento el Maligno, con su presa recuperada, se regocija nuevamente contra el Señor.

8. ¿No coloca Dios mismo (aunque sea peligroso decirlo, y lo haga con miras a la edificación) al diablo ante el Señor? Porque parece haber hecho la comparación quien los ha conocido; y haberlo declarado judicialmente mejor cuyo siervo ha preferido volver a ser.

9. El que, mediante el arrepentimiento de los pecados, había comenzado a satisfacer al Señor, mediante otro comportamiento da satisfacción al diablo, y por eso será más aborrecible para Dios cuanto más aceptable sea para su rival.

10. Algunos dicen que "Dios está satisfecho si se le mira con el corazón y con la mente, aunque esto no se haga en el acto exterior", y que así "pecan sin daño a su temor y a su fe". No obstante, esto es lo mismo que decir que violan el matrimonio sin perjudicar su castidad, o que mezclan veneno para sus padres sin perjudicar su deber filial.

11. Los que piensan así serán arrojados al infierno sin perjuicio de su perdón, pues pecan sin perjuicio de su temor. He aquí, pues, un ejemplo primario de perversidad, de ¡pecar por temer! Supongo que si no temieran, ¡no pecarían!

12. Quien no quiera ofender a Dios, que no le reverencie en absoluto, si el miedo es el motivo para ofender. Que siga así las disposiciones de los hipócritas, cuya amistad con el diablo es indivisible, cuyo arrepentimiento nunca es fiel.

VI
El bautismo requiere arrepentimiento y enmienda de vida

1. Cualquier cosa que nuestra pobre capacidad haya intentado sugerir con referencia a apoderarse del arrepentimiento de una vez por todas, y retenerlo perpetuamente, afecta a todos los que son entregados al Señor, como si fueran competidores por la salvación en ganarse el favor de Dios.

2. Especialmente urgente es el arrepentimiento en el caso de aquellos jóvenes novicios que apenas están comenzando a llenar sus oídos con discursos divinos y que, como cachorros en su temprana infancia, y con ojos aún no perfectos, se arrastran inseguros y dicen que renuncian a su acto anterior y asumen la profesión del arrepentimiento, pero no lo completan. Cuando ya empiezan a adquirir la acidez, o la amargura de la edad, todavía en alguna parte halagan su propia hermosura, y el fin de desear les insta a desear algo de sus obras anteriores.

3. Respecto a los recién bautizados, una confianza presuntuosa introduce en ellos todo tipo de demoras viciosas y tergiversaciones con respecto al arrepentimiento. ¿Por qué? Porque sintiéndose seguros del indudable perdón de sus pecados, roban el tiempo intermedio y lo convierten en un tiempo de vacaciones para pecar, en lugar de tiempo para aprender a no pecar.

4. ¡Cuán inconsistente es esperar que el perdón de los pecados se conceda a un arrepentimiento que no han cumplido! Esto es para extender la mano por la mercancía, pero no para indicar el precio. En efecto, el arrepentimiento es el precio que el Señor ha determinado para conceder el perdón, a forma de proponer la redención de la liberación de la pena en un intercambio compensatorio del arrepentimiento.

5. Si los vendedores examinan la moneda con que hacen sus negocios, para ver si está cortada, o raspada, o adulterada, igualmente que el Señor, cuando está por concedernos la concesión de tan costosa mercancía (la de la vida eterna), primero instituye una prueba de arrepentimiento.

6. Me decís: "Pospongamos la realidad de nuestro arrepentimiento, pues seremos enmendados cuando seamos absueltos". ¡De ninguna manera!, sino que nuestra enmienda debe manifestarse mientras que, estando en suspenso el perdón, todavía existe la perspectiva de la pena, y el penitente aún no merece (en la medida en que podamos merecerlo) su liberación. Es decir, mientras Dios amenaza, y no mientras perdona.

7. En efecto, ¿qué esclavo, después de haber cambiado su posición al recibir la libertad, se acusa de sus pasados robos y deserciones? ¿O qué soldado, después de su baja, obtiene satisfacción por sus antiguas marcas?

8. El pecador está obligado a lamentarse antes de recibir el perdón, porque el tiempo del arrepentimiento coincide con el del peligro y el del miedo.

9. No es que niegue que el beneficio divino, o la eliminación de los pecados, esté asegurado para aquellos que están a punto de entrar en el agua bautismal. No obstante, para lo que tenemos que trabajar es para que se nos conceda alcanzar esa bendición, pues ¿quién te concederá a ti, hombre de arrepentimiento tan infiel, una sola rociada de agua?

10. Acercarse sigilosamente y hacer que el ministro designado para este asunto se desvíe por vuestras aseveraciones es fácil, pero Dios toma la previsión (como su propio tesoro) y no permite que los indignos se apoderen de él. Y si no, ¿qué dice, en concreto, él? Esto mismo: "Nada hay oculto que no haya de ser revelado". Corre, por tanto, cualquier velo de oscuridad que quieras sobre tus obras, porque Dios seguirán siendo luz, y te verá.

11. Algunos piensan que Dios está bajo la necesidad de otorgar a los indignos lo que él ha comprometido dar a los santos, o a los que han convertido su liberalidad en esclavitud. ¡Qué error más estúpido!

12. Si es necesario que Dios nos conceda el símbolo de la muerte, entonces lo hace sin querer. No obstante. ¿quién permite que se conserve permanentemente un regalo que ha concedido de mala gana?

13. ¿Acaso no muchos después caen fuera de la gracia? ¿No les es quitado a muchos este don? Éstos, sin duda, son los que se adelantan al tesoro, los que después de acercarse a la fe del arrepentimiento levantan en la arena una casa condenada a la ruina.

14. Que nadie se enorgullezca, por tanto, de haber sido asignado a las clases de reclutamiento de estudiantes, como si por ello tuviera licencia para pecar. Tan pronto como conozcáis al Señor, debéis temerle; tan pronto como lo hayáis contemplado, debéis reverenciarlo.

15. ¿Qué diferencia hay en conocer a Dios, mientras descansas en las mismas prácticas que en tiempos pasados, cuando no le conocías? ¿Qué es, entonces, lo que distingue a un siervo perfecto de Dios? ¿Hay un Cristo para los bautizados y otro para los que aprenden?

16. ¿Tienes alguna esperanza o recompensa diferente? ¿Algún temor diferente al juicio? ¿Alguna necesidad diferente de arrepentimiento? Ese lavamiento bautismal es un sellado de la fe, de una fe que comienza y es recomendada por la fe del arrepentimiento.

17. No somos lavados para dejar de pecar, sino porque hemos cesado, pues ya estamos lavados de corazón. El primer bautismo de un alumno, en efecto es éste: un temor perfecto. Desde ese momento en adelante, en cuanto tenéis entendimiento del Señor, la fe es sana, habiendo abrazado la conciencia, una vez para siempre, el arrepentimiento.

18. Si después de las aguas bautismales dejamos de pecar, es por necesidad, y no por libre albedrío, que nos revestimos de inocencia. ¿Quién, entonces, es preeminente en bondad? ¿Aquel a quien no le está permitido ser malo, o aquel a quien desagrada ser malo? ¿Aquel a quien se le ordena estar libre de crimen, o aquel a quien le place estar libre de crimen?

19. No guardemos nuestras manos del robo, por tanto, a menos que la dureza de los barrotes nos resistan, ni abstengamos nuestros ojos de la concupiscencia de la fornicación, a menos que seamos retirados por los guardianes de nuestras personas. Nadie que se haya entregado al Señor debe dejar de pecar, sobre todo porque está obligado a ello por el bautismo.

20. Si alguno alberga este sentimiento, después del bautismo no sentirá tristeza al pensar que ha dejado de pecar, y sí alegría por haber escapado de él. Por eso conviene que los que aprenden deseen el bautismo, pero no lo reciban apresuradamente.

21. El que lo desea, lo honra; el que lo recibe apresuradamente, lo desdeña. En uno aparece modestia, en el otro arrogancia. El primero satisface, el segundo lo descuida. El primero anhela merecerlo, el segundo se lo promete a sí mismo como recompensa debida. El primero lo toma, el segundo lo usurpa.

22. ¿A quién juzgaréis más digno, excepto a uno que esté más reformado? ¿Quién se enmendó más, sino el que es más tímido y por eso ha cumplido el deber del verdadero arrepentimiento? Sobre todo, porque ha temido continuar todavía en el pecado, para no merecer la recepción del bautismo.

23. El receptor apresurado, en cuanto se prometió el bautismo a sí mismo, estando seguro de obtenerlo no pudo temer. Por ello no cumplió el arrepentimiento, porque le faltaba el agente instrumental del arrepentimiento: el temor.

24. La recepción precipitada del bautismo es irreverente, infla al buscador, desprecia al Dador. Y así se engaña, porque se promete el don antes de su vencimiento, y acaba ofendiendo a quien debe proporcionar el regalo.

VII
El arrepentimiento tras el bautismo

1. Señor Jesucristo, que la bendición de aprender la disciplina del arrepentimiento sea concedida a tus siervos como les conviene. Que los estudiantes no pequen, y que a partir de entonces quieran seguir deseando el arrepentimiento.

2. Es molesto agregar una mención de una segunda (no la última) esperanza, no sea que, al tratar de un arrepentimiento reparador aún en reserva, parezcamos estar señalando un espacio aún mayor para pecar.

3. Lejos está que alguien interprete nuestro significado como si, debido a que hay una oportunidad para arrepentirse, también hubiera una oportunidad para pecar, o como si la redundancia de la clemencia celestial constituyera una licencia para la temeridad humana.

4. Que nadie sea menos bueno porque Dios lo sea más, y que nadie repita su pecado tantas veces porque le va a ser perdonado. De ser así, estad seguros de que ese tal encontrará un fin para escapar, cuando no encuentre un fin para pecar. Hemos escapado una vez. Pero hemos escapado hasta ahora, y no más. Comprometámonos, pues, con los peligros, incluso aunque parezca probable que escapemos una segunda vez.

5. Los hombres en general, después de escapar de un naufragio, declaran desde entonces su divorcio con los barcos y con el mar, y al recordar el peligro honran el beneficio conferido por Dios (es decir, su liberación). Estos hombres no quieren por segunda vez ser una carga para la misericordia divina, y temen pisotear el beneficio que han obtenido, y evitan probar por segunda vez lo que una vez han aprendido a temer.

6. Así, el límite de la temeridad es la evidencia del miedo. Además, el temor del hombre es un honor para Dios.

7. Además, nuestro enemigo es más tenaz que nunca, y da tiempo a su malicia. De hecho, es más salvaje cuando siente plenamente que un hombre está libre de sus garras, y arde con más fuerza mientras se extingue rápidamente.

8. Ese enemigo, que es el diablo, se lamenta y gime por el hecho de que, con la concesión del perdón, tantas obras suyas de muerte han sido derribadas, y tantas marcas suyas de condenación han sido borradas. Le duele que ese pecador, ahora siervo de Cristo, esté destinado a juzgarlo a él y a sus ángeles.

9. Así es como observa el Maligno a ese antiguo pecador, y por eso lo ataca y asedia con la esperanza de herir sus ojos mediante la concupiscencia carnal, o enredar su mente con seducciones mundanas, o subvertir su fe con miedo al poder terrenal, o arrancarlo del camino seguro mediante tradiciones perversas. A este respecto, nunca le faltan a ese pecador obstáculos ni tentaciones.

10. Previendo estos venenos del Maligno, y que la puerta del perdón ha sido cerrada y asegurada con el cerrojo del bautismo, Dios ha permitido que la puerta del perdón aún permanezca un poco abierta. En el vestíbulo ha puesto el segundo arrepentimiento para abrir a los que llaman. Lo hace por segunda vez; pero nunca más porque la última vez había sido en vano.

11. ¿No fue suficiente, entonces, de una sola vez? Sí, pero en caso de perder lo recibido, Dios nos concede una segunda oportunidad que no merecíamos. Si la indulgencia del Señor nos concede los medios para restaurar lo que habíamos perdido, agradezcamos el beneficio renovado, por no decir ampliado.

12. Es mayor cosa restaurar que dar (en el caso de Dios), así como es más miserable haber perdido que no haber recibido nada (en el caso humano). Sin embargo, si alguno incurre en la deuda de un segundo arrepentimiento, su espíritu no debe ser derribado ni socavado inmediatamente por la desesperación.

13. Es ciertamente fastidioso volver a pecar, así como es fastidioso no volver a arrepentirse. Es fastidioso volver a ponerse en peligro, así como no volver a ser libre. Que nadie se avergüence, pues las enfermedades repetidas deben tener medicamentos repetidos.

14. Mostraréis vuestra gratitud al Señor no rechazando lo que el Señor os ofrece. Te has ofendido, pero aún puedes reconciliarte. Tienes a quien puedes satisfacer, y él está dispuesto.

VIII
Dios está pronto para perdonar

1. Esto desentraña el significado de lo que "el Espíritu dice a las iglesias". El Espíritu, en efecto, imputa a los efesios haber abandonado el amor, y a los tiatirenes la fornicación y los sacrificios idolátricos, y a los sardos sus obras no completas, y a los pérgamos enseñar cosas perversas, y a los laodicenos confiar en sus riquezas. Sin embargo, a todos les da advertencias generales, para que se arrepientan de cada caso concreto.

2. Cristo no pronunciaría conminaciones a alguien que no se arrepintiera, ni perdonaría al arrepentido. El asunto sería dudoso si él no hubiera demostrado esta profusión de su clemencia, mas ¿no dice él: "El que ha caído resucitará, y el que se ha convertido se convertirá?".

3. Cristo es, en efecto, quien "preferiría misericordia antes que sacrificios". Los cielos y los ángeles que allí están se alegran del arrepentimiento del hombre, así que ¡oh pecador, ten buen ánimo!, pues ya ves dónde hay alegría por tu regreso.

4. ¿Qué significado tienen para nosotros estos temas, respecto de las parábolas del Señor? ¿No es un ejemplo de pecador restaurado que una mujer haya perdido una dracma, y la busque y la encuentre, e invite a sus amigas a compartir su alegría?

5. Se extravía una ovejita del pastor, pero el rebaño no era más querido que una sola oveja. Por ello, la ovejita extraviada es buscada fervientemente, y el pastor anhela una en lugar de todas, y finalmente la encuentra y la lleva de regreso sobre los hombros, a pesar de que mucho se había esforzado en descarriarse.

6. Tampoco dejaré de lado a ese padre dulcísimo que llama a su hijo pródigo a casa, y de buen grado lo recibe arrepentido, y mata a su becerro mejor cebado, y honra su alegría con un banquete. ¿Y por qué? Porque había encontrado al hijo que había perdido, y sabía que era más querido aquel de quien había obtenido más ganancias.

7. ¿Quién es ese padre que debemos entender por nosotros? Dios, ciertamente, porque nadie es tan verdaderamente Padre, ni tan rico en amor paternal.

8. Dios te recibirá a ti, hijo suyo, de vuelta, aunque hayas desperdiciado lo que habías recibido de él o aunque regreses desnudo (sólo porque has regresado). Él se alegrará más por tu regreso que por la sobriedad del otro. Lo hará si os arrepentís de todo corazón, o si comparáis vuestra propia hambre con la abundancia de los jornaleros de vuestro Padre, o si dejáis detrás de vosotros los cerdos (esa manada inmunda) y de nuevo buscáis vuestro Padre, diciendo: "He pecado, y ya no soy digno de ser llamado tuyo". Él aligerará la confesión de vuestros pecados tanto como el disimulo que los agrava, porque la confesión es aconsejada por un deseo de lograr la satisfacción, y el disimulo por la contumacia.

IX
Sobre un segundo arrepentimiento

1. Si estrecha es la esfera de acción de este segundo arrepentimiento, más laboriosa es su prueba. Sobre todo para que no se manifieste únicamente en la conciencia, sino que también se realice en algún acto externo.

2. Este acto, que generalmente se expresa bajo un nombre griego, es eocomolo. Es decir, confesamos nuestros pecados al Señor, mas no ciertamente como si él los ignorara, sino en la medida en que por confesión se asienta la satisfacción, y de la confesión nace el arrepentimiento, y con el arrepentimiento se apacigua Dios.

3. Como se ve, la penitencia es una disciplina para la postración y la humillación del hombre, que prescribe una conducta calculada para provocar misericordia.

4. En lo que respecta al vestido y a la comida, la penitencia manda al penitente acostarse en cilicio y ceniza, cubrir su cuerpo de luto, abatir su espíritu en los dolores, cambiar por un trato severo los pecados que ha cometido y no conocer comida ni bebida que no sea sencilla (es decir, no para el estómago, sino para el alma). También manda alimentar las oraciones con ayunos, así como gemir, llorar y clamar al Señor, e inclinarse ante los presbíteros y amados de Dios, y ordenar a todos los hermanos que intercedan ante Dios.

5. Todo esto es lo que pide hacer la penitencia. Lo pide para potenciar el arrepentimiento, volver a honrar a Dios y temer más el peligro incurrido. Lo pide para sustituir la indignación de Dios y, mediante la mortificación temporal, borrar los castigos eternos sobre el pecador.

6. Por tanto, mientras la penitencia humilla al hombre, lo eleva. Y mientras lo cubre de miseria, lo vuelve más limpio; y mientras acusa, disculpa; y mientras condena, absuelve. Mientras menos cuartel te des, más (créeme) te dará Dios.

X
La retractación y mortificación, ante este segundo arrepentimiento

1. La mayoría de los hombres evitan este trabajo penitencial, por considerarlo una exposición pública de sí mismos, o lo posponen día a día. Lo evitan y posponen como los hombres que, habiendo contraído alguna enfermedad en las partes más íntimas del cuerpo, evitan la intimidad de los médicos y perecen con su propia vergüenza. En este sentido, supongo que son más conscientes de la apariencia que de su salvación.

2. Para estos últimos, es intolerable por pudor dar satisfacción al Señor ofendido, pero no así para ser restaurados a su salvación perdida. ¡Qué honorables! ¡Qué modestos! Sobre todo ¡llevando la cabeza abierta por su pecado, y con la palabra vergüenza escrita en su frente!

3. No hay lugar a la vergüenza cuando uno sale ganando en un negocio perdido, o cuando un padre exhorta a su hijo diciendo: "Es mejor que yo muera por ti que tú por mí". Sin embargo, ¡sí la hay cuando uno se juega la condenación, o la vida eterna!

4. Admito que podría haber vergüenza cuando uno se convierte en blanco de discursos burlones, en presencia de los insultadores, o cuando un hombre se levanta sobre la ruina de su vecino, o cuando en una escalada uno se queda postrado. No obstante, ¿cómo va a haber vergüenza entre hermanos y consiervos, donde hay esperanza común, y se comparte el mismo temor, gozo, tristeza y sufrimiento, y hay un Espíritu común de un Señor y Padre común? ¿Acaso estos hermanos son más groseros que los bufones del pueblo, o más bien han pasado ya por lo mismo que vosotros, y os apoyan?

5. ¿Por qué huir de los compañeros de tus propias desgracias, como de aquellos que los alegran burlonamente? El cuerpo no puede sentir alegría por el problema de ningún miembro, sino que necesariamente debe unirse con un solo consentimiento en el dolor y en el trabajo por el remedio.

6. En la compañía de dos hermanos está la Iglesia, pero la Iglesia es Cristo. Cuando os arrodilláis ante los hermanos, por tanto, estáis suplicando a Cristo. Y cuando derramáis lágrimas por vosotros, es Cristo quien sufre, y Cristo quien pide misericordia al Padre. Lo que un hijo pide siempre se obtiene fácilmente.

7. ¡Grande es, en verdad, la recompensa a la modestia, y a la remisión de nuestras faltas! Por el contrario, si escondemos algo al conocimiento del hombre, ¿lo ocultaremos igualmente a Dios?

8. ¿Están así equiparados el juicio de los hombres y el conocimiento de Dios? ¿Es mejor ser condenado en secreto que absuelto en público?

9. Me decís: "Es una cosa miserable llegar así a la penitencia". Sí, porque el mal trae miseria, mientras que donde hay arrepentimiento cesa la miseria y sobreviene algo saludable.

10. Es miserable ser cortado, cauterizado y atormentado con el picante de algún polvo medicinal. Aún así, las cosas que curan, por medios desagradables, y por el beneficio de la cura, excusan la pena y hacen el daño soportable, en aras de la ventaja que sobreviene.

XI
Nuevas restricciones, ante este segundo arrepentimiento

1. ¿Y si, además de la vergüenza de la penitencia, los hombres temen también las molestias corporales de la penitencia? Sobre todo, la molestia de ir sucios, y sórdidamente vestidos, y alejados de la alegría, y sufrir la aspereza del cilicio, y aguantar el horror de las cenizas, y llevar el rostro hundido por el ayuno.

2. ¿No sería más conveniente, entonces, suplicar por nuestros pecados en escarlata y púrpura? Por ejemplo, llevando a la penitencia un alfiler para alisar el cabello, y polvo para pulir los dientes, y algún instrumento horcado para limpiar las uñas. Tras lo cual, podría aplicarse cualquier brillo falso al cuerpo, y algún enrojecimiento fingido al rostro, y algún aplique diligente en los labios o mejillas.

3. Que ese hombre busque en su penitencia, además, baños de temperatura más agradables que en algún retiro ajardinado o junto al mar. Y que aumente sus gastos, y busque cuidadosamente el manjar más raro de aves engordadas, sin dejar de afinar su vino añejo. Cuando alguien le pregunte "¿a quién prodigas todo esto?", que responda: "He pecado contra Dios, y estoy en peligro de perecer eternamente. Por eso ahora estoy decaído y, desperdiciándome y torturándome a mí mismo, me reconcilio conmigo mismo y con Dios, a quien he ofendido con mi pecado".

4. Aquellos que se dedican a hacer campaña para obtener un cargo civil, no consideran ni degradante ni fastidioso luchar, en nombre de sus deseos, con molestias para el alma y el cuerpo. Y no sólo con molestias, sino también con afrentas de toda clase.

5. ¿Qué mezquindades de vestir no afectan? ¿A qué casas no asedian con visitas tempranas y tardías? No te inclines, pues, cada vez que te encuentres con algún personaje importante, ni frecuentes banquetes, ni te asocies a entretenimiento, sino voluntariamente exíliate de la felicidad de la libertad y la fiesta. Hazlo por tu bien, pues la alegría fugaz ¡dura un solo año!

6. Cuando está en juego la carrera política, ¿dudamos en soportar lo que haga falta, con tal de conseguir el consulado o la pretura? ¿Y tardamos en ofrecer al Señor la remisión de las ofensas, o cierta reducción de comida y vestido, cuando lo que está en juego es la eternidad?

7. Tales son aquellos de quienes la Escritura dice: "¡Ay de aquellos que atan sus propios pecados como con una larga cuerda!".

XII
La necesidad de penitencia, como práctica de por vida

1. Si retrocedéis ante la penitencia, considerad en vuestro corazón el infierno (que la penitencia apagará para ti) e imaginad la magnitud de la pena (para que no dudes en adoptar el remedio).

2. Y si no, averiguad bien la envergadura de dicho fuego, que es eterno y que tiene respiraderos que sueltan tales ráfagas de llamas que las ciudades vecinas ya no existen, o esperan diariamente el mismo destino.

3. Las montañas más altivas comienzan a partirse con dicho fuego. Y como ese fuego sigue atizando, se van haciendo pedazos, hasta que acaban hechas polvo (al no acabarse nunca la eternidad de dicho fuego).

4. ¿Quién no considerará estos castigos ocasionales infligidos en las montañas como ejemplos del juicio que amenaza a los impenitentes? ¿Quién no estará de acuerdo en que esas chispas no son más que unos pocos dardos deportivos de algún centro de fuego inestimablemente vasto?

5. Sabiendo que después de los primeros baluartes del bautismo del Señor aún os queda, en la penitencia, una segunda reserva de ayuda contra el infierno, ¿por qué abandonáis vuestra propia salvación? ¿Por qué tardáis en acercaros a lo que sabéis que os cura?

6. Incluso los animales irracionales reconocen, en su momento de necesidad, las medicinas que les han sido asignadas divinamente. El ciervo, paralizado por la flecha, sabe que, para expulsar el acero y sus inextricables restos, debe curarse a sí mismo con un díctamo. La golondrina, si ciega a sus crías, sabe devolverles los ojos mediante su propia hierba.

7. El pecador, sabiendo que la penitencia ha sido instituida por el Señor para su restauración, ¿pasará por alto aquello por lo que restauró al rey babilónico a sus reinos? Durante mucho tiempo, en efecto, había ofrecido dicho rey al Señor su arrepentimiento, elaborando su penitencia mediante siete años de miseria, con las uñas creciendo salvajemente a la manera del águila y el cabello descuidado con el aspecto desgreñado de un león. ¡Manejo duro! No obstante, aquel ante quien los hombres se estremecían, Dios lo estaba recibiendo de vuelta.

8. El faraón, después de perseguir al afligido pueblo de Dios (durante mucho tiempo negado a su Señor), se lanzó a la batalla. Lo hizo después de tantas plagas de advertencia, y por eso en el mar partido pereció. Pereció el faraón, mas no por el movimiento hacia atrás de las olas sino por haber desechado el arrepentimiento y su sierva la penitencia.

9. ¿Por qué debería añadir más toques a estos dos tablones (por así decirlo) de la salvación humana, preocupándome más por el negocio de la pluma que por el deber de mi conciencia? Pecador como soy, y el más necesitado de arrepentimiento, no puedo guardar silencio acerca de aquello que es la cabeza y fuente de la raza humana: la ofensa humana. Adán, restaurado por penitencia a su propio paraíso, no guarda silencio.