GREGORIO DE NACIANZO
Sobre Pentecostés

I

Reflexionemos un poco, hermanos, sobre la fiesta de Pentecostés, para celebrarla espiritualmente. Cada persona tiene su manera de celebrarla, pero al adorador de la Palabra le parece mejor un discurso, y de los discursos, el que mejor se adapte a la ocasión. De todas las cosas bellas, ninguna da tanta alegría al amante de la belleza como que el amante de las fiestas las celebre espiritualmente. Analicemos el asunto así. El judío celebra la fiesta tan bien como nosotros, pero sólo en la letra (pues mientras sigue la ley corporal, no ha alcanzado la ley espiritual). El griego también celebra la fiesta, pero sólo en el cuerpo y en honor a sus propios dioses y demonios (algunos de los cuales son creadores de pasión, según su propia confesión, y otros eran honrados por pasión). Por tanto, la manera de celebrar esta fiesta es apasionada para los judíos y griegos, como si su propio pecado fuera un honor para Dios, en quien su pasión se refugia como algo de lo que enorgullecerse. Nosotros también celebramos la fiesta, pero la celebramos como agrada al Espíritu Santo. A él le complace que la celebremos cumpliendo el deber, ya sea de acción o de palabra. Ésta es, pues, nuestra manera de celebrar la festividad, atesorando en nuestra alma las cosas permanentes y desechando aquellas que son dañinas y ruinosas. En efecto, al cuerpo le basta con su mal, así que ¿qué necesidad tiene ese fuego de más combustible, o esa bestia de más alimento, para hacerlo más incontrolable y demasiado violento para la razón?

II

Debemos celebrar la fiesta espiritualmente. Éste es el comienzo de nuestro discurso para esta solemne festividad. Los hebreos honran el número 7, según la legislación de Moisés (como hicieron los pitagóricos posteriormente con el número 4, por el cual solían jurar, o de igual manera que hacían los simonianos y marcionitas con el número 8 y el número 30, dando con ellos nombre y reverenciando a todo un sistema de eones emanados de estos números). No puedo decir por qué reglas de analogía, o en consecuencia de qué poder de estos números, hacían todos ellos todo esto, pero los honraban. Con todo, una cosa es evidente: que Dios, habiendo creado la materia en 6 días (dándole forma, disponiéndola en diversas formas y mezclas), y habiendo creado este mundo visible presente, en el 7º día descansó de todas sus obras (como lo demuestra el nombre mismo del sabath, que en hebreo significa descanso). Si hay una razón más noble que esta, que otros la discutan. Con todo, este honor que los judíos rinden a los números no se limita sólo a los días, sino que también se extiende a los años. De acuerdo con el sabath, el 7º año es el año de la liberación, y consta no sólo de hebdómadas, sino de hebdómadas de hebdómadas, iguales en días y años. Las hebdómadas de días dan origen a Pentecostés (un día llamado santo entre ellos), y los de años al Jubileo (que también incluye la liberación de tierras, la manumisión de esclavos y la liberación de posesiones adquiridas). Esta nación consagra a Dios no sólo las primicias de la descendencia o de los primogénitos, sino también las de los días y los años. Así, la veneración al número 7 dio origen también a la veneración de Pentecostés, pues multiplicado 7 por 7 se genera 50 menos 1 (el 1º, uno e indestructible). Por supuesto, el sabatismo actual de nuestras almas puede encontrar allí su cese, para que se le dé una porción a 7 y también a 8 (pues así han interpretado este pasaje de Salomón algunos de los nuestros).

III

En cuanto al honor rendido al número 7, hay muchos testimonios, pero nos contentaremos con unos pocos. Por ejemplo, se nombran 7 espíritus preciosos, pues Isaías (Is 11,2) se complace en llamar espíritus a las actividades del Espíritu Santo. Los oráculos del Señor son purificados 7 veces según David, y el justo es librado de 6 tribulaciones y en la 7ª tribulación no es herido (Job 5,19). El pecador es perdonado "no siete veces, sino setenta veces siete" (Mt 18,22), así como Caín fue "vengado siete veces" por su fratricidio, y Lamec "setenta veces siete" (Gn 4,24) por asesino. Dios puso una marca sobre Caín (para declarar su culpa y vergüenza), y éste fue su 7º castigo. Otros explican que desde Caín hasta el diluvio hay 7 generaciones, y que el mundo fue castigado porque el pecado se había extendido por todas partes. No obstante, el pecado de Lamec no pudo ser curado por el diluvio, sino sólo por Aquel que quita el pecado del mundo. Si contamos todas las generaciones desde Adán hasta Cristo, y según la genealogía de Lucas, se encontrará que nuestro Señor nació en la 77ª generación. Por último, los vecinos malvados reciben "siete veces en su seno", y la casa de la sabiduría "descansa sobre siete pilares" (Prov 9,1), y la piedra de Zorobabel está "adornada con siete ojos" (Zac 3,9), y la estéril "da a luz siete hijos" (1Sm 2,5), y Dios es "alabado siete veces al día".

IV

Si repasamos la historia antigua, percibo que Enoc (Jud 14) es el 7º entre nuestros antepasados, y que fue honrado por la traslación. Percibo también que el 21º antepasado, Abraham (Gn 5,22), recibió la gloria del patriarcado, un misterio mayor porque la hebdómada repetida tres veces (7 por 3) resalta ese número. Alguien que sea muy audaz podría aventurarse incluso a venir al nuevo Adán, mi Dios y Señor Jesucristo, quien es contado el 77º desde el viejo Adán que cayó bajo el pecado, en la genealogía regresiva de Lucas (Lc 3,34). Pienso en las 7 trompetas de Josué, el hijo de Nun, y el mismo número 7 de circuitos y días y sacerdotes, por los cuales los muros de Jericó fueron derribados. Y así también los 7 círculos de la ciudad. De la misma manera, hay cierto misterio en las 3 respiraciones del profeta Elías (por las cuales sopló vida en el hijo de la viuda de Sarepta; 1Re 17,21), y en sus 3 inundaciones de la madera (cuando consumió el sacrificio con fuego enviado por Dios, y condenó a los profetas de la vergüenza que no pudieron hacer lo mismo en su desafío), y en las 7 veces mirando la nube impuesta sobre el joven sirviente. Eliseo extendiéndose ese número de veces sobre el hijo de la sunamita, por el cual el estiramiento le fue restaurado el aliento de vida. A la misma doctrina pertenece, creo (si se me permite omitir el candelero de 7 tallos y 7 lámparas del templo) que la ceremonia de la consagración de los sacerdotes duró 7 días (Lv 8,33). El número 7 fue el de la purificación de un leproso y el de la dedicación del templo (1Re 8,6), y en el año 70 el pueblo regresó del cautiverio (2Cro 36,32); para que todo lo que está en unidades pueda aparecer también en décadas, y el misterio de la hebdómada sea reverenciado en un número más perfecto. Pero ¿por qué hablo del pasado lejano? Jesús mismo, que es la perfección pura, pudo en el desierto, con 5 panes, alimentar a 5.000 hombres, y de nuevo con 7 panes a 4.000 hombres. Las sobras recogidas fueron, en el primer caso, 12 canastas llenas, y en el otro 7 canastas. Si lees por ti mismo, notarás muchos números que encierran un significado más profundo del que aparenta superficialmente. No obstante, no es que por ello los hebreos honrasen más el día de Pentecostés, pues nosotros también lo honramos; así como hay otros ritos hebreos que nosotros observamos mejor que ellos, o por nosotros han sido sacramentalmente restablecidos. Dicho lo dicho, a modo de prefacio sobre este día de Pentecostés, procedo a lo que tengo que decir.

V

Celebremos la fiesta de Pentecostés, y la venida del Espíritu, y el tiempo señalado de la promesa, y el cumplimiento de nuestra esperanza. ¡Cuán grande, cuán augusto, es el misterio! Las dispensaciones del cuerpo de Cristo han terminado (o mejor dicho, lo que corresponde a su advenimiento corporal, pues dudo en decir la dispensación de su cuerpo, mientras ningún discurso me convenza de que es mejor haber despojado del cuerpo), y la del Espíritu está comenzando. ¿Qué eran las cosas pertenecientes a Cristo? La Virgen, el nacimiento, el pesebre, las envolturas, los ángeles glorificándolo, los pastores corriendo hacia él, el curso de la estrella, los magos adorándolo y llevándole regalos, el asesinato de los niños por Herodes, la huida de Jesús a Egipto, el regreso de Egipto, la circuncisión, el bautismo, el testimonio del cielo, la tentación, la lapidación por nuestra causa (porque él tuvo que ser dado como un ejemplo para nosotros de soportar la aflicción por la Palabra), la traición, la crucifixión, el entierro, la resurrección, la ascensión; y de estos incluso ahora él sufre muchos deshonores a manos de los enemigos de Cristo. Él lo soportó todo, porque él es paciente, y de aquellos que lo aman él recibe todo lo que es honorable, y él difiere su ira por su bondad y para darles la gracia del arrepentimiento y probar nuestro amor; si no desfallecemos en nuestras tribulaciones (Ef 3,13) y conflictos por la verdadera religión, como lo fue desde antiguo el orden de su divina economía y de sus juicios inescrutables, con los cuales él ordena sabiamente todo lo que nos concierne. Tales son los misterios de Cristo. En lo que sigue, veremos que él será más glorioso todavía. En cuanto a las cosas del Espíritu, que él esté conmigo, y me conceda hablar tanto como desee, según sea la debida proporción a la ocasión. De todos modos, él estará conmigo como mi Señor. Lo estará no con apariencia servil, ni esperando una orden (como algunos piensan), porque él sopla donde quiere, sobre quien quiere y en la medida que quiere (Jn 3,8). Así somos inspirados, tanto al pensar como al hablar del Espíritu.

VI

Quienes reducen al Espíritu Santo al rango de criatura son blasfemos y siervos malvados, y los peores entre los malvados, porque es propio de los siervos malvados despreciar el señorío de su Señor, y rebelarse contra su dominio y hacer de lo libre su consiervo. En cambio, quienes consideran al Espíritu Santo Dios están inspirados por Dios y son ilustres en su mente, y van más allá, y lo exaltan a los oyentes bien dispuestos y lo explican a los humildes sin comprometer las perlas con el barro, ni el ruido del trueno con los oídos débiles, ni el sol con los ojos débiles y el alimento sólido con los que aún consumen leche (Hb 5,12), guiándolos poco a poco hacia lo que está más allá de ellos y elevándolos a la verdad superior, añadiendo luz sobre luz y añadiendo verdad sobre verdad. Por lo tanto, dejaremos el discurso más maduro, para el cual aún no ha llegado el momento, y hablaremos con ellos como sigue.

VII

Si no reconocéis, amigos míos, que el Espíritu Santo es increado, ni tampoco eterno, tal estado mental se debe al espíritu contrario (perdonadme si, en mi celo, hablo con algo de atrevimiento). Si sois lo suficientemente sensatos como para escapar de esta evidente impiedad, y colocáis fuera de la esclavitud a Aquel que os da la libertad, entonces ved por vosotros mismos, con la ayuda del Espíritu Santo, lo que sigue, pues hasta cierto punto sois participantes de él, como almas gemelas. Y si no, mostradme algún término medio entre el señorío y la servidumbre, para que pueda colocar allí el rango del Espíritu. Si rehuís atribuirle servidumbre, no hay duda del rango en el que debéis colocar el objeto de vuestra búsqueda, al estar insatisfechos con las sílabas, y tropezar con las palabras como con una roca de escándalo. Encontrémonos espiritualmente, por tanto, y llenémonos de amor fraternal más que de amor propio. Que el Espíritu Santo nos conceda el poder de la divinidad, y le cederemos el uso del nombre divino. Confesemos con otras palabras la naturaleza que más reverenciamos, y sanaremos como enfermos, porque es vergonzoso y completamente ilógico, cuando tenemos el alma sana, hacer distinciones insignificantes sobre la salud y ocultar este tesoro, como si lo envidiáramos a otros o temiéramos santificar también nuestra propia lengua. De igual manera, es vergonzoso para nosotros condenarnos con las insignificantes distinciones de palabras, o haciendo distinciones insignificantes de letras.

VIII

Confesad conmigo, amigos míos, que la Trinidad es de una sola deidad (o si preferís, de una sola naturaleza), y otorguemos al Espíritu que es Dios. No discutamos sobre las cobardías espirituales, sino sobre las objeciones del diablo. De manera más clara y concisa, permitidme decir: no me pidáis cuentas por mis palabras elevadas (pues la envidia no tiene nada que ver con este ascenso), y no me critiquéis hasta haber logrado por otro camino llegar al mismo lugar de descanso. Yo no busco la victoria, sino ganar hermanos, cuya separación me desgarra. Esto os lo concedo a vosotros, en quienes encuentro esta verdad vital: que sois firmes en cuanto al Hijo. Así pues, ya que poseéis las cosas del Espíritu, recibidlo a él además, para que no sólo os esforcéis, sino que os esforcéis legítimamente (2Tm 2,5), que es la condición para vuestra corona. Que esta recompensa por vuestra conducta os sea concedida, para que podáis confesar al Espíritu perfectamente y proclamar conmigo, y ante todos, lo que os corresponde. Sí, y me aventuraré aún más por vosotros, e incluso expresaré el deseo del apóstol. Tanto me aferro a vosotros, y tanto reverencio vuestro atuendo, y el color de vuestra continencia, y vuestras sagradas asambleas, y vuestra augusta virginidad, y la purificación, y la salmodia que mantenéis toda la noche, y vuestro amor por los pobres y extranjeros, que podría consentir en ser anatema de Cristo, e incluso sufrir algo como condenado, si tan sólo pudiera estar a vuestro lado y glorificar juntos a la Trinidad. De los demás, ¿por qué debería hablar, sino que están claramente muertos (aunque es responsabilidad exclusiva de Cristo resucitarlos, y vivificar a los muertos por su propio poder), infelizmente separados en su lugar (como unidos por su doctrina), peleados entre sí tanto como dos ojos bizcos al mirar el mismo objeto, difiriendo entre sí en la posición (no sólo como bizcos, sino como completamente ciegos). Así pues, ya que he expuesto en cierta medida vuestra postura, venid, volvamos al tema del Espíritu, y seguidme.

IX

El Espíritu Santo siempre existió, existe y existirá. No tuvo principio ni tendrá fin; pero estuvo eternamente alineado y numerado con el Padre y el Hijo. Porque nunca fue apropiado que el Hijo faltara al Padre, ni el Espíritu al Hijo. Porque entonces la deidad se vería despojada de su gloria en su máximo aspecto, pues parecería haber llegado a la consumación de la perfección como por una ocurrencia tardía. Por tanto, él siempre estaba siendo participado, pero no participando; perfeccionando, y no siendo perfeccionado; santificando, y no siendo santificado; deificando, y no siendo deificado. Él siempre es el mismo consigo mismo y con aquellos con quienes está alineado. Es decir, es invisible, eterno, incomprensible, inmutable, sin calidad, sin cantidad, sin forma, impalpable, auto-móvil, eternamente en movimiento, con libre albedrío, auto-poderoso, todopoderoso (aunque todo lo que es del Espíritu es atribuible a la primera causa, así como todo lo que es del Unigénito). Él es vida y dador de vida, luz y dador de luz, bien absoluto, manantial de bondad, recto, principesco, Señor, enviador, separador; constructor de su propio templo. Lo es guiando, trabajando como él quiere, distribuyendo sus propios dones. Él es el Espíritu de adopción, de verdad, de sabiduría, de entendimiento, de conocimiento, de piedad, de consejo, de temor (que se le atribuyen), por quien el Padre es conocido y el Hijo es glorificado y conocido). Él es clase, servicio, adoración, poder, perfección, santificación. ¿Por qué hacer un largo discurso de esto? Todo lo que el Padre tiene, el Hijo también lo tiene, excepto la ingenitura; y todo lo que el Hijo tiene, el Espíritu también lo tiene, excepto la generación. Estos dos asuntos no dividen la sustancia, según mi entendimiento, sino que son divisiones dentro de la sustancia.

X

¿Os esforzáis en presentar objeciones? Lo acepto, pero yo he de continuar con mi discurso. Honrad el día del Espíritu y refrenad vuestra lengua, si podéis. Es el momento de hablar en otras lenguas, así que reverenciadlas o temed, cuando veáis que son de fuego. Enseñemos hoy dogmáticamente, y mañana podremos discutir. Celebremos hoy la fiesta, y mañana tendremos tiempo suficiente para comportarnos de forma indecorosa. Hagamos la primera místicamente, la segunda teatralmente; la una en las iglesias, la otra en el mercado; la una entre los sobrios, la otra entre los borrachos; la una como corresponde a quienes desean vehementemente, la otra, como entre quienes se burlan del Espíritu. Habiendo acabado, pues, con lo ajeno, ahora preparemos a nuestros propios amigos.

XI

El Espíritu Santo obró en los poderes celestiales y angélicos, y en aquellos que fueron primeros después de Dios y en torno a él. De ninguna otra fuente fluye su perfección y su brillo, y la dificultad o imposibilidad de inducirlos al pecado, sino del Espíritu Santo. Más tarde, actuó en los patriarcas y profetas, de quienes los primeros vieron visiones de Dios (o lo conocieron), y los segundos también previeron el futuro, teniendo su parte maestra moldeada por el Espíritu (estando asociados con eventos que aún eran futuros como si fueran presentes, pues tal es el poder del Espíritu). Más tarde, actuó en los discípulos de Cristo (pues omito mencionar a Cristo mismo, en quien habitó, no como energizante, sino como acompañante de su igual), de tres maneras (según pudieron recibirlo) y en tres ocasiones: antes de que Cristo fuera glorificado por la pasión, después de que fuera glorificado por la resurrección; y después de su ascensión (o restauración al cielo, como debamos llamarlo). Esto es algo que manifestó la sanación de los enfermos y la expulsión de los malos espíritus, que no podían existir sin el Espíritu. Lo mismo ocurrió con el soplo sobre ellos después de la resurrección (que fue claramente una inspiración divina) y la actual distribución de las lenguas de fuego (que ahora conmemoramos). Lo primero lo manifestó indistintamente, y lo segundo más expresamente (de forma más perfecta, pues ya no está presente sólo en energía, sino sustancialmente, asociándose con nosotros y morando en nosotros). En efecto, era conveniente que, así como el Hijo vivió con nosotros corporalmente, también el Espíritu apareciera corporalmente, y que tras el regreso de Cristo a su lugar, descendiera a nosotros. Vino porque es el Señor, y fue enviado porque no es un Dios rival. Estas palabras no manifiestan menos la unanimidad que la individualidad separada.

XII

El Espíritu Santo, por tanto, vino sobre nosotros después de Cristo, para que no nos faltara "otro Consolador" (otro, para que pudierais reconocer su co-igualdad con el Hijo). En efecto, el término otro marca un alter ego, un nombre de igual señorío, no de desigualdad. De hecho, otro no se dice de diferentes tipos, sino de cosas consustanciales. Por ejemplo, él vino en forma de lenguas (debido a su estrecha relación con la Palabra) de fuego (tal vez debido a su poder purificador, porque nuestra Escritura sabe de un fuego purificador, como cualquiera que desee puede averiguarlo), debido a su misma sustancia con el Padre y el Hijo. En efecto, nuestro Dios es un fuego consumidor (Hb 12,20) que quema a los impíos (Dt 4,24). Las lenguas fueron hendidas, debido a la diversidad de dones. Y se sentaron para simbolizar su realeza y descanso entre los santos, y porque los querubines son el trono de Dios. Esto tuvo lugar en un aposento alto (espero no parecerle a nadie demasiado tedioso), porque quienes lo recibirían ascenderían y serían elevados sobre la tierra, y también porque ciertos aposentos superiores están cubiertos de aguas divinas, por las cuales se cantan las alabanzas de Dios. Jesús mismo, en un aposento alto, dio la comunión del sacramento a quienes estaban siendo iniciados en los misterios superiores, para que así se pudiera mostrar por un lado que Dios debe descender a nosotros (como antiguamente con Moisés). Por otro lado, debemos ascender a él, para que exista una comunión de Dios con los hombres, mediante una fusión de dignidad. De hecho, mientras uno y otro permanezcan en su propio nivel (uno en su gloria y el otro en su humildad), la bondad de Dios no podrá mezclarse con nosotros, y su amorosa bondad será incomunicable, y habrá un gran abismo entre ellos, que no podrá ser cruzado, y que separa no sólo al rico de Lázaro y del seno de Abraham que anhela, sino también las naturalezas creadas y cambiantes de aquello que es eterno e inmutable.

XIII

El Espíritu Santo fue proclamado por los profetas, en pasajes como los siguientes: "El Espíritu del Señor está sobre mí" (Is 61,1), y: "Reposarán sobre él siete espíritus", y: "El Espíritu del Señor descendió y los guió", y: "El espíritu de conocimiento llenando a Bezaleel, el maestro constructor del tabernáculo" (Ex 31,3), y: "El Espíritu provocando a la ira" (Is 63,10), y: "El Espíritu llevando a Elías en un carro" (2Re 2,11), y: "Buscado en doble medida por Eliseo", y: "David guiado y fortalecido por el Espíritu bueno y principesco", y: "En los últimos días que derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y sobre sus hijos y sobre sus hijas" (Jl 2,28). Más adelante, el Espíritu Santo fue proclamado por Jesús, siendo glorificado por él y devolviéndole la gloria, como él fue glorificado por el Padre y glorificó a él (Jn 14,16). ¡Cuán abundante fue esta promesa! Él permanecerá para siempre y permanecerá con ustedes, ya sea ahora con aquellos que en la esfera temporal son dignos, o en el futuro con aquellos que son considerados dignos de ese mundo, cuando lo hayamos guardado completamente durante nuestra vida aquí, y no lo hayamos rechazado en la medida en que pecamos.

XIV

El Espíritu Santo compartió con el Hijo la obra tanto de la creación como de la resurrección, como se puede mostrar en esta Escritura: "Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, y todo su poder por el aliento de su boca", y: "El espíritu de Dios que me hizo, y el aliento del Todopoderoso que me enseña" (Job 33,4), y: "Enviarás tu Espíritu y serán creados, y renovarás la faz de la tierra", y: "Él es el autor de la regeneración espiritual". No obstante, aquí está tu prueba: "Nadie puede ver ni entrar en el reino, a menos que nazca de nuevo del Espíritu" (Jn 3,3) y sea purificado del primer nacimiento, que es un misterio de la noche, mediante una remodelación del día y de la luz, por la cual cada uno es creado de nuevo individualmente. Este Espíritu es sapientísimo y amoroso (Sb 1,6). Si toma posesión de un pastor, lo hace salmista, sometiendo a los malos espíritus con su cántico (1Sm 16,23), y lo proclama rey. Si posee un cabrero y raspador de sicómoros (Am 7,14), lo hace profeta (y si no, recordad a David y Amós). Si posee un joven apuesto, lo hace juez de ancianos, incluso más allá de su edad (como testifica Daniel, quien conquistó a los leones en su foso; Dn 6,22). Si toma posesión de los pescadores, les hace atrapar al mundo entero en las redes de Cristo, recogiéndolos en las mallas de la Palabra (y si no, mirad a Pedro y Andrés y a los hijos del trueno, tronando las cosas del Espíritu). Si los publicanos les aprovecha para el discipulado, los hace mercaderes de almas (de lo que es testigo Mateo, ayer publicano, hoy evangelista). Si se trata de perseguidores celosos, él cambia la corriente de su celo y los convierte en Pablo en lugar de Saulo, tan llenos de piedad como los halló llenos de maldad. En éste último, es el Espíritu de mansedumbre, y sin embargo, es provocado por quienes pecan. Demostremos, pues, que él es manso, no iracundo, al confesar su dignidad; y no deseemos verlo implacablemente iracundo. Él también es quien me ha hecho hoy un valiente heraldo para vosotros (sin descanso para mí, y con riesgo de su persona). ¿Para qué? Para que, en un caso, perdone a quienes nos odian, y en el otro me consagre a la predicación del evangelio.

XV

En Pentecostés, los apóstoles hablaban en lenguas extrañas, no las de su tierra natal. La maravilla era grande, al tratarse de un idioma hablado por quienes no lo habían aprendido. Esto fue una gran señal es para los incrédulos (1Cor 14,22), a forma de acusación, como está escrito: "En otras lenguas y con otros labios hablaré a este pueblo, y ni aun así me escucharán a mí, dice el Señor" (Is 28,11). No obstante, los incrédulos lo oyeron. Detengámonos un momento, y planteemos una pregunta: ¿Cómo se deben dividir las palabras?, pues la expresión tiene una ambigüedad, que se determinará por la puntuación. ¿Oyeron cada uno en su propio dialecto, de modo que, si se me permite decirlo, se pronunció un solo sonido, pero se oyeron muchos; el aire siendo así batido y, por así decirlo, los sonidos produciéndose más claros que el sonido original; ¿O debemos detenernos después de que oyeron, y luego añadir que hablaron en sus propios idiomas a lo que sigue, de modo que hablarían en sus propios idiomas a los oyentes, lo cual sería extraño para los hablantes? Prefiero expresarlo así, pues en el otro plan el milagro sería más de los oyentes que de los hablantes, mientras que en este caso sería del lado de los hablantes. En efecto, si los apóstoles fueron reprochados por embriaguez, es evidentemente que fueron ellos los que, por el Espíritu, obraron un milagro (el asunto de las lenguas), y no los oyentes.

XVI

Así como la antigua confusión de lenguas fue loable, cuando hombres que hablaban un solo idioma en maldad e impiedad construían la torre (pues por la confusión de su lenguaje se rompió la unidad de su intención y se destruyó su empresa), tanto más digno de alabanza es el milagro actual, pues al ser derramado por un solo Espíritu sobre muchos hombres, los restablece en armonía. Y existe una diversidad de dones que necesita otro don para discernir cuál es el mejor, donde todos son dignos de alabanza. Y también podría llamarse noble esa división de la que David dice: "Ahoga, oh Señor, y divide sus lenguas". ¿Por qué? Porque amaban todas las palabras de ahogamiento, la lengua engañosa. Donde prácticamente acusa expresamente a las lenguas de la actualidad que separan la deidad. Hasta aquí llegamos sobre este punto.

XVII

Dado que las lenguas se dirigieron a los habitantes de Jerusalén (judíos, partos, medos, elamitas, egipcios, libios, cretenses, árabes, mesopotámicos y mis propios capadocios), y a los judíos de la diáspora (de todas las naciones bajo el cielo allí reunidos), vale la pena ver quiénes eran y de qué cautiverio. El cautiverio en Egipto y Babilonia estaba limitado, y había terminado hacía mucho tiempo con el retorno a Israel. El cautiverio bajo los romanos, que se impuso por su audacia contra nuestro Salvador, aún no había sucedido, aunque estaba próximo. Queda, pues, por entender el cautiverio bajo Antíoco de Siria, que ocurrió no mucho antes. Si alguien no acepta esta explicación, por ser demasiado elaborada (dado que este cautiverio no era antiguo ni estaba extendido por todo el mundo), y busca una más fiable, quizás la mejor manera de interpretarlo sería la siguiente: la nación fue desplazada muchas veces (como relató Esdras), y algunas tribus fueron recuperadas, y otras quedaron atrás (probablemente, dispersas como estaban entre las naciones), y otras habrían estado presentes y compartido el milagro de Pentecostés.

XVIII

Estas cuestiones han sido examinadas previamente por los estudiosos, y cualquier otra contribución que alguien pueda realizar hoy se unirá a la nuestra. No obstante, ahora es nuestro deber disolver esta asamblea, pues ya se ha dicho lo suficiente. La fiesta de Pentecostés nunca debe ser interrumpida, ni ahora (con nuestros cuerpos) ni más adelante (de forma totalmente espiritual, desde aquel lugar en que veremos las razones de estas cosas con mayor pureza y claridad), en el Verbo mismo, en Dios y en nuestro Señor Jesucristo, la verdadera fiesta y regocijo de los salvados.