TERTULIANO DE CARTAGO
Sobre la Persecución
I
1. Hermano Fabio, últimamente me has preguntado, porque nos han llegado algunas noticias, si debemos o no huir durante una persecución. Habiendo hecho algunas observaciones en el lugar de los hechos, también yo me percaté de la rudeza de algunas personas, y eso me llevó a sacar una conclusión negativa. También me llevó a interesarme por el asunto e iniciar un estudio sobre los hechos, con la intención de exponerlo más completamente con mi pluma. El estado de los tiempos es lo que, por sí solo, más me ha presionado. A medida que nos amenazan persecuciones cada vez más numerosas, tanto más estamos llamados a reflexionar seriamente sobre cómo debemos recibirlas en la fe, y todo lo que en ellas nos concierne, con tal de cumplir con nuestro deber de servir al Consolador, guía de toda verdad.
2. He aplicado un tratamiento metódico a la investigación, y creo que lo primero que debemos decidir es cómo se encuentra el asunto con respecto a la persecución misma, y si viene sobre nosotros de Dios o del diablo. Esto es lo primero que hay que discernir, para que con la menor dificultad podamos pisar terreno firme y afrontar nuestros deberes. Todo conocimiento es más claro cuando se sabe dónde tiene su origen. De hecho, basta con establecer (sin perjuicio de todo lo demás) si algo procede de la voluntad de Dios, o no procede de él. Esto nos ayudará para no desviarnos del tema, y nos dará libertad para afrontar el resto de discusiones. Por tanto, sabiendo si el mal proviene de Dios, o del diablo, en adelante seremos enteramente libres.
3. La cuestión que nos ocupa es la persecución. Respecto a esto, déjame decir que nada sucede sin la voluntad de Dios. Sobre esta base, la persecución es especialmente digna de Dios, y por tanto necesaria para aprobar o rechazar a sus siervos profesantes. De hecho, ¿cuál es el resultado de la persecución, sino la aprobación o el rechazo de la fe, respecto de lo cual el Señor ciertamente zarandea a su pueblo? La persecución, mediante la cual uno es declarado aprobado o rechazado, es lo que permite juzgar al Señor. Sí, juzgar, porque juzgar es algo propio de Dios.
4. La persecución, desde esa perspectiva, es el abanico capaz de limpiar la era del Señor (es decir, la Iglesia), aventando el montón mezclado de creyentes y separando el grano (de los mártires) de la paja (de los negadores). También puede ser como esa escalera con la que soñaba Jacob, que unos aprovechaban para subir a lugares más altos, y otros para bajar a lugares más bajos.
5. La persecución puede verse como una contienda, mas ¿quién proclama el conflicto, sino Aquel que ofrece la corona y las recompensas? En el Apocalipsis se encuentra el edicto de Dios, que establece recompensas para incitar a la victoria, sobre todo a aquellos cuya distinción es la de vencer en la persecución, y que "no sólo luchan contra la carne y la sangre, sino contra los espíritus del mal". Así pues, la decisión de la contienda pertenece a ese glorioso Árbitro, que nos llama al premio y a la contienda.
6. Lo más importante en la persecución es la promoción de la gloria de Dios, a través de lo que él prueba o desecha, pone o quita. No obstante, sólo da gloria de Dios lo que sucede por su voluntad, así como lo que aumenta nuestro temor y confianza en él. ¿Encajan estas piezas en una persecución? Sí, pues ¿cuándo va a ser más fuerte la confianza en Dios, y un mayor temor de él, que cuando estalla la persecución?
7. La Iglesia está estupefacta, y esto puede hacerla más celosa en su preparación, y mejor disciplinada en los ayunos, y más provechosa en las reuniones y oraciones, y más humilde en la bondad y el amor fraternal, en la santidad y la templanza. En una persecución no hay lugar más que para el temor y la esperanza. Así que tan sólo puede mejorar a los siervos de Dios, en caso de no ser imputada al diablo.
II
1. Si la injusticia no es de Dios, sino del diablo, y la persecución se basa en una injusticia (como rebajar al nivel de viles criminales a los obispos del Dios verdadero, o poner en duda la veracidad de los seguidores de la verdad), la persecución parece proceder del diablo, y es por él por quien se perpetra dicha persecución. Esto debemos saberlo, pues la fe no puede ser probada por Dios a través de una injusticia.
2. La injusticia promociona la enemistad, a forma de venganza, mientras que que la justicia da ocasión de atestiguar al supuesto enemigo. La injusticia oprime al débil y al malvado por las malas, mientras que la justicia defiende al débil e investiga al malvado por las buenas. A este respecto, "Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a los fuertes, y lo necio del mundo para avergonzar su sabiduría". En definitiva, todo lo que procede de la injusticia es obra del diablo.
3. Satanás no puede hacer nada, contra los siervos de Dios, a menos que el Señor le conceda permiso (ya sea para derrocar al mismo Satanás, por la victoria de los elegidos, o ya sea para derrotar al mundo, avergonzando a todos los apóstatas y siervos del diablo). Tenemos el caso de Job, a quien el diablo no habría podido someterlo a prueba, ni tampoco someter sus bienes, a menos que el Señor le hubiera dicho: "Pongo sus bienes a tu disposición, pero no extiendas tu mano contra él". Fíjate bien, hermano: "Te lo entrego, con tal que conserves su vida". Esta es la persecución que permite y procede de Dios.
4. El mismo Cristo pidió al Padre para los apóstoles la oportunidad de tentarlos, a excepción de una sola cosa, que es la que Jesús anuncia a Pedro: "Satanás os pedía zarandearos como a grano, pero yo he orado por vosotros, para que vuestra fe no falte". Es decir, que no se ponga en peligro la fe del cristiano perseguido. Así pues, tenemos dos elementos en la persecución admitida por Cristo: que se zarandee a los creyentes, y que no se toque la fe. La persecución que no respeta esos dos principios, por tanto, no procede de Cristo sino del diablo. Si el Hijo de Dios tiene absolutamente confiada la protección de la fe, implorándola al Padre, de quien "recibe todo el poder en el cielo y en la tierra", ¡cuán completamente fuera de cuestión es que el diablo haya decidido atacar la fe, para atacar así su propio poder!
5. En la oración que se nos prescribe se cumplen estos dos principios. En primer lugar, le decimos al Padre "no nos dejes caer en la tentación", pero no que nos exima de ella. ¿Por qué? Porque la persecución es una tentación, pero puede provenir de la voluntad de Dios. En segundo lugar, le decimos al Padre: "Líbranos del maligno". Es decir, no nos entregues al Maligno, ni a lo procedente del Maligno, sino líbranos de ambas cosas (incluida la persecución promovida por el diablo).
6. La legión del diablo no habría tenido poder sobre la piara de cerdos si no lo hubiera obtenido de Dios. Pues bien, si tan lejos está él de tener poder sobre los cerdos, ¡cuánto más lo estará de tenerlo sobre las ovejas de Dios! Y si Dios puede contar hasta los pelos de cada cabeza, ¡cuánto más estará pendiente de los pelos de los hombres santos!
7. El diablo, hay que reconocerlo, parece tener poder. Pero ese poder no es suyo, sino que se lo apropia y lo exhibe a los que no conocen a Dios. No obstante, no es él quien domina las naciones, sino Dios, pues como dice la Escritura "las naciones con contadas por Dios como gota de un cubo" (aunque a veces se las entregue al diablo, como saliva de su boca, o polvo salido de la era, "para su perdición").
8. Contra la casa de Dios, y los que pertenecen a la casa de Dios, el diablo no puede hacer nada por derecho propio, sino tan sólo en el caso que Dios le permita tocarlos, y bajo las condiciones que se lo permita, como recuerdan las Escrituras. O bien se lo permite con miras a su aprobación, a través de juicios e impugnaciones (como en el caso de Job), o bien se lo concede para conseguir su reprobación, a través de un castigo (como en el caso de Saúl). En efecto, dice la Escritura que "el Espíritu del Señor se apartó de Saúl, y un espíritu maligno procedente del Señor lo turbaba y lo sofocaba". Lo más común que permite Dios, a través del demonio, es la humillación, como nos dice el apóstol: "He recibido un aguijón en la carne, y un mensajero de Satanás, para abofetearme". Esto es lo que Dios permite especialmente a los hombres santos, para que la fuerza de la paciencia se perfeccione en la debilidad.
9. El mismo apóstol Pablo entregó a Figelo y a Hermógenes en manos de Satanás, para que, mediante el castigo, aprendieran a no blasfemar. Ves, pues, hermano, que el diablo recibe ciertos poderes de Dios para perseguir a los siervos de Dios, para que por su medio consigan éstos lo que ellos hubieran estado lejos de conseguir por sus propias luchas.
III
1. Estos últimos casos, los que Dios permite al diablo por propia voluntad divina, son los que ocurren en la mayoría de las persecuciones, y son los más difíciles de valorar. Sobre todo porque unos tienen más pruebas (castigos, aguijones, abusos...) que otros, y unos son más débiles que otros, y no tiene todo una ocurrencia general.
2. Lo que hay que saber aquí es ofrecer lo que cada uno sufre (sus batallas), en pro de la causa general (la guerra por la fe), y que esto ha sido permitido u ordenado por ese Dios que dice: "Yo establezco la paz o declaro la guerra". ¿Qué otra guerra tiene nuestra paz, sino la persecución? Si toda persecución trae enfáticamente consigo vida o muerte, heridas o curaciones, aquí tenemos al autor de esto: el mismo Dios que dice: "Yo hiero y sano, yo doy la vida y la muerte".
3. En concreto, esto es lo que dice Dios: "Los quemaré como se quema el oro, y los probaré como se prueba la plata". Cuando la llama de la persecución nos consume, por tanto, es cuando la firmeza de nuestra fe queda probada. Los dardos de fuego vendrán del diablo, pero no son suyos sino prestados por Dios, para probar la fe y saber qué ministerio hay que quemar o encender; según la voluntad de Dios.
4. De esto no sé quién puede dudar, sino esas personas que, con una fe frívola y frígida, en muchos casos se reúnen en la Iglesia. Esto es lo que tú mismo me dices, cuando observas que nos reunimos al mismo tiempo pero sin orden, y acudimos en gran número pero sin conocernos. Por lo visto, esto induce a los paganos a preguntarse acerca de nosotros, y despierta sus ansiedades. Pues bien, a esos cristianos me dirijo yo ahora: ¿No sabéis que Dios es Señor de todo? Así, si la voluntad de Dios es que sufráis persecución, que así sea. Y si no, que los paganos se queden quietos. Cree esto con toda seguridad, hermano: No cae un gorrión al suelo, ese que se compra por un centavo, sin que lo permita Dios. Además, nosotros valemos mucho más que un gorrión.
IV
1. Si es evidente de quién proviene la persecución, podemos de inmediato solventar las dudas y decidir, tan sólo con estas observaciones introductorias, si los cristianos deben o no deben huir en ella. Si la persecución procede de Dios, de ninguna manera será nuestro deber huir, pues tendrá una noble razón y no podrá evitarse ni eludirse. No deberá evitarse porque es buena, y porque aquello en lo que Dios haya puesto sus ojos ha de ser bueno. Con esta idea, quizás, se haya hecho esta afirmación en el Génesis: "Dios vio que era bueno". No porque hubiera ignorado Dios su bondad (a menos que no lo hubiera visto), sino para indicar que era bueno porque era visto por Dios.
2. Alguno me dirá: Hay muchos eventos que suceden por la voluntad de Dios, y suceden para daño de alguien. Por supuesto, mas ¿qué es divino, y no razonable?, o ¿qué es bueno, y no divino? Puede que, a la aprehensión universal de la humanidad, esto le parezca un mal, pero a esa humanidad le digo yo: La aprehensión del hombre no predetermina la naturaleza de las cosas, pues ni siquiera puede aprehenderlas. En efecto, cada naturaleza es una realidad determinada, y depende de la capacidad perceptiva percibirla tal como existe. Si algo parece bueno a Dios (pues no hay nada de Dios que no sea bueno, porque es divino y razonable), y sólo parece malo a la facultad humana, ¿qué sería lo correcto, en su estado natural? ¿O es que la naturaleza de la castidad es algo malo, por malo que parezca a muchos? ¿Acaso por este motivo se va a sacrificar la naturaleza real, en vistas al sentido de la percepción?
3. Por sí misma, la persecución es buena, y si procede de un nombramiento divino siempre es razonable. No obstante, aquellos a quienes les llega como castigo no lo sienten agradable. Por ejemplo, el castigado puede percibir que la persecución le mete en un camino desagradable, mientras que Dios percibe que la persecución le está asegurando la salvación. ¿Ves, pues, como la persecución procedente de Dios conduce a un fin bueno, parezca irracional o razonable? Respecto a lo que es razonable, ¿qué más racional hay que algo saque del mal y conduzca al bien?
4. La persecución sólo será buena, y razonable, si tiene una base natural. ¿Por qué? Porque no es razonable evitar lo que es bueno, y es pecado rechazar lo que es bueno. Además, lo que Dios ha mirado ya no puede evitarse, y de su voluntad no es posible escapar. Por tanto, los que piensan huir, o reprochan a Dios haber hecho el mal, y huyen de la persecución como si fuera un mal, están esquivando lo que es bueno. O a lo mejor se consideran más fuertes que Dios, e imaginan que podrán esquivar los eventos que Dios tiene decretados.
V
1. Alguno dice: Huyo de lo que me corresponde hacer, para no perecer. A Dios le corresponde llevarme, y no a un tribunal. Bien, pero respóndeme a esto: ¿Estás seguro de que lo negarás, si no huyes? ¿Y si lo niegas, mientras huyes? Si estás seguro de lo primero, ya lo has negado, porque presuponer que lo negarás te entregará a aquello sobre lo que has hecho tal presuposición. En vano, pues, huirás, para evitar negar, pues en la intención ya lo has negado.
2. Si dudas sobre este punto, ¿por qué, en la incertidumbre de tu miedo, oscilando entre las dos diferentes cuestiones, no supones que eres más bien capaz de confesar tu fe, y así disipas tus dudas en vez de disiparlas con la opción contraria? ¿No puedes huir, como un fugitivo? ¿Y por qué no permanecer, como un confesor? Ambas son las dudas, e igual de plausibles son las dos opciones. El asunto es así: o tenemos ambas cosas en nuestro propio poder, o ambas dependen totalmente de Dios. Si nos corresponde confesar o negar, ¿por qué no optamos por lo más noble, en vez de lo más mezquino?
3. Si el asunto está totalmente en manos de Dios, ¿por qué no lo dejamos a su voluntad, reconociendo en ello su fuerza y poder? De esta manera, él podría protegernos (si nos quedamos), mientras que nosotros no podríamos protegernos a nosotros mismos (si huimos). Además, ¿seguiríamos viviendo en adelante en el corazón del pueblo cristiano, si huimos "para no perecer"?
4. Si sabes que Dios puede traerte de regreso de la huída, ¿no sería hacerle una gran deshonra desesperar de su poder para protegerte, si te quedas? Y si lo que haces es confiar en tus propias fuerzas (para huir), ¿por qué no confías en ti mismo, a la hora de quedarte? Es mejor, por tanto, conservar nuestra posición de sumisión a la voluntad de Dios, que huir por nuestra propia voluntad.
5. El santo mártir Rutilio, después de haber huido muchas veces de la persecución de un lugar a otro, y de haber comprado con dinero su completa seguridad (como él pensaba), finalmente fue apresado inesperadamente, y llevado ante el magistrado. Allí fue torturado y cruelmente destrozado, y después fue arrojado a las llamas. Así fue como tuvo que pagar a Dios el sufrimiento que había evitado, y la misericordia final que Dios mostró con él con vistas a su salvación. ¿Qué más quiso el Señor mostrarnos con este ejemplo, sino que no debemos huir de la persecución, porque de nada nos sirve si Dios lo desaprueba?
VI
1. Alguno dice: Yo cumplo la orden de huir de ciudad en ciudad. Eso mismo es lo que han sostenido siempre los prófugos, y muchos cristianos que no han querido comprender el significado de aquella declaración del Señor, sino usarla como manto de su cobardía. Veamos, por tanto, los tiempos y razones a los que se aplica especialmente esta declaración. En concreto, lo que dice el Señor es: "Cuando os persigan en una ciudad, huid a otra".
2. Esta frase va dirigida especialmente a los apóstoles, y a sus tiempos y circunstancias, como lo demostrarán las siguientes frases que sólo convienen a los apóstoles: "No vayáis por el camino de los gentiles", y: "No entréis en ciudad de samaritanos, sino id más bien a las ovejas descarriadas de la casa de Israel".
3. Para los que no eran apóstoles, el camino de los gentiles (y sus ciudades) siempre ha estado abierto, ya que en él fueron hallados y en él siguieron caminando, sin exceptuar ninguna ciudad. Es lo que San Pablo comenzó a hacer, predicando por todo el mundo y por todas las naciones, sin reparo alguno por Israel.
4. Para todos los cristianos, por tanto, nunca han sido negados los caminos del mundo, e incluso ninguno de nosotros ha sido enviado a predicar a Israel. De hecho, ningún cristiano ha sido llevado nunca a los concilios judíos, ni ha sido azotado en las sinagogas judías, sino solamente somos citados ante los magistrados y tribunales romanos.
5. Las circunstancias de los apóstoles requirieron aplicar, por tanto, el mandato de huir, dentro del territorio de Israel. ¿Por qué? Porque siendo su misión "predicar a las ovejas descarriadas de Israel", y siendo esta primera misión totalmente necesaria, había de cumplirse cabalmente, a través tan sólo de ellos. ¿Por qué? Porque "no está bien echar el pan de los hijos a los perros", sino echarlo primero a los hijos. Por eso mandó el Señor a los apóstoles huir de una ciudad a otra de Israel, no para eludir el peligro sino para cumplir estrictamente esta ineludible obligación de Dios. De hecho, para otro tipo de predicaciones no prescribió el Señor este precepto, sino sufrir y aguantar persecuciones por causa del evangelio.
6. Por todo ello, el Salvador dijo a los apóstoles "no pasaréis por todas las ciudades de Israel". Es decir, que limitó la orden de huir a los límites de Israel y de esa primera predicación. Respecto a nosotros, ningún mandamiento nos ha prescrito nunca que nuestra esfera de predicación sea específicamente, sobre todo "ahora que el Espíritu Santo ha sido derramado sobre toda carne".
7. Pablo y los mismos apóstoles, conscientes del precepto del Señor, dieron este solemne testimonio ante los judíos, diciendo: "Era necesario que la palabra de Dios os fuera entregada a vosotros primero, mas como lo habéis rechazado, y no os habéis creído dignos de la vida eterna, nos vamos a los gentiles". Después de predicar a toda Israel, por tanto, los apóstoles desviaron sus pasos, y entraron por el camino de los gentiles, y entraron en las ciudades de los samaritanos, y se extendieron por toda la tierra, y en cada sitio aguantaron el peso de la persecución.
8. Alguno me preguntará: Cuando los apóstoles pusieron un pie en el camino de los gentiles, y entraron en las ciudades de los samaritanos, ¿por qué cesó la orden de huir? ¿Habían llegado a su fin? No, esa orden no tenía que ver con los apóstoles, sino con Israel, y con lo necesario que era que toda Israel ("de pueblo en pueblo") conociese bien al Salvador y tuviese a su alcance la plenitud. Por tanto, una vez concluida, exitosamente, esa misión, ya las instrucciones para esa misión habían cesado. De hecho, cuando los apóstoles pasaron a los gentiles empezaron gustosamente a sufrir, y no fueron predicando "de pueblo en pueblo" por un mismo territorio.
9. Pablo, que había huido de la persecución al ser bajado del muro, ya que hacerlo era en ese momento una cuestión de mando, cuando previó que su mandato había llegado a su fin no cedió a las ansiedades de los discípulos (que le rogaban con insistencia que no se arriesgara en Jerusalén, debido a los sufrimientos que le esperaban y a lo que Agabo había predicho), sino que hizo todo lo contrario, diciendo: "Quisiera no sólo sufrir prisiones, sino también morir en Jerusalén, por el nombre de mi Señor Jesucristo".
10. Los cristianos de Jerusalén dijeron a coro: "Hágase la voluntad del Señor". ¿Cuál fue la voluntad del Señor? Ciertamente, que no huyera ya de la persecución, pues él sí podría haber huido y aducido que ésa era la voluntad previa del Señor (en la que él le había ordenado la huida).
11. En definitiva, en los días de los apóstoles, y para los apóstoles, el mandamiento de huir fue temporal, como lo eran también las demás cosas que al mismo tiempo se ordenaban. Aquel mandamiento cesó ya con los apóstoles, y no continua ya con nosotros, pues fue expedido especialmente para ellos. De hecho, si el Señor quisiera que continuara, habrían hecho mal los apóstoles, cuando no huyeron al final.
VII
1. Veamos ahora si también el resto de las ordenanzas de nuestro Señor concuerdan con una orden duradera de huir. En primer lugar, si la persecución proviene de Dios, ¿qué debemos pensar de él mismo, si al mismo tiempo nos la provoca y nos ordena huir? Porque si quisiera que se eludiera, más le valdría no haberla enviado, para que no pareciera que su voluntad fuera frustrada por otra voluntad. En segundo lugar, ¿quería que sufriéramos persecución, o que huyéramos de ella? Y si huir, ¿cómo sufrir? Y si sufrir, ¿cómo huir? De hecho, ¡qué absoluta inconsistencia habría en los decretos de aquel que ordena huir e insta a sufrir, siendo ambas cosas todo lo contrario!
2. Dice el Señor que "al que me confiese, yo también le confesaré delante de mi Padre", luego ¿cómo lo confesaré si huyo, o cómo huiré si lo estoy confesando? Dice el Señor que "del que se avergüence de mí, yo también me avergonzaré de él delante de mi Padre", luego si evito sufrir, me estoy avergonzando de confesar. Dice el Señor que "felices son los que padecen persecución por causa de mi nombre", luego son desdichados aquellos que, huyendo, no quieren sufrir según el mandato divino. Dice el Señor que "el que persevere hasta el fin se salvará", luego ¿cómo nos puede mandar huir, si quiere que perseveremos hasta el fin? Si opiniones tan opuestas entre sí no concuerdan con la dignidad divina, esto prueba claramente que la orden de huir tenía, en el momento en que fue dada, una razón propia: la que ya he señalado sobre los doce apóstoles.
3. El Señor, previendo la debilidad de algunos de su pueblo, en su bondad les sugirió el refugio. De esta manera los protegió, pues ¡qué protección tan vil, indigna y servil, hubiera sido insistir en perseguir a quienes él sabía que eran tan débiles! A estos débiles, Jesucristo no aconsejó huir de sus perseguidores, pero sí temerles (en el sentido de buscar refugio). En concreto, esto es lo que dijo: "No temáis a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden hacer nada contra el alma. Temed más bien a aquel que puede destruir el cuerpo y el alma en el infierno".
4. A pesar de permitirles ese refugio, ¿qué es lo que dice el Señor a los temerosos? Para empezar, esta recriminación: "El que quiere valorar su vida más que a mí, no es digno de mí, y el que no toma su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo". Pasado el tiempo, y de persistir los temerosos en esa cobardía, ¿qué es lo que dice el Señor a los temerosos? Según el Apocalipsis, no propone a los temerosos la huida, sino una porción miserable entre los demás desterrados: el "lago de azufre y fuego, que es la muerte segunda".
VIII
1. El mismo Jesús huyó a veces de la violencia, pero por la misma razón que le había llevado a mandar a los apóstoles que lo hicieran. Es decir, para poder cumplir en Israel su ministerio de enseñanza. De hecho, cuando estuvo consumado ese ministerio, ni siquiera quiso obtener del Padre la ayuda de las huestes de ángeles, criticando también la espada de Pedro.
2. El mismo Jesús reconoció, en cierto momento, que "mi alma está turbada hasta la muerte" y que "la carne débil". No obstante, con estas palabras estaba aludiendo a que hacía suyos los problemas del alma y la debilidad de la carne, mostrando que ambas sustancias eran en él verdaderamente humanas (no sea que alguien pensara que su carne y alma fuesen diferentes de los nuestros, como piensan algunos locos de hoy en día). También lo dijo para que nadie pensase que fue por una exhibición de ambos estados por lo que él tenía tal poder, y no por su naturaleza divina.
3. Jesús puso a nuestra disposición, por tanto, su espíritu, para que mirando respectivamente la naturaleza de ambas sustancias (alma y carne) nos percatásemos que lo que estaría con nosotros es la fuerza de su espíritu, junto a la debilidad de la carne y turbaciones del alma. Lo hizo para que nadie huya poniendo como excusa la debilidad de su carne (como está hoy de moda), ocultando la fuerza del espíritu.
4. Jesús dijo al Padre: "Si es posible, pasa de mí esta copa" (la del sufrimiento). Bien, aquí te pido un favor, hermano: que esperes un momento, antes de replicar, pues aquí está lo que dijo Jesús a continuación: "Que no se haga mi voluntad, sino la tuya". Así pues, si huyes (quedándote en la primera súplica), ¿cómo harás la segunda petición? Si tú mismo te quitas la ropa, antes de tiempo, y sales corriendo, ¿cómo te va a vestir Dios?
IX
1. Los apóstoles siguieron en todo la voluntad de Dios, y no olvidaron ni omitieron nada del evangelio. De hecho, ¿no tenían que "acabar con la última de las ciudades de Judá, antes de que Jerusalén fuese destruida"? ¿Y no es eso lo que hicieron? ¿No era ese el mandato de Jesús, a través de la huida "de una ciudad a otra" en Israel? De hecho, cuando se aventuraron a los confines de la tierra, y a las islas remotas, empezaron a relatar en sus cartas a las iglesias cómo ellos mismos estaban siendo recluidos.
2. Pablo pide que apoyemos a los débiles, pero no a los que huyen, pues ¿cómo podemos ayudar a los que están ausentes? En concreto, el apóstol dice que hay que apoyar a las personas que en algún lugar han cometido una falta por debilidad de su fe, del mismo modo que ordena consolar a los pusilánimes. Sin embargo, nunca dice que deban ser enviados al exilio. Cuando Pablo nos insta a "no dar lugar al mal", no ofrece la opción de la huida, sino que sólo enseña que la pasión debe mantenerse bajo control. Si dice que es necesario "aprovechar el tiempo, porque los días son malos", lo que él quiere es que consigamos alargar sabiamente la vida, y no aprovechar el tiempo para huir. Además, el que nos manda que "brille así vuestra luz ante los hombres" no nos manda escondernos de la vista, como hijos de las tinieblas. Él que nos manda "permaneced en pie ante" no quiere que actuemos en sentido contrario (es decir, huyendo). El que nos pide "tened ceñida la cintura, aguardando" no quiere fugitivos del evangelio. Además, el mismo que señala las armas que las personas que pretenden huir no necesitarían, es el mismo que señala "el escudo para apagar los dardos del diablo, resistiéndole firmes en la fe" .
3. Juan también enseña que debemos "dar la vida por los amigos", y que debemos hacerlo "para el Señor", cosa que no pueden cumplir los que huyen. Consciente de la revelación que había recibido, en la que había oído el destino de los temerosos, y hablando desde su conocimiento personal, el apóstol Juan nos advierte que el miedo debe ser desechado. En concreto, esto es lo que dice: "No hay temor en el amor, pues el amor perfecto arroja de sí el temor, ya que el temor trae tormento" (el fuego del lago, sin duda), y: "El que teme no es perfecto en el amor". Así pues, ¿quién huirá de la persecución, sino el que teme? ¿Y quién temerá, sino el que no ha amado?
4. Si pedís consejo al Espíritu, ¿qué prueba tenéis más que ésta? Porque esto es "lo que el Espíritu ha dicho a las iglesias". De hecho, el Apocalipsis incita al martirio, porque el Espíritu no quiere que huyamos de él, y sí que hagamos mención de ello. Si estáis expuestos a la infamia pública, dice Juan, "es por vuestro bien", pues "el que no está expuesto a la deshonra entre los hombres, seguramente lo estará delante del Señor". No te avergüences, pues, hermano, porque la justicia te lleve a la mirada pública. ¿De qué te vas a avergonzar? ¿De alcanzar la gloria? Estar ante los ojos de los hombres es tu gran oportunidad. Así pues, procura no morir en un lecho nupcial, sino como mártir, para que sea glorificado Aquel que ha sufrido por ti.
X
1. Algunos, sin prestar atención a las exhortaciones de Dios, están más dispuestos a aplicarse a sí mismos ese versículo griego y mundano que dice: "El que huyó volverá a luchar, pero para huir de nuevo". En efecto, ¿cómo va a ser vencedor el que huyó? ¿No estará más cerca de la derrota? ¿No será buscado como fugitivo, y luego ajusticiado? Pues bien, yo a esos les diría: Proporcionad un soldado digno a vuestro comandante Jesucristo, que os dice "estad preparados" desde "tan pronto" para "cuando suene la trompeta".
2. Daré a esto como respuesta una cita tomada del mundo: "¿Es cosa tan triste morir?". Deberás morir, hermano, en cualquier forma y ya sea como vencedor o como derrotado. Aunque hayas huido, todavía tienes tiempo para volver y enfrentarte, luchado contra la tortura. Es mejor ser alguien de quien compadecerse que alguien por quien avergonzarse. Más glorioso es el soldado atravesado por una jabalina que el que se ha vestido con la piel de fugitivo.
3. ¿Temes al hombre, oh cristiano, tú que debes ser temido por los ángeles, y has de juzgar a los ángeles? ¿Cómo vas a temer a los espíritus malignos, si tú estás llamado a someter a los espíritus malignos? ¿Quien va a temer, tú o el mundo? Sobre todo porque es el mundo entero el que va a ser juzgado por ti.
4. Vosotros, que huís delante del diablo, estáis revestidos de Cristo, ya que en Cristo habéis sido bautizados. Por eso Cristo, que está en vosotros, está siendo tratado por vosotros como algo insignificante, y menos valorado por vosotros que el diablo, al cual preferís al huir. Al huir del Señor, se burlan de vosotros todos los fugitivos, a forma de decir: Cierto profeta también ha huido del Señor, y se ha embarcado en Jope con dirección a Tarso. No obstante, no lo han encontrado ni en el mar ni en la tierra, sino en el vientre de una bestia, en el que estuvo confinado por espacio de tres días, sin poder encontrar la muerte ni siquiera así (escapando de Dios). Por supuesto, los fugitivos hablaban de Jonás.
5. ¡Cuánto mejor es la conducta del hombre que, aunque teme al enemigo de Dios, no huye de él, sino que lo desprecia y confía más en la protección del Señor. O si se quiere, teme más a Dios que a su enemigo, por ese santo temor que le hace decir: "Es el Señor poderoso, a quien todas las cosas pertenecen. Donde quiera que yo esté, estoy en su mano. Si quiere que esté, no me voy. Si le place que muera, que él mismo me destruya, pues prefiero morir por su voluntad que escapar a través de mi propia ira".
XI
1. Así debe sentir y actuar todo siervo de Dios, incluso uno que se encuentre en un lugar inferior, dando pasos hacia arriba al resistir la persecución. Cuando las personas con autoridad (es decir, los diáconos, presbíteros y obispos) se ponen en fuga, ¿cómo podrá un laico ver con qué visión se dijo "huid de ciudad en ciudad"? O cuando los líderes les dan la espalda, ¿quién del rango común les podrá persuadir a mantenerse firmes en la batalla?
2. Ciertamente, "el buen pastor da su vida por las ovejas". Esto fue lo que dijo Moisés, cuando el Señor Jesús aún no se había manifestado, aunque sí se había revelado en sí mismo. Tras lo cual, Moisés continuó diciendo a Dios: "Si destruyes a este pueblo, destrúyeme también a mí, junto con él". Jesucristo, confirmando él mismo estos presagios, añadió: "El mal pastor es aquel que, al ver al lobo, huye y deja que las ovejas sean despedazadas". Un pastor como ése será expulsado de la granja, y cuando lo despidan les serán retenidos los salarios en concepto de compensación por los daños causados. Es más, incluso con sus antiguos ahorros será necesario restituir la pérdida del amo, porque "al que tiene se le dará, pero al que no tiene se le quitará incluso lo que parece tener".
3. Respecto a los pastores, Zacarías amenaza diciendo: "Levántate, oh espada, contra los pastores, y arranca las ovejas, pues yo volveré mi mano contra los pastores". Contra ellos, tanto Ezequiel como Jeremías amenazan cosas similares, porque no sólo "se comen perversamente las ovejas", sino que "se alimentan a sí mismos en lugar de alimentar a los que están a su cargo", así como "dispersan el rebaño y lo dan en presa a las fieras del campo". Esto es lo que sucede cuando, en una persecución, la Iglesia es abandonada por el clero. Si alguno reconoce la voz del Espíritu, lo oirá marcando a los fugitivos.
4. Si a los pastores del rebaño no les conviene huir cuando los lobos lo invaden, no por esta razón deberán huir aquellos que han sido puestos a su cargo. De lo contrario, si el rebaño huye, el pastor del rebaño no tendría derecho a mantenerse firme, ya que hacerlo en ese caso sería, sin una buena razón, darle al rebaño una protección que no necesitaría.
XII
1. Hasta ahora, hermano mío, he respondido en lo que respecta a la pregunta que me propusiste, y ya tienes mi opinión como respuesta y aliento. Quien se pregunta si debemos evitar la persecución debe estar preparado ahora para considerar también la siguiente cuestión: si podemos comprarnos para librarnos de ella. Yendo más lejos de lo que esperabas, también en este punto te daré mi consejo, afirmando claramente que la persecución, de la que es evidente que no debemos huir, tampoco debe ser sobornada.
2. La diferencia radica en el pago, pues así como la huida es una compra sin dinero, la compra es una fuga de dinero. Seguramente aquí tendrás el consejo del miedo, pues porque tienes miedo te sobornas, y con ello también huyes. En cuanto a tus pies, estás firme, mas con respecto al dinero que has pagado, te has escapado.
3. En tu posición hubo una huida de la persecución, liberándote de ella con dinero. ¿Piensas redimir con dinero a un hombre a quien Cristo rescató con su sangre? ¡Cuán indigno sería eso de Dios, y de sus maneras de actuar, cuando no escatimó a su propio Hijo, y lo hizo por nosotros maldición! En efecto, dice la Escritura que "maldito es el que está colgado en un madero", o "aquel que como oveja fue llevado al sacrificio, y como cordero delante del que lo trasquila". Con todo, Cristo "no abrió su boca, sino que ofreció la espalda a los azotes, y sus mejillas a las manos del que lo golpeaba, sin apartar su rostro de los escupitajos". Así, "siendo contado con los trasgresores, fue entregado a la muerte".
4. Todo esto sucedió para que Cristo pudiera redimirnos de nuestros pecados. El sol nos cedió el día de nuestra redención, mientras que ahora el infierno trata de volver a apropiarse el derecho que tenía sobre nosotros. Nuestro pacto está en el cielo, así que cada uno decidirá. No obstante, que sepa que "va a entrar el Rey de la gloria", después de haber redimido al hombre de la tierra y del infierno.
5. ¿Qué se deberá pensar del hombre que lucha contra aquel Rey de la gloria, y desprecia y profana sus bienes, obtenidos con un rescate tan grande como su preciosísima sangre? Realmente, habría que pensar que ese hombre no da para sí tanto como le costó a Cristo. El Señor, ciertamente, "lo rescató de los poderes angelicales que gobiernan el mundo, de los espíritus de maldad, de las tinieblas de esta vida, del juicio eterno, de la muerte eterna". Y él, por su parte, negocia con el delator, o algún gobernante mezquino, bajo los pliegues de la túnica (como si se tratara de bienes robados a Cristo). Cuando ese traidor quede en libertad, ¿tendrá algún valor? ¿Alguien será capaz de comprarlo? Quizás nadie, excepto Aquel que, como he dicho, paga con su propia sangre.
6. De no valorar eso, ¿por qué entonces compras a Cristo, como si fuera una propiedad humana? Simón el Mago no intentó hacer otra cosa, cuando ofreció dinero a los apóstoles por el Espíritu de Cristo. Por tanto, también este hombre, que al comprarse a sí mismo compró el Espíritu de Cristo, oirá estas palabras: "Vuestro dinero perezca con vosotros, por cuanto habéis pensado que la gracia de Dios se obtiene por precio".
7. Si una persona se vende por dinero, no sólo está negando a Cristo, sino que está siendo cómplice del extorsionador y mostrando un claro deseo de no ser entregado. A esta persona le digo yo: Si lo que querías es no pasar un mal trago, y hacer el ridículo público, ¿no vas a quedar en ridículo el resto de tu vida? Si lo que querías es que el público no supiera quién eras (un cristiano), ¿no va a saber todo el mundo ya quién eres (un traidor y cobarde)? ¿Podrá Cristo demostrar que tú, testigo suyo, te has mostrado firme? Quien se compra no hace nada de eso, sino que se confiesa a sí mismo negando todo lo demás. Quien escapa con dinero habrá escapado de la espada, pero no de las lenguas que dirán: Ha caído aquel que quería escapar. Este es el negocio que quien rechaza el martirio.
8. Dice el Señor que "el que preserva sus riquezas, y acumula sus tesoros, no es rico para con Dios". A esto habría que añadir otro dato: que en lo que fue rico Cristo fue en sangre. Proclama el Señor "bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos". Es decir, de aquellos que sólo tienen atesorada el alma. Dice el Señor que "no podéis servir a Dios y a las riquezas", luego ¿podremos ser redimidos tanto por Dios como por las riquezas? Además, ¿quién servirá más al adinerado Mamón, sino aquel a quien Mamón rescató?
9. Finalmente, a ese hombre le diría: ¿De qué ejemplo te vales para justificar, con dinero, que te eviten la entrega? ¿Cuándo los apóstoles, en cualquier momento de apuros, se libraron por dinero? Y ciertamente, tenían dinero, por las ganancias de las tierras que la gente ponía a sus pies, entre los cuales había muchos ricos y mujeres acostumbradas a administrar con comodidad. ¿Cuándo ofrecieron ayuda los apóstoles a Onésimo, o Aquila, o Esteban, cuando eran perseguidos? Posiblemente, el gobernador Félix esperaba recibir dinero de los apóstoles para Pablo, cuando lo encarceló en Cesarea y trató en privado con el apóstol. No obstante, ni él mismo pagó su rescate, ni los apóstoles ni los discípulos.
10. Los discípulos lloraron porque Jesús era persistente en su determinación de ir a Jerusalén. No obstante, subieron con él y descuidaron todos los medios para protegerse de las persecuciones (que el propio Jesús había predicho que se sucederían en Jerusalén), diciendo todos a una: "Hágase la voluntad del Señor" y: "Muramos con él". ¿Qué significaba ese testamento? Sin duda, que preferían sufrir por el nombre del Señor que obtener reinos y puestos de mando. Pues bien, así como Cristo entregó su vida por nosotros, así también nosotros debemos hacerlo por él y para nuestros hermanos. Esta es la enseñanza de Juan, cuando no declara que debemos pagar por nuestros hermanos, sino "dar la vida por los amigos".
11. La voluntad de Dios concuerda con esto. Y si no, observa lo que está consiguiendo Dios, en cuya mano está el corazón del rey, de los reinos y de los imperios. Para aumentar el tesoro, los reyes de la tierra se proporcionan diariamente muchos medios (registros de propiedad, impuestos en especie, benevolencias, impuestos en dinero...), pero nunca hasta ahora han conseguido aumentar su tesoro a costa de los cristianos, sino todo lo contrario. Comprados con sangre, los cristianos pagan con sangre. Lo que han recibido gratis, los cristianos lo dan gratis. Y si no, ¿cómo podrían producirse tantos martirios? Por esto mismo: porque los cristianos dan gratis su sangre, al Señor y por sus hermanos. Esto no tiene precio, pues la llamada de Dios no tiene precio.
12. El césar no nos ha impuesto nada al estilo de una secta tributaria (de hecho, tal imposición nunca podrá hacerse), luego el Anticristo no está acechante por el dinero de los cristianos, sino por su sangre. De hecho, ¿no dijo Jesús "dad al césar lo que es del césar"? Un soldado, ya sea un delator o enemigo, extorsiona al cristiano mediante amenazas y petición de dinero. Sin embargo, no exige nada en nombre del césar, sino bajo subterfugio. ¿Por qué? Porque es un criminal, y piensa que ese cristiano también lo puede ser. Otro tipo de denario es el que debemos al césar, oh hermano, pero no éste. Al césar le debemos lealtad y la moneda del tributo, pero no ser deshonestos o la desfachatez.
13. ¿Cómo daré a Dios lo que es de Dios? Así mismo: devolviéndole la moneda que él nos dio, que es la que plasma su imagen y tiene escrito su nombre (es decir, el nombre cristiano). Alguno me dirá: ¿Y qué debo yo a Dios? Y yo le respondo: lo mismo que debes al césar. Si al césar le debes un denario, a Dios le debes la sangre de su Hijo, que derramó por ti. ¿Y mi propia sangre? También, si hace falta, no sea que me sea retenido el pago que él hace por mí. ¡Qué bien habré guardado bien el mandamiento si, dando al césar lo que es del césar, niego a Dios lo que es de Dios!
XIII
1. Alguno dice: A todo el que me pida algo, se lo daré bajo pretexto de caridad, sin intimidación alguna. Bien, pero ¿quién pide eso? ¿El que amenaza? Porque quien amenaza no anhela, sino que obliga, y no busca limosna sino ser temido. Da, pues, pero por compasión y no por miedo, y buscando la honra a Dios y su bendición (no sea que, cuando vea el favor concedido, diga: Dinero de culpa).
2. Alguno dice: ¿Me enojaré contra el enemigo, si no de doy? Bien, las enemistades tienen también otros motivos, y no sólo la traición o persecución, sino también pretender aterrorizarte con amenazas. Así pues, ¿cuántos carbones más amontonarás sobre la cabeza de un hombre así, si no se redime con dinero? Por supuesto, dice el Señor que "al que te pide la túnica, dale también el manto". No obstante, eso se refiere a aquel que ha buscado robarme mis bienes, y no escupir mi fe ni traicionarme por las espaldas, sino tan sólo robarme.
3. Las declaraciones del Señor tienen sus propias razones y sus propias leyes, y no son de aplicación ilimitada ni universal. Por eso ordena "da a todo el que te pide", sin dar señales de quién es el que pide. De lo contrario, si pensáis que debemos dar indiscriminadamente a todo el que nos pida, ¡dad vino al que tiene fiebre, o veneno al que anhela la muerte!
4. Sobre cómo debemos entender eso de "haceos amigos de Mamón", dejad que os enseñe la parábola anterior. El dicho estaba dirigido al pueblo judío que había manejado mal los negocios que el Señor le había confiado. En ese caso, a ellos les dice que debieron haberse amistado con los países poderosos, mientras eran sus amigos y antes que ser sus enemigos. De haberlo hecho, los judíos no hubieran necesitado librar sus deudas (a base de fraudes), ni alejarse de Dios (a base de pecados), y eso les hubiera acarreado la bendición antes que la maldición. Esta es la explicación por la que Jesús aconsejó a los judíos haberse hecho amigos de Mamon (el país poderoso), evitando así la corrupción de sus almas y mejorando con ello sus posibilidades de acceder a las moradas eternas.
5. ¿De qué no convencerá la cobardía a los hombres? ¡Como si las Escrituras les permitieran huir y les ordenaran comprar! Efectivamente, las moradas eternas no se compran con dinero, ni se alcanzan con el rechazo de Dios. Sectas enteras de cobardes se han impuesto tributos en masa, para motivo de pena y de vergüenza. ¡Qué vergüenza ver, entre los vendedores ambulantes, y los carteristas, y los ladrones de baños, y los jugadores, y los proxenetas, a los cristianos! ¡Qué pena, verlos como contribuyentes en las listas de soldados y espías libres!
6. Los apóstoles, con tanta previsión, asumieron ellos mismos el oficio de supervisar este tipo de conductas, para que los supervisados pudiesen disfrutar de un gobierno libre de ansiedades, libre de simulaciones. ¡Tal es la paz de Cristo, y no renegar de él ni comprar a los soldados con regalos en las Saturnales!
XIV
1. Me preguntas, oh amigo, lo siguiente: ¿Y cómo nos reuniremos, y observaremos las ordenanzas del Señor? Sin duda, te respondo de esta manera: así como también hicieron los apóstoles. Es decir, protegidos por la fe y no por el dinero. La fe es capaz de mover montañas, y mucho más puede que remover a un soldado. Sea tu salvaguardia la sabiduría, hermano, y no un soborno. En caso de comprar la intervención de los soldados, tampoco tendrás completa seguridad respecto del pueblo. ¿Serás capaz de comprar al pueblo entero, para que no te delate? Por tanto, todo lo que necesitas, para tu protección, es tener fe y sabiduría. Si no haces uso de ellas, perderás tu liberación y el dinero con que intentaste liberarte. Si haces uso de ellas, no necesitarás ningún rescate.
2. Si no podéis reuniros de día, tenéis la noche, pues la luz de Cristo iluminará vuestra oscuridad. No podéis correr en grupo, uno tras otro. Así pues, contentaos con una reunión de tres, y no queráis tener multitudes. Mantened pura para Cristo vuestra comunidad, como una virgen desposada. Y que nadie se aproveche de ella.
3. Estas cosas, hermano mío, te parecerán quizás duras e insoportables; pero recuerda lo que Dios ha dicho: "Dad lo que habéis recibido". Es decir, que el que no recibe, que no dé. El que teme sufrir, no puede pertenecer al que sufrió. El que no teme sufrir, que sea perfecto en el amor. En efecto, "el amor perfecto echa fuera el miedo", y por eso "muchos son los llamados, pero pocos los escogidos". Jesucristo no pregunta quién está dispuesto a seguir el camino ancho, sino a seguir el angosto. Por eso es necesario el Espíritu Consolador, que guía a toda verdad y anima a toda perseverancia. Los que lo han recibido no se rebajarán, ni huirán de la persecución, ni la comprarán, porque tienen al Padre consigo, y a Aquel que estará a nuestro lado para ayudarnos en el sufrimiento, así como para ser nuestra boca cuando seamos puestos en peligro.