EUSEBIO DE CESAREA
Preparación al Evangelio

LIBRO I

I
Sobre lo que promete el evangelio

Con este tratado me propongo mostrar la naturaleza del cristianismo a quienes no saben lo que significa; y aquí, con oraciones, te dedico esta obra a ti, Teodoto, el más excelente de los obispos, un hombre amado de Dios y santo, con la esperanza de obtener de ti la ayuda de tus devotas intercesiones en mi favor, con las cuales puedas darme gran ayuda en mi propuesta argumentación sobre la enseñanza del evangelio. Pero antes que nada, es bueno definir claramente lo que significa la palabra evangelio. Esto es, pues, lo que trae "buenas nuevas" a todos los hombres del advenimiento de las más altas y grandes bendiciones, que habiendo sido predichas desde hace mucho tiempo, han brillado recientemente sobre toda la humanidad: un evangelio que no hace provisión para la riqueza insensible, ni para esta vida mezquina y sufrida, ni para nada que pertenezca al cuerpo y a la corrupción, sino para las bendiciones que son queridas y agradables a las almas que poseen una naturaleza inteligente, y de las cuales también dependen los intereses de sus cuerpos, y los siguen como una sombra.

Ahora bien, la principal de estas bendiciones debe ser la religión, no aquella que se llama falsamente así y está llena de errores, sino aquella que verdaderamente reclama ese título; y esta consiste en mirar hacia Aquel que en verdad es reconocido como, y es, el único Dios; y en el encendido de la vida después de Dios, en la cual también se engendra la amistad con él; y a esto le sigue ese fin tres veces bendito del verdadero favor de Dios, que viniendo de lo alto depende de ese mundo mejor, y a él se dirige, y en él termina de nuevo.

¿Qué puede ser más bendito que esta excelente y feliz amistad con Dios? ¿No es él a la vez el dispensador y proveedor de vida, luz, verdad y todo lo bueno para todos los hombres? ¿No contiene él en sí la causa del ser y la vida de todas las cosas? A quien ha logrado amistad con él, ¿qué más puede faltarle? ¿Qué puede faltarle a quien ha hecho del Creador de todas las verdaderas bendiciones su amigo? ¿O quién puede ser superior a aquel que reclama en lugar de padre y guardián al gran Monarca del universo?

Por cierto, no es posible mencionar cosa alguna en que quien se acerca por disposición a Dios, el Monarca absoluto, y por su inteligente piedad ha sido considerado digno de su bendita amistad, pueda dejar de ser feliz por igual en alma y en cuerpo y en todas las cosas externas.

Es, pues, esta buena y salvadora amistad de los hombres con Dios la que la palabra de Dios enviada desde lo alto, como un rayo de luz infinita, del Dios de toda bondad proclama como buena nueva a todos los hombres; y los insta a venir, no de este o aquel lugar, sino de todas partes de todas las naciones, al Dios del universo, y a apresurarse y aceptar el don con todo el entusiasmo del alma, griegos y bárbaros juntos, hombres, mujeres y niños, ricos y pobres, sabios y sencillos, no considerando ni siquiera a los esclavos indignos de su llamada.

Porque, en verdad, su Padre, habiéndolos constituido a todos de una sola esencia y naturaleza, con razón los admitió a todos a participar de su única e igual generosidad, otorgando el conocimiento de sí mismo y la amistad con él a todos los que estaban dispuestos a escuchar y acogieron de buen grado su gracia.

Esta amistad con su Padre la palabra de Cristo vino a predicarse al mundo entero: porque, como enseñan los oráculos divinos, "Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados". Y vino, dicen, "y anunció la paz a los que estaban lejos, y la paz a los que estaban cerca".

Los hijos de los hebreos fueron inspirados hace mucho tiempo a profetizar estas cosas al mundo entero, uno clamando: "Se acordarán y se volverán al Señor todos los confines de la tierra, y todas las familias de las naciones adorarán delante de él. Porque del Señor es el reino, y él es el soberano de las naciones". Y otra vez: "Proclamad entre las naciones que Jehová es rey, y que él ha establecido el mundo, que no será conmovido". Y otro dice: "Se aparecerá entre ellos el Señor, y destruirá por completo a todos los dioses de las naciones de la tierra, y le adorarán cada uno desde su lugar".

Estas promesas, habiendo sido guardadas desde hace mucho tiempo en los oráculos divinos, ahora han brillado en nuestra propia época a través de la enseñanza de nuestro Salvador Jesucristo; de modo que el conocimiento de Dios entre todas las naciones, que fue proclamado en la antigüedad y esperado por aquellos que no eran ignorantes de estos asuntos, nos es debidamente predicado por la Palabra, que ha venido recientemente del cielo, y muestra que el cumplimiento real corresponde con las voces de los hombres de la antigüedad.

Pero ¿por qué apresurarnos a adelantar en nuestro afán el orden debido de los argumentos intermedios, cuando deberíamos abordar el tema desde el principio y despejar todas las objeciones? Algunos han supuesto que el cristianismo no tiene ninguna razón para apoyarlo, sino que quienes desean el nombre confirman su opinión con una fe irracional y un asentimiento sin examen; y afirman que nadie es capaz de proporcionar evidencia de la verdad de las cosas prometidas con una demostración clara, sino que exigen a sus convertidos que se adhieran únicamente a la fe, y por eso se los llama fieles, a causa de su fe acrítica e incoherente. Con razón, pues, al ponerme a escribir este tratado sobre la demostración del evangelio, creo que debo, como preparación para todo el tema, dar breves explicaciones de antemano sobre las preguntas que razonablemente pueden plantearnos tanto los griegos como los de la circuncisión, y cualquier persona que investigue con exactitud las opiniones sostenidas entre nosotros.

De esta manera creo que mi argumento procederá en el orden debido a la enseñanza más perfecta de la Demostración del Evangelio y a la comprensión de nuestras doctrinas más profundas, si mi tratado preparatorio sirve de guía, ocupando el lugar de instrucción e introducción elementales, y adecuándose a nuestros recién convertidos de entre los paganos. Pero a aquellos que han pasado más allá de esto, y ya están en un estado preparado para la recepción de las verdades superiores, la parte posterior les transmitirá el conocimiento exacto de las pruebas más estrictas de la misteriosa dispensación de Dios con respecto a nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Comencemos, pues, la preparación presentando los argumentos que probablemente usarán contra nosotros, tanto los griegos como los de la circuncisión, y todo aquel que investigue con exactitud las opiniones sostenidas entre nosotros.

II
Las acusaciones y calumnias que suelen hacerse contra los cristianos

En primer lugar, cualquiera podría querer saber quiénes somos los que nos hemos presentado para escribir. ¿Somos griegos o bárbaros? ¿O qué puede haber intermedio entre estos dos? ¿Y qué afirmamos ser, no en cuanto al nombre, porque esto es evidente para todos, sino en cuanto a la manera y el propósito de nuestra vida? Porque verían que no estamos de acuerdo ni con las opiniones de los griegos ni con las costumbres de los bárbaros.

¿Qué puede ser, pues, lo extraño que hay en nosotros y cuál el nuevo estilo de vida que llevamos? ¿Y cómo pueden dejar de ser impíos y ateos en todos los sentidos los hombres que han apostatado de los dioses ancestrales que sustentan a todas las naciones y todos los estados? ¿O qué bien pueden esperar razonablemente los que se han puesto en enemistad y en guerra con sus preservadores y han rechazado a sus benefactores? Pues ¿qué otra cosa están haciendo sino luchar contra los dioses?

¿Y qué perdón merecerán quienes se han apartado de aquellos que desde los primeros tiempos, entre todos los griegos y bárbaros, tanto en las ciudades como en el campo, son reconocidos como dioses con toda clase de sacrificios, iniciaciones y misterios por todos por igual, reyes, legisladores y filósofos, y han elegido todo lo que es impío y ateo entre las doctrinas de los hombres? ¿Y a qué clase de castigos no serán sometidos con justicia quienes, abandonando las costumbres de sus antepasados, se han convertido en fanáticos de las mitologías extranjeras de los judíos, que son de mala reputación entre todos los hombres?

¿Y no debe ser una prueba de extrema maldad y ligereza dejar de lado las costumbres de sus propios compatriotas y elegir con fe irracional e incuestionable las doctrinas de los impíos enemigos de todas las naciones? ¿No es más bien ni siquiera adherirse al Dios que es honrado entre los judíos según sus ritos habituales, sino abrirse un nuevo camino en un desierto sin senderos, que no guarda ni los caminos de los griegos ni los de los judíos?

Éstas son, pues, preguntas que cualquier griego podría plantearnos sin tener un conocimiento verdadero ni de su propia religión ni de la nuestra. Pero también los hijos de los hebreos nos reprocharían que, siendo extranjeros y forasteros, hagamos un mal uso de sus libros, que no nos pertenecen en absoluto, y que, de una manera descarada y desvergonzada, como dirían ellos, nos metemos en esto y tratamos de expulsar con violencia a la verdadera familia y a los parientes de sus propios derechos ancestrales.

Si hubo un Cristo divinamente anunciado, fueron profetas judíos los que proclamaron su advenimiento, y también anunciaron que vendría como Redentor y rey de los judíos, y no de naciones extranjeras; o, si las Escrituras contienen nuevas más gozosas, dicen que también se anuncian a los judíos, y no hacemos bien en entenderlas mal.

Además, dicen que nosotros, absurdamente, acogemos con el mayor entusiasmo las acusaciones contra su nación por los pecados que cometieron, pero, por otra parte, pasamos por alto en silencio las promesas de bienes que se les predicen; o, mejor dicho, que las pervertimos violentamente y las transferimos a nosotros mismos, y así los defraudamos claramente mientras simplemente nos engañamos a nosotros mismos. Pero lo más irrazonable de todo es que, aunque no observamos las costumbres de su ley como lo hacen ellos, sino que violamos abiertamente la ley, asumimos para nosotros mismos las mejores recompensas que se han prometido a quienes observan la ley.

III
Los cristianos no adoptan la palabra de salvación sin investigar

Siendo estas preguntas las que naturalmente se nos plantearían en primer lugar, después de invocar al Dios del universo a través de nuestro Salvador, su propia Palabra, como nuestro sumo sacerdote, procedamos a despejar la primera de las objeciones presentadas, demostrando desde el principio que eran falsos acusadores que declaraban que no podemos establecer nada mediante la demostración, sino que nos aferramos a una fe irracional.

Esto será refutado de inmediato, y sin mucho argumento, tanto por las pruebas que empleamos hacia los que vienen para instruirse en nuestras doctrinas, como por nuestras respuestas a los que se nos oponen en discusiones más argumentativas, y por los debates, ya sean escritos o no escritos, que somos celosos en mantener tanto en privado con cada investigador, como públicamente con las multitudes. Especialmente por los libros que tenemos a mano, que comprenden el tratamiento general de la Demostración del Evangelio, en el que se incluye nuestro presente discurso proclamando a todos los hombres las buenas nuevas de toda la gracia de Dios y su bendición celestial, y acreditando de una manera más lógica por medio de muchísimas pruebas manifiestas la dispensación de Dios acerca de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Es cierto que la mayoría de los que nos han precedido han buscado diligentemente otros modos de tratamiento, ya sea componiendo refutaciones y contradicciones de los argumentos que se nos oponen, ya interpretando las Escrituras inspiradas y sagradas mediante comentarios exegéticos y homilías sobre puntos particulares, o defendiendo nuestras doctrinas de una manera más controvertida. Sin embargo, el propósito que tenemos entre manos debe ser elaborado de una manera propia.

El primero en desaprobar las plausibilidades engañosas y sofísticas, y en usar pruebas libres de ambigüedad, fue el santo apóstol Pablo, quien en un lugar dice: "Nuestro discurso y nuestra predicación no fue con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder". A lo que agrega: "Sin embargo, hablamos sabiduría entre los perfectos; pero una sabiduría que no es de este mundo, ni de los gobernantes de este mundo que se desvanecen. Pero hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría que estaba escondida. Y otra vez: Nuestra suficiencia proviene de Dios, el cual también nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto".

Con razón se dirige a todos nosotros la exhortación de estar preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que nos demande razón de la esperanza que hay en nosotros.

Por eso, también por parte de autores recientes, como he dicho, hay demostraciones sin número, que podemos leer con atención, muy capaces y claras, escritas en forma argumentativa en defensa de nuestra doctrina, y no pocos comentarios hechos cuidadosamente sobre las sagradas e inspiradas Escrituras, que muestran con demostraciones matemáticas la veracidad infalible de aquellos que desde el principio nos predicaron la palabra de piedad.

Sin embargo, todas las palabras son superfluas cuando las obras son más manifiestas y claras que las palabras, obras que el poder divino y celestial de nuestro Salvador exhibe claramente incluso ahora, mientras predica las buenas nuevas de la vida divina y celestial a todos los hombres.

Por ejemplo, cuando Jesús profetizó que su doctrina sería predicada en todo el mundo habitado por el hombre para testimonio a todas las naciones, y por conocimiento divino previo declaró que la Iglesia, que después fue reunida por su propio poder de entre todas las naciones, aunque todavía no vista ni establecida en los tiempos cuando él vivía como hombre entre los hombres, sería invencible e imperturbable, y nunca sería conquistada por la muerte, sino que se mantiene y permanece inquebrantable, establecida y arraigada en su propio poder como sobre una roca que no puede ser sacudida ni quebrada. El cumplimiento de la profecía debe, en razón, ser más poderoso que cualquier palabra para detener cada boca abierta de aquellos que están preparados para exhibir un descarado descaro.

¿Quién, en efecto, no reconocería la verdad de la profecía, cuando los hechos tan manifiestamente casi claman y dicen que fue en verdad el poder de Dios, y no la naturaleza humana, el que antes de que estas cosas sucedieran, previó que sucederían de esta manera, y las predijo, y las cumplió en hechos?

Ciertamente, la fama de su evangelio ha llenado todo el mundo sobre el cual mira el sol; y las proclamaciones acerca de Jesús se han difundido por todas las naciones, y ahora siguen aumentando y avanzando de una manera que corresponde a sus propias palabras.

La Iglesia, que Jesús predijo por su nombre, está fuertemente arraigada y elevada hasta las bóvedas del cielo por las oraciones de los santos hombres amados de Dios, y día a día es glorificada, irradiando hacia todos los hombres la luz intelectual y divina de la religión anunciada por él, y de ninguna manera es vencida o sometida por sus enemigos, es más, no cede ni siquiera ante las puertas de la muerte, a causa de esa única palabra pronunciada por él mismo, diciendo: "Sobre la roca edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella".

Hay también otros innumerables dichos y profecías de nuestro Salvador, al recopilarlos en una obra especial y mostrar que los acontecimientos reales concuerdan con su divino conocimiento previo, probamos más allá de toda duda la verdad de nuestras opiniones acerca de él.

Además de todo esto, hay una prueba no pequeña de la verdad que tenemos en el testimonio de las Escrituras hebreas, en las que, con tan vasto número de años de anticipación, los profetas hebreos proclamaron la promesa de bendiciones para toda la vida mortal, mencionaron expresamente el nombre de Cristo, predijeron su advenimiento entre los hombres y anunciaron la nueva manera de su enseñanza, que en su curso ha llegado a todas las naciones. También predijeron la futura incredulidad en él, la contradicción de la nación judía, las acciones que cometieron contra él y el triste destino que inmediatamente y sin demora les sobrevino: me refiero al asedio final de su metrópoli real, la destrucción total del reino, su propia dispersión entre todas las naciones y su esclavitud en la tierra de sus enemigos y adversarios, cosas que se ve que sufrieron después del advenimiento de nuestro Salvador de acuerdo con las profecías.

Además de esto, ¿quién no se asombrará al oír a los mismos profetas predicar con lenguaje claro y transparente que la venida de Cristo y la apostasía de los judíos serían seguidas por el llamamiento de los gentiles? Este llamamiento también se convirtió inmediatamente en un hecho, de acuerdo con las profecías, mediante la enseñanza de nuestro Salvador.

Por medio de Jesús, multitudes de todas las razas de la humanidad se apartaron del engaño de los ídolos y abrazaron el verdadero conocimiento y adoración de Aquel que es Dios sobre todo, ratificando casi por completo los oráculos de los hombres de la antigüedad, y especialmente aquel que por medio del profeta Jeremías dijo: "Oh Señor, Dios mío, a ti vendrán las naciones de los confines de la tierra y dirán: Nuestros padres heredaron ídolos falsos, y no hubo en ellos provecho. ¿Hará el hombre para sí dioses que en realidad no son dioses?".

IV
Las creencias cristianas no son acríticas, en cuanto al tiempo

Todas estas circunstancias confirman la historia de los hechos de nuestra religión y muestran que no fue ideada por ningún impulso humano, sino divinamente conocida y divinamente anunciada de antemano por los oráculos escritos, y, sin embargo, mucho más divinamente ofrecida a todos los hombres por nuestro Salvador. Luego también recibió poder de Dios y fue establecida de tal manera que después de estos muchos años de persecución, tanto por los demonios invisibles como por los gobernantes visibles de cada época, brilla mucho más brillantemente y se vuelve cada día más conspicua, y crece y se multiplica más y más. Así es claro que la ayuda que desciende del Dios del universo proporciona a la enseñanza y al nombre de nuestro Salvador su fuerza irresistible e invencible, y su poder victorioso contra sus enemigos.

También la ayuda obtenida de allí para una vida feliz para todos los hombres, no sólo de sus palabras expresas, sino también de un poder secreto, fue seguramente una indicación de su poder divino: porque debe haber sido de un poder divino y secreto, que inmediatamente con su palabra, y con la doctrina que él expuso acerca de la soberanía única del único Dios que está sobre todo, de inmediato la raza humana fue liberada de la obra engañosa de los demonios, de inmediato también de la multitud de gobernantes entre las naciones.

En efecto, mientras que antiguamente en cada nación había innumerables reyes y gobernadores locales, y en las diferentes ciudades unas eran gobernadas por una democracia, otras por tiranos, y otras por una multitud de gobernantes, y de ahí que surgieran guerras de todo tipo, naciones que se enfrentaban entre sí, y constantemente se levantaban contra sus vecinos, devastando y siendo devastados, y haciendo guerra en sus asedios unos contra otros, de modo que por estas causas toda la población, tanto los habitantes de las ciudades como los trabajadores de los campos, eran enseñados desde la mera infancia a ejercicios bélicos, y siempre llevaban espadas tanto en los caminos como en las aldeas y en los campos; pero cuando vino el Cristo de Dios todo esto cambió. Porque acerca de él habían sido proclamados antiguamente por los profetas: "En sus días florecerá la justicia y abundancia de paz", y "convertirán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; y nación no tomará la espada contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra".

De acuerdo con estas predicciones, se produjeron los acontecimientos reales. Inmediatamente, toda la multitud de gobernantes entre los romanos comenzó a ser abolida, cuando Augusto se convirtió en el único gobernante en el momento de la aparición de nuestro Salvador. Y desde entonces hasta el presente no se puede ver, como antes, ciudades en guerra con ciudades, ni naciones luchando contra naciones, ni la vida desvaneciéndose en la antigua confusión.

¿Por qué, cuando los demonios tiranizaban a todas las naciones y los hombres les rendían mucho culto, los dioses los incitaban a enfurecerse entre sí, de modo que ora los griegos luchaban contra los griegos, ora los egipcios contra los egipcios, ora los sirios contra los sirios, ora los romanos contra los romanos, y se esclavizaban y se agotaban con asedios, como lo demuestran las historias de los antiguos? ¿Por qué, al mismo tiempo que la doctrina más religiosa y pacífica de nuestro Salvador comenzó a destruirse el error politeísta y las disensiones de las naciones se calmaron de inmediato? Considero que esto es una gran prueba del poder divino e irresistible de nuestro Salvador.

Del beneficio que visiblemente procede de sus doctrinas podéis ver una prueba clara, si consideráis, que en ningún otro tiempo desde el principio hasta ahora, ni por ninguno de los ilustres hombres de la antigüedad, sino sólo por sus palabras y por su enseñanza difundida por todo el mundo, las costumbres de todas las naciones están ahora corregidas, incluso aquellas costumbres que antes eran salvajes y bárbaras; de manera que los persas que se han convertido en sus discípulos ya no se casan con sus madres, ni los escitas se alimentan de carne humana, a causa de la palabra de Cristo que ha llegado hasta ellos, ni otras razas de bárbaros tienen unión incestuosa con hijas y hermanas, ni los hombres codician locamente a los hombres ni persiguen placeres antinaturales, ni aquellos, cuya práctica antes era esta, ahora exponen a sus parientes muertos a perros y pájaros, ni estrangulan a los ancianos, como lo hacían antes, ni se dan un festín según su antigua costumbre con la carne de sus amigos más queridos cuando están muertos, ni como los antiguos ofrecen sacrificios humanos a los demonios como a dioses, ni matan a sus amigos más queridos y piensan que es piedad.

Éstas y otras innumerables cosas parecidas eran las que antaño causaban estragos en la vida humana. Se cuenta, por ejemplo, en la historia que los masagetas y los derbicios consideraban a los parientes que morían de muerte natural como los más miserables, y por esta razón se apresuraban a sacrificar y a festejar con los ancianos entre sus amigos más queridos. Los tibarenos solían arrojar vivos a sus parientes ancianos por un precipicio; y los hircanios y caspios los arrojaban a los pájaros y a los perros, los primeros mientras estaban vivos, los segundos cuando estaban muertos. Pero los escitas solían enterrarlos vivos y matar en sus piras funerarias a los que eran más queridos para el difunto. Los bactrianos también solían arrojar a los perros a los que habían envejecido vivos.

Sin embargo, estas eran costumbres de una época anterior, y ahora ya no se practican de la misma manera, pues sólo la saludable ley del poder del evangelio ha abolido la plaga salvaje e inhumana de todos estos males.

Además, ya no se consideran dioses ni a las imágenes mudas y sin vida, ni a los demonios malignos que actúan en ellas, ni a las partes del mundo visible, ni a las almas de los mortales que han desaparecido hace mucho tiempo, ni a los animales irracionales más dañinos; sino que, en lugar de todo esto, los griegos y los bárbaros, que se adhieren sinceramente y sin fingimiento a su palabra, han llegado a un punto de alta filosofía que sólo adoran, alaban y reconocen como divino al Dios Altísimo, al mismo que está por encima del universo, al soberano absoluto y Señor del cielo y de la tierra, del sol y de las estrellas, y al Creador del mundo entero. También han aprendido a vivir una vida estricta, de modo que se guían incluso en la mirada y no conciben ningún pensamiento licencioso de una mirada lujuriosa, sino que cortan las raíces de toda pasión baja de la mente misma.

¿No deberían entonces todas estas cosas ayudar a todos los hombres a llevar una vida virtuosa y feliz? ¿Qué decir, además, del hecho de que los hombres, lejos de perjurar, no tienen necesidad ni siquiera de un juramento veraz, porque de Jesús aprendieron a "no jurar en absoluto", sino a ser en todo sinceros y veraces, de modo que se contenten con un y un no, haciendo que su propósito sea más fuerte que cualquier juramento? El hecho de que incluso en los dichos sencillos y en la conversación común no sean indiferentes, sino que midan cuidadosamente sus palabras, de modo que con su voz no profieran mentiras, ni insultos, ni ninguna palabra indecente e indecorosa, a causa de Su admonición, en la que dijo: "De toda palabra ociosa daréis cuenta en el día del juicio". ¿A qué alto grado de vida filosófica pertenecen estas cosas?

Añadamos a esto que miríadas enteras de multitudes juntas de hombres, mujeres y niños, esclavos y libres, oscuros e ilustres, bárbaros y griegos por igual, en cada lugar, ciudad y distrito en todas las naciones bajo el sol, acuden a la enseñanza de tales lecciones como las que hemos aprendido últimamente, y prestan oídos a palabras que los persuaden a controlar no sólo las acciones licenciosas, sino también los pensamientos viles de glotonería y desenfreno en la mente; y que toda la humanidad es entrenada en una disciplina divina y piadosa, y aprende a soportar con un espíritu noble y elevado los insultos de quienes se levantan contra ellos, y a no pagar a los malvados con el mismo trato, sino a dominar la ira y la cólera y toda emoción furiosa, y además a compartir sus posesiones con los desvalidos y necesitados, y dar la bienvenida a cada hombre como de la misma raza, y reconocer al extraño, comúnmente reputado así, como siendo por la ley de la naturaleza un pariente cercano y un hermano.

¿Cómo, pues, podría alguien, considerando todas estas cosas juntas, negarse a admitir que nuestra doctrina ha traído a todos los hombres buenas nuevas de grandes y verdaderos beneficios, y ha proporcionado a la vida humana lo que es de inmediata utilidad para la felicidad? Pues ¿qué piensas del hecho de que indujo a todo el género humano, no sólo a los griegos, sino también a los bárbaros más salvajes y a los que viven en los confines de la tierra, a abstenerse de su brutalidad irracional y a adoptar las opiniones de una filosofía sabia? Por ejemplo, las opiniones sobre la inmortalidad del alma y sobre la vida reservada con Dios a sus amados después de su partida, por cuya causa se aprendieron a despreciar esta vida temporal, de modo que mostraron que los que en cualquier época fueron famosos por la filosofía no eran más que niños, y que la muerte, de la que tanto se hablaba y celebraba en boca de todos los filósofos, era mera bagatela. Porque entre nosotros, mujeres y niños pequeños, bárbaros y hombres aparentemente de poco valor, con el poder y la ayuda de nuestro Salvador han demostrado con hechos más bien que con palabras que la doctrina de la inmortalidad del alma es verdadera. Tal es también el hecho de que todos los hombres, universalmente en todas las naciones, son entrenados por las enseñanzas de nuestro Salvador a pensamientos sanos y firmes acerca de la providencia de Dios que supervisa todo el mundo; y el hecho de que cada alma aprende la doctrina acerca del tribunal y juicio de Dios, y vive una vida reflexiva, y se mantiene en guardia contra las prácticas de la maldad.

V
Los cristianos no abandonan los errores y supersticiones, sin una razón sólida

Para comprender la suma del primer y mayor beneficio de la palabra de salvación, hay que tener en cuenta el engaño supersticioso de la antigua idolatría, por la cual toda la raza humana en tiempos pasados fue aplastada por la coacción de los demonios: pero de esa oscuridad más lúgubre, por así decirlo, la palabra por su poder divino liberó tanto a griegos como a bárbaros por igual, y los trasladó a todos a la brillante luz intelectual del verdadero culto a Dios, el Rey universal.

Pero ¿por qué necesito perder tiempo en tratar de demostrar que no nos hemos dedicado a una fe irracional, sino a doctrinas sabias y provechosas que contienen el camino de la verdadera religión? Como la presente obra debe ser un tratado completo sobre este mismo tema, exhortamos y suplicamos a quienes están debidamente calificados para seguir argumentos demostrativos que presten atención al sentido común y reciban las pruebas de nuestras doctrinas de manera más razonable, y "estén listos para presentar defensa con mansedumbre a todo el que nos demande razón de la esperanza que hay en nosotros".

Como no todos están tan calificados, y la palabra es amable y benévola, y no rechaza a nadie en absoluto, sino que sana a cada hombre con remedios adecuados a él, e invita a los ignorantes y simples a la enmienda de sus costumbres, naturalmente, en la enseñanza introductoria de aquellos que comienzan con los elementos más simples, mujeres y niños y el rebaño común, los guiamos suavemente hacia la vida religiosa, y adoptamos la fe sana para que sirva de remedio, e inculcamos en ellos opiniones correctas acerca de la providencia de Dios, la inmortalidad del alma y la vida de virtud.

¿No es así como vemos también a hombres que curan científicamente a quienes sufren enfermedades corporales, habiendo adquirido los mismos médicos con mucha práctica y educación las doctrinas del arte de curar, y realizando todas sus operaciones según la razón, mientras que los que acuden a ellos para ser curados se entregan a la fe y a la esperanza de una mejor salud, aunque no entienden con exactitud ninguna de las teorías científicas, sino que dependen sólo de su buena esperanza y fe?

Cuando el mejor de los médicos entra en escena, prescribe con pleno conocimiento tanto lo que se debe evitar como lo que se debe hacer, como un gobernante y un maestro. Y el paciente lo obedece como a un rey y legislador, creyendo que lo que se le ha prescrito le será beneficioso.

Así también, los eruditos aceptan las palabras de instrucción de sus maestros, porque creen que la lección será buena para ellos. La filosofía, además, un hombre no tocaría antes de estar persuadido de que la profesión de ella le será útil: y así un hombre elige inmediatamente las doctrinas de Epicuro, y otro emula el modo de vida cínico, otro sigue la filosofía de Platón, otro la de Aristóteles, y otro prefiere la filosofía estoica a todas, cada uno de ellos habiendo abrazado su opinión con una mejor esperanza y fe de que le será beneficiosa.

Así también los hombres se dedican a las profesiones ordinarias, y unos adoptan la vida militar y otros la mercantil, habiendo asumido nuevamente por la fe que esta actividad les proporcionará un sustento. También en los matrimonios, los primeros acercamientos y uniones formadas con la esperanza de engendrar hijos tuvieron su origen en la buena fe.

Otra vez, un hombre se hace a la mar en un viaje incierto, sin haber echado otra ancla de seguridad para sí que la fe y la buena esperanza; y otra vez, otro se dedica a la agricultura, y después de echar su semilla en la tierra, se sienta a esperar el cambio de la estación, creyendo que lo que se descompuso en el suelo y fue oculto por los torrentes de lluvia, brotará de nuevo, por así decirlo, de entre los muertos a la vida; y, otra vez, cualquiera que parte de su propia tierra en un largo viaje a un país extranjero lleva consigo como buenos guías su esperanza y su fe.

Si no podéis dejar de ver que toda la vida del hombre depende de estas dos cosas, la esperanza y la fe, ¿por qué os maravilláis de que también la fe imparta lo mejor para el alma a algunos que no tienen tiempo para aprender los detalles de una manera más lógica, mientras que otros tienen oportunidad de seguir los argumentos reales y aprender las pruebas de las doctrinas defendidas? Pero ahora que hemos hecho esta breve introducción, que no será inútil, volvamos a la primera acusación y demos una respuesta a quienes nos preguntan quiénes somos y de dónde venimos. Pues bien, que siendo griegos por raza y griegos por sentimiento, y reunidos de toda clase de naciones, como los hombres elegidos de un ejército recién alistado, nos hemos convertido en desertores de la superstición de nuestros antepasados, esto no lo debemos negar ni siquiera nosotros mismos. Pero también debemos reconocer inmediatamente que, aunque nos adheriremos a los libros judíos y recojamos de sus profecías la mayor parte de nuestra doctrina, ya no nos parece agradable vivir de la misma manera con los de la circuncisión.

Es hora, pues, de exponer nuestra explicación de estos asuntos. ¿De qué otra manera, entonces, puede demostrarse que hemos hecho bien en abandonar las costumbres de nuestros antepasados, sino exponiéndolas primero públicamente y poniéndolas a la vista de nuestros lectores? Porque de esta manera se manifestará el poder divino de la demostración del evangelio, si se muestra claramente a todos los hombres cuáles son los males que promete curar y de qué tipo son. ¿Y cómo puede parecer razonable que sigamos estudiando las Escrituras judías si no se prueba también su excelencia? Será justo también explicar con detalle por qué razón, aunque aceptamos de buen grado sus Escrituras, nos negamos a seguir su modo de vida; y en conclusión, explicar cuál es nuestra propia explicación del argumento del evangelio y cómo debe llamarse apropiadamente al cristianismo, ya que no es helenismo ni judaísmo, sino una nueva y verdadera clase de filosofía divina, que da evidencia de su novedad desde su mismo nombre.

Ante todo, examinemos atentamente las teologías más antiguas, y especialmente las de nuestros antepasados, celebradas hasta ahora en todas las ciudades, y las decisiones solemnes de los nobles filósofos sobre la constitución del mundo y sobre los dioses, para que podamos saber si hicimos bien o no al apartarnos de ellas.

En la clara exposición de lo que se ha de probar, no pondré mis propias palabras, sino las de las mismas personas que han tomado el más profundo interés en el culto a aquellos a quienes llaman dioses, para que así el argumento quede libre de toda sospecha de ser inventado por nosotros.

VI
La teología primitiva, de los fenicios y egipcios

Se cuenta que los fenicios y los egipcios fueron los primeros de toda la humanidad en declarar que el sol, la luna y las estrellas eran dioses y las únicas causas tanto de la generación como de la decadencia del universo, y que posteriormente introdujeron en la vida común las deificaciones y teogonías que son asuntos de notoriedad general.

Antes de ellos, se dice, nadie había progresado en el conocimiento de los fenómenos celestiales, excepto los pocos hombres mencionados entre los hebreos, quienes con los ojos más claros de la mente miraban más allá de todo el mundo visible y adoraban al Creador y Hacedor del universo, maravillándose mucho de la grandeza de su sabiduría y poder, que se representaban a sí mismos por sus obras; y estando persuadidos de que él solo era Dios, naturalmente hablaban sólo de él como Dios, hijo de padre recibiendo y guardando sucesivamente esta religión como la verdadera, la primera y la única. Sin embargo, el resto de la humanidad, habiéndose apartado de esta única religión verdadera y contemplando con temor las luminarias del cielo con ojos de carne, como meros niños en mente, las proclamaron dioses y las honraron con sacrificios y actos de adoración, aunque todavía no construían templos ni formaban semejanzas de hombres mortales con estatuas e imágenes talladas, sino que miraban hacia el cielo claro y el cielo mismo, y en sus almas alcanzaban las cosas que allí veían.

Pero no fue en este punto donde el error politeísta se mantuvo en pie para los hombres de las generaciones posteriores, sino que, al conducirlos a un abismo de males, produjo una impiedad aún mayor que la negación de Dios. Los fenicios y luego los egipcios fueron los primeros autores del engaño. De ellos, se dice, Orfeo, hijo de Eagro, fue el primero en traer consigo los misterios de los egipcios y transmitirlos a los griegos, de la misma manera que Cadmo les trajo los misterios fenicios junto con el conocimiento de las letras, pues los griegos hasta entonces no conocían todavía el uso del alfabeto.

En primer lugar, pues, examinemos cómo juzgaron aquellos de quienes hablamos acerca de la primera creación del mundo; luego, consideremos sus opiniones acerca de la primera y más antigua superstición que se encuentra en la vida humana; en tercer lugar, las opiniones de los fenicios; en cuarto lugar, las de los egipcios; después, en quinto lugar, haciendo una distinción entre las opiniones de los griegos, examinaremos primero su antigua y más mítica ilusión, y luego su más seria y, como ellos dicen, más natural filosofía acerca de los dioses; después, repasaremos el relato de sus admirados oráculos; después, examinaremos también las doctrinas serias de la noble filosofía de los griegos.

Así, cuando hayamos discutido esto a fondo, pasaremos a las doctrinas de los hebreos (es decir, de los hebreos originales y verdaderos), y de los que después recibieron el nombre de judíos. Y después de todo esto, añadiremos nuestras propias doctrinas como si fueran un sello puesto sobre el conjunto. Debemos recordar necesariamente la historia de todo esto, para que mediante la comparación de las doctrinas que se han admirado en cada país se pueda comprobar la verdad y nuestros lectores sepan de qué opiniones nos hemos apartado y cuál es la verdad que hemos elegido. Pero pasemos ahora al primer punto.

¿De dónde, pues, podemos sacar pruebas? No de nuestras propias Escrituras, para que no parezca que estamos dando crédito a nuestros argumentos, sino de los mismos griegos, tanto los que se jactan de su filosofía como los que han investigado la historia de otras naciones.

En cuanto a la narración de la teología antigua de los egipcios desde el principio, Diodoro el Siciliano, hombre muy conocido por los más eruditos griegos, es el primero en recoger en un solo tratado toda la Biblioteca Histórica. De él expondré en primer lugar lo que claramente afirmó al principio de su obra sobre el origen del mundo entero, mientras recoge la opinión de los antiguos de la siguiente manera.

VII
La cosmogonía de los griegos

Intentaré organizar en una obra aparte el relato completo de las ideas que sobre los dioses tenían aquellos que primero enseñaron a los hombres a honrar a la deidad, y de las fabulosas historias sobre cada uno de los inmortales, porque este tema requiere una larga discusión; pero todo lo que consideremos adecuado para nuestras actuales investigaciones históricas lo expondremos en un breve resumen, para que no se pierda nada que valga la pena escuchar.

En cuanto al origen de toda la raza humana y a los acontecimientos que han tenido lugar en las partes conocidas del mundo, daremos una explicación lo más exacta posible sobre cuestiones tan antiguas y comenzaremos desde los tiempos más remotos. En efecto, dice Diodoro:

"Con respecto al primer origen de la humanidad, los fisiólogos e historiadores más aceptados han sostenido dos explicaciones. Algunos de ellos, suponiendo que el universo es increado e imperecedero, declararon que la raza humana también ha existido desde la eternidad, sin que su procreación de hijos haya tenido un comienzo; mientras que otros, que pensaban que el mundo era creado y perecedero, dijeron que, como él, la humanidad fue creada por primera vez dentro de períodos definidos de tiempo".

Y es que, respecto a la constitución original del universo, el cielo y la tierra, decían que tenían una forma, siendo su naturaleza mixta; pero después, cuando sus partículas corpóreas se separaron unas de otras, aunque el cosmos abarcaba en sí todo el orden visible, el aire estuvo sujeto a un movimiento continuo. La parte ígnea del aire se concentró en las regiones más altas, porque el fuego se eleva naturalmente por razón de su ligereza; y por esta causa el sol y toda la multitud de estrellas fueron atrapados y arrastrados en el torbellino general; pero la parte fangosa y turbia del aire, en su mezcla con las partes húmedas, se asentó junta debido a su pesadez, y al girar sobre sí misma y contraerse continuamente formó el mar de las partes húmedas, y de las partes más sólidas formó la tierra, fangosa y bastante blanda.

Esto se endureció al principio por el fuego alrededor del sol que brillaba sobre él, y después, cuando la superficie fue puesta a fermentación por el calor, algunas de las partículas líquidas se hincharon en muchos lugares y se formaron tumores a su alrededor rodeados de membranas delgadas, algo que todavía se puede ver en charcas estancadas y lugares pantanosos, cuando al enfriarse el suelo el aire se vuelve repentinamente ardiente, porque el cambio no se produce en él de forma gradual.

Las partes húmedas, entonces, vivificadas por el calor de la manera mencionada, durante las noches recibían su alimento directamente de la niebla que caía de la atmósfera circundante, y durante los días se endurecían por el calor; y finalmente, cuando las células preñadas alcanzaron su pleno crecimiento, y las membranas se calentaron completamente y estallaron, surgieron todos los diversos tipos de seres vivos.

Y aquellos que habían recibido la mayor parte de calor se fueron a las regiones superiores y se convirtieron en aves; mientras que aquellos que conservaron una consistencia terrosa se contaron en el orden de los reptiles y de los otros animales terrestres; y aquellos que habían participado más ampliamente del elemento acuático corrieron juntos al lugar acorde con su naturaleza y fueron llamados acuáticos.

Pero la tierra, al solidificarse cada vez más por el fuego alrededor del sol y por los vientos, al final ya no fue capaz de dar vida a ninguna de las criaturas más grandes, sino que los diversos tipos de animales se generaron de su unión unos con otros.

Parece que incluso Eurípides, que fue discípulo del físico Anaxágoras, no disiente de lo que se ha dicho sobre la naturaleza del universo, pues escribe así en su Melanipe: "Así, al principio, el cielo y la tierra tenían una misma forma; pero cuando en un lugar se separaron, dieron nacimiento a todas las cosas y trajeron a la luz árboles, pájaros y bestias, y toda la prole del mar salado, y la raza de los hombres mortales".

Tales son las tradiciones que hemos recibido acerca de los primeros comienzos del universo. Y dicen que las generaciones primitivas de la humanidad, viviendo en un estado desordenado y salvaje, solían vagar por los pastos y procurarse para alimentarse la hierba más tierna y los frutos de los árboles que crecían silvestres; y que cuando las fieras los atacaban, aprendieron por su propio interés a ayudarse mutuamente, y de reunirse por miedo, gradualmente reconocieron las formas de los demás.

Y aunque su lenguaje era al principio indistinto y confuso, poco a poco articularon sus palabras y, estableciendo entre sí signos para cada objeto que tenían ante sí, hicieron que su interpretación de todas las cosas fuera inteligible entre ellos.

Pero cuando tales asociaciones comenzaron a formarse en todo el mundo habitado, no todas tenían un lenguaje con los mismos sonidos, porque cada una organizaba sus palabras como le parecía; y por esta causa originalmente hubo todo tipo de lenguajes, y las asociaciones que se formaron primero se convirtieron en las progenitoras de todas las naciones.

Así, las primeras generaciones de hombres, que no habían descubierto ninguna de las comodidades de la vida, pasaron por momentos difíciles, pues carecían de ropa, no estaban acostumbrados a tener una casa ni a tener fuego y no tenían ni idea de preparar alimentos. Al no saber siquiera cómo cosechar los alimentos que crecían silvestres, no guardaban ninguna reserva de frutos para sus necesidades; por eso, en los inviernos, muchos de ellos morían de frío y de escasez de alimentos.

Pero después, poco a poco, la experiencia les enseñó que, durante el invierno, se refugiaban en sus cuevas y guardaban allí los frutos que podían conservar. Y cuando se conoció el fuego, se descubrió poco a poco la utilidad de otras cosas y también se inventaron las artes y todas las demás cosas que podían beneficiar su vida en común.

La necesidad misma se convirtió en la maestra universal de los hombres en todas las cosas, sugiriendo naturalmente el conocimiento de cada una a un ser bien dotado por la naturaleza y que tiene para todos los propósitos la ayuda de las manos, la palabra y el ingenio. Por lo tanto, en lo que respecta al origen de la humanidad y al modo de vida más primitivo, nos contentaremos con lo que se ha dicho, haciendo de la brevedad nuestro propósito.'

Así escribe el citado historiador, sin haber mencionado siquiera el nombre de Dios en su cosmogonía, sino presentando la disposición del universo como algo accidental y espontáneo. Y con él están de acuerdo la mayoría de los filósofos griegos, cuyas doctrinas sobre los primeros principios de las cosas, con sus diferencias de opinión y de enunciados, basadas en conjeturas y no en una concepción clara, expondré en esta ocasión, tomadas de las Misceláneas de Plutarco. Y tú, no a la ligera, sino con calma y con una atenta reflexión, observa el desacuerdo mutuo de los autores que cito.

VIII
Más opiniones de los griegos, sobre el sistema del universo

Se dice que Tales fue el primero de todos en suponer que el agua era el elemento original del universo, pues todas las cosas surgen de ella y retornan a ella

Después de él, Anaximandro, que había sido compañero de Tales, dijo que el infinito contenía toda la causa tanto de la generación como de la decadencia de todas las cosas, y de él dice que los cielos y, en general, todos los mundos, que son infinitos en número, han sido traídos a formas distintas. Declaró que la decadencia y, mucho antes de eso, la generación se originaron en la revolución de todos estos mundos a lo largo de infinitas eras. La Tierra, dice, tiene forma cilíndrica, y su profundidad es la tercera parte de su anchura.

Dice también que la fuerza generativa eterna del calor y el frío se separó en la generación de este mundo, y que de ella creció una especie de esfera de llama alrededor de la atmósfera de la tierra como la corteza alrededor de un árbol; y que cuando esta llama se rompió y se cerró en ciertas órbitas, surgieron el sol, la luna y las estrellas. Además, dice que el hombre al principio fue generado a partir de animales de otras clases, porque mientras que los otros animales encuentran rápidamente alimento por sí mismos, el hombre solo necesita ser alimentado durante mucho tiempo; y por eso, siendo así, no pudo al principio mantenerse con vida. Éstas son, pues, las opiniones de Anaximandro.

Anaxímenes, se dice, declaró que el aire es el primer elemento del universo, y que éste es infinito en su naturaleza genérica, pero se diferencia por las cualidades que se le atribuyen, y que todas las cosas se generan en virtud de una cierta condensación y posterior rarefacción de este aire. Sin embargo, su movimiento subsiste eternamente, y cuando el aire se comprimió, primero, dijo, se produjo la tierra, y era muy ancha, y por lo tanto, según la razón, flotaba en el aire; y el sol, la luna y otros cuerpos celestes se produjeron originalmente a partir de la tierra. Declara, por ejemplo, que el sol es tierra, pero debido a su rápido movimiento tiene una gran reserva de calor.

Jenófanes de Colofón ha seguido un camino propio, que se aparta de todos los que se han mencionado anteriormente, pues no deja lugar a la generación ni a la decadencia, sino que dice que el Todo es siempre igual. Pues, dice, si tuviera que empezar a ser, es necesario que antes no fuera; pero el no-ser no puede empezar a ser, ni el no-ser puede hacer nada, ni a partir del no-ser puede algo empezar a ser.

Afirma también que los sentidos son falaces y con ellos menosprecia por completo incluso a la razón misma. También afirma que la tierra, al ser arrastrada continuamente hacia abajo poco a poco con el tiempo, pasa al mar. Dice también que el sol se forma a partir de una reunión de muchas pequeñas chispas. En cuanto a los dioses, también declara que no hay poder gobernante entre ellos; porque no es justo que ninguno de los dioses esté bajo un amo; y ninguno de ellos necesita nada en absoluto de nadie; y que oyen y ven universalmente y no parcialmente.

También declara que la tierra es infinita y no está rodeada de aire por todos lados, y que todas las cosas son producidas por la tierra: el sol, sin embargo, y los demás cuerpos celestes, dice, son "producidos por las nubes".

Parménides el Eleático, compañero de Jenófanes, pretendió mantener sus opiniones y al mismo tiempo intentó establecer la posición opuesta. Pues declara que en verdad real el todo es eterno e inmóvil; pues dice que es "único, de una sola especie, inmóvil, increado".

Y esa generación pertenece a las cosas que, basándose en una suposición falsa, se cree que existen, y niega la verdad de las percepciones sensuales. Dice también que si algo subsiste, además del ser, es el no-ser, pero el no-ser no existe en el universo. Por lo tanto, concluye que el ser es increado. La tierra, dice, ha surgido del aire denso que se había asentado.

Zenón el Eleático no propuso nada que fuera propiamente suyo, sino que discutió estas opiniones con más amplitud.

Demócrito de Abdera supuso que el Todo es infinito, porque no había nadie que pudiera haberlo formado; dice además que es inmutable; y en general, siendo todo como es, afirma expresamente que las causas de los procesos que ahora están ocurriendo no tienen principio, sino que todas las cosas absolutas, pasadas, presentes y futuras, están completamente fijadas de antemano por necesidad desde un tiempo infinito. De la generación del sol y la luna dice que se movieron en sus cursos separados, cuando aún no tenían calor natural en absoluto, ni en general ningún brillo, sino que, por el contrario, se asimilaron a la naturaleza de la tierra; porque cada uno de ellos había sido producido antes, cuando el mundo estaba todavía en una condición rudimentaria peculiar, y luego, cuando la órbita alrededor del sol se amplió, el fuego se incluyó en ella.

Epicuro, hijo de Neocles, ateniense, intenta suprimir la vana idea acerca de los dioses; pero también dice que nada se produce del no-ser, porque el Todo siempre fue y siempre será tal como es; que nada nuevo se produce en el todo a causa del tiempo infinito que ya ha pasado; que todo es cuerpo, y no sólo inmutable, sino también infinito; que el bien supremo es el placer.

Arístipo de Girene dice que el placer es el bien supremo y el dolor el peor de los males; pero excluye toda otra fisiología al decir que lo único útil es investigar "lo que es malo para tu casa y lo que es bueno".

Empédocles de Agrigento hizo cuatro elementos, fuego, agua, aire y tierra, y sus causas son la amistad y la enemistad. Primero hubo una mezcla de los elementos, de la cual, dice, el aire se separó y se difundió por todas partes; y luego del aire surgió el fuego, que, al no tener otro lugar, fue impulsado hacia arriba por la congelación del aire. Y hay dos hemisferios, dice, que se mueven en un círculo alrededor de la tierra, uno completamente de fuego, el otro de aire y un poco de fuego mezclado, que supone que es la noche; y el comienzo de su movimiento resultó de haber sucedido cuando el fuego predominaba en la combinación. Y el sol, en su naturaleza, no es fuego, sino un reflejo del fuego, como el reflejo formado a partir del agua. La luna, dice, se formó por separado por sí misma a partir del aire dejado por el fuego; porque este aire se congeló exactamente como el granizo; pero su luz la recibe del sol. El poder gobernante, dice, no está en la cabeza ni en el pecho, sino en la sangre. De donde también piensa que en cualquier parte del cuerpo donde este poder gobernante (la sangre) está más ampliamente difundido, en esa parte sobresalen los hombres.

Metrodoro de Quíos dice que el todo es eterno, porque si fuera creado habría surgido del no-ser; e infinito, porque es eterno, porque no tiene principio primero del cual partir, ni límite ni fin. Pero el todo tampoco participa del movimiento, porque no puede moverse sin cambiar de lugar; y un cambio de lugar debe ser necesariamente hacia el pleno o hacia el vacío. El aire, al condensarse, forma nubes, luego agua, que también fluye hacia el sol, lo apaga; y se reaviva por evaporación. Y con el tiempo, el sol se solidifica por la sequedad, y forma estrellas a partir del agua clara, y al apagarse y reavivarse, forma la noche y el día, y en general los eclipses.

Diógenes de Apolonia supone que el aire es el elemento primario, que todas las cosas están en movimiento y que los mundos son infinitos. Su cosmogonía es la siguiente: cuando el todo estaba en movimiento y se volvía en una parte rara y en otra densa, donde la parte densa se encontraba formaba una concreción, y así las otras partes según el mismo principio; y la más ligera, habiendo tomado la posición más alta, produjo el sol.

Tal es el juicio de los sabios griegos, aquellos que, en verdad, tenían el título de físicos y filósofos, acerca de la constitución del todo y la cosmogonía original; en la que no asumieron ningún creador o hacedor del universo. Es más, no hicieron mención alguna de Dios, sino que remitieron la causa del Todo únicamente al impulso irracional y al movimiento espontáneo.

Tan grande es también la oposición mutua que en ningún punto se han puesto de acuerdo, sino que han llenado todo el asunto de discordia y discordia. Por eso el admirable Sócrates solía acusarlos a todos de locura y decir que no eran más que locos, es decir, si se considera a Jenofonte como testigo satisfactorio, cuando en los Memorabilia habla así:

"Nadie ha visto a Sócrates hacer o oír nada impío o irreligioso. Porque ni siquiera sobre la naturaleza de todas las cosas o sobre otras cuestiones similares, él disertaba, como lo hacía la mayoría, sobre cuál es la naturaleza del cosmos, como lo llaman los sofistas, y por qué fuerzas necesarias se producen cada uno de los cuerpos celestes, sino que incluso solía representar a quienes se preocupaban por tales asuntos como si estuvieran diciendo tonterías".

Y luego añade que se admiraba de que no les fuera evidente que es imposible para los hombres descubrir estas cosas, pues incluso los que más se enorgullecían de disertar sobre estos temas no compartían las mismas opiniones entre sí, sino que se comportaban entre sí como locos. Pues, así como entre los locos algunos no temen ni siquiera las cosas que deberían ser temidas, y otros temen lo que no es en absoluto temible; así también entre los que se preocupan por la naturaleza de todas las cosas, algunos piensan que el Ser es uno solo, otros que es una multitud infinita; y algunos que todas las cosas están siempre en movimiento, pero otros que nada puede ser movido jamás; y algunos que todas las cosas son creadas y perecen, pero otros que nada puede ser creado ni perecer jamás.

Así lo dice Sócrates, según el testimonio de Jenofonte. Y Platón también coincide con este relato en su diálogo Sobre el Alma, describiéndolo así:

"En mi juventud, Cebes, me dijo, yo mismo tenía un gran deseo de esa especie de sabiduría que llaman investigación física; me parecía una cosa magnífica conocer las causas de todas las cosas, por qué cada cosa surge y por qué perece o por qué existe. Y constantemente pensaba de un lado a otro, pensando primero en cuestiones como éstas: ¿Es cuando el calor y el frío han asumido una especie de putrefacción, como solían decir algunos, es cuando los seres vivos se crían y se alimentan? ¿Y es la sangre lo que nos permite pensar, o el aire, o el fuego? ¿O no es ninguna de estas cosas, sino que es el cerebro lo que nos proporciona la sensación de la vista, el oído y el olfato? Y de estas pueden surgir la memoria y la opinión, y de la memoria y la opinión, cuando han alcanzado un estado estable, surge del mismo modo el conocimiento. Y luego volví a especular sobre su decadencia y los cambios a los que están sujetos el cielo y la tierra, y finalmente me pareció que yo era de todas las cosas del mundo la menos apta por naturaleza para tal especulación. Y os daré una buena prueba de ello: estaba tan completamente cegado por la mera investigación, que incluso lo que claramente entendía antes, al menos como yo y otros pensábamos, luego lo olvidé, incluso lo que creía saber antes".

Así lo dijo Sócrates, el hombre tan célebre por todos los griegos. Por tanto, cuando este gran filósofo tuvo semejante opinión de las doctrinas fisiológicas de los que he mencionado, creo que también nosotros hemos desaprobado con razón el ateísmo de todos ellos, ya que su error politeísta parece no estar desconectado de las opiniones ya mencionadas. Sin embargo, esto se demostrará en su momento, cuando demuestre que Anaxágoras es el primero de los griegos mencionados que se propuso presidir la causa del todo.

Pero ahora pasemos conmigo a Diodoro, y consideremos lo que narra acerca de la teología primitiva de la humanidad.

IX
Los antiguos adoraban las luminarias celestiales,
no sabiendo nada del Dios del universo, ni de los demonios

Se dice entonces que los hombres que habitaban en la antigüedad en Egipto, cuando miraban al cosmos y quedaban impresionados y admirados por la naturaleza del universo, suponían que el sol y la luna eran dos dioses eternos y primordiales, a uno de los cuales llamaban Osiris y al otro Isis, aplicándose cada nombre a partir de alguna etimología verdadera.

'Pues cuando se traducen a la forma griega del habla, Osiris es "de muchos ojos"; con razón, pues al lanzar sus rayos en todas direcciones contempla, por así decirlo con muchos ojos, toda la tierra y el mar: y con esto concuerdan las palabras del poeta Diodoro: "Tú, sol, que todo lo ves y estás cerca de todo".

'Pero algunos de los antiguos mitólogos griegos dan a Osiris el nombre adicional de Dioniso y, con un ligero cambio en el nombre, Sirio. Uno de ellos, Eumolpo, habla en sus Poemas Báquicos de esta manera: "Dionisio lo llamó brillante como una estrella, su rostro en llamas con rayos, y Orfeo dice que "por esa misma razón le llaman Fanes y Dioniso". Algunos dicen también que el manto de piel de cervatillo se cuelga sobre él como una representación del brillo de las estrellas.

También se interpreta que Isis significa antigua, nombre que se le dio a la luna por su origen antiguo y eterno. Y le pusieron cuernos, tanto por el aspecto con el que aparece cuando tiene forma de medialuna, como por la vaca que está consagrada a ella entre los egipcios. Y se supone que estas deidades gobiernan el mundo entero.

También se encuentra en la teología fenicia que sus primeros filósofos físicos no conocían otros dioses que el sol, la luna y, además de éstos, los planetas, los elementos y las cosas relacionadas con ellos; y que los primeros hombres consagraron a éstos los productos de la tierra, y los consideraron como dioses, y los adoraron como fuentes de sustento para ellos mismos y para las generaciones posteriores, y para todos los que los precedieron, y les ofrecieron libaciones y ofrendas. Pero la compasión, el lamento y el llanto consagraron a los productos de la tierra cuando perecieron, y a la generación de criaturas vivientes primero de la tierra, y luego a su producción de unos a otros, y a su fin, cuando partieron de la vida. Estas nociones de adoración estaban de acuerdo con su propia debilidad y la falta, hasta entonces, de cualquier iniciativa del espíritu.

Tales son las afirmaciones de los escritos fenicios, como se demostrará a su debido tiempo. Además, un hombre de nuestro tiempo, ese mismo que gana celebridad por su abuso hacia nosotros, en el tratado que tituló Abstinencia de Alimentos Animales, menciona las antiguas costumbres de los antiguos de la siguiente manera en sus propias palabras, basándose en el testimonio de Teofrasto:

"Es probablemente un tiempo incalculable desde que, como dice Teofrasto, la raza más erudita de la humanidad, que habitaba esa tierra sagrada que fundó el Nilo, fue la primera en comenzar a ofrecer en el hogar a las deidades celestiales no las primicias de la mirra ni de la casia y el incienso mezclados con azafrán; porque estos fueron adoptados muchas generaciones después, cuando el hombre, convirtiéndose en un vagabundo en busca de su sustento necesario con muchos trabajos y lágrimas, ofreció gotas de estas tinturas como primicias a los dioses".

En efecto, en el pasado no hacían ofrendas de estos animales, sino de hierbas, que levantaban en sus manos como la flor del poder productivo de la naturaleza. Porque la tierra produjo árboles antes que animales, y mucho antes que árboles, la hierba que se produce año tras año; de éstas extraían hojas, raíces y todos los brotes de su crecimiento, y los quemaban, saludando así a las deidades visibles del cielo con su ofrenda, y dedicándoles los honores del fuego perpetuo.

Por estos también guardaban en sus templos un fuego imperecedero, como algo muy propio de ellos. Y del humo (θυμιασις) del producto de la tierra formaban las palabras θυμιατηρια (lit. altares de incienso), θυειν (lit. ofrenda) y θυσιας (lit. ofrendas), palabras que nosotros malinterpretamos como si significaran la práctica errónea de tiempos posteriores, cuando aplicamos el término θυσια al llamado culto que consiste en sacrificios de animales. Y tan ansiosos estaban los hombres de antaño de no trasgredir su costumbre, que maldecían (αρωμαι) a aquellos que descuidaban la antigua moda e introducían otra, llamando a sus propias ofrendas de incienso (αρωματα).

Cuando estos comienzos de sacrificios fueron llevados por los hombres a un gran grado de desorden, se introdujo la adopción de las ofrendas más terribles, llenas de crueldad; de modo que las maldiciones anteriormente pronunciadas contra nosotros parecían ahora haber recibido cumplimiento, cuando los hombres sacrificaban víctimas y profanaban los altares con sangre.

Hasta aquí escribe Porfirio, o más bien Teofrasto. Podemos encontrar un sello y confirmación de lo afirmado en lo que Platón en el Cratilo, antes de sus observaciones sobre los griegos, dice palabra por palabra lo siguiente:

"Me parece que los primeros habitantes de Grecia tenían sólo los mismos dioses que muchos de los bárbaros tienen ahora, a saber, el sol, la luna, la tierra, las estrellas y el cielo. Y como los veían siempre moviéndose en su curso y corriendo (θεοντα), por esta tendencia natural a correr los llamaron θεουσ (lit. dioses)".

Pero creo que debe ser evidente para todos, después de considerarlo, que los primeros y más antiguos de la humanidad no se dedicaron ni a construir templos ni a erigir estatuas, ya que en ese tiempo aún no se había descubierto el arte de la pintura, ni del modelado, ni de la talla, ni tampoco se habían establecido todavía la construcción ni la arquitectura.

Ni había mención entre los hombres de aquella época de aquellos que después fueron denominados dioses y héroes, ni había Zeus, ni Cronos, Poseidón, Apolo, Hera, Atenea, Dioniso, ni ninguna otra deidad, masculina o femenina, como hubo después en multitud entre los bárbaros y los griegos; ni había ningún demonio bueno o malo reverenciado entre los hombres, sino que sólo las estrellas visibles del cielo a causa de su carrera (θεειν) recibían, como ellos mismos dicen, el título de dioses (θεων), y ni siquiera éstas eran adoradas con sacrificios de animales y los honores que después se inventaron supersticiosamente.

Esta afirmación no es nuestra, sino que el testimonio viene de dentro y de los mismos griegos, y proporciona su prueba con las palabras que ya se han citado y con las que se expondrán a continuación en el debido orden.

Esto es lo que también enseñan nuestras Sagradas Escrituras, en las que se contiene que en el principio el culto a las luminarias visibles había sido asignado a todas las naciones, y que sólo a la raza hebrea se le había confiado la iniciación plena en el conocimiento de Dios, el Creador y Artífice del universo, y de la verdadera piedad hacia él. Así pues, entre los más antiguos de la humanidad no se menciona ninguna teogonía, ni griega ni bárbara, ni ninguna erección de estatuas sin vida, ni todas las tonterías que hay ahora sobre la denominación de los dioses tanto masculinos como femeninos.

De hecho, los títulos y nombres que los hombres han inventado desde entonces no eran todavía conocidos entre la humanidad: ni tampoco las invocaciones de demonios y espíritus invisibles, ni las mitologías absurdas sobre dioses y héroes, ni los misterios de iniciaciones secretas, ni nada en absoluto de la superstición excesiva y frívola de las generaciones posteriores.

Éstas eran, pues, invenciones de los hombres y representaciones de nuestra naturaleza mortal, o más bien, nuevos dispositivos de disposiciones bajas y licenciosas, según nuestro oráculo divino que dice: "La invención de los ídolos fue el principio de la fornicación".

En efecto, el error politeísta de todas las naciones sólo se vio muchos siglos después, habiendo tenido su origen en los fenicios y los egipcios, y de ellos pasado a las demás naciones, e incluso a los mismos griegos. Pues esto lo confirma también la historia de los primeros tiempos, historia que ahora es tiempo de que revisemos, empezando por los registros fenicios.

Ahora bien, el historiador de este tema es Sanchuniaton, un autor de gran antigüedad y más antiguo, según dicen, que los tiempos de Troya, uno de quien testifican que fue aprobado por la exactitud y verdad de su Historia Fenicia. Filón de Biblos, no el hebreo, tradujo toda su obra del idioma fenicio al griego y la publicó.

De los asuntos de los judíos, la historia más verdadera, porque es la más acorde con sus lugares y nombres, es la de Sanchuniaton de Berito, quien recibió los registros de Hierombalo, sacerdote del dios Jevo. Dedicó su historia a Abibalo, rey de Berito, y fue aprobado por él y por los investigadores de la verdad en su tiempo. Ahora bien, los tiempos de estos hombres caen incluso antes de la fecha de la guerra de Troya, y se acercan casi a los tiempos de Moisés, como lo demuestra la sucesión de los reyes de Fenicia.

Sanchuniaton, quien hizo una colección completa de la historia antigua de los registros de las diversas ciudades y de los registros de los templos, y escribió en la lengua fenicia con amor a la verdad, vivió en el reinado de Semiramis, la reina de los asirios, que se registra que vivió antes de la guerra de Troya o en esos mismos tiempos. Las obras de Sanchuniaton fueron traducidas a la lengua griega por Filón de Biblos.

Filón habiendo dividido toda la obra de Sanchuniaton en nueve libros, en la introducción al primer libro hace este prefacio sobre Sanchuniaton, palabra por palabra:

"Siendo estas cosas así, Sanchuniaton, que era un hombre de mucho saber y gran curiosidad, y deseoso de conocer la historia más antigua de todas las naciones desde la creación del mundo, buscó con gran cuidado la historia de Taauto, sabiendo que de todos los hombres bajo el sol, Taauto fue el primero que pensó en la invención de las letras y comenzó la escritura de registros: y sentó las bases, por así decirlo, de su historia, comenzando con él, a quien los egipcios llamaban Toit, y los alejandrinos Tot, traducido por los griegos como Hermes".

Después de estas afirmaciones, critica a los autores más recientes por reducir de manera violenta y falsa las leyendas sobre los dioses a alegorías, explicaciones y teorías físicas, y continúa diciendo:

"El más reciente de los escritores sobre religión rechazó los hechos reales desde el principio, y habiendo inventado alegorías y mitos, y formado una afinidad ficticia con los fenómenos cósmicos, estableció misterios, y los cubrió con una nube de absurdo, de modo que uno no puede discernir fácilmente lo que realmente ocurrió: pero él, habiendo dado con las colecciones de escritos secretos de los amoneos que fueron descubiertos en los santuarios y por supuesto no eran conocidos por todos los hombres, se aplicó diligentemente al estudio de todos ellos; y cuando hubo completado la investigación, dejó de lado el mito original y las alegorías, y así completó su trabajo propuesto; hasta que los sacerdotes que siguieron en tiempos posteriores quisieron ocultar esto de nuevo, y restaurar el carácter mítico; a partir de cuyo momento el misticismo comenzó a surgir, sin haber llegado previamente a los griegos".

A continuación dice: "Estas cosas las he descubierto en mi ansioso deseo de conocer la historia de los fenicios, y después de una investigación exhaustiva de mucho material, no lo que se encuentra entre los griegos, porque es contradictorio y compilado por algunos con un espíritu contencioso más que con vistas a la verdad". Y después da esta declaración: "La convicción de que los hechos eran como él los había descrito me llegó al ver el desacuerdo entre los griegos: sobre lo cual he compuesto cuidadosamente tres libros que llevan el título de Historia Paradójica". Y nuevamente después de otras afirmaciones añade:

"Para mayor claridad y para determinar los detalles, es necesario decir claramente de antemano que los bárbaros más antiguos, y especialmente los fenicios y egipcios, de quienes el resto de la humanidad recibió sus tradiciones, consideraban como los dioses más grandes a aquellos que habían descubierto las necesidades de la vida o habían hecho algún bien a las naciones. Estimándolos como benefactores y autores de muchos beneficios, los adoraban también como dioses después de su muerte y construían santuarios y consagraban columnas y bastones con sus nombres. Los fenicios los tenían en gran reverencia y les asignaban sus mayores fiestas. En particular, aplicaban los nombres de sus reyes a los elementos del cosmos y a algunos de los que eran considerados dioses. Pero no conocían otros dioses que los de la naturaleza, el sol y la luna, y el resto de las estrellas errantes, y los elementos y cosas relacionadas con ellas, de modo que algunos de sus dioses eran mortales y otros inmortales".

Habiendo explicado Filón estos puntos en su prefacio, comienza a continuación su interpretación de Sanchuniaton exponiendo la teología de los fenicios de la siguiente manera:

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La teología de los fenicios

El primer principio del universo, según los fenicios, fue el aire oscuro, con nubes y viento, o más bien una ráfaga de aire nublado y un caos turbio y oscuro como el Erebo; y estos fueron ilimitados y durante largos siglos no tuvieron límite. Pero cuando el viento se enamoró de sus propios padres y se produjo una mezcla, esa conexión se llamó Deseo. Éste fue el comienzo de la creación de todas las cosas; pero el viento mismo no tenía conocimiento de su propia creación. De su conexión se produjo Mot, que algunos dicen que es barro, y otros una putrefacción de compuesto acuoso; y de esto surgió todo germen de la creación y la generación del universo. Así, había ciertos animales que no tenían sensación, y de ellos surgieron animales inteligentes, y fueron llamados zophasemin (lit. observadores del cielo), y tenían forma de huevo. También Mot brotó en luz, y sol, y luna, y estrellas, y las grandes constelaciones.

Tal era su cosmogonía, introduciendo el ateísmo absoluto. Pero veamos a continuación cómo surgió la generación de los animales.

Cuando el aire estalló en luz, tanto el mar como la tierra se calentaron, y de allí surgieron vientos y nubes, y grandes lluvias e inundaciones de las aguas del cielo. Así, después de que se separaron y fueron removidos de su lugar debido al calor del sol, y todos se reunieron nuevamente en el aire chocando unos contra otros, se produjeron truenos y relámpagos, y al estruendo del trueno los animales inteligentes ya descritos se despertaron, y se asustaron con el sonido, y comenzaron a moverse tanto en la tierra como en el mar, machos y hembras.

Tal es su teoría sobre la generación de los animales. Estas cosas se encontraron escritas en la cosmogonía de Taauto y en sus Comentarios, tanto a partir de conjeturas como de evidencias que su intelecto discernió, descubrió y nos aclaró. Pero éstos fueron los primeros que consagraron los productos de la tierra, y los consideraron como dioses, y los adoraron como siendo el sostén de la vida tanto para ellos mismos, como para los que vendrían después de ellos, y para todos los antes que ellos, y les ofrecieron libaciones y libaciones.

Éstas eran sus nociones de adoración, correspondientes a su propia debilidad y timidez de alma. Luego dice que del viento Colpias y su esposa Baau (que traduce por noche) nacieron Aeón y Protógono, hombres mortales, así llamados; y que Aeón descubrió el alimento obtenido de los árboles. Que sus descendientes se llamaron Genos y Genea, y habitaron Fenicia; y que cuando había sequías, extendían sus manos al cielo en dirección al sol; por él solo (dice) consideraban como dios al señor del cielo, llamándolo Beelsamen, que en lengua fenicia es "señor del cielo", y en griego Zeus.

No es sin motivo que hemos explicado estas cosas de muchas maneras, sino en vista de las posteriores interpretaciones erróneas de los nombres en la historia, que los griegos en su ignorancia tomaron en un sentido equivocado, siendo engañados por la ambigüedad de la traducción.

De Genos, hijo de Aeón y Protógono, nacieron hijos mortales, cuyos nombres son Luz, Fuego y Llama. Éstos, dice él, descubrieron el fuego frotando trozos de madera y enseñaron su uso. Y engendraron hijos de tamaño y estatura extraordinarios, cuyos nombres se aplicaron a las montañas que ocupaban, de modo que de ellos se llamaron monte Casio, Líbano, Antilíbano y Brathi. De éstos, dice él, nacieron Memrumo e Hipsuranio; y recibieron sus nombres, dice, de sus madres, ya que las mujeres en aquellos días tenían libre relación sexual con cualquiera que encontraran.

Hipsuranio vivía en Tiro y construyó chozas con juncos, cañas y papiros. Se peleó con su hermano Usu, que había sido el primero en inventar una cubierta para el cuerpo hecha con pieles de animales salvajes que él era lo bastante fuerte para capturar. Cuando se produjeron lluvias y vientos furiosos, los árboles de Tiro se frotaron entre sí y se incendiaron, quemando la madera que había allí. Usu tomó un árbol y, después de quitarle las ramas, fue el primero que se aventuró a embarcarse en el mar. Consagró dos columnas al fuego y al viento, las adoró y derramó sobre ellas libaciones de sangre de los animales salvajes que había cazado.

Pero cuando Hipsuranio y Usu murieron, los que quedaron, dice, les consagraron varas y año tras año adoraron sus columnas y celebraron fiestas en su honor. Pero muchos años después, de la raza de Ilipsuranio nacieron Agreo y Halieo, los inventores de la caza y la pesca, de quienes se llamaron cazadores y pescadores; y de ellos nacieron dos hermanos, descubridores del hierro y el modo de trabajarlo; uno de los cuales, Crisor, practicó la oratoria, los encantamientos y la adivinación; y que él era Hefesto, e inventó el anzuelo, el cebo, el sedal y la balsa, y fue el primero de todos los hombres en hacer un viaje; por lo que también lo reverenciaron como a un dios después de su muerte. Y también fue llamado Zeus Meilichios. Y algunos dicen que sus hermanos inventaron los muros de ladrillo. Después de esto, de su raza surgieron dos jóvenes, uno de los cuales se llamó Technites (lit. Artífice) y el otro Geinos Autochthon (lit. Aborigen de la Tierra). Estos idearon la mezcla de paja con arcilla para ladrillos y su secado al sol, y además inventaron los tejados. De ellos nacieron otros, uno de los cuales se llamó Agros y el otro Agrueros o Agrotes; de este último hay en Fenicia una estatua muy venerada y un santuario tirado por yuntas de bueyes; y entre la gente de Biblos se le considera el más grande de los dioses.

Estos dos idearon la adición de patios, recintos y cuevas a las casas. De ellos surgieron los agricultores y los cazadores. También se los llama aletae y titanes. De éstos nacieron Aminos y Magno, que establecieron aldeas y apriscos. De ellos nacieron Misor y Suduc (lit. Recto y Justo), los cuales descubrieron el uso de la sal.

De Misor nació Taauto, quien inventó el primer alfabeto escrito; los egipcios lo llamaron Thoit, los alejandrinos Tot y los griegos Hermes.

De Suduc proceden los dioscuros, o cabiros, o coribantes, o samotracios. Éstos fueron los primeros en inventar el barco. De ellos surgieron otros que descubrieron las hierbas, la curación de las picaduras venenosas y los hechizos. En su época nació un tal Elioun (lit. el Altísimo) y una mujer llamada Berut, y vivían en las cercanías de Biblos.

De ellos nació Epigeo o Autóctono, a quien luego llamaron Urano; de modo que de él llamaron al elemento que está sobre nosotros Urano debido a la excelencia de su belleza. Y tiene una hermana nacida de los padres antes mencionados, que se llamó Ge (lit. Tierra), y de ella, dice, debido a su belleza, llamaron a la tierra con el mismo nombre. Y su padre, el Altísimo, murió en un encuentro con bestias salvajes, y fue deificado, y sus hijos le ofrecieron libaciones y sacrificios.

Urano, habiendo sucedido a su padre en el trono, se casó con su hermana Ge, y tuvo con ella cuatro hijos: Elo, que también es Cronos, Betilo, Dagón, que es Sitón, y Atlas. Urano también tuvo con otras esposas una numerosa prole, por lo que Ge se enojó y, por celos, comenzó a reprocharle a Urano, de modo que incluso se separaron.

Pero Urano, después de haberla abandonado, solía atacarla con violencia cuando quería, y se juntaba con ella, para luego marcharse de nuevo; también intentaba matar a sus hijos con ella, pero Ge lo rechazó muchas veces, habiendo reunido a su alrededor aliados. Y cuando Cronos llegó a la edad adulta, con el consejo y la ayuda de Hermes Trimegisto (que era su secretario), rechazó a su padre Urano y vengó a su madre.

A Cronos le nacieron dos hijas, Perséfone y Atenea. La primera murió virgen, pero por consejo de Atenea y Hermes, Cronos fabricó una hoz y una lanza de hierro. Entonces Hermes habló palabras mágicas a los aliados de Cronos y les inspiró el deseo de luchar contra Urano en nombre de Ge. Y así Cronos se enfrentó a la guerra, expulsó a Urano de su gobierno y se apoderó del reino. También fue capturada en la batalla la amada concubina de Urano, que estaba encinta, a quien Cronos entregó en matrimonio a Dagón. Y en su casa ella dio a luz al hijo engendrado por Urano, al que llamó Demaro.

Después de esto, Cronos construyó un muro alrededor de su propia morada y fundó la primera ciudad, Biblos, en Fenicia.

Poco después, comenzó a sospechar de su propio hermano Atlas y, con el consejo de Hermes, lo arrojó a un pozo profundo y lo enterró. Por esa época, los descendientes de los dioscuros construyeron balsas y barcos y emprendieron viajes; y, al ser arrojados a la costa cerca del monte Casio, consagraron allí un templo. Y los aliados de Elus, que es Cronos, recibieron el sobrenombre de eloim, ya que estos mismos, que recibieron el sobrenombre de Cronos, habrían sido llamados kronii.

Cronos, que tenía un hijo, Sadido, lo mató con su propia espada, porque lo miraba con sospecha, y lo privó de la vida, convirtiéndose así en el asesino de su hijo. De la misma manera, cortó la cabeza de su propia hija; de modo que todos los dioses quedaron consternados por la decisión de Cronos.

Al pasar el tiempo, Urano, estando desterrado, envió secretamente a su hija soltera Astarté con otras dos hermanas suyas (Ehea y Dione) para matar a Cronos mediante artimañas. Pero Cronos las capturó y, a pesar de que eran sus hermanas, las convirtió en sus esposas. Y cuando Urano lo supo, envió a Eimarmene y Hora con otros aliados en una expedición contra Cronos. Y Cronos las ganó para su lado y se quedaron con él.

Además, el dios Urano ideó la Baetilia, habiendo logrado dar vida a las piedras. Y a Cronos le nacieron siete hijas de Astarté (Titánides, o Artemisa); y a la misma le nacieron siete hijos de Rea, de los cuales el menor fue deificado al nacer; y de Dione, mujeres, y de Astarté, dos varones (Deseo y Amor). Y Dagón, después de descubrir el trigo y el arado, fue llamado Zeus Arotrios.

Una de las titánidas se unió a Suduc, llamada la Justa, y dio a luz a Asclepio. En Perea también le nacieron a Cronos tres hijos: Cronos, del mismo nombre que su padre, Zeus, Belo y Apolo. En su época nacieron Ponto, Tifón y Nereo, padre de Ponto e hijo de Belo. Y del Ponto nacieron Sidón (que por la extraordinaria dulzura de su voz fue la primera en inventar el canto musical) y Poseidón. Y de Demaro nació Melcatros, que también es llamado Hércules.

Más tarde, Urano vuelve a hacer la guerra contra el Ponto, y después de rebelarse se une a Demaro, y Demaro ataca al Ponto, pero Ponto lo pone en fuga; y Demaro juró una ofrenda si lograba escapar.

En el año treinta y dos de su poder y reino, Elo (es decir, Cronos), habiendo acechado a su padre Urano en un lugar del interior y habiéndolo tomado en sus manos, lo castró cerca de algunas fuentes y ríos. Allí Urano fue deificado; y cuando exhaló su último suspiro, la sangre de sus heridas goteó en las fuentes y en las aguas de los ríos, y el lugar se señala hasta el día de hoy.

Ésta, pues, es la historia de Cronos, y tales son las glorias del modo de vida, tan alardeado entre los griegos, de los hombres en los días de Cronos, de quien también afirman haber sido la primera raza dorada de hombres articulados y hablantes, ¡esa bendita felicidad de los tiempos antiguos!

A esto se añaden  otros asuntos.

Astarté, la diosa más grande, y Zeus Demaro, y Adodus, rey de los dioses, reinaron sobre el país con el consentimiento de Cronos. Y Astarté se colocó la cabeza de un toro sobre su propia cabeza como señal de realeza; y al viajar alrededor del mundo encontró una estrella que había caído del cielo, que recogió y consagró en la isla sagrada de Tiro. Y los fenicios dicen que Astarté es Afrodita.

Cronos, al dar la vuelta al mundo, entregó el reino del Ática a su hija Atenea. Pero, cuando sobrevino una epidemia de peste y la muerte de los habitantes, Cronos ofreció a su hijo único como holocausto a su padre Urano y se circuncidó, obligando a sus aliados a hacer lo mismo. Poco después, otro de sus hijos con Rea, llamado Mut, murió y lo deificó, y los fenicios lo llamaron Tánatos y Plutón. Después de esto, Cronos entregó la ciudad de Biblos a la diosa Baaltis, también llamada Dione, y Berito a Poseidón y a los cabiros, a los agrotas y a los halieis, quienes también consagraron los restos del Ponto en Berito.

Antes de esto, el dios Tauto imitó los rasgos de los dioses que eran sus compañeros, Cronos, Dagón y el resto, y dio forma a los caracteres sagrados de las letras. También ideó para Cronos como insignia de la realeza cuatro ojos por delante y por detrás. Pero dos de ellos cerrados silenciosamente, y sobre sus hombros cuatro alas, dos desplegadas para volar y dos plegadas.

El símbolo significaba que Cronos podía ver cuando dormía y dormir cuando estaba despierto; y lo mismo en el caso de las alas, que volaba mientras estaba en reposo y estaba en reposo cuando volaba. Pero a cada uno de los otros dioses les dio dos alas sobre los hombros, como si significara que acompañaban a Cronos en su vuelo. Y a Cronos mismo le dio dos alas sobre su cabeza, una representando la mente que todo lo gobierna, y otra la sensación.

Cuando Cronos llegó al país del Sur, entregó todo Egipto al dios Tauto, para que fuera su morada real. Y estas cosas, dice, fueron registradas primero por los siete hijos de Suduc, los cabiros, y su octavo hermano Asclepio, como el dios Tauto les ordenó.

Todas estas historias las alegorizó Thabion, que fue el primer hierofante de todos los fenicios desde el principio, y las mezcló con los fenómenos físicos y cósmicos, y las entregó a los profetas que celebraban las orgías e inauguraban los misterios; y ellos, queriendo aumentar sus vanas pretensiones por todas partes, las transmitieron a sus sucesores y a sus visitantes extranjeros: uno de ellos fue Eisiris, el inventor de las tres letras, hermano de Cina, el primero que cambió su nombre a Fénix.

Los griegos, que superaban a todos en genio, se apropiaron de la mayoría de las historias más antiguas y luego las adornaron de diversas maneras con adornos de frases trágicas y las adornaron de todas las maneras posibles, con el propósito de encantar con las fábulas agradables. De ahí que Hesíodo y los célebres poetas cíclicos crearan sus propias teogonías, y batallas de gigantes, y batallas de titanes y castraciones; y con estas fábulas, a medida que viajaban, conquistaron y expulsaron a la verdad. Pero nuestros oídos, habiéndose acostumbrado a sus ficciones y estando ocupados durante largos siglos en ellas, guardan como un fideicomiso la mitología que recibieron, tal como dije al principio; y esta mitología, ayudada por el tiempo, ha hecho que nos resulte difícil escapar de ella, de modo que se piensa que la verdad es un sinsentido y la narrativa espuria, la verdad.

Basten estas citas de los escritos de Sanchuniaton, traducidos por Filón de Biblos y aprobados como verdaderos por el testimonio del filósofo Porfirio. El mismo autor, en su Historia de los Judíos, escribe además lo siguiente acerca de Cronos:

"Tauto, a quien los egipcios llaman Toit, sobresalió en sabiduría entre los fenicios y fue el primero en rescatar el culto a los dioses de la ignorancia del vulgo y en ordenarlo en el orden de la experiencia inteligente. Muchas generaciones después de él, un dios llamado Sourmoubelos y Turo, cuyo nombre fue cambiado a Eusartis, sacó a la luz la teología de Tauto que había estado oculta y eclipsada por las alegorías".

Y poco después dice:

"Era costumbre de los antiguos que, en caso de grandes peligros, los gobernantes de una ciudad o nación, para evitar la ruina común, entregaran a sus hijos más queridos para que fueran sacrificados como rescate a los demonios vengadores; y los que eran así entregados eran sacrificados con ritos místicos. Cronos, a quien los fenicios llaman Elo, que fue rey del país y posteriormente, después de su muerte, fue deificado como la estrella Saturno, tuvo de una ninfa del país llamada Anobret un hijo único, al que por esta razón llamaron Ledud, siendo así llamado el único entre los fenicios; y cuando los grandes peligros de la guerra acosaron al país, vistió a su hijo con ropas reales, preparó un altar y lo sacrificó".

Véase también lo que el mismo autor, en su traducción de Sanchuniaton sobre el Alfabeto Fenicio, dice acerca de los reptiles y las bestias venenosas, que no contribuyen a ningún buen servicio a la humanidad, sino que causan muerte y destrucción a todo aquel en quien inyectan su veneno incurable y fatal. Esto también lo describe, diciendo palabra por palabra lo siguiente:

"El dragón y las serpientes eran considerados por Tauto como seres divinos, y después de él lo fueron los fenicios y los egipcios. Tauto declaró que este animal era el más resplandeciente y fogoso de todos los reptiles, por lo que su respiración era insuperable, sin pies ni manos ni ningún otro de los miembros externos con los que se mueven los demás animales. También presenta formas de diversas formas y, en su marcha, da saltos en espiral tan rápidos como quiere. Es también el más longevo y su naturaleza es la de desprenderse de su piel vieja, y así no sólo rejuvenecerse, sino también adquirir un mayor tamaño; y, una vez que ha cumplido la edad que le corresponde, se consume a sí mismo, de la misma manera que el propio Tauto ha escrito en sus libros sagrados; por esta razón, este animal también ha sido adoptado en templos y en ritos místicos".

Hemos hablado más extensamente sobre él en las memorias tituladas Etotiae, en las que demostramos que es inmortal y se autodestruye, como se dijo antes: porque este animal no muere de muerte natural, sino sólo si es golpeado con fuerza. Los fenicios lo llaman Buen Demonio. De la misma manera, los egipcios también lo llaman Cneph; y le añaden la cabeza de un halcón debido a la actividad del halcón.

También Epeis (quien entre ellos es llamado hierofante principal y escriba sagrado, y cuya obra fue traducida al griego por Areio de Heracleópolis), habla en una alegoría palabra por palabra de la siguiente manera:

El primer y más divino ser es una serpiente con forma de halcón, sumamente grácil, que cuando abría los ojos llenaba de luz todo en su lugar original de nacimiento, pero si cerraba los ojos, venía la oscuridad.

Epeis da a entender aquí que también es de una sustancia ígnea, al decir "brilló a través", pues brillar a través es propio de la luz. Ferécides también tomó de los fenicios las primeras ideas de su teología sobre el dios (llamado por él Ofión) y sobre las ofiónidas (de las que hablaremos más adelante).

Además, los egipcios, describiendo el mundo a partir de la misma idea, graban la circunferencia de un círculo, del color del cielo y del fuego, y una serpiente con forma de halcón extendida en el medio, y toda la forma es como nuestra theta (θ), representando el círculo como el mundo, y significando por la serpiente que lo conecta en el medio al buen demonio.

Zoroastro el Mago, en la sagrada colección de Registros Persas, dice con palabras expresas:

"Dios tiene la cabeza de un halcón. Él es el primero, incorruptible, eterno, increado, sin partes, el más diferente (de todo lo demás), el controlador de todo bien, que no puede ser sobornado, el mejor de todo lo bueno, el más sabio de todos los sabios; y también es un padre de buenas leyes y justicia, autodidacta, natural y perfecto, y sabio, y el único autor del poder sagrado de la naturaleza".

Lo mismo dice también de él Ostanes en el libro titulado Octateuco.

De Tauto, como se ha dicho más arriba, todos recibieron el impulso hacia los sistemas fisiológicos; y habiendo construido templos, consagraron en los santuarios los elementos primarios representados por serpientes, y en su honor celebraron fiestas, sacrificios y ritos místicos, considerándolas como los dioses más grandes y gobernantes del universo. Hasta aquí lo referente a las serpientes.

Tal es, pues, la naturaleza de la teología de los fenicios, de la que la palabra de salvación del evangelio nos enseña a huir con los ojos desviados y a buscar con ahínco el remedio a esta locura de los antiguos. Es preciso que quede claro que no se trata de fábulas ni de ficciones poéticas que encierran alguna teoría oculta en sentidos ocultos, sino de testimonios verdaderos, como ellos mismos dirían, de sabios y antiguos teólogos, que contienen cosas de fecha anterior a todos los poetas e historiadores y que derivan la credibilidad de sus afirmaciones de los nombres y de la historia de los dioses que todavía prevalecen en las ciudades y aldeas de Fenicia, y de los misterios celebrados entre cada pueblo; de modo que ya no es necesario buscar explicaciones físicas violentas de estas cosas, puesto que la evidencia que los hechos traen consigo de por sí es bastante clara. Tal es, pues, la teología de los fenicios; pero ahora es tiempo de pasar a examinar con cuidado el caso de los egipcios.