EUSEBIO DE CESAREA
Preparación al Evangelio
LIBRO VIII
En el libro precedente he descrito la vida de los hebreos de la antigüedad, antes de la aparición de Moisés, hombres amados por Dios que demostraron que ese título era cierto coronándose con las recompensas de todas las virtudes. También he descrito sus piadosas doctrinas e instrucciones, y además sus creencias perfectamente verdaderas y religiosas acerca de Dios, que hemos confesado que nosotros los cristianos habíamos llegado a amar y desear. Y ahora, siguiendo el orden de sucesión, pasaré a la política civil en la época de Moisés, que después de esa primera etapa en la religión presenta una segunda, es decir, la que está provista de ordenanzas legales muy peculiares a la nación judía.
Demostraremos en su momento que las instituciones de Moisés eran propias sólo de los judíos, y no de las demás naciones del mundo, ni podían ser observadas por todos los hombres (es decir, por aquellos que habitaban lejos de la tierra de Judea, ya fuesen griegos o bárbaros).
Por ahora, voy a exponer el modo de vida en el tiempo de Moisés, y no con palabras mías, sino con las palabras de los mismos autores que han sido aprobados entre los judíos por su conocimiento hereditario. Creo que es apropiado para mí presentar los testimonios en que se basan mis pruebas, de la misma manera que comencé, a través de los autores que pertenecen propiamente a cada tema.
Así como llamé a fenicios, egipcios y griegos como testigos de asuntos bien conocidos entre ellos en su propio país, así me parece que la presente ocasión reclama adecuadamente estos testigos judíos, y no que yo mismo deba dar un esbozo superficial de asuntos ajenos a mí.
Pero antes de llegar a este punto, creo necesario exponer claramente ante mis lectores cómo los oráculos de los judíos pasaron a los griegos, y cuál fue el método establecido para la interpretación de los escritos sagrados confiados a ellos; mostrando también el número y carácter de los intérpretes, y el gran celo del rey, por el cual aquellos oráculos llegaron a ser traducidos al idioma griego; porque la explicación de estos asuntos tampoco será desaconsejable con respecto a mi prueba de la preparación para el evangelio.
En efecto, cuando la luz de la predicación salvífica de nuestro Salvador estaba casi a punto de brillar para todos los hombres en el imperio romano, más que la razón ordinaria exigía que las profecías acerca de él, y el modo de vida de los piadosos hebreos de la antigüedad, y las lecciones de su enseñanza religiosa, ocultas durante largos siglos en su lengua materna, ahora por fin salieran a la luz a todas las naciones, a las que estaba a punto de ser introducido el conocimiento de Dios. Entonces Dios mismo, el autor de estas bendiciones, anticipándose al futuro por su conocimiento previo como Dios, dispuso que las predicciones acerca de Aquel que había de aparecer pronto como el Salvador de toda la humanidad, y establecerse como el maestro de la religión del único Dios supremo para todas las naciones bajo el sol, fueran reveladas a todas ellas, y fueran sacadas a la luz mediante una traducción precisa y una publicación en bibliotecas públicas. Así que Dios puso en la mente del rey Ptolomeo que llevara a cabo esto, en preparación, según parece, para esa participación de todas las naciones en ellas que tan pronto iba a tener lugar.
De otro modo, no habríamos obtenido de los judíos aquellos oráculos que ellos habrían ocultado por celos hacia nosotros; pero éstos, como consecuencia de la interpretación ordenada por Dios, nos fueron concedidos en una traducción por los hombres que fueron aprobados entre ellos por su inteligencia y cultura hereditaria.
Estas cosas las describe Aristeas, un hombre que, además de erudito, se ocupó de los asuntos de la época de Ptolomeo II Filadelfo, durante cuyo reinado la traducción de las Escrituras judías, realizada gracias al celo del rey, fue premiada con un lugar en las bibliotecas de Alejandría. Pero es hora de escuchar al propio autor relatar el asunto.
I
La traducción de las Escrituras judías, según Aristeas de
Alejandría
Según Aristeas, cuando Demetrio Falero fue nombrado encargado de la biblioteca del rey de Egipto, adquirió grandes sumas de dinero con la intención de reunir todos los libros del mundo, y haciendo compras y transcripciones completó el propósito del rey, en la medida de sus posibilidades.
Cuando le preguntaron cuántas miríadas de libros hay, éste respondió: "Más de veinte miríadas, oh rey; y trataré de que el resto llegue a cincuenta miríadas en poco tiempo. También se me ha notificado que las costumbres de los judíos son dignas de ser traducidas y de tener un lugar en tu biblioteca".
"¿Qué te impide hacer esto?", le dijo el rey, pues "ya te hemos asignado todo lo que necesitas". Demetrio respondió: "También se requiere una interpretación, porque en Judea usan caracteres peculiares, así como los egipcios usan su propia posición de las letras, ya que también tienen su propia lengua. Y se supone que emplean el siríaco, pero no es así, porque es una clase diferente de lengua".
Cuando el rey lo supo todo, mandó que se escribiera una carta al sumo sacerdote de los judíos, para que se cumplieran los asuntos mencionados.
Cuando esto se llevó a cabo, el rey ordenó a Demetrio que informara sobre la descripción de los libros judíos. Porque todos los asuntos fueron ordenados por estos reyes en ordenanzas y con gran exactitud, y nada se hizo al azar. Por esta razón también he dado un lugar al informe y a las copias de las cartas, y al número de las ofrendas enviadas, y la fabricación de cada una de ellas, porque cada una de ellas se distinguió por la grandeza de las partes y la habilidad artística.
II
Carta de Demetrio Falero a Ptolomeo II de Egipto, respecto a la Septuaginta
Una copia del informe al que me refería es el siguiente:
"Al gran rey de Demetrio. De acuerdo con tu orden, oh rey, de que se pudieran reunir los libros que faltaban para completar la biblioteca y de que las partes que habían sido dañadas se pudieran restaurar adecuadamente, he prestado mucha atención a estos asuntos y ahora te presento mi informe. Faltan los libros de la Ley de los judíos, junto con algunos otros, pues están redactados en caracteres y lenguaje hebreos, y están escritos con cierta ligereza, y no como están en el original, según el informe de los que mejor saben, puesto que no han contado con el beneficio de la providencia del rey. Pero es justo que poseas también estos libros completamente corregidos, porque esta legislación, siendo divina, está llena de sabiduría y sinceridad. Por esta razón, tanto los escritores en prosa como los poetas y la multitud de historiadores han evitado la mención de los libros mencionados y de los hombres que ordenaron su vida según ellos, porque, como dice Hecateo de Abdera, el modo de pensar en ellos es de un carácter puro y venerable. Si, pues, te parece bien, oh rey, que se escriba una carta al sumo sacerdote de Jerusalén para que envíe a seis de cada tribu hombres de edad avanzada que hayan vivido las vidas más honorables y tengan experiencia en los asuntos de su propia Ley, a fin de que podamos comprobar el acuerdo con un gran número y, después de recibir la interpretación exacta, podamos darle un lugar distinguido, de una manera digna tanto de las circunstancias como de tu propósito. Que la buena fortuna te sea siempre".
Cuando se presentó este informe, el rey ordenó que se escribiera una carta a Eleazar sobre este asunto, informándole también de la liberación de los cautivos que había tenido lugar. También dio para la fabricación de tazones y copas, y una mesa y jarras, cincuenta talentos de oro y setenta talentos de plata, y una gran cantidad de piedras preciosas.
Y mandó a los tesoreros que dieran a los artistas la elección de lo que preferirían, y de moneda corriente hasta cien talentos para sacrificios y otras cosas. En cuanto a la obra, os daremos información tan pronto como hayamos revisado las copias de las cartas.
III
Carta de Ptolomeo II de Egipto a Eleazar de Jerusalén, respecto a la
Septuaginta
La carta del rey, a la que me refería, estaba escrita en la forma siguiente:
"El rey Ptolomeo al sumo sacerdote Eleazar, salud. Considerando que sucede que muchos judíos que fueron llevados de Jerusalén por los persas en el tiempo de su poder, se han establecido en nuestro país, y muchos más han venido con mi padre a Egipto como prisioneros de guerra, de los cuales él enlistó a muchos en la clase militar con paga más alta, y asimismo, cuando juzgó que el jefe de ellos era fiel, construyó fortalezas y las confió a su cuidado, para que a través de ellas los egipcios nativos pudieran ser intimidados; y considerando que habiendo sucedido en el reino tratamos muy amablemente a todos los hombres, y más especialmente a sus compatriotas, porque hemos liberado a más de diez miríadas de ellos del cautiverio, pagando a sus amos el precio debido en dinero, y enmendando cualquier mal que se haya hecho a través de los ataques de las turbas, habiendo tomado una piadosa resolución de hacer esto y de dedicar una ofrenda de acción de gracias al Dios Altísimo, que ha preservado nuestro reino en paz y en la más alta gloria en todo el mundo: también hemos enlistado en el ejército a los de la edad más vigorosa, y designado a los que juzgamos capaces para ser sobre nuestra persona y digno de confianza sobre la corte. Y como deseamos mostrarte favor a ti también y a todos los judíos en todo el mundo, y a los que vendrán después, hemos propuesto que tu ley sea traducida al idioma griego de lo que llamas el idioma hebreo, para que estos libros también puedan conservarse en nuestra biblioteca con el resto de los libros reales. Por tanto, actuarás bien y de una manera digna de nuestro favor, al elegir a seis de cada tribu hombres de vida honorable, de avanzada edad, que sean expertos en la ley y capaces de interpretarla, para que así se pueda obtener un acuerdo entre el gran número, porque la investigación se refiere a asuntos de gran importancia. Porque creemos que si esto se logra, obtendremos gran gloria de ello. Por lo que se refiere a este asunto, hemos enviado a Andrés, uno de los jefes de nuestra guardia personal, y a Aristeas, hombres de honor entre nosotros, para que hablen contigo y traigan las primicias de nuestras ofrendas al templo, junto con cien talentos de plata para los sacrificios y otras cosas. Y tú también escríbenos sobre lo que desees, pues así nos complacerás y estarás haciendo lo que merece nuestra amistad; pues todo lo que prefieras se realizará lo más rápidamente posible. Adiós".
En respuesta a esto, Eleazar escribió apropiadamente lo siguiente.
IV
Carta de Eleazar de Jerusalén a Ptolomeo II de Egipto, respecto a la
Septuaginta
Estas fueron las palabras del sumo sacerdote Eleazar, al rey de Egipto:
"Eleazar, sumo sacerdote, al rey Ptolomeo, verdadero amigo, salud. Si tú y tu hermana Arsinoe y tus hijos estáis bien de salud, sería lo mejor, tal como deseamos; nosotros también estamos bien. Al recibir tu carta, nos alegramos mucho por tu propósito y tu noble designio; y, habiendo reunido a todo el pueblo, la leímos ante ellos para que supieran la reverencia que tienes hacia nuestro Dios. Exhibimos también las copas que has enviado, veinte de oro y treinta de plata, cinco tazones y una mesa para la dedicación de ofrendas, y cien talentos de plata para ofrecer sacrificios y para cualquier reparación que el templo aún pueda necesitar; y estos han sido traídos por Andreas, uno de aquellos honrados en tu presencia, y Aristeas, hombres nobles y virtuosos, eminentes en conocimiento y dignos en todos los aspectos de tu entrenamiento y justa estima. Nos comunicaron tus órdenes y también recibieron de nosotros una respuesta acorde con tus acciones. Porque en todas las cosas que te sean convenientes, incluso si son contrarias a nuestra disposición natural, obedeceremos: ya que esto es una señal de amistad y afecto. Porque de muchas maneras has conferido a nuestros ciudadanos grandes beneficios que nunca serán olvidados. Por tanto, inmediatamente ofrecimos sacrificios por ti, por tu hermana, por tus hijos y por tus amigos; y todo el pueblo oró para que siempre te sucediera conforme a tu deseo, y que Dios, que gobierna sobre todo, preserve tu reino en paz y con honor. Además, para que la trascripción de la ley sagrada se pueda hacer de manera conveniente y segura, elegí, en presencia de todos, hombres de honor y virtud, de edad madura, de cada tribu seis, y a éstos los envié con la ley. Harás bien entonces, oh justo soberano, en dar instrucciones, tan pronto como se haga la trascripción de los libros, para que los hombres puedan ser enviados de regreso a nosotros de manera segura. Adiós".
Tan pronto como estos volúmenes fueron leídos, los sacerdotes y los ancianos entre los intérpretes y gobernantes de la ciudad, y los líderes del pueblo se pusieron de pie y dijeron: "Puesto que la interpretación de los libros ha sido bien y reverentemente hecha y exactamente en cada punto, es correcto que continúen como están, y que no se haga ninguna revisión".
Cuando todos gritaron en aprobación de este dicho, ordenaron que, como es su costumbre, cualquiera que hiciera una revisión añadiendo o quitando o cambiando algo en lo que había sido escrito fuera maldito: en lo que hicieron correctamente, para que pudiera preservarse siempre como una fuente desbordante.
Cuando se anunció esto al rey, éste se alegró mucho, pues pensó que el propósito que tenía se había cumplido sin problemas. Y todo fue leído ante él, y admiró mucho la mente del legislador, y dijo a Demetrio: "¿Cómo es posible que, habiendo realizado hechos tan grandes, ninguno de los historiadores o poetas haya intentado jamás hacer mención de ellos?" Él respondió: "Porque la legislación era sagrada y había venido por medio de Dios, y algunos de los que la intentaron fueron golpeados por Dios y desistieron de intentarlo".
También dijo que había oído de Teopompo que, cuando intentó, un tanto precipitadamente, añadir a su historia algunos de los pasajes que habían sido previamente traducidos de la ley, había sufrido confusión mental durante más de treinta días, pero en el intervalo de alivio rogó a Dios que se le aclarara cuál era la razón del suceso. Y cuando se le enseñó en un sueño que había sido demasiado curioso en su deseo de publicar los oráculos divinos a la gente común, y había desistido, así recuperó el sentido. También le informó Teodectes, el poeta trágico, que cuando iba a convertir en drama uno de los acontecimientos registrados en el libro, sufrió cataratas en los ojos y, habiendo sospechado que le había sucedido por esta razón, propició a Dios y después de muchos días fue restaurado.
Cuando el rey recibió, como dije antes, el informe de Demetrio acerca de estos libros, los reverenció y ordenó que se tuviera gran cuidado de los libros y que se conservaran en pureza. Pero baste ya este resumen, de los escritos del autor antes mencionado.
V
La traducción alegórica de Eleazar, según Aristeas de Alejandría
Dice Aristeas que vale la pena mencionar brevemente la información que dio en respuesta a nuestras preguntas: porque algunas cosas incluidas en la legislación suelen parecer a la mayoría de las personas demasiado escrupulosas, me refiero a las carnes y bebidas, y a los animales que se supone que son inmundos.
En efecto, cuando preguntamos por qué, aunque hay una sola y la misma creación, algunos animales son considerados inmundos para comer y otros incluso para tocar, la legislación, que es supersticiosa en la mayoría de las cosas, es especialmente supersticiosa en estas distinciones; en respuesta a esto comenzó así. Y si no, observa el efecto que producen en nosotros nuestros modos de vida y nuestras asociaciones, porque, al asociarse con los malos, los hombres contraen sus depravaciones y son miserables durante toda su vida. Pero si viven con personas sabias y prudentes, en lugar de la ignorancia consiguen una mejora en su modo de vida.
Por tanto, nuestro Legislador determinó primero las cosas pertenecientes a la piedad y la justicia, y dio instrucciones particulares acerca de ellas, no sólo con prohibiciones, sino también con ejemplos, mostrando manifiestamente tanto los efectos perjudiciales como las visitaciones obradas por Dios sobre los culpables. Porque explicó en primer lugar que Dios es Uno solo, y que su poder se manifiesta a través de todas las cosas, estando todo lugar lleno de Su dominio; y nada de lo que los hombres hacen en secreto sobre la tierra escapa a Su conocimiento, sino que todas las acciones del hombre están abiertas y manifiestas ante él, como también las cosas que serán.
Así pues, habiendo desarrollado estas verdades con precisión y habiéndolas dejado claras, demostró Aristeas que si un hombre tan sólo pensara en hacer el mal, por no decir perpetrarlo, no escaparía a la detección; pues demostró que el poder de Dios impregna toda la legislación.
Habiendo hecho este comienzo, demostró también Aristeas que toda la humanidad, excepto nosotros, cree que hay muchos dioses, aunque ellos mismos son mucho más poderosos que aquellos a quienes adoran en vano. Pues cuando han hecho estatuas de piedra o de madera, dicen que son imágenes de quienes inventaron algo útil para ellos en vida, y se postran y los adoran, aunque tienen a mano pruebas de su insensibilidad. Porque atribuirlo a esta causa (es decir, a su invención), sería una completa locura; ya que sólo tomaron algunas de las cosas ya creadas, y al combinarlas mostraron más claramente que su constitución es muy útil, pero no las hicieron ellos mismos: por lo tanto, fue una cosa vana y tonta hacer dioses de hombres como ellos. Porque incluso ahora hay muchos hombres más inventivos y más eruditos que los de tiempos pasados, y ¡se postran y los adoran!
En efecto, los creadores de estas imágenes y los autores de estas leyendas piensan que son los más sabios de los griegos. ¿Por qué necesitamos hablar de los demás pueblos absolutamente estúpidos, los egipcios y otros similares, que han depositado su confianza en las bestias salvajes y en la mayoría de las clases de reptiles y ganado, y los adoran y les ofrecen sacrificios tanto cuando están vivos como cuando están muertos?
Así pues, nuestro Legislador, en su sabiduría, habiendo tenido una visión global de todo y habiendo sido preparado por Dios para el conocimiento del todo, nos rodeó con murallas inquebrantables y con muros de hierro, para que no nos mezcláramos en absoluto con ninguna de las otras naciones, sino que permaneciéramos puros en cuerpo y alma, libres de vanas imaginaciones y adoremos al único Dios más que a toda la creación.
Por eso los principales sacerdotes de los egipcios, después de haber examinado atentamente muchos asuntos y haber obtenido un conocimiento de nuestros asuntos, nos llaman hombres de Dios: un título que no pertenece a ningún otro, excepto a quienes adoran al Dios verdadero; pero el resto son hombres (no de Dios, sino) de comidas, bebidas y vestidos; porque están completamente dispuestos a dedicarse a estas cosas.
El pueblo judío no tiene en cuenta estas cosas, sino que durante toda su vida contempla el gobierno de Dios. Por eso, para que no nos depraváramos al participar de alguna impureza o asociarnos con el mal, nos cercaron por todos lados con reglas de abstinencia, mediante comidas y bebidas lícitas, y el tacto, el oído y la vista. Hablando en general, todas las cosas son iguales en referencia al orden natural, al estar gobernadas por un solo poder, y sin embargo, tomadas individualmente, hay una razón profunda en cada caso en cuanto a las cosas que nos abstenemos de usar y las que usamos en común.
Para dar un ejemplo, repasaré una o dos cosas, y os las explicaré. No quiero que caigáis en la idea degradada de que Moisés promulgó estas leyes por escrúpulos supersticiosos a causa de las moscas, las comadrejas o cosas por el estilo; sino que todas las cosas han sido ordenadas reverentemente con vistas a la santa circunspección y al perfeccionamiento de las disposiciones morales, por amor a la rectitud.
Porque todas las aves que utilizamos son domesticadas y se distinguen por su limpieza, y se alimentan de diversas clases de granos y legumbres, como palomas, tórtolas, gallos silvestres, perdices, gansos y todas las demás aves de esta especie. Pero las aves que están prohibidas son feroces y carnívoras, tiranizan a las demás por la fuerza con que están dotadas y se alimentan con crueldad de la matanza derrochadora de las aves domesticadas antes mencionadas. Y no sólo eso, sino que también se apoderan de corderos y cabritos, y también hieren a seres humanos, ya sean vivos o muertos.
Así, al llamarlos inmundos, dio con ellos una señal de que aquellos para quienes está ordenada la legislación deben practicar la justicia en su alma, y no tiranizar a nadie confiando en su propia fuerza, ni robarles nada en absoluto, sino dirigir el curso de su vida de acuerdo con la justicia, como los animales domesticados entre las aves antes mencionadas consumen las especies de legumbres que crecen en la tierra, y no tiranizan para la destrucción ni de los que están debajo de ellos ni de los de su propia especie.
El Legislador enseñó, pues, que por medios como estos se dan a los sabios, deben ser justos, no lograr nada por la violencia y no tiranizar a los demás confiando en su propia fuerza. Así pues, si ni siquiera era apropiado tocar a los animales antes mencionados debido a sus diversas disposiciones, ¿no deberíamos cuidarnos por todos los medios de que nuestros hábitos morales no se deterioren hasta este punto?
Así pues, todas las autorizaciones concedidas en el caso de estas aves y del ganado las ha expuesto en sentido figurado. Pues la división de la pezuña y la separación de las garras es una señal de que debemos hacer una distinción en cada particular de nuestras acciones hacia el lado de lo correcto. 'Pues la fuerza de todo nuestro cuerpo cuando está en acción depende para su apoyo de los hombros y las piernas: por tanto, por el significado dado aquí nos obliga a realizar todas nuestras acciones con discriminación hacia la justicia; y especialmente porque hemos sido claramente separados de todos los hombres.
La mayoría de las demás naciones se contaminan con relaciones sexuales promiscuas, cometiendo gran iniquidad; y distritos y ciudades enteras se enorgullecen de ello. Porque no sólo tienen relaciones sexuales con varones, sino que también contaminan a las mujeres después del parto, e incluso a las hijas; pero de estas naciones hemos sido claramente separados.
Pero como el hombre es el objeto al que se refiere el símbolo de separación antes mencionado, el Legislador también ha caracterizado el símbolo de la memoria como referido a él. Porque todos los animales que tienen pezuña dividida y rumian manifiestamente exponen al pensador la idea de la memoria. Porque la rumia no es otra cosa que un recuerdo de la vida y el sustento. Porque la vida suele sustentarse con el alimento. Por eso Dios nos exhorta con las Escrituras con estas palabras: "Acuérdate siempre del Señor Dios, que hizo en ti cosas grandes y maravillosas".
Cuando se observan de cerca, son manifiestamente gloriosas la construcción del cuerpo, y la distribución de los alimentos, y la distinción de cada miembro separado, y la disposición ordenada de los sentidos, y la acción de la mente, y su movimiento invisible, y su rapidez para actuar de acuerdo a cada ocurrencia, y su invención de las artes. Todas estas cosas tienen un carácter delicioso. Por eso Dios nos exhorta a recordar cómo las partes antes mencionadas se mantienen unidas y preservadas por un poder divino. Porque ha marcado cada lugar y tiempo con vistas a que recordemos continuamente al Dios que los gobierna, mientras observamos el principio, el medio y el fin de cada uno.
En el caso de las comidas y bebidas, nos ordena que primero consagremos una parte y luego usemos el resto. Además, de los bordes de nuestras vestiduras nos ha dado un símbolo de recuerdo; y de la misma manera nos ha ordenado también que coloquemos las palabras inspiradas en nuestras puertas y portones, para que sean un recuerdo de Dios. También en nuestras manos ordena expresamente que se fije el símbolo, mostrando claramente que debemos realizar toda acción en justicia, manteniendo un recuerdo de nuestra propia creación, pero recordando en todas las cosas el temor de Dios.
También pide Dios a los hombres que, al acostarse, al levantarse y al andar, mediten en las obras de Dios, no sólo con palabras, sino también observando distintamente su propio movimiento y su autoconciencia, cuando se van a dormir y luego al despertar, y cómo la alternancia de estos estados es divina e incomprensible.
También se nos ha mostrado la excelencia de la analogía en lo que se refiere a la distinción y la memoria, según nuestra explicación de la división de la pezuña y la rumia. Pues las leyes no han sido promulgadas sin consideración y de acuerdo con lo que vino a la mente, sino con miras a la verdad y a la indicación de la recta razón.
Después de varias instrucciones sobre comidas y bebidas y casos de contacto, nos ordena no hacer ni escuchar nada irreflexivamente, ni recurrir a la injusticia empleando el dominio del lenguaje.
En el caso de los animales salvajes también se puede descubrir el mismo principio. La comadreja, los ratones y otros animales como estos, que se han mencionado expresamente, tienen un carácter destructivo. Los ratones contaminan y dañan todas las cosas, no sólo para su propio alimento, sino hasta el punto de volver completamente inútil para el hombre todo lo que cae en su camino para dañarlo. La especie de la comadreja también es singular, pues, además de lo que se ha dicho anteriormente, tiene una constitución maliciosa, pues concibe por las orejas y da a luz por la boca. Por esta razón, pues, tal disposición se declara impura para la humanidad, pues al encarnar en la palabra todo lo que han recibido de oídas, involucran a otros en males y, estando ellos mismos completamente contaminados por la contaminación de su impiedad, no obran una impureza común.
Sobre estos temas, pues, basta con una breve descripción para mostraros que todas las cosas han sido reguladas con vistas a la justicia, y que nada ha sido designado por la Escritura al azar ni de manera fabulosa, sino para que a lo largo de toda nuestra vida, en nuestra conducta actual, practiquemos la justicia hacia todos los hombres, recordando a Dios, que es nuestro gobernador.
Por lo tanto, en lo que respecta a las carnes lícitas y a las cosas inmundas, a los reptiles y a las bestias salvajes, todo el sistema apunta a la justicia y a la justa relación de la humanidad. En cuanto a los terneros, carneros y machos cabríos que se iban a ofrecer, dijo Dios que debíamos tomarlos de las manadas y los rebaños y domesticarlos, y no ofrecer ningún animal salvaje o feroz, para que los oferentes de los sacrificios, habiendo percibido el significado simbólico del legislador, no sintieran ninguna arrogancia. Pues quien ofrece el sacrificio ofrece toda su disposición, y su propia alma.
Éstas son las distinciones precisas sobre la idea expuesta alegóricamente en las leyes sagradas, que el sumo sacerdote Eleazar dio a los griegos que habían venido a él, pensando que podrían coincidir con las traducciones de las Escrituras que estaban a punto de publicarse.
Pero es tiempo de escuchar lo que Aristóbulo, que había participado de la filosofía de Aristóteles además de la de su propio país, declaró sobre los pasajes de los libros sagrados que actualmente se entiende que se refieren a los miembros del cuerpo de Dios. Este es el mismo hombre que se menciona al comienzo del libro II de los Macabeos, y el mismo que, en su escrito dirigido al rey Ptolomeo, explica este principio.
VI
La salida de los hebreos de Egipto, según Filón de Alejandría
Dice el judío Filón que sus antepasados eran de Caldea, y que este pueblo, que había emigrado de Siria en tiempos antiguos, salió de Egipto, ya que aumentaba en incontables miríadas, y la tierra no era suficiente para ellos; además, habían sido altamente entrenados en la confianza de espíritu juvenil, y Dios también comenzó a indicar su partida por medio de visiones y sueños. Así, bajo la influencia divina, habían caído en un gran anhelo por la antigua tierra de sus antepasados, de la cual ese antepasado suyo pasó a Egipto, ya sea porque Dios así lo determinó, o él por alguna previsión propia se volvió muy próspero, de modo que desde su tiempo hasta el presente la nación ha existido y todavía continúa, y es tan extremadamente poblada.
El que conducía a este éxodo y a este viaje no era en ningún sentido superior, si se quiere decir así, a la mayoría de los hombres; muchas veces le reprocharon ser un engañador y un adulador malicioso. Sin embargo, ¡qué noble engaño y astucia fue aquella en la que, cuando todo el pueblo tenía sed y hambre, ignoraba el camino y necesitaba de todo, no sólo los llevó a través del camino con total seguridad y como en medio de la abundancia, con libre paso de las naciones que se encontraban entre ellos, sino que también los mantuvo libres de disensiones entre sí y muy obedientes a él! Esto tampoco lo hizo, como podría suponerse, por poco tiempo, sino por más tiempo del que probablemente una sola familia podría vivir junta en unanimidad y con toda abundancia. Y ni la sed ni el hambre ni las enfermedades corporales ni el temor por el futuro ni la ignorancia de lo que iba a suceder incitaron contra ese engañador a las tribus que estaban engañadas y perecían a su alrededor.
Pero, ¿qué quieres que diga? ¿Que el hombre poseía un arte tan grande, o un poder de elocuencia, o sabiduría, como para prevalecer sobre dificultades tan numerosas y tan extrañas, que los estaban llevando a todos a la destrucción? Porque o bien debemos admitir que los hombres bajo su mando no eran naturalmente ignorantes ni descontentos, sino obedientes y no carecían de previsión y cuidado para el futuro; o bien, que aunque eran tan malos como podían serlo, Dios calmó sus descontentos y fue, por así decirlo, el guardián presidente tanto de su suerte presente como de su futura. Porque cualquiera de estos casos te parezca más cierto, evidentemente es fuertemente a favor de la alabanza, el honor y la admiración para todo el pueblo.
Estas fueron las circunstancias del éxodo. Pero después de haber llegado a esta tierra, cómo con el tiempo se establecieron y tomaron posesión del país, se muestra en los registros sagrados. Por mi parte, sin embargo, no deseo tanto seguir el método de la historia, como describir lo que era probable según cualquier cálculo justo sobre ellos.
¿Qué preferís, que, a pesar de haber sido muy afligidos, eran fuertes y que, con las armas en la mano, se apoderaron del país por la fuerza, venciendo a los sirios y a los fenicios que luchaban en su propio país? ¿O que, a pesar de ser poco guerreros y poco viriles, y extremadamente pocos y desprovistos de medios de guerra, se ganaron el respeto de estas naciones y obtuvieron la tierra con su consentimiento voluntario? ¿Y que, al poco tiempo, construyeron el templo y establecieron los demás requisitos para la religión y el culto?
Esto parece demostrar que incluso entre sus enemigos se les reconocía como los más favorecidos por Dios, pues necesariamente eran enemigos aquellos cuya tierra habían invadido repentinamente para arrebatársela.
Si entre ellos se encontraron con respeto y honor, ¿no es evidente que sobrepasaron a todos los demás en buena fortuna? ¿Y qué más podemos decir a continuación como segundo o tercer punto? ¿Hablaremos de sus buenas leyes bien obedecidas, o de su santidad, justicia y piedad? Tanto admiraban a aquel hombre, quienquiera que fuese, que les dio sus leyes, que todo lo que él aprobaba, ellos también lo aprobaban.
Por tanto, ya sea que les aconsejara según su propio razonamiento o como le fue enseñado divinamente, ellos lo remitieron todo a Dios; y aunque han pasado muchos años, no puedo decir exactamente cuántos, pero más de dos mil años, no han alterado ni una sola palabra de lo que él había escrito, sino que preferirían morir diez mil veces antes que ceder a cualquier persuasión contraria a sus leyes y costumbres.'
Después de estas declaraciones, Filón da un resumen del gobierno civil, fundado para la nación judía a partir de las leyes de Moisés y escribiendo lo siguiente.
VII
La política religiosa de Moisés, según Filón de Alejandría
Se pregunta el judío Filón si hay entre el pueblo judío alguna de estas costumbres, o algo parecido, aparentemente suave y gentil, que admita peticiones de justicia, y pretextos, y dilaciones, y evaluaciones, y posteriores mitigaciones de las penas. Y concluye diciendo: "Nada; todo es simple y claro. Si cometes sodomía o adulterio, si violas a un niño o a una niña, o de la misma manera si te prostituyes, o si incluso a una edad no apropiada has sufrido, o pareces, o tienes la intención de sufrir, algo vergonzoso, sufres la pena de muerte". Tras lo cual, continúa diciendo:
"Si ultrajas a un esclavo o a un hombre libre, si lo tienes encadenado, si lo tomas y lo vendes, si robas cosas comunes o sagradas, si eres culpable de blasfemia, no solo por hechos sino incluso por una palabra casual, contra Dios mismo no puedo siquiera decir (Dios me perdone por el solo pensamiento de tal cosa), pero contra tu padre o madre o tu propio benefactor, nuevamente es muerte, y esa no es una muerte común u ordinaria; pero el que solo ha dicho blasfemia debe ser apedreado hasta la muerte, como si por hechos blasfemos no hubiera podido ser peor".
Había otras leyes, como que las esposas debían ser gobernadas por sus maridos, no por motivo de insulto, sino con vistas a la obediencia en todas las cosas; que los padres debían gobernar a sus hijos, para mayor seguridad y cuidado; que cada uno debía ser dueño de sus propias posesiones, a menos que al menos hubiera invocado el nombre de Dios sobre ellas, o las hubiera entregado como a Dios. Pero si sucediera que lo prometiera simplemente con una palabra, ya no se le permitía poner la mano o el dedo sobre ellas, sino que debía ser excluido de inmediato de todo.
No hablo tanto de saquear lo que pertenece a los dioses, ni de robar lo que otros han ofrecido; sino incluso en lo que respecta a su propia propiedad. De hecho, si una palabra caía de él sin darse cuenta, aun habiéndola dicho, debía ser privado de todo. Y aunque se arrepintiera o tratara de corregir lo que había dicho, incluso su vida debía serle quitada.
También en el caso de otros sobre quienes un hombre tiene autoridad, existía el mismo principio. Si un hombre declaraba que el alimento de una esposa está consagrado, debía dejar de sustentarla; si un padre lo hacía con su hijo, o un gobernante con su súbdito, el efecto era el mismo. Una remisión también de lo que había sido consagrado era la más perfecta y completa, cuando el sumo sacerdote absolvía, porque bajo Dios tenía el derecho de recibirlo. Además de esto, la absolución otorgada por aquellos que en cada caso tenían mayor autoridad se permitía para declarar que Dios era propiciado, de modo que no era obligatorio emprender la consagración.
Además de estas, había otras innumerables reglas que se basaban en costumbres y usos no escritos, o que estaban contenidas en las leyes mismas: que nadie haga lo que odia que le hagan; que no tome lo que no ha dejado, ni del huerto, ni del lagar, ni de la era; que no robe de un montón nada, grande o pequeño; que no niegue el fuego a quien lo pida; que no cierre los cursos de agua; que dé a los mendigos y a los lisiados comida como una ofrenda piadosa a Dios... Oigamos algunas de ellas:
"No impidas que un cadáver sea enterrado, sino ayúdale a echar más tierra, al menos la suficiente para la piedad natural. No perturbes en absoluto las tumbas o monumentos de los difuntos. No añadas ataduras ni más problemas a quien está en apuros. No destruyas el poder reproductivo de los hombres mediante la escisión, ni el de las mujeres con drogas abortivas y otros artificios. No trates a los animales de manera contraria a la forma que Dios o un legislador ha ordenado; no destruyas la semilla. No esclavices a tu descendencia. No sustituyas una balanza injusta, ni una medida escasa, ni una moneda falsa; no traiciones los secretos de los amigos en una disputa".
Pero observemos otro tipo de preceptos, además de estos, al estilo de "no separes a los padres de los hijos, ni siquiera si son tus cautivos; ni a la mujer del marido, aunque seas su dueño por compra legítima". Estos, sin duda, son mandamientos muy graves e importantes. Pero hay otros de carácter trivial y ordinario, como "no robes el nido de pájaros bajo tu techo; no rechaces la súplica de los animales que a veces huyen como si buscaran protección; abstente de cualquier daño que sea incluso menor que estos". Puedes decir que estos son asuntos sin importancia, pero en todo caso, la ley que los rige es importante y es causa de una observancia muy cuidadosa. Y las advertencias también son importantes, y las imprecaciones de destrucción total, y la supervisión de Dios de tales asuntos, y su presencia como vengador en todo lugar.
¿No os asombráis de que durante un día entero, o muchos más días, y éstos no seguidos sino con intervalos de hasta siete días, no hayan trasgredido ninguno de estos mandamientos? ¿No es esto resultado de una práctica de autocontrol, de modo que son igualmente fuertes para trabajar activamente en cualquier trabajo, y para cesar en su trabajo si es necesario? Ciertamente, no. Pero el Legislador pensó que era necesario, aunque a costa de algunos grandes y extraordinarios dolores, que no sólo fueran capaces de hacer o dejar de hacer todas las demás cosas por igual, sino que además estuvieran bien familiarizados con sus leyes y costumbres ancestrales. ¿Y qué hizo entonces en estos séptimos días? Les ordenó que se reunieran en el mismo lugar y se sentaran unos con otros de manera reverente y ordenada, y escucharan las leyes, para que nadie las ignorara.
De hecho, los judíos siempre se reúnen y se sientan unos con otros, la mayoría de ellos en silencio, excepto cuando es costumbre agregar una palabra de buen augurio a lo que se está leyendo. Pero algún sacerdote presente, o uno de los ancianos, les lee las leyes sagradas y explica cada una por separado hasta casi la tarde; y después de eso se les permite partir con el conocimiento de sus leyes sagradas y con una gran mejora en la piedad.
¿No crees que esto es más necesario para ellos que el asunto más urgente? Así pues, no acuden a los intérpretes oraculares con preguntas sobre lo que deben o no deben hacer, ni actúan por sí mismos de manera temeraria por ignorancia de las leyes; sino que a cualquiera de ellos a quien abordes e interrogues sobre las costumbres nacionales, te podrá informar con facilidad y sin dificultad; y cada uno parece capacitado para transmitir el conocimiento de las leyes, el marido a la mujer, el padre a los hijos y el amo a los sirvientes.
Además, es fácil hablar del séptimo año de la misma manera, aunque tal vez no exactamente de la misma manera. Porque ellos mismos no se abstienen de trabajar, como en esos séptimos días, sino que dejan su tierra en barbecho hasta que llegue el momento de nuevo, en aras de la productividad. Porque piensan que es mucho mejor después de haber tenido un descanso, y que luego pueden cultivarla para el año siguiente, sin haber sido agotada por la continuación del cultivo.
Lo mismo podéis ver que contribuye a fortalecer nuestros cuerpos, pues no es sólo con vistas a la salud que los médicos prescriben intervalos de descanso y ciertas relajaciones del trabajo, pues lo que es siempre continuo y monótono, especialmente en el caso del trabajo, parece ser perjudicial.
Esto es una prueba de ello: si alguien les prometiera cultivar la tierra en este séptimo año mucho más que el anterior y entregarles todos los frutos, de ninguna manera lo aceptarían. Porque piensan que no sólo ellos mismos necesitan descansar de sus trabajos (aunque incluso si lo hicieran, no sería extraño), sino que su tierra necesita descansar un poco y descansar para poder comenzar de nuevo a cuidarla y cultivarla después.
De lo contrario, ¿qué había por parte de Dios que les impidiera el año pasado arrendar la tierra de antemano y cobrar a quienes la cultivaron su tributo del producto del séptimo año? Como dije, de ninguna manera aceptarían los judíos nada de esto, por su preocupación por la tierra.
Respecto a su humanidad, en verdad, es una gran prueba lo siguiente: puesto que ellos mismos descansan de su trabajo en ese año, piensan que no deben recoger ni almacenar los frutos que se producen, ya que no les corresponden por su propio trabajo; pero, puesto que es Dios quien les ha provisto estos frutos, que la tierra produce por sí sola, creen que es justo que cualquiera que lo desee o esté en necesidad, viajeros y otros, los disfruten con impunidad.
Ahora bien, ya hemos oído bastante sobre estos puntos. En cuanto a que su ley ya ha establecido estas reglas para los sábados del séptimo día, no es probable que me preguntéis, ya que probablemente habéis oído hablar de ello a muchos médicos, fisiólogos y filósofos, sobre qué tipo de influencia tiene sobre la naturaleza de todas las cosas, y especialmente sobre la naturaleza del hombre. Éste es el relato del séptimo día.
Estas son las explicaciones de Filón. El también judío Josefo también nos da un relato similar en el libro II de su obra sobre la Antigüedad de los Judíos, donde también él escribe de la siguiente manera.
VIII
La política religiosa de Moisés, según Flavio Josefo
Dice el judío Josefo que "sobre quién fue el que hizo las mejores leyes y alcanzó la creencia más digna acerca de Dios, es fácil para nosotros discernirlo a partir de las leyes mismas comparándolas unas con otras: porque ahora es tiempo de hablar de estos puntos".
Ahora bien, aunque las diferencias particulares en las costumbres y leyes recibidas entre toda la humanidad son infinitas, se pueden repasar de manera resumida.
Algunos confiaron la autoridad de su gobierno civil a las monarquías, otros a las dinastías oligárquicas y otros al pueblo. Moisés, sin embargo, no prestó atención a estos, sino que convirtió nuestro gobierno, por así decirlo, en una teocracia, atribuyendo la autoridad y el poder a Dios y persuadiendo a todo el pueblo a mirarlo como el Autor de todos los bienes, tanto los que poseen todos los hombres en común como los que ellos mismos obtienen al orarle en las dificultades; persuadiéndolos también de que no era posible que ninguna de las acciones o de los pensamientos internos de uno escapara a su conocimiento. Pero a Dios lo representó como increado y eternamente inmutable, superando en belleza a toda forma mortal y desconocido en Su naturaleza esencial, aunque conocido por nosotros por su poder.
No me detendré ahora en demostrar que los más sabios entre los griegos fueron enseñados a albergar estos pensamientos acerca de Dios a partir de los principios que él proporcionó, pero que estos pensamientos son honorables y adecuados a la naturaleza y majestad de Dios, y han dado un fuerte testimonio; pues Pitágoras, Anaxágoras, Platón y los filósofos estoicos que vinieron después de él, y casi todos los demás, evidentemente han albergado tales pensamientos acerca de la naturaleza de Dios.
Pero mientras estos hombres dirigieron su filosofía a unos pocos y no se atrevieron a publicar la verdad de su doctrina a multitudes prejuiciadas con otras opiniones, Moisés, en la medida en que hizo que sus acciones estuvieran de acuerdo con sus leyes, no sólo persuadió a los hombres de su propio tiempo, sino que también inspiró a los que iban a ser engendrados por ellos en cada época con una creencia en Dios que nada podría eliminar.
La razón fue que él superó con mucho a todos los demás en la tendencia de su legislación hacia la utilidad, pues no hizo de la religión una parte de la virtud, sino que hizo de otras cosas partes de la religión, y así las consideró todas juntas y las estableció: me refiero a la justicia, la templanza, la fortaleza y el acuerdo de los conciudadanos entre sí en todas las cosas. Porque todas nuestras acciones y ocupaciones, y todo nuestro discurso, tienen referencia a la piedad hacia nuestro Dios: y ninguna de ellas dejó sin examinar ni sin determinar.
En toda educación y formación moral hay dos métodos: uno de ellos instruye con la palabra y el otro con la formación de hábitos morales. Por eso otros legisladores estaban divididos en sus juicios y, habiendo elegido uno de estos métodos, cada uno según le agradaba, descuidaban el otro. Por ejemplo, los lacedemonios y los cretenses solían educar con hábitos, no con palabras; pero los atenienses y casi todos los demás griegos ordenaban por medio de las leyes lo que los hombres debían hacer o dejar de hacer, pero se preocupaban poco de acostumbrarlos a ello con hechos reales.
Moisés, sin embargo, combinó estos dos caminos con gran cuidado. Así, no dejó la práctica de los hábitos morales sin explicación en palabras, ni permitió que la enseñanza de la ley quedara sin practicar, sino que comenzando de inmediato por la crianza de la infancia y por el modo de vida doméstico de cada hombre, no dejó ni siquiera los asuntos más pequeños dependiendo libremente de los deseos de quienes debían tratar con ellos; pero incluso sobre los tipos de alimentos, de los cuales uno debe abstenerse y cuáles uno debe adoptar, y sobre aquellos que deben vivir en común con ellos, y sobre su diligencia en el trabajo, por otra parte, su descanso, él mismo hizo de la ley un límite y una regla, para que viviendo bajo esto como un padre y un maestro no pudiéramos cometer ningún pecado voluntariamente o por ignorancia.
No dejó ni siquiera la excusa de la ignorancia, sino que señaló que la ley era la mejor y más necesaria instrucción, para que la oyeran no sólo una, ni dos, ni muchas veces; sino que cada semana les ordenó que desistieran de todos los demás empleos y se reunieran para oír la ley y aprenderla completa y exactamente, algo que todos los legisladores parecen haber descuidado.
La mayor parte de la humanidad está tan lejos de vivir según sus propias leyes, que apenas las conocen; pero cuando pecan, aprenden por los demás que han transgredido la ley. También aquellos que administran los poderes más grandes y absolutos entre ellos reconocen su ignorancia, pues designan a quienes profesan ser expertos en las leyes para que presidan con ellos la administración de los asuntos.
Pero a cualquier judío a quien alguien le preguntara sobre las leyes, le resultaría más fácil decirlas todas que su propio nombre. Así, al aprenderlas a fondo tan pronto como nos damos cuenta de algo, las tenemos como grabadas en nuestras almas; y aunque sean pocos los que las trasgredan, ninguna excusa puede salvarnos del castigo.
Es esto, ante todo, lo que ha producido en los judíos tan maravillosa armonía. Porque tener una y la misma opinión acerca de Dios, y no haber diferencias entre uno y otro, en nuestra vida y costumbres diarias, produce una armonía excelente en las disposiciones morales de los hombres.
Entre los judíos no se oirán, por ejemplo, afirmaciones contradictorias entre sí acerca de Dios, aunque tales cosas sean frecuentes en otras naciones. Pues no sólo entre los hombres comunes se expresa el sentimiento casual de cada uno, sino que incluso entre algunos filósofos ha habido la misma temeridad en sus expresiones, algunos han intentado exterminar por completo la naturaleza de Dios con sus argumentos, mientras que otros lo privan de su providencia sobre la humanidad. Tampoco se observará ninguna diferencia en los hábitos de vida; pero entre nosotros hay una comunidad en las acciones de todos los hombres y una unidad de declaración, de acuerdo con la ley, acerca de Dios, declarando que él supervisa todas las cosas.
En lo que respecta a sus hábitos de vida, un judío puede aprender incluso de las mujeres y los sirvientes, al reconocer que todas las cosas deben tener como fin la piedad. De ahí también ha resultado la acusación que algunos nos hacen de que no hemos producido hombres que fueran inventores de novedades en palabras o en obras.
Para otros es bueno no acatar ninguna costumbre heredada de sus antepasados y dar testimonio de la sagaz sabiduría de quienes son más audaces en transgredirlas. Mas para los judíos, por el contrario, la única sabiduría y virtud es no contradecir en absoluto, ni en los hechos ni en el pensamiento, las disposiciones originales de su ley.
Esta conducta puede considerarse razonablemente como una prueba de que la ley fue ordenada admirablemente. Porque las ordenanzas que no tienen este carácter, según las pruebas de la experiencia, requieren enmienda; pero los judíos están persuadidos de que la ley fue ordenada desde el principio de acuerdo con la voluntad de Dios, y de ahí en adelante habría sido impío no guardarla con seguridad.
¿Qué parte de ella se podría haber alterado? ¿O qué se podría haber descubierto mejor? ¿O qué se podría haber transferido de otras leyes como más útil? ¿Se debería haber alterado toda la constitución del estado? Pero ¿qué podría ser más noble o más justo que la constitución que ha hecho a Dios gobernante de todo y ha dejado la administración de los asuntos principales a los sacerdotes en común, pero al mismo tiempo ha confiado el gobierno sobre los demás sacerdotes al sumo sacerdote de todos?
A éstos, desde el principio, Moisés los nombró para su honorable cargo, no como superiores en riqueza ni en ninguna otra ventaja accidental, sino que puso el servicio de Dios en manos de aquellos de sus compañeros que sobresalían de los demás en persuasión y prudencia. Y en esto había un cuidado exacto tanto de la ley como de las otras instituciones: pues los sacerdotes eran nombrados supervisores de todas las cosas, y jueces de los asuntos disputados, y castigadores de los que habían sido condenados.
¿Qué gobierno podría ser más santo que éste? ¿O qué honor más digno de Dios, puesto que todo el pueblo estaba instruido en la religión, y los sacerdotes estaban encargados de una superintendencia especial, y todo el estado estaba administrado a la manera de una solemne religión? Porque lo que otras naciones llaman misterios y solemnidades, y no pueden observar en la práctica durante unos pocos días, los judíos las observan durante toda su vida, con mucho deleite y un propósito inalterable.
¿Qué son, pues, estas premoniciones y proclamaciones? Son sencillas y fáciles de entender. Y el primer y principal precepto es el que dice: "Dios mantiene todas las cosas juntas, siendo absolutamente perfecto y bendito, suficiente para sí mismo y para todos". Él es el principio, el medio y el fin de todas las cosas, manifiesto en sus obras y dones, y más conspicuo que cualquier otro ser, pero para nosotros más invisible en forma y magnitud.
Todo material, por costoso que sea, es indigno de formar su imagen, y todo arte es inepto para concebir una similitud: ninguna semejanza de Dios fue jamás vista ni concebida, ni puede ser representada sin impiedad. Vemos sus obras: la luz, el cielo, la tierra, el sol y la luna, las aguas, las generaciones de los animales, los frutos. Dios hizo estas cosas, no con sus manos, ni con trabajo, ni con necesidad de colaboradores, sino que cuando quiso que fueran bellas, inmediatamente nacieron en belleza. Todos los judíos deben seguirlo, y servirlo en la práctica de la virtud, porque este modo de adorar a Dios es el más sagrado.
Los judíos tienen un solo templo de un solo Dios (porque lo similar siempre es querido por lo similar), un templo común a todos los hombres para el Dios común de todos. Los sacerdotes lo sirven continuamente, y su líder es siempre el primero por nacimiento. Él, junto con sus compañeros sacerdotes, debe ofrecer sacrificios a Dios, guardar las leyes, juzgar los asuntos controvertidos, castigar a los convictos. Quien se niegue a obedecerlo debe sufrir el castigo, como culpable de impiedad hacia Dios mismo.
Los sacrificios que ofrecen no son para satisfacer nuestra propia saciedad y embriaguez (pues estas cosas son contrarias a la voluntad de Dios y pueden servir de pretexto para la insolencia y la extravagancia), sino que son sobrios, ordenados y dispuestos con sencillez, para que los hombres sean lo más moderados posible al sacrificarlos. Además, en los sacrificios deben orar primero por la salvación común y luego por ellos mismos, porque están hechos para la comunión, y quien estime esto por encima de su interés privado será el más aceptable a Dios.
En la oración, los judíos invocan y suplican a Dios, pero no para que les conceda bienes (pues los ha dado por voluntad propia y los ha impartido en común a todos), sino para que sean capaces de recibirlos y, una vez obtenidos, conservarlos.
En la ofrenda de los sacrificios, la ley judía prescribe purificaciones por el duelo por los muertos, por la impureza, por las relaciones conyugales y muchas otras cosas que sería demasiado largo escribir ahora. Tal es su doctrina sobre Dios y su culto, y lo mismo es también su ley.
Ahora bien, ¿cuáles son las leyes relativas al matrimonio? Su ley no reconoce otra cosa que la relación natural con una esposa, y eso si es para el bien de los hijos. Aborrece las relaciones entre varones; y si alguien las intenta, la pena es la muerte. No se ordena a los hombres casarse por razones de dote, ni por rapto, ni por persuasión astuta y engañosa, sino que se pida en matrimonio a quien tenga derecho a dársela, y que sea una mujer adecuada en cuanto a parentesco. La mujer, dicen, es inferior al hombre en todo: por tanto, que obedezca, no para ser insultada, sino para que pueda ser gobernada: porque Dios dio poder al hombre. El marido debe tener relaciones sexuales con ella sola, y atentar contra la esposa de otro es impío. Pero si alguien lo hiciera, ninguna súplica podría salvarlo de la muerte; tampoco si violara a una virgen prometida a otro hombre, ni si sedujera a una mujer casada.
La ley ordenó que todos los niños fueran criados, y prohibió a las mujeres causar abortos o destruir lo engendrado; pero si se las descubría, serían culpables de homicidio infantil, por destruir la vida y disminuir la raza humana. Así pues, si alguien procede a profanar el lecho conyugal, ya no puede ser puro. Incluso después de la lícita relación entre marido y mujer, la Ley ordena la ablución: suponía que este acto implicaba una transferencia de parte del alma a otro lugar. Porque al crecer en unión con los cuerpos, el alma sufre enfermedades, y nuevamente cuando se separa de ellos por la muerte. Por esta razón, en todos estos casos, la ley prescribía purificaciones.
Además, ni siquiera en los cumpleaños de los niños Dios les permitió celebrar una fiesta y poner pretextos para la embriaguez, sino que ordenó que el comienzo mismo de la educación fuera la moderación, y les mandó instruir a los niños en el conocimiento relacionado con las leyes, y que estuvieran familiarizados con las acciones de sus antepasados, para que pudieran imitar esas acciones y, habiendo sido criados en esas leyes, no pudieran trasgredirlas ni tener excusa alguna por ignorancia.
Establecen los judíos que la reverencia debida a los muertos no se debe a costosos ritos funerarios ni a la construcción de monumentos llamativos, sino que designa a los parientes más cercanos para que realicen las exequias habituales y hace que sea costumbre que todos los que pasen por allí en el momento del entierro se acerquen y se unan al duelo. También ordena que la casa y sus habitantes se purifiquen de la contaminación de la muerte, para que quien haya cometido un asesinato esté muy lejos de pensar que no está contaminado.
Ordena también la ley judía que el honor de los padres fuera el siguiente al de Dios, y al hijo que no corresponde a los beneficios recibidos de ellos, sino que falta en algún punto, lo entrega a la lapidación. Dice también que los jóvenes deben rendir honor a todos los mayores, ya que el mayor de todas las cosas es Dios. No permite ocultar nada a los amigos, porque no es amistad aquella que no confía en todo; y si ocurre alguna enemistad, ha prohibido revelar sus secretos.
Si alguien que actúa como juez acepta sobornos, la pena es la muerte. Si alguien desatiende a un suplicante, cuando está en su poder ayudarlo, es responsable. Lo que uno no ha puesto, no debe tomarlo. No debe tocar nada que pertenezca a otro. Si ha prestado dinero, no debe tomar usura. Estas ordenanzas, y muchas otras similares, unen estrechamente nuestra comunión mutua.
Pero vale la pena ver también cuál era la mente de su Legislador, con respecto a la equidad hacia los hombres de otras naciones. Porque parecerá que él hizo la mejor provisión posible, para que no destruyeran los judíos sus propias instituciones, ni envidiaran a aquellos que deseaban participar en ellas.
A todos los que están dispuestos a vivir bajo las mismas leyes que los judíos, ellos los recibe con un espíritu amistoso, considerando que la afinidad no consiste solo en la raza, sino también en el propósito de la vida. Y a aquellos que van a ellos solo casualmente, no desean que se mezclen en una comunión cercana con ellos.
Según las Escrituras judías, Dios ha prescrito los demás dones que están los judíos obligados a impartir: proporcionar fuego, agua y alimentos a todos los necesitados, mostrarles los caminos y no dejar un cadáver sin enterrar.
También en el trato con aquellos que son juzgados como sus enemigos deben los judíos ser equitativos, pues Dios no permite devastar su tierra con fuego, ni cortar árboles frutales, ni despojar a los que han caído en batalla, sino proveer a los cautivos, para que no se les haga ningún ultraje, especialmente a las mujeres.
Llevan tan lejos los judíos su celo por enseñarnos la dulzura y la humanidad, que no descuidan el cuidado ni siquiera de los animales brutos, sino que sólo permiten el uso acostumbrado de ellos y prohíben todos los demás. A cualquiera de ellos que se refugiara en nuestras casas, como si fueran suplicantes, tienen prohibido matarlos, como tampoco se les permite matar a los padres con los hijos. También se les ordena perdonar al ganado que trabajaba incluso en territorio enemigo, y no matarlo.
Así, pues, la ley judía dispuso por todos los medios lo que tendía a la clemencia, utilizando las leyes antes mencionadas para instruirnos y, por otra parte, promulgando leyes penales sin excusa alguna contra los transgresores. Para la mayoría de los transgresores, la pena es la muerte, si uno comete adulterio, si viola a una doncella, si se atreve a atentar contra un hombre, si alguien intenta someterse a abusos.
En el caso de los esclavos, la ley era igualmente inexorable. Además, si alguien hacía trampa en relación con medidas o pesos, o en una venta injusta y fraudulenta, y si alguien robaba la propiedad de otro y tomaba lo que no ha entregado, para todos estos había penas, y no sólo como en otras naciones sino más severas. Porque si alguien injuria a sus padres o impía a Dios, si piensa en algo, inmediatamente es condenado a muerte.
Para aquellos que obran en todo conforme a las leyes, no hay recompensa de plata ni de oro, ni siquiera de corona de olivo silvestre o de perejil, con una proclamación correspondiente. Sino que todo hombre que tiene el testimonio de su propia conciencia está persuadido por la declaración profética del Legislador y por la confirmación de Dios de su fe, de que a aquellos que han guardado constantemente sus leyes y estarían dispuestos a morir si fuera necesario en su defensa, Dios les concedió nacer de nuevo y recibir a cambio una vida mejor.
No me atrevería a escribir esto ahora si no fuera evidente a todos por sus acciones que muchos de los judíos, muchas veces antes de ahora, para evitar pronunciar una palabra contra la ley, han preferido noblemente soportar todos los sufrimientos. Y sin embargo, si no fuera el caso de que nuestra nación sea bien conocida por todos los hombres y que nuestra obediencia voluntaria a las leyes sea manifiesta, sino que alguien se las hubiera leído a los griegos, diciendo que las había escrito él mismo, o hubiera afirmado que en algún lugar fuera de los límites del mundo conocido había conocido a hombres que tenían una noción tan reverente sobre Dios y habían vivido durante largos siglos en constante obediencia a tales leyes, creo que todos los hombres se habrían maravillado por los continuos cambios entre ellos. En todo caso, cuando los hombres han intentado escribir algo parecido sobre la política y las leyes, los acusan de haber hecho una colección de maravillas y afirman que adoptaron suposiciones imposibles.
No digo nada de aquellos otros filósofos que trataron con tales temas en sus escritos: pero Platón, aunque admirado entre los griegos, tanto por distinguirse por la gravedad de su vida, como por haber superado a todos los que se han dedicado a la filosofía en poder de expresión y persuasión, es poco más que continuamente objeto de burla y ridiculizado por aquellos que afirman ser inteligentes en asuntos políticos.
Sin embargo, cualquiera que examinara sus escritos encontraría constantemente cosas más suaves y más parecidas a las costumbres de la humanidad en general. Y el propio Platón ha confesado que no era seguro publicar la verdadera opinión sobre Dios a las multitudes ignorantes. Algunos, sin embargo, piensan que los discursos de Platón son palabras vacías escritas en un estilo elegante y de gran autoridad.
Entre los legisladores, Licurgo ha sido el más admirado, y todos los hombres cantan alabanzas a Esparta por haber soportado con tanta paciencia sus leyes durante tanto tiempo.
Pues bien, admitamos que obedecer las leyes es una prueba de virtud. Pero quienes admiran a los lacedemonios comparen su duración con los más de dos mil años de nuestra constitución política y consideren además que, aunque los lacedemonios parecían observar estrictamente sus leyes mientras conservaron su libertad, sin embargo, cuando les sobrevinieron cambios de fortuna, olvidaron casi todas sus leyes; en cambio, nosotros, aunque nos vimos envueltos en innumerables vicisitudes debido a los cambios de los monarcas gobernantes de Asia, nunca, ni siquiera en los extremos del peligro, traicionamos nuestras leyes.
Estas son las declaraciones de Josefo sobre la constitución política de los judíos establecida por Moisés. Pero en cuanto al significado alegórico que se refleja en las leyes promulgadas por él, aunque podría decir mucho, creo que es suficiente mencionar las narraciones de Eleazar y Aristóbulo, hombres originalmente de ascendencia hebrea y, en lo que respecta a la fecha, distinguidos en los tiempos de los ptolomeos.
De éstos, Eleazar, como hemos mostramos anteriormente, había sido honrado con la dignidad del sumo sacerdocio, y cuando los embajadores llegaron a él de parte del rey para la traducción de las Escrituras hebreas a la lengua griega, esbozó la naturaleza del sentido alegórico en las leyes sagradas, y presentó la doctrina de su discurso en la siguiente forma.
IX
La pertenencia a Dios de los judíos, según Aristóbulo de Alejandría
Dice el judío Aristóbulo que, "cuando habíamos dicho suficiente en respuesta a las preguntas que se nos hicieron, tú también, oh rey, preguntaste además por qué en nuestra ley se dan indicios de manos, brazos, cara, pies y andar, en el caso del poder divino: cosas que recibirán una explicación adecuada, y no contradecirán en absoluto las opiniones que hemos expresado anteriormente".
Os rogaría que toméis las interpretaciones de un modo natural, que os aferréis a la concepción adecuada de Dios y que no caigáis en la idea de una fabulosa constitución antropomórfica. Porque Moisés, cuando quiere expresar su significado de diversas maneras, anuncia ciertas disposiciones de la naturaleza y preparaciones para hechos poderosos, adoptando frases aplicables a otras cosas (es decir, a cosas externas y visibles).
Los que tienen buen entendimiento admiran su sabiduría y la inspiración divina, por cuya causa ha sido proclamado profeta. Entre éstos se encuentran los filósofos antes mencionados y muchos otros, incluidos poetas, que han tomado prestadas de él importantes sugerencias y son admirados en consecuencia. Mas para aquellos que carecen de poder e inteligencia y sólo se aferran a la letra, no parece explicarles ninguna gran idea.
Comenzaré entonces a interpretar cada significado particular, en la medida de mis posibilidades. Pero si no logro dar con la verdad y persuadirte, no atribuyas la inconsistencia al Legislador, sino a mi falta de habilidad para distinguir claramente los pensamientos de su mente.
En primer lugar, la palabra manos tiene para los judíos un significado más general, al igual que se dice "el rey tiene una mano poderosa", y los pensamientos de los oyentes son llevados al poder que posee el rey. Esto es lo que también significa Moisés en la ley, cuando dice "Dios te sacó de Egipto con mano poderosa", y "extenderé mi mano" y "heriré a los egipcios". En otra ocasión, en el relato de la muerte del ganado, Moisés dice al faraón: "La mano del Señor estará sobre tu ganado, y sobre todos los que están en los campos una gran muerte". De modo que las manos se refieren al poder de Dios, como es fácil percibir que toda la fuerza de los hombres y sus poderes activos están en sus manos.
Por eso Moisés, al decir que los efectos son las manos de Dios, ha hecho de la palabra una hermosa metáfora de majestad. También la constitución del mundo puede muy bien ser llamada por su majestad la posición de Dios, porque Dios está sobre todas las cosas, y todas las cosas están sujetas a él, y han recibido de él su posición, de modo que los hombres pueden comprender que son inamovibles. Ahora bien, lo que quiero decir es que el cielo nunca se ha convertido en tierra, ni la tierra en cielo, ni el sol en luna brillante, ni la luna en sol, ni los ríos en mares, ni los mares en ríos.
En el caso de los seres vivos, existe el mismo principio. Porque el hombre nunca será bestia, ni la bestia hombre. En el caso de todos los demás también existe la misma regla, de las plantas y de todos los demás seres: no son intercambiables, sino que están sujetos a los mismos cambios en sí mismos y a la descomposición.
De estas maneras, entonces, se puede hablar con razón de que Dios está en pie, puesto que todas las cosas están sujetas a él. También se dice en el libro de la ley que hubo un descenso de Dios sobre la montaña, en el momento en que estaba dando la ley, para que todos pudieran contemplar la operación de Dios. Porque este es un descenso manifiesto y, por tanto, cualquiera que desee proteger con seguridad la doctrina de Dios interpretaría estas circunstancias de la siguiente manera.
Se declara que la montaña ardía con fuego, como dice Moisés, porque Dios había descendido sobre ella. Y que se oían voces de trompetas y el fuego ardía tanto que nadie podía resistirlo. Porque mientras toda la multitud, no menos de mil miles, además de los de edad no apta, estaba reunida alrededor del monte, cuyo circuito no era menos de cinco días de viaje, en cada parte de la vista alrededor de ellos, mientras estaban acampados, se veía el fuego ardiendo.
De modo que el origen no fue local, pues Dios está en todas partes. Pero mientras que el poder del fuego está más allá de todas las cosas maravillosas porque todo lo consume, no podría haberlo mostrado ardiendo irresistiblemente, pero sin consumir nada, a menos que existiera la eficacia que le dio Dios. Porque aunque todos los lugares estaban en llamas, el fuego no consumió nada de lo que crecía en esa montaña; pero la hierba de todos permaneció intacta por el fuego, y las voces de las trompetas se oían fuertemente junto con el destello del fuego, aunque no había tales instrumentos presentes ni nadie que los hiciera sonar, sino que todas las cosas fueron hechas por arreglo divino.
Está claro que el descenso divino tuvo lugar por estas razones, para que los espectadores pudieran tener una comprensión manifiesta de las diversas circunstancias, de que ni el fuego que, como dije antes, no quemó nada, ni las voces de las trompetas fueron producidos por la acción humana o un suministro de instrumentos, sino que Dios sin ninguna ayuda estaba exhibiendo Su propia majestad omnipresente.
Estas son las explicaciones de Aristóbulo. Ahora bien, después de haber examinado los mandamientos de las leyes sagradas y la naturaleza de la idea expresada alegóricamente en ellas, sería conveniente señalar lo siguiente: que toda la nación judía está dividida en dos partes. Y mientras que Moisés quiso guiar suavemente a la multitud mediante los preceptos de las leyes tal como se prescriben según el sentido literal, a la otra clase, compuesta por aquellos que habían adquirido un hábito de virtud, quiso eximirlos de este sentido y les exigió que prestaran atención a una filosofía de tipo divino demasiado elevada para la multitud y a la contemplación de las cosas significadas en el significado de las leyes.
Ésta era la clase de filósofos judíos cuya estricta forma de vida causó admiración entre miles de extranjeros, mientras que los más distinguidos de sus propios compatriotas, Josefo y Filón, y muchos otros, los consideraron dignos de un recuerdo eterno.
Dejando de lado la mayoría de estas afirmaciones, me contentaré ahora, sólo a modo de ejemplo, con el testimonio de Filón sobre dichas personas, que ha dejado constancia en muchos pasajes de sus propias memorias. Y de ellos tomen y lean lo siguiente de su Apología de los Judíos.
X
La virtuosa filosofía de los esenios, según Filón de Alejandría
Dice el judío Filón que Moisés preparó para vivir en comunidad a muchos miles de sus discípulos, que se llamaban esenios a causa (supongo) de su santidad. Viven en muchas ciudades de Judea y en muchos pueblos, y en sociedades grandes y populosas. Su secta no se forma por descendencia familiar (pues la descendencia no se cuenta entre los asuntos de elección), sino por celo por la virtud y un anhelo de amor fraternal.
Por consiguiente, no hay entre los esenios ningún niño, ni siquiera un muchacho o joven de escasa barba, ya que las disposiciones morales de estos son inestables y propensas a cambiar de acuerdo con su edad imperfecta. Sino que todos son hombres adultos y ya al borde de la vejez, como si ya no estuvieran arrastrados por la corriente de los impulsos corporales, ni guiados por sus pasiones, sino en el disfrute de la genuina y única libertad real.
El modo de vida de los esenios es una evidencia de esta libertad. Nadie se aventura a adquirir propiedad privada alguna, ni casa, ni esclavo, ni granja, ni ganado, ni ninguna de las otras cosas que procuran o contribuyen a la riqueza; sino que las depositan todas juntas en público y disfrutan del beneficio de todas en común. Viven juntos en un mismo lugar, formando clubes y grupos en compañías, y pasan todo su tiempo administrando toda clase de negocios para el bien común.
Sus diferentes miembros tienen diferentes ocupaciones, a las que se dedican con ahínco y trabajan con incansable paciencia, sin poner excusas de frío o calor o cambios de clima: pero antes de que salga el sol, vuelven a sus ocupaciones habituales y apenas se dan por vencidos cuando se pone, deleitándose en el trabajo no menos que aquellos que se entrenan en competencias gimnásticas.
Cualquiera que sea la ocupación que sigan, imaginan que estos ejercicios son más beneficiosos para la vida, más agradables para el alma y el cuerpo y más permanentes que el atletismo, porque no se vuelven inoportunos a medida que declina el vigor del cuerpo. Algunos de ellos trabajan en los campos, siendo expertos en asuntos relacionados con la siembra y la labranza, y otros son pastores, siendo dueños de toda clase de ganado; y algunos atienden enjambres de abejas. Otros son artesanos en diversas artes que, para evitar cualquiera de los sufrimientos que impone la falta de los medios necesarios para la vida, no rechazan ninguno de los medios inocentes de ganarse la vida.
De los hombres que difieren en su ocupación, cada uno, al recibir su salario, lo da a una persona que es el mayordomo designado; y éste, al recibirlo, compra inmediatamente las provisiones necesarias y suministra abundancia de alimentos y todas las otras cosas de las que la vida del hombre está en necesidad. Y los que viven juntos y comparten la misma mesa se contentan con las mismas cosas todos los días, siendo amantes de la frugalidad y aborreciendo la prodigalidad como una enfermedad del alma y del cuerpo.
No sólo tienen una mesa común, sino también vestidos comunes. En invierno se disponen gruesos mantos y en verano túnicas baratas, de modo que cada uno puede tomar fácilmente lo que quiera, pues lo que pertenece a uno se considera como propiedad de todos, y lo que es de todos, en cambio, es propiedad de cada uno.
Además, si alguno de ellos cae enfermo, recibe tratamiento médico con los recursos comunes y recibe el cuidado y la atención de todos. Y así, los ancianos, incluso si no tienen hijos, suelen terminar su vida en una vejez muy feliz y brillante, ya que son bendecidos con muchos hijos buenos, y son considerados dignos de atención y honor por tantos que, por libre buena voluntad, más que por cualquier vínculo de nacimiento natural, sienten que es correcto quererlos.
Además, como vieron con agudo discernimiento lo que, por sí solo o sobre todo, era lo que probablemente disolvería su comunidad, repudiaron el matrimonio y también practicaron la continencia en un grado eminente. Porque ningún esenio toma por esposa, porque la mujer es inmoderadamente egoísta y celosa, y terriblemente hábil para engañar las inclinaciones morales de un hombre y someterlo mediante constantes halagos. Porque cuando, mediante la práctica de discursos aduladores y otras artes como las de una actriz en el escenario, ha engañado los ojos y los oídos, luego, como si hubiera engañado completamente a los sirvientes, procede a engatusar la mente del jefe.
Si tiene hijos, se llena de orgullo y de audacia al hablar, y lo que antes solía insinuar bajo el disfraz de la ironía, todo esto ahora lo dice con mayor audacia y sin vergüenza lo obliga a prácticas, cada una de las cuales es hostil a la comunidad de vida. Porque el hombre que está atrapado por los encantos de una esposa, o por la fuerza del afecto natural hace de los hijos su primer cuidado, ya no es el mismo para con los demás, sino que inconscientemente se ha transformado de hombre libre en esclavo.
Tan envidiable es la vida de estos esenios, que no sólo las personas privadas, sino también los grandes reyes están llenos de admiración y asombro por ellos, y hacen su venerable carácter aún más venerable con muestras de aprobación y honor.
Baste esta cita del libro antes mencionado, pues ahora, sobre el tema de que todo hombre bueno es libre, presentaré las siguientes afirmaciones.
XI
La virtuosa vida de los esenios, según Filón de Alejandría
Dice también el judío Filón que Siria, que está ocupada por una parte no pequeña de la muy populosa nación de los judíos, no es improductiva en virtudes honorables.
Se dice que hay entre ellos algunos llamados esenios, en número más de cuatro mil, que derivan su nombre, en una forma exacta del idioma griego, de la santidad. Éstos se han dedicado por encima de todos los hombres al servicio de Dios, no ofreciendo sacrificios de animales, sino esforzándose por hacer que sus propios pensamientos sean santos y reverentes.
Estos hombres, en primer lugar, habitan en aldeas y evitan las ciudades a causa de los vicios civilizados de los ciudadanos, sabiendo que un contagio incurable surge en el alma de las relaciones de un hombre, así como una enfermedad surge de una atmósfera pestilente.
De estos hombres, algunos se benefician a sí mismos y a sus vecinos cultivando la tierra, y otros practicando cualquier arte que contribuya a la paz; no acumulando tesoros de plata y oro, ni adquiriendo grandes extensiones de tierra por deseo de ingresos, sino procurando sólo lo suficiente para las necesidades necesarias de la vida. Porque sólo aquellos de casi toda la humanidad que no tienen dinero ni posesiones propias (por propósito determinado más que por falta de buena fortuna), son considerados los más ricos, porque juzgan que las necesidades moderadas y la satisfacción son, como realmente son, abundancia.
No encontraréis entre ellos fabricante de dardos, ni de jabalinas, ni de dagas, ni de cascos, ni de corazas, ni de escudos; ni tampoco fabricante de armas o de máquinas, ni nadie que se ocupe de instrumentos de guerra, ni tampoco de cosas que en tiempos de paz pueden fácilmente caer en un uso malicioso, pues ni siquiera sueñan con el comercio, ni con los negocios, ni con la posesión de barcos, pues abjuran de los incentivos de la codicia.
No hay entre ellos un solo esclavo, sino que todos son libres y se ayudan mutuamente; y condenan a los amos, no sólo como injustos al ultrajar la igualdad, sino también como impíos al destruir la santa ley de la naturaleza, que, como una madre que ha engendrado y alimentado a todos por igual, los hizo a todos hermanos genuinos, no sólo de nombre sino en verdad. Pero este parentesco natural ha sido destruido por la excesiva prosperidad de una codicia insidiosa, que ha producido alienación en lugar de afecto fraterno y odio en lugar de amistad.
De la filosofía han dejado la rama lógica a los cazadores de palabras, por ser innecesaria para el logro de la virtud, y la rama física a los observadores de estrellas, por ser demasiado elevada para la naturaleza humana, excepto lo que se convierte en un estudio sobre la existencia de Dios y la creación del universo, pero la rama ética la estudian muy elaboradamente, bajo el entrenamiento de sus leyes ancestrales, cuyo significado es imposible para el alma humana discernir sin inspiración divina.
Estas leyes se les enseñan repetidamente en todos los demás momentos, y especialmente cada séptimo día. Porque el séptimo día es considerado sagrado, y en él se abstienen de sus otras obras, y van a sus lugares sagrados, que son llamados sinagogas, y se sientan en filas según sus edades, los jóvenes debajo de los mayores, y escuchan atentamente en el orden apropiado; y mientras alguien toma y lee sus libros sagrados, otro de los más experimentados se adelanta y explica todo lo que no es fácilmente inteligible, porque entre ellos la mayoría de los temas son tratados por símbolos con una celosa imitación de la antigüedad.
Así se les enseña la piedad, la santidad, la justicia, la economía, el arte de gobernar y el conocimiento de las cosas que en realidad son buenas, malas o indiferentes; la elección de lo que es correcto y la evitación de lo contrario, mediante el uso de leyes y reglas de tres tipos, a saber, el amor de Dios, el amor de la virtud y el amor de la humanidad.
Del amor de Dios dan miles de ejemplos por la pureza constante e ininterrumpida de todo su curso de vida, como su abstinencia de juramentos, su libertad de falsedad, su creencia en que la Deidad es la causa de todo bien y de ningún mal; ejemplos también de su amor a la virtud, en su libertad del amor al dinero, a la gloria, al placer, en su continencia, su resistencia, también su frugalidad, sencillez, contentamiento, su libertad de vanidad, su obediencia a la ley, su firmeza y todas las cualidades de carácter similar a estas; ejemplos también se ven de su amor al hombre en la buena voluntad, la igualdad y la comunidad de intereses que superan toda descripción, sobre lo cual, sin embargo, no estará fuera de lugar decir algunas palabras.
En primer lugar, pues, nadie tiene una casa particular que no sea común a todos, pues además de vivir en grupos, la casa está abierta también a los de la misma secta que vienen de otras partes.
Además, todos tienen el mismo dinero y los mismos gastos: sus vestidos son comunes, y también lo es su comida, pues se han organizado en mesas. En ningún otro pueblo se podría encontrar un uso común del mismo techo, del mismo modo de vida y de la misma mesa, más firmemente establecido en la práctica, y quizás con razón. Porque lo que reciben como salario después de una jornada de trabajo, no lo conservan como propio, sino que lo reparten en público y proporcionan el beneficio en común a todos los que quieran usarlo. Los enfermos tampoco son desatendidos por no poder ganar nada, sino que tienen a mano del fondo común lo que necesitan para su dieta de enfermos, de modo que pueden gastar con perfecta libertad de esa mayor abundancia.
A los ancianos se les trata con respeto y cuidado, como los padres a sus hijos, y su vejez es cuidada por innumerables manos y pensamientos en medio de toda abundancia. Tales son los valientes atletas de la virtud que produce la filosofía, que está libre de la pompa superflua de los nombres griegos y propone como ejercicios aquellas acciones loables, de las que se apoya la libertad que no puede ser esclavizada.
De esto hay prueba, ya que muchos tiranos se han levantado en diversas épocas contra nuestro país, que mostraron diferentes disposiciones y propósitos naturales: pues algunos de ellos, esforzándose por superar la fiereza indómita de las bestias salvajes, no omitieron ninguna medida de crueldad, ni dejaron nunca de matar a sus súbditos en manadas, o incluso, como cocineros, despedazándolos, miembro por miembro, mientras aún estaban vivos, hasta que ellos mismos sufrieron las mismas calamidades por parte de la justicia que vela por los asuntos humanos.
Otros, convirtiendo su excitación salvaje y su frenesí en otra clase de maldad, idearon una crueldad indescriptible, mientras que hablando suavemente y bajo el disfraz de un lenguaje más suave, traicionando aún la pesada ira de su disposición y adulando como perros venenosos, se convirtieron en los autores de un daño irremediable y dejaron en cada ciudad monumentos de su propia impiedad y odio a la humanidad en las miserias inolvidables de los que sufrían.
Pero ninguno de esos monstruos de crueldad ni de esos maestros de astucia y traición fue capaz de acusar a la mencionada sociedad de los esenios o los santos; sino que todos fueron vencidos por la noble virtud de los hombres y se comportaron con ellos como libres e independientes por naturaleza, cantando las alabanzas de sus comidas conjuntas y de esa camaradería que supera toda descripción, que es la prueba más clara de una vida perfecta y más feliz.
Puede bastar, pues, con que los detalles del tipo de formación filosófica y de la vida pública entre los judíos se expongan en estos extractos. Nuestro discurso ha descrito previamente el otro tipo de vida que las leyes divinas ordenaron para la masa de toda la nación.
Después de esto, ¿qué nos queda sino demostrar también que los principios teológicos de los modernos están en armonía con las creencias religiosas de sus antepasados, de modo que también nuestra discusión de este tema pueda resultar completa?
Puesto que los oráculos de la Sagrada Escritura están expuestos en el libro que precede a éste, examinemos ahora de cerca los pensamientos de los sabios judíos, para saber qué cualidades han demostrado los hebreos tanto en teología como en excelencia de palabra. Por tanto, debemos recurrir de nuevo a Filón, en su libro I Sobre la Ley.
XII
Sobre la creación de la tierra y su Creador, según Filón de Alejandría
Dice también el judío Filón que, algunos que admiraban al mundo mismo más que a su Creador, lo representaban como increado y eterno, presentando una acusación falsa e impía de gran inactividad contra Dios; cuando, por el contrario, deberían haber quedado impresionados por sus poderes como Creador y Padre, en lugar de ensalzar al mundo más allá de los límites de la moderación.
Pero Moisés, habiendo alcanzado tempranamente la cumbre de la filosofía, y habiendo sido instruido por los oráculos divinos las muchas y más vinculantes leyes de la naturaleza, sabía por supuesto que en las cosas existentes debe haber necesariamente una causa activa y un principio pasivo: y que la causa activa, la mente del universo, es la más pura y sin mezcla, superior a la ciencia, y superior a la bondad absoluta y a la belleza absoluta; mientras que el principio pasivo no tiene vida y es incapaz de moverse por sí mismo, sino que habiendo sido movido, y nuevamente formado y animado por la mente, ha transformado este mundo en la obra más perfecta: por tanto, aquellos que afirman que no es creado han cortado inconscientemente el más beneficioso e indispensable de los incentivos para la piedad (es decir, la Providencia).
La razón prueba que el Padre y Creador debe cuidar de lo que ha hecho. En efecto, el padre humano tiene como objetivo la conservación de su prole y es artífice de las obras que ha hecho, y rechaza por todos los medios todo lo que es perjudicial, pero anhela proporcionar por todos los medios todo lo que es útil y provechoso; mientras que hacia lo que no ha hecho no hay sentimiento de apropiación en quien no lo ha hecho.
Es, pues, una doctrina indeseable e inútil sostener que hay anarquía en este mundo, como en una ciudad, como si no tuviera éforo, ni árbitro, ni juez, por quienes legítimamente se debieran administrar y supervisar todas las cosas.
Pero aquel gran hombre Moisés consideró que lo increado era lo más ajeno a lo visible, ya que todo lo que puede ser percibido por los sentidos está sujeto a generación y a cambios, y nunca permanece en las mismas condiciones: por lo tanto, atribuyó la eternidad a lo que es invisible y sólo percibido por la mente, como siendo una cualidad fraterna y afín, mientras que a lo sensible asignó creación como su denominación propia.
Puesto que este mundo es visible y sensible, necesariamente debe ser también creado; por lo que no estuvo fuera de lugar que describiera su creación con una noble descripción de la naturaleza de Dios.
Esto es, pues, lo que ha dicho sobre el tema de la creación del mundo. El mismo Filón, en su tratado Sobre la Providencia, expone algunos argumentos muy vigorosos sobre la cuestión de la administración del universo por la Providencia, exponiendo primero las objeciones de los ateos y respondiéndolas en orden. Como la mayoría de ellas, aunque puedan parecer bastante largas, son, no obstante, necesarias, las expondré de forma concisa.
XIII
Sobre el gobierno del mundo y su Proveedor, según Filón de Alejandría
Dice el judío Filón en su tratado Sobre la Providencia:
"¿Dices que existe una Providencia en medio de tanta confusión y desorden de cosas? ¿Cuál de las condiciones de la vida humana ha sido ordenada? ¿O mejor, cuál no está llena de desorden y destrucción? ¿O eres tú el único que ignora que los peores y más malvados de los hombres obtienen bienes en abundancia desenfrenada: riquezas, reputación, honores en la opinión de la multitud, poder supremo, salud, sentidos refinados, belleza, fuerza, disfrute ininterrumpido de los placeres debido tanto a la abundancia de medios como a la constitución perfecta y buena del cuerpo, mientras que los que aman y practican la sabiduría y toda clase de virtudes son, casi puedo decir, todos ellos pobres, oscuros, sin honor y de baja condición?".
En efecto, Dios no es un tirano que ha practicado la crueldad y la violencia y todos los actos del gobierno despiadado de un déspota, sino que, como un rey investido de autoridad gentil y legítima, gobierna todo el cielo y el mundo con justicia.
Ahora bien, un rey no tiene título más apropiado que el de padre. ¿Por qué? Porque lo que los padres son para los hijos en las relaciones humanas, lo es un rey para una ciudad y Dios para el mundo, habiendo combinado en unión indisoluble por leyes inalterables de la naturaleza dos cualidades más nobles, la autoridad del gobernante y el cuidado bondadoso de un guardián.
Así como los padres no descuidan del todo a sus hijos disolutos, sino que, compadeciéndose de su desgracia, velan por ellos y los cuidan, considerando que es propio de enemigos irreconciliables alegrarse de sus desgracias, pero propio de amigos y parientes aliviar sus desastres. Y muchas veces prodigan sus dones a éstos más que a sus hijos bien educados, sabiendo con certeza que la conducta prudente de estos últimos es una abundante fuente de riqueza, mientras que sus padres son la única esperanza de los primeros, y si pierden esta, se verán desprovistos incluso de lo necesario para la vida.
De la misma manera, Dios, siendo el padre del intelecto racional, cuida de todos los que han sido dotados de razón y piensa incluso en aquellos que viven una vida culpable, dándoles oportunidad de enmendarse y al mismo tiempo no transgrediendo su propia naturaleza misericordiosa, que tiene la bondad como acompañante y tal bondad hacia el hombre como es digna de impregnar el mundo divinamente ordenado.
Este es, pues, un argumento que tú, alma mía, debes recibir mientras tanto como un depósito sagrado de Dios, y un segundo argumento coherente y armonioso del siguiente tipo. Nunca te dejes llevar tan lejos de la verdad como para suponer que alguno de los malvados es divinamente favorecido, aunque sea más rico que Creso, y más perspicaz que Linceo, y más fuerte que Milón de Crotona, y más hermoso que Ganimedes, "a quien los dioses arrebataron al cielo por su belleza para que fuera copero de Zeus".
Su propia facultad divina, al menos (quiero decir, su mente), ha demostrado ser esclava de innumerables amos, del amor, del deseo, del placer, del miedo, del dolor, de la necedad, de la intemperancia, de la cobardía, de la injusticia, y por eso nunca podría ser divinamente favorecido, aun si la multitud, a falta de un juicio verdadero, lo considera así, al ser sobornada por un doble mal, el orgullo y la falsa opinión, males fuertes para atrapar y extraviar a las almas sin lastre, y por los cuales la mayoría de la humanidad está ansiosa.
Si, por el contrario, con la mirada fija del alma quisieras examinar el pensamiento de Dios, en la medida en que lo permite la razón humana, percibirás con mayor claridad el único bien verdadero y te reirás de las cosas de este mundo, que antes estabas dispuesto a admirar. Porque siempre sucede que, en ausencia de las cosas mejores, las peores son tenidas en honor, como si heredaran su lugar; pero cuando aparecen las mejores, se retiran y se contentan con el segundo premio. "Siendo, pues, admirado por esa bondad y belleza divinas, comprenderás perfectamente que ante Dios ninguna de las cosas antes mencionadas ha sido considerada digna de ser clasificada como buena, porque las minas de plata y de oro son la parte más inútil de la tierra, total y absolutamente inferior a la que se dedica a la producción de frutos.
La abundancia de dinero no es lo mismo que el alimento, sin el cual no se puede vivir. Una prueba clarísima de esto es el hambre, con la que se pone a prueba lo que es realmente necesario y útil: pues un hombre hambriento daría gustosamente todos los tesoros del mundo a cambio de un poco de alimento. Pero cuando la abundancia de las necesidades de la vida fluye en una corriente inmensa y desenfrenada, y se derrama sobre las ciudades, mientras nos entregamos lujosamente a los dones de la naturaleza, desdeñamos contentarnos solo con ellos, sino que hacemos del exceso insolente el principio rector de la vida y perseguimos ansiosamente ganancias de plata y oro, nos equipamos con todas las cosas de las que podemos esperar alguna ganancia, y como cegados por el amor al dinero ya no discernimos en nuestra mente que la plata y el oro son meros terrones, por los cuales en lugar de paz hay una guerra constante e ininterrumpida.
Nuestros vestidos, como dicen en alguna parte los poetas, son "la flor de las ovejas", y en cuanto a la habilidad artística en su confección, son la gloria de los tejedores. Y si alguien estima mucho la reputación y da la bienvenida a la aprobación de los indignos, que sepa que él también es indignos, pues lo similar se complace en lo similar. Pero que ore para recibir una parte de las purificaciones para la curación de sus oídos, porque a través de ellas invaden los principales desórdenes del alma. También que todos los que se enorgullecen de su vigor corporal aprendan a no ser arrogantes, mirando las innumerables manadas de animales domesticados e indómitos, que nacen con fuerza y vigor: porque es una cosa muy absurda que un hombre se enorgullezca de las buenas cualidades de los animales, y eso también aunque sean superados por ellos.
¿Y por qué debería un hombre de buen sentido regocijarse en la belleza corporal, que al poco tiempo se extingue marchitando su engañosa flor antes de haber florecido en su plenitud; y eso incluso aunque en cosas sin vida vea obras muy apreciadas de pintores, modelistas y otros artistas, en cuadros, estatuas y tapices bordados, obras renombradas en todas las ciudades, tanto de Grecia como de los países bárbaros?
De todas estas cosas, como ya he dicho, ninguna es considerada por Dios digna de ser considerada buena. ¿Y por qué nos extrañaría que Dios no las estimase así? Pues tampoco lo son tanto entre los hombres amados por Dios, entre quienes se tiene en alta estima la verdadera excelencia y belleza, como entre aquellos que gozan de una naturaleza bien dotada y la han perfeccionado mediante el estudio y el ejercicio, que son las creaciones de una genuina filosofía.
Todos los que se dedicaron a una ciencia espuria no imitaron ni siquiera a los médicos que curan el cuerpo que es esclavo del alma, aunque profesen curar a la dueña, el alma misma. Porque esos médicos del cuerpo, cuando un hombre rico ha caído enfermo, incluso si es el gran rey, pasan por alto todas las columnatas, las habitaciones de los hombres, las habitaciones de las mujeres, los cuadros, la plata, el oro sin acuñar o acuñado, la abundancia de vasos para beber o de tapices, y todos los demás adornos célebres de los reyes, y además descuidan la multitud de sirvientes y la asistencia de amigos o parientes y súbditos en alto rango, incluso sus guardaespaldas, y cuando han llegado a la cabecera de su cama no se preocupan de las decoraciones de su persona, ni se sorprenden de que los lechos estén incrustados con piedras preciosas y sean de oro macizo, ni de que las colchas sean de la más fina tela o lino bordado, ni de que los diseños de sus vestidos sean de variada belleza; Pero incluso le quitan las mantas que lo cubren, le cogen las manos y, apretándole las venas, observan con cuidado las pulsaciones para ver si están sanas. A menudo, incluso le levantan la camisa y examinan si el vientre está distendido, si el pecho está inflamado, si el corazón late irregularmente; y entonces le aplican el tratamiento adecuado.
También los filósofos, que profesan practicar el arte de curar la naturaleza real del alma, deben hacer caso omiso de todas las vanas invenciones de las falsas opiniones, y pasar al interior y sentir la mente misma, para ver si sus pulsaciones están desigualmente aceleradas por la ira y excitadas de manera antinatural; también deben tocar la lengua, para ver si es áspera y calumniosa, si es dada al desenfreno y a la extravagancia; también deben sentir el vientre, para ver si está distendido con alguna forma insaciable de deseo; y deben hacer un examen general de las diversas pasiones, desórdenes y enfermedades, si parecen ser complicadas, para que no puedan confundir los remedios que conducen a una cura.
No obstante, la mayoría de filósofos, deslumbrados por el brillo de las cosas externas que los rodean, como son impotentes para discernir una luz intelectual, han estado vagando por siempre en el error, no habiendo sido capaces de alcanzar la razón soberana; sino que llegando apenas a las puertas exteriores, y siendo golpeados por la admiración de los asistentes que están a las puertas de la virtud, la riqueza y el honor y la salud y cosas de ese tipo, procedieron a adorarlos.
En realidad, así como es un exceso de locura utilizar a los ciegos como jueces del color, o a los sordos para juzgar los sonidos musicales, también lo es tomar a los hombres malvados como jueces de lo que es verdaderamente bueno: pues también éstos están cegados en su facultad maestra del pensamiento, sobre la cual la necedad ha derramado una profunda oscuridad.
¿Nos maravillamos entonces ahora de que un Sócrates y este o aquel hombre virtuoso continuaran en la pobreza, como hombres que nunca practicaron ninguna de las artes que conducen a la ganancia, ni siquiera se dignaron aceptar lo que podrían haber tomado de amigos ricos o de reyes que les ofrecieron grandes regalos, porque consideraban la consecución de la virtud como la única cosa buena y bella, y mientras trabajaban en ella no tenían en cuenta nada más que fuera bueno? ¿Y quién no dejaría de lado las cosas espurias para ofrecer las genuinas? Y si, como participantes de un cuerpo mortal y agobiados por las desgracias de la humanidad, y viviendo en medio de una multitud de hombres injustos, cuyo número no sería fácil de determinar si, digo, se tramara algo contra ellos, ¿por qué deberíamos echar la culpa a su naturaleza, cuando deberíamos más bien reprochar la crueldad de sus agresores?
Si hubieran estado en un ambiente pestilente, seguramente habrían enfermado; y la maldad es más, o ciertamente no menos, destructiva que un clima pestilente. Y como el hombre sabio, si pasara su tiempo al aire libre, cuando llueve, necesariamente se mojará por completo, y cuando sopla un viento frío del norte, debe sufrir de frío y escalofríos, y en pleno verano debe quemarse de calor, ya que es una ley de la naturaleza que nuestros cuerpos se afecten de acuerdo con los cambios de las estaciones; de la misma manera el hombre que vive en lugares de esta clase, "entre homicidios, hambrunas y toda clase de muertes", deben a cambio necesariamente incurrir en las penalidades que resultan de tales males.
En el caso de Polícrates, cuando por sus terribles actos de injusticia e impiedad encontró una recompensa en la peor miseria de su vida posterior (a lo que hay que añadir cómo fue castigado por el gran rey y fue empalado, en cumplimiento de un oráculo), dijo: "Sé que no hace mucho tiempo me pareció verme ungido por el sol y lavado por Zeus". Porque estas enigmáticas expresiones expresadas en lenguaje figurado, aunque originalmente oscuras, recibieron la confirmación más manifiesta a través de los hechos que siguieron. Y no sólo al final, sino durante toda su vida desde el principio, había sido inconsciente de que su alma estaba empalada antes que su cuerpo, porque estaba preocupado por un temor perpetuo y temblor ante la multitud de los que conspiraban contra él, y bien sabía que no tenía un solo amigo, sino sólo enemigos implacables a causa de su miseria.
Los autores de la historia de Sicilia dan testimonio de la infructuosa y perpetua cautela de Dionisio, y dicen que sospechaba de su esposa, la más querida de su alma. Y prueba de ello fue que ordenó que la entrada de su apartamento, por donde ella tendría que llegar hasta él, estuviera cubierta de tablones, para que nunca pudiera arrastrarse hasta él sin ser vista, sino que pudiera dar aviso de su llegada por el crujido y el traqueteo de su paso por encima de los tablones; también que ella debía llegar hasta él no simplemente desnuda, sino desnuda incluso en todas aquellas partes que no debían ser vistas por los hombres. Y además de esto, ordenó que la continuidad del terreno en la entrada se cortara a lo ancho y profundo de un dique de granja, porque temía que algún intento de complot quedara oculto a la vista, y esto era seguro que se descubriría a saltos o grandes zancadas.
¡Qué desgraciado era el hombre que tomaba estas precauciones y estos medios en el caso de una esposa, en la que debía confiar más que en nadie! Pero, en realidad, era como aquellos que, para observar con más claridad los fenómenos naturales del cielo, trepan por precipicios de una montaña escarpada y, cuando han llegado con dificultad a un saliente, no pueden subir más por falta de fuerzas para la altura restante ni tienen valor para bajar, sino que se marean al ver los abismos que hay debajo.
Por haberse enamorado del poder despótico como de una suerte divina y envidiable, empezó a sospechar que no era seguro ni quedarse ni huir: porque si se quedaba, había innumerables males que se precipitaban como un torrente uno tras otro contra él; y si quería huir, existía el riesgo de que su vida se cerniera sobre él, por hombres armados contra él, si no con el cuerpo, ciertamente con el pensamiento.
Esto se pone de manifiesto también en la prueba práctica que, según se dice, empleó Dionisio contra el amigo que alababa la vida feliz de los gobernantes despóticos. Porque, habiéndolo invitado a un banquete de lo más brillante y costoso, ordenó que le colgaran sobre él un hacha bien afilada con un hilo muy fino; y cuando, al reclinarse, vio de repente esto, no tuvo el valor de levantarse de su asiento a causa del tirano, ni pudo disfrutar por miedo de ninguno de los lujos que se le ofrecían; sino que, sin prestar atención a los abundantes y costosos placeres, se sentó con el cuello y los ojos estirados hacia arriba esperando su propia destrucción.
Cuando Dionisio lo vio, dijo: "¿Entendéis ahora esta vida tan célebre y envidiable que tenemos? Pues, si no queremos halagarnos, tal es su naturaleza real, pues contiene una gran abundancia de provisiones, sin el disfrute de ningún bien en particular, sino terrores que se suceden uno tras otro y peligros para los cuales no hay remedio, y una enfermedad más grave que cualquier enfermedad cancerosa y debilitante, que amenaza continuamente con una destrucción irremediable".
Mas la multitud inexperta, engañada por el brillante despliegue, se ve afectada de la misma manera que aquellos que son atrapados por feas cortesanas, que velan su fealdad con vestidos y adornos de oro, se pintan los ojos y fabrican una falsa belleza a falta de una genuina para atrapar a los espectadores.
Tal es el pesado destino que pesa sobre los más prósperos, cuyos males estiman excesivamente en su propia mente y no los ocultan; sino que, como quienes se ven obligados por el dolor a reconocer sus debilidades, expresan expresiones perfectamente sinceras que les son arrancadas por el sufrimiento, mientras viven rodeados de castigos presentes y esperados, como bestias que están siendo engordadas para el sacrificio; porque también éstas reciben el máximo cuidado para que puedan ser sacrificadas y hacer un abundante banquete de carne.
También hubo hombres que fueron castigados, no de manera oscura sino manifiesta, por ganancias sacrílegas; dar una lista completa de ellos sería un trabajo superfluo, pero un hecho puede ser suficiente como ejemplo de todos. Los historiadores de la guerra sagrada en Fócide dicen que, aunque había una ley establecida por la cual quien saqueara un templo debía ser arrojado a un precipicio, o ahogado en el mar, o quemado vivo, tres hombres que habían saqueado el templo de Delfos, Filomelo, Onomarco y Failo, se dividieron los castigos entre ellos. Pues el primero fue arrojado por un acantilado escarpado y rocoso por la caída de una roca, y murió aplastado; el segundo fue llevado por su caballo, que se había escapado, hasta el mar, y, al ser arrastrado por la marea, se hundió, con caballo y todo, en un abismo abierto. Y Failo o bien murió a causa de una enfermedad tuberculosa (pues la historia sobre él es doble), o bien pereció quemado en el incendio del templo de Abae.
Decir que estas cosas sucedieron por pura casualidad es una afirmación muy perversa. Porque, aunque hubiera sido razonable alegar la incertidumbre de la fortuna como explicación, si sólo algunos hubieran sido castigados en diferentes momentos o con otros tipos de castigos, sin embargo, cuando todos fueron castigados, y eso más o menos al mismo tiempo, y no con otros castigos, sino con los que estaban incluidos en las leyes, hay buenas razones para afirmar que fueron alcanzados por el juicio de Dios.
Si alguno de los hombres violentos que no han sido mencionados, y que se han levantado contra el pueblo y esclavizado no sólo a otras comunidades sino también a sus países nativos, permaneció impune hasta el final, no hay nada de maravilloso en ello. Porque, en primer lugar, el hombre no juzga como juzga Dios, porque, mientras que nosotros sólo buscamos hechos visibles, él entra silenciosamente en los rincones del alma y contempla el pensamiento tan claro como a la luz del sol, despojándolo de las envolturas en las que está envuelto y examinando sus ardides en su verdad desnuda, y distinguiendo instantáneamente las monedas falsas de las verdaderas.
Nunca, pues, antepongamos nuestro propio juicio al de Dios, diciendo que es más infalible y más sabio, porque eso es impío. En efecto, en el primero las causas del error son muchas: las ilusiones de los sentidos, las pasiones insidiosas, el temible aliado de los vicios; en el segundo, en cambio, no hay nada que tienda al engaño, sino la justicia y la verdad, por las que cada acción se juzga y se rectifica naturalmente de manera satisfactoria.
En segundo lugar, no pienses, mi buen amigo, que un despotismo temporal no trae ninguna ventaja, porque ni el castigo es inútil, sino que para el bien es más beneficioso o no innecesario sufrir la retribución. Por esa razón, esto está incorporado en todas las leyes que están correctamente constituidas, y los legisladores son elogiados por todos: porque el castigo es en una ley lo que el tirano es en un pueblo.
Siempre que una terrible necesidad y escasez de virtud se apodera de las ciudades, mientras una abundancia de necedad las desborda, entonces Dios, queriendo detener la corriente de la maldad, como si fuera la inundación de un torrente invernal, para purificar nuestra raza, da fuerza y poder a aquellos que están en sus naturalezas capacitados para gobernar.
Y esto porque la maldad no se elimina sin la ayuda de algún alma severa. Y de la misma manera que las ciudades mantienen verdugos públicos para reprimir a los asesinos, traidores y sacrílegos, no porque aprueben la disposición de los hombres, sino porque descubren por experiencia la utilidad de su servicio, de la misma manera el guardián de la gran metrópoli de este mundo establece tiranos como verdugos públicos sobre las ciudades en las que percibe la violencia, la injusticia, la impiedad y todos los demás males en pleno auge, para así poder detenerlos y apaciguarlos al fin.
También en lo que se refiere a los agentes, que han prestado sus servicios con un espíritu impuro y despiadado, cree que es justo perseguirlos en último lugar, como si fueran en cierto modo cabecillas. Pues, así como el poder del fuego, después de haber consumido el combustible arrojado sobre él, acaba por alimentarse a sí mismo, de la misma manera también aquellos que han alcanzado el poder despótico sobre los pueblos, cuando han agotado las ciudades y las han vaciado de hombres, perecen después de ellas al final, en satisfacción de la venganza debida por todos.
¿Y por qué nos maravillamos si Dios se sirve de tiranos para expulsar una inundación de maldad que se extiende por las ciudades, los países y las naciones? Porque a menudo lo hace por sí mismo sin utilizar otros asistentes, infligiendo hambre o pestilencia o terremotos y otras visitas de Dios, por las que grandes multitudes y multitudes de hombres perecen todos los días y una gran parte del mundo habitable queda desolada, a causa de su deseo de mantener la virtud.
Sin embargo, creo que, al menos por ahora, se ha dicho lo suficiente para demostrar que ningún malvado es feliz, hecho que establece con mayor firmeza la existencia de una providencia. Pero si aún no estás convencido, expresa con valentía la duda que aún acecha en tu mente: pues si discutimos la cuestión juntos sabremos en qué dirección se encuentra la verdad.
Las tormentas de viento y lluvia, por ejemplo, no fueron provocadas por Dios para el daño de los que están en el mar o de los hombres que cultivan la tierra, sino para el beneficio de toda nuestra raza. Porque mediante las lluvias él purifica la tierra, y mediante los vientos toda la región bajo la luna; y mediante ambos juntos nutre las plantas y los animales, y los hace crecer, y los lleva a la perfección.
Si a veces hace daño Dios a los que viajan o cultivan la tierra fuera de tiempo, no hay nada de maravilloso en ello, pues son sólo una pequeña parte, y su cuidado es para toda la raza humana. Así como la unción en el gimnasio está destinada para el beneficio de todos, sin embargo, el gimnasiarca, debido a las necesidades políticas, a menudo cambia el orden habitual del tiempo, por lo que algunos de los que debían ser ungidos llegan demasiado tarde; así también Dios, en su cuidado de todo el mundo, como si fuera una ciudad, suele hacer que los veranos sean invernales y los inviernos como primaveras, para el beneficio general, aunque algunos capitanes de barco o labradores de la tierra probablemente se verían perjudicados por las irregularidades de estas estaciones.
Sabiendo, pues, que los intercambios mutuos de los elementos, de los cuales se compactó el mundo y todavía se compone, es una obra muy necesaria, Dios los mantiene libres de obstáculos; y las heladas y las nieves y otras cosas de tipo similar siguen al enfriamiento de la atmósfera, y nuevamente los relámpagos y las tormentas eléctricas siguen a la colisión y fricción de las nubes: ninguna de las cuales cosas tal vez sea obra directa de la providencia, sino que son consecuencias de las lluvias y los vientos que son las causas de la vida, la nutrición y el crecimiento de las cosas en la tierra.
Así, por ejemplo, cuando por rivalidad un gimnasiarca a menudo incurre en gastos ilimitados, algunos de los mal educados, al estar empapados con aceite en lugar de agua, sacuden las gotas al suelo, y entonces inmediatamente aparece el barro más resbaladizo, sin embargo, nadie en su sano juicio diría que el barro y la resbaladiza condición habían sido creados por la intención del gimnasiarca, sino que habían sido consecuencias accidentales de la abundancia de los suministros de aceite.
Además, el arco iris, el halo y todo lo que tiene que ver con la mezcla de los rayos del sol con las nubes, no son obras primarias de la naturaleza, sino accidentes que siguen a las operaciones naturales. No es que esto no sea de utilidad para los hombres más sabios, pues a partir de estos signos se hacen conjeturas y se predicen calmas y vientos, buen tiempo y tormentas.
¿No ves los pórticos de la ciudad? La mayoría de ellos están orientados hacia el sur, para que quienes pasean por ellos se calienten en invierno y disfruten de la brisa en verano. Pero hay también otra consecuencia indirecta, que no se desprende de la intención de la persona que los dispuso. ¿Y cuál es? Las sombras que se desprenden de nuestros pies marcan para nuestra experiencia las diferentes horas.
El fuego es, además, un producto necesario de la naturaleza, y el humo es una consecuencia más de él. Sin embargo, el humo mismo a veces ofrece una ventaja. Por ejemplo, en el caso de las hogueras de faros al mediodía, cuando el fuego se apaga por los rayos del sol que brillan sobre él, el humo indica la proximidad de los enemigos.
El mismo tipo de explicación que en el caso del arco iris es también válida para los eclipses, pues los eclipses son las consecuencias de la naturaleza divina del sol y la luna; y son indicaciones ya sea de la muerte de reyes, o de la destrucción de ciudades, un hecho al que Píndaro aludió oscuramente con ocasión de un eclipse en el pasaje citado anteriormente.
El círculo de la Vía Láctea también participa de la misma naturaleza esencial que las otras constelaciones, y aunque la causa es difícil de explicar, aquellos que están acostumbrados a investigar los principios de la naturaleza no deberían rehuirlo; porque el descubrimiento de tales cosas es muy beneficioso, y la investigación también es muy placentera en sí misma para aquellos que son aficionados al aprendizaje. Así como el sol y la luna, así también todos los cuerpos celestes fueron creados por la providencia, aunque nosotros, en nuestra incapacidad para rastrear sus diversas naturalezas y poderes, guardemos silencio sobre ellos.
También los terremotos, las pestes, los rayos y todas las cosas de este tipo, aunque se dice que son enviadas por Dios, en verdad no lo son (porque Dios no es la causa de ningún mal), sino que son producidos por los cambios de los átomos elementales y no son obras primarias de la naturaleza, sino que siguen leyes necesarias como consecuencias de las operaciones primarias.
Si algunos de los más refinados experimentan su parte en el daño que estas cosas causan, no deben echar la culpa a la administración. En primer lugar, porque si ciertas personas son consideradas entre nosotros virtuosas, no se sigue que lo sean en realidad, ya que los medios de juicio de Dios son más exactos que cualquier otro formado según el estándar de la mente humana. En segundo lugar, porque la previsión se contenta con mirar a las leyes más amplias del universo, al igual que en las monarquías y los gobiernos militares mira a las ciudades y los ejércitos, no a un individuo casual de los olvidados y oscuros.
Algunos también dicen que, así como es costumbre, cuando se mata a los tiranos, que también se condene a muerte a sus parientes, para que las malas acciones sean reprimidas por la magnitud del castigo, de la misma manera también en las enfermedades pestilentes algunos de los inocentes perecen con los demás, para que los demás puedan mantenerse prudentemente a distancia; aparte del hecho de que aquellos que se aventuran en una atmósfera pestilente necesariamente deben enfermarse, así como aquellos a bordo de un barco en una tormenta comparten igualmente el peligro.
También las bestias salvajes de gran fuerza (pues no debo pasar esto en silencio, aunque con tu poderosa elocuencia te inclinaste a anticipar mi defensa y despedazarla) han sido creadas con el fin de entrenar a los hombres para los conflictos de la guerra. Porque los ejercicios gimnásticos y la caza constante son excelentes para endurecer y fortalecer los cuerpos de los hombres y, lo que es más importante que sus cuerpos, acostumbran sus almas en la firmeza de su fuerza a ignorar cualquier asalto repentino de los enemigos.
A los que son de naturaleza pacífica se les permite pasar sus vidas encerrados no sólo entre muros, sino también dentro de las puertas de sus habitaciones, a salvo de designios hostiles, con abundantes manadas de animales domesticados para su disfrute; ya que los jabalíes, los leones y otras bestias de disposición similar son, por su propia inclinación natural, alejados de una ciudad, por el deseo de no sufrir daño por las artimañas de los hombres.
Si alguien, por indolencia, vive despreocupado entre las guaridas de las fieras, desarmado y sin preparación, que se eche la culpa a sí mismo y no a la naturaleza de lo que le sucede, porque no tomó precauciones como podría haber hecho. Por ejemplo, hace poco, en las carreras de caballos he visto a algunas personas que se dejaban llevar por la inconsciencia, que cuando deberían haber estado sentados en sus puestos y observando de manera ordenada, se quedaron en la carrera y, al ser derribados por la arremetida de los carros de cuatro caballos, fueron aplastados por los cascos y las ruedas, y encontraron el premio de su locura.
Sobre este tema, pues, ya se ha dicho bastante. Pero, en el caso de los reptiles, las especies venenosas no han sido creadas según un designio providencial, sino por una consecuencia natural, como ya he dicho. En efecto, cobran vida cuando la humedad que tienen se transforma en calor excesivo. Algunas también se vivifican por putrefacción, como los gusanos por la comida podrida y los piojos por el sudor. Pero todas las que tienen su origen en una sustancia propia, por la vía primaria y natural de la generación seminal, se atribuyen razonablemente a la providencia.
Acerca de estos reptiles venenosos, que fueron creados para el beneficio del hombre, he oído dos relatos que no debo ocultar. Uno de ellos era del tipo siguiente: algunos decían que los reptiles venenosos eran útiles para muchos fines médicos y que quienes practican regularmente el arte, utilizándolos científicamente para los casos adecuados, están bien provistos de antídotos para la curación inesperada de personas en las condiciones más peligrosas; y hasta el día de hoy se puede ver a quienes se comprometen a practicar la medicina de manera no ociosa o descuidada, empleando los diversos reptiles venenosos en la composición de sus remedios, no sin una cuidadosa consideración.
La otra historia no era médica, sino filosófica, según parece. Porque afirmaba que estos animales son preparados por Dios como castigo para los pecadores, como azotes o incluso como hierro por los generales y los líderes. Por lo que, aunque tranquilos en otras ocasiones, son incitados a la violencia contra los condenados, cuya naturaleza dicta sentencia de muerte sobre sí misma en su propio tribunal incorruptible. Pero es falso que tengan sus agujeros, especialmente en las casas, pues por lo general se los ve fuera de las ciudades, en campos abiertos y lugares desérticos, evitando al hombre como amo. No es que, si es verdad, haya alguna razón en ello, pues los desechos y la suciedad en grandes cantidades se amontonan en los rincones, y a ellos les gusta deslizarse debajo de ellos, además de que el olor también tiene una fuerza atractiva.
Si también viven golondrinas entre nosotros, no es extraño, pues nos abstenemos de cazarlas. Y el deseo de seguridad está implantado no sólo en las almas racionales, sino también en las irracionales. Pero ninguno de esos animales que utilizamos como alimento vive entre nosotros, a causa de nuestros designios contra ellos, excepto en las naciones donde el uso de tales animales está prohibido por la ley.
En la costa de Siria hay una ciudad llamada Ascalón. Estuve allí cuando me dirigía al templo de mis padres para ofrecer oraciones y sacrificios, y vi una increíble cantidad de palomas en los caminos y en todas las casas. Y cuando pregunté la causa, me dijeron que no era lícito cazarlas, pues a los habitantes se les había prohibido desde la antigüedad utilizarlas como alimento. El animal se ha vuelto tan manso por su intrepidez, que constantemente no sólo viene bajo el mismo techo, sino también a la misma mesa, y se deleita en su libertad de ataques.
E Egipto hay algo aún más maravilloso que ver. El cocodrilo, el más molesto de todos los animales, aficionado también a devorar hombres, nació y se crió en las aguas más sagradas del Nilo, aunque vive en las profundidades, es consciente del beneficio que se le otorga. Porque entre las personas que lo honran se multiplica excesivamente, pero nunca aparece entre quienes lo dañan; de modo que en algunos lugares incluso los viajeros más atrevidos no se atreven ni siquiera a poner la punta de un dedo donde los cocodrilos se congregan en bancos, mientras que en otros lugares incluso las personas más tímidas saltan y nadan por diversión.
En el país de los cíclopes, como su raza es una ficción legendaria, sin siembra ni labradores no crece ningún fruto comestible, así como nada se produce de lo que no existe. No debemos acusar a Grecia de ser pobre y estéril, porque aquí también hay mucho suelo profundo y fértil. Y si el país de los bárbaros sobresale en fecundidad, entonces, aunque sobreabundante en alimentos, carece de gente a la que alimentar, para cuyo bien se producen los alimentos. Pues sólo Grecia es verdaderamente la madre de los hombres, pues da a luz una planta de origen celestial y un germen divino que ha sido llevado a la perfección, es decir, el razonamiento unido a la ciencia. Y la causa es ésta: por la ligereza de la atmósfera, el espíritu se agudiza naturalmente. Por eso también Heráclito no se equivoca al decir: "Donde el suelo está seco, el alma es más sabia y virtuosa". Esto también se podría conjeturar a partir del hecho de que los sobrios y frugales son más inteligentes, mientras que los que siempre se llenan de bebida y comida son menos sensatos, en cuanto que su razón está ahogada por las cosas que la recubren.
En la tierra de los bárbaros las plantas y los troncos de los árboles son muy altos por estar bien nutridos, y el más prolífico de los animales irracionales lo produce en abundancia, pero muy poca inteligencia: porque las exhalaciones sucesivas y continuas de tierra y agua han prevalecido para impedir que se eleve del aire que es su fuente.
Las diversas clases de peces, pájaros y animales terrestres no son razones para acusar a la naturaleza de invitarnos al lujo, sino un terrible reproche a nuestro uso intemperante de ellos. Porque para que el universo fuera completo y pudiera existir orden en cada parte de él, era necesario que se produjeran todas las especies animales; pero no era necesario que el hombre, la criatura más afín a la sabiduría, se apresurara a darse un festín con ellos y cambiara su naturaleza por la fiereza de las bestias salvajes. Por eso, hasta el día de hoy, quienes respetan la templanza se abstienen por completo de todo eso y se alimentan con el más dulce placer de vegetales verdes y frutas de los árboles como sus manjares. Pero contra aquellos que piensan que el festín de los mencionados animales es conforme a la naturaleza, se han levantado en varias ciudades maestros, censores, legisladores, cuyo cuidado ha sido refrenar los apetitos inmoderados de los hombres, no permitiéndoles a todos un uso inescrupuloso de todas las cosas.
Las rosas, los azafranes y todas las demás variedades de flores, si bien son beneficiosas para la salud, no todas son beneficiosas para el placer. Sus virtudes son infinitas y son beneficiosas por sí mismas por sus aromas, que nos llenan a todos de fragancia; y son mucho más beneficiosas en las composiciones medicinales de las drogas. Algunas de ellas, cuando se combinan, hacen que sus propias virtudes sean más evidentes, al igual que la unión del macho y la hembra para la generación de un animal, ya que cada uno por separado no está preparado por naturaleza para realizar lo que ambos pueden hacer combinados.
Estos argumentos son suficientes para producir una creencia satisfactoria, en aquellos que no son contenciosos sobre el tema, de la cuidadosa supervisión de Dios sobre los asuntos humanos.
Estos son, pues, los breves extractos que he hecho de Filón, tanto para mostrar qué clase de hombres han sido los hebreos según el testimonio de los modernos, como para al mismo tiempo establecer claramente los hechos de su piadoso juicio acerca de Dios y de su acuerdo con sus antepasados. Pero ahora es tiempo de pasar de este punto a los testimonios de extranjeros sobre los mismos temas.