EUSEBIO DE CESAREA
Preparación al Evangelio
LIBRO VII
I
La vida y doctrina de los hebreos, preferibles a las del resto de antiguos
En cuanto a los hebreos, y a su filosofía y religión, que hemos preferido por encima de todo nuestro sistema ancestral, es hora de describir su modo de vida. Pues, puesto que se ha demostrado que nuestro abandono de la falsa teología de los griegos y de los bárbaros por igual no ha sido hecho sin razón, sino con una reflexión bien pensada y prudente, es ahora el momento de resolver la segunda cuestión, exponiendo la causa de nuestra reivindicación de una participación en las doctrinas hebreas. Por tanto, cuando tengamos el tiempo necesario, demostraremos que el hecho de que hayamos tomado prestado lo que era provechoso de los bárbaros no nos trae ninguna culpa; pues demostraremos que los griegos e incluso sus famosos filósofos habían plagiado todo su saber filosófico y todo lo que era de otro modo de beneficio común y provechoso para sus necesidades sociales de los bárbaros; pero que nada en absoluto ha sido encontrado todavía entre ninguna de las naciones como el beneficio que nos ha sido proporcionado por los hebreos, se pondrá de manifiesto de la siguiente manera.
II
La teología de los paganos, y sus nefastos efectos sobre su modo de vida
Todos los demás hombres, desde el comienzo de la vida social y en todos los tiempos posteriores, se empeñaron en atender únicamente a los sentidos corporales, porque no tenían una idea clara del alma que había en ellos y creían que nada más que lo que se veía tenía una subsistencia real; por eso, relacionaban la belleza, la utilidad y el único bien con el placer corporal. Y como pensaban que sólo esto había que desear con vehemencia, como lo único bueno, agradable y placentero, y suficiente para el goce de una vida feliz, lo creyeron el mayor de los dioses y lo deificaron; ni siquiera deseaban la vida misma, si no había que participar en los placeres corporales; amaban la vida no por el mero hecho de vivir, sino por vivir en el placer, y rogaban que esto fuera el único bien que se les concediera a sus hijos.
Por eso algunos conjeturaron que el sol, la luna y las estrellas eran las fuentes de la vida en la carne; y, también, maravillados por una especie de contemplación de su luz, los declararon los primeros dioses y declararon que eran las únicas causas del universo. Pero otros, por su parte, otorgaron el título de dioses a los frutos de la tierra, a los elementos húmedos, secos y cálidos, y a los demás componentes del mundo con los que se alimentaban y engordaban sus cuerpos, y hicieron de la vida de la carne y de su placer su búsqueda; y otros, mucho antes que ellos, con descarado descaro deificaron sus propias pasiones y el placer como su amo, diciendo que el amor, el deseo y la lujuria gobernaban a los mismos dioses. Por otros, ciertos tiranos y potentados, que habían provisto e inventado placeres para ellos, fueron deificados, tanto en vida como después de la muerte, a cambio de los placeres que habían obtenido de ellos. Otros, por el contrario, se convirtieron en juguetes de los espíritus malignos y de los demonios, y dieron aún más fuerza a la parte pasional de su alma, al procurarles placeres también mediante las costumbres de su culto. Otros, que no podían soportar nada de esto, introdujeron el ateísmo como algo mucho mejor que una teología como ésta; y otros, aún más desvergonzados que todos ellos, declararon que la vida filosófica y tres veces bendita no era otra cosa que la vida del placer, habiendo definido el placer como la consumación de todo bien.
De esta manera, toda la raza humana, esclavizada por la diosa, o mejor dicho, por el demonio licencioso y repugnante, el placer, como por una señora dura y cruel, se vio envuelta en toda clase de miserias. Pues, como dice el santo apóstol, "sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza; y de la misma manera también los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lujuria unos con otros, cometiendo hombres con hombres actos indecorosos, y recibiendo en sí mismos la recompensa debida por su extravío".
De esta manera, tanto los griegos como los bárbaros, sabios y sencillos, postrándose en tierra y boca abajo, adoraban el placer como a una diosa; se postraban boca abajo como reptiles; creían en ella como una deidad irresistible e inexorable, y se contentaban. También en los cantos e himnos, en las fiestas de los dioses y en sus espectáculos públicos, se iniciaban en las orgías y celebraban los ritos indecorosos de nada menos que placeres sucios y licenciosos. De modo que esto, sobre todo, ha sido justamente abolido entre nosotros, pues "la invención de ídolos fue el comienzo de la fornicación".
Tan grande había sido la variedad múltiple, para hablar brevemente, de la teología de las otras naciones, ligada al placer impuro y abominable como su único principio, pero, como una hidra de muchos cuellos y muchas cabezas, desarrollada en muchas divisiones y secciones diversas.
Cuando se atrincheraron en un error tan grande, naturalmente, en su servicio a la diosa y al demonio malvado, los placeres, males sobre males se acumularon a su alrededor, mientras contaminaban toda la vida con locas pasiones por las mujeres y ultrajes a los hombres, matrimonios con madres e incesto con hijas, y habían superado en su exceso de maldad la naturaleza salvaje de las bestias salvajes. Tal era, pues, el carácter de las naciones antiguas y de su falsa teología, como se muestra en los libros precedentes de los historiadores y filósofos griegos que hemos reunido.
III
El carácter de los hebreos, y su defensa de un Creador
Si habéis tenido una visión general del modo de vida entre los antiguos, ahora fijaos ahora en observar cómo sólo los hijos de los hebreos, entre tantos otros, siguen el camino opuesto.
Éstos fueron los primeros y únicos hombres que, desde el primer momento de la vida social, se dedicaron a la especulación racional y, tras estudiar con devoción las leyes físicas del universo, primero los elementos de los cuerpos, la tierra, el agua, el aire, el fuego, de los que percibieron que se componía este universo, y también el sol, la luna y las estrellas, los consideraron no dioses, sino obras de Dios, pues percibieron que la naturaleza de la sustancia corporal no sólo es irracional, sino también inerte, puesto que está en constante cambio y sujeta a perecer. Argumentaron, además, que no es posible que el orden de todo el cosmos, tan bien y sabiamente compuesto y lleno como está de seres vivos tanto racionales como irracionales, tenga una causa espontánea, ni que sea posible suponer que el principio creador de los vivos sea inerte, ni que el principio formador de los racionales sea irracional.
Pero como un edificio no puede ser compuesto espontáneamente de madera y piedra, ni una prenda de vestir puede ser hecha sin un tejedor, ni las ciudades y los estados sin leyes y un orden de gobierno, ni un barco sin piloto, ni el más pequeño instrumento de arte puede existir sin un artífice, ni un barco puede llegar a un puerto seguro sin un buen piloto, tampoco la naturaleza de los elementos universales, inerte e irracional como es, puede jamás, por su propia ley, separada de la suprema sabiduría de Dios, alcanzar la razón y la vida. Con estos pensamientos, los padres de la religión hebrea, con mente purificada y ojos de alma lúcidos, aprendieron a adorar a Dios, Creador de todo, por la grandeza y belleza de sus criaturas.
IV
Las ideas de los hebreos, respecto a la inmortalidad del alma y la sustancia del
cuerpo
Después de haber comprendido que ellos mismos no eran una parte pequeña del todo, creyeron que una parte de ellos mismos era preciosa (y que ésta era también el verdadero hombre, que se percibe en el alma), y que la otra parte ocupa el lugar de una envoltura de la primera, y que ésta es el cuerpo. Y habiéndolos distinguido así, concentraron todo su pensamiento y diligencia en la vida del hombre interior.
Esto, razonaron, debía agradar a Dios, el Creador de todo, quien aparentemente había dotado a la naturaleza del hombre con dominio sobre todas las cosas en la tierra, no tanto por la fuerza del cuerpo como por la excelencia del alma: porque de las cosas existentes, algunas eran inanimadas, como las piedras y los troncos; y algunas participantes de una fuerza viva, como las plantas que crecen fuera de la tierra; y algunas admitidas a compartir la sensación y el impulso de la percepción, como son los animales irracionales. Pero todas estas estaban sujetas al servicio de la única raza de la humanidad, obligadas a ello no por el vigor y la fuerza del cuerpo, sino por el ejercicio de la razón y por la excelencia del alma, por lo que han comprendido que el privilegio de gobernar y realeza sobre todas las cosas en la tierra ha sido otorgado originalmente por el Autor del universo.
Partiendo de este pensamiento, decidieron honrar el cuerpo y los placeres del cuerpo no más que a las otras criaturas sobre la tierra. Mas el principio gobernante en ellos mismos, similar al Gobernante de todo, y la facultad racional e inteligente del alma, semejante a Dios y capaz de verdadero conocimiento (teniendo, por así decirlo, la semejanza del Dios sobre todo), esto sólo lo tenían en alta estima.
Reflexionando que no había otro bien que Dios, dador de todos los bienes, declararon que el conocimiento de él y su amistad eran la consumación de toda felicidad, porque solo de él depende la causa de la vida misma, del alma, del cuerpo y de todas las cosas necesarias a ellos. A él se han consagrado con todo fervor, en cuerpo y alma, haciendo depender de él toda su vida y decidiéndose a dedicarse sólo a él y a ninguna otra cosa visible.
Habiendo demostrado así que eran amantes de Dios y amados por él, fueron declarados verdaderos adoradores y sacerdotes del Dios Altísimo, o fueron considerados dignos de ser llamados "linaje escogido y sacerdocio real y nación santa de Dios", y han legado a sus descendientes una semilla de esta verdadera religión.
¿No creéis, entonces, que con razón hemos preferido éstos a los griegos, y aceptado las historias de los hombres piadosos entre los hebreos antes que los dioses de Fenicia y Egipto, y las absurdeces blasfemas acerca de esos dioses?
V
La piedad de los hebreos, y su recompensa por parte de Dios
Observad, pues, hasta qué grado de virtud piadosa se dice que llegaron estos hombres. Dios, habiéndolos aceptado por la piedad general y la sabiduría de su vida, y especialmente por su devoción a su servicio, ahora les concedió oráculos más divinos y manifestaciones de él mismo y visiones de ángeles, corrigiendo los defectos de su naturaleza mortal con sugerencias para guiar su conducta y revelándoles el conocimiento de doctrinas y preceptos dignos de Dios; de modo que sus mentes ya no fueron iluminadas por meros argumentos y conjeturas, sino por la brillante luz de la verdad misma. Así, inspirados por Dios, reflexionaron sobre el logro de las cosas futuras, como si ya fueran presentes, y profetizaron lo que iba a suceder universalmente a la raza humana.
Tales son los ejemplos de la excelencia de los hebreos contenidos en los oráculos tan celebrados y verdaderamente divinos, que hemos preferido a las fábulas y locuras de los griegos y de nuestros antepasados: porque estos últimos contenían las más viles historias acerca de sus dioses, mientras que los otros contenían enseñanzas religiosas acerca de los hombres amados por Dios.
VI
La piedad de los hebreos, celebrada desde antiguo
Estas cosas eran conocidas entre los antepasados de los judíos desde tiempos remotos, mucho antes de que existiera Moisés y la nación judía. Porque, de hecho, es bueno dejar en claro también esta distinción: el judaísmo aún no existía en ese tiempo, pero aquellos de quienes hablo eran hebreos por igual, tanto en nombre como en carácter, y hasta entonces ni eran ni eran llamados judíos.
Podéis conocer la diferencia entre hebreos y judíos de esta manera: los segundos tomaron su nombre de Judá (de cuya tribu se estableció el reino de Judá muchos siglos después), y los primeros de Heber (que fue el antepasado de Abraham). Y que los hebreos fueron anteriores a los judíos, nos lo enseña las Sagradas Escrituras.
En cuanto a la manera de su religión, Moisés fue el primer autor de la legislación para los judíos, y les enseñó a observar un cierto día de descanso y a guardarlo con el máximo cuidado como recordatorio del estudio de las sagradas escrituras. Les enseñó también la distinción entre los animales que se podían comer o no, y las fiestas anuales y ciertas purificaciones corporales, y otro largo período que también se observaba con más religión de acuerdo con ciertos pactos.
Los hebreos, que eran anteriores a Moisés, no habiendo oído hablar de toda la legislación mosaica, disfrutaban de un modo de religión libre y sin trabas, regidos por el modo de vida que es conforme a la naturaleza, de modo que no tenían necesidad de leyes que los gobernaran, debido a la extrema libertad de su alma respecto de las pasiones, sino que habían recibido el verdadero conocimiento de las doctrinas acerca de Dios. Pero ahora, después de observaciones de esta clase, es hora de revisar los registros escritos.
VII
Ejemplos edificantes de los hebreos, hasta la llegada de Moisés
Tampoco hay nada que nos impida hacer un breve repaso de su historia. En primer lugar, pues, tomaremos los textos anteriores al Mood, según el contenido de los escritos del propio Moisés. Pues, como antes, creo que no debemos examinar la historia ancestral de los hebreos a partir de otras fuentes que las suyas, ya que la historia egipcia la aprendimos de los egipcios, y la fenicia de sus propios escritores, como también la historia griega de los ilustres entre los griegos, y su filosofía de los filósofos, y no de los que eran ignorantes en filosofía. Pues ¿de qué otra fuente sería apropiado indagar sobre el arte de curar sino de los que son expertos en ello? De acuerdo con esta regla, creo que debemos recibir la historia de los hebreos de los eruditos entre los hebreos, y no de ninguna otra fuente.
Según cuenta la historia entre ellos, desde el principio antes del diluvio, desde la primera creación de la humanidad y durante las generaciones siguientes ha habido un cierto número de hombres justos amados por Dios: uno de los cuales "esperaba invocar el nombre del Señor Dios". Esto demuestra que a nadie sino al Creador de todas las cosas dio el título de Señor y Dios del universo, pues estaba persuadido de que no sólo con su poder creador había dispuesto bien y ordenadamente todo, sino que también, como el señor de una gran ciudad, era el gobernante de todo, y dispensador y dueño de la casa, siendo a la vez Señor, Rey y Dios.
El primero que tomó en serio la idea y el nombre de este ser como Señor y Dios fue el hombre piadoso de quien hablo, y quien en lugar de toda sustancia, título y abundancia, o más bien, en lugar de todo bien, "esperaba invocar el nombre del Señor Dios", habiéndolo procurado como un tesoro para sí mismo de bendiciones tanto del alma como del cuerpo. Por eso se dice que fue el primero en ser llamado "hombre verdadero" entre los hebreos. En todo caso, se le llama Enós, que significa "hombre verdadero", un apelativo bien aplicado. En efecto, se dice que no debemos considerar y llamar "hombre verdadero" a nadie más que a aquel que alcanza el conocimiento de Dios y la piedad, y que al mismo tiempo está lleno de conocimiento y de reverencia.
Para los que no son de este carácter, pero no se diferencian en nada de los animales irracionales, como impulsados por el vientre y la lujuria, la Escritura hebrea nos enseña a llamar bestias más bien que hombres, estando acostumbrados a usar los nombres en su significado apropiado. Por eso es costumbre llamar a estos hombres lobos y perros, cerdos que se alimentan de excrementos y se deleitan en ellos, y reptiles y serpientes que corresponden a las múltiples formas de maldad.
Si en algún momento es necesario designar al hombre de la multitud común y de la raza misma, de nuevo se usa una denominación adecuada y natural, e indica al hombre como un todo con el nombre de Adán, porque sugiere que este es el nombre propio y natural del progenitor y antepasado de todos los hombres, un nombre que implica según su traducción al idioma griego el "nacido de la tierra".
Así, Enós es registrado como el primero de los amados de Dios entre los hebreos, ya que fue el primero que "esperó invocar el nombre del Señor Dios", lo que demuestra que la facultad verdaderamente racional del alma es capaz tanto de conocimiento como de comprensión del verdadero culto a la Deidad: lo primero de lo cual sería una prueba del verdadero conocimiento de Dios, y lo segundo de su esperanza en el Dios a quien conocía. Porque no descuidar ni poner en segundo plano el verdadero conocimiento de Dios, sino siempre y en todo "esperar invocar el nombre del Señor Dios", en parte como Señor de la casa, y en parte como Padre bondadoso y bueno, éste debe ser el fin tres veces bendito de todo.
Tal era, pues, aquel que entre los hebreos ha sido presentado como el primer hombre verdadero, no Adán (el nacido en la tierra por su nombre, quien por trasgredir el mandamiento de Dios cayó de su mejor suerte), sino el primero de los amados de Dios (quien "esperaba invocar el nombre del Señor Dios"). Así pues, juzgando por sano razonamiento, también nosotros mismos nos complació imitar a un personaje como éste, y acogimos el relato de la historia como provechoso y sumamente beneficioso para nosotros, e hicimos voto de que, igualando el ejemplo del hombre de quien hablo, invocaríamos el nombre del Creador y Señor de todo con una esperanza firme y buena.
Después de aquel de quien hemos hablado hubo otro que agradó al Señor, y no se encontró, como dice Moisés, porque Dios lo trasladó por la alta perfección de su virtud. Porque es difícil encontrar al verdaderamente sabio. Así es, sin embargo, el que es perfecto en Dios, el que se aparta de la conversación de la multitud. Porque el hombre de carácter diferente, que frecuenta los mercados, los patios, las tabernas, las tiendas y la multitud en general, ajetreándose y siendo acosado, se ve absorbido por el mismo abismo de la maldad. Pero aquel que es tomado por Dios y trasladado de este mundo a aquel, aunque no pueda ser visto ni encontrado por los hombres, se ha convertido en amigo de Dios y es encontrado por Dios. A los hebreos les gusta llamarlo Enoc, y ese nombre significaría la gracia de Dios. Por eso, consideramos una bendición emular también la vida de este ejemplo, pues era bueno.
Después de éstos, apareció un tercero: Noé, de quien se ha dado testimonio como "un hombre justo en su generación". Las siguientes serán pruebas de su justicia: una gran inmundicia y oscuridad de indescriptible maldad se había apoderado de toda la raza humana, y los gigantes de los que todos hablaban llevaban a cabo con esfuerzos impíos e impíos sus guerras contra Dios, que todavía son tan famosas; y ya se dice que los padres de esta su prole, ya hayan surgido de una condición más poderosa que la naturaleza humana, o de cualquier manera que hayan sido dotados, comenzaron a enseñar curiosas artes entre los hombres e introdujeron artimañas de brujería y otras hechicerías perniciosas en su vida, de modo que toda la raza humana había caído bajo una sola sentencia de juicio ante Dios.
Así, cuando todos estaban a punto de ser destruidos por un decreto, este solo hombre, de quien ahora estamos hablando, es encontrado "justo en su generación", junto con su familia. Por lo tanto, mientras todos los que estaban sobre la tierra estaban siendo destruidos por un diluvio, y la tierra misma era purificada de los males anteriores por un diluvio repentino de aguas, el amigo de Dios con sus hijos y sus esposas fueron preservados de la manera más maravillosa por Dios, como una chispa para encender la vida que estaba por venir. Este hombre sería también un modelo primitivo, una imagen viva y palpitante, que había dado ejemplo a su posteridad del carácter que agrada a Dios.
Tales eran los que precedieron al diluvio. Y hubo otros que vinieron después, notables por su piedad, cuyo recuerdo se conserva en los oráculos sagrados. Uno de ellos es anunciado como "sacerdote del Dios Altísimo", llamado por su nombre hebreo "rey de la justicia". De todos ellos no se habló ni una palabra sobre la circuncisión corporal ni sobre los mandamientos judíos de Moisés. Por eso no es justo llamarlos judíos ni griegos, porque no creían en más de un dios, como los griegos o las demás naciones. Sería más apropiado llamarlos hebreos, ya sea por Heber, o más bien por la interpretación del nombre.
En efecto, se los interpreta como una especie de pasajeros que han emprendido su viaje desde este mundo para pasar a la contemplación del Dios del universo. Se dice que han recorrido el camino recto de la virtud mediante el razonamiento natural y las leyes no escritas, y que han pasado de los placeres carnales a la vida de perfecta sabiduría y piedad.
Entre todos ellos, incluyamos también al célebre progenitor de todo el pueblo, Abraham, de cuya justicia dan testimonio los oráculos; tampoco se trata de la justicia de la ley de Moisés, pues ésta no existía todavía, pues Moisés surgió en la séptima generación después de Abraham; pero, sin embargo, también él es declarado eminentemente justo y piadoso, como los que hemos mencionado anteriormente. Así, al menos, dice la Escritura: "Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia". La respuesta de Dios predice, en efecto, que él será "padre de muchas naciones", y dice expresamente que "en él serán benditas todas las naciones y todas las tribus de la tierra", profetizando directamente las cosas que ahora se están cumpliendo en nuestro tiempo.
Pero este Abraham, después de haber sido hecho perfecto en la justicia que había mantenido con éxito, no por la ley de Moisés, sino por la fe, y después de las apariciones de Dios que están registradas, cuando estaba a punto de ser llamado padre de un hijo verdadero incluso en su vejez, es el primero que de acuerdo con un mandato divino se circuncida y ordena la realización de este rito a su posteridad, ya sea como un significado manifiesto de la gran multitud de los hijos que nacerían de él, o para que los hijos pudieran tener una marca paterna para mostrar si estaban viviendo en emulación de sus antepasados, o alejándose de su virtud, o por cualquier otra causa, cualesquiera que fueran, que ahora no tenemos tiempo para discutir cuidadosamente.
Así pues, se nos presenta el carácter de Abraham como el primero, para que lo imitemos. Y después de él, Isaac es presentado como el sucesor tanto del conocimiento de Dios como del favor divino de su padre, habiendo recibido esto de su padre como la más noble y bendita de todas las herencias. Unido a una sola mujer, dicen los oráculos sagrados, engendró hijos. Pero, al ser padre de dos hijos gemelos, se dice que puso este límite a sus relaciones con su esposa en su extremo dominio de sí mismo.
Ahora os presento a Jacob, también llamado Israel, un hombre que recibió un doble nombre como consecuencia de la eminencia inusual de sus virtudes propias. Cuando se ejercitaba en hábitos y modos de vida prácticos y experimentaba dificultades por causa de la religión, se le llamaba Jacob, un nombre que, traducido al griego, significa un hombre en entrenamiento, un atleta; pero cuando después recibe las recompensas de la victoria sobre sus oponentes y es coronado, y ya está en el goce de las bendiciones de la contemplación, entonces su nombre también es cambiado por el Dios que se comunica con él, quien le concede una visión de Dios y le otorga mediante su nuevo nombre las recompensas de dones y honores divinos.
Así, la respuesta de Dios le dice: "No se llamará más tu nombre Jacob, sino que Israel será tu nombre, porque has tenido poder con Dios y prevalecerás con los hombres". Con esto, Israel indica "el hombre que mira y contempla", ya que el mismo nombre cuando se traduce significa "un hombre que contempla a Dios".
Tal era, pues, el carácter de este hombre, de quien surgieron las doce tribus de la nación judía. Se podrían contar innumerables cosas sobre la vida de estos hombres y su perseverancia y disciplina filosóficas, algunas cosas consideradas literalmente y otras en sugerencias alegóricas; de estas cosas han hablado otros, así como yo mismo en mi tratado sobre los Hombres de la Antigüedad. Así eran, pues, estos patriarcas.
Además de ellos, os puedo hablar de otro, cuyo nombre era Job, de quien los oráculos sagrados testifican que había sido un hombre "irreprensible, verdadero, justo y devoto, abstenido de toda cosa mala". Aunque no pertenecía en absoluto a la raza judía, ha recibido testimonio de todas las buenas obras de religión.
En cuanto a los hijos de Jacob, ellos conservaron el conocimiento de Dios y la piedad heredados de sus antepasados, y elevaron la fama de los ancianos hebreos a un alto grado de gloria, de modo que al final se apoderaron del gobierno de todo Egipto.
José habiendo sido primero coronado con las recompensas de la castidad, y después habiendo recibido el gobierno de Egipto, mostró el carácter divinamente favorecido de los hebreos: y a él también hemos hecho nuestra oración emularlo, aunque había sido convertido en esclavo por la conspiración de sus hermanos, esclavo también de un egipcio.
Paso por alto todo el resto de sus ventajas en cuanto a belleza y fuerza de cuerpo y hermosura, aunque las Escrituras registran que él superó a todos en la flor de la belleza. Mas ¿cómo podría alguien describir sus cualidades de alma, aunque él se propuso expresar su alabanza de una manera digna de su virtud? Se dice que tenía por naturaleza el sello de un nacimiento gentil y la nobleza de su carácter florecía en su rostro; y estaba tan excelentemente dotado de las eminentes gracias de la piedad, que su alma brillaba en castidad y justicia, en prudencia y hombría, y sobre todo en conocimiento y piedad hacia el Dios de todos, que se dice que sus padres implantaron en su alma desde la cuna.
Así, cuando la mujer de su amo se enamoró locamente de él, y trató de arrastrarlo, cuando era joven y hermoso, a una relación amorosa y licenciosa, e intentó primero engatusarlo con palabras, y luego le suplicó con súplicas, y por último se aventuró a ponerle las manos violentamente, y recurrió ahora a abrazos inmodestos y desvergonzados, el héroe, recordando la piedad de sus antepasados, y mostrándose tanto en palabras como en hechos como un hombre religioso y un verdadero hebreo, se sacude de encima a la mujer vil y licenciosa, la deja a un lado con mano más fuerte y huye como si de una bestia terrible y furiosa se encontrara seguridad en la huida.
Por esto último, el Dios del universo, coronándolo como vencedor con las recompensas de la virtud, le entrega la realeza y el gobierno sobre sus amos y sobre el mismo Egipto. Además, él también como hebreo de hebreos, y no judío (porque la nación judía no existía aún), ha sido recibido entre los tres veces benditos y sumamente favorecidos amigos de Dios.
Después de los hebreos que han sido mencionados, la raza de sus descendientes comenzó a crecer hasta convertirse en una gran multitud, y la nación judía, que ellos constituían, ahora continuó multiplicándose diariamente y haciéndose grande, hasta que la influencia de la conducta piadosa de sus antepasados piadosos de antaño comenzó poco a poco a debilitarse y embotar, mientras que los efectos de su trato con los egipcios ganaron tanta fuerza sobre la multitud de la que hablo, que olvidaron la virtud de sus antepasados, y llegaron a tener en sus modos de vida costumbres similares a las de los egipcios, de modo que su carácter parecía no diferir en nada del de los egipcios.
Cuando se hubieron convertido en tales, como he descrito, el Dios de sus antepasados envió a Moisés como líder y legislador, verificando así las promesas dadas por los oráculos a sus progenitores. Después de haber realizado por su mano los prodigios que están registrados y los signos extraordinarios del cielo, promulgó una ley que era adecuada a la condición moral de quienes la oyeron. Porque ellos no eran capaces, por debilidad moral, de emular la virtud de sus padres, ya que estaban esclavizados por las pasiones y enfermos de alma; por eso les dio la política que correspondía a su condición, ordenando algunas cosas abiertamente y claramente, e insinuando otras enigmáticamente, sugiriendo símbolos y sombras, pero no la verdad desnuda, para que la guardaran y observaran.
El régimen judío comenzó en aquella época con Moisés y continuó según las voces de sus propios profetas hasta la venida de nuestro Salvador Jesucristo. Porque también ésta fue una profecía del mismo Moisés y de los profetas que le siguieron: que las costumbres y ordenanzas de Moisés no fallarían antes de que aparecieran las de Cristo (es decir, las ordenanzas del nuevo pacto, que ha sido proclamado a todas las naciones por medio de nuestro Salvador), pues estas ordenanzas encontraron un cumplimiento en la forma en que habían sido anunciadas.
Pero ya que hemos descrito brevemente la vida de los hebreos antes de Moisés, y mostrado el carácter de su religión, es tiempo de considerar también el método de su doctrina, a partir de los escritos de Moisés y de los profetas que le siguieron.
VIII
La llegada de Moisés, y sus escritos respecto a la forma de vivir
El gran teólogo Moisés, hebreo de hebreos, si es que alguno lo fue, y entendido bien en las costumbres de sus antepasados, a modo de prefacio a las leyes sagradas ha dejado escritos indelebles las vidas de los antepasados de los hebreos y las bendiciones que Dios les concedió, y por otra parte, los caracteres y los castigos de otras naciones impías e impías, porque pensó que esta sería una lección necesaria para aquellos a quienes se les iban a enseñar sus leyes, tanto para evitar costumbres similares a las de los malvados, como para animarlos a adoptar la vida de los piadosos.
Era necesario, además, que no ignorasen que antes de ellos y antes de sus propias leyes escritas, muchos de sus antepasados ya se habían distinguido honrosamente por su excelencia en la religión, por el recto uso de la razón; los cuales, habiendo sido llamados amigos de Dios y profetas, ganaron en sus escritos recuerdo eterno; los cuales tampoco eran extraños en raza a aquellos para quienes él estaba ordenando sus leyes.
Por eso era necesario que ellos, como descendientes por nacimiento de hombres justos amados por Dios, se mostraran emuladores de la piedad de sus antepasados y estuvieran ansiosos de obtener de Dios los mismos beneficios que los que los habían engendrado. No debían volverse perezosos y desanimados como si esto fuera imposible, ni renunciar a la esperanza de esos beneficios para sí mismos, porque eran posibles y habían sido alcanzados con completo éxito por sus propios antepasados, cuyos retratos estaba transmitiendo a los que estaban siendo instruidos en las cosas de Dios, contando las vidas de los hombres de antaño y delineando como en semejanzas pintadas la virtud peculiar de cada uno.
IX
Los principios doctrinales de los hebreos
Aquel admirable teólogo y legislador llamado Moisés, al fundar con sus propios escritos un sistema político conforme a la religión para el pueblo judío, no creyó conveniente emplear los preámbulos comunes y trillados de sus libros. Sino que, después de haber recopilado todas las leyes que ordenaban lo que se debía hacer, y prohibían lo que no se debía hacer, y los acuerdos públicos y cívicos concernientes a sus contratos mutuos, creyó correcto comenzar su enseñanza con la teología ancestral de ellos, porque consideraba que no había otra instrucción propia de las leyes pertenecientes a la religión que la teología que le había llegado de sus antepasados.
Comienza, pues, por Dios, según las doctrinas hereditarias de la teología de sus progenitores hebreos. Pero no como era la costumbre de los egipcios, ni tampoco de los fenicios, o de las otras naciones, quienes como ellos degradaron el nombre adorable a una multitud de dioses, y consideraron a las luminarias del cielo como dioses visibles, y como dioses invisibles e invisibles ya los difuntos de entre los hombres, o los demonios de la tierra y del aire, según las afirmaciones que hemos demostrado anteriormente.
Habiendo hecho comenzar toda su narración con la causa universal y Creador de las cosas visibles e invisibles, muestra que Dios es el legislador de la constitución del universo, y lo establece como rey del mundo, como de una gran ciudad. Nos enseña, pues, desde el principio a considerarle como el verdadero Autor y gobernante no sólo de las leyes que él mismo está a punto de establecer para los hombres, sino también de las leyes de la naturaleza universal.
X
La constitución del mundo y la providencia divina, según los hebreos
De hecho, Moisés representa a Dios como rey y legislador del mundo entero: porque por su decreto y poder todas las cosas han recibido su ser, y por sus leyes y limitaciones a su vez toda la duración del tiempo es dirigida en su curso y orden.
Por la palabra y la ley de Dios, en primer lugar, el firmamento del cielo está firmemente fijado, y la pesada y sólida tierra está maravillosamente equilibrada contrariamente a su propia naturaleza sobre los elementos más ligeros. Por la palabra y la ley divinas, el curso alterno de la noche y el día se lleva a cabo, y por la palabra y la ley de Dios, el sol mismo y la luna y la multitud de otras estrellas que giran cumplen su curso apropiado en un orden apropiado. Por la ley del Rey universal, los cambios tropicales, las revoluciones periódicas, los ciclos anuales y las estaciones anuales se completan en el concierto totalmente armonioso del universo. Por la ley de Dios, el invierno da paso a la primavera, y la primavera al siguiente cambio de estaciones, también las profundidades del océano que surgen en las mareas de inundación del invierno están, sin embargo, por la ley divina cerradas en sus mares apropiados, de modo que no se atreven a transgredir los límites de sus leyes sagradas. Y la sustancia seca de la tierra, siendo regada por corrientes de lluvia y tormentas de nieve, proporcionadas también por la ley divina en la debida medida, produce innumerables especies de plantas y animales: en una palabra, la naturaleza, madre universal, sujeta al mandato de Dios, obedece las leyes divinas y el consejo del Dios que todo lo gobierna.
Y esto porque no sin diseño, ni por casualidad, ni por impulso espontáneo e irracional, ha sido organizado este vasto sistema; ni es esta grande y bellísima construcción obra de una naturaleza sin causa, sino que es una creación del omnisciente Arquitecto del universo, y está dirigida por las palabras y las leyes sagradas del mismo ser.
Habiendo comenzado desde este punto, y asignado las leyes que conciernen a la naturaleza del universo antes de tratar de la legislación humana, el profeta exhortó a los hombres antes de todas las cosas a entregar su mente a Dios, y a no abandonar descuidadamente sus leyes. Y esto porque el mismo sol, y el cielo y el mundo, y la tierra y todas las cosas sobre la tierra, y todo lo que se considera obras de la naturaleza, sirven a sus mandamientos y ordenanzas y leyes y palabras sagradas.
En consecuencia, el género humano, siendo una parte no pequeña del todo, debe adherirse con mayor precisión a las ordenanzas divinas y no dejarse superar por los elementos parciales. Porque en el principio la tierra recibió su ley de Aquel que dijo: "Produzca la tierra hierba que dé semilla según su especie y árboles frutales que den fruto". Y la tierra, al ver su palabra, mostró su disposición a obedecer su ley, pero nunca, ni siquiera hasta el presente, desoyó el mandato divino. Así también, cuando Dios dijo "que las aguas produzcan seres vivientes y aves que vuelen en el firmamento de los cielos", el elemento agua realizó su obra, y todavía ahora se lo ve rindiendo obediencia a su ley.
Si, pues, el sol, la luna y las estrellas, habiendo sido designados por la ley divina para realizar sus propios cursos y "ser también para señales, para estaciones, para días y para años", no descuidan su código de leyes, ¿qué excusa os puede quedar todavía para obtener el perdón si despreciáis las leyes de Dios?
Con esta enseñanza preliminar nos convenció el admirable autor, y con razón nos hizo emuladores de su propio conocimiento divino y piedad; porque no hemos podido encontrar nada parecido entre los teólogos de las naciones antes mencionadas.
Después de la primera teología, pasa a la segunda doctrina, que es a la vez física y filosófica. Es decir, después del conocimiento de Dios y de la disposición del universo, pasa a lo que es por naturaleza segundo, es decir, la doctrina sobre la naturaleza del hombre, porque después del conocimiento de Dios es necesario que uno se conozca a sí mismo. Por eso nos enseña a continuación qué es el hombre y qué es lo que lo lleva al conocimiento y culto de Dios, y cuál es la vida que corresponde a la parte gobernante del hombre.
Habiendo establecido la distinción entre cuerpo y alma, define al verdadero hombre como colocado en el alma, participando de una esencia inteligente, incorpórea y racional, como habiendo sido creado a imagen de Dios (eso sí, concibiendo el cuerpo como una envoltura terrena del alma). Y a estas añade una tercera, "el aliento de vida", un poder que une y combina lo que fue tomado de la tierra con lo que había sido hecho a imagen de Dios.
Relata también que el hombre tuvo su primera morada en el paraíso tres veces bendito de Dios, lleno de bendiciones inmortales y eternas. Y que habiéndose sometido a la ley de Dios, como el resto de las criaturas en el principio del mundo, por descuido y trasgresión del mandato divino, perdió esta vida tan envidiable.
Esta es la filosofía que Moisés enseña en el prefacio de sus leyes sagradas, proclamando que no debemos despreciar nuestra dignidad propia y la semejanza con la naturaleza divina que hemos recibido y de la que hemos sido dotados además con la inmortalidad del alma, porque no es lícito borrar la imagen de un rey. Pero la imagen original y verdadera del Dios del universo es su propia Palabra, que es la verdadera sabiduría, la verdadera vida, la luz y la verdad, y todo lo que el hombre puede concebir de noble y bueno. El espíritu humano sería una imagen de esta imagen, en cuanto se reconoce que ha sido creado a imagen de Dios.
Para aquellos que debían observar las leyes sagradas, pensó Moisés que era necesario recibir esta instrucción preliminar, y recordar cuál era la parte de ellas sacada de la tierra y que debía ser resuelta en la tierra, y cuál es la mejor parte en nosotros como a Dios, y cómo debemos comportarnos con cada una de dichas partes, y no tratar con ultraje e impiedad al hombre a imagen de Dios, ni contaminarlo con prácticas inmundas e ilícitas. Y cómo debemos mantener siempre el deseo de esa primera y tres veces bendita morada y vida, y estar ansiosos de recurrir a ella, haciendo nuestra oración para ganar esa primera y tres veces bendita vida y dignidad, y también prepararnos aquí ya para nuestra partida hacia allá; porque de otra manera no es posible para los profanos e impuros pisar esos santuarios, de los cuales el primer hombre por negligencia ha caído al despreciar el mandato divino.
Después de esto el hierofante añade otra doctrina más concluyente, enseñándonos a no dudar de que a cada uno de nosotros acecha un demonio maligno, calumniador y enemigo del bien, que desde el principio conspira contra la salvación de los hombres. Él lo llama dragón y serpiente, negro y amante de la oscuridad, lleno de veneno y maldad. Y dice que por envidia de nuestra vida divinamente inspirada, todavía trata de hacer tropezar y arrastrar a cada uno de los que se adhieren a Dios; y que por su engaño los antepasados de nuestra raza cayeron de su suerte divina: por lo que también debemos estar siempre en guardia contra las artimañas maliciosas de dicho demonio.
Pero ¿por qué adelantarme a esto, cuando debo exponer inmediatamente lo que he dicho de las Escrituras? Empecemos, pues, por Dios, después de haber invocado en primer lugar su ayuda por medio de nuestro Salvador.
XI
La primera causa del universo, según los hebreos
El sistema hebreo establece el primer principio de la teología al comenzar desde el poder que Dios hizo y organizó el universo, no por razonamiento silogístico o argumentos plausibles, sino de una manera más dogmática y didáctica de adivinación con la ayuda del Espíritu Santo, bajo cuya inspiración Moisés comenzó su doctrina de Dios de la siguiente manera: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra", y siguió de esta otra manera:
"Otra vez, dijo Dios: Haya luz, y hubo luz. Y otra vez, dijo Dios: Haya expansión. Y fue así. Y otra vez dijo: Haya lumbreras en la expansión de los cielos para alumbrar sobre la tierra; y sean por señales, para las estaciones, para días y para años. Y otra vez, dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes según su especie, y todas las aves del cielo según su especie. Y fue así. Y otra vez dijo: Produzcan las aguas seres vivientes según su especie, y todas las aves del cielo según su especie. Y otra vez: Produzcan las aguas seres vivientes según su especie, y todas las aves del cielo según su especie. Y otra vez: Produzcan las aguas seres vivientes según su especie, y todas las aves del cielo según su especie. Y otra vez: Produzcan las aguas seres vivientes según su especie, y todas las aves del cielo según su especie. Y otra vez: Produzcan las aguas seres vivientes según su especie, y todas las aves del cielo según su especie. Y fue así. Y otra vez: Produzca la tierra cuadrúpedos y serpientes y animales de la tierra según su especie. Y así fue".
La Escritura, al decir en estos pasajes "Dios dijo", representa el mandato divino y que Dios quiso que todas las cosas se hicieran así, sin que, sin embargo, debamos suponer que Dios habló con voz y palabras. Pero, resumiendo toda la declaración, dice: "Este es el libro de la generación del cielo y de la tierra, el día en que Dios hizo el cielo y la tierra y todas las cosas que hay en ellos".
Tal es la teología de los hebreos, instruyéndonos que todas las cosas subsisten por la palabra creadora de Dios. Tras lo cual, se enseña que el mundo entero no fue dejado así desolado por Aquel que lo construyó, como un huérfano por su padre, sino que es administrado para siempre por la providencia de Dios; de modo que Dios no sólo es el organizador y hacedor de todo, sino también el preservador, administrador, rey y gobernante, presidiendo para siempre sobre el sol mismo y la luna y las estrellas y todo el cielo y el mundo, supervisando todas las cosas con su gran ojo y poder divino, y presente en todas las cosas tanto en el cielo como en la tierra, y organizando y administrando todas las cosas en orden.
De la misma manera, los profetas que le sucedieron también, con la inspiración correspondiente, hablaron en un tiempo en la persona de Dios mismo, diciendo: "Yo soy un Dios de cerca, dice el Señor, y no un Dios de lejos. ¿Hará el hombre algo en secreto sin que yo lo sepa? ¿No lleno yo el cielo y la tierra?".
En otra ocasión, los profetas dijeron de Dios: "¿Quién midió las aguas con su mano, los cielos con su palmo, y toda la tierra con su puño? ¿Quién puso los montes con medida, y los collados con balanza? ¿Quién conoció la mente del Señor, y quién fue su consejero?". Y en otra ocasión: "¿Quién puso los cielos por pabellón, y los tendió como tienda para morar?". Y en otra ocasión: "Alzad a lo alto vuestros ojos, y ved quién ha mostrado todas estas cosas". Y más adelante: "El Señor Dios, que creó los cielos y los fijó, que estableció la tierra y cuanto hay en ella, y dio aliento al pueblo que los habita y espíritu a los que por ella andan". Y en otra ocasión: "Yo mismo extendí los cielos y establecí la tierra. Yo soy el Señor Dios, y no hay otro fuera de mí".
En otra ocasión, también dijeron los profetas: "Los dioses que no hicieron el cielo ni la tierra, que desaparezcan de la faz de la tierra y de debajo del cielo. El Señor, que hizo la tierra con su poder, estableció el mundo con su sabiduría y con su inteligencia extendió los cielos e hizo subir las nubes de los confines de la tierra; hizo los relámpagos para la lluvia e hizo salir los vientos de sus depósitos. Todo hombre se ha vuelto demasiado embrutecido para el conocimiento". Y también: "¿Adónde me iré de tu Espíritu y dónde podré esconderme de tu presencia? Si subo a los cielos, allí estás tú; si hago mi lecho en el infierno, allí estás tú. Si al alba alzare mis alas y habitare en los confines del mar, aun allí me guiará tu mano".
Estas y otras similares son las afirmaciones de los teólogos posteriores a Moisés, que también eran hebreos y hablaron acerca de Dios de acuerdo con sus primeros antepasados. Pero escuchemos ahora a los que fueron antes de Moisés, hombres amados por Dios y altamente bendecidos, los primeros hebreos, y el primero de todos ellos, Abraham, quien ha sido declarado antepasado de toda la raza judía.
Abraham dijo al rey de Sodoma: "Alzaré mi mano al Dios Altísimo, que creó los cielos y la tierra". Pero antes de Abraham, Melquisedec es presentado como sacerdote del Dios Altísimo, bendiciendo a Abraham con estas palabras: "Bendito sea Abraham del Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano; y bendito sea el Dios que creó los cielos y la tierra". Además de esto, el relato presenta a Abraham conversando de esta manera con su siervo: "Pon tu mano debajo de mi muslo, y te haré jurar por el Señor, Dios de los cielos y Dios de la tierra". Y añade: "El Señor, Dios de los cielos y Dios de la tierra, que me tomó de la casa de mi padre y de la tierra en que nací".
Además de todos estos pasajes, en la aparición de Dios a Moisés mismo, cuando Moisés le preguntó quién debía creer que era Dios, la respuesta dice: "Yo soy el que soy. Así dirás a los hijos de Israel: Yo Soy me ha enviado a vosotros".
Basten estos ejemplos, entre diez mil de la teología hebrea. ¿Es justo, pues, compararlos con las teologías de los sabios griegos? Algunos de ellos afirman que no hay Dios en absoluto, otros que los astros son dioses y que son masas de metal al rojo vivo, fijadas en el cielo como clavos y placas, otros que Dios es un fuego artístico que avanza en un curso regular. Otros afirman que el mundo no está administrado por la providencia divina, sino por una especie de naturaleza irracional; otros que sólo las cosas del cielo son administradas por Dios, pero no también las de la tierra; y también que el mundo no es creado, y que no fue hecho por Dios en absoluto, sino que subsiste espontánea y accidentalmente. Y otros dicen que el conjunto complejo está formado por ciertos corpúsculos indivisibles y diminutos, desprovistos de vida y de razón.
Las doctrinas, sin embargo, extraídas de los oráculos de los hebreos acerca del Dios del universo son brevemente como las que he descrito. Y después del Dios del universo, lo que sigue es revisar las doctrinas de la filosofía hebrea acerca del primer principio de las cosas creadas.
XII
La segunda causa del universo, según los hebreos
Tales de Mileto declaró que el primer principio de todas las cosas es el agua; Anaxímenes, el aire; Heráclito, el fuego; Pitágoras, los números; Epicuro y Demócrito, los átomos corpóreos; Empédocles, los cuatro elementos. Veamos también, pues, los principios de los hebreos.
Junto al ser del Dios del universo, que es el primer ser, sin principio e increado, incapaz de mezcla y más allá de toda concepción, introducen los hebreos un segundo ser y poder divino, que subsistió como el primer principio de todas las cosas originadas y se originó de la primera causa, llamándolo "palabra, sabiduría y poder de Dios".
El primero que nos enseña esto es Job, diciendo: "¿De dónde se ha hallado la sabiduría? ¿Y cuál es el lugar de la inteligencia? El hombre no conoce su camino, ni se ha hallado entre los hombres, pero hemos oído su fama. El Señor estableció su camino, y él conoce su lugar".
David también, en algún lugar de los salmos, dirigiéndose a la Sabiduría con otro nombre, dice: "Por la palabra del Señor se establecieron los cielos", pues de esta manera celebraba la palabra de Dios, el organizador de todas las cosas. Además, su hijo Salomón también habla de la sabiduría de esta manera, diciendo: "Yo, la Sabiduría, hice del consejo mi morada, y al conocimiento y al entendimiento llamé a mí. Por mí reinan los reyes y los gobernantes decretan la justicia". Y otra vez:
"El Señor me creó como el principio de sus caminos para sus obras, desde la eternidad me fundó, en el principio y siempre hizo la tierra, y antes de que se hicieran las profundidades, antes de que se establecieran los montes, y antes de todos los collados me engendró. Cuando preparaba los cielos, yo estaba junto a él. Y cuando aseguraba las fuentes debajo de los cielos, yo estaba con él disponiéndolos. Yo era en quien él se deleitaba diariamente, y yo me regocijaba delante de él en cada temporada cuando él se regocijaba por haber completado el mundo habitable".
Así habla Salomón en Proverbios. Y las palabras que siguen también están dichas en algún lugar por la propia Sabiduría: "Qué es la sabiduría y cómo llegó a existir, yo te lo diré, y no te ocultaré misterios; la rastrearé desde el principio de la creación". A lo que luego añade: "Ella es un espíritu comprensivo, santo, único en su tipo, múltiple, sutil, de libre movimiento, claro, inmaculado, todopoderoso, que todo lo examina y que atraviesa todos los espíritus inteligentes, puros y sutiles". Un poco más adelante, dice:
"La sabiduría es más conmovedora que cualquier movimiento; penetra y atraviesa todas las cosas por su pureza. Es un soplo del poder de Dios y una clara efusión de la gloria del Todopoderoso; por eso nada impuro encuentra entrada en ella. Es un resplandor de la luz eterna, un espejo inmaculado de la obra de Dios y una imagen de su bondad. Y llega de un extremo al otro con toda su fuerza: y dulcemente ordena todas las cosas".
Además, la Sagrada Escritura presenta de diversas maneras esta Palabra divina como enviada del Padre para la salvación de la humanidad. Así, relata que fue ella quien se mostró a Abraham, a Moisés y a los demás profetas amados de Dios, y les enseñó tantas cosas en oráculos, y profetizó las cosas venideras, siempre que menciona que Dios o el Señor apareció y entró en conversación con los profetas.
Que la Palabra de Dios se hizo conocida por todos los hombres como enviada por el Padre para ser Salvador de los enfermos y médico de las almas, lo declara la Escritura así: "Envió su Palabra y los curó y los libró de su perdición". Y en otra ocasión dice: "Su Palabra correrá velozmente". Por eso, también la enseñanza del evangelio, al renovar la doctrina de los profetas y padres, aclara la teología de la siguiente manera:
"En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por él y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho. En él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres".
Con razón, pues, Moisés, en su perfecta sabiduría, al comenzar su relato de la creación del mundo, inspirado por el mismo Espíritu, declara que en el principio antedicho "Dios creó el cielo y la tierra"; e introduce a Dios comunicándose con él, como con su propia y primogénita Palabra, en el pasaje donde escribe: "Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, y conforme a nuestra semejanza".
Esto también lo insinuó el salmista cuando, al describir la causa primera, dijo: "Él habló, y fueron hechos; él mandó, y fueron creados", suponiendo claramente la dirección y el mandato de la causa primera a la causa segunda, como de un padre a un hijo. Porque, por supuesto, es bastante manifiesto que todo aquel que habla, habla a otro, y quien manda, manda a otro que a sí mismo.
Mencionando expresamente de nuevo a dos señores juntos (es decir, Padre e Hijo), Moisés en su narración del castigo de los impíos habla así: "El Señor hizo llover azufre y fuego de parte del Señor sobre Sodoma y Gomorra". De acuerdo con lo cual, David también dijo en un salmo: "El Señor dijo a mi señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies". Y más adelante hizo alusión a su generación secreta y absolutamente inefable, diciendo: "Desde el vientre te engendré antes del lucero de la mañana".
Para que no creáis que se trata de sutilezas mías, os propongo como intérprete del sentido de las Escrituras a un hombre de raza hebrea, que recibió de sus antepasados un conocimiento exacto de la historia de su país y había aprendido la doctrina de sus maestros. Es decir, a Filón, y su forma de interpretar las palabras divinas.
XIII
La segunda causa, según Filón de Alejandría
Dice el judío Filón sobre esta segunda causa:
"¿Por qué, como si hablara de otro Dios, dice Dios: A imagen de Dios hice al hombre, y no a imagen de sí mismo? Este oráculo se expresa con suma belleza y sabiduría. Pues nada mortal podría ser hecho a semejanza del Dios Altísimo y Padre del universo, sino a semejanza del segundo Dios, que es la Palabra del primero. En efecto, era justo que el carácter racional en el alma del hombre fuera impreso en ella por la Palabra divina, ya que el Dios que es anterior a la Palabra es superior a toda naturaleza racional, y no era lícito que ninguna cosa creada fuera hecha a semejanza de Aquel que está puesto por encima de la Palabra en la naturaleza más excelente y única".
Esto es lo que deseo citar del libro I de Preguntas y Respuestas de Filón. Pero el mismo autor, en el libro I Sobre la Agricultura, también llama al Verbo "Hijo primogénito de Dios", en la siguiente frase: "Todas estas cosas, pues, las dirige Dios según la justicia, habiendo puesto sobre ellas como ley su propia razón (Palabra) y su Hijo Primogénito, que ha de recibir la guarda de este rebaño sagrado, como lugarteniente de un gran rey".
También en el libro II, el mismo autor escribe palabra por palabra lo siguiente:
"Si alguien, pues, quiere escapar de las dificultades que se presentan en las cuestiones así planteadas, diga libremente que nada material es tan fuerte como para poder soportar el peso del mundo. Pero la Palabra eterna del Dios eterno es el soporte más fuerte y firme del universo. Él es quien, extendiéndose desde el medio hasta los extremos y desde las extremidades hasta el medio, recorre toda la longitud del invencible curso de la naturaleza, uniendo todas las partes y uniéndolas firmemente. Porque el Padre que lo engendró lo hizo un vínculo indisoluble del universo. Naturalmente, pues, ni toda la tierra será disuelta por toda el agua que contiene su seno, ni el fuego será extinguido por el aire, ni, por el contrario, el aire será quemado por el fuego, ya que el Verbo divino se pone a sí mismo como límite de los elementos, como una vocal entre consonantes, para que el universo sea armonioso como en el caso de la música expresada por escrito, ya que él, por la persuasión de su concurrencia, media y reconcilia las amenazas de los elementos adversos".
Así habla Filón. Y Aristóbulo, otro sabio hebreo que floreció bajo el gobierno de los ptolomeos, confirma también la doctrina heredada de sus padres, dirigiendo al propio Ptolomeo la Interpretación de las Leyes Sagradas, en la que dice lo siguiente.
XIV
La segunda causa, según Aristóbulo de Alejandría
Dice el judío Aristóbulo que la misma metáfora podría emplearse también en el caso de la sabiduría, pues toda luz proviene de ella. Por eso también algunos que eran de la Escuela Peripatética han dicho que tiene el lugar de una antorcha, pues si la siguen continuamente los hombres se mantendrán tranquilos durante toda su vida. Pero más clara y más hermosamente dijo uno de nuestros antepasados, Salomón, que la sabiduría subsistió antes del cielo y la tierra. Esto concuerda con lo dicho antes.
Éstas y otras similares son las opiniones filosóficas que los hebreos han sostenido sobre este punto. ¿No es ésta, entonces, la afirmación más honorable para Dios, pues atribuye el comienzo de la constitución del universo al poder racional y omnisciente de Dios, o, más precisamente, a la misma sabiduría y a la misma palabra de Dios, y no a los elementos inertes e irracionales?
Sea como fuere, tales son las opiniones de los hebreos sobre el principio del universo. Y ahora consideremos lo que enseñan acerca de la constitución de las criaturas racionales, que vinieron después de ese primer principio.
XV
Las criaturas racionales, según los hebreos
Junto al ser de Dios, primer principio que no tiene principio ni engendro, enseñan los judíos ese otro segundo principio que no es engendrado de ninguna otra fuente que el Padre, siendo a la vez Primogénito y colaborador de la voluntad del Padre, y perfectamente semejante a él. Este segundo principio es anterior a todas las cosas que le siguieron, por lo que también suelen llamarlo Imagen de Dios, Poder de Dios, Sabiduría de Dios y Palabra de Dios, e incluso el Gran Capitán del ejército del Señor, y Ángel del gran Consejo.
Pero las potencias inteligentes y racionales que vinieron después de este principio superan la descripción de la naturaleza humana, tanto por su multitud como por su variedad de formas, excepto en la medida en que es posible pensar en ellas mediante los ejemplos extraídos de la analogía de las cosas visibles: el sol, la luna y las estrellas, y el cielo mismo, que las abarca a todas juntas dentro y debajo de sí. Porque "una es la gloria del sol, otra la gloria de la luna y otra la gloria de las estrellas", dice el divino apóstol, pues "una estrella se diferencia de otra estrella en gloria".
De esta manera, pues, debemos pensar también en el orden de los seres incorpóreos e inteligentes, en el que el poder inefable e infinito del Dios del universo los abarca a todos juntos, y en el que el segundo lugar, después del Padre, lo ocupa el poder del Verbo divino, a la vez creador e iluminador. Por esta razón, también los hebreos suelen llamarlo "luz verdadera" y "sol de justicia".
Después de este segundo ser, se coloca, como en lugar de una luna, un tercer ser: el Espíritu Santo, a quien también inscriben en la primera y real dignidad y honor de la causa primordial del universo, habiendo sido también designado por el Creador del universo como principio rector de las cosas creadas que vinieron después (es decir, las que son de rango inferior y necesitan la ayuda que él proporciona).
Este Espíritu Santo, que ocupa un tercer rango, suple a los inferiores con los poderes superiores en sí mismo, y recibe de otro la naturaleza más alta e ingénita de Dios, de quien el Verbo se abastece a sí mismo, como si fuera una fuente siempre fluyente que vierte la deidad, impartiendo copiosamente y sin escrúpulos el resplandor de su propia luz a todos, y los poderes inteligentes y divinos.
El principio inoriginado de todo, que es la fuente de todo bien y causa de la deidad y de la vida, así como de la luz y de toda virtud, siendo también primero de lo primero y principio de todos los principios (o más bien, mucho más allá de todo principio y de todo primero y de todo pensamiento que pueda expresarse o concebirse), comunica totalmente todo lo que está comprendido en sus poderes inefables solo a su Primogénito, como el único capaz de contener y recibir esa abundancia de las perfecciones del Padre (que por el resto no se puede alcanzar ni contener).
Los dones parciales los dispensa a los que en parte son dignos mediante el ministerio y mediación del Segundo, en la medida alcanzable por cada uno: y de estos dones, los perfectos y supremamente santos han sido otorgados por el Padre a Aquel que es tercero desde sí mismo, y recibe los dones a través del Hijo, pero es gobernante y líder de los que le siguen. Por eso, todo el cuerpo de teólogos hebreos, después de Aquel que es Dios sobre todo, y después de su Primogénito, consideran como Dios al Tercer poder santo, al que llaman Espíritu Santo, y por el cual fueron iluminados e inspirados.
Después del cielo, el sol y la luna, dicen los hebreos que "las estrellas se distinguen unas de otras en su esplendor". Ahora bien, aunque para la naturaleza mortal no es posible encontrar el número de las estrellas, sin embargo, los oráculos de los hebreos dicen que Dios no ignora los números y los nombres de las huestes celestiales. Por eso, de ellos se dice que "cuentan los números de las estrellas, y las llaman a todas por sus nombres".
Así pues, después de aquellas primeras luminarias que se cuentan entre las potencias incorporales, y sobresalen en poder y esencia de la luz intelectual, hay innumerables tribus y familias de estrellas y una enorme diferencia incomprensible para nosotros, pero no para el Creador del universo.
Y por eso, para representarlas como comprensibles sólo para Dios, uno de los teólogos hebreos dice: "Diez mil veces diez mil le servían, y millares de millares estaban delante de él", mostrando por el número que para Dios son comprensibles, pero para nosotros son infinitas, de acuerdo con nuestra costumbre de llamar a las cosas que son muchas e infinitas "diez mil", como expresión de multitud excesiva.
Otro profeta, hablando de la naturaleza de los dioses, habla de su Creador como de un Dios divino, diciendo: "¡Oh Señor, Dios mío, cuán grande eres! Te has revestido de honor y majestad. Tú te cubres de luz como de un manto, tú extiendes los cielos como una cortina. Tú haces a sus ángeles vientos y a sus ministros llamas de fuego".
Ahora bien, no supongamos que los seres aquí mencionados participen de la naturaleza de este nuestro fuego mortal y terrenal, ni tampoco de los vientos que proceden de la naturaleza irracional del aire. Sino que, así como Dios mismo, aunque es en su naturaleza incorpóreo e inmaterial, y mente pura, o más bien por encima de la mente y por encima de toda razón, sin embargo es llamado de manera figurada viento, fuego, luz y algunos otros nombres adaptados a los oídos mortales; así las divinas Escrituras se dirigen a los seres inteligentes y racionales, ángeles, arcángeles, espíritus, poderes divinos, huestes celestiales, principados, potestades, tronos y dominios, como si fueran miríadas y miríadas de estrellas y luminarias, y dicen que el Sol de Justicia y su compañero el Espíritu Santo gobiernan y presiden sobre todo.
Con el Hijo mismo y el Espíritu Santo, todos los seres vivientes inteligentes y racionales, junto con aquellos que se ven en el cielo, y el cielo mismo y todo lo que contiene dentro de él... a todos estos se les ordena por la Sagrada Escritura y profética que rindan a Aquel solo que es Dios sobre todo, que a través de todo y en todo es Rey universal y gobernante y causa de todo el mundo, como siendo el Creador y hacedor y guardián y Salvador de todo, que le rindan una alabanza digna y el culto que es propio de Dios, diciendo:
"Alabad a Dios desde los cielos; alabadle en las alturas. Alabadle, todos sus ángeles; alabadle, todos sus ejércitos. Alabadle, sol y luna; alabadle, todas las estrellas y la luz. Alabadle, cielos de los cielos, y vosotras las aguas que estáis sobre los cielos. Alaben el nombre del Señor, porque él habló y fueron hechos, él mandó y fueron creados, él los hizo ayunar eternamente y para siempre; él les dio una ley y no pasará".
Tales son las doctrinas recibidas de los hebreos, que hemos preferido al politeísmo erróneo y al demonismo de los griegos, conociendo y honrando debidamente los poderes divinos como servidores y ministros de Dios el Rey universal, pero confesándolo solo a él como Dios, y adorándolo solo a él, a quien el cielo mismo, y todas las cosas que están en el cielo, y las cosas sobre el cielo fueron enseñadas a adorar, alabar y celebrar como Dios. Porque incluso el Unigénito de Dios y Primogénito de todo el mundo, el principio de todo, nos manda creer en su Padre solo como Dios verdadero, y adorarlo solo a él.
XVI
Los poderes adversos, según los hebreos
A continuación, debemos considerar lo que los oráculos hebreos nos transmiten también acerca del poder adverso. En efecto, éstos enseñan que los poderes divinos establecidos sobre todo el mundo por la voluntad del Padre ("los espíritus administradores enviados para servir a los que heredarán la salvación"), y los santos ángeles de Dios y los arcángeles, y toda la naturaleza inteligente que es ministra de bendiciones, estando llena de luz y repartiendo todas las bendiciones que son otorgadas a los hombres por Dios, son los asistentes de Dios. Y también que, como las estrellas del cielo, giran alrededor del Sol de Justicia y su compañero el Espíritu Santo, y disfrutan del suministro de su luz, y por esa razón se los compara naturalmente a las luminarias del cielo.
Pero la naturaleza que se aparta de éstos y por su propia maldad se ve privada de la compañía de los mejores espíritus, y contrariamente a los primeros ha cambiado la luz por las tinieblas, la Escritura la llama con los nombres que corresponden a la maldad de su disposición.
El líder de su caída, que había sido la causa, tanto para sí mismo como para otros, de su apostasía de los mejores ángeles, por haber caído totalmente bajo la piedad de los más divinos, y haber producido para sí mismo el veneno de la malicia y la impiedad, y haberse convertido en el autor de la oscuridad y la locura como consecuencia de su voluntaria desviación de la luz. A él la Escritura suele llamarlo dragón y serpiente, negro y rastrero, engendrador de veneno mortal, bestia salvaje, león devorador de la humanidad, y víbora entre los reptiles.
Las palabras divinas dicen que la causa de su caída fue el frenesí de la mente y la distracción del pensamiento, y describen así tanto su caída como su locura: "¡Cómo ha caído del cielo el lucero que se levantaba por la mañana! Ha caído a tierra, el que enviaba a todas las naciones, el que decía en su corazón: Subiré al cielo; sobre las estrellas del cielo pondré mi trono, y seré semejante al Altísimo". Y otra vez: "Se enalteció su corazón, y dijo: Yo soy un dios, y en la morada de Dios he habitado". Y otra vez: "Tú eres el sello del modelo y la corona de belleza; naciste en el placer del paraíso de Dios; toda piedra preciosa fue tu cubierta". Y a esto añade:
"Tú estabas en el santo monte de Dios, en medio de las piedras de fuego. Eras irreprensible en tus días, desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti tu injusticia. Pero se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, se corrompió tu conocimiento a causa de tu hermosura; a causa de la multitud de tus pecados te arrojé por tierra".
Por estos pasajes, pues, hemos conocido directamente la antigua asociación de aquel de quien hablamos con los poderes divinos, y su caída de la mejor clase por su propia arrogancia y rebelión contra Dios. Bajo él hay además una innumerable raza envuelta en delitos similares, que por su impiedad cayeron de la suerte de los ángeles piadosos, y a cambio de su antiguo entorno luminoso y divino, de su honor en el palacio del rey y de una vida transcurrida entre los coros bienaventurados y angélicos, recibieron por el justo juicio y sentencia del Dios poderoso una morada en el tártaro, el lugar propio de los impíos, que la palabra divina llama abismo y oscuridad, no como entre nosotros, sino como lo hacen saber los oráculos divinos. Y de esta raza, un pequeño fragmento dejado en la tierra y en el aire sublunar para ejercitar a los atletas de la piedad, se ha convertido en causa conjunta del engaño politeísta de la humanidad, que no es mejor que el ateísmo.
A éstos poderes adversos, la Sagrada Escritura les ha puesto nombres apropiados, cuando los llama espíritus malignos y demonios, "principados y potestades, gobernadores del mundo y huestes espirituales de maldad". No obstante, también la Sagrada Escritura anima a los amados de Dios a no tener miedo de la multitud de demonios hostiles, con lo que dice: "Caminarás sobre el áspid, y hollarás al león y al dragón bajo tus pies".
Prueba de su odio a Dios es que estos demonios quieren ser proclamados dioses, se apropian de los honores que se le deben a Dios y tratan de seducir a los ingenuos con adivinaciones y oráculos como cebos y cebos, para apartarlos de la mirada al Dios del mundo entero y arrastrarlos al abismo de la destrucción total en la superstición impía e impía. Por eso, los hebreos, desde los primeros tiempos, se esforzaron por huir rápidamente de sus engaños, enseñando expresamente que "todos los dioses de las naciones son demonios".
No obstante, por la gracia de Dios, podemos decir ahora que, a través de la enseñanza de nuestro Salvador en el evangelio, todas las naciones de todas las partes de la tierra han sido liberadas de la esclavitud de los demonios y cantan alabanzas a ese Dios que hemos aprendido a ser el único Salvador, Rey y Dios del mundo entero.
XVII
La naturaleza humana, según los hebreos
El relato fenicio y egipcio del origen de la vida animal introdujo la generación espontánea de todos los seres vivos sobre la tierra, incluido el hombre, y describió una misma naturaleza como surgiendo de la tierra de manera igualmente fortuita, suponiendo que no hay diferencia alguna entre el alma y el ser irracional y el racional.
Éstas al menos fueron las doctrinas expuestas en las declaraciones de sus autores que se han citado anteriormente. Pero una vez más, con buena razón, hemos preferido a los hebreos por haber definido las circunstancias de la constitución original del hombre con gran belleza, sabiduría y verdad.
Los hebreos dicen que esta naturaleza humana es divina e inmortal, y no carnal ni corpórea por naturaleza, sino a imagen y semejanza de Dios, pues es obra de Dios. No del azar ni del crecimiento espontáneo, sino de la causa universal misma, cuando por decreto divino quiso que las regiones terrenas no carecieran de una parte de ser inteligente y racional, para que así ascendiera a él el himno de alabanza apropiado desde todas las criaturas del cielo y de la tierra y del firmamento, que poseen razón y son capaces de aprehender su naturaleza divina.
Así, pues, se contiene en los oráculos de los hebreos: "Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Y creó Dios al hombre, a imagen de Dios lo creó". Y también: "Tomó Dios polvo de la tierra y formó al hombre, y sopló aliento de vida en su rostro; y el hombre se convirtió en un alma viviente".
XVIII
El alma humana, según los hebreos
Mientras que muchos decían que nuestra mente es una parte de la naturaleza etérea, y relacionaban al hombre con el éter por parentesco, el gran Moisés no comparó la forma del alma racional con ninguna de las cosas creadas, sino que dijo que era una acuñación genuina de ese Espíritu divino e invisible, marcada y estampada con el sello de Dios, cuya impresión es el Verbo eterno. Pues Dios, dice Moisés, "sopló aliento de vida en su rostro, y el hombre se convirtió en un alma viviente". De modo que quien recibe ese aliento debe hacerse semejante a Aquel que lo envía.
Por eso también se dice que el hombre fue creado a imagen de Dios, pero no a imagen de nada creado. De ahí que se dedujera naturalmente que, así como el alma del hombre fue formada a semejanza de la Palabra arquetípica de la causa primera, así también su cuerpo, al ser elevado hacia el cielo, la porción más pura del universo, debía alzar sus ojos hacia lo alto.
Con razón, pues, afirma la Sagrada Escritura que el hombre no fue creado del mismo modo que los demás animales, pues unos surgieron de la tierra por una sola orden de Dios, y otros, por orden suya, surgieron del elemento acuático. Mas de los seres vivientes de la tierra, sólo los más amados por Dios, nosotros, hemos sido hechos en nuestra alma a imagen y semejanza de Dios.
En relación con esto, el hombre es considerado por los hebreos como el poseedor de la naturaleza de Dios, y es el único de los seres de la tierra que tiene poderes de razonar, crear, juzgar y legislar, y es capaz de aprender artes y ciencias. Pues sólo el alma en el hombre es una esencia inteligente y racional, de la que no participan los demás animales de la tierra.
Las demás criaturas son, pues, siervas, y ocupan el lugar de siervas del hombre, mientras que éste, como señor y gobernante, esclaviza y subyuga a aquellos que son muy superiores en fuerza corporal, pero inferiores por su privación en lo que respecta a la esencia inteligente.
Por eso fue creado por Dios mismo a imagen y semejanza de Dios con una excelencia singular, y por eso es capaz de llegar a una representación del concepto de Dios, y de formarse percepciones de la sabiduría y la justicia y de todas las virtudes, y de calcular también los cursos del sol, la luna y las estrellas, y los ciclos de los días y las estaciones, gracias al parentesco con el cielo, que sólo el hombre exhibe entre los seres mortales.
Pero la estructura exterior que envuelve al hombre es esencialmente diferente a esta naturaleza interior, y aunque también es una obra de Dios, fue tomada de la tierra y regresa a la tierra. Por lo tanto, debemos cuidar de esta parte tanto como un amo cuida de una bestia bruta cuando está en apuros, y tratarla con suavidad y alimentarla como a un esclavo bien apegado al servicio de la vida humana. Mas al amo interior, como de noble nacimiento y por naturaleza afín a Dios, debemos honrarlo de maneras liberales, como si también hubiera recibido honor de la primera causa de todo.
Los oráculos hebreos dicen que Dios, habiendo adornado la naturaleza original del hombre con poderes divinos y con la semejanza de Dios, asignó su primer modo de vida de acuerdo con los dones que él había otorgado, y lo asoció con compañías divinas en un paraíso de cosas buenas. Y también que Dios, por su parte, en el principio y como Padre todo bondadoso, le había otorgado estas bendiciones. Y también que por elección voluntaria el hombre se apartó de estas condiciones más felices, y por descuidar un mandato divino pasó por intercambio a la condición de mortalidad.
Por eso, es también nuestra mayor preocupación hacer de la piedad nuestro primer objetivo y enmendar la primera trasgresión con una secuela de mejor augurio, y así apresurarnos a volver y restaurar nuestro estado apropiado. Porque el verdadero fin de la naturaleza humana no es aquí en la tierra hundirse en la ruina y la destrucción, sino en aquel lugar del que cayó el primer hombre. Por eso es necesario recuperar la pureza y semejanza a Dios del ser inteligente dentro de nosotros; y a esto todos los hombres deben esforzarse celosamente con todas sus fuerzas por volver, mediante la devoción a la piedad y a la virtud.
Tales fueron las doctrinas filosóficas sobre la naturaleza del hombre enseñadas originalmente por los hebreos, antes de que los griegos llegaran al mundo. Pues éstas, siendo de ayer y recién surgidas de la tierra, tenían el propósito de robar las doctrinas de los bárbaros, y no se abstuvieron de las de los hebreos, como nuestro discurso en su desarrollo lo demostrará enseguida.
Como era peculiar de las doctrinas hebreas considerar al Dios supremo como el único Creador de todas las cosas, incluyendo la sustancia subyacente a los cuerpos, que los griegos llaman hylé (lit. materia), mientras que innumerables multitudes de bárbaros y griegos por igual se opusieron a esta opinión, algunos de ellos declarando que la materia era la fuente del mal y subsistía sin principio. Otros declararon que en su propia naturaleza no tenía ni calidad ni forma, sino que por el poder de Dios había adquirido su disposición ordenada junto con sus cualidades.
Por todo ello, debemos demostrar que la opinión de los hebreos sostiene una doctrina mucho mejor, abordando la cuestión con una demostración lógica y derribando el argumento opuesto con un razonamiento correcto.
Citaré, pues, las palabras de quienes antes de nuestro tiempo han examinado a fondo la doctrina. En primer lugar las de Dionisio, quien en libro I de sus ejercicios Contra Sabelio escribe sobre el tema que nos ocupa lo siguiente.
XIX
La materia, según Dionisio de Alejandría
Según Dionisio Alejandrino tampoco están libres de impiedad quienes, considerando la materia como no originada, la entregan en manos de Dios para que la disponga ordenadamente, en cuanto que, siendo originalmente pasible y cambiante, cede a las alteraciones impresas en ella por Dios. Oigámoslo:
"Que expliquen claramente de qué origen son originariamente iguales y diferentes en Dios y en la materia. En tal caso, habría que pensar en algo superior a cada uno de ellos, lo cual no es lícito pensar en relación con Dios. ¿De dónde procede que no tengan origen, que se diga que es igual en ambos, y de dónde se concibe un tercero superior a cualquiera de ellos?".
Pues si Dios es lo absolutamente inoriginado, y si el ser inoriginado es, por así decirlo, su misma esencia, la materia no puede ser inoriginada; pues la materia y Dios no son lo mismo; pero si cada uno es lo que propiamente es, es decir, materia y Dios, mientras que lo inoriginado está ligado a ambos, esto es manifiestamente diferente de cada uno de ellos, y anterior y superior a ambos.
La idea, sin embargo, de que estos subsisten juntos desde el principio, o más bien, de que uno de ellos, la materia, subsiste por sí mismo, queda totalmente derribada por la diferencia de sus condiciones opuestas.
Que nos digan la causa por la cual, aunque ambos sean inoriginales, Dios por una parte es impasible, inmutable, inamovible, activamente operativo, mientras que el otro es, por el contrario, pasible, cambiante, inestable, transformable.
¿Cómo podrían entonces armonizarse y concordar en su proceder? ¿Acaso Dios se adaptó a la naturaleza de la materia y la trabajó artísticamente? Pero es ciertamente absurdo que Dios trabaje como los hombres, como un orfebre, un picapedrero y en todos los demás oficios en los que los materiales pueden ser moldeados y modelados.
Pero si Dios dio a la materia las cualidades que él eligió según su propia sabiduría, y puso su sello sobre ella en las múltiples formas y variedades de figuras y patrones de Su propia obra, entonces este es un relato reverente y verdadero, y da confirmación adicional a la creencia de que Dios, la verdadera sustancia del universo, no tiene origen. Junto con el ser inoriginal, Dios también combinó su modo propio de existencia.
Hay mucho que decir también contra estos hombres, pero no nos importa ahora. Sin embargo, en comparación con los politeístas más ateos, estos son los más reverentes.
Tales son los estractos de Dionisio; pero escuchemos también lo que dice Orígenes.
XX
La materia, según Orígenes de Alejandría
Dice Orígenes que, si a alguien le resulta difícil admitir que, a causa del caso de los artistas humanos, Dios haya provisto el mundo existente sin ningún sustrato de materia no originaria, puesto que ni un escultor puede hacer su obra propia sin bronce, ni un carpintero sin madera, ni un constructor sin piedras, debemos preguntarle sobre el poder de Dios, si Dios, si quiere establecer lo que quiere, no habiendo defecto ni debilidad en su voluntad, no puede establecer lo que quiere.
Porque así como, según todos los que introducen la providencia en su propio argumento, las cualidades que eran inexistentes son establecidas por Dios según él elige para la disposición ordenada del todo mediante su poder y sabiduría inefables, así también, siendo la razón la misma en ambos casos, Su voluntad es capaz de traer a la existencia toda la sustancia que él necesita.
A quienes no quieran admitirlo, les preguntaremos si de su argumento no se sigue que Dios, por una feliz casualidad, encontró la sustancia sin origen, sin la cual, si no le hubiera sido suministrada por su carácter sin origen, no habría podido producir obra alguna, sino que habría continuado sin ser Creador, ni Padre, ni Benefactor, ni Ser Bueno, ni ninguna otra cosa que con buena razón se predica de Dios.
¿De dónde vino también la medida de una cantidad justa del sustrato de materia que fuera suficiente para el establecimiento de un mundo de las dimensiones actuales? Pues parecería como si alguna providencia anterior a Dios le hubiera proporcionado la materia, previendo que el arte existente en Él no tuviera meras ideas vacías por falta de alguna sustancia con la que pudiera cooperar para embellecer el mundo con tan gran belleza. ¿De dónde, además, se ha vuelto la materia capaz de recibir toda cualidad que Dios quiere, a menos que Dios mismo la haya hecho para su propio uso en tanta cantidad como él quiso tener?
De todos modos, si admitimos como hipótesis que la materia no tiene origen, esto es lo que diremos a quienes quieran que así sea: si sin que ninguna providencia le haya proporcionado la sustancia material a Dios, ésta ha llegado a ser lo que es, ¿qué podría haber hecho la providencia, si existiera, más que su azar espontáneo? Y si Dios mismo, cuando la materia no existía, hubiera querido prepararla, ¿qué más habría hecho su sabiduría y su poder divino que aquello que, como se supone, surgió de lo inoriginal? Pues si se descubre que el mismo resultado se habría producido por providencia, que se produjo incluso sin providencia, ¿qué razón hay para que no se prescinda del demiurgo y del Artífice también en el caso del orden del mundo?
Porque así como es absurdo en el caso de este mundo ordenado, tan hábilmente ideado, decir que ha llegado a serlo sin la ayuda de un sabio Artífice, así también es igualmente irrazonable que la materia, siendo de tal extensión y tal calidad, y tan maleable para el Artífice, la Palabra de Dios, no haya tenido origen. Mas a quienes comparan el hecho de que ningún artesano hace algo sin materia, debemos decir que están comparando casos distintos. En efecto, la providencia proporciona a cada artífice su materia, como si procediera de algún arte anterior, humano o divino.
Esto bastará por ahora para responder a quienes, porque se dice que "la tierra era invisible y sin orden", piensan que la sustancia material no tiene origen.
Hasta aquí lo que explica Orígenes. Pero también el hebreo Filón en su libro Sobre la Providencia da la siguiente explicación del asunto.
XXI
La materia, según Filón de Alejandría
Dice el judío Filón que, en cuanto a la cantidad de la sustancia material, si es que ha sido creada, hay que decir lo siguiente: con vistas a la creación del mundo, Dios estimó una cantidad de materia exactamente suficiente, de modo que no hubiera ni deficiencia ni exceso. Porque habría sido absurdo que, mientras que los artistas particulares, cuando están haciendo algo, y especialmente cualquier cosa costosa, midan la cantidad de materiales que serán suficientes, sin embargo, Aquel que ideó los números y las medidas y sus relaciones equivalentes entre sí, no se hubiera preocupado por una suficiencia. Estas son sus palabras:
"Por lo tanto, afirmaré con confianza que el mundo no necesitaba ni más ni menos sustancia material para su equipamiento, ya que de lo contrario no habría sido perfecto ni completo en todas sus partes; mientras que ahora ha sido bien elaborado y completado a partir de una provisión perfecta de sustancia material. Porque es la señal propia de un artesano completamente experto en su arte asegurarse de que tiene suficiente material antes de comenzar cualquier tejido".
Aunque, por tanto, un hombre, incluso si fuera superior en conocimiento a todos los demás, al no poder escapar por completo del error que es natural a los mortales, tal vez podría ser engañado con respecto a la cantidad de la materia, al practicar su arte, añadiéndole unas veces como muy poco, y otras veces quitándole como demasiado; sin embargo, Aquel que es una especie de fuente de todo conocimiento no es probable que se abastezca de nada demasiado o demasiado, puesto que emplea medidas elaboradas con una exactitud maravillosa, todas satisfactorias.
Pero quien prefiera hablar a lo loco, bien podría aducir contra nosotros las obras de todos los artistas, que han obtenido ventajas en su construcción por la adición o disminución de algo en los materiales. Sea como fuere, es propio de la sofistería inventar sutilezas, pero propio de la sabiduría examinar a fondo todo lo que existe en la naturaleza.
Baste con esto para mostrar el carácter de las opiniones de Filón. Máximo, hombre que no ha pasado desapercibido en la vida cristiana, también ha compuesto un tratado especial, Sobre la Materia, del que creo que será útil citar algunas frases de longitud moderada para resolver con precisión la cuestión que nos ocupa.
XXII
La materia, según Máximo de Alejandría
Dice Máximo Alejandrino que es imposible que dos cosas no originadas subsistan juntas, y que es absolutamente necesario afirmar una de dos cosas: o bien que Dios está separado de la materia, o bien, por otro lado, que es inseparable de ella.
En efecto, si alguno quisiera decir que Dios está unido a ella, eso sería una afirmación de que lo Increado es uno solo; porque cada uno será parte del otro, y siendo partes cada uno del otro no serán dos increados, sino uno solo consistente en diferentes partes; porque así como no decimos que el hombre, aunque consiste en diferentes partes, se divide en la pequeña moneda de muchas cosas creadas, sino que, como lo requiere la razón, decimos que el hombre es un ser de muchas partes creado por Dios, así, si Dios no está separado de la materia, necesariamente debemos decir que lo Increado es uno solo.
Pero si alguien afirma que Dios está separado, necesariamente debe haber algo intermedio entre los dos, que también haga evidente su separación. Porque es imposible que se pueda probar que una cosa está separada de otra, cuando no hay una tercera en la que se encuentre la separación entre ellas. Y esto es cierto no sólo en este caso particular, sino en muchísimos.
El argumento que utilizamos en el caso de dos seres increados necesariamente debe ser igualmente válido si se admitiera que las cosas increadas son tres. Porque también en su caso me gustaría preguntar si están separadas una de otra o, por el contrario, cada una está unida a su vecina.
Así pues, si alguno quisiera decir que están unidos, recibirá la misma respuesta que el primero; pero si, por el contrario, dice que están separados, no puede evitar la existencia necesaria de algo que los separa. Pero si acaso alguien dijera que hay también una tercera afirmación que puede hacerse apropiadamente acerca de las cosas increadas, es decir, que Dios no está separado de la materia, ni, por otra parte, unido a ella como parte, sino que Dios existe como si fuera localmente en la materia o la materia en Dios, que reciba la respuesta concluyente de que si llamamos materia al lugar de Dios, necesariamente debemos decir que él también puede estar contenido y está circunscrito por la materia.
Además, es necesario que Dios se mueva desordenadamente, como la materia, y no permanezca estable y constante en sí mismo, cuando aquello en lo que él existe se mueve ahora de una manera y ahora de otra. Además de esto, también debemos decir que Dios ha existido en cosas de naturaleza peor. Porque si la materia alguna vez estuvo desordenada y Dios, queriendo cambiarla para mejorarla, la puso en orden, hubo un tiempo en que Dios estuvo en cosas sin orden.
También se podría preguntar con razón si Dios llenó por completo la materia o si sólo estaba en una parte de ella. Si alguien quisiera decir que Dios estaba en una parte de la materia, lo haría mucho más pequeño que la materia, si en realidad una parte de ella contuviera a Dios por completo. Pero si dijera que Dios está en toda la materia, tendría que explicar cómo debía actuar sobre ella. Porque tendría que decir o bien que hubo una especie de contracción de Dios y que, al efectuarse, actuó sobre esa parte de la que se había retirado, o bien que actuó sobre sí mismo junto con la materia, sin tener ningún lugar hacia donde retirarse.
Si, sin embargo, alguien dice que la materia está en Dios, es igualmente necesario investigar si es porque Dios está separado de sí mismo, así como las tribus de criaturas vivientes subsisten en el aire, al estar éste dividido y apartado para la recepción de las criaturas que surgen en él; o si la materia está en Dios como en un lugar (es decir, como el agua en la tierra).
En efecto, si decimos "como en el aire", necesariamente debemos decir que Dios es divisible. Mas si decimos "como el agua en la tierra", y si la materia estuviera en confusión y desorden, y además contuviera males, nos vemos obligados a decir que Dios es el lugar del desorden y del mal. Esto último me parecería una afirmación irreverente y peligrosa, porque afirmaría la existencia de la materia para evitar llamar a Dios autor del mal, o le haría a él receptáculo del mal.
Ahora bien, si a partir de la naturaleza de las criaturas existentes, se supone que la materia no era creada, habría tenido mucho que decirse sobre la materia para demostrar que no es posible que sea increada. Pero, dado que dijiste que el origen del mal era la causa de tal suposición, creo que sería bueno proceder al examen de este último punto. Porque cuando se ha expuesto claramente el modo en que existen los males y la imposibilidad de negar que Dios es el autor del mal, si se le atribuye la materia, creo que tal suposición queda completamente derribada.
Oigamos las propias palabras del alejandrino Máximo, en su diálogo con un filósofo materialista:
—¿Dices entonces que coexistiendo desde el principio con Dios existe materia sin cualidades, de la cual él formó el comienzo de este mundo?
—Esa es mi idea.
—Pues bien, si la materia no tenía cualidades, y si el mundo fue hecho por Dios, y hay cualidades en el mundo, Dios debe haber sido el creador de las cualidades.
—Eso es cierto.
—Ahora bien, como ya te oí decir que es imposible que algo se haga a partir de lo que no existe, respóndeme a esta pregunta: ¿Crees que las cualidades del mundo no han sido producidas a partir de cualidades preexistentes?
—Creo que sí.
—¿Pero hay algo más además de las sustancias?
—Así es.
Si, pues, Dios no hizo las cualidades a partir de cualidades preexistentes ni a partir de las sustancias, puesto que ellas mismas no son sustancias, nos vemos obligados a decir que Dios las hizo a partir de cosas inexistentes. Por eso, me parece excesivo decir que era imposible suponer que algo haya sido hecho por Dios a partir de cosas inexistentes.
En este punto, el argumento puede ser el siguiente: incluso entre nosotros vemos que los hombres hacen algunas cosas a partir de lo que no existe, por mucho que parezca que las hacen de algún material; por ejemplo, tomemos el ejemplo de los arquitectos, que no hacen ciudades a partir de ciudades, ni tampoco templos a partir de templos.
Pero si, porque hay sustancias subyacentes a estas cosas, supones que las hacen a partir de cosas existentes, tu argumento te engaña. Porque no es la sustancia la que hace la ciudad o los templos, sino el arte que se emplea en torno a la sustancia; y el arte no se produce a partir de algún arte subyacente en las sustancias, sino a partir de un arte que no existe en ellas.
Supongo que alguno responderá a mi argumento de esta manera: que el artista produce el arte que está en la sustancia material a partir del arte que tiene en sí mismo. En respuesta a esto, creo que se puede decir con justicia que ni siquiera se produce en el hombre a partir de ningún arte subyacente. Porque no es posible conceder que el arte exista independientemente por sí mismo, ya que es uno de los accidentes y una de esas cosas que tienen existencia dada en el momento en que se producen en una sustancia.
El hombre existirá incluso sin su habilidad como arquitecto, pero ésta no existirá si no hay primero un hombre. Por eso nos vemos obligados a decir que es propio de la naturaleza de las artes producirse en los hombres a partir de lo que no existe. Si, pues, hemos demostrado que esto es así en el caso de los hombres, ¿por qué no era apropiado decir que Dios pudo hacer no sólo cualidades sino también sustancias a partir de lo que no era? Pues la prueba de que es posible hacer algo a partir de lo que no existe muestra que esto es así también en el caso de las sustancias.
Oigamos de nuevo a Máximo:
—Como usted está ansioso por investigar acerca del origen del mal, pasaré a la discusión de ese tema. Y primero quisiera hacerle algunas preguntas: ¿Cree usted que los males son sustancias o cualidades de las sustancias?
—Creo que es correcto decir que son cualidades de las sustancias.
—Pero la materia, decíamos, ¿no tiene ni calidad ni forma?
—Así lo declaré en el prefacio de mi argumento.
Si, pues, los males son cualidades de las sustancias, y la materia no tiene cualidades, sino que Dios es el creador de las cualidades, Dios debería ser también el creador de los males. Por tanto, cuando incluso de esta manera es imposible decir que Dios no es la causa de los males, me parece superfluo atribuirle la materia. Pero si tienes algo que decir en contra de esto, comienza tu argumentación.
O como explica el alejandrino:
—Creo que admitiste claramente que los males también son un tipo de sustancias, ¿no?
—Sí, porque no los veo existir en ningún otro lugar aparte de las sustancias.
—Puesto que usted dice, señor, que los males también son sustancias, es necesario que examinemos la definición de sustancia. ¿Cree usted que la sustancia es una especie de cuerpo concreto?
—Así es.
—¿Y el cuerpo concreto subsiste por sí mismo independientemente, sin necesitar nada de cuya existencia previa pueda recibir su ser?»
—Sólo así.
—¿Y crees que los males dependen de algún tipo de acción?
—Así me parece.
—¿Y las acciones surgen en el momento en que el agente está presente?
—Tal es el caso.
—¿Y cuando el agente no existe, nunca habrá acción suya?
—No lo habrá.
Pues bien, si la sustancia es una especie de cuerpo concreto, y éste no requiere nada en unión con lo cual pueda comenzar a existir, y si los males son acciones de algún agente, y si las acciones requieren algo en unión con lo cual comiencen a existir, los males no pueden ser sustancias.
Pero si los males son sustancias, y el asesinato es un mal, el asesinato será una sustancia; sin embargo, es seguro que el asesinato es una acción de alguien, y por lo tanto el asesinato no es una sustancia. Sin embargo, si quieres decir que los agentes son sustancias, también estoy de acuerdo. Por ejemplo, un hombre que es un asesino, en cuanto a su ser hombre es una sustancia; pero el asesinato que comete no es una sustancia, sino una obra de la sustancia.
Así, en un caso decimos que el hombre es malo porque cometió un asesinato, y en el caso contrario, que es bueno porque hizo el bien. Y estos nombres se dan a la sustancia en consecuencia de sus accidentes, que no son ella misma: pues la sustancia no es el asesinato, ni tampoco el adulterio, ni ninguno de los males similares. Pero, así como el gramático recibe su nombre de la gramática, el retórico de la retórica, y el médico del arte de la física, aunque su sustancia no sea el arte de la física ni la retórica ni la gramática, sino que recibe el nombre de sus accidentes, de los cuales parece adecuado llamarse así, aunque no sea ni lo uno ni lo otro, de la misma manera me parece que la sustancia también adquiere un nombre adicional de lo que se piensa que son males, aunque no sea ninguno de ellos.
De la misma manera, si se imagina que algún otro ser en la mente es la causa de los males en los hombres, también él, en la medida en que obra en ellos y sugiere que se haga el mal, es malo en consecuencia de lo que hace. Porque también él es llamado malo por esta razón, porque es el autor del mal. Pero las cosas que cada uno hace no son él mismo, sino sus acciones, de las cuales recibe el nombre de ser malo. Porque si dijéramos que él mismo es lo que hace, y si comete asesinatos y adulterios y robos y todas cosas similares, entonces él mismo es estas cosas: y si él mismo es estas cosas, y estas cosas adquieren existencia real en el momento de ser hechas, y al dejar de ser hechas dejan de existir, y es por los hombres que son hechas. Entonces, los hombres deben ser los hacedores de sí mismos y las causas de su propio ser y dejar de ser.
En cambio, si decimos que esas son sus acciones, tal sujeto tiene el carácter de ser malo por lo que hace, no por lo que constituye su sustancia. Pero dijimos que un hombre se llama malo por los accidentes pertenecientes a su sustancia, que no son la sustancia misma, como el médico por el arte de la medicina.
Si, pues, cada hombre es malo por sus acciones, y si sus acciones tienen un principio de existencia, entonces también ese hombre empezó a ser malo, y también esos males tuvieron un principio. Y si esto es así, el hombre no carecerá de principio en el mal, ni los males carecerán de origen, porque decimos que tienen su origen en él.
Pues bien, si los males son cualidades de la materia, y Dios cambió sus cualidades para mejorarlas, nos vemos obligados a preguntar de dónde vinieron los males. Pues las cualidades no permanecieron del mismo tipo que eran por naturaleza. O bien, si no había cualidades malas anteriormente, sino que tales cualidades han crecido alrededor de la materia a partir de las primeras cualidades que fueron cambiadas por Dios, Dios debe ser responsable de los males, ya que cambió las cualidades que no eran malas para que ahora sean malas. ¿O no creéis que Dios cambió las malas cualidades en mejores, sino sólo aquellas que no eran ni buenos ni malos a los efectos de ordenar el mundo?
¿Cómo, entonces, se puede decir que Dios dejó las cualidades de los malos como estaban? ¿Acaso era capaz de aniquilarlos también, pero no tenía la voluntad; o bien, no tenía el poder? Pues si Dios que tenía el poder, pero no la voluntad, se debería necesariamente admitir que él es responsable de ellos, porque, aunque tenía el poder de poner fin a los males, permitió que permanecieran como estaban, especialmente en el momento en que comenzó a operar sobre la materia.
Si dios no hubiera tenido ningún cuidado con la materia, no habría sido responsable de lo que permitió que quedara. Pero cuando comenzó a operar en cierta parte de ella, pero dejó una parte como estaba, aunque tenía poder para cambiarla también para mejorarla, me parece que incurrió en la responsabilidad de causarlo, por haber dejado una parte de la materia que fuera dañina en la destrucción de la parte en la que operó.
Además, en lo que respecta a esta parte, me parece que se ha cometido el mayor error: esta parte, quiero decir, de la materia que Dios dispuso de tal manera que ahora participa de los males. Porque si uno examinara los hechos con cuidado, descubriría que la materia ha caído ahora en una condición peor que su desorden anterior. Porque antes de estar ordenada, podría no haber tenido ninguna sensación de mal; pero ahora cada una de sus partes se vuelve sensible a los males.
Ahora déjenme darles un ejemplo en el caso de un hombre. Porque antes de ser formado y hecho una criatura viviente por la habilidad del Creador, tenía por naturaleza la ventaja de no participar en ningún mal en absoluto; pero desde el momento en que fue hecho hombre por Dios, también recibe la sensación de que se acerca el mal, y esto, que dicen que fue hecho por Dios para el beneficio de la materia, se descubre que más bien se le agregó para su mal.
Si se dice que la razón por la cual los males no han cesado, es que Dios no fue capaz de aniquilarlos, estarás afirmando que Dios es deficiente en poder. Y la falta de poder significará o que él es débil por naturaleza, o que ha sido puesto en sujeción por algún poder mayor. Si decimos que Dios es débil por naturaleza, me parece que estaremos en peligro para nuestra propia salvación. Y si decimos que ha sido vencido por un poder mayor, los males serán mayores que Dios, pues prevalecerán sobre el impulso de su voluntad, lo cual me parece una cosa absurda decir de Dios. ¿Por qué, pues, no serán más bien estos males dioses, como capaces, según vuestro argumento, de vencer a Dios, ya que decimos que Dios es el que tiene autoridad sobre todas las cosas?
Quisiera hacer ahora algunas preguntas sobre la materia misma. ¿Es la materia era algo simple o compuesto? Pues la diversidad de sus productos me lleva a este modo de examinar este tema.
Si la materia fuera simple y uniforme, mientras que el mundo es compuesto y está formado por diferentes sustancias y mezclas, sería imposible decir que ha sido hecho de materia, porque los compuestos no pueden estar formados por una sola cosa que no tiene cualidades (pues compuesto significa una mezcla de varias cosas simples).
Si optamos por decir que la materia es compuesta, es evidente que hay que decir que se ha compuesto de ciertas cosas simples. Ahora bien, si se ha compuesto de cosas simples, esas cosas simples alguna vez existieron por sí mismas, y la materia ha surgido de su composición; por lo que también se demuestra que fue creada.
Si la materia es compuesta, y los compuestos se constituyen a partir de elementos simples, entonces hubo un tiempo en que la materia no existía, antes de que los elementos simples se reunieran. Pero si hubo un tiempo en que la materia no existía, pero nunca un tiempo en que lo increado no existiera, la materia no puede ser increada. Sin embargo, de ahora en adelante habrá muchas cosas increadas. Porque si Dios fue increado, así como los elementos simples de los que se compuso la materia, lo increado no serán solo dos.
Oigamos, al respecto, las palabras exactas de Máximo:
—¿Qué opinas, que ninguna cosa existente es contraria a sí misma?
—Así es.
—¿Y el agua es contraria al fuego?
—A mí me parece lo contrario.
—Y de la misma manera, la oscuridad se convierte en luz, el calor en frío y lo húmedo en seco.
—Creo que es así.
—Por lo tanto, si ninguna cosa existente es contraria a sí misma (y éstas son contrarias entre sí), no serán una misma materia ni tampoco de la misma materia. Sin embargo, deseo hacerte otra pregunta como ésta: ¿Crees que las partes de una cosa no se destruyen entre sí?
—Sí.
—¿Y que el fuego y el agua, y el resto de la misma manera, son partes de la materia?
—Así son.
—Entonces, ¿no crees que el agua destruye el fuego, la luz la oscuridad y todos los demás casos similares?
—Creo que sí.
Por lo tanto, si las partes de una cosa no son destructivas entre sí, mientras que las partes de la materia son destructivas entre sí, no serán partes unas de otras; y si no son partes unas de otras, no serán partes de la misma materia; más aún, no serán ellas mismas materia, porque, según el argumento del adversario, ninguna cosa existente es destructiva de sí misma.
Pues nada es contrario a sí mismo, porque es propio de los contrarios ser contrarios a otros. Así, por ejemplo, el blanco no es contrario a sí mismo, sino que se dice que es contrario del negro; y de la misma manera, se demuestra que la luz no es contraria a sí misma, sino que parece tener esa relación con la oscuridad y, por supuesto, con muchas otras cosas de la misma manera.
Si, pues, hubiera también una sola especie de materia, no sería contraria a sí misma. Pero como tal es la naturaleza de los contrarios, se prueba que la única especie de materia no tiene existencia.
Hasta aquí el autor antes mencionado. Y como el discurso ya está bastante extendido, pasemos al libro VIII de la Preparación para el Evangelio y, después de invocar el auxilio de Dios, completaremos lo que falta a la especulación precedente.