EUSEBIO DE CESAREA
Preparación al Evangelio

LIBRO XIII

Puesto que en los libros precedentes se ha visto que la filosofía de Platón contiene en muchos puntos una especie de traducción de Moisés y de los escritos sagrados de los hebreos a la lengua griega, ahora voy a añadir lo que falta al argumento y a repasar las opiniones expresadas sobre los diversos temas por quienes me precedieron, y al mismo tiempo librarme de una posible acusación de reproche, en caso de que alguien me acuse.

¿Por qué, entonces, si Moisés y Platón concuerdan tan bien en su filosofía, hemos de seguir las doctrinas de Moisés y no las doctrinas de Platón? Porque, además de la equivalencia de las doctrinas, el autor griego nos resultaría más afín a nosotros, como griegos y bárbaros que somos.

No me atrevo a responder a esta cuestión por respeto al filósofo, mas dejaré esta cuestión para más adelante y examinaré primero los puntos que mencioné al principio. Veamos, pues, qué clase de opinión solía presentar Platón sobre los poetas y escritores griegos acerca de la religión, y cómo solía rechazar todas las nociones tradicionales sobre los dioses y exponer completamente su absurdo.

I
Los absurdos de la teología griega, según Platón

Dice Platón que hablar de las demás divinidades y conocer su origen está más allá de nuestro poder, mas "debemos dar crédito a quienes han hablado en tiempos pasados", por el conocimiento cierto que poseían. Es imposible, dice Platón, no creer a los hijos de Dios, aunque hablen sin pruebas ciertas o probables y siempre relatando historias familiares. En obediencia a la ley, dice Platón, "hemos de creerles".

Con base a esto, pasa Platón a recordar el origen de los dioses griegos, de la siguiente manera: "Los hijos de Gea y Urano (Tierra y Cielo) fueron Océano y Tetis, y sus hijos Forcis, Cronos, Rea y el resto de ellos. De Cronos y Rea nacieron Zeus y Hera, y todos los que conocemos como sus supuestos hermanos, y otros que fueron sus descendientes". Tras lo cual, concluye:

"Al exhortarnos a creer en las fábulas sobre los dioses, y también en los autores de dichas fábulas, diciendo que los poetas son descendientes de los dioses, me parece que burlonamente se afirma que los dioses también habían sido hombres, y de la misma naturaleza que sus hijos".

En segundo lugar, acusa directamente Platón a los teólogos griegos y a quienes había declarado descendientes de los dioses, al afirmar que "hablan sin pruebas probables o ciertas, añadiendo la coletilla como decían". También bromea Platón sobre el asunto cuando dice que "supongo que tenían conocimiento cierto de sus propios antepasados".

En prueba de que esto, oigamos cómo en un lenguaje abierto y sin disimulo reprocha Platón a todos los supuestos teólogos griegos, hiriéndolos en el Epinomis con las siguientes palabras.

II
Más absurdos de la teología griega, según Platón

Dice Platón que, con respecto al origen de Dios y de los seres vivos, tal como ha sido tergiversado por los de tiempos pasados, "parece necesario dar una mejor representación en el discurso siguiente, retomando el argumento que he emprendido contra los impíos".

Que tiene buenas razones para repudiar la teología de los primeros escritores lo demuestra en el libro II de la República, donde vale la pena fijar la atención en el número y la naturaleza de las afirmaciones que hace sobre los poetas y teólogos griegos, a partir de las tradiciones transmitidas desde tiempos antiguos sobre los dioses helénicos, hablando como sigue.

III
Más absurdos de la teología griega, según Platón

Dice Platón que, en las fábulas mayores, se han de discernir también las menores, pues el carácter general y el efecto tanto de las mayores como de las menores deben ser los mismos, tomando por fábulas mayores "aquellas que Hesíodo y Homero solían contarnos, pregonando historias falsas a la humanidad". Sobre todo, añade Platón, "la falta que más hay que reprender as aquella cuya falsedad es indecorosa", o aquella en que "se tergiversa la naturaleza de lo que se está hablando", como cuando un artista pinta algo que no se parece en nada a las cosas que desea imitar.

En primer lugar, explica Platón, fue una mentira indecorosa la que dijo el autor de la mayor ficción sobre los dioses más grandes, de cómo Urano hizo lo que Hesíodo dice que hizo, y cómo Cronos se vengó de él. Además, las acciones de Cronos y el trato que recibió de su hijo, incluso si fueran ciertas, no deberían, según creo, haber sido mencionadas tan a la ligera ante personas jóvenes y tontas, sino que, lo mejor de todo, habrían sido sepultadas en silencio; o, si hubiera habido alguna necesidad de contarlas, entonces el menor número posible de personas debería haberlas oído en secreto, después de sacrificar no un simple cerdo, sino una víctima grande y escasa, para que muy pocos hubieran tenido la oportunidad de escucharlas.

¿Y por qué, se pregunta Platón? Porque "no debe decirse a un joven que no estaría haciendo nada extraordinario al cometer los peores crímenes, ni al infligir todo tipo de castigos a su padre, porque lo hizo más grande de los dioses".

No se debe hablar tampoco, opina Platón, de guerras entre dioses, de conspiraciones y de luchas entre ellos (por muy falsas que sean esas cosas), si los futuros guardianes de nuestra ciudad han de considerar de lo más vergonzoso el pelearse a la ligera entre sí. Mucho menos se les debe contar en fábulas y tapices sobre guerras de gigantes y otras muchas peleas de todo tipo entre dioses y héroes y sus propios parientes y parientes; pero si pudiéramos persuadirlos de alguna manera de que ningún ciudadano ha estado jamás enemistado con otro conciudadano y que tal cosa es impía, éstas son las clases de cuentos que deberían ser contados a los niños desde el principio por los ancianos, las ancianas y los que están en edad avanzada, y los poetas deberían verse obligados a hacer sus cuentos como estos.

El encadenamiento de Hera por su hijo, por ejemplo, o el arrojamiento de Hefesto del cielo por su padre cuando iba a defender a su madre de una paliza y todas las batallas de los dioses que Homero ha inventado, no deben ser admitidas en la ciudad, ya estén compuestas con o sin significados alegóricos. Porque el joven no es capaz de juzgar qué es alegoría y qué no lo es: pero todas las opiniones que acepta a esa edad tienden a volverse indelebles e inalterables: y por esta razón tal vez deberíamos considerar de la mayor importancia que los cuentos que escuchan por primera vez "deben adaptarse de la manera más perfecta a la promoción de la virtud". Además, los fundadores de un estado deben conocer los moldes en que los poetas moldearon sus ficciones, y de los cuales no se les debe permitir desviarse, ni inventar ellos mismos las fábulas.

A continuación, se plantea Platón cuáles serían los modelos adecuados, en el caso de la teología. Y plantea lo siguiente, respecto a Dios y al bien:

—Dios debe, por supuesto, ser representado siempre como él realmente es, ya sea que un poeta lo describa en verso épico, o en letra lírica, o en tragedia.
—Sí, así debe ser.
—¿No es entonces Dios realmente bueno y así debe ser descrito?
—Por supuesto.
—Pero, ¿no hay nada bueno que sea dañino? ¿No es así?
—No lo creo.
—Entonces, ¿lo que no hace daño, hace daño?
—Por supuesto que no.
—¿Y lo que no hace daño, acaso hace algún mal?
—No, otra vez.
—¿Acaso aquello que no hace ningún mal no puede ser causa de ningún mal?
—¿Cómo podría?
—Entonces, ¿es beneficioso el bien?
—Sí.
—¿Es entonces la causa del bienestar?
—Sí.
—El bien, pues, no es causa de todas las cosas, sino sólo de lo que es recto, y no causa de los males.
—Así es.
—Entonces Dios, siendo bueno, no puede ser causa de todas las cosas, como muchos dicen, sino que de pocas cosas que suceden a los hombres es causa, y de muchas no lo es, pues nuestros bienes son mucho menos que los males. Y del bien no debemos atribuir otra causa que a Dios, pero del mal debemos buscar las causas en otras cosas, pero no en Dios.
Lo creo.
—No debemos, entonces, permitir que Homero o cualquier otro poeta cometan tontamente una ofensa como ésta contra los dioses y digan que "dos arcas yacen junto a la puerta de Dios, con regalos para el hombre bueno y malo", y "a quien Dios le dé una mezcla de los dos", y "a veces le suceden cosas malas y a veces buenas", y "a quien no le da ninguna mezcla, sino sólo lo malo", y "el hambre voraz lo persigue por la tierra de Dios". Ni tampoco debemos admitir que Dios sea para nosotros "el único dispensador, tanto de bienestar como de sufrimiento". Y si alguien dice que la violación de juramentos y tratados realizada por Pándaro fue provocada por Atenea y Zeus, no lo aprobaremos. Ni que la lucha y contienda de los dioses fue causada por Temis y Zeus. Tampoco debemos permitir que nuestros jóvenes escuchen cómo Esquilo dice que "Dios planta en los pechos mortales la causa del pecado, cuando quiere destruir por completo una casa".

Tras lo cual, añade Platón que si alguien escribe un poema en el que se encuentran estos yámbicos sobre las penas de Níobe, o las calamidades de la estirpe de Pélope, o la historia de Troya, o cualquier otro suceso similar, "o bien debemos prohibirle que los llame obra de Dios o, si son de Dios, debe decirse que Dios no buscó su mal, porque él es justo y bueno". En definitiva, dice Platón, "no se debe permitir que los poetas digan que los que sufrieron castigos fueron miserables, y que esto fue obra de Dios", mas si dichos poetas dijeran que los malvados eran miserables y necesitaban castigo, y se beneficiaron al ser castigados por Dios, "eso debemos aprobarlo".

En cuanto a decir que Dios, que es bueno, se convierte en el autor del mal para alguien, Platón sostiene por todos los medios posibles que nadie hará tales declaraciones en su propia ciudad, si ha de ser gobernada por buenas leyes. Ni nadie, joven o viejo, escuchará sus cuentos, ya sea en verso o en prosa, pues tales declaraciones, "si se burlan, serían impías, y no serían ni provechosas para nosotros ni consistentes con ellas mismas".

Éste es el molde con que Platón invita a los oradores a hablar acerca de Dios, pues "Dios no es la causa de todas las cosas, sino sólo de las buenas".

Respecto a que Dios es un hechicero, o que tiene la naturaleza de mostrarse astutamente ahora en una forma y ahora en otra, o que unas veces se convierte en lo que parece y cambia su propia forma en diversas formas, o que otras nos engaña y nos hace imaginar tales transformaciones, según Platón habrá que decir que "Dios es una esencia simple, y es muy improbable que salga de su propia forma". Oigámoslo con sus propias palabras:

"Que dejen de inventar estas y otras muchas falsedades similares. Y que nuestras madres no se dejen persuadir por estos poetas para que aterroricen a sus hijos con las historias que les cuentan perversamente, sobre que ciertos dioses, en verdad, vagan por la noche bajo la apariencia de muchos animales de diferentes especies, para que no sean culpables de blasfemia contra los dioses y, al mismo tiempo, hagan a sus hijos más cobardes".

Respecto al uso de la mentira por parte de Dios, dice Platón:

—¿Estaría dispuesto Dios a mentirnos, ya sea con palabras o con hechos?
—No lo sé.
¿No sabéis que la mentira es odiada por todos, tanto por Dios como por los hombres?
No lo sé.
—Pero sabrás, por lo menos, que nadie consiente en mentirse a sí mismo.
Lo sé.
—También sabrás que mentir al alma acerca de las realidades, o ser engañado e ignorante, o mantener la falsedad sin que el otro lo sepa, es lo que a todos los hombres más desagrada. ¿No es así?
—Totalmente.
Y también sabrás que la mentira es pura y sin mezcla, y una y la misma en todas sus partes.
Creo que sí.
Entonces, ¿no merece ser odiada?
Por supuesto.
Entonces Dios, ¿por qué razón iba a mentir? ¿Qué utilidad le sacaría? ¿Mentiría por ignorancia? ¿Y por miedo? ¿O porque los hombres son tontos? ¿Hay algún motivo, por tanto, por el que Dios mentiría?
Ninguno.
Luego la naturaleza de Dios es veraz, y no puede mentir ni quiere mentir. Dios es perfectamente simple y verdadero, tanto en hechos como en palabras, y no cambia en sí mismo, ni engaña a otros, ni representa apariciones, ni se aparece en sueños.

Por tanto, aunque Platón elogia muchas otras cosas de Homero, no lo elogia en esto, ni en el envío del sueño de Zeus a Agamenón, ni el pasaje de Esquilo, en el que Tetis dice que Apolo, cantando en su boda:

"Pensaba en mi feliz maternidad, en mi vida libre de enfermedades y con años de vida prolongados; luego, bendijo mi suerte, favorecida por el cielo, con melodías que alegraban mi alma. Y yo también consideraba con cariño esos labios divinos , sagrados para la verdad, llenos de habilidad profética; pero él mismo, que cantaba, el invitado a la boda , que dijo todo esto, fue él mismo quien mató a mi hijo".

Cuando un poeta dice cosas como estas sobre Dios, replica Platón, "nos enojaremos y le negaremos un coro", y "tampoco permitiremos que nuestros maestros lo utilicen para la educación de los jóvenes", e "intentaremos que nuestros tutores les hagan crecer devotos y semejantes a Dios, en la medida de lo posible".

Así habla Platón. Y descubriréis que las Escrituras hebreas no contienen cuentos vergonzosos sobre el Dios del universo, ni tampoco sobre los ángeles celestiales que lo rodean, ni siquiera sobre los hombres amados por Dios, de ninguna manera similar a las teologías griegas; sino que contienen el modelo propuesto por Platón, de que Dios es bueno, y todas las cosas hechas por él son del mismo carácter.

Por eso, después de cada una de las obras de la creación, aquel hombre admirable, Moisés, añade: "Vio Dios todas las cosas que había hecho, y que eran buenas". También es doctrina de los hebreos que Dios no es autor de males, puesto que "Dios no hizo la muerte, ni se complace en la destrucción de los vivientes", pues "creó todas las cosas para que existieran". En definitiva, "las facultades generativas del mundo son saludables, pero por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo".

Por eso, por medio del profeta, Dios dice al hombre que por su propia elección se había vuelto malo: "Yo te había plantado una vid fructífera; ¿cómo te convertiste en una vid extraña?". Y si en algún lugar se dice que los males les suceden a los malvados por parte de Dios, debe entenderse como una coincidencia accidental de nombre, ya que este nombre se da a los castigos que Dios en su bondad envía, no para el daño de los castigados, sino para su beneficio y provecho (así como un médico para salvar a los enfermos podría pensarse que aplica cosas malas en sus remedios dolorosos y amargos).

También en la Sagrada Escritura, cuando se dice que los males son traídos a los hombres por Dios, hay que aplicar el dicho de Platón: "que Dios hizo lo que era justo y bueno", y que aun cuando estaba infligiendo un tratamiento severo, a los hombres que se lo merecían, éstos "se hicieron mejores por ser castigados". Es lo que también recuerda la Escritura hebrea, cuando dice: "El Señor a quien ama, castiga, y azota a todo el que recibe por hijo".

Respecto a lo que dice Platón, de que "no dejemos que el poeta diga que quienes fueron castigados por Dios eran miserables, y que esto fue obra de Dios", la profecía hebrea enseña lo siguiente: "Yo soy el Señor vuestro Dios, y no cambio". David también, en su descripción de Dios, clama en voz alta diciendo: "Todos ellos como una vestidura se envejecerán, y como un manto los enrollarás, y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán".

Dondequiera que los escritos hebreos presentan al Verbo de Dios apareciendo en forma y apariencia de hombre, debemos notar que no lo representan apareciendo a los hombres de la misma manera que Proteo, Tetis y Hera, según las leyendas griegas, ni como los dioses que deambulan por la noche en forma de animales de muchas y diversas clases. Sino que vino, como el mismo Platón dice, para el beneficio de los amigos: "Cuando a través de la locura o alguna clase de necedad intentan hacer el mal, entonces, como remedio para desviarlos de su propósito". Entonces, el advenimiento de Dios entre los hombres es útil.

Ahora bien, ninguna especie de criaturas vivientes en la tierra es más querida a Dios que el hombre, una especie que es del parentesco y familia del Verbo de Dios, por quien también el hombre fue hecho racional en la naturaleza de su alma; con buena razón, por tanto, dicen que el Verbo celestial, en su cuidado de una criatura viviente a quien amaba, vino para la curación de toda la raza entera, que se había vuelto sujeta a la enfermedad y a una extraña clase de locura, de modo que no conocían ni a Dios su Padre, ni la esencia propia de su propia naturaleza espiritual, ni tampoco la providencia de Dios que preserva el universo, sino que casi habían llegado al estado degenerado de un animal irracional.

Por eso nuestro el Salvador, al venir, no se apartó de su propia naturaleza, ni engañó a los que lo vieron, sino que conservó la verdad de ambas naturalezas, la invisible y la visible. De un modo, se le vio como verdadero hombre y, de otro, como la verdadera palabra de Dios, no por brujería ni por engaños a los espectadores, pues incluso Platón pensaba que la naturaleza divina estaba justamente libre de falsedad.

Por eso Dios el Verbo, siendo perfectamente simple y verdadero tanto en hechos como en palabras, no se cambió a sí mismo, ni engañó a otros, ni por apariciones ni por palabras, ni enviando señales, ni en sueños ni en visiones despiertas. Porque todas estas acciones él las realizó, como convenía a un Médico de las almas razonables, para la salvación de todo el género humano, en realidad y no en mera apariencia, por medio de la naturaleza humana que asumió. Así nos otorgó a todos nosotros la reconciliación y la amistad con su Padre a través de ese conocimiento de Dios y la verdadera religión que fue anunciada por él.

Tales son, pues, nuestras doctrinas, y con aquellos que dicen lo contrario "nos enojaremos y les negaremos un coro". Tampoco permitiremos que nuestros maestros usen sus dichos para la educación de los jóvenes, sino que "nuestros tutores han de crecer devotos y semejantes a Dios", como también nuestro filósofo pensó que era lo mejor.

IV
Más absurdos de la teología griega, según Platón

Recuerda Platón que Zeus ató a su propio padre Cronos y devoró perversamente a sus hijos, así como Cronos también mutiló a su propio padre por razones similares. Y dice que "por eso están enojados conmigo los poetas, porque procedo contra mi padre por hacer el mal", con lo cual "se contradicen ellos con respecto a los dioses y con respecto a mí". Oigámosle:

"¿Es ésta la razón, Eutifrón, por la que me persiguen? Porque, cuando alguien dice tales cosas sobre los dioses, me enojo al oírlas. Y por eso, al parecer, alguien dirá que cometo un gran pecado. Ahora bien, si tú, que tan bien sabes de estas cosas, estás de acuerdo con ellas, parece que yo también debo estarlo por necesidad. ¿Qué otra cosa puedo decir, ya que yo mismo admito que no sé nada sobre ellas? Pero dime, por amor a la amistad, ¿crees realmente que estas cosas son así?".

"¿Crees tú también que ha habido guerras entre los dioses, terribles disputas y batallas y muchas otras cosas parecidas, como las que cuentan los poetas y que los buenos pintores ven en las decoraciones de nuestros templos? Especialmente en las Grandes Panateneas, el manto que se lleva a la acrópolis está lleno de bordados de ese tipo. ¿Hemos de decir que estas historias son verdaderas, Eutifrón?".

Tras lo cual, concluye Platón su defensa diciendo a Sócrates: "No sólo éstas, oh Sócrates; sino que, como acabo de decir, si quieres, te contaré muchas otras historias acerca de los dioses, que estoy seguro que te sorprenderán al oírlas".

Así escribe Platón en el Eutifrón, con un significado que explica Numenio en su libro Secretos de Platón, de la siguiente manera.

V
Los absurdos de Platón, según Numenio de Apamea

Dice Numenio que Platón, si se hubiera disgustado con la teología de los atenienses, y la hubiera acusado de contener historias de disputas entre dioses, y de cantar cómo tenían relaciones con sus hijos, y cómo los devoraban, y cómo los hijos se vengaban de sus padres, y los hermanos de sus hermanos, y otras cosas de este tipo, "la hubiera censurado abiertamente, proporcionado a los atenienses una ocasión para mostrar su maldad al tratar de matarlo, tal como mataron a Sócrates".

Mas como Platón quería preferir la vida a la veracidad, y conservar tanto la vida como la verdad, "dio el papel de los atenienses a Eutifrón", una persona jactanciosa y estúpida, y especialmente mala en teología, y "representó a Sócrates en su propia persona" y en su estilo peculiar, en el que estaba acostumbrado a conversar con todos y refutarles.

VI
Las opiniones del vulgo y la propia opinión, según Platón

Dice Platón:

"Mi querido Critón, tu celo sería muy valioso si fuera compatible con lo justo; pero si no, cuanto mayor sea el celo, más peligroso será. Debemos considerar, por tanto, si debemos hacer esto o no; porque no sólo ahora, sino siempre he estado dispuesto a no ceder a ninguna otra persuasión de mis amigos excepto la razón que, después de considerarla, pueda parecerme la mejor".

"Los argumentos que antes solía presentar, no los puedo rechazar ahora, porque me ha sobrevenido esta desgracia; pero me parecen no menos fuertes, y prefiero y honro las mismas razones que antes; y a menos que tengamos algo mejor que presentar en mi posición actual, tened la seguridad de que nunca estaré de acuerdo con vosotros, ni siquiera si el poder de la multitud intentara asustarnos como a niños con más espantajos que en la actualidad, amenazándonos con ataduras, con toda clase de muertes y con confiscaciones de bienes".

¿Cuál sería, entonces, la manera más justa de examinar la cuestión? ¿Deberíamos retomar lo relativo a las opiniones de los hombres, y si en todos los casos era correcto o no? ¿O debemos prestar atención a algunas opiniones y no a otras? ¿Y si el argumento fuera correcto antes de que me condenaran a muerte, o se demostrara que fue presentado con el fin de argumentar, cuando en realidad era mera broma y trivialidad?

Lo responde Platón, cuando dice:

"Mi deseo, pues, es considerar con tu ayuda, Critón, si el argumento me parecerá de algún modo distinto, ahora que estoy en esta posición, o si sigue siendo el mismo, y si lo renunciaremos o actuaremos de acuerdo con él. Ahora bien, creo que quienes creían hablar en serio afirmaron en general, de la misma manera que yo lo he dicho ahora, que de las opiniones que sostienen los hombres debemos valorar unas y no otras".

Y eso aún a costa de ponerse en el centro de las críticas y las iras del populacho, poniendo en riego la propia vida:

"Dime, Critón, ¿no te parece que es correcta esta afirmación? Pues, según toda probabilidad humana, no corres peligro de morir mañana y tu juicio no se verá pervertido por la desgracia actual. Considera, pues: ¿no te parece satisfactoria la afirmación de que no debemos respetar todas las opiniones de los hombres, sino respetar algunas y no otras? ¿Ni tampoco las opiniones de todos los hombres, sino las de algunos y no las de otros? ¿Qué dices? ¿No es correcta esta afirmación?".

Tras esto, tiene Platón (en boca de Sócrates) un diálogo con Critón, sobre las opiniones del vulgo y la propia opinión. Oigámoslo:

—¿No debemos entonces respetar las buenas opiniones y no las malas?
—Sí.
—¿Y no son buenas las opiniones de los sabios y malas las de los necios?
—Por supuesto.
—Vamos, ¿qué se dijo sobre asuntos como estos? ¿Un hombre que está aprendiendo gimnasia con atención presta atención a los elogios, las críticas y la opinión de todos, o solo a los de aquel que puede ser médico o entrenador?
—Sólo de ése.
—¿Debe entonces temer las censuras y acoger las alabanzas de aquel, y no las de muchos?
—Eso es evidente.
Bien. Mas si desobedece a aquél y hace caso omiso de su opinión y de sus alabanzas, y respeta las de muchos que nada entienden sobre el tema, ¿no sufrirá ningún daño?
—Por supuesto que lo hará.
—Tienes razón, Critón, pero ¿debemos seguir la opinión de la mayoría y temerla, o la de uno solo a quien debemos reverenciar y temer? Porque si no lo hacemos, corromperemos y arruinaremos esa parte de nosotros que se mejora con la justicia y se degrada con la injusticia. ¿O esa parte no tiene importancia?
—Creo que es importante
—Entonces, si arruinamos esa parte de nosotros que mejora con lo que es saludable, ¿vale la pena vivir cuando eso está arruinado?
—De ninguna manera.
Entonces, ¿es tolerable para nosotros la vida con esa parte de nosotros enferma que resulta dañada por la injusticia y mejorada por la justicia? ¿O creemos que esa parte de nosotros que se ocupa de la injusticia y la justicia, es más inútil que el cuerpo?
De ninguna manera.
¿Más precioso entonces?
Con mucho.

Tras lo cual concluye Platón diciendo:

"Entonces, mi buen amigo, no debemos preocuparnos en absoluto por lo que la mayoría dirá de nosotros, sino por lo que dirá el hombre que entiende de justicia e injusticia, el hombre único y la verdad misma. Así que, en primer lugar, esta propuesta tuya no es correcta, cuando aconsejas que debemos preocuparnos por la opinión de la mayoría en relación con lo que es justo, honorable y bueno, y lo contrario".

Por eso también los cristianos, en nuestras luchas por la religión, hacemos bien en no mirar lo que muchos dirán de nosotros, sino cuál es la voluntad de Dios, a quien, habiéndolo escogido a nuestro juicio de una vez por todas, nos corresponde honrar todavía como lo hacíamos antes, y no cambiar aunque el poder de la multitud nos asuste como niños con espantajos. De hecho, también fueron así los hombres que dieron testimonio ilustre de la antigüedad, entre los hebreos.

VII
Las críticas del vulgo y la propia actitud, según Platón

Se plantea Platón si no debemos hacer el mal intencionado de ninguna manera, o si puede hacerse de una manera y no de otra. Y se hace las siguientes preguntas: ¿No es ni honorable ni bueno hacer mal de ninguna manera, como a menudo hemos acordado en tiempos pasados y como estaba diciendo hace un momento? ¿O todas esas antiguas confesiones se han esparcido por los cuatro vientos en estos últimos días, y nosotros hemos ignorado durante tanto tiempo? ¿O es absolutamente cierto que hacer el mal es en todos los sentidos malo, y vergonzoso para el malhechor?

No obstante, concluye Platón que "no debemos hacer daño a nadie, ni hacer daño a nadie, por mucho que nos haga sufrir". Oigámosle:

"Ten cuidado, querido Critón, no sea que hagas esta confesión en contra de tu verdadera opinión, pues sé que es lo que muy pocos piensan o pensarán jamás. Entre los que han adoptado esta opinión y los que no la han adoptado no hay un propósito común, sino que necesariamente deben despreciarse mutuamente cuando miran las intenciones del otro. Por lo tanto, considera también con mucho cuidado si compartes y estás de acuerdo con mi opinión, y comencemos nuestras deliberaciones desde este punto de vista: nunca es correcto ni hacer el mal ni devolver el mal ni devolver el mal cuando se nos hace daño. ¿O te echas atrás y no estás de acuerdo con mi primer principio? Porque hace mucho tiempo que soy de esta opinión y lo sigo siendo. Pero si tienes otra opinión, habla y explícala. Si, por el contrario, te mantienes en lo que sostenías antes, escucha el siguiente paso".

Pues bien, comparemos este texto con lo dicho por nuestro Salvador: "No devolváis a nadie mal por mal", y: "Bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen". O con lo que dice el apóstol: "Cuando nos injurian, bendecimos; cuando nos persiguen, sufrimos, cuando nos difaman, suplicamos", con un pasaje que aparece ya en el profeta hebreo, cuando dice: "No devolví mal a quienes me devolvieron mal", y también: "Con los que odian la paz, yo estoy a favor de la paz".

VIII
La persecución del vulgo y la propia convicción, según Platón

Pregunta Platón a los poetas que antes se jactaban de no apenarse si debían morir, y de preferir la muerte al destierro, y ahora no se avergüenzan de las fábulas, ni tienen respecto a las leyes, intentando destruir a quien sí lo hace:

"¿No estáis haciendo exactamente lo que haría el más vil esclavo, al intentar huir en contra de las condiciones y acuerdos en los que consentisteis en ser nuestros ciudadanos? Así pues, respondednos a esta pregunta: ¿Decimos la verdad al afirmar que habéis aceptado ser gobernados según las normas con hechos y no sólo con palabras, o es falso? ¿Qué respondéis?".

Tras lo cual, continúa diciendo Platón:

"Sin embargo, no preferísteis ni a Lacedemonia ni a Creta, de las que siempre decís que están bien gobernadas, ni a ningún otro estado, ni helénico ni bárbaro, sino que viajásteis menos de Atenas que los cojos, los ciegos y los lisiados. Pero ¿quién querría un estado sin leyes? ¿Y no cumpliréis ahora vuestros acuerdos?".

"¿No estáis, pues, violando los pactos y acuerdos que habéis hecho con nosotros y que no habéis aceptado bajo ninguna obligación ni engaño? Tampoco habéis sido obligados a decidir demasiado apresuradamente, sino que durante un período de setenta años habéis tenido libertad de marcharos si no estabais satisfechos con nosotros, y nuestros acuerdos os parecían injustos?".

IX
Los que renuncian a su convicción, según Platón

Dice Platón que quien corrompe las leyes, corrompe a los jóvenes y a los necios, y le hace un serio correctivo:

"¿Huirás, pues, de los estados bien gobernados y de los hombres de mejor conducta? Y si lo haces, ¿valdrá la pena vivir? ¿O te asociarás con ellos y no te avergonzarás de discutir con ellos? ¿Y qué argumentos utilizarás? Los mismos que aquí, que la virtud, la justicia, las instituciones y las leyes son las cosas más preciosas para la humanidad. ¿Y no te parece que esta conducta de Sócrates sería indecorosa? Ciertamente deberías pensarlo".

"Pero tú abandonarás estas regiones y te dirigirás a Tesalia, donde están los amigos de Critón, pues allí reinan el mayor desorden y la mayor libertad. Y tal vez les agrade saber de ti con qué ridículo escapaste de la prisión, envolviéndote en un disfraz, o cogiendo una piel de cabra, o alguna otra cosa con la que suelen vestirse los fugitivos, y transformando así tu apariencia".

"¿No habrá nadie que se dé cuenta de que, siendo ya anciano y con poco tiempo de vida por delante, te has atrevido a mostrar un amor tan voraz por la vida, desafiando las leyes supremas? Quizá no, si no molestas a nadie; pero, de lo contrario, tendrás que escuchar muchas cosas indignas de ti, querido Sócrates. Así pues, vivirás siendo tímido ante todos los hombres y sirviéndoles; ¿y qué harás sino festejar en Tesalia, como si hubieras ido a Tesalia a cenar? Y esos hermosos discursos sobre la justicia y las demás virtudes, ¿dónde estarán?".

"¿Qué, entonces? Llevarás a tus hijos a Tesalia, y los criarás y educarás allí, convirtiéndolos en extranjeros, para que puedan recibir este beneficio adicional de ti? O si en lugar de eso los crías aquí, ¿serán mejor criados y educados porque tú estás vivo aunque no estés con ellos? Pues tus amigos se ocuparán de ellos. Ellos se ocuparán de ellos entonces si te vas a Tesalia; pero si te vas al otro mundo, ¿no se ocuparán de ellos, si es que hay algo bueno en aquellos que dicen ser tus amigos? Seguramente debes suponer que lo harán".

Tras lo cual, le interpela de la siguiente manera:

"Escúchanos a nosotros, que te hemos criado, y no consideres a los hijos, ni a la vida, ni a ninguna otra cosa como algo más importante que la justicia, para que cuando llegues al mundo invisible puedas presentar todos estos argumentos en tu defensa ante los gobernantes de allí. Porque es evidente que actuar de esta manera no es mejor ni más justo ni más santo para ti ni para ninguno de los tuyos en esta vida, ni será mejor para ti cuando hayas llegado al otro mundo".

"Si te vas de aquí, te irás como alguien que ha sufrido injusticia no por parte de nosotros, las leyes, sino de los hombres. Pero si te vas de esta manera vergonzosa, devolviendo daño por daño y mal por mal, transgrediendo tus propios acuerdos y pactos que hiciste con nosotros, y perjudicando a aquellos a quienes menos deberías perjudicar, a ti mismo, a tus amigos, a tu país y a nosotros, estaremos enojados contigo mientras vivas, y en el otro mundo nuestros hermanos, las leyes del hades, no te darán una recepción amistosa, sabiendo que has hecho todo lo posible por destruirnos".

X
Los que defienden la verdad, según Platón

Dice Platón que tal vez alguien se pregunte: ¿No te avergüenzas de haber llevado una vida tal que ahora corres el peligro de ser condenado a muerte por ello? Y dice que él le respondería con justicia:

"Te equivocas, señor, si supones que todo hombre, aunque sea de poca bondad, debe tener en cuenta el riesgo de la vida o de la muerte, en lugar de considerar únicamente este punto en sus acciones, si está haciendo lo que es justo o injusto, las obras de un hombre bueno o de un hombre malo".

Y pone un ejemplo: Porque según tu argumento los semidioses que murieron en Troya no servirían para nada, especialmente el hijo de Tetis, que despreciaba tanto el peligro en comparación con incurrir en desgracia, que aunque su madre, siendo una diosa, le había hablado, supongo, de esta manera, cuando estaba tan ansioso por matar a Héctor: "Oh hijo mío, si vengas el asesinato de tu amigo Patroclo y matas a Héctor, serás tú mismo asesinado, porque el destino de Héctor seguirá de cerca el tuyo". Después de oír esto, le importó poco la muerte y el peligro, pero temiendo mucho más vivir como cobarde y no vengar a sus amigos, exclamó: "Ojalá pudiera morir en esta hora". Después de infligir venganza al enemigo injurioso, para no quedar aquí como hazmerreír, "obstruyendo el terreno, junto a los barcos de picos afilados".

¿Creéis, le pregunta Platón, que le importaba la muerte y el peligro? Así, la situación es muy cierta: dondequiera que un hombre haya elegido su propio puesto porque lo consideró mejor, o haya sido colocado por un comandante, allí, en mi opinión, está obligado a esperar el peligro, sin tener en cuenta ni la muerte ni nada más que la desgracia. Oigamos lo que dice Platón, al respecto:

"Si, pues, oh atenienses, cuando los jefes que elegisteis para que fuesen mis comandantes me pusieron en mi puesto en Potidea, en Anfípolis, en Delio o en cualquier otro lugar, permanecí como cualquier otro donde me colocaron y corrí el riesgo de ser asesinado, ¡cuán extraño habría sido mi proceder, cuando el dios, como yo pensaba y suponía, me ordenó vivir la vida de un filósofo, examinándome a mí mismo y a los demás, si en este caso, por miedo a la muerte o a cualquier otra cosa, abandonaba mi puesto".

¡Qué extraño sería esto! En realidad, dice Platón, "cualquiera podría llevarme ante el tribunal con razón, alegando que no creo en la existencia de los dioses, porque desobedezco al oráculo, temo a la muerte y me considero sabio cuando no lo soy". Porque tener miedo a la muerte no es otra cosa que creerse sabio cuando no lo es, pues es creer que se sabe lo que no se sabe. En efecto, nadie sabe si la muerte es el mayor de los bienes para el hombre, pero la temen como si supieran con certeza que es el mayor de los males. ¿Y qué es esto sino la misma ignorancia vergonzosa, que un hombre crea saber lo que no sabe?

Pero yo, dice Platón, quizás en esto "también me diferencio de la mayoría de los hombres en esto. Y si dijera que soy más sabio que otro en algún aspecto, sería en esto: que, como no sé lo suficiente sobre el estado de cosas en el Hades, así también creo que no sé. Pero sí sé que hacer el mal y desobedecer a un superior, ya sea dios o hombre, es malo y vergonzoso. Por lo tanto, aquellos males que sé que son malos, siempre los temeré y evitaré, más que las cosas que, por lo que sé, pueden ser realmente buenas. Por tanto, ni siquiera si me absolvéis ahora y os negáis a creer a Anito, que dijo que o bien no debería haber venido a este tribunal o que, ya que había venido, era imposible evitar la pena de muerte, y os dijo que, si me absolvieran, de inmediato todos vuestros hijos se corromperían por completo al practicar lo que enseña Sócrates".

Consideremos también esto de esta manera, dice Platón: Hay muchas razones para esperar que la muerte sea un bien. Porque el estado de los muertos es una de dos cosas: o es como la no existencia y la ausencia de toda sensación en los muertos, o, como se dice comúnmente, es una especie de transferencia y migración del alma de esta región a otra. Y si no hay sensación, sino como un sueño en el que el durmiente no ve nada ni siquiera en sueños, la muerte debe ser una maravillosa ganancia.

Si un hombre tuviera que elegir la noche en la que durmiera tan profundamente que no viera nada ni siquiera en sueños, y comparara todas las demás noches y días de su vida con esta noche, si, digo, tuviera que considerar y decirnos cuántos días y noches en el curso de su vida ha pasado más felices y más agradables que esta noche, creo que no cualquier persona común, sino incluso el gran rey mismo, encontraría estas noches mejores muy pocas en comparación con el resto de sus días y noches. Si la muerte es algo así, la llamo una ganancia, porque así todo el tiempo no parece más que una sola noche.

Pero si la muerte es como una partida a otro lugar, y si es verdad lo que se dice de que todos los muertos están allí, ¿qué mayor bien podría haber que éste, oh jueces míos? Pues si al llegar al hades, después de haber sido liberado de los supuestos jueces de aquí, uno encuentra a los verdaderos jueces, que se dice que juzgan allí, a Minos, a Radamanto, a Éaco, a Triptólemo y a todos los demás semidioses que fueron justos en sus propias vidas, ¿de nada servirá el cambio de residencia?

O por el contrario, ¿cuánto pagaría cualquiera de vosotros por relacionarme con Orfeo, Museo, Hesíodo y Homero? Por mi parte, dice Platón, "estoy dispuesto a morir muchas veces, si en verdad estas cosas son ciertas, ya que también yo encontraría una ocupación deliciosa, siempre que me encontrara allí con Palamedes, con Áyax, hijo de Telamón, y con cualquier otro de los antiguos que haya muerto por un juicio injusto, comparar mis propios sufrimientos con los de ellos, cosa nada desagradable, me parece. Y además, el mayor placer sería pasar mi vida examinando y escrutando a los habitantes de ese mundo, como hago con los de aquí, para saber quién de ellos es sabio y quién, aunque lo crea, no lo es".

Entre los cristianos, también tenemos dicho que "es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres", pues Jesucristo nos dijo: "No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma". Y sabemos que "si la casa terrestre de nuestro cuerpo se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos, y que "mientras estamos ausentes del cuerpo, moramos con el Señor", quien también ha prometido a todos los que han esperado en él, que descansarán en el seno de Abraham, Isaac y Jacob y los demás profetas hebreos, y hombres justos amados de Dios, pasarán la larga eternidad en una vida bendita.

XI
Los que dan su vida por la verdad, según Platón

Se pregunta Platón si, sobre aquellos que han muerto en la guerra, se puede decir que su honorable muerte los hace entrar en la raza dorada. Oigámosle:

Por supuesto que sí.
Pero cuando alguno de una raza como ésta haya muerto, ¿no creeremos a Hesíodo, que éstos todavía habitan en la tierra como demonios sagrados, valientes guardianes de la humanidad contra todo mal?
—Sí, le creeremos.
—¿Deberíamos entonces preguntarle al dios cómo debemos clasificar a los demonios y a las deidades, y con qué diferencias, y ubicarlos así de cualquier manera que él nos indique?
—Por supuesto que lo haremos.
—Y por todos los tiempos venideros, creyendo que se han convertido en demonios, serviremos y adoraremos sus tumbas; y estas mismas costumbres observaremos, cuando por vejez o por cualquier otra causa muera alguno de aquellos que han sido juzgados preeminentemente buenos en vida.

Estas costumbres también pueden adoptarse convenientemente cuando mueren aquellos amados de Dios, a quienes no haríais mal en llamar soldados de la verdadera religión. De ahí también nuestra costumbre de visitar sus tumbas y ofrecer nuestras oraciones junto a ellos y honrar sus benditas almas, creyendo que lo hacemos con buena razón.

Aunque he hecho estas selecciones de los escritos de Platón, cualquier otro estudiante podría encontrar aún más puntos de acuerdo con nuestras doctrinas en el mismo autor, y quizás también en otros.

Sin embargo, dado que otros antes que nosotros han abordado el mismo tema, creo que sería adecuado que examinara también los resultados de su trabajo. Citaré primero las palabras del filósofo hebreo Aristóbulo, que son las siguientes.

XII
La filosofía hebrea y la filosofía griega, según Aristóbulo de Alejandría

Dice Aristóbulo que es evidente que "Platón siguió de cerca nuestra legislación y estudió cuidadosamente los diversos preceptos que contiene".

En efecto, otros, antes de Demetrio Falero y antes de la supremacía de Alejandro y de los persas, tradujeron tanto la narración del éxodo de los hebreos, nuestros compatriotas, de Egipto, como la fama de todo lo que les había sucedido, y la conquista de la tierra, y la exposición de toda la ley. De modo que es manifiesto que el susodicho filósofo ha tomado prestadas muchas cosas, pues es muy erudito; como también Pitágoras transfirió muchos de nuestros preceptos y los insertó en su propio sistema de doctrinas.

Pero la traducción completa de todo el contenido de nuestra ley se hizo en el tiempo del rey de sobrenombre Filadelfo, tu antepasado, quien puso mayor celo en la obra, que fue dirigida por Demetrio Falero.

Luego, tras interponer algunas observaciones, añade Aristóbulo que "la voz de Dios no debe ser entendida como palabra hablada, sino como construcción de obras, así como Moisés en la ley habló de toda la creación del mundo como palabras de Dios. Pues constantemente dice de cada obra: Dios dijo, y así fue".

Ahora bien, me parece que Pitágoras, Sócrates y Platón siguieron muy cuidadosamente su ejemplo, pues decían que oían la voz de Dios cuando contemplaban la disposición del universo tan exactamente hecha e indisolublemente unida por Dios. Además, Orfeo, en versos tomados de sus escritos de la Sagrada Leyenda, expone así la doctrina de que todas las cosas están gobernadas por el poder divino, que han tenido un principio y que Dios está sobre todas las cosas. Esto es lo que dice:

"Hablo a aquellos que legítimamente pueden oír: Salid y cerrad las puertas, todos los profanos, que odiáis las ordenanzas de los justos, la ley divina anunciada a toda la humanidad. Pero tú, Museo, hijo de la brillante luna, préstame tu oído; porque tengo verdades que decir. No dejes que las antiguas fantasías de tu mente te avergüencen de la vida querida y bendita. Mira a la palabra divina, mantente cerca de ella, y guía con ella los pensamientos profundos de tu corazón. Camina sabiamente en el camino, y no mires a nadie, excepto al inmortal Creador del mundo: porque así habla de él una antigua historia: Uno, perfecto en sí mismo, todo lo demás por él hecho perfecto: siempre presente en sus obras, invisible a los ojos mortales, discernido solo por la mente. No es él quien del bien hace surgir el mal para los hombres mortales. Tanto el amor como el odio esperan sus pasos, y la guerra y la peste, y el dolor y las lágrimas: porque no hay nadie más que él. Todas las demás cosas serían fáciles de contemplar, ¿Podrías tú, por tanto, contemplarle aquí, presente en la tierra? Los pasos y la poderosa mano de Dios te los mostraré, hijo mío, siempre que los vea. Pero a él no lo puedo ver, porque una densa nube envuelve nuestra débil vista en diez tinieblas. Ningún mortal podría contemplar su poder, salvo uno, un vástago de la raza caldea, pues era hábil para marcar el brillante camino del sol, y cómo la esfera estrellada gira en círculos regulares alrededor de la tierra sobre su propio eje, y guía su carro sobre el mar y el cielo; y mostró dónde la brillante llama del fuego despliega su fuerza. Pero Dios mismo, muy por encima del cielo, inmóvil, se sienta en su trono de oro y planta sus pies sobre la ancha tierra; Su mano derecha se extiende sobre el límite más lejano del océano; las colinas eternas tiemblan en lo profundo de su corazón, no pueden soportar Su poderoso poder. Y, aún por encima de los cielos, él solo se sienta y gobierna todo en la tierra, él mismo es causa primera, medio y fin de todo. Así lo dice el sabio nacido en el Nilo, los hombres de antaño, instruidos por la doble tabla de la ley de Dios, no me atrevo a hablar de él de otra manera: tiemblo en mi corazón y en mis miembros al pensar cómo él, desde el cielo, gobierna todas las cosas en orden. Acércate con tu pensamiento, hijo mío, pero cuida tu lengua con cuidado y guarda esta doctrina en tu corazón. Arato también habla del mismo tema así: De Zeus comienza el canto, y nunca deja de cantarse su nombre, cuya divinidad llena todas las calles, todos los mercados atestados de hombres, el mar sin límites y todos sus puertos: cuya ayuda necesitan todos los mortales, pues nosotros somos sus descendientes; y amablemente revela al hombre buenos augurios de éxito, lo incita a trabajar con la esperanza de alimento, le dice cuándo la tierra es más adecuada para el buey que pasta, o cuándo para el arado; cuándo las estaciones favorables ordenan plantar el árbol joven y sembrar las diversas semillas".

Creo que se demuestra claramente que todas las cosas están impregnadas por el poder de Dios, y esto lo he representado adecuadamente eliminando el nombre de Zeus que aparece en los poemas, pues es a Dios a quien se dirigen sus pensamientos, y por esa razón lo he expresado así. Por lo tanto, las citas que he presentado no son inapropiadas para las cuestiones que nos ocupan.

Porque todos los filósofos están de acuerdo en que debemos mantener opiniones piadosas acerca de Dios, y a esto especialmente nuestro sistema da una excelente exhortación; y toda la constitución de nuestra ley está ordenada con referencia a la piedad, la justicia, la templanza y todas las demás cosas que son verdaderamente buenas.

Con esto está íntimamente relacionado el que Dios, Creador del mundo entero, nos haya dado también el séptimo día como descanso, porque para todos los hombres la vida está llena de tribulaciones: día que, de hecho, podría naturalmente llamarse el primer nacimiento de la luz, mediante el cual se contemplan todas las cosas.

El mismo pensamiento podría aplicarse metafóricamente al caso de la sabiduría, pues de ella procede toda la luz. Y algunos que pertenecían a la escuela peripatética han dicho que la sabiduría es como un faro, pues si la siguen constantemente los hombres se verán libres de problemas durante toda su vida.

Pero con mayor claridad y belleza dijo uno de nuestros antepasados, Salomón, que existía antes del cielo y de la tierra. Lo cual, en verdad, concuerda con lo dicho anteriormente. Pero lo que la ley afirma claramente, que Dios descansó el séptimo día, no significa, como algunos suponen, que Dios deje de hacer algo en adelante, sino que, después de haber completado el orden de sus obras, las ha dispuesto así para siempre.

Demuestra que en seis días hizo el cielo y la tierra y todas las cosas que hay en ellos, para distinguir los tiempos y predecir el orden en que una cosa viene antes de otra; pues después de disponer su orden, los mantiene así y no los cambia. También ha declarado claramente que el séptimo día está ordenado para nosotros por la ley, para ser un signo de lo que es nuestra séptima facultad, es decir, la razón, por la que tenemos conocimiento de las cosas humanas y divinas.

El término hebreo shabat se interpreta como descanso, y hasta Homero y Hesíodo declaran que lo que han tomado prestado de los libros hebreos, y que es un día sagrado. Sobre Hesíodo, éstas son sus palabras: "El primero, el cuarto y el séptimo día son santos. Y el séptimo día el sol vuelve a brillar intensamente". Y también Homero habla así: "Pronto regresó el séptimo día, un día sagrado. Era el séptimo día, y todo estaba cumplido, y en el séptimo amanecer abandonamos el funesto arroyo del Aqueronte". Con lo cual quiere decir que, después de haber dejado el olvido y el vicio del alma, las cosas que antes escogió se abandonan en el séptimo verdadero, que es la razón, y recibimos el conocimiento de la verdad, como hemos dicho antes.

Lino también habla así: "Todas las cosas se terminan en el séptimo amanecer", y: "Bueno es el séptimo día y el séptimo nacimiento", y: "Entre lo primordial y perfecto está el séptimo", y: "Siete orbes creados en el cielo estrellado brillan en sus cursos a través de años giratorios".

Tales son, pues, las explicaciones de Aristóbulo. Sobre lo que Clemente dijo sobre el mismo tema, lo podéis aprender de lo siguiente.

XIII
La verdad hebrea y la verdad griega, según Clemente de Alejandría

Dice Clemente que "debemos añadir más pruebas y mostrar más claramente el plagio de los griegos respecto de la filosofía bárbara".

En efecto, los estoicos dicen que Dios, como también el alma, es en esencia cuerpo y espíritu. Todo esto lo encontrarás directamente expresado en sus escritos. Porque no quiero que ahora consideres si sus interpretaciones alegóricas, tal como las entrega la verdad gnóstica, muestran una cosa y significan otra, como hábiles luchadores. Pero lo que dicen es que Dios se extiende a través de todo lo que existe, mientras que nosotros lo llamamos simplemente el Creador, y Creador con una palabra.

Pero se extraviaron por lo que se dice en la Sabiduría (que "ella penetra y penetra todas las cosas en virtud de su pureza"), porque no entendieron que esto se dice de la sabiduría que fue creada por Dios. En efecto, tanto los estoicos, como Platón y Pitágoras, e incluso Aristóteles el Peripatético, suponen que la materia es uno de los primeros principios y no suponen un solo principio.

Sepan, pues, que la llamada materia, que según ellos no tiene cualidad ni forma, ha sido descrita anteriormente con más audacia por Platón como no-ser, y que ¿acaso es por saber que la primera causa real y verdadera es una, que habla tan misteriosamente en el Timeo con estas mismas palabras?

Respecto a mi posición, ésta se expresa de la siguiente manera: del primer principio (o principios) de todas las cosas, o de cualquier otra manera que se crea correcto describirlos, no debo hablar en este momento, por ninguna otra razón que esta: que es difícil explicar mis opiniones según nuestra forma actual de discurso.

Además, la expresión hebrea "la tierra era invisible y desordenada" les ha dado a entender a los griegos una esencia material. En efecto, la interposición de la casualidad se le ocurrió a Epicuro por haber entendido mal el lenguaje del siguiente pasaje: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad". A Aristóteles se le ocurrió hacer descender la Providencia sólo hasta la luna, a partir de este Salmo: "Tu misericordia, oh Señor, está en los cielos, y tu verdad llega hasta las nubes". Y esto porque, antes de la venida del Salvador, el significado de los misterios proféticos aún no había sido revelado.

Además, los castigos después de la muerte y el castigo por el fuego fueron sustraídos de nuestra filosofía bárbara, tanto por todas las musas de la poesía como por la filosofía griega. Platón, por ejemplo, en el último libro de la República dice en términos explícitos:

"Entonces ciertos hombres feroces de aspecto ígneo, que estaban allí y entendieron el sonido, agarraron y se llevaron a algunos de ellos por separado. Pero a Aridaeo y al resto los ataron de pies, manos y cabezas, los arrojaron al suelo, los desollaron y los arrastraron por el camino afuera, cardándolos como lana sobre espinas".

En efecto, sus "hombres de fuego" significan ángeles, que capturan a los injustos y los castigan, pues como dice la Escritura: "Él hace a sus ángeles espíritus, y a sus ministros un fuego llameante".

De esto se sigue que el alma es inmortal, pues lo que sufre un castigo o una corrección, al estar en un estado de sensación, debe estar vivo, aunque se diga que sufre. Además, ¿no conoce Platón también los ríos de fuego y las profundidades de la tierra, llamadas por los bárbaros gehena, a las que llama poéticamente tártaro, e introduce el Cocito, el Aqueronte, el Flegetonte y otros nombres similares como lugares de castigo para la instrucción correccional? Y representando, según la Escritura, a los ángeles de los más pequeños que contemplan el rostro de Dios, y también su supervisión extendida a nosotros a través de los ángeles puestos sobre nosotros, no duda en escribir:

"Después de que todas las almas escogieron sus vidas, según su suerte, avanzaron en orden hacia Láquesis, y ella envió con cada una al genio de su elección, para que fuera el guardián de su vida y el cumplidor de su destino elegido".

Tal vez algo de esto también le fue insinuado a Sócrates por su demonio.

Más aún, los filósofos tomaron prestada de Moisés su doctrina de que el mundo fue creado, y Platón dijo expresamente: "¿Acaso el mundo no tuvo principio de creación, o fue creado desde un principio a partir de algún principio? Pues es visible, tangible y tiene un cuerpo".

Además, cuando la Escritura dice que "encontrar al Creador y Padre de este universo es una tarea difícil", no sólo muestra que el mundo ha sido generado, sino también que fue generado a partir de él, como de uno solo, y surgió de la no existencia. Los estoicos también suponen que el mundo ha sido creado.

También el diablo, tan a menudo mencionado por la filosofía bárbara, el príncipe de los demonios, es descrito por Platón, en el libro X de las Leyes, como un alma maligna, con las siguientes palabras:

"Así como un alma dirige y habita todas las cosas que se mueven en todas direcciones, ¿no debemos decir que también dirige el cielo? ¿Y un alma o más? Más, os lo aseguro. No debemos suponer que sean menos de dos, una que haga el bien y la otra que tenga poder para hacer el mal".

De la misma manera escribe también Platón en el Fedro: "Hay otros males, pero con la mayoría de ellos algún demonio ha mezclado un placer inmediato". Y más adelante, en el libro X de las Leyes, expresa directamente el pensamiento del apóstol (que "nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra los poderes espirituales de las huestes en el cielo"), cuando escribe así:

"Ya que hemos convenido entre nosotros en que el cielo está lleno de muchos bienes, y lleno también de males, y de más males que bienes, un conflicto como éste, decimos, es inmortal y requiere una cautela maravillosa".

Además, la filosofía bárbara conoce un mundo inteligible y otro sensible, uno arquetipo y otro imagen de ese bello modelo; y el primero lo atribuye a la unidad, como perceptible sólo al pensamiento, pero el sensible al número seis; pues entre los pitagóricos el seis se llama matrimonio, como número generador. Y en la unidad establece un cielo invisible, una tierra santa y una luz inteligible. Porque dice la Escritura hebrea que "en el principio creó Dios el cielo y la tierra, y la tierra era invisible", para añadir más tarde: "Y dijo Dios: Sea la luz, y fue la luz".

En la creación del mundo sensible, pues, Dios formó un cielo sólido (y lo que es sólido es sensible), una tierra visible y una luz que se ve. ¿No crees que a partir de este pasaje Platón fue llevado a abandonar las ideas de los seres vivos en el mundo inteligible y a crear las formas sensibles según los diversos tipos de ese mundo inteligible?

Con razón, pues, dice Moisés que el cuerpo fue formado de tierra (lo que Platón llama "tabernáculo terrenal"), mas el alma racional fue insuflada por Dios desde lo alto en el rostro del hombre. Por eso dicen los griegos que la facultad gobernante está asentada en esta parte, e interpretan así la entrada accesoria del alma a través de los órganos de los sentidos en el hombre primeramente formado. Por esta razón, dicen los hebreos, el hombre está hecho "a imagen y semejanza de Dios".

Así pues, la imagen de Dios es la Palabra divina y real, el hombre impasible; y una imagen de esa imagen es la mente humana. Pero si admitís otro nombre para la semejanza creciente, la encontraréis llamada en Moisés un seguimiento de Dios: pues dice: "Andad en pos del Señor vuestro Dios, y guardad sus mandamientos". Y todos los virtuosos son, supongo, seguidores y siervos de Dios.

Por eso los estoicos han dicho que el fin de la filosofía es "vivir según la dirección de la naturaleza", mientras que Platón dice que es "llegar a ser como Dios", como mostramos en la segunda Miscelánea. Y Zenón el estoico, habiéndolo recibido de Platón y de la filosofía bárbara, dice que "todos los hombres buenos son amigos entre sí". Incluso Sócrates, en el Fedro, dice que "el destino no ha ordenado que los malos sean amigos de los malos, ni que los buenos dejen de ser amigos de los buenos".

Esto también lo demostró plenamente Sócrates en el Lisis, cuando dijo que "la amistad nunca puede conservarse en medio de la injusticia y la maldad". El extranjero ateniense también dice de manera similar, en boca de Platón:

"Es conducta agradable a Dios, y semejante a él, y tiene un dicho antiguo a su favor, que lo semejante ame a lo semejante si es en medida. Pero las cosas que están más allá de la medida no concuerdan ni con las que están más allá ni con las que están dentro de la medida. Y Dios debe ser para nosotros la medida de todas las cosas".

Luego, más adelante, Platón añade nuevamente: "En efecto, todo hombre bueno es como todo hombre bueno y, por consiguiente, como Dios, es amado tanto por todo hombre bueno como por Dios". Llegado a este punto, me viene a la mente el siguiente pasaje, pues al final del Timeo dice que "uno debe asimilar lo que percibe a lo que es percibido, según su naturaleza original, y al asimilarlos así alcanzar el fin de esa vida que los dioses proponen a los hombres como el mejor tanto para el tiempo presente como para el que ha de seguir". Después de unas cuantas frases, añade Platón en dicha obra que "somos hermanos en cuanto pertenecientes a un solo Dios y a un solo Maestro", en los siguientes términos:

"Porque vosotros en la ciudad sois todos hermanos, como les diremos al contarles la fábula; pero Dios, al formar a tantos de vosotros como son aptos para gobernar, mezcló oro en su composición, por lo que son los más dignos de honra; y para todos los auxiliares, plata, pero hierro y cobre para los labradores y otros operarios".

De ahí, dice, que necesariamente ha sucedido que algunos abrazan y aman las cosas que son objetos de conocimiento, y otros las que son asuntos de opinión. Porque tal vez esté profetizando sobre esa naturaleza elegida que desea el conocimiento; a menos que al asumir tres naturalezas, como algunos supusieron, esté describiendo tres formas de gobierno, la de los judíos, la plata, la de los griegos, la tercera, y la de los cristianos, en quienes se ha infundido el oro real, el Espíritu Santo.

También describe sin saberlo Platón la vida cristiana, al escribir palabra por palabra en el Teeteto:

''Hablemos, pues, de los jefes. ¿Por qué hablar de aquellos que se dedican inútilmente a la filosofía? Supongo que estos jefes no saben ni dónde se encuentra el ágora, ni dónde está el tribunal de justicia, ni la cámara del consejo, ni ninguna otra asamblea pública del estado; y las leyes y los decretos, ya sean leídos o escritos, no los ven ni los oyen. Las luchas de los clubes políticos y de las asambleas para obtener cargos, y las fiestas con las flautistas son cosas que no se les ocurren ni siquiera en sueños. Y lo que ha sucedido bien o mal en la ciudad, o lo que ha sucedido mal a alguien de sus antepasados, es algo que ellos conocen menos que, como dice el proverbio, el número de galones que hay en el mar. En cuanto a todas estas cosas, ni siquiera sabe que no las sabe: pues, de hecho, es sólo su cuerpo el que tiene su lugar y hogar en la ciudad, pero el hombre mismo vuela, como dice Píndaro, "bajo la tierra y sobre el cielo, estudiando las estrellas y escudriñando toda la naturaleza por todos lados".

Respecto a lo dicho por el Salvador ("que vuestro sí sea sí, y vuestro no, no"), debemos comparar esto: "De ninguna manera es correcto para mí admitir una falsedad y suprimir una verdad". Sobre la prohibición de jurar de Cristo, concuerdan estas palabras del libro X de las Leyes: "Que no haya alabanza ni juramento sobre nada".

Para hablar en general, cuando Pitágoras, Sócrates y Platón dicen que escuchan la voz de Dios, mientras contemplan cuidadosamente la constitución del universo como hecho por Dios y mantenido unido sin interrupción, deben haber oído a Moisés decir, al describir la palabra de Dios como un hecho: "Él habló, y se hizo".

También los filósofos, defendiendo la formación del hombre a partir del polvo, proclaman en cada ocasión que el cuerpo es de tierra. De hecho, Homero no duda en ponerlo a la luz de una maldición: "Que todos vosotros os volváis a la tierra y al agua", así como dice Isaías: "Los pisotearán como a lodo".

Calímaco también escribe expresamente: "Fue aquel año en que la tribu alada y los que nadan en el mar o pisan la tierra hablaron como la arcilla que Prometeo llamó a la vida", y "fuiste formado por la mano de Prometeo, y no de otro barro". Hesíodo también dice de Pandora: "El célebre Hefesto ordenó que se mezclara con toda rapidez la tierra y el agua, y se infundiera en ellas la voz y la mente del hombre".

Así como los estoicos definen la naturaleza como "un fuego artístico que procede sistemáticamente a la generación", así también en la Escritura Dios y su Palabra están representados figurativamente por el fuego y la luz. Además, ¿no alude también Homero a la separación del agua de la tierra y al claro descubrimiento de la tierra seca, cuando dice de Tetis y Océano: "¿Hace ya mucho tiempo que se abstuvieron del amor y del lecho conyugal?".

Además, los más eruditos entre los griegos atribuyen a Dios poder en todas las cosas. Así, Epicarmo el Pitagórico dice: "Nada escapa jamás a Dios; conviene que lo sepas; él nos vigila de cerca; nada es imposible para Dios". Y lo mismo hace el poeta lírico: "De la más densa oscuridad de la noche Dios puede invocar la luz más pura, o cubrir con nubes oscuras a voluntad el brillo del día oriental".

Dice el poeta que "el único que puede convertir el día presente en noche es Dios". Y también Arato, en el libro titulado Fenómenos, después de decir que "de Zeus comienza el canto, y nunca deja de cantarse su nombre, cuya divinidad llena todas las calles, todos los mercados atestados de hombres, el mar sin límites y todos sus puertos; cuya ayuda necesitan todos los mortales", añade:

"Nosotros somos linaje suyo, y él revela al hombre buenos augurios de éxito. En el cielo colocó esas luces guía y marcó su curso; y para el año tejió el círculo de las estrellas, para mostrar al hombre qué es lo que mejor conviene a las estaciones, para que todas las cosas puestas en orden puedan crecer. A él siempre primero, a él último invocamos nuestras oraciones. ¡Salve, Padre, salve! Maravilla, alegría y bendición de la humanidad".

Antes de él, Homero, en el relato del escudo hecho por Hefesto, describe la creación del mundo según Moisés, diciendo: "Allí estaban dibujados la tierra, el cielo y el mar, y todos los signos que coronan la bóveda celeste", aludiendo a que Zeus, que se celebra en todos los poemas y composiciones en prosa, eleva nuestro pensamiento hasta Dios.

Además, Demócrito escribe que algunos pocos de la humanidad están en la luz, por así decirlo, "quienes levantan sus manos hacia ese lugar que nosotros los griegos ahora llamamos el aire, y míticamente hablan de todo como Zeus; y él sabe todas las cosas, y da y quita, y es rey de todo". Con un misterio más profundo, el beocio Píndaro, como pitagórico, enseña: "Una raza de hombres y una de dioses, y ambos de una misma madre tomamos nuestro aliento" (es decir, de la materia). Enseña también que el Creador de este mundo es uno, a quien llama "Padre de todos los artífices", es "el mejor y proporciona los medios para avanzar hacia la divinidad según el mérito".

No digo nada acerca de Platón, pues claramente parece en la Epístola a Erasto y Corisco exponer al Padre y al Hijo de alguna manera a partir de las Escrituras hebreas, cuando los exhorta "a invocar con una graciosa seriedad, y con la cultura que es afín a tal seriedad, al Dios que es la causa de todo, y también a invocar al Padre y Señor de Aquel que es gobernante y causa, a quien (dice él) conoceréis, si estudiáis la filosofía correctamente".

También Zeus, en su arenga en el Timeo, llama Padre al Creador, con estas palabras: "Vosotros, dioses e hijos de dioses, de los cuales soy yo Padre y Creador de las obras". De modo que, cuando dice que "alrededor del Rey de todo están todas las cosas, y por él todas existen, y éste es el motivo de todas las cosas bellas, y alrededor de un Segundo están las cosas secundarias, y alrededor de un Tercero las terciarias", no lo entiendo de otro modo sino como si se significara la Santísima Trinidad, pues creo que el Espíritu Santo es el tercero, y el Hijo el segundo, "por quien todas las cosas fueron hechas" según la voluntad del Padre.

El mismo autor, en el libro X de la República, menciona a Er, hijo de Armenio, panfilio de nacimiento y de sobrenombre Zoroastro. Al menos, el propio Zoroastro escribe: "Zoroastro, hijo de Armenio, panfilio de nacimiento, habiendo muerto en la guerra, escribe aquí todas las cosas que, cuando estaba en el Hades, aprendí de los dioses".

Ahora bien, Platón dice que este Zoroastro, cuando fue colocado en la pira funeraria el duodécimo día después de la muerte, volvió a la vida. Tal vez no alude a la resurrección, sino a la circunstancia de que el camino de las almas para su recepción en lo alto es a través de los doce signos del Zodíaco, y el propio Platón dice que su camino de regreso al nacimiento es el mismo.

De esta manera debemos entender también que se decía que los trabajos de Hércules eran doce, después de los cuales el alma obtiene su liberación de este mundo por completo. Tampoco paso por alto a Empédocles, quien menciona la restitución de todas las cosas en un lenguaje meramente físico, diciendo que en algún momento habrá un cambio en la esencia del fuego.

Heráclito de Éfeso es de la opinión más clara, pues sostuvo que hay un mundo eterno y otro que perece, a saber, el mundo en su ordenamiento, que él sabía que no era otra cosa que una cierta condición del primero. Pero que sabía que el mundo, que consiste en todo lo que existe, es eternamente de una cierta cualidad, lo demuestra al decir esto: "El mundo, que es el mismo para todos, no fue hecho por ningún dios ni por ningún hombre, sino que siempre fue, es y será un fuego eterno, encendido a medida y extinguido a medida".

Su doctrina era que el mundo fue creado y perecedero, como lo muestra lo que añade: "Las transmutaciones del fuego son primero mar, y del mar una mitad se convierte en tierra y la otra mitad en relámpago". Porque virtualmente dice que por Dios el Verbo, que administra el universo, el fuego se transforma a través del aire en humedad, la semilla como si fuera el germen del arreglo cósmico; y a esta humedad la llama mar. Y de aquí surgen nuevamente el cielo y la tierra, y todas las cosas que contienen.

Cómo el mundo es devuelto a su esencia primitiva y destruido por el fuego, lo muestra claramente con estas palabras: "El mar se extiende y se mide en la misma proporción que tenía antes de convertirse en tierra". De la misma manera, con respecto a los demás elementos se debe entender lo mismo.

Doctrinas similares a ésta las enseñan también los estoicos más célebres en sus discusiones sobre la conflagración y la reorganización del orden del mundo, y sobre el mundo y el hombre en su propia calidad, y sobre la continuidad de nuestras almas. Por otra parte, Platón, en el libro VII de la República, llamó a nuestro día "oscuridad visible", a la hora de hablar de los gobernantes del mundo de esta oscuridad. Y a la entrada del alma en el cuerpo la llamó sueño y muerte, de la misma manera que Heráclito. ¿Es esto, tal vez, lo que el Espíritu Santo, hablando por David, predijo acerca de nuestro Salvador: "Me acosté y dormí; desperté, porque el Señor me sustentará"? Porque él llama figurativamente no sólo a la resurrección de Cristo un despertar del sueño, sino también al descenso del Señor en la carne un sueño.

Por ejemplo, el mismo Salvador da la exhortación ¡velad!, como si quisiera decir: estudiad para vivir y procurad mantener el alma independiente del cuerpo. También en el ibro X de la República, Platón habla proféticamente del día del Señor con estas palabras: "Cuando los que estaban en el prado habían estado allí siete días, se vieron obligados a levantarse de allí el octavo día y continuar su viaje, y llegaron el cuarto día".

Por prado, pues, debemos entender la esfera fija, como lugar tranquilo y agradable, y morada de los santos. Y por los "siete días", cada movimiento de los siete planetas, y todo el mecanismo eficaz que los acelera hasta su descanso final. El viaje después de pasar por los planetas conduce al cielo. Es decir, al octavo movimiento y octavo día. Y cuando dice que las almas están "cuatro días de viaje", indica su paso por los cuatro elementos.

Además, tanto los griegos como los hebreos reconocen la santidad del séptimo día, por el que se regula el ciclo de todo el mundo de los animales y las plantas. Hesíodo, por ejemplo, habla de él así: "El primero, el cuarto y el séptimo día son santos", y: "El séptimo día el sol vuelve a brillar intensamente". Homero también dice: "Pronto regresó el séptimo, un día sagrado", y: "El séptimo día era santo", y: "Era el séptimo día, y todo estaba cumplido", y: "El séptimo día abandonamos el funesto río de Aqueronte". Además, el poeta Calímaco escribe: "Todas las cosas se consumaron el séptimo día", y otra vez: "Bueno es el séptimo día y el séptimo nacimiento", y: "Entre lo primero y lo perfecto está el séptimo", y también: "Siete orbes creados en el cielo estrellado brillan en sus cursos a través de años giratorios". Las Elegías de Solón también hacen muy divino el séptimo día.

Además, ¿no es la Sagrada Escritura la que dice: "Quitemos de entre nosotros al justo, porque nos es desfavorable"? Porque Platón, casi prediciendo la dispensación de la salvación, habla así en el libro II de la República: "En estas circunstancias el justo será azotado, encadenado, le arrancarán ambos ojos y, después de sufrir toda clase de torturas, será crucificado"?

También Antístenes el Socrático parafrasea esa Escritura profética, cuando dice: "¿A quién me habéis comparado? dice el Señor", o cuando dice que "Dios no es semejante a nadie, por lo que nadie puede llegar a conocerlo a partir de una imagen".

Jenofonte el Ateniense expresa pensamientos similares con estas palabras: "Es manifiesto que Aquel que mueve todas las cosas y que se encuentra en reposo es un Ser grande y poderoso, pero lo que es en la forma es desconocido. Tampoco el sol, que parece brillar sobre todas las cosas, parece dejarse ver; pero si alguien lo mira con descaro, queda privado de la vista". Y eso que la Sibila había dicho antes: "¿Qué ser humano puede jamás contemplar con ojos mortales al Dios inmortal que habita sobre los cielos? ¿O quién de nacimiento mortal puede permanecer de pie y contemplar con ojos inquebrantables los feroces rayos del sol?".

Con razón, pues, añade también Jenófanes de Colofón, cuando enseña que Dios es uno e incorpóreo: "Hay un solo Dios, supremo sobre dioses y hombres, no se parece a los mortales en forma ni en mente", y otra vez: "Los mortales creen con agrado que los dioses nacen, tienen voz, forma y vestimenta como los suyos", y otra vez: "Si el buey y el león tuvieran manos para pintar y modelar obras de arte, como el hombre, el buey daría a su dios una forma parecida a la de un buey, el caballo formaría una figura como la suya, y cada uno deificaría su forma similar".

Escuchemos de nuevo a Baquílides, el poeta lírico, cuando dice acerca de la naturaleza divina: "Ninguna mancha de enfermedad inmunda puede atacarlos, ninguna maldición molestarlos, a diferencia de todo lo que ocurre con el hombre".

Escuchad también a Cleantes el Estoico, que escribió lo siguiente en cierto poema sobre la deidad: "Preguntas qué es el bien? Escúchame, pues. El bien es ordenado, santo, justo, devoto, autogobernado, útil, honorable, correcto, serio, autosuficiente, siempre lleno de ayuda, impasible ante el miedo, la tristeza y el dolor, benéfico, agradable, amigable, seguro, de buena reputación, reconocido y estimado, libre de vanagloria, cuidadoso, gentil, fuerte, deliberado, intachable, hasta el fin".

El mismo autor, acusando tácitamente la idolatría de la multitud, añade esto: "Pobre esclavo es aquel que mira a la opinión, con la esperanza, en verdad, de ganar algún honor de ella". No debemos, pues, pensar ya en la naturaleza divina según la opinión de la multitud, pues, como dice Anfión en Antíope: "Nunca podré creer que secretamente, disfrazado como un malvado bribón, Zeus haya visitado tu lecho en forma humana".

El mismo Sófocles, en un lenguaje sencillo escribe: "La madre de este hombre fue desposada con Zeus, pero no con una lluvia de oro ni disfrazada de cisne emplumado, como cuando él embarazó a la bella Leda, sino completa en forma varonil", para añadir un poco más adelante: "Entonces el adúltero se paró rápidamente en el umbral de la cámara nupcial". Después de lo cual, describe aún más abiertamente la incontinencia de Zeus tal como se representa en la fábula, de la siguiente manera: "Entonces él no tocó el banquete ni el agua lustral, sino que se apresuró a ir al lecho, con el corazón profundamente herido por la lujuria, y allí estuvo desenfrenado toda la noche".

No obstante, Sófocles dejó estas cosas para las locuras de los teatros, pues como dice Heráclito, "los hombres son incapaces de comprender la razón de lo que es justo en cada ocasión, tanto antes de haberlo oído como al oírlo por primera vez".

Melanípides, el poeta lírico, canta así: "Escúchame, oh Padre, deleite del hombre, tú que gobiernas el alma inmortal". Parménides, llamado el Grande por Platón en el Sofista, escribe de la siguiente manera acerca de la deidad: "Muchas son las pruebas que demuestran que Dios no conoce ni nacimiento ni muerte, y es único en su especie, completo e inamovible". Y Hesíodo dice que él es "único Rey y Señor de todos los dioses inmortales, con quien ningún otro puede competir en poder".

Además, la tragedia nos aleja de los ídolos y nos enseña a mirar al cielo. Como dice Hecateo, autor de las Historias, en el pasaje sobre Abraham y los egipcios, Sófocles grita abiertamente en el escenario: "En verdad, hay un solo Dios, y uno solo, que hizo los cielos elevados y la vasta tierra, las olas azules del mar y el poder de los vientos guerreros. Pero nosotros, pobres mortales con el corazón engañado, buscando algún consuelo para nuestras muchas aflicciones, erigimos imágenes de dioses en piedra o bronce, o figuras labradas en oro o marfil; y cuando coronamos su sacrificio y celebramos un gran festival, pensamos que esto era piedad".

También Eurípides dice en su tragedia, y en el mismo escenario: "¿Ves este éter infinito que se extiende en lo alto, abrazando con sus brazos acuáticos toda la tierra? Llama a esto tu Zeus, considera esto tu único Dios". En el drama de Pirítoo, el mismo poeta trágico habla así: "A ti cantamos, tú, el Autoengendrado, a quien toda la naturaleza abraza, y en medio del brillante éter guías, en su carrera eterna, el día y la noche oscura, y regresan para ti la amplia extensión del cielo. Miríadas de estrellas, siempre ardiendo tejen su danza mística a tu alrededor". Como se ve, aquí habla del Creador como del Autoengendrado, y todas las cosas que siguen se clasifican con el cosmos, en el que también están las alternancias de luz y oscuridad.

También Esquilo, hijo de Euforión, habla muy solemnemente de Dios: "Zeus es el éter puro y brillante, Zeus la tierra, el cielo, el universo y todo lo que está arriba". Sé también que Platón añade su testimonio a Heráclito, cuando escribe: "Uno, el único sabio, no quiere ser descrito, y quiere ser llamado Zeus", y "la ley es la obediencia a la voluntad del Uno".

Si quisieras rastrear el significado del dicho "el que tiene oídos para oír, que oiga", lo encontrarás explicado por el Efesio así: "Los que oyen sin entender son como personas sordas: el proverbio testifica de ellos que aunque están presentes, están ausentes".

Pero ¿acaso quieres oír de los griegos una declaración expresa de una causa primera? Timeo de Locria, en su tratado Sobre la Naturaleza, me lo dará testimonio palabra por palabra: "Hay un principio de todas las cosas, que no tiene origen; porque si tuviera un origen, ya no sería un principio, sino que aquello de lo que se originó sería el principio". Esta opinión, que es verdadera, se deriva del pasaje bíblico: "Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno, y sólo a él servirás". Y también de la sibila, cuando dice: "Mirad, Dios es claro para todos, y libre de error".

También Jenócrates el Calcedonio, al nombrar a Zeus "el Superior y el Inferior", admite una indicación de Padre e Hijo. Y lo más extraño de todo es que la deidad parece ser conocida por Homero, quien representa a los dioses como sujetos a las pasiones humanas, pero aun así no gana el respeto de Epicuro. Homero, al menos, dice: "Aquiles, ¿por qué con pies activos persigues, tú mortal, a mí inmortal? ¿No conoces mi divinidad?".

Con ello deja claro Homero que la deidad no puede ser aprehendida por un mortal, ni percibida por los pies, ni por las manos, ni por los ojos, ni por el cuerpo en absoluto. Pues bien, escuchemos la Escritura, cuando dice: "¿A quién habéis comparado al Señor? ¿O a qué semejanza lo habéis comparado?", y también: "¿Es una imagen que hizo un artífice, o un orfebre fundió oro y lo extendió sobre Dios?".

El poeta cómico Epicarmo también, en su República, habla evidentemente de la Palabra (Razón) de esta manera: "El hombre tiene una gran necesidad de razón y de número en los caminos de la vida, porque en ellos está nuestra salvación y por ellos vivimos los mortales". Y luego, añade expresamente: "La razón es la guía del hombre, para gobernarlo y preservarlo en el camino", y: "Los hombres mortales tienen uso de la razón, y la razón es divina. La razón es el don de la naturaleza para la vida y el sustento del hombre. La razón, la asistente divina del hombre, lo guía en todas sus artes. La razón es su única instructora, le enseña lo que es mejor hacer. El arte no es una invención del hombre, sino un don que viene de Dios. La propia razón del hombre es el vástago de esa razón totalmente divina".

El Espíritu Santo había clamado por boca de Isaías: "¿Qué es para mí la multitud de vuestros sacrificios? Pues dice el Señor: Estoy harto de holocaustos de carneros, y en la grasa de los corderos y en la sangre de toros y de machos cabríos no tengo contentamiento", y había añadido poco después: "Lavaos, limpiaos, quitad vuestras iniquidades de vuestras almas". Así que Menandro, el poeta cómico, escribe lo que responde a esto con estas mismas palabras: "Quienquiera que traiga un sacrificio de innumerables toros o cabritos, oh Pánfilo, o algo parecido, que diseñe obras de arte, vestimentas de oro o púrpura, formas que parecen reales, esculpidas en esmeralda o marfil, y espere que con ello pueda ganar el favor de Dios, se equivoca extrañamente y tiene una mente tonta. El deber del hombre es ayudar a su hermano, ni la simple doncella ni la esposa casada traicionar. Ni robar ni asesinar por un sucio afán de lucro. Entonces no codicies, querido amigo, ni un hilo de aguja, porque Dios está siempre cerca para vigilar tus acciones".

Dios mismo habla así por medio de Jeremías: "Yo soy un Dios de cerca, y no un Dios de lejos. ¿Hará el hombre algo en lugares secretos, sin que yo lo vea?". Y Menandro, parafraseando aquella Escritura de "ofreced sacrificios de justicia, y confiad en el Señor", escribe de esta manera: "Entonces, querido amigo, nunca codicies ni siquiera un alfiler que no sea tuyo, pues Dios se deleita en las obras de justicia y tu propia vida te permite enriquecerte arando la tierra y trabajando día y noche. Entonces sé siempre justo y adora a Dios con un corazón tan puro como tu vestidura de fiesta. Y si retumba el trueno, no huyas, mi señor, pues no tienes por qué temer porque no eres consciente de ninguna culpa, pues Dios te está cuidando desde cerca".

Dice la Escritura: "Mientras tú aún hablas, yo diré: Heme aquí". Y Dífilo, el poeta cómico, habla del Juicio de la siguiente manera: "¿Crees tú, entonces, Nicerato, que los muertos, que en esta vida disfrutaron de todo lujo, escapan de Dios y están ocultos a su vista? Hay un ojo de Justicia que todo lo ve, e incluso en el Hades creemos que hay dos caminos del destino, uno para los justos, el otro para los impíos. Si los hombres dicen que la tierra los ocultará a ambos por igual para siempre, ve a robar y hurta, todo lo bueno y lo malo se confunden: no te engañes; en el hades aguarda el juicio, que Dios ejecutará, el Señor de todo, cuyo nombre tan terrible no me atrevo a pronunciar. Dios concede a los pecadores largura de días. Pero si un mortal piensa que día a día puede hacer el mal y escapar de los dioses, en este su malvado pensamiento, aunque la Justicia se retrase con paso lento, al final será atrapado. Todos los que pensáis que no hay Dios, ¡cuidado! Lo hay, lo hay: que el malvado deje de hacer el mal, y así redima el tiempo; de lo contrario, su justo destino le espera al final. recibir".

Con esto, también coincide la tragedia en estas palabras: "Viene un tiempo después, llega un tiempo, cuando el brillante éter dorado derramará su reserva de fuego, hasta que la llama bien alimentada ardan ferozmente todas las cosas en el cielo y la tierra". Y nuevamente poco después añade: "Entonces, cuando toda la creación se haya disuelto, la última ola del mar morirá en la orilla, la tierra pelada y despojada de árboles, el aire ardiente que ninguna cosa alada soportará sobre su pecho; cuando todo esté perdido, todo será restaurado".

Pensamientos similares los encontraremos también expresados en los Poemas Órficos, como sigue: "Dios los esconde a todos, desde su corazón, y con ansioso cuidado los trae a todos a la alegre luz". Y si vivimos una vida justa y santa durante todo el tiempo, felices seremos aquí, y más felices aún después de nuestra partida de aquí, disfrutando de la bienaventuranza no sólo por un tiempo, sino también capacitados para hallar descanso en la eternidad.

Dice la poesía filosófica de Empédocles: "Compartiendo con todos los dioses un mismo hogar, una misma fiesta, y libre de las penas, del trabajo y de la muerte humana". No hay nada tan grande, incluso en la opinión de los griegos, que esté por encima del juicio, ni tan pequeño que esté oculto a él. El mismo Orfeo dice también esto: "Mira la palabra divina, mantente cerca de ella, y guía con ella los pensamientos profundos de tu corazón. Camina sabiamente en el camino; y no mires a nadie excepto al inmortal Creador del mundo". Y acerca de Dios, llamándolo invisible, dice que sólo se dio a conocer a una persona determinada, caldeo de nacimiento, ya hable así de Abraham o de su hijo, con las siguientes palabras: "Salvo uno, un vástago de la raza caldea: porque era experto en marcar el brillante camino del sol, y cómo en un círculo uniforme alrededor de la tierra la esfera estrellada gira sobre su propio eje, y guía su carro sobre el mar y el cielo".

Luego, como parafraseando Empédocles lo dicho por la Escritura ("el cielo es mi trono y la tierra el estrado de mis pies"), añade: "Dios mismo, muy por encima del cielo, inmóvil, se sienta en su trono de oro y planta sus pies sobre la ancha tierra; extiende su mano derecha sobre los confines más lejanos del océano; las colinas eternas tiemblan en lo profundo de su corazón, no pueden soportar su poderoso poder. Y todavía está sobre los cielos solo, y gobierna todo en la tierra. Él es la primera causa, el medio y el fin de todo. No me atrevo a hablar de él de otra manera: tiemblo en el corazón y en los miembros al pensar en cómo él, desde el cielo, gobierna todas las cosas en orden".

Como se ve, aquí ha expuesto Empédocles claramente todas aquellas palabras proféticas: "Quien rasgue el cielo, se apoderará de él un temblor; y de ti se derretirán los montes, como se derrite la cera ante la presencia del fuego", y también lo que dice Isaías: "¿Quién midió el cielo con un palmo y toda la tierra con su puño?".

Además, dice Empédocles: "Señor de los cielos, del hades, de la tierra y del mar, cuyos truenos sacuden la sólida cúpula del Olimpo, a quien huyen temblando los demonios, y a quien todos los dioses temen, y a los hados implacables obedecen. Madre eterna y Padre eterno, cuya ira sacude el marco universal, despierta el viento tempestuoso, todo lo cubre de nubes y rasga con un destello repentino la extensión del cielo. A tu orden las estrellas siguen su curso inmutable. Ante tu trono de fuego se mantienen incansables los ángeles, cuyo único cuidado es cumplir tu amable voluntad para el hombre. Tuya es la primavera recién adornada con brotes purpúreos, tuyo el invierno, cubierto de nubes heladas, y tuyo el otoño con su alegre vendimia".

Más tarde, llamando expresamente a Dios todopoderoso, añade Empédocles: "Ven, entonces, tú, Poder inmortal e inmortal, cuyo nombre sólo los inmortales pueden expresar. Tú eres el más poderoso de los dioses, y tu voluntad es fuerte como el destino. Terrible eres tú, e irresistible en tu poder, Inmortal y coronado con gloria etérea".

Así, pues, con la palabra μητροπάτωρ no sólo indica Empédocles la creación de la nada, sino que quizá dé ocasión a quienes introducen la doctrina de las emisiones a imaginar también una consorte de Dios. Y parafrasea las Escrituras proféticas, sobre todo lo dicho por Amós: "¡He aquí que yo soy el que forma el trueno y crea el viento, cuyas manos fundaron el ejército del cielo!", así como lo dicho por Moisés: "Mirad, mirad que soy yo, y no hay otro dios fuera de mí. Mataré y daré vida; heriré y curaré; y no hay quien se libre de mi mano".

Dice Orfeo que "es Dios quien, para bien de los mortales, trae el mal y la guerra cruel", y tal es también lo dicho por Arquíloco de Paros: "Zeus, Padre Zeus, el reino de los cielos es tuyo, pero las acciones malvadas e impías de los hombres no escapan a tu vista". Tras lo cual, el Orfeo tracio vuelva a cantar para nosotros así: "Extiende su mano derecha sobre los confines más lejanos del océano y planta sus pies sobre la ancha tierra". Estos pensamientos están claramente tomados de aquel pasaje bíblico: "El Señor sacudirá las ciudades habitadas, y tomará en su mano el mundo entero como un nido", y: "El Señor que hizo la tierra con su poder", como dice Jeremías, y "afirmó el mundo con su sabiduría".

Además de esto, Focílides, al llamar a los ángeles demonios, muestra con las siguientes palabras que algunos de ellos son buenos y otros malos, como también se nos ha enseñado que algunos son apóstatas: "Demonios de distinta clase gobiernan a los hombres en distintos momentos; algunos para proteger a la humanidad de males venideros".

Bien, pues, también Filemón, el poeta cómico, extermina la idolatría con estas palabras: "La fortuna no es para nosotros ninguna divinidad, ninguna diosa; sólo se llama fortuna a aquello que por sí mismo le sucede a cada uno por casualidad". También Sófocles el Trágico dice: "Ni siquiera los dioses tienen todas las cosas a su voluntad, salvo Zeus, causa última y primera de todo".

Orfeo también dice que "un poder, un dios, un vasto y llameante cielo, un marco universal, en el que giran todas las cosas que aquí vemos, fuego, agua, tierra". Y también Píndaro, el poeta lírico, estalla en un éxtasis, diciendo expresamente: "¿Qué es, entonces, Dios? El Todo", y otra vez: "Dios, que para los mortales hace todas las cosas, da también gracia al canto", y también: "¿Por qué esperar que la sabiduría supere a tu hermano el hombre? No es bueno que los mortales aquí en la tierra, con mentes de nacimiento humano, examinen los designios de los dioses". Como se ve, ha extraído su pensamiento del pasaje bíblico que dice: "¿Quién conoció la mente del Señor? ¿Quién fue su consejero?".

Además, Hesíodo está de acuerdo con lo dicho anteriormente al escribir lo siguiente: "De los hombres de la tierra, ningún profeta tan inspirado puede conocer la mente de Zeus, el portador de la égida". Con razón, pues, el propio Solón ateniense sigue a Hesíodo cuando escribe: "La mente de los Inmortales es completamente desconocida para los hombres".

Cuando Moisés predijo que la mujer, a causa de la trasgresión, daría a luz hijos con dolor y tristeza, un poeta no poco distinguido escribe: "Nunca, de día, cesarán de trabajar y de sufrir, ni de gemir por la noche, pues tan duros son los cuidados y las angustias que los dioses darán".

Homero demuestra que Dios es justo cuando dice: "El Padre Eterno colgó en lo alto sus balanzas de oro". Y Menandro, el poeta cómico, interpreta la bondad de Dios cuando dice: "Al lado de cada hombre, desde el momento de su nacimiento, hay un genio amistoso, guía místico de la vida. No es un demonio maligno (¡no permitas el pensamiento!), con poder maligno para arruinar tu suerte feliz". Y luego añade "que todo dios es bueno" o, lo que es el significado más verdadero, "que en todas las cosas Dios es bueno".

Esquilo, el poeta trágico, al exponer el poder de Dios, no duda en llamarlo el Altísimo en el siguiente pasaje: "Pon a Dios aparte de los mortales en tu pensamiento, y no pienses que, como tú, él también es carne. Tú no lo conoces: ahora aparece como fuego, como una fuerza poderosa, ahora como agua, ahora como una tormenta oscura. De nuevo, en semejanza de las bestias, como viento, como relámpago, como trueno, como nube o como lluvia. Los mares y las rocas que los rodean, los manantiales, las inundaciones que se agolpan, obedecen a su voluntad soberana. Los pilares de la tierra, el vasto abismo del océano y las cimas de las montañas tiemblan, si los ojos del terrible Maestro los contemplan: tan glorioso es el poder de Dios altísimo". ¿No os parece que está parafraseando aquel pasaje bíblico que dice: "Ante la presencia del Señor tiembla la tierra"?

Además de esto, el profeta principal Apolo se ve obligado, para dar testimonio de la gloria de Dios, a decir de Atenea, cuando los medos marchaban contra Grecia, que ella suplicó y rogó a Zeus por el Ática. El oráculo es el siguiente: "Pallas con muchas palabras y sabios consejos puede orar, pero nunca apaciguar a Zeus Olímpico. Porque él entregará al fuego consumidor los santuarios de muchos dioses, que tal vez ahora estén bañados en sudor helado y tiemblen de miedo", y así sucesivamente.

Tearidas, en su libro Sobre la Naturaleza, escribe: "La primera causa de las cosas que existen, la causa real y verdadera, es una. Porque ésta es en el principio una y sola". Pues como dice Orfeo, "no hay otro, sino el Rey poderoso". Con él coincide de manera muy sentenciosa el poeta cómico Dífilo, cuando dice: "A él no dejéis nunca de honrar y adorar, al Padre de todos y única fuente de todo bien".

Con razón, pues, Platón entrena "a las naturalezas más nobles para alcanzar ese conocimiento que en la primera parte de nuestra discusión declaramos que es el más alto, tanto para discernir el bien como para hacer el gran ascenso". Esto entonces, como parece, "no sería meramente girar una concha de ostra, sino la conversión de un alma que pasa de una especie de oscuridad visible al verdadero camino ascendente del ser, que llamaremos verdadera filosofía". A los que han participado de ella, los juzga Platón como pertenecientes a "la raza de oro", cuando dice: "Sin duda, todos sois hermanos".

Por tanto, instintivamente y sin enseñanza, todas las cosas derivan de todas ellas una concepción del Padre y Creador de todo, las cosas inanimadas por el sufrimiento con la creación animal, y de los seres vivos los que ya son inmortales por trabajar a la luz del día, y de los todavía mortales algunos (lo perciben) con miedo mientras son llevados por su madre en el vientre, pero otros por razonamiento independiente.

De la humanidad, tanto los griegos como los bárbaros tienen todos esta concepción. Y en ninguna parte hay raza de agricultores o pastores, ni siquiera de los habitantes de las ciudades, que puedan vivir sin estar prevenidos por la creencia en ese poder superior. Por lo tanto, todas las naciones del este y todas las que tocan las costas occidentales, también las del norte y todas las del sur, tienen un solo y mismo presentimiento de Aquel que estableció el gobierno del mundo, ya que la más universal de sus operaciones ha penetrado todas las cosas por igual.

Mucho más aún, los filósofos inquisitivos entre los griegos, impulsados por un impulso de la filosofía bárbara, atribuyeron la preeminencia a la única, invisible, más poderosa y más hábil causa principal de todas las cosas más bellas, sin comprender las consecuencias de esto, a menos que fueran instruidos por nosotros, es más, ni siquiera entendieron cómo Dios mismo debe ser concebido naturalmente, sino solo, como hemos dicho ya muchas veces, de una manera verdadera pero indirecta.

Hasta aquí, las explicaciones Clemente. Pero como hemos demostrado con bastante detalle que la filosofía de Platón concuerda en muchos aspectos con las doctrinas de los hebreos (por lo que admiramos la sabiduría de este hombre y su sinceridad también en lo que se refiere a la verdad), es hora de considerar en qué puntos, como decimos, ya no estamos tan favorablemente dispuestos hacia él, sino que preferimos lo que se considera la filosofía bárbara a la suya.

XIV
Sobre las esencias visibles

Los oráculos de los hebreos, que contienen profecías y respuestas de un poder divino superior al del hombre, que proclaman a Dios como su autor y confirman su promesa mediante la predicción de cosas futuras y los resultados correspondientes a las profecías, se dice que están libres de todo pensamiento erróneo. Por ejemplo, "las palabras de Dios son declaradas palabras puras, como plata probada en el fuego, probada en la tierra, purificada siete veces".

Pero no son tales las palabras de Platón, ni tampoco las de ningún otro sabio entre los hombres, quienes con los ojos del pensamiento mortal y con débiles conjeturas y comparaciones, como en un sueño y no despiertos, alcanzaron una noción de la naturaleza de todas las cosas, pero añadieron a la verdad de la naturaleza una gran mezcla de falsedad, de modo que no se puede encontrar en ellas ningún saber libre de error.

Ahora bien, si, por ejemplo, suprimís un poco esta autoadmiración y contempláis la verdadera luz misma con la facultad de la razón, percibiréis que incluso ese admirable filósofo, que es el único de todos los griegos que tocó el umbral de la verdad, deshonra el nombre de los dioses al aplicarlo a materia perecedera y a imágenes talladas por manos mecánicas en forma humana; y después de la elevada altura de su magnilocuencia, en la que sostenía que conocía al Padre y Creador de este universo, es arrojado desde su lugar en lo alto entre los círculos supramundanos, y se hunde con el pueblo común de Atenas en la profundidad más baja de su idolatría detestada por Dios, de modo que no duda en decir que Sócrates había bajado al Pireo para rezar a la diosa y ver a sus conciudadanos celebrar por primera vez su bárbaro festival; reconociendo también que había ordenado la ofrenda de un gallo a Esculapio, y consideraba como un dios al profeta ancestral de los griegos, el demonio que está consagrado en Delfos.

Por eso, con razón, se le puede atribuir la culpa del engaño supersticioso de la multitud no filosófica. Retomemos, por ejemplo, su discurso un poco más atrás, y después de sus «ideas» incorpóreas e imperecederas, y después de un primer Dios y una segunda causa, y después de las esencias inteligentes e inmortales, observemos qué clase de leyes promulgaría el sabio filósofo respecto de la creencia del pueblo llano, diciendo así:

"Hablar de las demás divinidades y conocer su origen está más allá de nuestras posibilidades; pero debemos dar crédito a quienes hablaron en tiempos pasados, quienes, siendo, como decían, descendientes de dioses, tenían, supongo, un conocimiento claro de sus propios antepasados. Es imposible, por tanto, no creer en los hijos de los dioses, aunque hablen sin pruebas ciertas o probables; pero como afirman que están relatando historias familiares, debemos, en obediencia a la ley, creerles".

Según su autoridad, el origen de estos dioses se puede explicar de la siguiente manera: los hijos de la Tierra y el Cielo fueron Océano y Tetis; y sus hijos Forcis, Cronos y Rea, y todos los demás con ellos; y de Cronos y Rea vinieron Zeus y Hera, y todos los que conocemos como sus supuestos hermanos, y aún otros que fueron sus descendientes.

Por estas razones, pues, debemos abandonar al gran filósofo Platón, por haber desvirtuado las fabulosas teogonías de los poetas, no como filósofo ni de manera coherente. Pues tuvisteis la oportunidad de oírle hablar en la República de esta manera:

—En las fábulas mayores discerniremos también las menores, pues debe haber el mismo tipo y la misma tendencia tanto en las mayores como en las menores. ¿No crees así?
—Sí, lo hago, pero ni siquiera entiendo a quién llamas mayor.
—Aquellas que nos contaron Hesíodo, Homero y los otros poetas, pues ellos, supongo, fueron los compositores de cuentos ficticios que contaron y aún cuentan a la humanidad, refiriéndome a las historias que hemos citado un poco más arriba.

Es decir, habrá que rechazar que Zeus, mientras todos los demás dioses y hombres dormían, y él solo estaba despierto, olvidó rápidamente todos los planes que había ideado, por el ardor del deseo, y quedó tan prendado al ver a Hera que ni siquiera quiso esperar a entrar en su cámara, sino que quiso acostarse con ella allí en el suelo como una alondra, y dijo que estaba poseído por una pasión más fuerte que incluso cuando se conocieron por primera vez "sin el conocimiento de sus queridos padres". ¡Tampoco admitiremos la historia de Ares y Afrodita siendo atados por Hefesto para actos del mismo tipo!'

Después de haber contado así estas historias, ¿qué quiere decir en el dicho que viene a continuación, al llamar a los poetas "hijos de los dioses", y afirmar que "es imposible descreer de ellos", aunque protestó que habían inventado las historias ficticias sobre los dioses "sin pruebas necesarias o probables"? ¿Cuál es el sentido de esta creencia irracional, que se plantea por temor al castigo de las leyes? ¿Y cómo pueden ser los primeros dioses Urano y Gea, luego sus descendientes Océano y Tetis, y después de todos estos Cronos, Rea, Zeus y Hera, y todos sus hijos, hermanos y descendientes mencionados en las fábulas de Homero y Hesíodo, cuando Platón refutaba estas mismas historias diciendo: "Debemos reprobar ante todo y, sobre todo, si un hombre miente de manera indecorosa", o lo hace "distorsionando la naturaleza de Dios, como cuando un artista pinta algo que no se parece en nada a las cosas que desea imitar".

Además, ¿cómo se podría hablar de los mismos poetas, que Platón llama "falsos y mentirosos", como descendientes de los dioses? Por estas razones, por tanto, debemos abandonar a Platón, por haber engañado a la democracia ateniense por temor a la muerte, y al mismo tiempo honrar a Moisés y a los oráculos hebreos como si brillaran en todas partes de la única religión verdadera y libre de errores. Veamos, pues, otro punto.

XV
Sobre las esencias inteligibles

Los hebreos dicen que la naturaleza intermedia de los seres racionales es generada y no sin principio. Y en su explicación distinguen esta naturaleza en seres inteligentes a los que llaman espíritus, y poderes, y ángeles y arcángeles servidores de Dios; y de su caída y trasgresión derivan la raza de los demonios y toda la especie de los agentes adversos y malvados.

Por lo cual nos prohíben considerar dioses a quienes no poseen virtud y bondad como inseparables de su naturaleza, sino que han recibido su existencia misma no de sí mismos, sino de la Causa de todo, y además adquieren su bienestar, su virtud y su inmortalidad misma no de la misma manera que Aquel que es Dios sobre todo, o Aquel por quien fueron hechas todas las cosas.

Platón supone que las naturalezas racionales son esencias incorpóreas e inteligibles, se aparta de la coherencia al afirmar que ellas, lo mismo que toda alma, no tienen origen, y se formaron a partir de una efluencia de la causa primera (pues no quiere decir que hayan surgido de la nada). También supone que hay una numerosa raza de dioses (asumiendo ciertas efluencias y emisiones de las causas primera y segunda), y que son buenos por naturaleza y de ninguna manera capaces de apartarse de su propia virtud (por lo que también supone que son dioses), y que la tribu de los demonios es diferente de éstos (pues son capaces de bajeza y maldad, y de cambiar para peor), y que algunos de éstos son buenos y otros malos.

No obstante, mientras Platón hace estas suposiciones (contrarias a las doctrinas hebreas), no explica de qué fuente puede decirse razonablemente que surgieron los demonios.

En efecto, nadie en su sano juicio podría afirmar que surgieron de la materia de los elementos corpóreos, pues esta materia es irracional, pero las cosas racionales nunca pueden nacer de algo irracional, y los demonios son racionales. Pero si estos provienen de una efusión de los dioses mayores, ¿cómo no son ellos mismos dioses, al igual que quienes los han engendrado? Y si la fuente es buena, ¿cómo no son iguales las cosas que fluyen de ella? ¿Y de dónde surgió en estos últimos un brote de maldad, si la raíz proviene originalmente del bien y pasa por el bien? ¿Cómo puede lo amargo provenir de lo dulce?

Si la raza de los demonios malvados es peor que todas las tinieblas y todas las amarguras, ¿cómo puede decirse que proviene de una efusión de la naturaleza de las potencias mejores? Si fuera de esto, no se habría desviado de su destino propio; y si ha cambiado, entonces no era al principio impasible en su naturaleza; y si no lo fue, ¿cómo podrían ser dioses capaces de participar en un destino malo?

Si, por el contrario, no procedían ni de la efluencia de los poderes superiores, ni tampoco de la materia de los elementos corpóreos, debemos decir ahora o bien que no tuvieron origen, y debemos oponer a Dios, además de la materia no originada de los elementos corpóreos, un tercer grupo de seres racionales no originados, con lo que ya no representamos a Dios como el Creador de todo y el Creador del universo, o, si admitimos esto, también debemos admitir que él hizo lo inexistente, según las declaraciones de los hebreos.

¿Qué enseñan éstos sobre este tema? Dicen que la naturaleza intermedia de los seres racionales no surgió de la materia de los elementos corpóreos ni de una efusión de la esencia que no es engendrada y permanece siempre en el mismo modo y relaciones, sino que, al no tener existencia previa, ha llegado a existir por el poder eficaz de la causa de todo.

Por tanto, no son dioses ni se les ha concedido debidamente este título, porque no son iguales en naturaleza a su Creador ni tienen la bondad inseparablemente unida a ellos (como Dios), sino que a veces incluso admiten lo contrario de lo que es bueno por descuido de ese estudio del poder superior que cada uno ha realizado por sí mismo, ya que es por naturaleza dueño de su propio movimiento y propósito.

Hasta aquí, pues, este tema. Pero pasemos ahora a otro.

XVI
Sobre la naturaleza del alma

Platón, aunque estaba de acuerdo con los hebreos al suponer que el alma era inmortal y decir que era semejante a Dios, ya no los sigue cuando dice que su esencia es compuesta, como si implicara una cierta parte de la causa indivisible e inmutable y una parte de la naturaleza divisible perteneciente a los cuerpos. Y si no, escuchemos lo que dice en el Timeo:

"Al alma, como señora que gobierna sobre un sujeto, le dio prioridad y precedencia sobre el cuerpo tanto en origen como en excelencia, y la hizo con los siguientes constituyentes y de la siguiente manera. De la esencia indivisible y siempre inmutable, y de la otra esencia divisible perteneciente a los cuerpos, compuso una tercera especie intermedia de esencia a partir de la naturaleza de lo mismo y de la naturaleza de lo otro, y de esta manera la colocó a medio camino entre la parte indivisible y la parte divisible que pertenece a los cuerpos. Y tomó las tres, tal como estaban ahora, y las mezcló todas juntas en una idea, y como la naturaleza de lo otro era difícil de combinar, la adaptó por la fuerza a lo mismo".

Por eso, naturalmente, Platón ha relacionado la parte pasible con la parte racional de la esencia. Pero, aunque en una ocasión ha dado esta sentencia sobre la esencia del alma, en otra la envuelve en un absurdo diferente y peor, al declarar que la esencia divina y celestial, que es incorpórea y racional y semejante a Dios, y que en virtud de su gran excelencia se eleva por encima de los círculos celestiales, desciende desde lo alto desde las regiones supramundanas sobre asnos, lobos, hormigas y abejas, y nos exige que creamos en esta explicación sin ninguna prueba. Y si no, escuchemos lo que dice en su discurso Sobre el Alma:

"Así continúan vagando hasta que, por el anhelo de esa naturaleza corpórea que todavía los acompaña, son nuevamente encarcelados en un cuerpo; y probablemente son encarcelados en animales de una naturaleza moral tal como los hábitos que ellos mismos pueden haber seguido en vida. Por ejemplo, aquellos que han practicado la glotonería, la lascivia y la embriaguez, y no han tenido buen cuidado, probablemente caen en la clase de los asnos y otras bestias de esa clase. Y aquellos que han preferido un curso de injusticia, tiranía y saqueo, van a las clases de los lobos, los halcones y los milanos: ¿o adónde diríamos, si no, que van esas almas? Pues bien, en cuanto a los demás casos, es evidente qué camino seguirá cada alma, según las afinidades de sus hábitos".

Y si no, escuchemos lo que dice en el Fedro:

"Cada alma no vuelve a alcanzar el mismo estado del que ha salido en diez mil años, pues antes de ese tiempo a nadie le crecen alas, excepto al alma del filósofo inocente o del amante filosófico. Éstos, en el tercer período de mil años, si han elegido esta vida tres veces consecutivas, obtienen sus alas y se van volando en el año tres milésimo. Pero los demás reciben el juicio cuando han terminado su primera vida; y después del juicio algunos van a las casas de corrección bajo la tierra y sufren castigos, y otros, elevados por el juicio a algún lugar en el cielo, viven de una manera digna de la vida que vivieron en forma humana. Pero en el año mil, tanto las almas buenas como las malas llegan a una asignación y elección de su segunda vida, y eligen la que cada uno quiere. Y allí, tanto un alma humana puede pasar a la vida de una bestia, como de una bestia, el que una vez fue un hombre puede volver a ser un hombre".

Y si no, escuchemos lo que dice en la República:

"Vio el alma que en otro tiempo fue la de Orfeo, que eligió la vida de cisne, por odio al sexo femenino, porque había sido asesinado por ellas y no quería ser concebido ni nacido de mujer. Luego vio el alma de Tamiras elegir la vida de ruiseñor. Vio también un cisne que cambiaba y elegía la vida de un hombre, y otros animales músicos de manera similar, como era natural. Y el alma que ganó la vigésima suerte eligió la vida de un león; y fue el alma de Áyax, hijo de Telamón, quien se rehusó a convertirse en hombre porque recordó el juicio sobre las armas".

"El alma de Agamenón, que se encontraba a continuación y que también odiaba a la raza humana a causa de sus sufrimientos, se transformó en una vida de águila. El alma de Atalanta, que se encontraba en la mitad del camino, al observar los grandes honores de un atleta, no pudo pasar sin elegir esa vida. Después de ella, vio el alma de Epeo, el hijo de Panopeo, que se convertía en una artista femenina. A lo lejos, entre los últimos, vio el alma de Tersites, el bufón, que se transformaba en un mono".

"El alma de Odiseo, que por casualidad había obtenido el último lote de todos, se adelantó para elegir; y, curada de la ambición por el recuerdo de sus anteriores problemas, anduvo mucho tiempo buscando la vida de una persona privada libre de negocios, y con dificultad encontró una que estaba en algún lugar abandonado por todos los demás; y cuando la vio, dijo que él habría hecho lo mismo aunque hubiera ganado el primer lote, y así lo eligió gustosamente. De los demás animales, algunos también pasaron a ser hombres y entre sí: los injustos se transformaron en salvajes y los justos en mansos, y formaron toda clase de mezclas".

En estos discursos, es evidente que Platón sigue las doctrinas egipcias, pues su afirmación no es la de los hebreos, puesto que no está de acuerdo con la verdad. Sin embargo, no hay motivo para refutar esto, porque él mismo no intentó el problema a modo de demostración. Pero se puede observar con razón que no es coherente que una misma persona diga que en el momento de la muerte las almas de los impíos que parten de aquí sufren en el hades las penas justas por sus acciones y sufren allí el castigo eterno, y luego afirme que eligen de nuevo su modo de vida aquí según su propia voluntad.

En efecto, dice que los animales se encierran en un cuerpo por el deseo de lo corpóreo; y que algunos de ellos, que han sido criados en el libertinaje y la glotonería, se convierten en asnos y entran en cuerpos de otros animales, escogiéndolos a voluntad y no según el justo merecimiento; y los injustos y rapaces se convierten en lobos y milanos, habiendo entrado en esta naturaleza por su propia voluntad. Luego dice que el alma de Orfeo quiso ser un cisne; y el alma de Tamiras eligió la vida de un ruiseñor, y Tersites la de un mono.

Pero ¿dónde estaría entonces ese juicio después de su partida de aquí? Veámoslo, según el propio Platón describe en el diálogo Sobre el Alma:

"Cuando los muertos llegan al lugar al que cada uno es llevado por su demonio, entonces aquellos que se cree que han vivido una vida ordinaria se dirigen al Aqueronte y, tras embarcarse en los barcos que hay para ellos, llegan en ellos al lago; allí permanecen, y son purgados y castigados por sus crímenes, y así absueltos de cualquier ofensa que cada uno haya cometido; y por sus buenas acciones reciben cada uno recompensas según sus méritos. Pero cualquiera que se considere incurable debido a la gravedad de sus pecados, habiendo perpetrado muchos grandes actos de sacrilegio o muchos asesinatos malvados e ilegales, o cualquier otro crimen de este tipo, ésos, digo, son arrojados por su destino apropiado al Tártaro, de donde nunca salen".

Así describió el destino de los impíos. pero escucha ahora cómo habla de los piadosos: "De esta clase, aquellos que se han purificado completamente mediante la filosofía, vivirán en el futuro completamente libres de problemas y alcanzarán moradas aún más hermosas que las anteriores, lo cual no es fácil de describir ni el tiempo actual es suficiente". es lo que explica más explícitamente en su Gorgias, cuando dice

"El hombre que ha vivido una vida justa y santa, después de la muerte, va a las Islas de los Bienaventurados, y allí mora en perfecta felicidad, fuera del alcance de los males. Pero el que ha vivido una vida injusta e impía va a la prisión de la venganza y el castigo, que llaman Tártaro... y a quienes hayan cometido las peores faltas y a causa de tales crímenes se hayan vuelto incurables, se les hace el ejemplo. Y, siendo incurables, ellos no reciben más beneficio; pero otros sí lo reciben, al verlos por sus grandes pecados soportando los sufrimientos más dolorosos y terribles de todos los tiempos, colgados simplemente como ejemplos allí en la prisión del Hades, un espectáculo y una advertencia para los malvados que están llegando continuamente".

¿Cómo puede esto concordar con lo que se dice acerca del intercambio de cuerpos, que el alma, según dicen, busca y elige? ¿Y cómo puede la misma alma, después de su partida, soportar torturas, cárceles y todos estos castigos para siempre, y por otra parte elegir cualquier modo de vida que quiera? Y si fuera probable que eligiera nuevamente la vida del placer, ¿dónde estaría entonces la prisión de la venganza y el castigo? Con tranquilidad se podría atacar el argumento desde otros mil puntos, sobre los cuales no hay tiempo para extenderse.

Así, pues, se ha detectado el primer error en la opinión de Platón sobre este tema. Pero el segundo desliz en la exposición de su doctrina, en la que estableció que "una parte del alma es divina y racional, y otra parte irracional y pasible", ha sido condenado incluso por sus propios amigos, como se puede aprender de declaraciones del tipo siguiente.

XVII
La naturaleza del alma, según Severo el Platónico

Con respecto al alma, tal como la describe Platón, que según él fue compuesta por Dios de una esencia impasible y otra pasible, como un color intermedio entre el blanco y el negro, esto es lo que tenemos que decir: cuando con el tiempo se produce una separación de ellas, el alma debe desaparecer necesariamente, como la composición del color intermedio, cuando cada uno de sus constituyentes se separa naturalmente con el tiempo en su color propio. Pero si esto es así, demostraremos que el alma es perecedera y no inmortal.

Si se admite esto, que nada en la naturaleza existe sin su opuesto, y que todas las cosas en el mundo han sido dispuestas por Dios a partir de la naturaleza de estos opuestos, habiendo impreso él sobre ellos una amistad y comunión, como de seco con húmedo, y caliente con frío, pesado con ligero, blanco con negro, dulce con amargo, duro con blando, y sobre todas las cualidades de este tipo otra combinación que las incluya a todas, y luego sobre la esencia impasible una combinación con la pasible, y si los elementos combinados y mezclados naturalmente en el tiempo sufren una separación entre sí, y si se ha de asumir que el alma ha sido producida a partir de una esencia impasible y una pasible, entonces, de la misma manera que el color intermedio, así también éste debe desaparecer naturalmente en el tiempo, cuando los elementos opuestos en su composición presionen hacia su naturaleza propia.

¿No vemos, en efecto, que lo que es naturalmente pesado, aunque lo levantemos nosotros o se le añada desde fuera alguna ligereza natural, sigue presionando hacia abajo como antes en su propia dirección natural? ¿Cómo, de la misma manera, lo que es por naturaleza ligero, si es llevado hacia abajo por causas externas similares, sigue presionando hacia arriba como antes? Pues las cosas que se han combinado en una de dos opuestas entre sí no pueden permanecer siempre en el mismo estado, a menos que siempre haya en ellas una tercera clase de sustancia natural.

Pero el alma, en realidad, no es una tercera cosa compuesta de dos opuestos mutuos, sino simple y en su igualdad de naturaleza, impasible e incorpórea: por lo que Platón y su escuela dijeron que era inmortal.

Como es doctrina común a todos que el hombre está hecho de alma y cuerpo, y que los movimientos que se producen en nosotros fuera del cuerpo, ya sean voluntarios o involuntarios, se consideran afecciones del alma, la mayoría de los filósofos, suponiendo que su sustancia es pasible, dicen que es mortal y de naturaleza corpórea, no incorpórea. Pero Platón se vio obligado a entretejer el elemento pasible con su esencia naturalmente impasible. Intentaremos demostrar que no es así, argumentando a partir de lo que Platón y los demás han dicho en particular, y explicando los poderes que actúan en nosotros.

Baste con esto mi cita de Severo el Platónico sobre el alma, y consideremos ahora el siguiente punto con respecto al origen del cielo y las luminarias que hay en él.

XVIII
Sobre el cielo y sus luminarias

Platón está de acuerdo con los hebreos en el relato que da del cielo y sus fenómenos, según el cual se estableció que tuvieron un principio, como habiendo sido hechos por el Autor del universo, y que participan de la sustancia corpórea y perecedera. Pero ya no está de acuerdo con los hebreos cuando promulga una ley para que los hombres los adoren y crean que son dioses, hablando así en el Epinomis:

"¿A quién, pues, oh Megilo y Cleinias, hablo siempre con reverencia como dios? Supongo que al cielo, al que es más justo que nosotros, como a todos los demás, demonios y dioses, honremos y le pidamos especialmente; y que también ha sido el autor de todos los demás beneficios para nosotros, todos los hombres estarían de acuerdo".

Más adelante, en la misma obra añade Platón que:

"De los dioses visibles, que son los más grandes y más honorables, y tienen la vista más aguda en todas las direcciones, los primeros que debemos declarar son la naturaleza de las estrellas, y todas las cosas que percibimos que han sido creadas con ellas; y después de estos y debajo de ellos los demonios en orden, y, como ocupando una tercera e intermedia morada, una raza aérea que actúa como nuestros intérpretes, a quienes debemos honrar mucho con oraciones por el bien de su intervención favorable".

Habiendo declarado que los seres antes mencionados son dioses, da Platón en el Timeo una explicación física de su constitución original, en la siguiente descripción:

"Como el fuego es al aire, así es el aire al agua, y como el aire al agua, así es el agua a la tierra, combinó estos elementos y constituyó un cielo visible y tangible. Y por estas razones y a partir de estos elementos, como he descrito, siendo cuatro en número, el cuerpo del mundo se formó en armonía por la debida proporción, y de ellos adquirió una amistad tal que después de haberse fusionado en sí mismo se volvió indisoluble por cualquier otro excepto el autor de su combinación".

"En el centro puso Dios un alma, que no sólo extendió por todas partes, sino que también la envolvió alrededor del cuerpo por fuera, y así formó un solo y solitario cielo como un círculo que gira en un círculo".

"De acuerdo entonces con la razón y este propósito de Dios para el nacimiento del tiempo, para que el tiempo pudiera comenzar, el sol y la luna, y otras cinco luminarias, que se llaman planetas, han sido creados para definir y preservar los cómputos del tiempo. Después de haber hecho sus diversos cuerpos, Dios los colocó en las órbitas recorridas por la revolución del otro, y los cuerpos unidos entre sí por lazos animados se convirtieron en seres vivientes y aprendieron la ley que les había sido asignada".

También en el libro X de las Leyes da Platón una explicación general sobre cada clase de alma, hablando como sigue:

"Todas las cosas que participan del alma están sujetas al cambio, ya que poseen en sí mismas la causa del cambio. Y cuando han cambiado, siguen su curso en el orden y la ley de su destino: si han realizado sólo pequeños cambios en sus caracteres morales, realizan pequeños cambios de lugar en la superficie de la tierra; pero si han caído con mayor frecuencia y culpabilidad, caen al abismo".

Así pues, si "todas las cosas que participan del alma están sujetas a cambios, ya que poseen en sí mismas la causa del cambio", y si el cielo, el sol y la luna son (según Platón) participantes del alma, entonces también éstos deben cambiar, ya que "poseen en sí mismas la causa del cambio", según su afirmación. ¿Cómo, entonces, dice Platón que son eternos, y por lo tanto dioses, aunque existan en un cuerpo mortal y estén sujetos a disolverse? Al menos, eso es lo que defiende en el Timeo, al decir que:

"Cuando todos los dioses, tanto los que son visibles en sus revoluciones como los que aparecen sólo en la medida que lo desean, fueron creados, el Autor del universo les habló así: Vosotros, dioses e hijos de dioses, de cuyas obras yo soy el Creador y Padre, sois indisolubles salvo por mi voluntad. Por tanto, aunque todo lo que está ligado pueda disolverse, sólo un ser maligno querría disolver lo que está bien compuesto y en condiciones adecuadas. Por tanto, también desde que habéis llegado a la existencia, aunque no sois del todo inmortales ni indisolubles, no obstante no seréis disueltos ni correréis el destino de la muerte, ya que en mi voluntad habéis encontrado un vínculo aún más fuerte y válido que aquellos por los que estabais ligados en el momento de vuestra creación".

Así habla Platón. Con razón, pues, Moisés y los oráculos hebreos prohíben adorar a estos dioses y considerarlos dioses, conduciéndonos sólo hacia el Dios que es rey de todo, y el Creador del sol, la luna, las estrellas, el cielo y el mundo entero, con una palabra divina combinó y armonizó todas las cosas. Y con razón nos ordena con su ley que creamos sólo en él como Dios, y que le atribuyamos el honor de ser adorados sólo a él, diciendo: "No sea que, cuando veas el sol, la luna, todas las estrellas y todo el ejército del cielo, te engañes y los adores".

XIX
El cielo y sus luminarias, según Filón de Alejandría

Este mandato es interpretado y explicado extensamente por Filón, el hombre tan erudito en los asuntos de los hebreos, cuando dice:

"Algunos supusieron que el sol, la luna y las demás luminarias eran dioses de poder absoluto, a quienes atribuían las causas de todas las cosas que se hacen. Pero Moisés pensaba que el mundo fue creado y era el más grande de todos los estados, con gobernantes y súbditos, siendo los gobernantes todos los que están en el cielo, como los planetas y las estrellas fijas, y los súbditos las naturalezas debajo de la luna, en el aire y cerca de la tierra".

"Los gobernantes no eran independientes, sino delegados de un Padre universal, imitando cuya superintendencia lograban gobernar todo lo creado de acuerdo con la justicia y la ley. Pero los que no discernieron a Aquel que se sienta como auriga, atribuyeron las causas de todas las cosas que ocurren en el mundo a quienes están bajo su yugo, como si actuaran independientemente. Pero Moisés cambió su ignorancia en conocimiento, cuando dice así: No sea que, cuando veas el sol y la luna y las estrellas y todo el ejército del cielo, te engañes y los adores".

En efecto, con acierto y nobleza calificó Moisés de engaño la aceptación de los antedichos como dioses, pues vieron que las estaciones del año, en las que se completan las generaciones de animales, plantas y frutos en períodos definidos, están determinadas por el avance y el retroceso del sol; vieron también que la luna, como sierva y sucesora del sol, había asumido durante la noche el cuidado y la supervisión del mismo como el sol durante el día, y que las demás luminarias, de acuerdo con su simpatía hacia las cosas terrestres, trabajaban y realizaban innumerables servicios para la permanencia del todo; y así cayeron en un engaño sin fin al suponer que estos eran los únicos dioses.

Por el contrario, si hubieran estado atentos para caminar por el camino infalible, habrían aprendido de inmediato que, de la misma manera que el sentido es el servidor de la mente, también todos los que pueden ser percibidos por los sentidos son hechos ministros de Aquel a quien sólo la mente puede percibir.

Después de haber trascendido por la razón todo ser visible, pasemos a la dignidad de Aquel que no tiene forma corporal y es invisible, y puede ser aprehendido solo por el pensamiento, que no es sólo el Dios de los mundos tanto del pensamiento como de los sentidos, sino también el Creador de todas las cosas. Pero si alguien asigna el culto del Creador eterno a otro ser más joven y engendrado, que sea anotado como loco y culpable de la mayor impiedad.

Éstas son las enseñanzas verdaderamente genuinas y divinas de la religión hebrea, que hemos preferido a su vana filosofía. ¿Por qué necesito, pues, extenderme más y sacar a la luz los demás errores de Platón, cuando es fácil, por lo que ya se ha dicho, adivinar también qué puntos he pasado por alto?

Sin embargo, no fue para acusarlo que me vi obligado a hablar de estas cosas, ya que, por mi parte, admiro mucho a este hombre y lo estimo como amigo por encima de todos los griegos, y lo honro como a alguien cuyos sentimientos son queridos y afines a los míos, aunque no sean los mismos en todo; pero quería mostrar en qué es inferior su inteligencia en comparación con Moisés y los profetas hebreos.

Sin embargo, a quien esté dispuesto a encontrarle defectos le resultará fácil censurar innumerables puntos, como sus solemnes y sabias normas sobre las mujeres en la República, o sus bellas frases sobre el amor anti-natural en el Fedro. Sin embargo, si deseas escuchar también estos temas, lee sus declaraciones que siguen.

XX
Sobre las mujeres

Muchos puntos de Platón, relacionados con nuestro tema actual, parecerán más ridículos de lo habitual, si se llevan a cabo como se describe.

¿Y qué es lo más ridículo que dice Platón? Por supuesto, que las mujeres practiquen gimnasia desnudas en la palestra junto con los hombres. Y no sólo las jóvenes, sino también las mayores, al igual que los ancianos en los gimnasios (que, aunque están arrugados y no son de aspecto agradable, sin embargo les encanta practicar la gimnasia).

Además de este disparate, dice Platón en el libro VII de las Leyes:

"Será evidentemente necesario, pues, que los niños y las niñas aprendan danza y gimnasia; y habrá maestros de danza para los niños y maestras de danza para las niñas, para que puedan realizar los ejercicios con mayor provecho".

Para ilustrar la máxima, pone Platón un ejemplo: el de su diosa local Atenea. Veámoslo:

"Además, supongo que nuestra reina virgen, que se deleitaba con la práctica de la danza, no creyó conveniente jugar con las manos vacías, sino vestirse con una armadura completa y así realizar la danza: un ejemplo que seguramente tanto los jóvenes como las doncellas deberían imitar por igual".

También promulga Platón una ley que establece que las mujeres también deben ir a la guerra, con los siguientes términos:

"En todas estas escuelas, los profesores de las distintas materias, siendo extranjeros residentes, deberían ser inducidos mediante pagos a dar instrucciones completas sobre la guerra a los que vienen como alumnos, y sobre todo lo relacionado con la música, no sólo a uno que puede venir por deseo de su padre, mientras que otro, sin tal deseo, descuida su educación; sino que, como dice el dicho, todo hombre y niño, en la medida de lo posible, debe recibir educación obligatoria, como algo que pertenece más al Estado que a sus padres. De todas formas, mi ley impondría a las mujeres tanto como a los hombres las mismas reglas, que las mujeres también deberían practicar los mismos ejercicios. Y en cuanto a la equitación o la gimnasia, no tendría ningún temor de hacer esta declaración de que, aunque sería adecuado para los hombres, no sería adecuado para las mujeres".

Un poco más adelante, va desgranando Platón el manejo de las mujeres en las armas:

"Consideremos como gimnasia todos los ejercicios corporales relacionados con la guerra, en el tiro con arco, en el lanzamiento de toda clase de proyectiles, en el uso del blanco, en todo combate con armadura pesada, en las evoluciones tácticas, en toda clase de marchas, campamentos y acampadas, y en todas las instrucciones relativas a la equitación. Porque debe haber maestros públicos de todas estas artes, que reciban un salario del Estado, y sus alumnos, todos los niños y hombres de la ciudad, niñas y mujeres, deben ser expertos en todas estas materias; habiendo practicado siendo niñas toda clase de bailes y combates con armadura pesada, y habiéndose aplicado como mujeres a las evoluciones, a la táctica, a la preparación para el combate y a la toma de armas".

Por supuesto, la doctrina hebrea no se aviene con estas reglas, sino que afirma lo contrario, no atribuyendo el éxito en la guerra ni siquiera a la fuerza de los hombres, y mucho menos a la de las mujeres, sino sólo a Dios y a su ayuda en la batalla. Es lo que dice la Escritura: "Si el Señor no construye la casa, en vano es el trabajo de quienes la construyen. Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia".

Pero observemos cómo el maravilloso filósofo también introduce a las mujeres en las competiciones gimnásticas, hablando así:

"En cuanto a las mujeres, que las muchachas que aún sean jóvenes compitan desnudas en las carreras a pie, en las carreras de doble pista, en las carreras de caballos y en las carreras largas en el mismo hipódromo; pero las de trece años podrán participar hasta su unión en matrimonio, pero no más allá de los veinte ni menos de los dieciocho. Deberán venir a competir en estas carreras vestidas con ropa apropiada. Así pues, que estas sean nuestras reglas para las carreras, tanto para hombres como para mujeres. Pero en cuanto a las pruebas de fuerza, en lugar de luchas y otras competiciones similares que ahora son duras, que haya luchas con armadura, tanto en combates individuales como de dos contra dos".

Un poco más adelante, detalla Platón la vestimenta de la mujer, diciendo:

"Debemos llamar en nuestra ayuda a aquellos que se destacan en la lucha con armadura, y pedirles que nos ayuden a elaborar leyes similares. Y que las mismas leyes se apliquen también a las mujeres hasta el momento del matrimonio".

Después de haber añadido inmediatamente a estas leyes las relativas al entrenamiento de los peltastas y del pancracio, y las del tiro con arco, y las del lanzamiento de piedras con la mano y con la honda, y las relativas a las carreras de caballos, aquí añade de nuevo estas palabras sobre las mujeres:

"No es justo obligar a las mujeres por leyes y ordenanzas a participar en estos concursos. Mas si, simplemente por su anterior entrenamiento, que se ha convertido en hábito, su constitución natural, sin inconvenientes, permite que participen niñas o doncellas, debemos permitirlo y no censurarlas".

XXI
Sobre el amor ilícito

Hasta aquí las leyes de Platón sobre las mujeres. Pero también es suya la siguiente ley extraordinaria, aunque parezca lo contrario:

"Si alguno ha dejado hijas, el juez examinará a los hermanos y a los hijos de los hermanos, primero por el lado de los varones, y después por el de las mujeres, en una misma familia. Y juzgará por examen si es conveniente o no el tiempo para el matrimonio, inspeccionando a los varones desnudos y a las mujeres desnudas hasta el ombligo".

Además, en las fiestas dice Platón que deben bailar todos desnudos, hablando en el libro VI de las Leyes de lo siguiente:

"Para este fin tan serio, por lo tanto, deben realizar sus deportes y bailar juntos, jóvenes y doncellas, tanto viéndose como siendo vistos, dentro de los límites de la razón y de una cierta edad que implique causas adecuadas, y ambos sexos estando desnudos en la medida en que lo permita la modestia sobria de cada uno".

Además de todo esto, oíd también los siguientes pasajes de Platón en la República, donde dice que las mujeres deben ser algo a compartir por los hombres, como ley obligatoria:

—Esta ley, dije, y las otras que la precedieron tienen, supongo, como consecuencia la siguiente ley.
—¿Qué es eso?
—Estas mujeres deben ser todas comunes a todos estos hombres, y ninguna debe vivir con ningún hombre como si fuera suya; y los hijos también deben ser comunes, y ningún padre debe conocer su propia descendencia, ni ningún hijo debe conocer a su padre.

Tras lo cual, va detallando Platón cómo debe ser esa compartición sexual de mujeres, por parte de los hombres:

"Tú, pues, como legislador, escogerás a las mujeres lo mismo que a los hombres y, en la medida de lo posible, asignarás a aquellos que sean de naturaleza similar. Los que tienen casas y comidas en común, y ninguno posee nada de este tipo en forma privada, por supuesto estarán juntos. Al estar mezclados tanto en los gimnasios como en su modo de vida en general, supongo que se verán obligados por la necesidad de la naturaleza a relacionarse. ¿O crees que lo que digo no ocurrirá necesariamente?".

Tal vez alguien explique el sentido de estos pasajes de una manera diferente, y diga que no sugieren lo que sugieren, de modo que no se permita la lascivia a cualquiera que llegue por casualidad, sino que la asignación de ellas entre los hombres está en poder de los magistrados. Porque deben ser comunes de la misma manera que se puede decir que el dinero público es común, siendo distribuido a las personas adecuadas por quienes están encargados de él.

Supongamos, entonces, que esto es así, mas ¿qué diríais al saber que también les manda Platón no sacar a la luz lo que conciben? Y si no, escucha sus propias palabras:

"Para la mujer, será ley que a partir del año veinte engendre hijos para el estado, hasta el año cuarenta".

"Cuando las mujeres hayan pasado la edad de engendrar hijos, las dejaremos libres, para que tengan relaciones sexuales con quien quieran".

"Les ordenaremos estrictamente que no saquen a la luz ningún embrión concebido. Y que si alguno se abriera paso, que se ocuparan de él en el entendimiento de que no había sustento para tal niño".

Tales son las instrucciones de Platón sobre la conducta de las mujeres. Mas en lo que respecta al amor contra-natural (por el cual hace una larga apología), ¡cuán diferentes son sus sentimientos de los de Moisés, quien en leyes expresamente contrarias pronuncia en voz alta la sentencia adecuada contra los sodomitas!

¿Por qué hemos de seguir alegando que este filósofo, después de haber absuelto a tales pecadores, no creyó conveniente imponer la pena de muerte, ordenando en sus Leyes que el esclavo que no haya dado noticia de un tesoro descubierto por otro sea castigado con la muerte? Pero para que no sospechéis de que doy falso testimonio, escuchad también lo que sigue.

XXII
Sobre las leyes vengativas

Dice Platón que, respecto a la propiedad y al hombre que la sustrajo, "que la ciudad la ejecute en obediencia los oráculos del dios". Y que si el informante es un hombre libre, que tenga fama de bondad; y si no informa, que tenga fama de bajeza; y si es un esclavo, que la ciudad puede liberar al informante con todo derecho, pagando su valor a su amo; y si no informa, que sea castigado con la muerte.

Propone también Platón "que se castigue con la muerte no al que ha robado algo prohibido, sino al que no ha denunciado a otro que ha cometido una falta". En el caso contrario, "se declarará libre de culpa al amo que mata a su propio esclavo en un acto de ira". Oigámoslo: "Si mató a un siervo suyo, que se purifique; pero si por ira mató a un siervo ajeno, que pague al dueño el doble por la pérdida".

Escuchemos también este pasaje de las Leyes que Platón promulgó respecto a los asesinos:

"Si alguno mata a un hombre libre con su propia mano, y el hecho ha sido realizado con pasión y sin premeditación, que sufra todos los demás castigos que se consideran justos para quien mata a otro sin ira, pero que sufra el destierro obligatorio durante dos años para corregir su pasión".

"El que haya matado a otro con ira y premeditación, que sufra todos los mismos castigos que el primero. Y si el otro fue desterrado por dos años, que éste sea desterrado por tres, siendo castigado por un período mayor a causa de la violencia de su pasión".

"Si después de regresar del exilio alguno de ellos se deja llevar por la ira y vuelve a cometer la misma ofensa, que sea desterrado y no regrese jamás"..

"Si un padre o una madre, por cólera, matan a un hijo o a una hija a golpes o con cualquier otra violencia, que sufran las mismas purificaciones que los demás y pasen tres años en el destierro. Pero cuando los homicidas hayan regresado del destierro, que la mujer se separe de su marido y el marido de la mujer, y no engendren más hijos juntos".

"Si un hombre, en un ataque de ira, mata a su esposa, o una esposa hace lo mismo con su propio esposo, que ambos se sometan a las mismas purificaciones, pero que continúen tres años en el destierro. Y cuando el autor de tal acto haya regresado, que no tenga comunión en los ritos sagrados con sus hijos, ni se siente jamás a la misma mesa con ellos".

"Si un hermano o una hermana matan a otro hermano o hermana en un ataque de ira, que se decrete que ellos sufran las mismas purificaciones y destierros que se han señalado para los padres y los hijos. Y que nunca tengan el mismo hogar que aquellos a quienes han privado de sus hermanos o de sus hijos, ni participen de sus ritos sagrados".

"Si un hermano mata a su hermano en una lucha de facciones, o de otra manera similar, mientras se defiende de un asalto, quede libre, como si hubiera matado a un enemigo en la guerra. Y de la misma manera, si un ciudadano mata a su conciudadano, o un extranjero a un extranjero. Si un extranjero mata a un ciudadano, o un ciudadano a un extranjero en defensa propia, que quede en la misma posición como si fuera inocente; y de la misma manera si un esclavo mata a un esclavo. Por otro lado, si un esclavo mata a un hombre libre en defensa propia, que quede sujeto a las mismas leyes que el asesino de un padre.

"Quienquiera que, intencional e injustamente mate con su propia mano a cualquiera de sus parientes, que sea excluido de los derechos legales, no profanando ni ágora, ni templos, ni puertos, ni ninguna otra asamblea pública, ya sea que alguien prohíba al autor de estos hechos o no. Y que el hombre que no lo persiga sea excluido del parentesco. En segundo lugar, que sea responsable de la persecución por cualquiera que desee exigir retribución por el fallecido. Y si una mujer ha herido a su marido, o un hombre a su esposa, con la intención de matar, que ambos sufran destierro perpetuo".

Tales son las leyes del filósofo. Mas si comparamos las de Moisés con ellas, oíd qué clase de ordenanzas establece acerca de los casos de homicidio:

"Si alguien hiere a un hombre y éste muere, que muera. Si no lo hizo a propósito, sino que Dios lo entregó en sus manos, yo te daré un lugar donde huirá el homicida. Pero si un hombre incita a su vecino a matarlo con engaño, y huye para refugiarse, lo sacarás de mi altar para matarlo. El que hiere a su padre o a su madre, ciertamente será condenado a muerte. Si dos hombres se injurian mutuamente, y uno hiere a su vecino con una piedra o con el puño, y éste no muere, sino que queda tendido en su cama, si el hombre se levanta de nuevo y camina fuera con su bastón, entonces el que lo hirió quedará libre; sólo pagará su pérdida de tiempo y los honorarios de su médico. Si alguno hiere a su siervo o a su sierva con un palo, y éste muere bajo sus manos, ciertamente será castigado. Pero si vive un día o dos, no será castigado, porque es su dinero. S si alguno hiere el ojo de su siervo o de su sierva, y lo deja ciego por completo, los dejará libres por causa de sus ojos".

Tales son, pues, las leyes de Moisés. Ahora escuchad de nuevo de qué modo y por qué clase de delitos manda Platón que se castigue al esclavo con azotes sin esperanza de perdón:

"Si un hombre quiere recoger la cosecha de las llamadas uvas finas o de los llamados higos finos, si los toma de su propiedad, que los recoja como y cuando quiera; pero si los toma de la propiedad de otros sin haber obtenido permiso, que ese hombre sea castigado siempre, de acuerdo con el principio de no tomar lo que no se ha dejado. Pero si un esclavo toca cualquiera de estas cosas sin haber obtenido permiso del dueño de las granjas, por cada baya de las uvas y por cada higo de la higuera, que sea azotado con un número igual de azotes".

Tales son las disposiciones contra estas ofensas, indignas de la magnanimidad de Platón. Pero cuán nobles y humanas son las de Moisés podéis ver escuchándole hablar de esta manera:

"Cuando entres en la viña de tu prójimo, comerás uvas hasta saciarte, pero no pondrás ninguna en tu cesto".

"Si entras en la mies de tu prójimo y arrancas espigas con tus manos, no meterás la hoz en la mies de tu prójimo".

"Si siegas tu mies en tu campo y olvidas una gavilla en tu campo, no volverás a tomarla: será para el pobre, para el extranjero, para el huérfano y para la viuda, para que el Señor tu Dios te bendiga en toda obra de tus manos".

"Si vendimias tus aceitunas, no volverás a espigar lo que te quede; será para el extranjero, para el huérfano y para la viuda. Y si vendimias las uvas de tu viña, no volverás a espigar lo que te quede; será para el extranjero, para el huérfano y para la viuda".

Ésas son las leyes que se encuentran en Moisés. Las de Platón son bien conocidas, y miles de ellas son irreprochables. Aunque acojamos con mucho gusto todo lo que es noble y excelente en él, dejaremos por mucho tiempo lo que no es de tal carácter.

Como hemos recorrido tanto camino en estas cuestiones, y hemos demostrado por qué no hemos elegido seguir a Platón en filosofía, es hora de completar el resto de nuestra promesa y revisar las otras sectas de la filosofía griega.