EUSEBIO DE CESAREA
Preparación al Evangelio

LIBRO XIV

Habiendo descrito en el libro precedente todo lo que había que decir y oír acerca de la filosofía de Platón y su acuerdo con los oráculos hebreos, por lo que estamos impresionados de él, y por otra parte acerca de su disidencia de ellos, por la cual ningún hombre de buen sentido podría aprobarlo, ahora pasaré a las sectas restantes de aquellos que han sido famosos por la filosofía entre los griegos.

En su caso, volveré a exponer su alejamiento de la verdad ante los ojos de mis lectores. Lo haré no en mi propia persona ni con mi propia autoridad, sino como antes con el testimonio de las mismas palabras de los autores griegos. Y no ciertamente por desagrado hacia ninguno de ellos personalmente, ya que confieso que tengo una gran admiración por ellos, cuando comparo a las personas con el resto de la humanidad como hombres.

I
La filosofía griega y los escritos hebreos

Cuando comparo a los filósofos griegos con los escritores sagrados y profetas de los hebreos, y con Dios, quien a través de ellos ha pronunciado predicciones de cosas futuras y exhibido obras maravillosas (más aún, ha puesto los fundamentos de la instrucción en el conocimiento religioso y las doctrinas verdaderas), no creo que nadie deba con razón culparnos si preferimos a Dios antes que a los hombres, y a la verdad misma antes que a las conjeturas humanas.

Todo esto es lo que he intentado demostrar en la argumentación de esta preparación, como respuesta y defensa a la vez contra quienes pregunten qué belleza o majestad hemos visto en los escritos de los bárbaros, para que hayamos decidido preferirlos a nuestra ancestral y noble filosofía, es decir, la de los griegos. Sin embargo, es hora de que nuestra prueba proceda por vía de los hechos.

II
Sobre los conflictos mutuos entre los filósofos griegos

Creo que debemos empezar antes que nada por los primeros fundamentos de la filosofía entre los griegos, y aprender acerca de los llamados filósofos físicos anteriores al tiempo de Platón, quiénes eran y qué clase de hombres encontró su filosofía como campeones de su sistema; luego debemos pasar a los sucesores de Platón, y aprender también quiénes eran, y examinar sus disputas mutuas, y revisar también las disensiones de las otras sectas, y las oposiciones de sus opiniones, en donde exhibiré a los nobles combatientes como boxeadores intercambiando golpes ansiosamente como en un escenario ante los espectadores.

Observemos, por ejemplo, de una parte, cómo Platón solía burlarse de los primeros filósofos que le precedieron, y cómo otros se burlaban de los amigos y sucesores de Platón; y de nuevo, a su vez, cómo los discípulos de Platón solían criticar las sabias doctrinas del fértil pensamiento de Aristóteles, y cómo los que se jactaban de Aristóteles y de la escuela peripatética solían demostrar que las opiniones de los que preferían la secta opuesta eran tonterías.

Veréis también las inteligentes y precisas doctrinas de la sutileza de los estoicos ridiculizadas a su vez por otros, y a todos los filósofos de todos lados luchando contra sus vecinos, y uniéndose con valentía en la batalla y la lucha, de modo que incluso con las manos y la lengua, o más bien con la pluma y la tinta, levantan fortalezas de guerra unos contra otros, golpeando (por así decirlo) y siendo golpeados por las lanzas y diversas armas de su guerra de palabras.

En esta lucha de atletas, además de los ya mencionados, también participarán en nuestra arena los hombres despojados de toda verdad, que se han levantado en armas contra todos los filósofos dogmáticos por igual; me refiero a los pirronistas, que declararon que en el mundo de los hombres no hay nada comprensible. Y a los que dijeron con Aristipo que los sentimientos eran los únicos objetos de la percepción, y luego a los que con Metrodoro y Protágoras dijeron que sólo debemos creer en las sensaciones del cuerpo.

Frente a éstos, al mismo tiempo, desnudaremos para el combate las escuelas de Jenófanes y Parménides, que se pusieron en el bando opuesto y aniquilaron los sentidos.

No omitiremos tampoco a los campeones del placer, sino que incluiremos también a su jefe Epicuro entre los ya mencionados. Pero contra todos por igual emplearemos sus propias armas para exponer su refutación.

También de todos los llamados físicos, por igual, sacaré a la luz tanto las discrepancias de sus doctrinas como la inutilidad de sus ávidos estudios. Mas no en absoluto como un enemigo de los griegos o de la razón, ni mucho menos, sino para eliminar toda causa de acusación calumniosa de que hemos preferido los oráculos hebreos por haber estado, en verdad, muy poco familiarizados con la cultura helénica.

III
Sobre la armonía religiosa de los escritores hebreos
Sobre las ocurrencias físicas de los griegos

Los hebreos, desde muy antiguo, y desde el mismo origen del hombre, habiendo encontrado la filosofía verdadera y religiosa, la han preservado cuidadosamente inmaculada para las generaciones sucesivas, habiendo recibido de padre a hijo un tesoro de doctrinas verdaderas y guardándolo, de modo que nadie se atrevió a quitar o añadir a lo que había sido determinado de una vez por todas.

Así, tampoco Moisés, que según nuestro discurso anterior fue el más antiguo de todos los griegos, pero el último en el tiempo de todos los antiguos hebreos, pensó jamás en perturbar o cambiar ninguna de las doctrinas sostenidas por sus antepasados sobre teología dogmática, excepto en lo que respecta a fundar para el pueblo bajo su cargo una cierta conducta de vida hacia los demás y un código de leyes para una especie de república moderada.

Ni tampoco los profetas posteriores a él, que florecieron durante incontables períodos de años, se atrevieron jamás a pronunciar una palabra de discordia, ni entre ellos ni contra las opiniones sostenidas por Moisés y los ancianos amados de Dios.

Ni siquiera nuestra escuela cristiana, que tiene su origen en ellos y que con un poder divinamente inspirado ha llenado por igual toda Grecia y los países bárbaros, ha introducido nada que difiera de las doctrinas anteriores; o quizás se debería decir más bien que no sólo en las doctrinas de la teología, sino también en el modo de vida, el cristianismo prescribe el mismo curso que los piadosos hebreos antes de Moisés.

Nuestras doctrinas, entonces, así descritas y atestiguadas por todos los autores, primeros, medios y últimos, con una sola mente y una sola voz, confirman con voto unánime la certeza de lo que es a la vez la verdadera religión y filosofía, y están llenando el mundo entero, y creciendo de nuevo y floreciendo cada día, como si acabaran de establecer su primer florecimiento: y ni las ordenanzas legales, ni los complots hostiles, ni las armas frecuentemente afiladas de los enemigos han exhibido un poder superior a la excelencia de las razones que seguimos.

Pero observemos ahora qué fuerza han demostrado siempre las doctrinas de la filosofía de los griegos, que se vieron sacudidas por aguas poco profundas. En primer lugar, pongamos en batalla a los llamados físicos. Como se dice que éstos florecieron antes de Platón, podemos aprender, por el propio Platón, de qué modo estaban en desacuerdo entre sí, pues expone la enemistad de Protágoras, Heráclito y Empédocles contra Parménides y su escuela.

Protágoras, que había sido discípulo de Demócrito, se ganó la reputación de ateísta. Se dice, al menos, que en su libro Sobre los Dioses utilizó una introducción en la que dice: "En cuanto a los dioses, no sé si existen ni si no existen, ni de qué naturaleza son". Demócrito dijo que "los primeros elementos del universo fueron el vacío y el pleno". Al pleno lo llamó ser y al vacío no-ser. Y también dice que el ser no existe más que el no-ser, y que "las cosas que participan del ser tienen desde la eternidad un movimiento continuo y rápido en el vacío".

Heráclito decía que el fuego era el principio primero de todas las cosas, del que todas proceden y en el que se resuelven. Pues "todas las cosas son cambios, y hay un tiempo determinado para que todas ellas se resuelvan en fuego y para que se produzcan a partir de él".

Estos filósofos decían que todas las cosas están en movimiento, pero Parménides, que era eleático por nacimiento, sostenía la doctrina de que "todo es uno", y ese uno subsiste sin principio ni movimiento, y tiene forma esférica. Meliso, que era discípulo de Parménides, sostenía las mismas opiniones que Parménides. Mas escuchemos ahora lo que Platón relata respecto a estos hombres, en el Teeteto.

IV
Los presocráticos, según Platón

Dice Platón que, por la deriva, y el movimiento y la mezcla de uno con otro, todas las cosas están deviniendo, aunque hablamos de ellas como siendo, no usando un término correcto. ¿Y por qué? Porque nada es nunca, sino que siempre está deviniendo. En este punto, concedamos que, excepto Parménides, todos los sabios en sucesión estuvieron de acuerdo (Protágoras, Heráclito y Empédocles), así como los principales poetas en ambos tipos de poesía (Epicarmo en la comedia y Homero en la tragedia).

No obstante, hay que examinar más de cerca el asunto, como lo exigía el argumento en defensa de Protágoras. Y haciendo sonar esta esencia flotante, observar si da una nota verdadera o falsa. En todo caso, ha habido no pocos conflictos al respecto y no pocos contendientes.

Lejos de ser un tema menor, dicho fue logrando grandes avances en Jonia, siendo los discípulos de Heráclito los que más esforzados en él.

Sobre estas doctrinas heraclíteas, no es posible discutir con los hombres de Éfeso que pretenden ser expertos, como tampoco con los hombres enloquecidos. Porque, en absoluta conformidad con sus escritos, ellos siempre están a la deriva, y en cuanto a detenerse en un argumento y una pregunta, y responder y preguntar tranquilamente a su vez, no tienen ningún poder en absoluto; o mejor dicho, la expresión "ni siquiera nada" es preferible en vista de la ausencia incluso de la más mínima tranquilidad en los hombres. Pero si les haces una pregunta a cualquiera de ellos, extraen como de un carcaj frases oscuras y te disparan, y si intentas obtener una explicación de lo que esto significa, enseguida te encontrarás con otra frase nueva y nunca llegarás a ninguna conclusión en absoluto con ninguno de ellos, ni siquiera ellos entre sí. pero vigilan con sumo cuidado para no dejar que nada se resuelva ni en los argumentos ni en sus propias almas, pensando, supongo, que sería algo estacionario. Con eso están completamente en guerra, y lo expulsan por todas partes con todo su poder.

En general, esas personas no se hacen discípulos unos de otros, sino que crecen por sí mismas, inspiradas cada una por una fuente cualquiera, y pensando una que la otra no sabe nada. De estos hombres, por tanto, nunca se puede sacar una razón, ni voluntaria ni involuntariamente; sino que debemos tomar el asunto en nuestras manos y examinarlo como una proposición matemática.

En cuanto a las proposiciones que hacen, ¿no las hemos recibido de los antiguos, quienes la ocultaron a la multitud en poesía? E incluso la ocultaron a sus sucesores, quienes con su sabiduría superior lo declaran abiertamente, para que incluso sus zapateros puedan escuchar y aprender su sabiduría, y puedan dejar de suponer tontamente que algunas cosas están en reposo y otras en movimiento, y cuando hayan aprendido que todas están en movimiento, puedan honrarlas.

Otros expusieron la doctrina opuesta a ésta, a saber: que "sólo permanece inamovible, cuyo nombre es todo". Es lo que afirman hombres como Meliso y Parménides, quienes sostienen firmemente que todo es uno y se mantiene autónomo, sin tener lugar donde moverse.

¿Cómo vamos a hacer frente a todo esto? Porque, poco a poco, sin darnos cuenta, nos hemos encontrado entre ambos ejércitos y, a menos que podamos defendernos de algún modo y retirarnos, pagaremos el precio, como quienes juegan en una palestra, cuando son atrapados por ambos bandos y arrastrados en direcciones opuestas.

Esto es lo que explica Platón en el Teeteto. Pasando a continuación al Sofista, vuelve a hablar Platón de los filósofos físicos que le precedieron, de la siguiente manera.

Parménides y todos los que se han atrevido a intentar determinar el número y la naturaleza de las cosas existentes nos han hablado en un tono relajado. ¿Cómo? Cada uno me parece que nos cuenta una especie de fábula, como si fuéramos niños. Uno dice que las existencias son tres, y algunas de ellas a veces están en guerra entre sí, y luego se vuelven amigas y muestran matrimonios, nacimientos y crianza de hijos. Otro dice que son dos, húmedas y secas, o calientes y frías, y las hace vivir juntas y las casa. La tribu eleática, comenzando por Jenófanes y aún antes, supone que todas las cosas así llamadas son una, y así continúan con sus fábulas. Ciertas musas jónicas y sicilianas concibieron después que es más seguro combinar ambos principios y decir que el ser es a la vez múltiple y uno, y se mantiene unido por la enemistad y la amistad. Porque siempre está separando y uniéndose, como afirman las musas más valientes. Pero los más débiles relajan la continuidad perpetua de estas condiciones y dicen que, a su vez, el universo es ahora uno y amistoso bajo la influencia de Afrodita, y luego múltiple y en guerra consigo mismo por alguna discordancia.

Sea o no sea que en todo esto alguno de ellos haya dicho la verdad, sería duro y ofensivo encontrar faltas en asuntos tan importantes a hombres famosos de la antigüedad.

Aunque no hayamos hablado de todos aquellos que dan definiciones precisas sobre el ser y el no-ser, baste con esto. Veamos ahora, por tanto, a aquellos que hablan de otro modo, para que podamos ver que, en todos ellos, no es fácil decir qué es el ser que qué es el no-ser. Además, parece que entre ellos hay, por así decirlo, una especie de guerra de gigantes, a través de sus disputas entre sí sobre la naturaleza del ser y arrastrando todas las cosas desde el cielo y desde lo invisible a la tierra, agarrando rocas y robles en sus manos. En efecto, todos ellos se apoderan de todo lo que sea de este tipo, y sostienen con firmeza que el ser pertenece sólo a lo que admite algún tipo de contacto y manipulación, definiendo el cuerpo y el ser como lo mismo. De hecho, si alguien dice que una cosa sin cuerpo tiene ser, lo desprecian por completo y no escuchan nada más.

Los que disputan contra ellos se defienden con mucha cautela desde algún lugar alto en un mundo invisible, sosteniendo que ciertas formas inteligibles e incorpóreas son el verdadero ser. Pero los átomos corpóreos del otro lado, y lo que ellos llaman la verdad, estos los destrozan en pedazos con sus argumentos, y los llaman una especie flotante de devenir en lugar de ser. Entre los dos ejércitos, siempre se libra una poderosa batalla sobre estos temas.

Hasta aquí, pues, ha censurado Platón a los filósofos físicos que le precedieron. Y el tipo de opinión que él mismo quiso introducir sobre las cuestiones en cuestión ya lo hemos expuesto en los libros precedentes, cuando mostramos su acuerdo con las doctrinas hebreas y con la enseñanza de Moisés sobre el ser.

Ahora, pues, examinemos a los sucesores de Platón. Porque se dice que Platón, habiendo establecido su escuela en la Academia, fue el primero en ser llamado académico y el fundador de la llamada filosofía académica. Y que después de Platón, Espeusipo, hijo de Potona (hermana de Platón), le sucedió en la escuela, y luego Jenócrates y después Polemón.

Éstos, se dice, comenzaron desde su propio hogar a deshacer la enseñanza de Platón, distorsionando lo que había sido claro para el maestro introduciendo doctrinas extranjeras, de modo que se podría esperar que el poder de aquellos maravillosos diálogos se extinguiera en poco tiempo, y que la transmisión de las doctrinas llegara a su fin de inmediato con la muerte del fundador.

Habiéndose iniciado desde entonces un conflicto y un cisma a partir de ellos, y sin cesar hasta el momento presente, no hay nadie que se deleite en emular las doctrinas que el Maestro amó, excepto tal vez uno o dos en toda nuestra vida, o algunos otros muy pocos en número, y no del todo libres de falsas sofisterías; ya que incluso los primeros sucesores de Platón han sido culpados por tales tendencias.

El sucesor de Polemón fue Arcesilao, que abandonó las doctrinas de Platón y fundó una especie de academia ajena, llamada Segunda Academia. En efecto, declaró que debemos suspender el juicio sobre todas las cosas, porque todas son incomprensibles y los argumentos de ambos bandos son iguales en fuerza; también afirmó que los sentidos y la razón en general no son dignos de confianza. Solía elogiar esta frase de Hesíodo: "Los dioses han tendido un velo sobre el pensamiento humano". Y también solía intentar introducir algunas novedades paradójicas.

Después de Arcesilao, Carneades y Clitomaco abandonaron la opinión de sus predecesores y se convirtieron en los autores de una Tercera Academia. Algunos añaden también una Cuarta Academia (la de los seguidores de Filón y Cármides), mientras que otros incluso calculan una Quinta Academia (la de los discípulos de Antíoco).

Tales fueron los sucesores de Platón. Y en cuanto a su carácter, tomen y lean las afirmaciones de Numenio el Pitagórico, que ha dejado en el libro I de su obra Rebelión contra Platón, en el siguiente sentido.

V
Los sucesores de Platón, según Numenio de Apamea

Dice Numenio que, en la época de Espeusipo, el hijo de la hermana de Platón, y de Jenócrates, su sucesor, y de Polemón, que sucedió a Jenócrates en la escuela, el carácter de la doctrina siguió siendo casi el mismo en lo que se refería a esa tan alabada suspensión del juicio que todavía no se había introducido, y a algunas otras cosas por casualidad de este tipo. Porque en otros aspectos no se atuvieron a la tradición original, sino que en parte la debilitaron de muchas maneras y en parte la distorsionaron. También dice que, a partir de su época, tarde o temprano se apartaron deliberada o inconscientemente, y en parte por alguna otra causa tal vez distinta de la rivalidad. Escuchémosle:

"Aunque no quiero decir nada despectivo por Jenócrates, sin embargo estoy más ansioso por defender a Platón. De hecho, me duele que no hayan hecho ni tolerado todo lo posible para mantener en todos los aspectos un acuerdo completo con Platón en todos los puntos. Sin embargo, Platón merecía esto de sus manos, porque aunque no era superior a Pitágoras el Grande, tal vez tampoco era inferior a él; y fue por seguirlo de cerca y reverenciarlo que los amigos de Pitágoras se convirtieron en las principales causas de su gran reputación".

Los epicúreos, habiendo observado esto, aunque estaban equivocados, nunca se vio que se opusieran en nada a las doctrinas de Epicuro; sino que al reconocer que sostenían las mismas opiniones que un sabio docto, naturalmente se ganaron por esta razón el título ellos mismos; y entre los epicúreos posteriores fue en su mayor parte una regla fija no expresar nunca ninguna oposición ni entre sí ni a Epicuro sobre ningún punto digno de mención; pero la innovación es para ellos una trasgresión o más bien una impiedad, y es condenada. Y por esta razón nadie se atreve siquiera a diferir, sino que, debido a su constante acuerdo entre ellos, sus doctrinas se mantienen tranquilamente en perfecta paz. Así, la Escuela de Epicuro es como una verdadera república, perfectamente libre de sediciones, con una mente en común y un consentimiento; por lo que fueron, son y aparentemente serán discípulos celosos.

La secta estoica está dividida por facciones que comenzaron con sus fundadores y que aún no han cesado. Se deleitan en refutar a los demás con argumentos airados, de modo que un partido se ha mantenido firme y los otros han cambiado. De modo que sus fundadores son como oligarcas extremos, que al pelearse entre sí han hecho que los que vinieron después censuren libremente tanto a sus predecesores como a los demás, por ser todavía más estoicos un partido que el otro, y especialmente a los que se mostraron más capciosos en los tecnicismos; porque estos fueron los hombres que, superando a los demás en intromisiones y nimiedades, fueron los más rápidos en encontrar faltas.

Mucho antes de éstos, sin embargo, hubo el mismo sentimiento en aquellos que extrajeron sus doctrinas de Sócrates en diferentes direcciones, Aristipo a su manera, y Antístenes en la suya, y en otros lugares los megarenses y eretrianos en sus propios caminos, y otros con ellos. La causa fue que, como Sócrates suponía tres dioses y filosofaba ante ellos en el tono apropiado a cada uno, sus oyentes no lo entendían, sino que pensaban que hablaba todo al azar y según el soplo de la fortuna que en cada momento prevalecía, a veces uno, a veces otro, según soplara el azar.

Platón había sido pitagórico, y sabía que Sócrates, por la misma razón, no tomaba tales dichos de ninguna otra fuente que esa, y sabía lo que estaba diciendo; y así él también envolvió sus temas de una manera que no era ni usual ni fácil de entender; y después de conducirlos a cada uno de la manera que creyó conveniente, y disfrazarlos de manera que fueran medio vistos y medio invisibles, escribió con seguridad, pero él mismo dio ocasión a la disensión posterior y a la distracción de sus doctrinas, no ciertamente por celos ni tampoco por mala voluntad, pero no estoy dispuesto a decir palabras desfavorables de hombres de tiempos anteriores.

Ahora que hemos aprendido esto, deberíamos aplicar nuestro juicio a un punto diferente, y así como propusimos al principio distinguir a Platón de Aristóteles y Zenón, así ahora, separándolo de nuevo de la Academia, si Dios nos ayuda, le admitiremos como un pitagórico en sí mismo. Porque ahora, al ser despedazado con más furia que cualquier Penteo merecía, sufre miembro por miembro, pero de ninguna manera se transforma de su ser completo y se vuelve a transformar.

Como hombre intermedio entre Pitágoras y Sócrates, redujo la severidad del primero a la benevolencia, y el ingenio y el humor del segundo los elevó de la ironía a la dignidad y la gravedad, y al hacer precisamente esta mezcla de Sócrates y Pitágoras se mostró más afable que el uno y más grave que el otro.

Esto, sin embargo, no es en absoluto lo que iba a discutir, ya que mi investigación actual no tiene relación con esto; pero pasaré a lo que tenía previsto, no sea que me desvíen del camino que conduce allí, o de lo contrario parezca probable que huya por completo.

Arcesilao y Zenón se hicieron discípulos de Polemón, porque voy a mencionarlos de nuevo al final. De Zenón recuerdo haber dicho que asistió a Jenócrates y luego a Polemón, y después se convirtió en un cínico en la escuela de Crates. Mas ahora considérese que también tomó algo de Estilpón y de aquellos discursos heracliteanos.

Arcesilao y Zenón, discípulos de Polemón, rivalizaban entre sí. Uno de ellos tomó como aliados en su mutua contienda a Heráclito, a Estilpón y también a Crates, entre los cuales Estilpón lo hizo disputador, Heráclito austero y Crates cínico. El otro, Arcesilao, tiene a Teofrasto, a Crantor el Pianista, a Diodoro y luego a Pirrón, y de éstos Crantor lo hizo persuasivo, Diodoro sofista, y Pirrón versátil y temerario, y nada en absoluto. En concreto, éste era el significado de cierto verso hexámetro que a menudo se le aplicaba en una parodia insultante: "Platón delante, Pirrón detrás y en medio Diodoro".

Timón dice que fue enseñado y equipado por Menedemo en el arte de la disputa, si al menos es de él de quien dice: "Con el plomo de Menedemo bajo el pecho corre velozmente hacia la masa de carne de Pirrón, o hacia la artesanía dialéctica de Diodoro".

Así, entretejiendo los razonamientos y el escepticismo de Pirrón con las sutilezas de Diodoro, que era experto en dialéctica, vistió una especie de parloteo con el lenguaje enérgico de Platón. Y decía y desmentía, y pasaba de un lado a otro, y de un lado a otro, según fuera el caso, retractándose de sus propias palabras, oscuras y contradictorias además, y aventureras, y sin saber nada, como él mismo decía, tan franco como era: y luego, de alguna manera, resultaba como aquellos que sabían, después de haberse exhibido en todo tipo de caracteres por la superficialidad de sus discursos.

VI
Arcesilao y la II Academia, según Numenio de Apamea

Dice Numenio que no había menos incertidumbre acerca de Arcesilao que acerca de Tídides en Homero, cuando no se podía saber de qué lado estaba, si asociado con los troyanos o con los aqueos. Porque aferrarse a un argumento y decir siempre lo mismo no le era posible, ni de hecho pensó que tal proceder fuera digno de un hombre inteligente. Por eso se hizo llamar un "sofista entusiasta, matador de hombres inexpertos en esgrima.

En efecto, con la preparación y el estudio en la engañosa exhibición de sus argumentos solía embrutecer y hacer malabarismos como las Empusas, y no podía saber nada él mismo ni dejar que los demás lo supieran. Sembraba terror y confusión, y al llevarse el premio por sofismas y argumentos engañosos, se regocijaba por su desgracia y se enorgullecía maravillosamente de no saber ni lo que es vil ni lo noble, ni lo que es bueno ni lo que es malo, sino que después de decir lo que le venía a la mente, cambiaba de nuevo y trastornaba su argumento de muchas más maneras de las que lo había construido.

Así, se cortaba y era cortado en pedazos como una hidra, sin distinguir ningún lado del otro y sin tener en cuenta la decencia; sin embargo, agradaba a sus oyentes, quienes mientras escuchaban veían también que era apuesto. Era, por tanto, muy agradable de oír y de ver, después de que se acostumbraron a aceptar de él argumentos que procedían de un rostro y una boca hermosos, además de la amabilidad que brillaba en sus ojos.

Ahora bien, esta descripción no debe tomarse a la ligera, sino que desde el principio tal era su carácter. Porque habiendo tratado en su niñez con Teofrasto, un hombre de disposición dulce y amorosa, Arcesilao siendo hermoso y todavía en la flor de la juventud se ganó el amor de Crantor el académico, y se unió a él. Como no carecía de habilidad natural, dejó que su curso corriera rápido y fácil, y encendido por el amor a la disputa, obtuvo ayuda de Diodoro en esas verosimilitudes elegantes y hábilmente estudiadas. También asistió a la Escuela de Pirrón (pues Pirrón había comenzado en algún lugar de la Escuela de Demócrito), de modo que Arcesilao, equipado con esta fuente, se adhirió, excepto en el nombre, a Pirrón, como alguien que derribaba todas las cosas.

Mnaseas, Filomeno y Timón, los escépticos, lo llaman escéptico, como lo eran ellos mismos, porque también derribó la verdad, la falsedad y la probabilidad.

Por tanto, aunque por sus doctrinas pirrónicas se le hubiera podido llamar pirronista, sin embargo, por respeto a su amada, aceptó que se le llamara académico. Por tanto, era pirronista, salvo de nombre; y académico no lo era, salvo por ser llamado así. No creo, por tanto, lo que afirma Diocles de Cnido en sus Diatribas, que por temor a los seguidores de Teodoro y del sofista Bión (que solían atacar a los filósofos y no rehuían ningún medio para refutarlos), Arcesilao tomó precauciones para evitar problemas, no dando la impresión de sugerir ningún dogma, sino que solía presentar la "suspensión del juicio" como protección, como el jugo negro que arrojan las sepias.

Aquellos que partieron de esta escuela, Arcesilao y Zenón, con tales fuerzas auxiliares de argumentos ayudaban a ambos lados en la guerra, que olvidaron el origen del que habían partido en la Escuela de Polemón, y partiendo, se formaron en orden de ataque. Como dice el dicho, "juntos se precipitaron escudos y lanzas, y el furioso poder de guerreros vestidos de malla. Escudo contra escudo resonó en conflicto, y fuerte se elevó el clamor. Escudo con escudo, yelmo con yelmo, y hombre con hombre". Entonces "se levantaron también gritos y gemidos mezclados de hombres, matando y matando".

Los estoicos fueron los muertos, pues no pudieron golpear a los académicos, porque no pudieron descubrir en qué parte estaban más expuestos a ser derrotados. Pero serían derrotados y su fundamento se tambalearía si no tuvieran principio ni punto de partida para la batalla. Ahora bien, el principio era demostrar que no expresaban los pensamientos de Platón; y su punto de partida se perdía si alteraban la definición relativa a la presentación conceptual eliminando una sola palabra.

No es el momento oportuno para demostrar esto, pero lo mencionaré nuevamente cuando llegue exactamente a este punto. Sin embargo, cuando llegaron a una disputa abierta, no fue que los dos se atacaran entre sí, sino que Arcesilao lo hizo solo contra Zenón. Porque Zenón en su lucha tenía cierta solemnidad y pesadez, no más efectiva que la oratoria de Cefisodoro. Porque este, Cefisodoro, cuando vio a su propio maestro Isócrates atacado por Aristóteles, aunque era ignorante y no conocía a Aristóteles, sin embargo, al percibir que las obras de Platón eran altamente estimadas, supuso que la filosofía de Aristóteles coincidía con la de Platón, y al tratar de hacer la guerra a Aristóteles atacó a Platón, y después de sacar su primera acusación de las ideas, terminó atacando sus otras doctrinas, de las que él mismo no sabía nada, pero adivinó las opiniones recibidas sobre ellas por la forma en que generalmente se describen.

Cefisodoro, en lugar de luchar contra el hombre con el que estaba en guerra, luchó contra aquel contra el que no quería hacer la guerra. Pero si el propio Zenón, después de librarse de Arcesilao, se hubiera abstenido también de hacer la guerra a Platón, habría demostrado ser, a mi juicio, un excelente filósofo, al mantener la paz. Pero si actuó con un conocimiento tal vez de las doctrinas de Arcesilao, aunque ignorando a Platón, a juzgar por lo que escribió contra él, es culpable de adoptar una conducta incoherente, al no golpear a quien conocía, e insultar de la manera más vil y vergonzosa a un hombre al que no tenía derecho a atacar, y tratarlo mucho peor que a un perro.

'Sin embargo, mostró un espíritu elevado en su desprecio por Arcesilao. Ya sea por ignorancia de sus doctrinas, o por temor a los estoicos, desvió "las poderosas fauces de la guerra encarnizada" contra Platón. Pero de las viles y absolutamente desvergonzadas rebeliones de Zenón contra Platón hablaré nuevamente, si puedo sacar tiempo de la filosofía. Sin embargo, espero nunca tener tanto tiempo libre, al menos para este propósito, a menos que sea en el deporte.

Así, pues, cuando Arcesilao vio que Zenón era un rival profesional y que valía la pena vencer, no dudó en intentar refutar los argumentos expuestos por él.

Ahora bien, de los otros puntos sobre los que estaba en guerra con él, tal vez no pueda hablar, o incluso si pudiera, no habría necesidad de mencionarlos ahora; pero como Zenón fue el primer inventor de la siguiente doctrina. Como él, Arcesilao vio que tanto ella como su nombre eran famosos en Atenas (es decir, la presentación conceptual), y empleó todos los recursos contra ella. Pero el otro, al estar en posición más débil, no podía sufrir daño por quedarse callado, por lo que ignoró a Arcesilao, contra quien hubiera tenido mucho que decir, pero no quiso, o mejor dicho, tal vez había alguna otra causa. Como Platón ya no estaba entre los vivos, procedió a luchar con su sombra y trató de acallarlo profiriendo toda clase de bufonadas vulgares, pensando que ni Platón podría defenderse (ni nadie querría vengarlo), y que si Arcesilao quisiera hacerlo, en todo caso, saldría ganando desviando el ataque de Arcesilao de sí mismo. Sabía también que Agatocles de Siracusa había practicado este artificio contra los cartagineses.

Los estoicos lo escuchaban con asombro, pues su musa no era ni siquiera erudita ni productiva de gracias como aquellas con las que Arcesilao los persuadía, derribando este argumento, cortando aquel y haciendo tropezar a otros, y así lograba persuadirlos. Así, cuando aquellos contra quienes argumentaba fueron derrotados y aquellos en cuyo medio hablaba quedaron atónitos, los hombres de entonces se convencieron de que ni las palabras eran nada, ni los sentimientos, ni ninguna obra por pequeña que fuera, y por el contrario, nada habría parecido inútil, excepto lo que así parecía en la opinión de Arcesilao de Pitane. Pero él, como dijimos, no tenía ninguna opinión ni hizo ninguna afirmación más clara que la de que todas esas cosas eran pequeñas frases y espantajos.

VII
Lácides, sucesor de Arcesilao, según Numenio de Apamea

Dice Numenio que hay una historia agradable acerca de Lácides, que deseo contarles. Lácides era bastante tacaño y, en cierto modo, el economista proverbial. Este hombre, que gozaba de tan buena reputación en general, solía abrir su almacén él mismo y cerrarlo él mismo. Y sacaba lo que necesitaba y hacía todo el resto de trabajos similares con sus propias manos, no como si aprobara la autosuficiencia, ni como si estuviera en pobreza o necesitado de sirvientes, porque ciertamente tenía sirvientes como eran; pero la razón es libre de adivinarla.

Sin embargo, voy a seguir contando la bonita historia que prometí. Porque mientras actuaba como su propio mayordomo, pensó que no debía llevar la llave consigo, sino que, después de cerrar la puerta, solía esconderla en un estuche hueco para escribir; y después de cerrarlo con una anilla, solía hacer rodar la anilla por el ojo de la cerradura y dejarla dentro de la casa, de modo que luego, cuando volviera y abriera con la llave, pudiera coger la anilla, cerrar de nuevo la puerta, cerrarla y luego volver a arrojar la anilla dentro por el ojo de la cerradura.

Así que los sirvientes, habiendo descubierto este ingenioso truco, siempre que Lácides salía a pasear o a cualquier otro lugar, también ellos abrían el almacén, y luego, después de comer esto y beber aquello según su deseo, y llevarse otras cosas, hacían este mismo recorrido, cerraban y sellaban, y el anillo lo dejaban caer por el ojo de la cerradura dentro de la casa, riéndose de buena gana de su amo.

Lácides, pues, cuando dejó sus vasijas llenas y las encontró vacías, se quedó perplejo por lo que había ocurrido; y cuando oyó que la doctrina de la incomprensibilidad se enseñaba en la filosofía de Arcesilao, pensó que eso era precisamente lo que estaba ocurriendo en su almacén. Y desde ese principio se dedicó a estudiar con Arcesilao la filosofía de que no podemos ver ni oír nada claro o sonoro; y una vez, habiendo llevado a uno de sus compañeros a la casa, comenzó a discutir con él sobre "la suspensión del juicio" con extraordinaria vehemencia, según parecía, y dijo: "Esto sí que puedo afirmarte como un hecho indiscutible, habiéndolo aprendido de mi propio caso, no de preguntar a ningún otro".

Luego empezó a describir toda la desgracia que le había sucedido en el almacén, de la siguiente manera:

"¿Qué podía decir Zenón ahora, contra la incomprensibilidad que se me manifestó en todos los puntos en circunstancias como ésta? Porque como yo lo cerré con mis propias manos, lo sellé yo mismo y arrojé el anillo dentro, y cuando volví y lo abrí, vi el anillo dentro pero no mis otras pertenencias, ¿cómo puedo dejar de ser justamente incrédulo de todas las cosas? Porque no me atreveré por mi parte a decir que alguien vino y robó las cosas, ya que dentro estaba el anillo".

Entonces su oyente, que era un tipo insolente, después de haber escuchado toda la historia lo mejor que pudo, y como hasta entonces apenas podía contenerse, estalló en una carcajada muy fuerte, y riendo trató de refutar su tonta idea de vez en cuando. A partir de ese momento, Lácides ya no solía arrojar el anillo dentro y dejó de usar como argumento la "incomprensibilidad" de su almacén, sino que comenzó a comprender sus pérdidas y descubrió que había estado filosofando sobre ellas en vano.

Sin embargo, sus sirvientes eran bribones insolentes, y no se los podía atrapar con una sola banda, sino como los esclavos que se ven en las comedias, un Geta o un Daco, que hablaban ruidosamente en la charla dacia. Después de haber escuchado los sofismas de los estoicos, o de haberlos aprendido de alguna otra manera, se aventuraban directamente y solían quitarle el sello, y a veces lo sustituían por otro en su lugar, pero a veces ni siquiera lo hacían, porque pensaban que todo sería incomprensible para él, ya fuera de esta manera o de cualquier otra.

Cuando entraba, examinaba el estuche y, cuando veía que estaba abierto o que, aunque estaba sellado, tenía otro sello, se enojaba mucho. Pero cuando le decían que estaba sellado, porque ellos mismos podían ver su propio sello, comenzaba con una sutil argumentación y demostración. Y cuando se sentían derrotados por su demostración y decían que, si el sello no estaba allí, tal vez él mismo lo había olvidado y no lo había sellado, él decía que sí, que recordaba que él mismo lo había sellado y comenzaba a demostrarlo y a argumentar por todos lados y, pensando que se estaban burlando de él, presentaba violentas quejas contra ellos con muchos juramentos.

Ellos sospecharon de sus ataques, y comenzaron a pensar que se estaba burlando de ellos. Lácides, que era filósofo, había decidido que no podía tener opinión, y por lo tanto tampoco memoria, porque la memoria es una especie de opinión, y hacía poco tiempo que lo habían oído hablar así a sus amigos.

Cuando él derribaba sus intentos y usaba un lenguaje que no era en absoluto académico, ellos iban a la escuela de algún estoico y aprendían de nuevo lo que debían decir, y con esa preparación enfrentaban la sofistería con la sofistería, y se mostraban rivales de la escuela académica en el arte del robo. Entonces él criticaba a los estoicos; pero sus servidores dejaban de lado sus acusaciones alegando incomprensibilidad con no pocas burlas.

Allí se discutían todos los puntos, se argumentaban y se contra-argumentaban, y mientras tanto no quedaba ni una sola cosa, ni vaso, ni nada de lo que se ponía en el vaso, ni ninguna otra cosa que forma parte del mobiliario de una casa.

Lácides, por un tiempo, se quedó desconcertado, viendo que el apoyo de sus propias doctrinas no le servía de nada; y pensando que, si no podía convencerlas, todo lo que tenía se trastornaría, cayó en la perplejidad y comenzó a gritar a sus vecinos y a los dioses: "¡Oh! ¡Ay! ¡Por todos los dioses y por las diosas! y todas las demás afirmaciones ingenuas de los hombres que en casos de desconfianza recurren al lenguaje fuerte; todas estas fueron pronunciadas con fuertes gritos y aserciones".

Al final, como en la casa había una batalla de contradicciones, el amo, sin duda, se puso a jugar al estoico con sus sirvientes, y cuando éstos insistieron en las doctrinas académicas, para no tener más problemas, se convirtió en un constante hospedero, sentado delante de su despensa. Y cuando no pudo hacer nada bueno, empezó a sospechar a dónde iba a parar su filosofía y abrió su mente. "De estas cosas, hijos míos (dijo), hablamos de una manera en nuestras discusiones, pero vivimos de otra".

Esto es lo que cuenta de Lácides. Pero el hombre encontró muchos oyentes, uno de los cuales, Aristipo de Cirene, se distinguió. Pero de todos sus discípulos, su sucesor en la Escuela fue Evandro y los que vinieron después de él.

Después de esto, Carnéades se hizo cargo de la enseñanza y fundó una Tercera Academia. En la argumentación empleaba el mismo método que Arcesilao, pues como él, también practicaba el modo de atacar a ambos lados y solía refutar todos los argumentos utilizados por los otros; pero sólo en el principio de la "suspensión del juicio" se diferenciaba de él, diciendo que era imposible para un hombre mortal suspender el juicio sobre todas las cosas, y que había una diferencia entre incierto e incomprensible, y que aunque todas las cosas eran incomprensibles, no todas eran inciertas. Pero este Carnéades también conocía las doctrinas estoicas y por su oposición contenciosa a ellas se hizo más famoso, al apuntar no a la verdad, sino a lo que parecía plausible a la multitud, por lo que también causó mucho disgusto a los estoicos. Así, Numenio escribe sobre él lo siguiente.

VIII
Carneades y la III Academia, según Numenio de Apamea 

Dice Numenio que Carneades, habiendo sido elegido sucesor en el liderazgo, hizo caso omiso del maestro cuyas doctrinas debía defender, tanto las que eran inatacables como las que habían sido atacadas, y remitiendo todo a Arcesilao, ya fuera bueno o malo, renovó la batalla después de un largo intervalo.

Este hombre presentaba y recogía, y reunía para la batalla contradicciones y giros sutiles de varias maneras, y estaba lleno tanto de negaciones como de afirmaciones, y contradicciones de ambos lados: y si alguna vez había necesidad de declaraciones maravillosas, se levantaba tan violento como un río en inundación, desbordando con su rápida corriente todo lo de un lado y de aquel, y caía sobre sus oyentes y los arrastraba con él en un tumulto.

Así pues, aunque barrió a todos los demás, él mismo permaneció infalible, una ventaja de la que no disfrutó Arcesilao. Pues mientras solía convencer a sus frenéticos compañeros con su charlatanería, no era consciente de haberse engañado primero a sí mismo en esto: que no se había dejado guiar por la sensación, sino que estaba convencido de la verdad de su razonamiento en el derrocamiento de todas las cosas a la vez.

Carnéades, después de Arcesilao, debió haber sido malvado sobre malvado, ya que no hizo ni la más pequeña concesión, a menos que sus oponentes probablemente quedaran desconcertados por ello, de acuerdo con lo que él llamaba sus representaciones positivas y negativas de la probabilidad, de que esta cosa individual era un animal o no era un animal.

Así, después de una concesión como ésta, al igual que las fieras que retroceden se lanzan con más violencia contra las puntas de las lanzas, él también, después de ceder, lanzaba un ataque más poderoso. Y cuando se mantenía firme y tenía éxito, inmediatamente desestimaba voluntariamente su opinión anterior y no hacía mención de ella. Pues, si bien admitiera que en todas las cosas hay verdad y falsedad, como si estuviera cooperando en el método de investigación, daría un dominio como un hábil luchador y, de ese modo, obtendría la ventaja. Pues, después de admitir cada lado según el giro de la balanza en la probabilidad, dijo que ninguno de los dos se comprendía con certeza.

Era, en efecto, un pirata, y un mago más hábil que Arcesilao, pues junto con algo verdadero tomaba una falsedad similar y, junto con una presentación conceptual, un concepto similar, y, después de pesarlos hasta que la balanza estuviera equilibrada, no admitía ni la existencia de la verdad ni la de la falsedad, o ni más de una que de otra, o más sólo por probabilidad. Así, los sueños seguían a los sueños, porque las representaciones falsas eran como las verdaderas, como pasar de un huevo de cera a un huevo real.

Los malos resultados fueron, por tanto, más numerosos. Sin embargo, Carneades fascinó y esclavizó las almas de los hombres. Como estafador inadvertido y pirata abierto, podía conquistar, ya sea por astucia o por la fuerza, incluso a aquellos que estaban muy bien equipados. De hecho, toda opinión de Carneades resultó victoriosa, y nunca ninguna otra, ya que aquellos con quienes estaba en guerra eran menos poderosos como oradores.

Antípatro, por ejemplo, que era contemporáneo suyo, tenía la intención de escribir algo en rivalidad; sin embargo, frente a los argumentos que Carneades seguía esparciendo día tras día, nunca lo hizo público, ni en las escuelas ni en los paseos públicos, ni siquiera habló ni pronunció un sonido, ni nadie jamás oyó de él una sola sílaba. Pero siguió amenazando con respuestas escritas, y escondido en un rincón escribió libros que legó a la posteridad, que ahora son impotentes, y fueron más impotentes entonces contra un hombre como Carneades, que se mostró eminentemente grande, y fue considerado como tal por los hombres de ese tiempo.

Sin embargo, aunque por sus celos hacia los estoicos provocaba confusión en público, él mismo, en secreto, concordaba con sus propios amigos, hablaba con franqueza y afirmaba lo mismo que cualquier otra persona común.

Mentor fue discípulo de Carneades al principio, pero no su sucesor. Mientras aún vivía, Carneades lo encontró familiarizado con su amante, y no sólo por una presentación probable, ni como un incomprensible, sino creyendo plenamente en sus propios ojos y, con una comprensión clara, lo rechazó de su escuela. Así que se fue y se convirtió en su oponente en sofistería y su rival en arte, refutando la "incomprensibilidad" que enseñaba en sus discursos.'

Carneades, que enseñaba una filosofía contradictoria, solía enorgullecerse de sus falsedades y ocultar las verdades bajo ellas. Así, usaba sus falsedades como cortinas y, ocultándose en ellas, decía la verdad de una manera un tanto pícara. Así, sufría del mismo defecto que las judías, de las cuales las vacías flotan en el agua y suben más alto, mientras que las buenas yacen debajo y no se ven.

Esto es lo que se dice de Carneades. Mientras tanto, en la Academia se designó a Clítomaco como su sucesor, y después a Filón, de quien Numenio hace mención en los siguientes términos.

IX
Clitomaco y Filón, sucesores de Carneades, según Numenio de Apamea

Dice Numenio que Filón, al ingresar por primera vez en la Academia, estaba fuera de sí de alegría y, a modo de agradecimiento, solía adorar y ensalzar las doctrinas de Clitomaco, y los estoicos.

A medida que transcurría el tiempo y su Doctrina de la Suspensión iba pasando de moda por la familiaridad, él no era en absoluto coherente en sus pensamientos consigo mismo, sino que empezó a convertirse por la clara evidencia y el reconocimiento de sus desgracias. Por lo tanto, como ya tenía mucha claridad de percepción, estaba muy deseoso, puedes estar seguro, de encontrar a alguien que lo refutara, para que no pareciera que le daba la espalda y huía por su propia cuenta.

Un discípulo de Filón fue Antíoco, quien fundó una Academia diferente. Anteriormente, había asistido a la Escuela de Mnesarco el Estoico, y adoptó opiniones contrarias a las de su maestro Filón, y fijó innumerables doctrinas extrañas en la Academia.

Estas anécdotas y miles de otras semejantes se cuentan de los sucesores de Platón. Sin embargo, es hora de retomar nuestro tema y examinar las opiniones, igualmente falsas y contradictorias, de los filósofos físicos, hombres que vagaron por la vasta tierra y que dieron el máximo valor al descubrimiento de la verdad, que conocieron las opiniones de todos los antiguos y estudiaron cuidadosamente la naturaleza exacta de la teología que existía entre todos, fenicios, egipcios y los mismos griegos, en tiempos muy anteriores. Vale la pena, pues, escuchar de ellos mismos qué fruto obtuvieron de sus trabajos, para que podamos saber si alguna noción digna de Dios les había llegado de los hombres de una época anterior.

En efecto, la superstición del politeísmo ya había prevalecido desde la antigüedad entre las naciones. Mas en todas partes, tanto en las ciudades como en los campos, se conservaban santuarios, templos y misterios de los dioses. Por tanto, no había necesidad de ninguna filosofía humana, si en verdad el conocimiento de las cosas divinas había ocupado el terreno; ni tampoco había necesidad de que los sabios inventaran novedades, si en verdad las doctrinas de sus antepasados eran correctas, ni había motivo para facciones y disensiones entre los filósofos nobles, si la opinión ancestral sobre sus dioses había sido probada y demostrada como concorde y verdadera.

¿Y qué necesidad había de guerrear y luchar entre sí, o de correr y vagar de un lado a otro del largo camino y hurtar el saber de los bárbaros, cuando deberían haberse quedado en casa y aprender todo de los dioses, si es que había dioses, o de aprender de los escritores sobre religión las afirmaciones verdaderas e infalibles de las materias investigadas en la filosofía, sobre las cuales gastaron infinitos esfuerzos y disputas, pero quedaron muy lejos de descubrir la verdad?

¿Por qué habrían tenido que aventurarse a hacer nuevas investigaciones sobre los dioses o a pelearse y golpearse unos a otros, si en verdad un descubrimiento seguro y confiable de los dioses y un verdadero conocimiento de la religión estaban contenidos en los ritos sagrados y misterios y en el resto de la teología de las razas más antiguas, cuando podrían haber cultivado esa misma religión sin perturbaciones y en armonioso acuerdo? Mas si se descubriera que estos hombres no habían aprendido ninguna verdad acerca de Dios de sus predecesores, sino que se habían dedicado al examen de la naturaleza por sus propios medios y habían usado conjeturas en lugar de concepciones claras, ¿por qué deberían seguir negándose a reconocer que la antigua teología de las naciones no ofrecía nada más allá del relato que se ha presentado en los libros que preceden a este?

Ahora bien, que la filosofía de los griegos era producto de conjeturas humanas y de muchas disputas y errores, pero no de ninguna concepción exacta, puedes aprender de la Epístola a Anebo de Porfirio, cuando lo oyes reconocer este mismo hecho con estas palabras.

X
Las conjeturas, logomaquias y errores filosóficos, según Porfirio de Tiro

Nos ofrece Porfirio una investigación acerca de los dioses y los buenos demonios y las doctrinas filosóficas relacionadas con ellos, temas sobre los cuales también han dicho mucho los filósofos griegos, aunque la mayor parte de sus afirmaciones tienen solo conjeturas como base de su credibilidad. Oigámoslo:

"Entre nosotros hay mucha controversia verbal, pues derivamos la noción de lo bueno por conjeturas a partir de razonamientos humanos; y quienes han formado planes de comunicación con la naturaleza superior, han ejercitado su sabiduría en vano, si esta rama del tema ha sido desestimada en la investigación".

Además, en lo que escribió contra Boecio, que fue Sobre el Alma, el mismo autor hace por escrito la siguiente confesión:

"La evidencia de nuestros pensamientos y la de la historia establecen incuestionablemente la inmortalidad del alma; pero los argumentos presentados por los filósofos para demostrarla parecen fácilmente derribados por los ingeniosos argumentos de los Erísticos sobre cada tema. En efecto, ¿qué argumento en filosofía no podría ser discutido por hombres de opinión diferente, cuando algunos de ellos creyeron conveniente suspender el juicio incluso sobre asuntos que parecían ser manifiestos?".

También en la obra que tituló Filosofía de los Oráculos, reconoce Porfirio expresamente que los griegos han estado en error, y llama a su propio dios como testigo, diciendo que incluso Apolo había proclamado esto por oráculos, y había testificado el descubrimiento de la verdad por los bárbaros más bien que por los griegos, y además incluso había mencionado a los hebreos en el testimonio que dio. De hecho, después de citar el oráculo, inmediatamente hizo uso de estas palabras finales:

"¿Has oído cuántos esfuerzos se han hecho para que un hombre pueda ofrecer los sacrificios de purificación del cuerpo, por no hablar de encontrar la salvación del alma? Porque el camino hacia los dioses está cerrado con bronce, es empinado y áspero, y en él los bárbaros encontraron muchos senderos, pero los griegos se extraviaron, mientras que los que ya lo tenían incluso lo arruinaron; pero el descubrimiento fue atribuido por el testimonio del dios a los egipcios, fenicios y caldeos (pues estos son asirios), a los lidios y a los hebreos".

Ésta es la declaración del filósofo Porfirio, puesto en boca de su dios Apolo. ¿Es justo, entonces, que después de esto se nos censure, porque en verdad abandonamos a los griegos que se habían extraviado y elegimos las doctrinas de los hebreos, quienes habían recibido tal testimonio para comprender la verdad? ¿Y qué podemos esperar de los filósofos? ¿O qué esperanza hay de que nos ayuden, si sus afirmaciones, en su mayor parte, derivan los primeros principios de su prueba de conjeturas y probabilidades? ¿Y qué beneficio tiene la disputa, si, en verdad, todos los argumentos de los filósofos son fácilmente derribados, debido al uso sofista del lenguaje en todos los temas? Porque estas afirmaciones no las escuchamos de nosotros, sino de ellos mismos.

Por lo cual me parece que no sin razón, sino con razón y con juicio bien probado, hemos despreciado enseñanzas de tal carácter y hemos acogido las doctrinas de los hebreos, no porque hayan recibido testimonio del demonio, sino porque se muestra que participan de la excelencia y el poder de la inspiración divina.

Pero para que podáis conocer con hechos reales las disputas de los maravillosos filósofos y sus disensiones sobre los primeros principios, sobre los dioses y sobre la constitución del universo, expondré sus propias palabras ante vosotros un poco más adelante.

Pero antes hay que tener en cuenta otra cosa: que en todas partes se jactan de sus ciencias matemáticas, y dicen que es absolutamente necesario que quienes quieran intentar comprender la verdad se dediquen al estudio de la astronomía, la aritmética, la geometría, la música (cosas que, según se ha demostrado, les llegaron de los bárbaros, porque sin ellas no se puede alcanzar la perfección en el saber y la filosofía, ni siquiera se puede tocar la verdad de las cosas, si no se ha impreso previamente en el alma el conocimiento de estas ciencias).

Además, se enorgullecen los griegos de su erudición en las materias que he mencionado, se creen elevados y casi andan sobre el éter, como si en verdad llevaran consigo a Dios mismo en su aritmética. Por nuestra parte, como nosotros no nos dedicamos a esas ciencias, nos consideran como si fuéramos ganados y dicen que de esa manera no podemos conocer a Dios ni nada grandioso.

Vamos, pues, a aclarar lo que hay de malo en esto, presentando la verdadera razón como una luz. Esto demostrará que hay millares de griegos y millares de razas bárbaras, de las cuales las primeras, con la ayuda de las ciencias mencionadas, no reconocieron ni a Dios, ni a la vida virtuosa, ni nada en absoluto que sea excelente y provechoso, mientras que las segundas, sin todas estas ciencias, han sido eminentes en religión y filosofía. Por ejemplo, puedes saber qué clase de opiniones sostenía sobre estos temas un hombre tan célebre entre todos como Sócrates, si le das crédito a lo que Jenofonte narra en los Memorabilia, como sigue.

XI
La geometría, astronomía y silogismos, según Jenofonte de Erchia

Dice Jenofonte que solía enseñar hasta qué punto era necesario que un hombre culto conociera cada materia. Por ejemplo, decía que debía aprender geometría hasta el punto de poder, si fuera necesario, medir correctamente la tierra, ya fuera al tomar o dar posesión, o al repartirla o al marcar el terreno. Y esto, decía, era tan fácil de aprender que quien se dedicase a medir podía saber de inmediato cuánta tierra había y salir familiarizado con el modo de medirla.

No obstante, desaprobaba Jenofonte que se aprendiera geometría hasta llegar a esos diagramas ininteligibles, porque decía que no veía para qué servían, aunque no los desconocía. Pero eran suficientes, decía, para agotar la vida de un hombre y le impedían aprender muchas otras ramas útiles del saber.

También pidió Jenofonte que nos familiarizáramos con la astronomía, pero sólo en la medida en que pudiéramos saber el tiempo de la noche, del mes o del año, para viajar, navegar o hacer guardia, y que pudieramos hacer uso de las indicaciones relativas a todas las demás cosas que se deben hacer durante la noche, el mes o el año, conociendo las diferentes estaciones para las tareas antes mencionadas. También dijo que éstas eran fáciles de aprender por los cazadores nocturnos, los pilotos y muchos otros, cuyo oficio es conocer estas cosas.

No obstante disuadió enérgicamente Jonofonte a los estudiantes a estudiar astronomía hasta el punto de conocer los cuerpos que no están en la misma órbita, los planetas y los cometas, y de perder el tiempo investigando sus distancias a la Tierra, sus períodos y las causas de su aparición. Porque dijo que en estas materias no veía ningún beneficio ni instrucción. También dijo de estas cosas que eran suficientes para agotar la vida de un hombre y para impedirle muchas ocupaciones útiles.

Disuadió totalmente Jenofonte a cualquiera a investigar ansiosamente de qué manera los cuerpos celestes son obra de Dios, porque no creía que estas cosas pudieran ser descubiertas por los hombres, ni creía que los dioses se sentirían complacidos con el hombre que intentara saber lo que ellos no habían querido aclarar. Pero dijo que el hombre que se preocupara por estas cosas correría el peligro de volverse tan loco como Anaxágoras, quien se enorgullecía mucho de explicar las maquinaciones de los dioses.

Cuando decía Jenofonte que el fuego y el sol eran lo mismo, ignoraba que, aunque los hombres pueden distinguir fácilmente el fuego, no pueden mirar al sol; y que, al estar expuestos a la luz del sol, su tez se oscurece, pero no así por el fuego. También ignoraba que, de todas las plantas que brotan de la tierra, ninguna puede crecer bien sin la luz del sol, mientras que todas perecen cuando son calentadas por el fuego. Y al decir que el sol era una piedra ardiente, ignoraba también este hecho: que, si bien una piedra puesta en el fuego no brilla ni dura mucho, el sol sigue siendo siempre la cosa más brillante.

También nos invitaba Jenofonte a aprender a contar, y a no perdernos en problemas inútiles, sino sólo en aquello que fuese útil. De hecho, él mismo ayudaba a sus compañeros a examinar y discutir todas las cosas.

Esto es lo que nos dice Jenofonte, en las Memorabilia.

XII
Las ciencias naturales, según Jenofonte de Erchia

En la Epístola a Esquines escribe Jenofonte lo siguiente acerca de Platón y de aquellos que se jactan de su fisiología del universo:

"Es evidente para todos que las cosas de los dioses están más allá de nosotros, pero basta con adorarlas con todas nuestras fuerzas. No es fácil descubrir cuál es su naturaleza ni es lícito investigarla, pues no corresponde a los esclavos conocer la naturaleza o la conducta de sus amos, más allá de lo que exige su servicio. Y lo que es de mayor importancia, en la medida en que debemos admirar a quien dedica su trabajo a los intereses de la humanidad, así también a quienes se esfuerzan por alcanzar la fama con muchos intentos inoportunos y vanos, les acarrea más problemas. Pues, ¡oh Esquines!, ¿cuándo ha oído alguien a Sócrates hablar del cielo o animar a alguien a aprender sobre líneas geométricas para corregir las costumbres? En cuanto a la música, sabemos que sólo la entendía de oído, pero constantemente les decía en toda ocasión qué era noble, qué era la hombría, la justicia y otras virtudes; de hecho, solía llamar a los intereses de la humanidad el bien absoluto. Todo lo demás es imposible de lograr para los hombres o parecían fábulas, juguetes de los sofistas en sus arrogantes discusiones. Y no sólo decía estas cosas sin practicarlas. Pero escribir sobre sus acciones a vosotros que las conocéis, aunque no es probable que os desagrade, lleva tiempo, y las he registrado en otro lugar. Así pues, cuando se les refute, que dejen de hacerlo o que se dediquen a lo razonable, estos hombres que no estaban contentos con Sócrates, de cuya sabiduría dio testimonio el dios mientras aún vivía, y quienes lo condenaron a muerte no encontraron expiación en el arrepentimiento. Y así, ¡qué cosa tan noble!, se enamoraron de Egipto y de la prodigiosa sabiduría de Pitágoras, hombres cuyo exceso e inconstancia hacia Sócrates quedó demostrado por su amor a la tiranía y por el cambio de la vida frugal por una mesa de lujo siciliano para satisfacer su apetito ilimitado".

Así habla Jenofonte, haciendo alusión a Platón. Mas Platón, en la República, relata que Sócrates habló así sobre la gimnasia y la música.

XIII
La gimnasia y la música, según Platón

Sobre estos temas, dice Platón:

"¿Qué sería, entonces, Glaucón, un saber capaz de apartar el alma de lo transitorio hacia lo real? Pero mientras hablo, me viene a la mente este punto: ¿no dijimos con seguridad que estos guardianes, cuando aún son jóvenes, deben ser atletas en la guerra? El saber que buscamos, entonces, debe tener esta cualidad además de la anterior. Debe ser de alguna utilidad para los hombres de guerra. Ciertamente debe serlo, si es posible. Y supongo que la gimnasia, puesto que preside el crecimiento y la decadencia del cuerpo, se ocupa de la generación y la corrupción. Entonces, no puede ser ése el estudio que buscamos. ¿Puede entonces la música, en la medida en que la discutimos anteriormente? Porque eso era el equivalente de la gimnasia, en cuanto a entrenar a nuestros guardianes por las influencias del hábito, impartiendo por la armonía no ciencia sino una especie de armonía, y por el ritmo un movimiento rítmico, y teniendo en sus palabras ciertas otras tendencias morales afines a estas, ya fueran los temas de su discurso fabulosos o parcialmente verdaderos; pero no contenía ninguna instrucción que tendiera a un fin como el que ahora estás buscando".

Más adelante, añade Platón:

"Nunca debemos permitir que aquellos a quienes debemos educar intenten ninguna forma imperfecta de ciencia que no haya llegado al punto que todos deberían alcanzar, como decíamos hace un momento acerca de la astronomía. ¿O no sabéis que ellos tratan también de esta manera la armonía? Pues mientras miden y comparan entre sí las notas y concordancias que simplemente se oyen, se esfuerzan, como los astrónomos, en una tarea inútil".

"Es ridículo ver cómo hay quienes nombran ciertos intervalos condensados y ponen sus oídos a un lado, como si trataran de captar una nota de sus vecinos. Algunos de ellos dicen que todavía pueden escuchar un sonido intermedio, y que este es el intervalo más pequeño que debe usarse para medir, mientras que otros dudan de esto y dicen que ahora suenan igual, y ambos ponen sus oídos antes que su mente".

"¿Me refiero a esos hombres buenos que siempre están molestando y torturando las cuerdas y enroscándolas en las clavijas? No, sino a esos otros a quienes debemos consultar sobre armonía. Pues ellos hacen lo mismo que los astrónomos: investigan las relaciones numéricas en las armonías que llegan a los oídos, pero no se plantean problemas para examinar qué números son armoniosos y cuáles no, y la razón en uno y otro caso".

Pero baste, por ahora, nuestro juicio correcto sobre el inútil estudio de tales materias. Empecemos, pues, de nuevo, y examinemos las contradicciones mutuas en la doctrina de los filósofos físicos antes mencionados.

En este sentido, Plutarco ha reunido las opiniones de todos los platónicos y pitagóricos por igual, y de los filósofos físicos aún más antiguos, como se los llamó, y también de los peripatéticos, estoicos y epicúreos más recientes, y las ha escrito en una obra que tituló Doctrinas Físicas, de la que haré las siguientes citas.

XIV
Los primeros principios, según Plutarco de Queronea

Dice Plutarco que Tales de Mileto, uno de los siete sabios, declaró que el agua es el primer principio de todas las cosas. Se cree que este hombre fue el fundador de la filosofía, y de él derivó el nombre de la secta jónica, que tuvo muchas sucesiones.

En efecto, después de estudiar filosofía en Egipto, llegó Tales a Mileto, siendo ya un hombre mayor. Dice que todas las cosas provienen del agua y que todas se resuelven en agua. Y forma su conjetura en primer lugar a partir del hecho de que la semilla, que es acuosa, es el primer principio de toda vida animal; por lo tanto, es probable que todas las cosas tengan su origen en la humedad. Su segundo argumento es que todas las plantas obtienen alimento y fecundidad de la humedad, y cuando se ven privadas de ella se marchitan. Y el tercero, que el fuego mismo del sol, y de las estrellas, y el mundo mismo se nutren de las evaporaciones de las aguas. Por esta razón, Homero también sugiere esta noción sobre el agua: "El océano es el origen de todo".

Anaximandro de Mileto dice que el primer principio de todas las cosas es el infinito, pues de él se producen todas y en él todas pasan; por lo que también se generan infinitos mundos y pasan de nuevo a aquello de lo que surgen. Así, dice que la razón por la que existe el infinito es para que la creación subsistente no tenga ningún defecto. Pero también se equivoca al no decir qué es el infinito, si es aire, agua, tierra u otros elementos corpóreos. Se equivoca, por tanto, al declarar la materia excluyendo la causa eficiente. Porque el infinito no es otra cosa que materia, y la materia no puede tener una existencia actual, a menos que la causa eficiente esté debajo de ella.

Anaxímenes de Mileto afirmaba que el aire es el principio primero de todas las cosas, pues de él se producen todas y en él se resuelven de nuevo. Por ejemplo, nuestra alma, dice, es aire, pues nos mantiene unidos; y también el mundo entero está rodeado de aire y aliento, y aire y aliento se usan como sinónimos. Pero también se equivoca al pensar que los seres vivos consisten en aire y aliento homogéneos, pues es imposible que la materia pueda existir como único principio de las cosas, sino que también debemos suponer la causa eficiente. Así, por ejemplo, la plata no basta para producir la copa si no existe una causa eficiente, es decir, el platero; lo mismo ocurre con el cobre y las diversas clases de madera y todas las demás materias.

Heráclito e Hípaso de Metaponto dicen que el fuego es el principio de todas las cosas, pues del fuego, dicen, se producen todas las cosas y todas terminan en fuego; y todas las cosas en el mundo se crean a medida que éste se enfría gradualmente. Primero, la parte más áspera se compacta y se convierte en tierra. Luego, la tierra, al disolverse por la fuerza natural del fuego, se convierte en agua y, al evaporarse, se convierte en aire. Y nuevamente el mundo y todos los cuerpos que hay en él son consumidos en una conflagración por el fuego. Por lo tanto, el fuego es el primer principio, porque todas las cosas provienen de él, y el fin, en cuanto que todas se disuelven en él.

Demócrito, a quien Epicuro siguió mucho después, dijo que los primeros principios de todas las cosas son cuerpos indivisibles, pero concebibles por la razón, sin mezcla de vacío, increados, imperecederos, incapaces de romperse, ni de recibir forma de sus partes, ni de ser alterados en calidad, sino perceptibles solo por la razón; que se mueven, sin embargo, en el vacío y a través del vacío, y que tanto el vacío mismo es infinito como los cuerpos infinitos. Los cuerpos poseen estas tres propiedades (forma, magnitud y peso). Sin embargo, Demócrito dijo dos (magnitud y forma), y Epicuro les agregó una tercera (el peso). Porque dijo que los cuerpos deben ser movidos por el impulso del peso, ya que de lo contrario no se moverían en absoluto. Las formas de los átomos son limitadas, no infinitas: no hay ninguno en forma de gancho, ni en forma de tridente, ni en forma de anillo. Porque estas formas se rompen fácilmente, mientras que los átomos son impasibles y no se pueden romper; Pero tienen sus formas propias, que son concebibles por la razón. Y el átomo se llama así, no porque sea extremadamente pequeño, sino porque no se puede dividir, siendo impasible y libre de mezcla de vacío: de modo que cuando alguien dice átomo, quiere decir irrompible, impasible, libre de mezcla de vacío. Y que el átomo existe es manifiesto, pues también hay elementos y seres vivos que están vacíos, y existe la mónada.

Empédocles, hijo de Metón, de Agrigento, dice que hay cuatro elementos (fuego, aire, agua, tierra) y dos fuerzas originales (amor y odio), de las cuales una tiende a unir y la otra a separar. Así habla él: "Aprende las primeras cuatro raíces de todas las cosas que existen: Zeus brillante, Hera dadora de vida, el dios de los reinos invisibles, y Nestis, quien con lágrimas regará la fuente de la vida mortal". Por Zeus quiere decir el fuego, por Hera el aire, por Aidoneo la tierra, y por Nestis el agua.

Tan grande es la disonancia de los primeros filósofos físicos. Tal es también su opinión acerca de los primeros principios, suponiendo, como lo hicieron, que no había dios, ni creador, ni artífice, ni causa alguna del universo, ni tampoco dioses, ni poderes incorpóreos, ni naturalezas inteligentes, ni esencias racionales, ni nada en absoluto que esté fuera del alcance de los sentidos, en sus primeros principios.

En efecto, sólo Anaxágoras es mencionado como el primero de los griegos que declaró en sus discursos sobre los primeros principios que el espíritu es la causa de todas las cosas. Dicen, al menos, que este filósofo sentía una gran admiración por las ciencias naturales más que todos los que le precedieron; por ello, sin duda, dejó su propio territorio como un simple paseo y fue el primero de los griegos que expuso claramente la doctrina de los primeros principios, pues no sólo se pronunció, como los que le precedieron, sobre la esencia de todas las cosas, sino también sobre la causa que las pone en movimiento. Porque en el principio, dijo Anaxágoras, "todas las cosas estaban mezcladas en confusión, hasta que una Mente intervino y las sacó de la confusión y las puso en orden".

Uno no puede dejar de preguntarse cómo este hombre, habiendo sido el primero entre los griegos que enseñó acerca de Dios de esta manera, fue considerado por los atenienses como un ateo, porque no consideraba al sol sino al Creador del sol como Dios, y apenas escapó de ser apedreado hasta la muerte.

Pero se dice que ni siquiera él conservó la doctrina sana y salva, pues, aunque hizo que el espíritu presidiera todas las cosas, no llegó a hacer que su sistema físico sobre el mundo existente fuera acorde con el espíritu y la razón. Escuchemos, de hecho, cómo en el diálogo de Platón Sobre el Alma, Sócrates lo censura en el siguiente pasaje.

XV
La doctrina de Anaxágoras, según Platón 

Dice Platón que cuando oyó a un hombre leer un libro de Anaxágoras, y decir que es la mente la que pone todo en orden y es la causa de todo, "me sentí encantado con esta causa, y me pareció en cierto modo correcto que la mente fuera la causa de todas las cosas, y pensé que, si esto es así, la mente, al ordenar todas las cosas, debe organizar cada una de tal manera que todo sea mejor".

En efecto, si alguien quisiera averiguar la causa de cada cosa, y cómo surge, y cómo perece o cómo existe, lo que debe averiguar es cómo es mejor para ella ser, hacer o sufrir cualquier otra cosa. Según esta teoría, el hombre no debería considerar nada más, ya sea en relación con él mismo o con los demás, que lo que es mejor y más perfecto; entonces, el mismo hombre necesariamente debe conocer también lo peor, porque el conocimiento sobre ambos es el mismo.

Razonando así, dice Platón, "me alegré de pensar que había encontrado en Anaxágoras un maestro de la causa de las cosas existentes según mi propia mente, y que él me dijera si la tierra es plana o redonda, y que me explicaría además la causa y la necesidad, indicando cuál es la mejor, y que es mejor que tenga esa forma". Si él dijera que está en el centro, continúa diciendo Platón, "yo continuaría explicando que es mejor que esté en el centro", y si él probara todo esto, "estaría yo dispuesto a no desear ningún otro tipo de causa más allá de eso".

Además, estaba Platón dispuesto a hacer las mismas indagaciones sobre el sol, la luna y los demás cuerpos celestes en cuanto a su velocidad relativa, sus puntos de inflexión y otras condiciones, y sobre cómo es mejor para cada uno de ellos actuar y ser actuado tal como son. Porque nunca podría haber pensado que cuando estaban ordenados por una Mente, excepto que era mejor para ellos ser tal como son. Oigamos sus palabras:

"Pensé, pues, que al asignar su causa a cada uno de ellos individualmente y a todos en común, explicaría mejor lo que era mejor para cada uno y cuál era el bien común de todos. Y no hubiera vendido mis expectativas por mucho dinero, pero cogí los libros con mucho entusiasmo y comencé a leer tan rápido como pude, para poder saber lo antes posible qué era mejor y qué era peor. ¡Qué gloriosa esperanza, amigo mío, de la que me aparté cuando, al continuar leyendo, vi a un hombre que no hacía uso de la mente, ni alegaba causas reales para el orden de las cosas, sino que trataba como causas una porción de aires, éteres y aguas, y muchas otras absurdeces".

"Y me pareció que estaba en la misma situación que si alguien dijera que todo lo que hace Sócrates lo hace con la mente y luego, al intentar exponer las causas de cada una de mis acciones, dijera en primer lugar que las razones por las que estoy sentado aquí ahora son las siguientes: mi cuerpo está compuesto de huesos y músculos, y los huesos son duros y tienen articulaciones separadas unas de otras, mientras que los músculos son capaces de contraerse y relajarse, rodeando a los huesos como también lo hacen la carne y la piel que los mantienen unidos. Por lo tanto, cuando los huesos se elevan en sus cuencas, los músculos, al relajarse y contraerse, me hacen capaz, supongo, de doblar mis miembros, y esta es la causa por la que estoy sentado aquí con las rodillas dobladas".

Por lo que respecta a la exposición que hace Anaxágoras del resto de causas, como el conjunto de sonidos, aires, audiencias y diez mil otras cosas de este tipo, dice Platón que "parece olvidar mencionar las verdaderas causas, a saber", y por eso fue por lo que los atenienses pensaron que era mejor condenarle, y por esa razón "yo también a mi vez pensé que era mejor sentarme aquí y sufrir mi sentencia, cualquiera que haya sido su orden". Oigamos sus palabras:

"Por Dios, creo que estos músculos y estos huesos hace mucho tiempo que habrían estado cerca de Megara o Beocia, llevados allí por su opinión de lo que es mejor, si no pensara que es más justo y más noble sufrir cualquier sentencia que el estado pueda imponer, en lugar de huir como un fugitivo. Pero llamar a estas cosas causas es extremadamente absurdo; sin embargo, si alguien dijera que sin tener estas cosas, huesos y músculos y todo lo demás que tengo, no sería capaz de hacer lo que creo correcto, diría la verdad; pero decir que estas son las causas de que haga lo que hago, y que lo hago con la mente, pero no por elección de lo que es mejor, sería un gran y extremo descuido del habla".

Por eso, un hombre, rodeando la tierra con un torbellino, hace que el cielo la mantenga firme, mientras que otro coloca el aire como soporte de la tierra, como si fuera un amplio artesa de amasar. Pero el poder por el que las cosas están ahora colocadas en la mejor forma posible para que hayan sido colocadas, no lo investigan ni piensan que haya en él una fuerza sobrehumana, sino que imaginan que podrían descubrir algún día un Atlas más fuerte e inmortal que éste, y más capaz de mantener todas las cosas unidas, y suponen que "lo bueno y vinculante" en realidad no une ni mantiene unidas a nada en absoluto.

Así dice Platón sobre su opinión de Anaxágoras. Ahora bien, Anaxágoras fue sucedido por Arquelao tanto en la escuela como en la opinión, y se dice que Sócrates fue discípulo de Arquelao. Y otros filósofos físicos, como Jenófanes y Pitágoras, que se criaron al mismo tiempo con Anaxágoras, discutieron la naturaleza imperecedera de Dios y la inmortalidad del alma. De éstos surgieron posteriormente las sectas de la filosofía griega, algunas de las cuales siguieron a éstas, otras a otras, y algunas de ellas también inventaron opiniones propias. Sobre esto, Plutarco escribe sobre sus suposiciones acerca de Dios, de la misma manera.

XVI
La visión filosófica de Dios, según Plutarco de Queronea

Dice Plutarco que algunos filósofos, como Diágoras de Melos, Teodoras de Cirene y Eumero de Tegea, "niegan por completo que haya Dios". También hay una alusión a Eumero en los poemas yámbicos de Calímaco de Cirene. Eurípides, el poeta trágico, aunque se resistía a retirar el velo por miedo al Areópago, dio una idea de esto, presentó a Sísifo como el patrón de esta opinión y defendió su juicio.

Después de esto, vuelve a traer Plutarco a Anaxágoras, afirmando que él "fue el primero que formó pensamientos rectos acerca de Dios". Así es como lo describe: "Anaxágoras dice que en el principio los cuerpos estaban inmóviles, y que la mente de Dios los distribuyó en orden y produjo las generaciones del universo". Platón, en cambio, supuso que los cuerpos primordiales no estaban inmóviles, sino que se movían de manera desordenada. Por lo que, según Platón, Dios, habiendo ordenado que el orden es mejor que el desorden, hizo una distribución ordenada de ellos.

Por lo tanto, dice Plutarco, "ambos están equivocados, porque representan a Dios como alguien que se preocupa por los asuntos humanos y que organiza el mundo para este propósito". Pues, según Plutarco, el Ser viviente, que es bendito e inmortal, provisto de todos los bienes e incapaz de cualquier desgracia, estando completamente ocupado en el mantenimiento de su propia felicidad e inmortalidad, no tiene en cuenta los asuntos humanos. Pero sería un ser miserable si llevara cargas como un trabajador o artesano y estuviera lleno de preocupaciones acerca de la constitución del mundo.

Además, el Dios del que hablan o bien no existía en aquella época anterior, cuando los cuerpos primarios estaban inmóviles o cuando se movían de manera desordenada, o bien estaba dormido o despierto, o ninguna de las dos cosas. No podemos admitir ni lo primero, pues todo Dios es eterno. Ni lo segundo, pues si Dios dormía desde la eternidad, estaba muerto, pues el sueño eterno es la muerte. Sin duda, concluye Plutarco, Dios es incapaz de dormir, pues la inmortalidad de Dios y lo que es semejante a la muerte están muy lejos de él.

Si Dios estaba despierto, o le faltaba algo para completar su felicidad, o estaba completo en la bienaventuranza. Y ni según el primer caso es Dios bienaventurado, porque lo que falta a la felicidad no es bienaventurado; ni según el segundo caso, porque al no faltar en nada, cualquier acción que intente debe estar vacía de propósito. Y si Dios existe, y si los asuntos humanos son administrados por su cuidado, ¿cómo es que lo falso prospera y lo digno sufre adversidades?

Agamenón, por ejemplo, que "era a la vez un guerrero valiente y un rey virtuoso", fue dominado y asesinado a traición por un adúltero y una adúltera. También su pariente Hércules, después de purgar muchas de las plagas que infestan la vida humana, fue asesinado a traición con una túnica envenenada por Deyanira.

Tales sostenía que Dios es la mente del mundo; Anaximandro que las estrellas son dioses celestiales; Demócrito que Dios es como una esfera en medio del fuego, y el alma del mundo.

Pitágoras sostenía que, entre los primeros principios, la mónada es Dios, y el bien, que es la naturaleza del Uno y la Mente misma. Pero la duada ilimitada es un demonio y el mal, y está rodeada por la multitud de la materia y el mundo visible.

Sócrates y Platón sostuvieron que Dios es el Uno, la naturaleza única y autoexistente, lo monádico, el Ser real, el bien, y que toda esta variedad de nombres apunta inmediatamente a la mente. Dios, por lo tanto, es la Mente del universo, una especie separada y lo que es puramente inmaterial, y no tiene conexión con nada pasible.

Aristóteles sostenía que el Dios altísimo es una especie separada y cabalga sobre la esfera del universo, que es un cuerpo etéreo y la quinta esencia. Y cuando ésta se había dividido en esferas (que aunque conectadas en su naturaleza, están separadas por la razón), piensa que cada una de las esferas es un ser vivo compuesto de cuerpo y alma, de los cuales el cuerpo es etéreo y se mueve en una órbita circular, mientras que el alma, siendo ella misma la razón inmóvil, es en realidad la causa del movimiento.

Los estoicos proponen un Dios inteligente, un fuego artístico, que procede metódicamente a generar un mundo que comprende todas las leyes seminales, de acuerdo con las cuales las cosas se producen individualmente según el destino; también un espíritu, que impregna el mundo entero, pero recibe diferentes nombres según los cambios de la materia a través de la cual ha pasado. Consideran como dioses al mundo, a las estrellas y a la tierra, pero a la mente, que es lo más elevado de todo, la sitúan en el éter.

Epicuro sostenía que los dioses tienen forma humana, pero que todos pueden ser discernidos por la razón debido a la fineza de las partículas en la naturaleza de sus formas. El mismo filósofo añadió otras cuatro naturalezas genéricamente imperecederas, a saber: los átomos, el vacío, el infinito y las semejanzas, que se llaman homoeomeriae y elementos.

Tales son las disensiones y blasfemias acerca de Dios de los filósofos físicos, entre los cuales Pitágoras, Anaxágoras, Platón y Sócrates fueron los primeros que hicieron que el espíritu y Dios presidieran el mundo. Se demuestra, pues, que éstos fueron en su época muy niños, en comparación con los tiempos en que la historia fija los acontecimientos más remotos de la antigüedad hebrea.

En consecuencia, entre todos los griegos y entre aquellos que hace mucho tiempo introdujeron la superstición politeísta, tanto entre los fenicios como entre los egipcios, el conocimiento del Dios del universo no era muy antiguo, pero los primeros griegos en publicarlo fueron Anaxágoras y su escuela. Además, las doctrinas de la superstición politeísta prevalecieron sobre todas las naciones, predicando no la verdadera teología sino la que los egipcios y los fenicios, como se atestigua que fueron los primeros en establecer.

Ésta última (la egipcia y fenicia) no era una teología que se ocupaba de dioses ni de poderes divinos, sino de hombres que ya habían estado mucho tiempo entre los muertos, como lo demostró hace mucho tiempo nuestra palabra de verdad. Ahora bien, volvamos a nuestro argumento. 

Puesto que entre los filósofos físicos algunos eran partidarios de reducir todo a los sentidos, mientras que otros lo hacían todo en sentido contrario (como Jenófanes de Colofón y Parménides el Eleático, que no hacían caso de los sentidos, afirmando que no podía haber comprensión de las cosas sensibles y que, por tanto, había que confiar sólo en la razón), examinemos las objeciones que se han presentado contra ellos.

XVII
La escuela de Jenófanes y Parménides, según Aristocles de Mesina

Dice Aristocles que hubo otros que dijeron cosas contrarias a estas, "dejando de lado los sentidos y sus manifestaciones y confiando sólo en la razón". Y que así lo dijeron Jenófanes, Parménides, Zenón y Meliso, y después Estilpón y los megaricos, quienes sostienen que el ser es uno y que lo otro no existe, y que nada se genera, y nada perece ni se mueve en absoluto.

En el curso de la filosofía aprenderemos a argumentar más ampliamente contra estas cuestiones. Por ahora, sin embargo, debemos argumentar que, aunque la razón es la más divina de nuestras facultades, también necesitamos los sentidos, lo mismo que necesitamos el cuerpo. ¿Y por qué? Porque es evidente que la naturaleza de los sentidos también es verdadera, pues no es posible que el sujeto sensible no sea afectado de alguna manera, y al ser afectado debe conocer la afección; por lo tanto, la sensación también es una especie de conocimiento.

Además, si la sensación es una especie de afección, y todo lo que es afectado es afectado por algo, lo que actúa debe ser ciertamente distinto de aquello sobre lo que actúa. De modo que primero estaría lo llamado otro, como por ejemplo el color y el sonido; y entonces la cosa existente no sería una ni tampoco estaría inmóvil, porque la sensación es un movimiento.

De esta manera, todo el mundo desea tener sus sentidos en un estado natural, puesto que, supongo, confía más en los sentidos sanos que en los enfermos. Con razón, pues, se nos infunde un gran amor por nuestros sentidos. Nadie, a menos que esté loco, elegiría perder un solo sentido para poder ganar todos los demás bienes.

Aquellos que criticaban los sentidos, si al menos estuvieran convencidos de que era inútil tenerlos, deberían haber dicho exactamente lo que dice Pandaro en Homero sobre su propio arco: "Entonces, que la espada de un extraño me corte la cabeza, si con estas manos no rompo ni quemo el arco que así me ha fallado en mi necesidad". Y de paso, haber destruido todos sus sentidos, pues por lo visto no tenían necesidad de ellos.

Meliso, queriendo demostrar por qué no existe realmente ninguna de estas cosas aparentes y visibles, se aferra a los fenómenos mismos, diciendo al efecto:

"Si existe la tierra, el agua, el aire, el fuego, el hierro, el oro, los vivos y los muertos, el negro y el blanco, y todas las demás cosas que los hombres dicen que son reales, y si vemos y oímos correctamente, entonces el ser también debería ser tal como nos pareció al principio, y no cambiar ni convertirse en otro, sino que cada cosa debería ser siempre exactamente como es. Pero ahora decimos que vemos, oímos y entendemos correctamente, pero nos parece que lo caliente se vuelve frío, y lo frío caliente, y lo duro blando, y lo blando duro".

Mas cuando decía estas y otras muchas cosas similares, se podría haberle preguntado con mucha razón: "Entonces, ¿no aprendiste por la sensación que lo que ahora está caliente se vuelve frío después?". Y lo mismo con respecto a los otros casos. Porque, tal como dije, se encontraría que él suprime y convence a los sentidos porque cree plenamente en ellos.

En realidad, los argumentos de este tipo ya han sido objeto de una corrección casi suficiente, y han quedado ciertamente obsoletos, como si nunca hubieran sido formulados. Ahora, en efecto, podemos decir con seguridad que los filósofos que adoptan tanto los sentidos como la razón para adquirir el conocimiento de las cosas toman el camino correcto.

Así hicieron los seguidores de Jenófanes, de quien se dice que floreció al mismo tiempo que Pitágoras y Anaxágoras. De Jenófanes fue oyente Parménides, de Parménides Meliso, de él Zenón, de él Leucipo, de él Demócrito, de él Protágoras, de él Metrodoro, de él Diógenes, de él Anaxarco, y discípulo de Anaxarco fue Pirrón, de quien surgió la escuela de los escépticos. Y como éstos también establecieron que no era posible concebir nada ni por los sentidos ni por la razón, sino que suspendían su juicio en todos los casos, podemos aprender cómo fueron refutados por los que sostenían una opinión contraria, del libro antes mencionado de Aristocles.

XVIII
La escuela de Pirrón, según Aristocles de Mesina

Dice Aristocles que es necesario hacer un examen minucioso de nuestro propio conocimiento, porque "si es nuestra naturaleza no saber nada, ya no hay necesidad de indagar sobre otras cosas".

En efecto, hubo entre los antiguos algunos que defendían estas cosas, y a los que Aristóteles se opuso. Pirrón de Elis habló con firmeza en este sentido, pero él mismo no dejó nada escrito. Su discípulo Timón dice que el hombre que quiere ser feliz debe tener en cuenta estas tres cosas: primero, cuáles son las cualidades naturales de las cosas; segundo, de qué manera debemos estar dispuestos hacia ellas; y tercero, qué ventaja habrá para aquellos que estén dispuestos de esa manera.

Las cosas mismas, entonces, pretende demostrar, son igualmente indiferentes, inestables e indeterminadas. Y por lo tanto, ni nuestros sentidos ni nuestras opiniones son verdaderas o falsas. Por esta razón, entonces, no debemos confiar en ellas, sino estar sin opiniones, sin prejuicios y sin vacilaciones, diciendo de cada cosa en particular que no es más que lo que no-es, o es y no-es, o ni es ni no-es.

Para aquellos que así están dispuestos, el resultado, dice Timón, será primero el mutismo, y luego la imperturbabilidad (que Enesidemo cambiaría por placer).

Éstos son, pues, los puntos principales de sus argumentos. Ahora, examinemos si tienen razón en lo que dicen.

Puesto que dicen que todas las cosas son igualmente indiferentes, y por esta razón nos piden que no nos apeguemos a ninguna ni mantengamos ninguna opinión, creo que se les puede preguntar razonablemente si quienes piensan que las cosas difieren están o no en un error. Si ellos están en un error, seguramente no pueden tener razón en su suposición, y se verán obligados a decir que hay algunos que tienen opiniones falsas sobre las cosas, y que ellos mismos deben ser los que dicen la verdad. Es decir, que debe haber verdad y falsedad. Pero si nosotros no estamos en un error, al pensar que las cosas difieren, ¿qué quieren decir con reprendernos? Porque ellos mismos deben estar en un error al sostener que no difieren.

Además, si les concediéramos que todas las cosas son igualmente indiferentes, es evidente que ni siquiera ellos mismos se diferenciarían de la multitud. ¿Cuál sería entonces su sabiduría? ¿Y por qué Timón insulta a todos los demás, y canta solamente las alabanzas de Pirrón?

Además, si todas las cosas son igualmente indiferentes y, por lo tanto, no debemos tener opinión, no habría diferencia alguna en estos casos, es decir, en el que haya diferencia o no, y en el que tengamos o no una opinión. ¿Por qué, en efecto, las cosas de este tipo deben ser más bien que no ser? O, como dice Timón, ¿por qué , por qué no, y por qué el mismo por qué?

Es evidente, por tanto, que la investigación ha sido eliminada, de modo que dejen de molestar. Pues ahora no hay método en su locura, mientras que, al mismo tiempo que nos amonestan para que no tengamos opinión, nos piden al mismo tiempo que nos formulemos una opinión, y al decir que los hombres no deben hacer declaraciones, ellos mismos hacen una declaración; y aunque no os exijan que os creáis a ellos mismos, y luego, aunque digan que no saben nada, nos reprenden a todos como si supieran muy bien.

Quienes afirman que todas las cosas son inciertas deben hacer una de dos cosas: o callarse, o hablar y decir algo. Si se callaran, es evidente que contra ellos no habría argumento. Mas si hicieran una afirmación, por todos los medios deben decir que algo es o no-es, tal como ahora afirman con certeza (es decir, que todas las cosas son para todos los hombres cuestiones no de conocimiento, sino de opinión habitual, y que nada puede ser conocido).

Quien afirma esto, o bien lo explica con claridad y es posible entenderlo tal como se dice, o bien no lo hace. Pero si no lo explica con claridad, tampoco en este caso se puede discutir con él. Pero si quisiera explicar con claridad lo que quiere decir, sin duda debe decir lo que es indefinido o lo que es determinado; y si es indefinido, tampoco en este caso se podría discutir con él, porque de lo indefinido no se puede saber. Pero si los enunciados, o cualquiera de ellos, son determinados, quien afirma esto define algo y decide. ¿Cómo, entonces, pueden ser todas las cosas incognoscibles e indeterminadas? Pero si dice que una misma cosa es y no es, en primer lugar la misma cosa será verdadera y falsa, y luego dirá algo y no lo dirá, y mediante el uso del habla destruirá el habla, y además, aunque reconozca que dice mentiras, dice que debemos creerle.

Ahora bien, conviene investigar de dónde aprendieron lo que dicen, que todas las cosas son inciertas. Pues deberían saber de antemano qué es la certeza; así, en todo caso, podrían decir que las cosas no tienen esta cualidad de certeza. Primero deberían conocer la afirmación y luego la negación. Pero si ignoran la naturaleza de la certeza, tampoco pueden saber qué es la incertidumbre.

Cuando Enesidemo, en su Bosquejo, analiza los nueve estados de ánimo (en todos los cuales ha intentado demostrar la incertidumbre de las cosas), ¿qué podemos decir, si habla con conocimiento de ellos o sin conocimiento? Pues dice que hay una diferencia en los animales y en nosotros mismos, y en los estados, y en los modos de vida, y en las costumbres y leyes; dice también que nuestros sentidos son débiles y que los obstáculos externos al conocimiento son muchos, como las distancias, las magnitudes y los movimientos; y además, la diferencia de condición en los hombres jóvenes y viejos, y despiertos y dormidos, sanos y enfermos; y nada de lo que percibimos es simple y sin mezcla, porque todas las cosas son confusas y se expresan en un sentido relativo.

Cuando pronunciaba estos y otros discursos tan bellos, a uno le hubiera gustado preguntarle si afirmaba con pleno conocimiento que ésa es la condición de las cosas, o sin conocimiento alguno. Porque si no lo supiera, ¿cómo podríamos creerle? Pero si lo supiera, sería enormemente tonto al declarar al mismo tiempo que todas las cosas son inciertas y, sin embargo, decir que sabía tanto.

Cuando examinan tales detalles, sólo hacen una especie de inducción, mostrando cuál es la naturaleza de los fenómenos y de los particulares; y un proceso de este tipo es, y se llama, una prueba. Por lo tanto, si asienten, es evidente que forman una opinión; y si no la creen, tampoco deberíamos optar por prestarles atención.

En el libro de Timón, Timón cuenta con gran detalle cómo se encontró con Pirrón, que caminaba hacia Delfos, pasando por delante del templo de Anfiarao, y de qué hablaron entre sí. ¿Acaso alguien que estuviera a su lado mientras escribía esto no podría decirle con razón: "¿Por qué te molestas, pobre hombre, en escribir esto y contar lo que no sabes? ¿Por qué preferiste encontrarlo en lugar de no encontrarlo y hablar con él en lugar de no hablar?".

Y este mismo maravilloso Pirrón, ¿sabía el motivo por el que iba a ver los juegos píticos? ¿O vagaba como un loco por el camino? Y cuando empezó a criticar a los hombres y a su ignorancia, ¿debemos decir que decía la verdad o no, y que Timón se sintió afectado de cierta manera y estuvo de acuerdo con sus palabras, o no las escuchó? Porque si no se convenció, ¿cómo pasó de bailarín coral a filósofo y continuó siendo un admirador de Pirrón? Pero si estuvo de acuerdo con lo que se decía, debe ser una persona absurda por dedicarse a la filosofía y prohibirnos hacerlo a nosotros.

Uno simplemente se pregunta qué significado tienen para ellos las sátiras y las injurias de Timón contra todos los hombres, y los tediosos Rudimentos de Enesidemo y toda esa multitud de palabras. Porque si han escrito esto con la idea de hacernos mejores, y por lo tanto piensan que es correcto refutarnos a todos, para que dejemos de decir tonterías, es evidente que su deseo es que sepamos la verdad y asumamos que las cosas son como sostiene Pirrón. Por lo tanto, si nos convencieran, cambiaríamos de peor a mejor, formando los juicios más ventajosos y aprobando a quienes dieron los mejores consejos.

¿Cómo podrían entonces las cosas ser igualmente indiferentes e indeterminadas? ¿Y cómo podríamos evitar dar nuestro asentimiento y formar opiniones? Y si no sirven de nada los argumentos, ¿por qué nos inquietan? ¿O por qué dice Timón. "¿Ningún otro mortal podría competir con Pirrón?". Porque nadie admiraría a Pirrón más que a los famosos Coroebo o Meletides, quienes son considerados excelentes en estupidez.

También debemos tener en cuenta lo siguiente: ¿qué clase de ciudadano, juez, consejero, amigo, en una palabra, qué clase de hombre sería ese? ¿Y qué malas acciones no se atrevería a cometer si sostuviera que nada es realmente malo, o vergonzoso, o justo o injusto? Ni siquiera se podría decir que tales hombres tienen miedo de las leyes y de sus castigos, pues ¿cómo podrían tenerlo, si, como ellos mismos dicen, son incapaces de sentir o de preocuparse? Y si no, escuchemos lo que Timón dice, incluso, de Pirrón: "¡Oh, qué hombre conocí, libre de vanidad, no intimidado por nadie, que, ya sea conocido por su fama o sin nombre, gobierna las naciones volubles, de un lado para otro agobiado por la fuerza de la pasión, con opiniones falsas y una legislación vana!''.

Cuando dicen que hay que vivir según la naturaleza y las costumbres, pero no hay que asentir a nada, son demasiado tontos. Porque exigen que se asienta al menos en esto, si no en otra cosa, y que se dé por sentado que es así. Pero ¿por qué hay que seguir la naturaleza y las costumbres en lugar de no hacerlo, si en verdad no sabemos nada y no tenemos medios para juzgar?

En efecto, es una tontería decir que, así como los purgantes se eliminan junto con los excrementos, el argumento de que todas las cosas son inciertas junto con todo lo demás se destruye a sí mismo. Para que se refute a sí mismo, quienes lo usan deben decir tonterías. Por lo tanto, sería mejor que se callaran y no abrieran la boca.

En verdad, no hay semejanza entre la droga catártica y su argumento, pues la droga se secreta y no permanece en el cuerpo, mientras que el argumento debe estar allí en las almas de los hombres, siendo siempre el mismo y ganando su creencia,. Sólo esto puede ser lo que los hace incapaces de asentimiento.

Que no es posible que un hombre no tenga opiniones, se puede aprender de la siguiente manera: es imposible que quien percibe por los sentidos no perciba. Ahora bien, la percepción por los sentidos es una especie de conocimiento. Y que también crea que su sensación es evidente para todos, pues cuando se quiere ver con más exactitud, se seca uno los ojos, se acerca y se los cubre con la mano.

Además, sabemos que sentimos placer y dolor, pues no es posible que quien se quema o se corta lo ignore. ¿Y quién no diría que los actos de la memoria y del recuerdo van acompañados de una suposición? Pero ¿qué hay que decir acerca de los conceptos comunes, que tal cosa es un hombre, y también acerca de las ciencias y las artes? Pues no habría nada de esto si no fuera por nuestra naturaleza hacer suposiciones. Pero, por mi parte, dejo de lado todos los demás argumentos. Sin embargo, ya sea que creamos o no en los argumentos que utilizan, en todos los sentidos es absolutamente necesario formarse una opinión.

Es evidente, pues, que no es posible estudiar la filosofía de esta manera, y que además es antinatural y contraria a las leyes, como podemos comprobar de la siguiente manera. Pues si, por otra parte, las cosas fueran en realidad así, ¿qué quedaría sino que tendríamos que vivir como si estuviéramos dormidos, de una manera aleatoria y sin sentido? De modo que nuestros legisladores, generales y educadores deben estar todos diciendo tonterías. A mí, sin embargo, me parece que todo el resto de la humanidad vive de una manera natural, pero sólo aquellos que dicen esas tonterías están hinchados de vanidad, o mejor dicho, se han vuelto completamente locos.

Por no menos importante, se puede aprender de este caso por lo siguiente. Antígono de Caristo, por ejemplo, que vivió en la misma época y escribió su biografía, dice que Pirrón, perseguido por un perro, escapó subiéndose a un árbol. Cuando los que estaban allí se rieron de él, dijo que era difícil disuadir al hombre. Y cuando su hermana Filiste iba a ofrecer un sacrificio, entonces uno de sus amigos prometió lo necesario para el sacrificio y no lo proporcionó. Pero Pirrón lo compró, y se enojó porque su amigo dijo que sus actos no estaban de acuerdo con sus palabras ni eran dignos de su impasibilidad. Incluso se dice que le respondió: "En el caso de una mujer, ciertamente no debemos hacer pruebas de ello". Sin embargo, su amigo podría haber respondido con justicia: "Si hay algo bueno en estos argumentos tuyos, tu impasibilidad es inútil incluso en el caso de una mujer o un perro, y en todos los casos".

Es justo averiguar quiénes eran los que admiraban a Pirrón, y a quién admiraba él mismo. Pirrón fue discípulo de un tal Anaxarco, y al principio fue pintor, aunque no tuvo mucho éxito en eso. Después de leer los libros de Demócrito, no encontró nada útil en ellos ni escribió nada bueno, sino que habló mal de todos, tanto de los dioses como de los hombres. Pero luego, envolviéndose en esta presunción y llamándose libre de presunción, no dejó nada por escrito.

Uno de sus discípulos fue Timón de Flio, que al principio era bailarín en el coro de los teatros, pero que después se unió a Pirrón y compuso parodias ofensivas y vulgares, en las que ha vilipendiado a todos los que alguna vez estudiaron filosofía. Éste fue el hombre que escribió los Silli, y el que dijo: "¡Qué pobre y vil es la humanidad! Naciste sólo para comer. Tu vida está hecha de vergüenza, de lucha y de dolor", y en otra ocasión: "Los hombres no son más que bolsas llenas de vanas opiniones".

Cuando nadie se dio cuenta de ellos, como si nunca hubieran nacido, un tal Enesidemo comenzó a promover de nuevo esta tontería en Alejandría de Egipto. Y estos son precisamente los hombres que se consideraban los más poderosos de los que habían recorrido este camino.

Es evidente, pues, que nadie en su sano juicio aprobaría semejante secta, o semejante línea de argumentación, o como quiera llamarla. Por mi parte, creo que no deberíamos llamarla filosofía en absoluto, puesto que destruye los principios más básicos de la filosofía.

Éstos son, pues, los argumentos que esgrime Aristocles contra los que siguen a Pirrón en filosofía. Y semejantes serían las respuestas que se darían contra los que siguen a Aristipo de Cirene, al decir que sólo los sentimientos son conceptuales. Ahora bien, Aristipo fue compañero de Sócrates y fue el fundador de la llamada secta cirenaica, de la que Epicuro tomó ocasión para su exposición del fin propio del hombre.

Aristipo era extremadamente lujoso en su modo de vida y aficionado a los placeres. Sin embargo, no disertaba abiertamente sobre el fin, sino que virtualmente solía decir que la sustancia de la felicidad estaba en los placeres. Pues al hacer siempre del placer el tema de sus discursos, indujo a quienes lo escuchaban a sospechar que quería decir que vivir placenteramente era el fin del hombre.

Entre sus oyentes se encontraba su propia hija Arete, que, tras haberle dado un hijo llamado Aristipo, y que, por haber sido iniciado por ella en los estudios filosóficos, fue llamado discípulo de su madre. Definió con toda claridad que "el fin es la vida de placer", clasificando como placer el que reside en el movimiento. También dijo que hay tres estados que afectan a nuestro temperamento: uno, en el que sentimos dolor (como una tormenta en el mar); otro, en el que sentimos placer (que puede compararse con una suave ondulación, pues el placer es un movimiento suave, comparable a una brisa favorable); y otro, en el que sentimos calma (como un estado intermedio, en el que no sentimos ni dolor ni placer). Así pues, sólo de estos sentimientos, dijo Aristipo, tenemos la sensación.

Con esto, creo que contra esta secta ya se han presentado las siguientes objeciones, por parte de Aristócles.

XIX
La escuela de Aristipo, según Aristocles de Mesina

Dice Aristocles que hay quienes dicen que "sólo los sentimientos son conceptuales", y que esto fue afirmado por algunos de los cirenaicos.

En efecto, los cirenaicos, como oprimidos por una especie de letargo, sostenían que no sabían nada en absoluto a menos que alguien que estuviera cerca los golpeara y los pinchara; porque cuando se quemaban o cortaban, decían, sabían que sentían algo, pero no podían decir si lo que los quemaba era fuego o lo que los cortaba, hierro.

A los hombres que hablan así, se les podría preguntar inmediatamente si saben que sufren y sienten algo. Si no lo saben, tampoco podrían decir que sólo conocen el sentimiento; si, por el contrario, lo saben, los sentimientos no pueden ser las únicas cosas conceptuales. Porque "me estoy quemando" era una afirmación, no un sentimiento.

Además, estas tres cosas deben necesariamente subsistir juntas: el sufrimiento mismo, lo que lo causa y lo que sufre. Por lo tanto, el hombre que percibe el sufrimiento debe, sin duda, sentir por la sensación al que sufre. Porque seguramente no sabrá que alguien se está calentando, sin saber si es él mismo o su vecino; si ahora o el año pasado, si en Atenas o en Egipto, si está vivo o muerto, y, además, si es un hombre o una piedra.

Por eso también sabrá por lo que padece: pues los hombres se conocen entre sí, y los caminos, y las ciudades, y sus alimentos. Los artesanos conocen a su vez sus propias herramientas, y los médicos y los marineros pronostican lo que va a suceder, y los perros descubren las huellas de las fieras.

Además, el hombre que sufre algo lo percibe como algo que le afecta a él o como un sufrimiento ajeno. ¿De dónde, pues, podrá decir que esto es placer y aquello dolor? ¿O que sintió algo con el gusto, la vista o el oído? ¿Y con el gusto con la lengua, con la vista con los ojos y con el oído? ¿O cómo saben que es justo elegir esto y evitar aquello? Pero suponiendo que no supieran nada de esto, no tendrían impulso ni deseo; y, por lo tanto, no serían seres vivos. Pues son ridículos cuando dicen que les han sucedido estas cosas, pero que no saben cómo ni de qué manera. Pues estos seres ni siquiera podrían decir si son seres humanos, ni si están vivos, ni, por lo tanto, si dicen o declaran algo.

¿Qué discusión puede haber entonces con hombres como éstos? Uno puede sorprenderse, sin embargo, si no saben si están en la tierra o en el cielo; y sorprenderse aún más si no saben, aunque profesan estudiar esta clase de filosofía, si cuatro son más que tres, y cuánto son uno y dos. Porque siendo lo que son, ni siquiera pueden decir cuántos dedos tienen en sus manos, ni si cada uno de ellos es uno o más.

Así pues, no sabrían ni su propio nombre, ni su patria, ni a Aristipo; ni tampoco a quién aman u odian, ni qué cosas desean. Ni siquiera, si se rieran o lloraran, podrían decir qué es ridículo y qué es doloroso. Es evidente, por tanto, que ni siquiera sabemos lo que estamos diciendo. Hombres como éstos no serían mejores que mosquitos o moscas, aunque incluso esos animales saben lo que es natural y lo que no lo es.

Aunque hay innumerables argumentos que se pueden utilizar contra los hombres que se encuentran en este estado de ánimo, creo que estos son suficientes. Lo siguiente es unirse a ellos para examinar a aquellos que han tomado el camino opuesto y han decidido que debemos creer en los sentidos corporales en todo, entre los cuales se encuentran Metrodoro de Quíos y Protágoras de Abdera.

Se decía entonces que Metrodoro había sido un seguidor de Demócrito y que había declarado que lo pleno y el vacío eran los primeros principios, de los cuales el primero era el ser y el segundo el no-ser. Así, al escribir sobre la naturaleza, empleó una introducción de este tipo: "Ninguno de nosotros sabe nada, ni siquiera esto, ya sea que sepamos o no sepamos", una introducción que dio un impulso malicioso a Pirrón, que vino después. Luego continuó diciendo que "todas las cosas son exactamente lo que cada uno puede pensar que son".

En cuanto a Protágoras, se dice que lo llamaban ateo. De hecho, él también, al escribir sobrelDios, utilizó esta especie de introducción: "En cuanto a Dios, no sé ni que existe ni cuál es su naturaleza, pues hay muchas cosas que me impiden conocer cada uno de estos puntos". Se dice que los atenienses castigaron a este hombre con el destierro, y quemaron sus libros públicamente en medio de la plaza del mercado.

Puesto que estos hombres afirmaban que sólo debemos creer en nuestros sentidos, veamos los argumentos que esgrimió contra ellos Aristocles.

XX
La escuela de Metrodoro y Protágoras, según Aristocles de Mesina

Dice Aristocles que ha habido hombres que han mantenido que "debemos creer sólo en los sentidos y sus representaciones", y que incluso Homero da a entender este tipo de doctrina al declarar que el océano es el primer principio, como si todas las cosas estuvieran en flujo.

Entre los que conocemos, Metrodoro de Quíos parece hacer la misma afirmación, y Protágoras de Abdera no sólo lo parece, sino que lo afirma expresamente al decir que "el hombre es la medida de todas las cosas, de las cosas existentes que existen, y de las cosas no existentes que no existen", y que "las cosas son como parecen a cada persona, y de lo demás nada podemos afirmar positivamente".

En respuesta a ellos, se puede decir lo que dice Platón en el Teeteto:

"¿Por qué, si la naturaleza de las cosas es así, afirmó que el hombre es la medida de la verdad y no un cerdo o un mono con cabeza de perro? Pero además, ¿cómo querían decir que ellos mismos eran sabios, si en verdad cada uno es la medida de la verdad para sí mismo? ¿O cómo refutan a otros hombres, si lo que a cada uno le parece es verdad? ¿Y cómo es que ignoramos algunas cosas, aunque a menudo las percibimos por sensación, exactamente como cuando oímos hablar a los bárbaros?".

Además, el hombre que ha visto algo y luego lo recuerda, lo sabe, aunque ya no sea consciente de ello. Y si cerrara un ojo y viera con el otro, evidentemente estaría conociendo y no conociendo la misma cosa. Además de esto, si lo que a cada uno le parece también cierto es verdad, pero lo que ellos dicen no nos parece cierto a nosotros, debe ser también cierto que el Hombre no es la medida de todas las cosas. Además, los artistas son superiores a los inexpertos y los expertos a los inexpertos, y por esta razón un piloto, o un médico, o un general prevén mejor lo que está por suceder.

Estos hombres, pues, también destruyen absolutamente los grados de lo más o lo menos, lo necesario y lo contingente, lo natural y lo innatural. Y así, la misma cosa sería y no sería, pues nada impide que una misma cosa parezca a unos ser y a otros no ser. Y la misma cosa sería a la vez un hombre y un bloque, pues a veces la misma cosa parece a uno un hombre y a otro un bloque.

Si esto fuera así, todo discurso sería verdadero y falso a la vez, y los consejeros y los jueces no tendrían nada que hacer. Y lo que es más terrible, las mismas personas serían buenas y malas, y el vicio y la virtud una misma cosa. Se podrían mencionar muchos otros ejemplos de este tipo; pero, de hecho, no hay necesidad de más argumentos contra quienes piensan que no tienen mente ni razón.

Mas como todavía hoy hay quienes dicen que "toda sensación y toda representación es verdadera", digamos también algunas palabras sobre ellos. Pues éstos parecen temer que, si dijeran que algunas sensaciones son falsas, no tendrían su criterio y su canon seguro y confiable; pero no se dan cuenta de que, si esto es así, no perderían tiempo en declarar que también todas las opiniones son verdaderas, pues es natural para nosotros juzgar por ellas también de muchas cosas; y, sin embargo, sostienen que algunas opiniones son verdaderas y otras falsas.

Si uno examinase, vería que ninguno de los otros criterios está siempre y completamente libre de error; por ejemplo, me refiero a una balanza, o a un torno, o a cualquier cosa de este tipo; sino que cada uno de ellos en un estado es bueno y en otro malo; y cuando los hombres lo usan de esta manera, dice verdad, pero de esa manera dice mentira.

Además, si todas las sensaciones fueran verdaderas, no deberían diferir tanto. Porque son diferentes cuando están cerca y lejos, y en los enfermos y en los fuertes, en los hábiles y en los inexpertos, en los prudentes y en los insensatos. Por supuesto, sería completamente absurdo decir que las sensaciones de los locos son verdaderas, y de los que ven mal y oyen mal. Porque la afirmación de que quien ve mal ve o no ve sería tonta, pues uno respondería que ve, en efecto, pero no correctamente.

Cuando dicen que "la sensación, al estar desprovista de razón, no añade ni quita nada", es evidente que no ven los obstáculos, pues en el caso del remo en el agua, en las imágenes y en un sinfín de cosas más, es el sentido el que engaña. Por eso, en tales casos, no echamos la culpa a nuestra mente, sino a la representación, pues el argumento se refuta a sí mismo cuando sostiene que toda representación es verdadera. En todo caso, declara la falsedad de la nuestra, lo que nos hace pensar que no toda representación es verdadera. El resultado, entonces, para ellos es decir que toda representación es a la vez verdadera y falsa.

Se equivocan totalmente también al afirmar que "las cosas son realmente tal como nos parecen", pues, por el contrario, éstas parecen ser tales por naturaleza, y no somos nosotros quienes las hacemos ser así, sino que somos afectados de alguna manera por ellas. Si imagináramos cachorros o niños pequeños, como hacen los pintores y los escultores, sería ridículo afirmar inmediatamente que existen y, por lo tanto, representárnoslos como si estuvieran a mano.'

De lo dicho se desprende que no hablan con razón quienes afirman que toda sensación y toda representación son verdaderas. De hecho, el propio Epicuro, partiendo de la escuela de Aristipo, hizo que todas las cosas dependieran del placer y de los sentidos, definiendo los sentimientos como los únicos que son concebibles y el placer como el fin de todo bien.

Algunos dicen que Epicuro no tuvo maestro, sino que leyó los escritos de los antiguos. Otros dicen que fue oyente de Jenócrates, y más tarde de Nausífanes, que había sido discípulo de Pirrón. Veamos, pues, cuáles son los argumentos que se han esgrimido también contra él.

XXI
La escuela de Epicuro, según Aristocles de Mesina

Dice Aristocles que, puesto que el conocimiento es de dos especies (una de las cosas externas, y otra de las que podemos elegir o evitar), algunos dicen que "como criterio de elección y evitación tenemos el placer y el dolor". Al menos, eso es lo que defienden los epicúreos.

No obstante, los epicúreos no acogen todos los placeres ni evitan todos los dolores, pues los criterios se prueban a sí mismos y a las cosas que juzgan, mientras que el sentimiento sólo se prueba a sí mismo. Ellos mismos dan testimonio de ello, al sostener que, aunque "todo placer es un bien" y "todo dolor un mal", siempre "debemos elegir el primero y evitar el segundo", pues se miden por la cantidad y no por la calidad.

En este argumento, es evidente que nada sino la razón juzga la cantidad, y que es la razón la que da el juicio. Es lo que ellos defienden, al decir que "es mejor soportar este dolor, para gozar de un placer mayor", y "es conveniente abstenerse de este placer, para no sufrir un dolor más grave".

En general, las sensaciones y las representaciones parecen ser, por así decirlo, espejos e imágenes de las cosas; mientras que los sentimientos, los placeres y los dolores son cambios y alteraciones en nosotros mismos. Y así, en la sensación y en la formación de representaciones miramos a los objetos externos, pero al experimentar placer y dolor dirigimos nuestra atención sólo a nosotros mismos. Porque nuestras sensaciones son causadas por los objetos externos, y tal como sea su carácter, tales son también las representaciones que producen; pero nuestros sentimientos toman este o aquel carácter debido a nosotros mismos y de acuerdo con nuestro estado.

Por lo tanto, a veces parecen agradables y a veces desagradables, a veces más y a veces menos. Y siendo esto así, encontraremos, si decidimos examinarlo, que las mejores suposiciones de los principios del conocimiento son hechas por aquellos que toman en consideración tanto los sentidos como la mente.

Mientras que los sentidos son como las redes y los aparejos de caza, la mente y la razón son como los perros que rastrean y persiguen a la presa. Sin embargo, debemos considerar mejores filósofos que éstos a quienes no hacen uso de sus sentidos al azar ni asocian sus sentimientos al discernimiento de la verdad. De lo contrario, sería una monstruosidad que seres dotados de la naturaleza humana abandonaran el juicio más divino de la mente y se entregaran a placeres y dolores irracionales.'

Hasta aquí, las explicaciones dadas por Aristócles.

XXII
Sobre los que definen el bien como placer

Dice Platón que "hemos de juzgar separadamente el placer y la mente", antes de decidirnos por cuál de estos dos es para nosotros más afín. Escuchemos sus palabras:

—¿Hablas de belleza, verdad y moderación?
—Sí, pero toma primero la verdad, Protarco, y luego observa tres cosas (la mente, la verdad y el placer), y luego tómate un largo tiempo para deliberar, antes de respóndete a ti mismo si el placer o la mente son más afines a la verdad.
—Pero ¿para qué perder el tiempo? Pues creo que difieren mucho. El placer es de todas las cosas el que más falsas pretensiones tiene; y en los placeres del amor, por más grandes que se piensen, hasta el perjurio, como dicen, es perdonado por los dioses, pues sus devotos son considerados, como niños, como personas que no poseen ni la más mínima porción de razón; mientras que la razón o es lo mismo que la verdad, o de todas las cosas la más parecida a ella y la más verdadera.
—¿No consideraréis entonces de la misma manera la moderación, si el placer posee más de ella que la sabiduría, o la sabiduría más que el placer?
—Es también una pregunta fácil la que planteas, pues creo que no se encontraría en el mundo nada de naturaleza más inmoderada que el placer y el deleite, ni nada más lleno de moderación que la razón y la ciencia.
—Bien dices, pero pasa a hablar del tercer punto: ¿tiene la razón una parte mayor de belleza que el placer, de modo que la razón es más bella que el placer, o al contrario?
Seguramente, cuando vemos a alguien entregándose a los placeres, y también a los más grandes, la visión del ridículo o de la extrema desgracia que sigue a eso nos avergüenza, y los ponemos fuera de la vista y los ocultamos tanto como sea posible, relegando todas esas cosas a la noche, como no aptas para ser contempladas por la luz.
—De todas maneras, Protarco, afirmarás, tanto por mensajeros a los ausentes como de palabra a los presentes, que el placer no es la primera de las posesiones ni tampoco la segunda, sino que la primera tiene que ver con la medida, la moderación, la oportunidad y todas las cualidades de este tipo que deben considerarse como adquiridas de naturaleza eterna.

Así como estas otras palabras:

—El segundo lugar se ocupa de la simetría, la belleza, la perfección y la suficiencia, y de todas las cualidades que son de esta familia.
—Así parece, ciertamente.
—Si, pues, como os predico, asumís como de tercera clase la mente y la sabiduría, no os desviaréis mucho de la verdad.
—Puede ser.
—¿No diremos, pues, que la cuarta clase, además de estas tres, son las que supusimos que pertenecen al alma misma, las ciencias y las artes, y las opiniones rectas, como se las llamaba, en cuanto que son más afines al bien que al placer?
—Es muy probable.
—En quinto lugar, pues, están los placeres que en nuestra definición asumimos como no mezclados con dolor, y los llamamos cogniciones puras del alma misma, pero consecuentes con las sensaciones.
—Tal vez.
—Y como dice Orfeo, "en la sexta edad aún se oye la dulce voz del canto". Pero nuestro discurso también parece haber llegado a su fin en el sexto juicio, y no nos queda nada después de esto, excepto ponerle la corona a lo que hemos dicho.

Y con estas otras palabras:

—Venga, pues, la tercera libación a Zeus Sóter. Repasemos con solemne aserción el mismo argumento.
—¿Qué argumento?
—Filebo nos propuso que el bien es el placer universal y absoluto.
—Al decir tercera libación, parece que querías decir hace un momento que debemos retomar el argumento desde el principio.
—Sí, pero escuchemos lo que sigue. Por mi parte, cuando comprendí lo que acabo de decir y me indigné por el argumento empleado por Filebo, y no sólo por él, sino por miles de otros, dije que el espíritu era mucho más noble que el placer y mejor para la vida humana.
—Así fue.
—Sí, pero, sospechando que había muchas otras cosas buenas, dije que si alguna de ellas resultaba mejor que las dos anteriores, lucharía por el segundo premio del lado de la mente contra el placer, y el placer se vería privado incluso del segundo premio.
—En efecto, lo dijiste.
—Y pronto quedó demostrado de manera muy satisfactoria que ninguna de estas era suficiente.
—Muy cierto.
—Así pues, en este argumento, tanto la razón como el placer habían sido totalmente dejados de lado, por no ser ninguno de ellos el bien absoluto, puesto que carecían de suficiencia y del poder de adecuación y perfección.
—Muy cierto.
—Pero habiéndose encontrado algo mejor que cualquiera de ellos, ahora se ha demostrado nuevamente que la mente es diez mil veces más cercana y más afín que el placer a la naturaleza del conquistador.
—Por supuesto.
—Así pues, el poder del placer ocupará el quinto lugar en el premio, como nuestro argumento ahora lo ha declarado.
—Así parece.
—Pero no primero, no, ni siquiera si todos los bueyes y caballos y otras bestias juntas lo afirmaran por su búsqueda del placer, aunque la multitud los crea, como los adivinos creen a los pájaros, juzgue que los placeres son los más poderosos para darnos una vida feliz, y piense que los deseos de los animales son testigos más válidos que las palabras de aquellos que de tiempo en tiempo han profetizado por inspiración de la musa filosófica.
—Ahora por fin, todos decimos que has dicho la verdad.

Así escribe Platón. Pero también voy a exponer ante ti algunos pasajes de Dionisio, un obispo que profesaba la filosofía cristiana, de su obra Sobre la Naturaleza, en respuesta a Epicuro. Tomad y leed sus propias palabras, que son las siguientes.

XXIII
Sobre el origen atómico del universo

Se pregunta Dionisio de Alejandría si es el universo un todo conectado (como nos parece a nosotros y a los más sabios de los griegos, como Platón y Pitágoras y los estoicos y Heráclito), o dos (como alguien puede haber supuesto), o incluso muchos e infinitos en número (como les pareció a algunos otros, quienes mediante muchas aberraciones de pensamiento y diversas aplicaciones de términos han intentado dividir minuciosamente la sustancia del universo y suponen que es infinito, increado y no diseñado).

En efecto, algunos que dieron el nombre de átomos a ciertos cuerpos imperecederos y diminutos, infinitos en número, y supusieron un espacio vacío de extensión ilimitada, dicen que estos átomos, al ser arrastrados al azar en el vacío y chocar accidentalmente entre sí a través de una deriva irregular, se enredan, porque tienen muchas formas y se atrapan unos con otros, y así producen el mundo y todas las cosas que hay en él, o más bien mundos infinitos en número.

Epicuro y Demócrito eran de esta opinión, pero no estaban de acuerdo en que el primero suponía que todos los átomos eran extremadamente pequeños y, por lo tanto, imperceptibles, mientras que Demócrito suponía que también había algunos átomos muy grandes. Sin embargo, ambos afirman que hay átomos y que se los llama así debido a su impenetrable dureza.

Otros cambian el nombre de los átomos, y dicen que son cuerpos que no tienen partes, sino que son partes del universo, del cual en su estado indivisible se componen todas las cosas y en las cuales se resuelven. Algunos dicen que fue Diodoro quien inventó el nombre de estos cuerpos sin partes. Y otros que fue Heráclides quien les dio una forma diferente y los llamó pesos, y de él heredó el nombre el médico Asclepíades.

Después de estas afirmaciones, procede derribar esta doctrina con muchos argumentos, especialmente con los que siguen.

XXIV
Sobre el origen atómico del mundo

Se pregunta Dionisio de Alejandría cómo podemos soportar a quienes afirman que las obras de la creación, sabias y bellas, son casualidades accidentales. Porque son obras que, al surgir cada una de ellas por sí sola y, asimismo, todas ellas tomadas en conjunto, fueron vistas como buenas por Aquel que ordenó que se hicieran. Pues la Escritura dice: "Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era muy bueno".

Por otra parte, ni siquiera serán instruidos por los pequeños y familiares ejemplos que se encuentran a sus pies, de los cuales podrían aprender que ninguna obra útil y beneficiosa se hace sin un propósito especial, o por mero accidente, sino que se perfecciona mediante el trabajo manual para su propio servicio; pero cuando comienza a caerse y a volverse inútil e inservible, entonces se disuelve y se dispersa de una manera indefinida y casual, en la medida en que la sabiduría con cuyo cuidado fue construida ya no la maneja ni la dirige.

Por ejemplo, un manto no se teje por la urdimbre que se arregla sin un tejedor, o por la trama que se entrelaza por sí sola; sino que si se gasta, los harapos se tiran. Una casa o una ciudad también se construyen no recibiendo algunas piedras depositadas por sí mismas en los cimientos, y otras saltando a las hiladas superiores, sino que el constructor trae las piedras bien ajustadas y las coloca en su lugar; pero cuando el edificio se derrumba, como sea que ocurra, cada piedra cae y se pierde.

Además, mientras se construye un barco, la quilla no se coloca sola, ni el mástil se coloca en medio del barco, ni cada una de las otras maderas toma por sí sola una posición aleatoria; ni las llamadas cien piezas del carro encajan solas cada una en el lugar vacío que encuentran, sino que el carpintero en ambos casos las junta adecuadamente.

Pero si el barco se desmorona en el mar, o el carro en su camino por tierra, las maderas se esparcen por dondequiera que se encuentren, en un caso por las olas, en el otro por la violenta impulsión. Así pues, sería conveniente que dijeran que sus átomos, al permanecer ociosos, no hechos por manos y sin ninguna utilidad, son impulsados al azar. Que ellos vean los átomos invisibles y entiendan lo ininteligible, a diferencia de aquel que confiesa que esto le había sido manifestado por Dios diciéndole a Dios mismo: "Mis ojos vieron tu obra imperfecta".

Así pues, cuando estos tontos dicen que todo esto son "texturas finamente tejidas hechas de átomos", y "son creadas por ellos espontáneamente, sin sabiduría ni percepción", ¿quién puede soportar oír hablar de los átomos como de obreros, aunque sean inferiores en sabiduría incluso a la araña que teje su red a partir de sí misma?'

XXV
La constitución del universo, según Dionisio de Alejandría

Se pregunta Dionisio de Alejandría quién puede soportar oír que esta gran casa, que consiste en cielo y tierra, dotada de tan grande y múltiple sabiduría que se llama cosmos, haya sido puesta en orden por átomos que se mueven sin ningún orden. Y también se pregunta cómo puede ser que el desorden se haya convertido, repentinamente, en orden. Oigamos sus propias palabras: "¿Cómo creer que los movimientos y los rumbos bien regulados se producen a partir de una deriva irregular? ¿O que el movimiento armonioso de los cuerpos celestes obtiene su concordancia de instrumentos desafinados e inarmónicos?".

Si, además, la sustancia de todos los átomos es la misma y la naturaleza imperecedera es la misma, exceptuando, como dicen, sus magnitudes y formas, ¿cómo es posible que algunos cuerpos sean divinos, incorruptibles y eternos o, al menos, como dirían, seculares según quien los nombró así, visibles e invisibles, visibles como el sol, la luna, las estrellas, la tierra y el agua, e invisibles como los dioses, los demonios y las almas? Pues no pueden negar que existen, aunque quisieran.

Los más longevos son los animales y las plantas. Animales en toda su vertiente de aves, como las águilas, los cuervos y el fénix. Y entre los animales terrestres, los ciervos, los elefantes y las serpientes. Y entre los animales acuáticos, las ballenas. Y entre los árboles, las palmeras, los robles y las persas. Además, de los árboles algunos son de hoja perenne (de los cuales alguien que los había contado dijo que había catorce), y algunos florecen por una temporada (y pierden sus hojas). Además, la mayor parte de ellos, tanto de las plantas como de los animales, mueren temprano y tienen una vida corta, lo mismo que le sucede al hombre, como cierta Escritura sagrada dijo ("el hombre que nace de mujer tiene poco tiempo de vida").

Los atomistas dirán que "las variaciones en los enlaces que unen a los átomos son las causas de la diferencia en la duración". En efecto, se dice que algunas cosas están compactas y unidas entre sí por ellos, de modo que se han convertido en texturas compactas extremadamente difíciles de desatar, mientras que en otras la combinación de los átomos ha sido débil y suelta en mayor o menor grado, de modo que, o bien rápidamente o después de mucho tiempo, se separan de su disposición ordenada. Además, algunas cosas están formadas por átomos de una cierta naturaleza conformados de una cierta manera, y otras por diferentes tipos de átomos dispuestos de manera diferente. Pero ¿quién es, pues, el que distingue las clases, las reúne y las distribuye, y las dispone de una manera para formar el sol y de otra para formar la luna, y reúne las distintas clases según su aptitud para la luz de cada estrella separada? Pues ni los átomos solares, en tal número y clase, y de tal manera unidos, habrían condescendido jamás a la formación de una luna, ni las combinaciones de los átomos lunares habrían llegado jamás a formar un sol. Ni Arturo, a pesar de su brillantez, se jactaría jamás de poseer los átomos de la estrella de la mañana, ni las pléyades los de Orión.

Si su combinación, como en el caso de las cosas sin vida, se produjo inconscientemente, requirió un hábil Artífice. Y si su conjunción fue involuntaria y por necesidad, como en el caso de las cosas sin razón, entonces algún Sabio líder del rebaño presidió su reunión. Y si se han visto voluntariamente limitados a la ejecución de una obra voluntaria, algún maravilloso Arquitecto tomó la iniciativa de distribuir su trabajo. O puede ser que actuara como un General que, amando el orden, no deja a su ejército en confusión y todo mezclado, sino que coloca la caballería en un lugar, y la infantería armada pesada por separado, y los jabalinistas por sí mismos, y los arqueros aparte, y los honderos en el lugar apropiado, para que los de armas similares puedan luchar uno al lado del otro.

Si este ejemplo os parece una broma, porque hago una comparación entre cuerpos grandes y muy pequeños, recurriremos a otro argumento. En efecto, si no hubiera ni palabra, ni elección, ni orden de un gobernante que se les impusiera, sino que ellos mismos, dirigiéndose a través de la gran multitud de la corriente y pasando a través del gran tumulto de sus colisiones, se reunieran de igual a igual no por la guía de Dios (como dice el poeta), sino que corrieran juntos y se reunieran en grupos que reconocieran a sus propios parientes, entonces maravillosa sería seguramente esta democracia de los átomos, amigos que se dan la bienvenida y se abrazan, y se apresuran a establecerse en un hogar común. Pues mientras algunos de ellos se redondearían por su propia voluntad en esa poderosa luminaria que es el sol (para hacer el día), otros se encienderían en muchas pirámides de estrellas (para coronar todo el cielo), mientras que otros se alinearían alrededor (tal vez para hacerlo firme), y arrojarían un arco sobre el éter para que las luminarias asciendan, y para que las confederaciones de los átomos comunes puedan elegir sus propias moradas y dividir el cielo en habitaciones y estaciones para sí mismos.

Así pues, estos atomistas imprudentes, lejos de discernir lo invisible, no ven ni siquiera lo que es claramente visible. Y ni siquiera parecen observar las salidas y puestas regulares de los otros cuerpos, ni siquiera las más conspicuas, las del sol, ni hacer uso de los auxilios otorgados por ellos a la humanidad, el día iluminado para el trabajo y la noche cubriéndolos para el descanso. Porque el hombre, dice la Escritura, "saldrá a su trabajo y a su labor hasta la tarde".

Ni siquiera observan estos atomistas esa otra revolución del sol, en la que completa tiempos determinados y estaciones convenientes y solsticios que se repiten en un orden invariable, guiados por los átomos que lo componen. Y aunque estos miserables no estén dispuestos a admitirlo, sin embargo, "grande es el Señor que lo hizo, y por su palabra apresura su curso".

¿Acaso los átomos, ciegos, os traen el invierno y las lluvias para que la tierra os envíe alimento a vosotros y a todos los seres vivos que hay en ella? ¿Y acaso os conducen al verano para que también podáis disfrutar de los frutos de los árboles? ¿Y por qué, entonces, no adoráis a los átomos y ofrecéis sacrificios a los guardianes de vuestros frutos? Seréis, sin duda, ingratos, por no consagrarles ni siquiera las pequeñas primicias de los abundantes dones que recibís de ellos.

Pues las estrellas, esa democracia mixta de muchas tribus, constituida por átomos errantes que siempre se dispersan, marcaron regiones para sí mismas por acuerdo, tal como si hubieran instituido una colonia o una comunidad, sin ningún fundador o maestro que las presida; y las leyes fronterizas hacia las naciones vecinas las observan fiel y pacíficamente, sin invadir los límites que han ocupado desde el principio, tal como si tuvieran leyes establecidas por estos átomos reales. Pero éstos no las dominan, pues ¿cómo podrían hacerlo, si no existen?

Escuchad, pues, las palabras de Dios: "En el juicio del Señor están sus obras desde el principio, y desde que las hizo dispuso las partes de ellas. Él adornó sus obras para siempre, y los principios de ellas para sus generaciones".

¿O qué falange marchó jamás a través del terreno llano en tan buen orden, sin que nadie se adelantara, sin que nadie se saliera de la fila, sin que nadie bloqueara el camino ni se quedara rezagado respecto de su compañía, mientras en filas uniformes y escudo con escudo las estrellas avanzaban siempre, esa hueste continua, indivisa, sin confusión, sin obstáculos?

Sin embargo, por inclinaciones y desviaciones laterales, se producen ciertos cambios oscuros en su curso. Y, sin embargo, quienes han prestado atención a estas cuestiones siempre buscan los momentos adecuados y prevén los lugares de donde cada uno surge. Que los anatomistas de los átomos, los divisores de lo indivisible, los compositores de lo no compuesto y los definidores de lo infinito nos digan de dónde proviene la revolución circular simultánea y el retorno periódico de los cuerpos celestes, en los que no es simplemente un solo conglomerado de átomos el que ha sido arrojado casualmente como desde una honda, sino todo este gran coro circular que se mueve uniformemente en ritmo y gira en torno al mismo tiempo. ¿Y de dónde proviene que esta vasta multitud de compañeros de viaje sin orden, sin propósito y sin conocerse entre sí hayan regresado juntos? Con razón el profeta clasificó entre las cosas imposibles e inéditas el que incluso dos extraños corran juntos: "¿Acaso dos caminarán juntos, si no se conocen?".

Después de haber dicho esto y de haber añadido otras innumerables observaciones, pasa Dionisio a discutir la cuestión en profundidad, basándose en los elementos particulares del universo y en los seres vivos de todo tipo que lo componen, incluida la naturaleza del hombre. Añadiendo algunos de estos argumentos a los que ya he mencionado, daré por concluido el presente tema.

XXVI
La naturaleza del hombre, según Dionisio de Alejandría

Dice Dionisio de Alejandría que, si alguno de los fundadores de esta doctrina impía reconsiderara quién es y de dónde es, volvería a sus cabales, sintiéndose consciente de sí mismo, y diría, no a los átomos, sino a su Padre y Creador, "tus manos me formaron y me hicieron". O dirían como ese escritor que dijo: "¿No me has derramado como leche y me has cuajado como queso? ¿Me has revestido de piel y carne y me has tejido con huesos y tendones? Me has concedido vida y favor, y tu protección ha preservado mi espíritu".

¿Cuántos y de qué clase eran los átomos que el padre de Epicuro echó de sí mismo cuando engendró a Epicuro? ¿Y cómo se unieron, tomaron forma, movimiento y crecimiento cuando los depositó en el vientre de su madre? ¿Y cómo esa pequeña gota, después de reunir en abundancia los átomos de Epicuro, convirtió algunos de ellos en piel y carne para cubrirlos, y cómo otros se levantaron y se convirtieron en huesos y otros se unieron con una estructura de tendones?

¿Y cómo adaptó los demás miembros, órganos, entrañas e instrumentos de los sentidos, algunos internos y otros externos, por los cuales el cuerpo cobraba vida? Porque entre estos no se añadió ninguna parte ociosa o inútil, ni siquiera la más insignificante, ni el pelo ni las uñas, sino que todos contribuyen, unos al beneficio de la constitución y otros a la belleza de la apariencia.

La providencia de Dios no sólo se preocupa de la utilidad, sino también de la belleza. Así como el cabello de la cabeza es una protección y una cobertura para todos, la barba es un adorno agradable para el filósofo. La Providencia también compuso la naturaleza de todo el cuerpo humano de partes, todas las cuales eran necesarias, y dotó a todos los miembros de su conexión mutua y midió del conjunto la provisión que les correspondía.

En cuanto al más importante de estos miembros, resulta evidente, incluso para los más simples, por su experiencia, la fuerza que tienen: está el poder supremo de la cabeza, y alrededor del cerebro, como entronizado en la ciudadela, está la guardia asistente de los sentidos: los ojos van por delante, los oídos traen noticias, el gusto, por así decirlo, recoge provisiones, el olfato rastrea y examina, y el tacto ordena todo lo que está sujeto a él. Éstas son las obras de la omnisciente Providencia, con la intención de completar la tarea con más cuidado y la mayor de las sabidurías.

Además, está el ministerio de las manos, por el cual se perfeccionan toda clase de trabajos y artes inventivas, dotadas separadamente con sus particulares facilidades para cooperar en una sola y misma obra; la fuerza de los hombros para soportar cargas; el agarre de los dedos; las articulaciones de los codos, que se vuelven hacia adentro, hacia el cuerpo, y se doblan hacia afuera, para que puedan tanto atraer cosas como empujarlas; el servicio de los pies, por el cual toda la creación terrestre está bajo nuestro poder; la tierra para pisar, el mar para navegar, los ríos para cruzar y la comunicación de todas las cosas con todas; el vientre, un almacén de alimentos, que se reparte de sí mismo en la debida medida las provisiones para todos los miembros asociados con él y expulsa lo que es superfluo; y todas las demás partes por las cuales se ha ideado manifiestamente la administración de la constitución humana, y de las cuales tanto los sabios como los necios poseen el uso pero no el conocimiento.

Los sabios atribuyen la administración a la deidad que consideran más perfecta en todo conocimiento y más benéfica para con ellos mismos, convencidos de que es obra de una sabiduría y un poder superiores verdaderamente divinos; mientras que los demás, desconsideradamente, atribuyen la obra más maravillosa de belleza a un encuentro casual y una coincidencia de los átomos.

Ahora bien, aunque la consideración aún más eficaz de estos temas y la disposición de las partes internas del cuerpo han sido investigadas con precisión por los médicos, quienes en su asombro hicieron un dios de la naturaleza, sin embargo, hagamos de ahora en adelante un nuevo examen lo mejor que podamos, aunque sea superficial.

Con esto, de manera general y resumida, pregunto: ¿Quién hizo todo este tabernáculo tal como es, alto, erguido, de bellas proporciones, muy sensible, grácil en su movimiento, fuerte en su acción, apto para todo tipo de trabajo? La multitud irracional de átomos, dicen. No podrían unirse y moldear una imagen de arcilla, ni pulir una estatua de mármol, ni producir mediante fundición un ídolo de plata u oro; pero los hombres han sido los inventores de las artes y manufacturas de estos materiales para representar el cuerpo. Y si las representaciones y las imágenes no pudieran realizarse sin inteligencia, ¿cómo podrían los originales reales de las mismas haber sido accidentes espontáneos? ¿De dónde, además, se le inculcaron al filósofo alma, mente y razón? ¿Se las pidió a los átomos que no tienen alma, mente ni razón, y cada uno de ellos le inspiró algún pensamiento y doctrina?

¿Y la sabiduría del hombre fue llevada a la perfección por los átomos, de la misma manera que la fábula de Hesíodo dice que Pandora fue llevada a la perfección por los dioses? Los griegos, ¿dejarán también de decir que toda la poesía, toda la música, toda la astronomía, toda la geometría y las demás ciencias son invenciones e instrucciones de los dioses, y que sólo las "musas atómicas" han sido hábiles y sabias en todas las cosas? Concluyendo, la raza de los dioses construida por Epicuro, a partir de átomos, está desterrada de sus infinitos mundos de orden, y arrojada al caos infinito.

XXVII
La perfecta obra de Dios, según Dionisio de Alejandría

Dice Dionisio de Alejandría que trabajar, administrar, hacer el bien y mostrar previsión, y todas esas acciones son quizá gravosas para los ociosos y necios, y para los débiles y malvados, entre los cuales se inscribió Epicuro al albergar tales pensamientos sobre los dioses; pero para los serios, capaces, sabios y prudentes, como deben ser los filósofos (¿cuánto más los dioses?), no sólo no son estas cosas desagradables y arduas, sino incluso muy deliciosas y, sobre todo, muy bienvenidas; porque para ellos el descuido y la demora en realizar cualquier buena acción se juzga una desgracia, como un poeta los amonesta con su consejo ("nada que pueda retrasarse hasta mañana"), y amenaza ("quien posterga su trabajo deberá luchar siempre con destinos malignos").

A los cristianos nos instruye solemnemente un profeta, que dice que las acciones virtuosas son verdaderamente dignas de Dios, y que quien las cuida poco es maldito: pues dice: "Maldito el que hace las obras del Señor sin cuidado". Ellos, en cambio, no han aprendido este arte, y sólo pueden practicarlo imperfectamente porque el esfuerzo es inusual y el trabajo no practicado, encuentran cansancio en sus intentos; pero aquellos que están progresando, y más aún aquellos que son perfectos, se deleitan en el fácil logro de sus objetivos, y preferirían completar lo que habitualmente practican y terminar su trabajo, que poseer todas las cosas que los hombres consideran buenas.

Por ejemplo, el propio Demócrito solía decir que preferiría descubrir una sola ley de causalidad antes que recibir el reino de Persia, y esto a pesar de que buscaba en vano causas donde no las había, como quien partía de un principio falso y de una hipótesis errónea, y no discernía la raíz y la necesidad común a la naturaleza de todas las cosas, sino que consideraba la contemplación de contingencias aleatorias y sin sentido como la más alta sabiduría, y establecía al azar como señora y reina de las cosas universales y de las cosas divinas, y declaraba que todas las cosas ocurrían de acuerdo con él, pero lo desterró de la vida del hombre y condenó a quienes lo adoraban como insensatos. Y si no, escuchemos el comienzo de sus Sugerencias:

"Los hombres formaron una imagen del azar como excusa para su propia necedad: pues el azar es por naturaleza antagónico al juicio: y decían que este peor enemigo de la sabiduría lo gobernaba; o más bien, derribaban y aniquilaban completamente a este último, y colocaban al otro en su lugar: pues no alaban a la sabiduría como afortunada, sino a la fortuna como la más sabia".

Mientras que los maestros de aquellas obras que son beneficiosas para la vida se enorgullecen de la ayuda que prestan a sus semejantes, y desean alabanza y fama por las obras en las que trabajan para su bien, algunos proporcionando alimentos, otros como pilotos, algunos como médicos y algunos como estadistas, los filósofos se jactan orgullosamente de sus esfuerzos por instruir a la humanidad.

¿O acaso Epicuro o Demócrito se atreverán a decir que se afligen por la filosofía? No hay otra alegría de corazón que preferirían a ésta. Pues, aunque piensen que el bien consiste en el placer, se avergonzarán de decir que la filosofía no les resulta más agradable.

En cuanto a los dioses, a quienes sus poetas cantan como "dadores de cosas buenas", estos filósofos con reverencia burlona dicen: "Los dioses no son dadores ni participantes de ninguna cosa buena". ¿De qué manera entonces muestran evidencia de la existencia de los dioses, si no los ven presentes y haciendo algo, como aquellos que, admirando el sol, la luna y las estrellas, dijeron que se llamaban dioses (θεούς) debido a su correr (θεειν), ni les atribuyen ninguna obra de creación o disposición, para poder llamarlos dioses de ponerse (θεναι), es decir, hacer (pues en este respecto, en verdad, el Creador y artífice del universo solo es Dios), ni exhiben ninguna administración, ni juicio, ni favor de ellos hacia la humanidad, para que les debamos temor u honor, y por lo tanto los adoremos?

¿O acaso Epicuro se asomó desde el mundo y traspasó los límites de los cielos, o salió por unas puertas secretas que sólo él conocía, y contempló a los dioses que moraban en el vacío, y los consideró benditos a ellos y a su abundante lujo? ¿Y se convirtió desde entonces en un devoto del placer y en un admirador de su vida en el vacío, y exhortó así a todos los que debían asemejarse a esos dioses a participar de esta bendición, elogiando como sala de banquetes felices para ellos, no el cielo ni el Olimpo, como hicieron los poetas, sino el vacío, y poniendo ante ellos su ambrosía hecha de átomos, y prometiéndoles el néctar de los mismos?

Además, inserta Epicuro en sus propios libros innumerables juramentos y conjuraciones dirigidas a aquellos que no son nada para nosotros, jurando continuamente "No, por Zeus" y "Sí, por Zeus", y conjurando a sus lectores y oponentes a argumentar "en nombre de los dioses", sin tener, supongo, miedo al perjurio ni tratar de asustarlos, sino que pronuncia esto como un apéndice vacío, falso, ocioso y sin sentido de sus discursos, tal como podría carraspear y escupir, y volver la cara y agitar la mano. Una muestra tan ininteligible y vacía de su actuación fue la mención del nombre de los dioses.

Lo que sí es evidente es que, después de la muerte de Sócrates, temió Epicuro a los atenienses y, para no parecer lo que en realidad era (un ateo), se hizo el charlatán y pintó para ellos sombras vacías de dioses insustanciales. Porque no miró al cielo con los ojos de la inteligencia, para poder oír la voz clara que venía de arriba, que el observador atento sí oyó, y que testificó que "los cielos declaran la gloria de Dios y el firmamento muestra la obra de sus manos", ni miró con su entendimiento al suelo, para haber aprendido que "la tierra está llena de la misericordia del Señor", y que "la tierra es del Señor y todo lo que hay en ella". Como dice la Escritura, "después de esto, también el Señor miró a la tierra y la llenó de sus bendiciones, y con el alma de todo ser viviente cubrió su faz".

Si los atomistas no son completamente ciegos, que observen la vasta y variada multitud de seres vivientes, animales terrestres y acuáticos, y aves, y que tomen nota de cuán verdadero ha sido el testimonio del Señor en el juicio que dictó sobre todas sus obras: "Todo pareció bueno, según su mandato".

He escogido estos argumentos de entre los muchos que el obispo Dionisio, nuestro contemporáneo, formuló contra Epicuro. Pero ahora es tiempo de pasar a Aristóteles y a la secta de los filósofos estoicos, y de revisar las opiniones restantes de la maravillosa secta de los físicos, para poder presentar a la censura nuestra defensa por habernos apartado también de ellos.