EUSEBIO DE CESAREA
Preparación al Evangelio
LIBRO XI
El libro precedente, que es el décimo de la Preparación Evangélica, no pretendía demostrar con declaraciones mías, sino con testimonios externos, que como los griegos no habían aportado ninguna sabiduría adicional de sus propios recursos, sino sólo la fuerza y elegancia de su lenguaje, y habían tomado prestada toda su filosofía de los bárbaros, era imposible que desconocieran también los oráculos hebreos, y muy probable que en parte los hubieran aprovechado, ya que no se mantuvieron limpios de robar ni siquiera los esfuerzos literarios de sus propios compatriotas. Porque, como dije, no fue mi declaración sino la de ellos, la que demostró que eran ladrones.
Además, en el mismo libro aprendimos, mediante la comparación de fechas, que eran muy jóvenes tanto en edad como en sabiduría, y estaban muy lejos de la antigua literatura de los hebreos.
Tal era el contenido del libro precedente. En el presente libro, nos apresuramos a pagar como si fuera una deuda (por la promesa que se nos hizo), y a demostrar el acuerdo de los filósofos griegos con los oráculos hebreos en algunas (si no en todas) teorías doctrinales. Por tanto, descartando a aquellos de quienes es superfluo hablar, llamamos al líder de todo el grupo, considerando correcto adoptar como árbitro de la cuestión a Platón solo, como equivalente a todos, ya que es probable que, como superó a todos en reputación, sea suficiente por sí solo para resolver nuestra cuestión.
Pero si en algún momento fuese necesario, para dar claridad a su pensamiento, me serviré también del testimonio de quienes han estudiado su filosofía y expondré sus propias palabras para resolver la cuestión que nos ocupa.
Sin embargo, permítame hacer una salvedad: el maestro no ha logrado explicar todo con éxito, aunque ha expresado la mayor parte de las cosas de acuerdo con la verdad. Esto mismo lo demostraremos en el momento oportuno, no para desacreditarlo, sino para defender la razón por la que confesamos haber dado preferencia a la filosofía bárbara en lugar de a la griega.
I
La filosofía de Platón, compatible con la filosofía hebrea
Platón dividió todo el tema de la filosofía en tres ramas: física, lógica y ética, y luego dividió nuevamente su física en el examen de los sensibles y la contemplación de los incorpóreos. Pues bien, esta forma tripartita de enseñanza también está presente entre los hebreos, ya que ellos habían tratado asuntos similares de la filosofía antes de que Platón naciera.
Será conveniente, pues, escuchar primero a Platón y, después, examinar las doctrinas de los hebreos. Citaré las opiniones de Platón de quienes dan el mayor honor a su sistema, de los cuales Ático, hombre distinguido entre los filósofos platónicos, en la obra en la que se opone a quienes afirman apoyar las doctrinas de Platón con las de Aristóteles, relata las opiniones de su maestro.
II
La filosofía de Platón, según Ático el Platónico
Dice Ático que todo el sistema de la filosofía se divide en tres partes: la ética, la física y la lógica. El objetivo de la primera es hacer a cada uno de nosotros honorable y virtuoso, y llevar a familias enteras al más alto estado de mejora, y proporcionar a toda la comunidad la más excelente política civil y las leyes más exactas. La segunda pertenece al conocimiento de las cosas divinas, y de los primeros principios y causas reales, y de todas las demás cosas que resultan de ellas, que Platón llamó Ciencia Natural. Y la tercera se adopta para ayudar a determinar y descubrir lo que concierne a las primeras.
Ahora bien, que Platón, antes y más que todos los demás, reunió en un solo cuerpo todas las partes de la filosofía, que hasta entonces habían estado dispersas y dispersas, como los miembros de Penteo (como dijo alguien), y exhibió la filosofía como un cuerpo organizado y una cosa viva completa en todos sus miembros, es algo que todos afirman manifiestamente.
Tales, Anaxímenes, Anaxágoras y todos los que fueron contemporáneos de ellos dedicaron su tiempo exclusivamente a investigar la naturaleza de las cosas existentes. De igual manera, Pitaco, Periandro, Solón, Licurgo y otros como ellos aplicaron su filosofía a la política. También Zenón y toda esta escuela eleática son bien conocidos por haber estudiado especialmente el arte dialéctico.
Después de ellos vino Platón, un hombre recién iniciado en los misterios de la naturaleza y de excelencia incomparable, como un verdadero enviado del cielo para que la filosofía que enseñaba pudiera verse en toda su extensión; porque no omitió nada y perfeccionó todo, sin fallar en lo que era necesario ni arrastrarse a lo que era inútil. El platónico participa de los tres, pues estudia la naturaleza, discute la moral y practica la dialéctica, examinemos ahora cada punto por separado.
Así habla Ático, y el peripatético Aristócles añade también su testimonio en el mismo sentido, en el libro VII del tratado que compuso Sobre la Filosofía.
III
La filosofía de Platón, según Aristocles de Mesina
Dice Aristocles que, si alguien enseñó alguna vez un sistema genuino y completo de filosofía, ese fue Platón. Los seguidores de Tales se dedicaban constantemente al estudio de la naturaleza, y la escuela de Pitágoras envolvía todas las cosas en misterio, y Jenófanes y sus seguidores, al suscitar discusiones contenciosas, causaron mucho vértigo a los filósofos, pero no les brindaron ninguna ayuda.
No menos importante fue Sócrates, exactamente según el proverbio, que añadió fuego al fuego, como dijo el propio Platón. Porque siendo un hombre de gran genio y hábil para plantear cuestiones sobre cualquier tema, introdujo especulaciones morales y políticas en la filosofía, y además fue el primero que intentó definir la Teoría de las Ideas; pero mientras seguía provocando todo tipo de discusiones e indagando sobre todos los temas, murió demasiado pronto.
Otros se dedicaron a ciertas disciplinas y dedicaron su tiempo a ellas. Unos a la medicina, otros a las ciencias matemáticas, y otros a los poetas y a la música. La mayoría, sin embargo, se sentían fascinados por los poderes del lenguaje, y algunos de ellos se llamaban retóricos y otros dialécticos.
En efecto, los sucesores de Sócrates eran de todo tipo y opuestos entre sí en sus opiniones. Algunos alababan los hábitos cínicos, la humildad y la insensibilidad; otros, por el contrario, los placeres. Algunos solían jactarse de saberlo todo, y otros de no saber absolutamente nada. Otros solían revolcarse en público y a la vista de todos, relacionándose con la gente común. Mientras que a otros, por el contrario, nunca se les podía acercar ni abordar.
Platón, sin embargo, aunque percibió que la ciencia de las cosas divinas y humanas era una y la misma, fue el primero en hacer una distinción, afirmando que había un tipo de estudio relacionado con la naturaleza del universo, otro relacionado con los asuntos humanos y un tercero con la dialéctica.
Pero él sostenía que no podríamos tener una visión clara de los asuntos humanos, a menos que los divinos fueran previamente discernidos: porque así como los médicos, cuando tratan cualquier parte del cuerpo, atienden primero al estado del todo, así también el hombre que ha de tener una visión clara de las cosas aquí en la tierra debe conocer primero la naturaleza del universo. Y el hombre, según él, era una parte del mundo; y el bien era de dos tipos, nuestro propio bien y el del todo, y el bien del todo era el más importante, porque el otro era para su bien.
Aristóxeno el Músico dice que este argumento viene de los indios, pues un hombre de esa nación se encontró con Sócrates en Atenas, y luego le preguntó qué estaba haciendo en filosofía; y cuando dijo que estaba estudiando la vida humana, el indio se rió de él y dijo que nadie podría comprender las cosas humanas si ignorara las cosas divinas. Sin embargo, nadie podría afirmar con certeza si esto es cierto. En todo caso, Platón distinguió entre la filosofía del universo, la de la política civil y también la de la dialéctica.
Siendo ésta la filosofía de Platón, es hora de examinar también la de los hebreos, que habían estudiado filosofía de la misma manera mucho antes de que naciera Platón. En consecuencia, encontraréis entre ellos también esta correspondiente división tripartita de estudios éticos, dialécticos y físicos, si os proponéis observar de la siguiente manera.
IV
La filosofía ética hebrea
En cuanto a la ética, si examinamos con atención lo que enseñaban los hebreos, veremos que esta materia fue estudiada con mucho celo, antes que las demás, con hechos, pues, como fin de todo bien y término final de una vida feliz, admiraban y perseguían la religión y la amistad con Dios, que se consigue con la recta dirección de las costumbres morales; pero no los placeres corporales, como Epicuro. Ni tampoco los tres tipos de bienes, según Aristóteles, que considera el bien del cuerpo y el bien exterior como iguales al bien del alma. Ni tampoco la absoluta falta de conocimiento e instrucción, que algunos han llamado con un nombre más respetable "suspensión del juicio". Ni siquiera la virtud del alma, pues ¿cuánto hay de esto en los hombres y qué puede aportar por sí sola, sin Dios, a la vida que no conoce el dolor?
Por amor a esa vida, pusieron todo su empeño en la esperanza en Dios, como en un cable que no podía romperse, y declararon que el amigo de Dios era el único hombre feliz: porque Dios, el dispensador de todo bien, el proveedor de la vida y fuente de la virtud misma, siendo el proveedor de todas las cosas buenas para el cuerpo y de la fortuna exterior, debe ser suficiente por sí solo para la vida feliz del hombre que mediante una religión completamente verdadera ha asegurado su amistad.
Por eso Moisés, el primero de todos en poner por escrito la vida de los piadosos hebreos antes de su tiempo, describió en una narración histórica su modo de vida, tanto político como práctico. Al comenzar esa narración, extrajo su enseñanza de principios universales, suponiendo que Dios es la causa del universo y describiendo la creación del mundo y del hombre.
Así, desde los principios universales avanzó en su argumento a los particulares, y con el recuerdo de los hombres de antaño instó a sus discípulos a emular su virtud y piedad; y además, siendo él mismo declarado autor de las santas leyes promulgadas por él, debe ser manifiesto que en todos los puntos fue cuidadoso en promover el amor de Dios mediante su atención a los hábitos morales, un punto que de hecho nuestro argumento anticipó y dejó claro en lo que ha sucedido antes.
Sería demasiado largo enumerar en este lugar los profetas que vinieron después de Moisés y sus argumentos para alentar la virtud y disuadir de toda clase de vicios. Pero ¿qué sucedería si os presentara los preceptos morales del sabio Salomón, al que dedicó un tratado especial y lo llamó libro de Proverbios, incluyendo en un solo tema muchos juicios concisos sobre la naturaleza de los apotegmas?
De esta manera, desde los tiempos antiguos, antes de que los griegos aprendieran siquiera las primeras letras, los hebreos eran instruidos en la rama ética y transmitían libremente la misma instrucción a quienes acudían a ellos.
V
La filosofía lógica hebrea
También pensaron los griegos que sería correcto perseguir la rama dialéctica de la filosofía hebrea, no como solían hacer los griegos, con hábiles sofismas y argumentos artificiosamente ideados para engañar, sino mediante la concepción de la verdad real, que, con almas iluminadas por la luz divina, sus filósofos religiosos descubrieron y fueron por ella iluminados.
Para hacer más entusiastas en la búsqueda de esta verdad a los que estaban siendo instruidos en las ciencias de su país, solían, ya desde la infancia, entregarles recitaciones de palabras santas, y cuentos de historias sagradas, y composiciones métricas de salmos y cánticos, también problemas y acertijos, y ciertas teorías sabias y alegóricas, combinadas con belleza de lenguaje y recitación elocuente en su propia lengua.
Además, tenían ciertos expositores de instrucción primaria (pues así les place llamar a los intérpretes de sus escrituras), quienes mediante traducción y explicación aclaraban lo que se enseñaba oscuramente en enigmas, si no a todos, al menos a aquellos que estaban capacitados para escuchar estas cosas.
Así, Salomón, el más sabio de ellos, partió de este principio al comienzo de su libro de Proverbios, enseñándonos que ésta fue la principal causa de su escritura, al afirmar en términos expresos que todo hombre debe conocer la sabiduría y la instrucción, y discernir las palabras del entendimiento, y percibir los giros del lenguaje, y entender la verdadera justicia, y dar juicio justo para "dar sutileza a los simples, y a los jóvenes entendimiento y reflexión". Porque "el sabio oirá estas cosas y será más sabio, y el hombre entendido obtendrá dirección; entenderá el proverbio y el dicho oscuro, las palabras de los sabios y los enigmas".
El sebo era el término de la promesa del mencionado libro; y las cuestiones particulares propuestas y sus soluciones, y el tratamiento dialéctico llevado a cabo a través de todas sus escrituras proféticas de una manera apropiada a la sabiduría y lenguaje de los autores, todo aquel que lo desee puede aprender tomando en sus manos y estudiando con tranquilidad los libros de su discurso. Si alguien también estudiara el lenguaje mismo con gusto crítico, vería que, para ser bárbaros, los escritores son excelentes dialécticos, en absoluto inferiores a los sofistas u oradores en su propia lengua.
También se encuentran entre ellos poemas en verso, como el gran Cántico de Moisés y el Salmo 118 de David, compuestos en lo que los griegos llaman verso heroico. Al menos se dice que son hexámetros, que constan de dieciséis sílabas; también se dice que sus otras composiciones en verso constan de versos trímetros y tetrámetros, según el sonido de su propia lengua.
Si bien es tal la relación de su dicción con su sentido lógico, sus pensamientos no deben compararse con los de los hombres, pues comprenden los oráculos de Dios y de la verdad absoluta que han expresado, profecías y predicciones, lecciones religiosas y doctrinas relacionadas con el conocimiento del universo.
De la exactitud de los razonamientos de los autores podéis encontrar indicios en su corrección en la aplicación de los nombres, respecto de lo cual será evidente que Platón también da testimonio de la opinión de los hebreos, y está en este mismo punto de acuerdo con la filosofía de sus autores, como de hecho es fácil discernir de lo que sigue.
VI
Sobre la corrección de los nombres hebreos
Mucho antes de que el nombre de filosofía fuera conocido por los griegos, Moisés había sido el primero a lo largo de todos sus escritos en tratar en innumerables casos la cuestión de la concesión de nombres, y a veces había dispuesto los nombres de todas las cosas a su alrededor en exacta conformidad con su naturaleza, y en otras ocasiones había referido a Dios la decisión del nuevo nombre dado a los hombres devotos, y había enseñado que los nombres son dados a las cosas por naturaleza y no convencionalmente; Platón, al seguirlo, asiente a las mismas opiniones, y no omite mencionar a los bárbaros, y afirma que esta costumbre se mantiene entre ellos, aludiendo probablemente a los hebreos, ya que no es fácil observar una teoría de este tipo entre otros bárbaros.
En todo caso, dice Platón en el Cratilo: "El nombre de cualquier cosa no es cualquier cosa que los hombres acuerden llamarla, pronunciando sobre ella una pequeña porción de su propia lengua, sino que hay una especie de corrección natural en los nombres, la misma para todos, tanto griegos como bárbaros". Y más adelante dice: "Así pues, mientras el legislador, ya sea aquí o entre los bárbaros, asigne a cada cosa la forma del nombre que propiamente le pertenece, cualesquiera sean las sílabas que use, no lo consideraréis peor legislador, ya sea en este país o en cualquier otro lugar".
Luego, después de afirmar que el hombre que comprende la corrección de los nombres es un dialéctico y un legislador, dice a continuación: "El trabajo de un carpintero es, pues, fabricar un timón bajo la supervisión de un piloto, si el timón ha de ser bueno. Y el trabajo de un legislador es dar un nombre, teniendo un dialéctico que lo dirija, si el nombre ha de ser correctamente dado". Como él mismo explica:
"Es probable que el dar nombres no sea una cosa fácil, como supones, ni una obra para personas fáciles ni para casualidades: y Cratilo dice la verdad cuando dice que las cosas tienen sus nombres por naturaleza, y que no todo el mundo es un artista en los nombres, sino sólo aquel hombre que, mirando el nombre que por naturaleza pertenece a cada cosa, es capaz de imponer su forma tanto a las letras como a las sílabas".
Después de estas afirmaciones, y muchas más, vuelve Platón a mencionar a los bárbaros, y luego reconoce expresamente que la mayoría de los nombres han llegado a los griegos de los bárbaros, diciendo:
"Tengo la idea de que los griegos, y especialmente aquellos que viven bajo los bárbaros, han tomado muchos nombres de ellos. Si alguien intentara encontrar cómo estos nombres se dan apropiadamente según la lengua griega, y no según aquella lengua de la cual cada nombre se deriva, usted sabe que estaría en dificultades".
Así lo dice Platón. Sin embargo, Moisés se le adelantó, pues escuchad lo que dice, pues era un sabio legislador y, además, un dialéctico: "De la tierra, Dios formó todos los animales del campo y todas las aves del cielo, y las trajo a Adán para que viera cómo las llamaría. Y todo lo que Adán llamó a un ser viviente, ese fue su nombre".
En efecto, al decir "ese era su nombre", ¿no demuestra que los nombres se dieron de acuerdo con la naturaleza? Pues el nombre que acabamos de dar, dice, estaba contenido desde mucho antes en la naturaleza, y que en cada una de las cosas nombradas existía desde el principio este nombre que el susodicho hombre, inspirado por un poder superior, le ha dado.
Además, el mismo nombre Adán, siendo originalmente un sustantivo hebreo, llegaría a ser con Moisés una denominación del hombre nacido de la tierra, porque entre los hebreos la tierra se llama Adán, por lo que también el primer hombre hecho de la tierra es llamado con verdadera etimología por Moisés Adán.
Pero el nombre puede tener también otro significado, ya que se le puede tomar como rojo y representar el color natural del cuerpo. Sin embargo, con el apelativo Adán significaba lo terrenal, lo terrenal y lo nacido en la tierra, o el hombre de cuerpo y de carne. De hecho, los hebreos llaman al hombre de otra manera, dándole el nombre de Enós (que, según ellos, es el hombre racional dentro de nosotros, diferente en naturaleza del Adán terrenal). Enós también tiene un significado propio, ya que en el idioma griego se interpreta como olvidadizo.
En definitiva, la parte racional que está en nosotros es por naturaleza propensa a ser así, debido a su combinación con la parte mortal e irracional. Porque la una, siendo completamente pura, incorpórea, divina y racional, comprende no sólo la memoria de las cosas que han pasado, sino también el conocimiento de las cosas que han de venir, por la suprema excelencia de su visión. Mientras que la otra, compacta en carne, atravesada por huesos y nervios, y cargada con la gran y pesada carga del cuerpo, fue vista por las Escrituras hebreas como llena de olvido e ignorancia, y llamada con una designación apropiada Enós, que significa "el olvidadizo".
Está escrito, al menos, en un profeta: "¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él? ¿O el hijo del hombre, para que lo visites?". Por lo cual el hebreo, en la primera denominación de "hombre, contiene la palabra Enós, como si dijera más claramente: ¿Qué es este olvidadizo, para que tú, oh Dios, te acuerdes de él, aunque sea olvidadizo? ¿O el hijo del hombre, para que lo visites? Con todo, se lee entre los hebreos: "o el hijo de Adán", de modo que el mismo hombre es a la vez Adán y Enós. La naturaleza carnal está representada por Adán y la racional por Enós.
De esta manera los oráculos hebreos distinguen la etimología de las dos palabras. Pero Platón afirma que el hombre se llama ανθρωπος, diciendo: "El hombre tan pronto como ve, levanta la vista y considera lo que ha visto, para ser alguien que mira hacia arriba a lo que ve".
Además, los hebreos llaman al hombre Ish, y el nombre se deriva para ellos de υς, con el que significan fuego, para que el hombre pueda ser llamado así debido al temperamento caliente y ardiente de la naturaleza masculina. Pero la mujer, puesto que se dice que fue sacada del hombre, también comparte el nombre en común con el hombre, pues la mujer es llamada entre ellos Issha, mientras que el hombre es Ish. Pero Platón dice que el hombre (ανήρ) se llama así debido al flujo ascendente , y agrega: "Y γυνή (lit. mujer) me parece lo mismo que γονή (lit. nacimiento)".
Moisés llama etimológicamente al cielo en lengua hebrea firmamento, porque lo primero después de la esencia incorpórea e intelectual es el cuerpo firme y sensible de este mundo. Pero Platón dice que el nombre οtρανός se da con razón al cielo, porque nos hace "mirar hacia arriba".
Los hebreos dicen, además, que el nombre más alto y propio de Dios no puede ser pronunciado ni pronunciado, ni siquiera concebido en la imaginación de la mente; pero a este nombre real con el que hablan de Dios lo llaman Elohim, de El (lit. Dios) según parece; y lo interpretan como fuerza y poder, de modo que entre ellos el nombre de Dios se ha derivado por razonamiento de su poder y fuerza, por los cuales él es concebido como todopoderoso y omnipotente, como el que ha establecido todas las cosas. Pero Platón dice que los nombres θεός y θεοί (lit. dios y dioses) fueron dados porque las luminarias en el cielo están siempre en movimiento (θέειν).
De este tipo, para hablar en general, son las investigaciones de los hebreos y las de Platón sobre la corrección de los nombres. También los nombres entre los hombres, dice Platón, han sido dados con algún significado, y trata de explicar la razón de ellos. Dice que Héctor de alguna manera u otra se llama así por tener y gobernar (ηχειν καi κρατεiν) porque fue rey de los troyanos; y Agamenón porque era muy persistente (ηγαν μένειν), y perseveró vigorosa y constantemente en sus determinaciones sobre los troyanos; y Orestes por la calidad montañosa (ηρεινόν) y feroz y salvaje de su disposición; y Atreo, por haber sido una persona malvada (ατηρόν) en carácter; y Pélope como alguien que no veía nada a lo lejos, sino sólo las cosas que estaban cerca y próximas (πέλας). Tántalo, dice, significa un hombre muy miserable (ταλάντατον) debido a las desgracias que lo acosaron.
Estos ejemplos y otros innumerables similares los encontrará citados por Platón, al tratar de enseñar que los primeros hombres recibieron sus nombres por naturaleza y no por convención.
Pero no dirías que las explicaciones que se encuentran también en Moisés son forzadas, ni elaboradas según alguna invención sofística de palabras, cuando has aprendido que el hebreo Caín se traduce entre los griegos como Celoso; y la persona en cuestión fue juzgada merecedora de este apelativo porque estaba celoso de su hermano Abel. Abel también se interpreta por Doloroso, porque él también llegó a ser causa de tal sufrimiento para sus padres, quienes por alguna previsión divina dieron estos nombres a sus hijos al nacer.
¿Y Abraham? Era una especie de meteorólogo y, en otro tiempo, mientras adquiría la sabiduría de los caldeos, se había hecho erudito en la contemplación de las estrellas y en el conocimiento de los cielos, y se llamaba Abram, que en griego significa "padre supremo". Pero Dios, guiándolo desde las cosas de este mundo hacia las cosas invisibles y que están más allá de las cosas que se ven, emplea un cambio de nombre apropiado, diciendo: "No se llamará más tu nombre Abram, sino Abraham será tu nombre, porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes".
Ahora bien, sería largo decir con qué pensamiento está relacionado esto; pero basta también en este asunto tomar a Platón como testigo de mi afirmación, cuando dice que algunos nombres han sido dados por un poder más divino. Esto es lo que él dice:: "Aquí, sobre todo, se debió tener cuidado en la concesión de los nombres; y quizás algunos de ellos hayan sido dados incluso por un poder superior al de los hombres".
Este mismo punto está atestiguado por muchos ejemplos en las Sagradas Escrituras de los Hebreos; y en primer lugar por Moisés, quien enseñó que Abraham, y su hijo Isaac, y también Israel, recibieron sus nombres de un poder divino. Isaac se traduce como Risueño, trayendo consigo la señal de la alegría virtuosa, que Dios ha prometido dar como recompensa especial a los amigos de Dios.
Su hijo Israel había llevado anteriormente el nombre de Jacob, pero en lugar de Jacob, Dios le otorga el nombre de Israel, transformando al hombre activo y práctico en contemplativo. En efecto, Jacob se interpreta como el que se esfuerza en la lucha por la virtud, pero Israel se interpreta como "el que ve a Dios", descripción que se adecuaría a la mente del hombre capaz de conocimiento y contemplación.
¿Por qué necesito ahora referirme a la perfecta sabiduría de Moisés o a los oráculos sagrados de los hebreos para explicar, con otros innumerables ejemplos, la exactitud de su imposición de nombres propios, cuando los detalles del tema requieren mayor tiempo?
Para no ir más lejos, los griegos no serían capaces de enunciar ni siquiera las etimologías de las letras del alfabeto, ni el propio Platón podría decir el significado o la razón de las vocales o las consonantes.
Pero los hebreos nos dirían la razón de Alfa, que entre ellos se llama Alph, y esto significa aprendizaje; y de Beta, que es su costumbre llamar Beth, nombre que dan a una casa para mostrar el significado de "aprendizaje de una casa" (o como podría expresarse más claramente, "una especie de enseñanza y aprendizaje de la economía doméstica"). También llaman a la Gamma Gimel, que es el nombre que le dan a la plenitud. Como llaman a las tablas Delth, dieron este nombre a la cuarta letra, para significar con las dos letras que el conocimiento escrito es el relleno de las tablas.
Cualquiera que estudie las letras restantes del alfabeto, encontrará que han sido nombradas entre los hebreos con alguna causa y razón. Porque dicen también que la combinación de las siete vocales contiene la enunciación de un nombre prohibido, que los hebreos indican con cuatro letras y aplican al poder supremo de Dios, habiendo recibido la tradición de padre a hijo de que esto es algo inefable y prohibido para la multitud.
Uno de los sabios griegos, habiendo aprendido esto, no sé de dónde, lo insinuó oscuramente en verso, diciendo lo siguiente: "Siete vocales dicen mi nombre, el Dios poderoso, el Padre eterno de la humanidad. La lira inmortal soy Yo, que guía al mundo y dirige la música de las esferas circulares".
Encontraréis también el significado de las restantes letras hebreas, fijando vuestra atención en cada una de ellas; pero esto ya lo hemos establecido por nuestras afirmaciones anteriores, cuando demostramos que los griegos recibieron ayuda en todo de los bárbaros.
Cualquiera que estudie diligentemente el idioma hebreo descubrirá gran exactitud en los nombres corrientes entre ese pueblo. El mismo nombre que es el apelativo de toda la raza se ha derivado de Heber, y esto significa el "hombre que pasa por encima", ya que tanto un paso como el que pasa por encima son llamados en el idioma hebreo Heber.
En efecto, el término nos enseña a cruzar y pasar de las cosas de este mundo a las cosas divinas, y de ninguna manera a detenernos en la visión de las cosas que se ven, sino a pasar de ellas a las cosas invisibles e invisibles del conocimiento divino acerca del Creador y artífice del mundo. Así, a los primeros pueblos que se dedicaron al único Soberano y causa del universo y se adhirieron a él con un culto puro y verdadero, los llamaron hebreos, calificando a los hombres de este carácter como viajeros que tenían en mente pasar de las cosas terrenales.
Pero ¿por qué debería dedicarme más tiempo a reunir todos los ejemplos de la propiedad y corrección de los nombres hebreos, cuando el tema requiere un tratado especial? Sin embargo, hablando en general, creo que incluso con lo dicho he proporcionado la evidencia del arte de razonar entre los hebreos, si en realidad, como dijo Platón, no es tarea de hombres mediocres ni ordinarios, sino de un sabio legislador y dialéctico, descubrir la clase de nombres que pertenecen naturalmente a las cosas, un hombre como Moisés, que nos dio a conocer los oráculos hebreos. Entonces, ¿qué sigue después del tema de la dialéctica, sino examinar cuál era la condición del pueblo hebreo con respecto a la física?
VII
La filosofía natural hebrea
Esta tercera rama de la filosofía hebrea, que, como hemos dicho, es la física, se dividía entre ellos también en la contemplación de las cosas incorpóreas y discernibles sólo por la mente, y la ciencia natural de las cosas sensibles. Esto también lo sabían sus profetas, que lo habían hecho todo, y lo mezclaban en sus propios discursos cuando la ocasión lo requería, porque no lo habían aprendido por conjeturas ni por aplicación del pensamiento humano, ni se jactaban de tener a los hombres como sus maestros, sino que atribuían su conocimiento a la inspiración de un poder superior y al influjo de un Espíritu divino.
De esta fuente vinieron sus innumerables profecías sobre acontecimientos futuros, e incontables explicaciones físicas de la constitución del mundo, y asimismo incontables descripciones de la naturaleza de los animales, y muchísimas cosas relativas a las plantas, que cada uno plasmó en sus propias profecías.
Moisés, que conocía muy bien las cualidades de las piedras preciosas, las examina con sumo cuidado en el caso del vestido del sumo sacerdote. Además, la Sagrada Escritura atestigua que Salomón, por encima de todos los demás, sobresalió en el conocimiento de la naturaleza de tales cosas con las siguientes palabras:
Salomón recitó tres mil proverbios y cinco mil cantos. Habló de los árboles, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que crece en la pared; habló también de los animales, de las aves, de los reptiles y de los peces. Y vinieron todos los pueblos a oír la sabiduría de Salomón, y de todos los reyes de la tierra, cuantos habían oído su sabiduría .
Partiendo de esta descripción, el autor que atribuyó a su persona la perfección de la sabiduría, habló también así:
"Dios me dio un conocimiento infalible de las cosas que son, para conocer la constitución del mundo y el funcionamiento de los elementos; el principio, el fin y el medio de los tiempos, las alternancias de los solsticios y los cambios de las estaciones, los circuitos del año y las posiciones de las estrellas; las naturalezas de las criaturas vivientes y las furias de las bestias salvajes, las violencias de los vientos y los pensamientos de los hombres, las diversidades de las plantas y las virtudes de las raíces; y todas las cosas que son secretas o manifiestas aprendí, porque la Sabiduría, el artífice de todas las cosas, me enseñó".
El mismo Salomón, explicando la naturaleza de la sustancia efímera de los cuerpos, dice en el Eclesiastés: "Vanidad de vanidades, todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo, con que se afana bajo el sol?". Y añade: «¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Y qué es lo que se hizo? Lo mismo que se hará, pues no hay nada nuevo bajo el sol".
Éstas y otras similares fueron sus conclusiones fisiológicas sobre la sustancia corpórea. Y, si continúas, verás que los otros sabios hebreos no carecían de una parte de esta ciencia. En todo caso, como dije antes, hay innumerables dichos suyos sobre plantas y animales, tanto terrestres como acuáticos, y, además, sobre la naturaleza de las aves.
Más aún, también sobre las constelaciones del cielo, pues en los escritos de los citados autores se hace especial mención de Arctos y Pleias, Orión y Arcturus, a quienes los griegos suelen llamar Arctofilax y Bootes.
También sobre la constitución del mundo, y la revolución y cambio del universo, y sobre la esencia del alma, y la creación de la naturaleza tanto visible como invisible, de todos los seres racionales, y la Providencia universal, y aún antes que estos, las opiniones sobre la primera causa del universo, y la doctrina de la divinidad de la segunda causa, y los argumentos y especulaciones sobre las otras cosas que pueden ser percibidas sólo por el pensamiento, ellos las han comprendido con precisión y bien: de modo que uno no erraría al decir, que aquellos entre los griegos que después han investigado la naturaleza de estas cosas han sido como hombres más jóvenes siguiendo la guía de los viejos.
Esto es, pues, lo que tenemos que decir de su ciencia natural del universo. Pero como dividieron esta materia en dos partes, la que se refiere a las cosas percibidas por los sentidos, no creyeron necesario dar a conocer con exactitud a la multitud ni enseñar al vulgo las causas de la naturaleza de las cosas existentes, salvo en la medida en que era necesario que supieran que el universo no ha sido creado por sí mismo ni ha sido producido sin causa y por casualidad a partir de un impulso irracional, sino que es guiado por la razón divina y gobernado por un poder de sabiduría inefable.
Con respecto, sin embargo, a las cosas vistas sólo por la mente, que existen, y lo que son, y cuál es su condición en cuanto a disposición, poder y diversidad, ya se ha mencionado y está establecido en los libros sagrados, y ha sido entregado audiblemente a todos los hombres, en la medida en que el conocimiento era necesario para aquellos que profesan la religión, con vistas a la recuperación de una vida piadosa y sobria.
Pero la razón profunda y oculta de estas cosas la dejaron para que la buscaran y aprendieran en conversaciones secretas aquellos que eran capaces de ser iniciados en cuestiones de esta clase. Sin embargo, será bueno describir de manera general algunos puntos de la reflexión sobre estas cuestiones y mostrar que también en esto Platón abrigaba los sentimientos que eran queridos por dicho pueblo.
VIII
Sobre el mundo inteligible
Se hace patente por sus propias palabras que el admirable Platón siguió también al sabio Moisés y a los profetas hebreos en lo que se refiere a la enseñanza y especulación sobre las cosas incorpóreas y visibles sólo con la mente, ya fuera porque aprendió de oídas (ya que se ha demostrado que estudió entre los egipcios en el mismo tiempo en que los hebreos, expulsados por segunda vez de su propio país, tenían la costumbre de visitar Egipto durante la supremacía persa), ya fuera porque descubrió por sí mismo la verdadera naturaleza de las cosas, o de cualquier modo, fue considerado digno de este conocimiento por Dios. Como dice el apóstol, "Dios se lo manifestó", porque "las cosas invisibles de él desde la creación del mundo se ven claramente, siendo percibidas por medio de las cosas que están hechas, incluso su eterno poder y divinidad, para que no tengan excusa". Podéis entender lo que he dicho examinando el asunto de la siguiente manera:
IX
El ser, según Moisés y Platón
Moisés, en sus declaraciones de verdad sagrada, pronunció una respuesta en la persona de Dios: "Yo soy el que soy, y así dirás a los hijos de Israel: Yo Soy me ha enviado a vosotros". Y de esta manera representó a Dios como el único Ser absoluto, y declaró que había sido honrado apropiada y adecuadamente con este nombre.
Salomón habló de nuevo acerca del origen y la decadencia de las cosas corpóreas y sensibles: "¿Qué es lo que ha sido? Lo mismo que será. ¿Y qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que será hecho. Y no hay nada nuevo bajo el sol, de lo cual alguien pueda hablar y decir: Mira, esto es nuevo. Ya ha sido, en los siglos que nos antecedieron".
De acuerdo con ellos, dividimos también el todo en dos partes: la que sólo puede percibirse con la mente y la que puede percibirse con los sentidos. Definimos la primera como incorpórea y racional por naturaleza, imperecedera e inmortal, mientras que la sensible está siempre en flujo y decadencia, en cambio y conversión de su sustancia. Sumadas todas las cosas, y referidas a un solo principio, sostenemos la doctrina de que lo increado y lo que tiene un ser propio y verdadero es Uno, que es la causa de todas las cosas incorpóreas y corpóreas.
Veamos ahora de qué manera Platón, habiendo imitado no sólo el pensamiento, sino también las mismas expresiones y palabras de la Escritura hebrea, se apropia de la doctrina, explicándola más extensamente, como sigue:
"¿Qué es lo que siempre es y no tiene devenir? ¿Y qué es lo que siempre está deviniendo y nunca es? Lo primero es lo que puede ser comprendido por la inteligencia combinada con la razón, estando siempre en las mismas condiciones. Lo segundo es lo que puede ser conjeturado por la opinión con la ayuda de la sensación irracional, deviniendo y pereciendo pero nunca siendo realmente".
¿No resulta evidente que el admirable Platón ha transformado el oráculo de Moisés que decía "yo soy el que soy" en "¿qué es lo que siempre es y no tiene devenir?". Y lo ha dejado aún más claro cuando dice que el verdadero ser no es otra cosa que lo que no se ve con los ojos de la carne, sino que se concibe con la mente. Así pues, después de preguntarse "¿qué es el ser?", se responde Platón diciendo: "Lo que puede ser comprendido por la inteligencia combinada con la razón".
En cuanto a la máxima de Salomón que decía: "¿Qué es lo que ha sido? Lo mismo que será. ¿Y qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará", es evidente que Platón la tradujo casi con las mismas palabras, diciendo: "Lo que puede conjeturarse por medio de la sensación irracional es el devenir y el perecer, pero nunca realmente ser". A lo que también añade:
"Todo esto son partes del tiempo, el era y el será, que inconscientemente, pero erróneamente, trasladamos a la esencia eterna, pues decimos: "era, es y será". Pero a esta esencia sólo le corresponde verdaderamente el es, y el era y el será son propios de la generación en el tiempo, pues son movimientos. Pero a lo que siempre está inmóvil en las mismas condiciones no le corresponde el hacerse mayor o menor con el tiempo, ni el que haya llegado a ser, ni haya llegado a ser, ni llegue a ser en el futuro, ni estar sujeto a ninguna de las condiciones que el devenir impone a las cosas que van y vienen en la sensación; sino que éstas son formas del tiempo que imitan la eternidad y se mueven por número en un círculo. Y además de éstas, hay expresiones como las siguientes: lo que ha llegado a ser, llegó a ser, lo que llega a ser llega a ser, y lo que llegará a ser llega a ser".
Para que nadie piense que interpreto mal las palabras del filósofo, me serviré de comentarios que explican el sentido de estas afirmaciones. Son muchos los que se han puesto a considerar estas cuestiones, pero por ahora me basta con citar las expresiones de un hombre ilustre, Numenio el Pitagórico, que utiliza en su libro II Sobre el Bien.
X
El ser, según Numenio de Apamea
Dice Numenio que nos acerquemos lo más posible al verdadero ser, diciendos que el ser nunca fue ni nunca puede "llegar a ser", sino que siempre es en un tiempo definido, el presente solamente.
En efecto, si alguien quiere cambiar el nombre de este tiempo presente por el de eternidad, yo también lo estoy. Pero el tiempo pasado debemos considerarlo totalmente desaparecido, ya tan desaparecido y escapado que ya no existe. Por otra parte, el tiempo futuro todavía no existe, pero pretende poder llegar a existir en algún momento futuro.
No es, pues, razonable suponer que el ser, al menos en un mismo sentido, no sea o que ya no sea, o que todavía no sea. Porque cuando esto se enuncia así, surge en el enunciado una gran imposibilidad: que la misma cosa al mismo tiempo sea y no sea.
Si así fuera, difícilmente sería posible que existiera otra cosa si el ser mismo, en cuanto a su ser mismo, no existiera. Pues el ser es eterno y constante, siempre en la misma condición, ni ha sido engendrado ni destruido, ni aumentado ni disminuido; ni ha llegado a ser nunca más o menos; y ciertamente, ni en otros sentidos ni tampoco localmente será movido.
No es correcto que se mueva, ni hacia atrás ni hacia adelante, ni hacia arriba ni hacia abajo; ni a la derecha ni a la izquierda pasará el ser jamás; ni se moverá jamás alrededor de su propio centro, sino que permanecerá firme, y se fijará y se mantendrá firme, siempre en las mismas condiciones y en el mismo modo.
Es lo que explica Numenio, con estas palabras:
"Hasta aquí mi introducción. Pero por mi parte ya no fingiré ni diré que no conozco el nombre de lo incorpóreo, pues ahora parece que es más agradable hablar de él que no hacerlo. Por eso digo que su nombre es el que hemos estado examinando durante tanto tiempo. Pero que nadie se ría si afirmo que el nombre de lo incorpóreo es esencia y ser".
En efecto, la causa del nombre ser no es que ha sido engendrado, ni será destruido, ni está sujeto a ningún otro movimiento en absoluto, ni a ningún cambio para mejor o para peor. Sino que es simple e inmutable en la misma idea, y no se aparta voluntariamente de su igualdad, ni está obligado por ninguna otra a apartarse.
A este respecto, Platón también dijo en el Cratilo que los nombres se adaptan exactamente a la semejanza de las cosas, conviniendo que el ser es lo incorpóreo. En efecto, para él el ser es incorpóreo, y lo que puede ser percibido únicamente por la mente.
Sus afirmaciones, por lo que recuerdo, eran ciertamente de este tipo. Pero a cualquiera que sienta la necesidad de una explicación, estoy dispuesto a alentarlo con esta sola sugerencia: si estas afirmaciones no concuerdan con las doctrinas de Platón, al menos debe considerarlas como las de algún otro gran hombre de la más alta capacidad, como Pitágoras.
Platón se pregunta, en todo caso, qué es aquello que "siempre es" y no tiene devenir, y qué es aquello que "siempre está deviniendo" y nunca es. Y se contesta a sí mismo: "Lo primero es lo que puede ser comprendido por la inteligencia combinada con la razón. Y lo otro es lo que puede ser conjeturado por la opinión con la ayuda de la sensación irracional, deviniendo y pereciendo, pero nunca realmente siendo". Para Platón, por tanto, el ser no tiene principio ni devenir, pues entonces sería cambiante, y lo que está sujeto a cambio no es eterno.
Si, pues, el ser es completamente y en todo sentido eterno e inmutable, y de ningún modo se aparta de sí mismo, sino que permanece en las mismas condiciones y permanece fijo de la misma manera, seguramente esto debe ser lo que puede ser comprendido por la inteligencia combinada con la razón.
Pero si el cuerpo está en movimiento y es arrastrado por el cambio del momento, pasa y ya no existe. ¿Por qué no es una completa locura negar que esto es algo indefinible y que sólo puede conjeturarse mediante la opinión y, como dice Platón, devenir y perecer, pero nunca realmente ser?
Hasta aquí las explicaciones Numenio sobre las doctrinas de Platón, como las doctrinas mucho más tempranas de Moisés. Con razón se le atribuye ahora la frase en la que se dice que dijo: "¿Qué otra cosa es Platón, sino Moisés hablando griego ático?".
No obstante, será necesario investigar si Plutarco, al desarrollar el mismo pensamiento, está o no de acuerdo tanto con las afirmaciones de los filósofos que se han presentado, como con las doctrinas teológicas de los hebreos expuestas (que presentan a Dios como "Yo soy el Señor tu Dios, y no he cambiado", y "tú eres el mismo, y tus años no acabarán").
Investiguemos, por tanto, si cuando Aquel que habló en Moisés dijo "Yo soy el que soy", y "Yo soy el Señor tu Dios, y no he cambiado", y "tú eres el mismo"... Plutarco no parece interpretar el significado de esto en su tratado Sobre Delfos.
XI
El ser, según Plutarco de Queronea
Dice Plutarco que el ser no parece indicar una letra ni número, ni orden ni conjunción, ni ninguna otra de las partículas no significativas, sino que es una dirección y un apelativo de Dios completo en sí mismo, que tan pronto como se pronuncia la palabra hace pensar al hablante en el poder de Dios.
En efecto, viene a decir Plutarco que Dios, acogiendo como si fuera el único que se acerca a él, nos dirige las palabras "conócete a ti mismo", que no es otra cosa que nuestro Salve, o lo que los judíos dicen "tú eres", dándole el apelativo de ser como su nombre verdadero, infalible y único apropiado.
No obstante, hay que saber que para Plutarco nosotros no tenemos parte en el ser, sino que toda naturaleza mortal está situada en el medio entre el devenir y el perecer, y presenta un fantasma y una apariencia débil e incierta de sí misma.
Si alguien aprieta con fuerza el pensamiento, para no querer captarlo, entonces, así como el apretujamiento violento del agua, presionándola y apretándola, hace que lo que estaba encerrado se deslice y se pierda, así también, cuando la razón busca demasiada actualidad en algo pasible y sujeto a cambio, se extravía de un lado hacia la parte que está deviniendo, y de otro hacia la parte que está pereciendo, siendo incapaz de captar nada permanente, ni ningún ser verdadero.
Pues no es posible, según Heráclito, entrar dos veces en el mismo río, ni tocar dos veces una sustancia mortal en el mismo estado, sino que por la rapidez y brusquedad de su cambio se dispersa y vuelve a recogerse, o mejor dicho, no debemos decir "de nuevo" ni después, sino que es al mismo tiempo tanto combinarse como desaparecer, tanto venir como irse.
Por lo cual, ni siquiera la parte que se está deviniendo llega al ser, porque el devenir nunca cesa ni se detiene, sino que de una semilla, mediante un cambio constante, hace un embrión, luego un bebé, luego un niño, en su debido orden un joven, un joven, un hombre, un anciano, un viejo, destruyendo los primeros devenires y eras con los que vienen después.
Nosotros, en cambio, tenemos un miedo ridículo a una sola muerte, aunque ya hemos muerto y morimos muchas veces. Pues no sólo, como decía Heráclito, "la muerte del fuego es el nacimiento del aire", sino que, en nuestro caso, resulta todavía más evidente que el hombre en su juventud muere cuando llega el anciano, y el joven ha pasado a ser el hombre en su juventud, y el niño a ser el joven, y el niño a ser el niño, y el hombre de ayer ha muerto en ser el hombre de hoy, y el hombre de hoy (muere) en ser el hombre de mañana; y no permanece ni es uno, sino que nos convertimos en muchos, mientras la materia circula alrededor de un fantasma y un molde común, y luego se desvanece.
Entonces, ¿cómo es que, si seguimos siendo los mismos, ahora nos deleitamos en algunas cosas, antes en otras, amamos y odiamos las cosas contrarias, alabamos y censuramos, usamos un lenguaje diferente, tenemos sentimientos diferentes, ya no conservamos la misma apariencia, forma o pensamiento? Pues ni es natural tener sentimientos diferentes sin un cambio, ni puede alguien que cambia ser el mismo. Pero si no es el mismo, sino que cambia de esto, y se vuelve otro de otro, nuestro sentido, por ignorancia del verdadero ser, declara falsamente que lo aparente es.
¿Qué es, entonces, el verdadero ser? Lo responde Plutarco: Lo eterno, lo increado, lo imperecedero, a lo que el tiempo no le aporta ningún cambio. Pues el tiempo es algo móvil, imaginado en conexión con el movimiento de la materia, que siempre fluye y no retiene agua, como si fuera un recipiente de perecimiento y de devenir. Y así, cuando se dice del tiempo después y antes, será y "ha sido", se reconoce de inmediato el no-ser.
Decir que lo que todavía no ha llegado a existir o que ya ha dejado de existir es una tontería y un absurdo. Pero en el mismo momento en que, tratando de fijar nuestra percepción del tiempo, decimos "es presente", "es aquí" y ahora, nuestra razón se aparta de esto y lo pierde. Es arrojada hacia el futuro y hacia el pasado, de la misma manera que un rayo visual se distorsiona cuando alguien trata de ver lo que está necesariamente separado por la distancia. Y si la naturaleza que se mide está sujeta a las mismas condiciones que el tiempo que la mide, esta naturaleza en sí misma no tiene permanencia ni ser, sino que se deviene y perece según su relación con el tiempo.
Por lo tanto, nada de esto puede decirse del ser, como fue o será, porque son una especie de inflexiones, transiciones y alternancias de aquello que no está adaptado por naturaleza para continuar en el ser.
Por eso debemos decir de Dios que "él es", y no en relación con el tiempo sino en relación con la eternidad lo inmóvil, lo atemporal y lo inmutable (en lo cual no hay antes ni después, ni futuro, ni pasado, ni mayor ni menor), sino que siendo uno, él ha llenado el siempre con el único ahora, y es el único ser real autodependiente, que no tiene ni pasado ni futuro, sin principio ni fin.
Así pues, debemos saludar y dirigirnos a Dios en el culto, o incluso como lo hicieron algunos de los antiguos, con el "tú eres uno", pues Dios no es múltiple (como lo es cada uno de nosotros) ni un conjunto promiscuo (de todo tipo compuesto, de innumerables diferencias que surgen de sus condiciones), sino que es uno, pues la otredad, como diferencia del ser, inclina hacia un devenir del no-ser.
XII
Sobre la inefable naturaleza divina
Por cuanto Moisés y todos los profetas hebreos enseñan que la naturaleza divina es inefable, e indican el símbolo del nombre inefable mediante la notación que entre ellos no puede pronunciarse, escuchad cómo Platón también, de acuerdo con ellos, habla en su gran Epístola.
Dice Platón que "de ninguna manera puede definirse la naturaleza divina con palabras de otras ramas del saber, sino a partir de una larga conversación sobre el tema y de vivir con él". Y pone un ejemplo: "Como una luz, que se enciende a partir de una chispa que salta del fuego, y llega al alma, y desde entonces se sostiene por sí sola".
Otro profeta hebreo también había expuesto este ejemplo de la luz, diciendo: "La luz de tu rostro, oh Señor, se mostró sobre nosotros". Y otro más: "En tu luz veremos la luz".
XIII
Sobre la única naturaleza divina
Moisés declaró acerca de Dios: "Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor". Y Platón, coincidiendo nuevamente con él, enseña que hay un solo Dios, como también un solo cielo, hablando así en el Timeo:
"¿Hemos estado en lo cierto al hablar de un solo cielo, o era más correcto decir que hay muchos e infinitos? Uno, si es que en verdad ha de haber sido creado según el modelo. Porque aquello que incluye los ideales de todas las criaturas vivientes no puede ser de ninguna manera segundo a otro".
Que Platón tiene conocimiento de un solo Dios, aunque hable en plural según la costumbre de los griegos, es evidente por su Epístola a Dionisio, en la que, dando señales para distinguir sus cartas escritas con seriedad de las escritas al azar, dijo que pondría el nombre de dioses como algo no serio, y el nombre de Dios como algo más serio, y de lo que hay que hablar con más cuidado. Escuchémosle:
"En cuanto a la característica distintiva de las cartas que puedo escribir seriamente y las que no, aunque supongo que la recuerdas, tenla presente y préstale mucha atención, pues hay muchos que me piden que escriba y a quienes no me resulta fácil negarme abiertamente. Así pues, la carta seria comienza con Dios, y la menos seria con dioses".
El mismo autor reconoce expresamente que ha aprendido la doctrina del único Dios de los hombres antiguos, como dice en sus Leyes:
"Dios, pues, como dice la antigua tradición, siendo el principio, el fin y el medio de todas las cosas que existen, pasa directamente a través de ellas mientras viaja en círculos por el curso de la naturaleza. La justicia es siempre su compañera, tomándose venganza de aquellos que se apartan de la ley divina; y el hombre que ha de ser feliz se aferra a ella y sigue humildemente en orden. Pero si un hombre enaltecido por la arrogancia, o exaltado por las riquezas u honores, o la belleza personal, tiene su alma inflamada por la juventud y la necedad combinada con la insolencia, como si no sintiera necesidad de un gobernante o guía, sino que fuera capaz incluso de guiar a otros, queda abandonado por Dios; y cuando es así abandonado, y también ha tomado para sí a otros de mentalidad similar, se pavonea y pone todo en confusión, y a muchos les parece alguien, pero al poco tiempo no paga a la justicia un castigo despreciable, y trae la destrucción total sobre sí mismo, así como sobre su familia y su ciudad".
Así escribe Platón, sacando su descripción "Dios tiene el principio, el fin y el medio de todas las cosas que existen" de la profecía hebrea que dice: "Yo, Dios, soy el primero y estoy con el último". Y de la frase "pasa directamente mientras viaja por el curso de la naturaleza", escribe esto: "Su semblante contempla la rectitud". Respecto a la frase "la justicia es siempre su compañera, tomando venganza de aquellos que se apartan de la ley divina", compárese esto: "Justo es el Señor, y ama la justicia", y esto: "Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor", y esto: "El Señor es vengador, y paga a los que obran con gran soberbia".
También lo que dice Platón, de que "el hombre que ha de ser feliz se aferra a ella y la sigue humildemente en orden", concuerda con esto: "Andarás en pos del Señor tu Dios". Y cuando Platón dice que: "el que se enorgullece queda abandonado de Dios", la Escritura ya había dicho: "Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes", y: "El gozo de los impíos es una caída repentina".
Éstos son, pues, algunos de los innumerables pasajes acerca de Aquel que es Dios sobre todo. Pero obsérvense también los pasajes concernientes a la segunda causa.
XIV
Sobre la segunda causa
En cuanto a la primera causa de todas las cosas, admitamos que esta es nuestra forma de acuerdo. Pero ahora consideremos lo que se dice acerca de la segunda causa, a quien los oráculos hebreos enseñan que es la Palabra de Dios y Dios de Dios, así como a nosotros los cristianos también se nos ha enseñado a hablar de la deidad.
Moisés habla expresamente de dos señores divinos en el pasaje donde dice: "Entonces el Señor hizo llover, de parte del Señor, fuego y azufre sobre la ciudad de los impíos", aplicando a ambos la misma combinación de letras hebreas en la forma usual, en una combinación que expresa a Dios en las cuatro letras, de forma inefable.
En conformidad con él, también David, profeta y rey de los hebreos, dice: "El Señor dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra", indicando al Dios Altísimo con el primer Señor, y al segundo con el segundo título. Pues ¿a qué otro es correcto suponer que se concede la diestra del Dios Ingénito, sino solo a él de quien estamos hablando?
Éste es Aquel a quien el mismo profeta, en otros lugares, distingue más claramente como el Verbo del Padre, suponiendo que Aquel cuya deidad estamos considerando es el Creador del universo, en el pasaje donde dice: "Por la Palabra del Señor fueron afirmados los cielos". O cuando presenta a la misma persona también como Salvador de aquellos que necesitan su cuidado, diciendo: "Él envió su Palabra y los sanó".
Salomón, hijo y sucesor de David, presentando el mismo pensamiento con un nombre diferente, en lugar de Verbo lo llamó Sabiduría, haciendo la siguiente declaración como en su persona: "Yo, la Sabiduría, hice de la prudencia mi morada, y llamé en mi ayuda al conocimiento y a la inteligencia". Más adelante, añade Salomón: "El Señor me formó como principio de sus caminos con vistas a sus obras. Desde la eternidad me estableció, en el principio, antes de hacer la tierra, antes de que se establecieran los montes, y antes de todas las colinas me engendró. Cuando preparaba los cielos, yo estaba junto a él".
El mismo Salomón dice también que "Dios fundó la tierra con la sabiduría y preparó los cielos con la inteligencia". Y también que "aprendí todas las cosas secretas y manifiestas, porque la Sabiduría, artífice de todas las cosas, me las enseñó". Y añade: "Qué es la Sabiduría y cómo llegó a existir, os lo voy a explicar, y no os ocultaré ningún misterio, sino que os la explicaré desde el principio de la creación". Escuchemos sus explicaciones:
"La Sabiduría es un espíritu rápido de entendimiento, santo, único en su clase, múltiple, sutil, libremente móvil, claro en su expresión, incontaminado, todopoderoso, que todo lo examina y penetra a través de todos los espíritus, que son rápidos de entendimiento, puros, sumamente sutiles. La Sabiduría es más móvil que cualquier movimiento. Sí, ella penetra y penetra todas las cosas en razón de su pureza. Porque ella es un soplo del poder de Dios y una clara efluencia de la gloria del Todopoderoso. Por lo tanto, nada contaminado puede encontrar entrada en ella. Ella es un resplandor de luz eterna y un espejo inmaculado de la operación de Dios, y una imagen de su bondad. Y ella llega de un extremo a otro con plena fuerza, y ordena todas las cosas con gracia".
Así habla la Escritura. Pero Filón el Hebreo, explicando más claramente el sentido de la doctrina, la representa de la manera siguiente.
XV
La segunda causa, según Filón de Alejandría
Dice Filón que conviene, a quienes han hecho compañía con el conocimiento, "desear contemplar al Ser verdadero", mas si no pueden, "al menos pueden contemplar su imagen, la Palabra santísima".
También dice que aunque alguno no sea todavía digno de ser llamado hijo de Dios, "esfuércese por adornarse a semejanza de su Verbo primogénito, que es el mayor de los ángeles y, como un arcángel, tiene muchos nombres".
Él es llamado por Filón como el Principio, y el Nombre de Dios, la Palabra, el Hombre a imagen de Dios, y Aquel que ve a Israel. Por lo cual, dice Filón, "me vi inducido hace poco tiempo a alabar las virtudes de aquellos que afirman que todos somos hijos de un solo hombre".
Aunque todavía no seamos dignos de ser considerados hijos de Dios, añade Filón, ciertamente "podemos ser hijos de su Imagen eterna, la Palabra santísima", porque "su Palabra más antigua es la Imagen de Dios". Y añade:
"He oído también a uno de los compañeros de Moisés pronunciar un oráculo de este tipo: He aquí al hombre cuyo nombre es Oriente. Un apelativo muy extraño, si supones que se refiere al hombre que está compuesto de cuerpo y alma; pero si te refieres a ese Ser incorpóreo que lleva la forma divina, reconocerás plenamente que el Oriente le fue dado felizmente como un nombre muy apropiado. Porque el Padre universal lo hizo surgir como su Hijo mayor, a quien en otra parte llamó Primogénito. De hecho, Aquel que fue engendrado, imitando los caminos de su Padre, miró a sus modelos arquetípicos para dar forma a las diversas especies".
Baste por ahora haber hecho estas citas del Filón el Hebreo, tomadas del tratado inscrito con el título Conspiración de los Peores contra los Mejores. Porque ya en una parte anterior de la Preparación para el Evangelio, al exponer las doctrinas de la religión de los antiguos hebreos, he discutido suficientemente las que se relacionan con la segunda causa, y a esos pasajes refiero al estudiante serio.
Por lo tanto, dado que estas han sido las opiniones teológicas sostenidas entre los hebreos en la forma que he descrito sobre la segunda causa del universo, es ahora el momento de escuchar a Platón hablando como sigue en el Epinomis.
XVI
La segunda causa, según Platón
Dice Platón que no demos, al asignar un cargo, "a éste un año, y a aquél un mes, y a los demás ninguna porción ni tiempo para realizar su carrera y ayudar a completar el orden que la Razón (λόγος), la más divina de todas las cosas". Es decir, que designó a Dios como Razón, que el hombre feliz al principio admira, y luego siente el deseo de comprender, tanto como es posible para la naturaleza mortal.
También en la Epístola a Hermeias, Erasto y Corisco, expuso Platón la doctrina con excelente cautela, escribiendo lo siguiente:
"Esta carta debéis leerla los tres juntos, si es posible; y si no, de dos en dos, como podáis, tan a menudo como podáis. Debéis hacer un acuerdo y una ley válida, añadiendo un juramento como es debido, y con un fervor no indigno de las Musas, y con la cultura, hermana del fervor, invocando al Dios que es el gobernante de todas las cosas que son y serán, y Padre y Señor de Aquel que es el gobernante y la causa. Es decir, a Aquel a quien, si estudiamos correctamente la filosofía, todos conoceremos claramente en la medida en que es posible para los mortales favorecidos".
¿No te parece que, al hablar así, Platón siguió las doctrinas de los hebreos? ¿O de qué otra fuente se le ocurrió nombrar a otro Dios más poderoso que la causa de todas las cosas, a quien también llama "Padre del Soberano de todo"? ¿Y de dónde le vino la idea de poner el nombre de Señor al Padre del Demiurgo? Y eso que nunca antes de él nadie había llevado esto a oídos de los griegos, ni siquiera lo había puesto en su propia mente.
Si aún queremos otros testigos para una confirmación indiscutible del significado del filósofo y de la construcción de nuestro argumento, escuchemos las explicaciones que Plotino da en el tratado que compuso sobre las tres Hipóstasis Primarias, escribiendo lo siguiente.
XVII
La segunda causa, según Plotino de Licópolis
Dice Plotino que si alguien admira este mundo de los sentidos, contemplando a la vez su grandeza y belleza y el orden de su curso eterno, y los dioses que están en él, algunos visibles y otros invisibles, los demonios, los animales y todo tipo de plantas, que suba a su modelo original y al mundo más real, y que allí vea todas las cosas inteligibles, y las cosas que son eternas en su propio entendimiento y vida, "vea también la inteligencia pura y la sabiduría infinita que las preside". Tras lo cual añade:
"¿Quién es, pues, el que lo engendró? El que es simple y anterior a una pluralidad de este tipo, que es la causa tanto de su ser como de su pluralidad. Pues el número no vino primero, pues antes de la duada está el uno, y la duada es segunda y producida a partir del uno".
Y de nuevo continúa diciendo:
"¿Cómo y qué debemos concebir entonces acerca de esa sustancia permanente? Como una luz que brilla alrededor y procede de ella, mientras que ella misma permanece inmutable, como del sol procede la brillante luz circundante que lo rodea, siempre producida a partir de él, mientras que ella misma permanece inmutable".
En efecto, todas las cosas existentes, mientras permanecen, surgen necesariamente de su propia esencia y del poder presente en la sustancia que las rodea exteriormente y depende de ellas, siendo como una imagen de los arquetipos de los que surgió.
Así, el fuego emite el calor que de él procede, y la nieve no sólo retiene en sí misma su frío. Y sobre todo todas las cosas fragantes dan testimonio de ello: mientras existen, algo emana de ellas y las rodea, del que disfrutan todos los que están cerca.
Además, todas las cosas, tan pronto como son perfectas, comienzan a generar: de modo que lo que es siempre perfecto siempre genera algo eterno, y lo que genera es menos que sí mismo.
¿Qué debemos decir, entonces, del Más Perfecto? Que o bien no genera nada de sí mismo, o bien genera las cosas que son las más grandes después de sí mismo. Pero después de él, la mente es la más grande y la segunda. Porque la mente lo contempla y tiene necesidad de él solo, pero él no tiene necesidad de ella; y lo que es engendrado de una mente superior, debe ser mente; y la mente es superior a todas las cosas, porque todo lo demás viene después de ella.
'Ahora bien, todo desea y ama aquello que lo engendró, y especialmente cuando lo engendró y lo engendró existen solos. Y cuando lo engendró es también lo mejor, lo engendrado está necesariamente unido a él de tal modo que sólo lo separa su alteridad. Pero, como es necesario hablar más claramente, quiero decir que el espíritu es su imagen.
Ésta es también la razón de las trinidades de Platón, que dice que alrededor del Rey de todo están todos los primarios, y alrededor del segundo los secundarios, y alrededor del tercero los terciarios. Dice también Platón que la causa tiene un Padre y que la mente es la causa, pues para él la mente es el Creador. En sus propias palabras, "la Mente crea el alma en esa copia suya. Y la Causa que es la Mente tiene por Padre el Bien, y aquello que trasciende tanto a la Mente como a la esencia". No obstante, en muchos lugares habla Platón del ser y de la mente como la idea. De modo que Platón reconoce que la mente procede del bien, y el alma de la mente.
Éstas no son doctrinas nuevas, ni ahora enunciadas por primera vez, sino hace mucho tiempo, aunque no se hayan divulgado públicamente; y las doctrinas del tiempo presente han sido interpretaciones de las anteriores, que por el testimonio de los propios escritos de Platón han confirmado la antigüedad de estas opiniones.
Así lo dice Plotino. Y Numenio, en su tratado Sobre el Bien, elogiando las doctrinas de Platón, da su propia interpretación de la segunda causa, como sigue.
XVIII
La segunda causa, según Numenio de Apamea
Dice Numenio que el hombre, acerca del Primer y Segundo Dios, ha de distinguir previamente las diversas cuestiones mediante algún ordenamiento. Y que después que esto parezca estar bien establecido, debe esforzarse también por discutir el asunto de una manera apropiada. De lo contrario, quien lo trate prematuramente, antes de haber dado los primeros pasos, encontrará que "su tesoro se convierte en polvo", como dice el proverbio. Esto dice el apameo:
"No suframos, pues, lo mismo. Antes bien, después de invocar a Dios para que sea el guía de nuestra discusión acerca de él y nos muestre el tesoro de sus pensamientos, comencemos. Inmediatamente debemos ofrecer nuestra oración y luego hacer nuestra distinción".
En efecto, el primer Dios, siendo en sí mismo, es simple, porque, estando unido por entero consigo mismo, nunca puede ser dividido. Sin embargo, el primero y el segundo son uno. Pero al estar asociado el segundo con la materia (que es dualidad), o a ésta la hace una, o él mismo está dividido por ella, porque tendría tendencia a la concupiscencia y lo contrario. Pero esto último es imposible, luego al adherirse a lo inteligible consideraría la materia y le prestaría atención, y se volvería independiente de sí mismo, y se apoderaría de lo sensible y se ocuparía de ello. Además, de poner su deseo en la materia, eso le llevaría hacia una naturaleza moral.
En definitiva, no es del todo apropiado que el Primer Dios sea el Creador, sino que el Primer Dios debe ser considerado como el Padre del Dios que es Creador del mundo.
Si, pues, estuviéramos indagando sobre el principio creativo y afirmando que Aquel que era preexistente sería por ello preeminentemente apto para la obra, este habría sido un comienzo adecuado para nuestro argumento. Pero si no estamos discutiendo el principio creativo, sino indagando sobre la causa primera, renuncio a lo que dije y deseo que se retire, pues seguiré adelante con mi argumento y lo buscaré en otra fuente.
Pero antes de entrar en materia, hagamos un acuerdo entre nosotros, de modo que nadie que lo oiga pueda dudar: que el Primer Dios está libre de todo tipo de trabajo y reina como rey, mas el Dios Creador gobierna y viaja por el cielo, y viene a nuestro equipo para la caza, siendo la mente enviada en transmisión a todos los que han sido designados para participar de ella.
Así, cuando Dios nos mira y se vuelve hacia cada uno de nosotros, el resultado es que nuestros cuerpos viven y reviven, mientras que Dios los cuida con sus radiaciones. Pero cuando él se aparta para contemplarse a Sí mismo, estos cuerpos se extinguen, pero la mente está viva y disfruta de una vida de bienaventuranza.
Esto es lo que dice Numenio. Y ahora, poned al lado los pasajes de la profecía de David, cantada antiguamente entre los hebreos de la siguiente manera:
"¡Cuán poderosas son tus obras, oh Señor! Con sabiduría las has hecho todas. La tierra está llena de tu creación. Todas las cosas esperan de ti, para que les des su alimento a su debido tiempo. Cuando se lo des, lo recogerán; y cuando abras tu mano, todos se saciarán de bondad. Pero cuando apartes tu rostro, se turbarán; si les quitas el aliento, morirán y se convertirán de nuevo en polvo. Enviarás tu Espíritu, y serán creados, y renovarás la faz de la tierra".
¿En qué se diferenciaría esto del pensamiento del filósofo Numenio, que declara que "cuando Dios mira y se vuelve hacia cada uno de nosotros, el resultado es que nuestros cuerpos viven y reviven, mientras que Dios los cuida con sus radiaciones; pero cuando Dios se vuelve a la contemplación de sí mismo, estos se extinguen"?
Además, mientras que entre nosotros Jesucristo dijo: "Yo soy la vid, y mi Padre es el labrador, y vosotros sois los sarmientos", escuchad lo que dice Numenio acerca de la deidad de la segunda causa.
En efecto, dice también Numenio que, así como existe una relación entre el labrador y el que planta, exactamente de la misma manera se relaciona el Primer Dios con el Segundo Dios. El primero, siendo la semilla de todas las almas, la siembra en todas las cosas que participan de él. Y el segundo, siendo la planta distribuye y trasplanta en cada uno de nosotros los gérmenes que han sido previamente depositados desde esa fuente superior.
Respecto a cómo la segunda causa surgió de la primera causa, esto es lo que dice Numenio:
"Ahora bien, todas las cosas que, al ser dadas, pasan al receptor y han abandonado al dador (como son la asistencia, la propiedad, la plata sin sellar o acuñada) son mortales y humanas. Pero las cosas divinas son aquellas que, cuando son distribuidas y han llegado de uno a otro, no han abandonado a los primeros, y han traído consigo un beneficio a este último, sin dañar al otro. Es más, le han traído un beneficio adicional al recordarle lo que había entendido antes".
Ahora bien, lo excelente es ese buen conocimiento que trae provecho al que lo recibe y no se pierde para el que lo da, pues así como puedes ver una lámpara encendida por otra lámpara que brilla con una luz de la que no privó a la primera, sino que tuvo su propio material encendido por la llama de la otra.
El conocimiento es así, pues, algo que, cuando se da y se recibe, permanece igual en el dador y se comunica al receptor. Y la causa de esto no es nada humano, sino que el estado y esencia que posee el conocimiento es el mismo tanto en Dios que lo ha dado, como en ti y en mí que lo hemos recibido. Por eso también Platón dijo que la sabiduría fue traída a la humanidad "con una brillante llama de fuego por Prometeo".
Ahora bien, los modos de vida del Primer Dios y del Segundo son estos. Evidentemente el Primer Dios estará en reposo, mientras que el Segundo, por el contrario, estará en movimiento. Así pues, el Primero se ocupa de lo inteligible, y el Segundo, tanto de lo inteligible como de lo sensible. Y no os sorprendáis de que oigáis esto, pues vais a oír algo mucho más sorprendente. Pues en lugar de ese movimiento que pertenece al Segundo, afirmo que el reposo que pertenece al Primero es su movimiento natural, a partir del cual tanto el orden del mundo, como su continuidad eterna y su seguridad se difunden por todo el universo.
Como Platón sabía que sólo el Creador era conocido entre los hombres, y que "la Primera Mente, que se llama Ser Absoluto, es completamente desconocida entre ellos", por eso habló de esta manera, como si alguien dijera: La primera mente, mis buenos señores, no es la que imagináis, sino otra mente anterior, más antigua y más divina.
Así, un piloto, cuando navega en medio del océano, se sienta muy por encima del timón y dirige el barco con las cañas del timón, pero sus ojos y su mente están tensos y fijos en el cielo, mirando las cosas que están arriba, mientras su curso pasa por el cielo arriba, mientras él navega por el mar abajo. Así también el Creador, habiendo unido la materia en armonía para que no se rompa ni se deslice, está él mismo sentado por encima de la materia, como por encima de un barco en el mar; y al dirigir la armonía, gobierna por las ideas, mientras que en lugar del cielo mira al Dios supremo que atrae sus ojos y toma Su juicio de esa contemplación, y su energía de ese impulso.
De hecho, el mismo Jesucristo dice: "El Hijo no puede hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre".
Numenio ya ha dicho bastante sobre este punto, y no hay necesidad de añadir nada a sus propias palabras para demostrar que no estaba explicando sus propias opiniones, sino las de Platón. Y que Platón no fue el primero en hacer estos intentos, sino que fue anticipado por los sabios hebreos, lo hemos probado con los ejemplos ya expuestos.
También Amelio, que se distinguió entre los filósofos recientes, que fue el admirador más destacado de la filosofía de Platón, y que llamó bárbaro al teólogo hebreo (aunque no se dignó mencionar por su nombre a Juan el Evangelista), da testimonio de sus afirmaciones, escribiendo lo que sigue
XIX
El logos joánico, según Amelio de Apamea
Dice Amelio que el Verbo del que habla Juan, siendo eterno, dependía la existencia de las cosas que fueron hechas, como también mantenía Heráclito. También mantiene que dicho Verbo estaba con Dios y era Dios, que a través suyo fueron hechas absolutamente todas las cosas, y que fue en él en quien la criatura viviente, y la vida, y el ser, tuvieron su nacimiento.
También dice que dicho Verbo descendió a los cuerpos, y se vistió de carne, y apareció como hombre, mostrando la majestad de su naturaleza. Dice también que, incluso después de esta disolución, dicho Verbo fue restaurado a la deidad, y es Dios, tal como era antes de descender a morar en el cuerpo y la carne del hombre.
Esto, evidentemente, es una paráfrasis de la teología de Juan Evangelista, y no ya bajo ningún velo sino abiertamente y "con la frente descubierta y descarada", como dice el proverbio. En efecto, el evangelista de nuestro Salvador, Juan, un hebreo de hebreos, en el comienzo de su Escritura establece la doctrina de la deidad de esta manera:
"En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por él, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos vimos que su gloria es la gloria del Unigénito del Padre".
Escuchemos también lo que dice otro teólogo hebreo acerca de la misma persona, llamado Pablo Apóstol: "Él es la imagen de Dios invisible, y el Primogénito de toda la creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles, y en él subsisten todas las cosas, y en él fueron todas creadas".
Llegados a este punto, en que hemos encontrado el total acuerdo entre los filósofos griegos y las doctrinas hebreas acerca de la constitución y sustanciación de la segunda causa, pasemos entonces a otras cuestiones.
XX
Sobre las tres hipóstasis primarias
Después de la doctrina del Padre y del Hijo, los oráculos hebreos clasifican al Espíritu Santo en tercer lugar, y conciben la santa y bendita Trinidad de tal manera que el tercer poder supera a toda naturaleza creada, y que es la primera de las esencias intelectuales constituidas por medio del Hijo, y la tercera desde la primera causa. Pues bien, obsérvese cómo Platón también insinuó algunos de tales pensamientos, hablando así en su Epístola a Dioniso:
"Debo explicarlo con acertijos, para que si la tablilla sufre algún daño en las partes remotas del mar o de la tierra, el lector no aprenda nada. Porque la cuestión es así: alrededor del Rey del universo están todas las cosas, y todas son para su causa, y esa es la causa de todas las cosas hermosas; y alrededor del Segundo están las cosas secundarias, y alrededor del Tercero las terciarias. Por lo tanto, el alma del hombre se esfuerza por aprender qué clase de cosas son, mirando las cosas afines a su propia naturaleza".
Quienes intentan explicar a Platón se refieren a estas afirmaciones como primer Dios, segunda causa y, en tercer lugar, al alma del universo, definiéndola también como tercer Dios. Pero las Sagradas Escrituras consideran como principio a la santísima y bienaventurada Trinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, según los pasajes ya expuestos.
El siguiente punto a considerar es la naturaleza del bien.
XXI
Sobre la esencia del bien
La Sagrada Escritura de los hebreos explica de diversas maneras la naturaleza del bien, y enseña que el Bien mismo no es otra cosa que Dios, tanto en la afirmación "el Señor es bueno con todos los que en él esperan" como en esta: "Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque su misericordia es eterna". Y también por lo que la palabra de nuestra salvación declaró al hombre que le preguntó sobre esto, diciendo: "¿Por qué me preguntas sobre lo que es bueno? Nadie es bueno sino uno solo, Dios".
Ahora bien, escuchemos lo que dice Platón en el Timeo:
"Permítanme entonces decirles por qué el Creador formó una creación e hizo este universo. Él era bueno, y en quien es bueno nunca hay lugar para los celos de nada. Estando libre de celos, quiso que todas las cosas fueran hechas lo más parecidas a él posible".
Así mismo, en su República también dice:
"¿No es verdad, entonces, que el sol, aunque no es la vista en sí, es sin embargo la causa de la vista y se discierne a sí mismo por esta misma vista? Así es, dijo él. Bien, dije yo, puedes decir que éste es a quien yo llamo el descendiente del bien, a quien el bien engendró como análogo a sí mismo, de modo que esto debería ser en el mundo visible en relación con la vista y las cosas de la vista, lo que el bien es en el mundo intelectual en relación con la mente y las cosas de la mente".
"Pues bien, esto que imparte verdad a las cosas que se conocen y otorga al conocedor su facultad de conocimiento, a esto lo puedes llamar la idea del bien".
"Dirías, supongo, que el sol imparte a las cosas visibles no sólo su poder de ser vistas, sino también su generación, crecimiento y nutrición, aunque él mismo no sea la generación. ¿Cómo podría ser de otra manera? Dirías también, entonces, que las cosas que se vuelven conocidas reciben del bien no sólo la propiedad de ser conocidas, sino también su existencia y su esencia, aunque el bien no sea una esencia, sino que trasciende mucho a la esencia en dignidad y poder".
En esto, Platón dice con toda claridad que las esencias intelectuales reciben del Bien (es decir, de Dios) no sólo la propiedad de ser conocidas, sino también su existencia y esencia, y que el Bien no es una esencia, sino que la trasciende en dignidad y poder. De modo que no considera las ideas como coesenciales, ni supone que sean ingénitas, porque han recibido su existencia y su esencia de Aquel que no es una esencia, sino que la trasciende en dignidad y poder, a quien los oráculos hebreos proclaman con razón como Dios, como causa de todas las cosas.
Así pues, las cosas que no tienen su ser ni su esencia por sí mismas, ni tampoco son de la naturaleza del bien, no pueden ser consideradas razonablemente como dioses, puesto que el bien no les pertenece por naturaleza, pues a uno solo y a ningún otro se le puede atribuir esto, al único Bien, que Platón proclamó admirablemente como "que trasciende toda esencia, tanto en dignidad como en poder".
Así mismo, Numenio, en su tratado Sobre el Bien, al explicar el significado de Platón, habla de la siguiente manera:
XXII
El bien, según Numenio de Apamea
Dice Numenio que los cuerpos los podemos concebir por inferencias extraídas de la observación de cuerpos similares y de las señales existentes en los cuerpos que tenemos ante nosotros, pero que no hay posibilidad de concebir el bien a partir de algo que esté ante nosotros, ni tampoco de algo similar que pueda percibirse por los sentidos.
Por ejemplo, un hombre sentado en una atalaya, tras haber vislumbrado rápidamente un pequeño barco pesquero, uno de esos esquifes solitarios, abandonados a sí mismos y atrapados en los valles de las olas, ve el barco de un vistazo.
Así pues, es necesario que el hombre se retire lejos de las cosas de los sentidos y comulgue en soledad únicamente con el bien, donde no hay hombre ni ningún otro ser viviente, ni cuerpo grande o pequeño, sino una cierta soledad inmensa, indescriptible y absolutamente divina, donde ya existen las ocupaciones y los esplendores del bien, y el bien mismo, ese poder gentil, gracioso y rector, en paz y benevolencia, se sienta por encima de todo ser.
Pero si alguien, aferrándose obstinadamente a las cosas de los sentidos, imagina que ve el bien cerniéndose sobre ellas, y luego, viviendo lujosamente, supone que ha encontrado el bien, está completamente equivocado. De hecho, no se necesita una búsqueda fácil para lograrlo, sino un esfuerzo divino: y el mejor plan es descuidar las cosas de los sentidos y, con una vigorosa devoción al conocimiento matemático, estudiar las propiedades de los números y, así, meditar cuidadosamente sobre la pregunta: ¿Qué es el ser?
Ahora bien, si la esencia y la idea son discernidas por la mente, y si se conviniera en que la mente es anterior a esto y la causa de ello, entonces se encontraría que la mente misma es la única que es el bien. Pues si Dios el Creador es el principio de la generación, el bien es el principio de la esencia. Y Dios el Creador está relacionado con el bien, del cual es un imitador, como la generación está relacionada con la esencia, de la cual es una semejanza y una imitación.
Por tanto, si el Creador y autor de la generación es bueno, también el Creador de la esencia será, sin duda, absolutamente bueno, e innato en la esencia. Pues el segundo Dios, siendo doble, es el autocreador de la idea de sí mismo y hace al mundo como su Creador, y después se entrega por completo a la contemplación.
Puesto que hemos reunido por nuestro razonamiento nombres para cuatro cosas, sean estos cuatro. El primero, Dios, bien absoluto; su imitador, un buen Creador; luego la esencia, una especie del primer Dios, otra del Segundo; y la imitación de esta esencia, el mundo bello, adornado por la participación en lo bello.
Pero las cosas que participan de él no participan de nada más, sino sólo de la sabiduría; de esta manera, pues, y no de otra, pueden gozar de la comunión del bien. Y ciertamente se ha descubierto que esta sabiduría pertenece sólo al Primero. Si, pues, pertenece exclusivamente a él, de quien todas las demás cosas reciben su colorido y su bondad, nadie, salvo un alma estúpida, podría dudar ya.
Pero si el segundo Dios es bueno, mas no por sí mismo sino por el primero, ¿cómo es posible que Aquel, por la comunión con quien este segundo es bueno, no sea él mismo bueno, especialmente si el segundo ha participado de él como siendo bueno?
Platón ha demostrado mediante razonamientos silogísticos a todo aquel que tiene una visión clara que el Bien es uno. Pero Platón representó estas cosas como verdaderas de manera diferente en diferentes lugares. En el Timeo, peculiarmente, escribió la inscripción común sobre el Creador, diciendo: "Él era bueno". Pero en la República llamó al Bien la "Idea del Bien". Es decir, la idea del Creador era el bien, porque para nosotros él se manifiesta como bueno por la participación en el primer y único Bien.
Esto es como si se dice que los hombres fueron creados por la Idea del Hombre, y los bueyes por la Idea del Buey, y los caballos por la Idea del Caballo. Naturalmente, si el Creador es bueno por participación en el primer Bien, la primera Mente sería una idea, por ser un bien absoluto.
XXIII
Las ideas platónicas, según Dídimo de Alejandría
Dice Platón en su Timeo que, habiendo sido creado el mundo de esta manera, ha sido formado con vistas a lo que es aprehendido por la razón y el pensamiento y que es inmutable. Y si esto es así, se sigue necesariamente que este mundo es una imagen de algo. Porque eso contiene en sí mismo todos los seres inteligibles, así como este mundo nos contiene a nosotros.
No obstante, el sentido de dichas afirmaciones pueden ser expuestas a partir de las colecciones de Dídimo sobre las Opiniones de Platón. Así escribe Dídimo:
"Dice Platón que las ideas son ciertos modelos ordenados clase por clase de las cosas que son sensibles por naturaleza, y que éstas son las fuentes de las diferentes ciencias y definiciones. Porque además de todos los hombres individuales hay una cierta concepción del hombre; y además de todos los caballos, de un caballo; y en general, además de los animales, una concepción de un animal increado e imperecedero".
De hecho, de la misma manera que de un sello se hacen muchas impresiones y de un hombre muchas imágenes, así de cada idea individual de los objetos de los sentidos se forman una multitud de naturalezas individuales, y de la idea del hombre todos los hombres. Y de la misma manera ocurre con todas las demás cosas de la naturaleza, pues para Platón la idea "es una esencia, causa y principio eterno, que hace que cada cosa tenga un carácter que le es propio".
Así pues, como los arquetipos particulares, por así decirlo, preceden a los cuerpos que se perciben por los sentidos, así también la Idea que incluye en sí todas las ideas, siendo la más bella y la más perfecta, existe originalmente como el modelo de este mundo presente (el cual ha sido hecho por su Creador como esta Idea, y elaborado según la providencia de Dios a partir de la esencia universal).
Esto es lo que explica Dídimo de Platón. Sin embargo, Moisés se anticipa incluso a estas doctrinas, enseñándonos que antes del sol y las estrellas visibles y antes del cielo que contemplamos, al que él llama el firmamento, y antes de esta nuestra tierra seca, y antes de nuestro día y noche, otra luz además de la luz del sol, y el día y la noche, y el resto, había sido hecha por Dios, el gobernante universal y causa de todo.
Además, los hebreos que vinieron después de Moisés declaran que hay un cierto sol incorpóreo, no visible para todos, ni sujeto a los ojos mortales, como dice el profeta hablando en la persona de Dios: "A los que me temen, les nacerá el Sol de justicia".
También la justicia misma, no la de un cierto tipo entre los hombres, sino la idea de eso, es conocida por otro profeta hebreo, quien dijo acerca de Dios: "¿Quién hizo surgir la justicia desde el Oriente? La llamó delante de su rostro, y saldrá como ante las naciones".
También una Palabra divina, incorpórea y esencial, nos fue mostrada recientemente por nuestra palabra ordinaria en las citas anteriores de las Escrituras hebreas: acerca de la cual Palabra hay también la siguiente declaración entre el mismo pueblo: "Quien nos fue hecho por Dios sabiduría, y justificación, y santificación, y redención".
También se le llama vida, se le llama sabiduría y verdad. Las Escrituras de los hebreos (pues también los apóstoles y discípulos de nuestro Salvador son hebreos) nos dan a conocer todas las cosas que tienen ser y subsistencia esenciales, más aún, nos muestran miríadas de otros poderes incorpóreos más allá del cielo y de toda esencia material y fugaz. Las imágenes de estos poderes, dicen, él las expresó en cosas sensibles, de las cuales ahora han recibido el nombre de cada una de sus imágenes.
Por ejemplo, han afirmado expresamente que el hombre es la imagen de un modelo ideal, y que toda la vida de los hombres transcurre en una imagen. De hecho, Moisés dice que "Dios creó al hombre, a imagen de Dios lo creó", y otro escritor hebreo, siguiendo la filosofía de sus antepasados, dice: "Seguramente, el hombre camina a imagen de Dios".
Por ello, ahora escuchen cómo los intérpretes de las leyes sagradas explican el pensamiento contenido en los escritos de Moisés. De hecho, el hebreo Filón habla así, al interpretar las doctrinas de sus antepasados.
XXIV
Las ideas mosaicas, según Filón de Alejandría
Dice Filón que, si alguien quisiera usar nombres de una manera más clara, no llamaría al mundo inteligible otra cosa que la palabra (o razón) de Dios ya comprometida en la creación de un mundo. Porque la ciudad inteligible no es otra cosa que el razonamiento del arquitecto, cuando ya proyecta construir la ciudad visible con ayuda de lo inteligible. De hecho, al relatar Filón la creación del hombre, declara expresamente que "fue creado a imagen de Dios", tal como dejó escrito Moisés.
Ahora bien, si la parte (el hombre) es imagen de una imagen, evidentemente también toda la especie (es decir, todo este mundo visible, que es mayor que la imagen humana) es una copia de una imagen divina. Y el sello arquetípico, como llamamos al mundo inteligible, debe ser evidentemente el modelo arquetípico, la Idea de las Ideas, la Palabra de Dios.
Dice también Filón que, respecto a lo dicho de que "en el principio creó Dios el cielo y la tierra", hay que considerar que el principio no es (como algunos suponen) el principio en el tiempo, pues el tiempo no fue antes del mundo, sino que comenzó con él o después de él. Éstas son sus palabras:
"Como el tiempo es el intervalo del movimiento del universo, y el movimiento no puede comenzar antes de aquello que ha de ser movido, sino que necesariamente debe establecerse después o con él, así también el tiempo necesariamente debe haber sido de la misma edad que el universo o más joven que él, y aventurarse a representarlo como más antiguo no es filosófico".
Mas si en el presente pasaje no se toma el principio como el principio en el tiempo, entonces se significaría naturalmente el principio según el número, de modo que en el principio Dios creó sería equivalente a "primero creó el cielo".
Según Filón, pues, en primer lugar el Creador procedió a hacer un cielo inmaterial, y una tierra invisible, y una forma ideal de aire y de espacio vacío, al primero de los cuales llamó oscuridad (porque el aire es por naturaleza negro) y al segundo lo llamó profundo (porque el espacio vacío es muy profundo y vasto).
En segundo lugar hizo la esencia incorpórea del agua y del viento, y sobre todo la esencia de la luz (la séptima en orden, que a su vez era incorpórea, y luego un modelo inteligible del sol y de todas las estrellas que estaban destinadas a ser establecidas como luminarias en el cielo), como el propio Filón explica:
"El viento y la luz fueron honrados con privilegio especial: a uno lo llamó Espíritu de Dios, porque el espíritu es lo más vivificante, y Dios es el autor de la vida; y la luz, porque sobresale en belleza. Porque lo inteligible es, supongo, tanto más brillante y radiante que lo sensible, como el sol lo es que la oscuridad, y el día que la noche, y la mente, que es la guía de toda el alma, que los criterios de los sentidos, y los ojos que el cuerpo".
Pero esa luz invisible e inteligible se hace imagen del Verbo Divino, lo que explica su origen. Y según Filón es una estrella supracelestial, fuente de las estrellas visibles, a la que no se equivocaría si se la llamara "luz universal". De esta "luz universal", el sol y la luna y los demás planetas y estrellas fijas extraen sus esplendores apropiados en proporción al poder de cada uno, mientras que esa luz pura y sin mezcla se oscurece cuando comienza a girar en la dirección del cambio de inteligible a sensible (porque de las cosas sujetas a los sentidos, ninguna es pura). Éstas son sus palabras:.
"Cuando llegó la luz y la oscuridad cedió y se retiró, y se establecieron límites en los intervalos entre ellas, es decir, la tarde y la mañana, se completó de inmediato, según la necesaria medida del tiempo, aquello que el Creador llamó correctamente día, y no el primer día, sino un día, que se llama así debido a la unicidad del mundo inteligible, que tiene la naturaleza de la unidad".
Así, pues, el mundo incorpóreo estaba ya completo, fundado en la razón divina (Verbo de Dios), y según su modelo debía producirse ahora el mundo sensible en su perfección. Por eso el Creador procedió a hacer primero lo que era también lo mejor de todas sus partes, es decir, el cielo, al que con razón llamó firmamento, por ser corpóreo. Pues el cuerpo es sólido por naturaleza, porque tiene tres dimensiones; ¿y qué otra idea hay de un sólido y de un cuerpo, sino la extensión en todas direcciones? Naturalmente, por eso lo llamó firmamento, como contraste del mundo sensible y corpóreo con el inteligible e incorporal.
Así se explica Filón. Y Clemente también está de acuerdo con él, hablando así en su quinta Miscelánea.
XXV
Las ideas mosaicas, según Clemente de Alejandría
Dice Clemente que la filosofía bárbara conoce un mundo de pensamiento y otro de sentido, el uno un arquetipo y el otro una imagen del modelo bello. El primero lo asigna a la unidad, como perceptible sólo al pensamiento. Y el sensible lo asigna al número seis, pues entre los pitagóricos el seis se llama matrimonio, como número que genera.
Según Clemente, "en la unidad establece un cielo invisible, una tierra santa y una luz intelectual", porque como dice Moisés, "en el principio creó Dios el cielo y la tierra: y la tierra era invisible", y "dijo: Hágase la luz, y la luz se hizo". Es decir, en la cosmogonía del mundo sensible creó un cielo sólido (y lo sólido es sensible), una tierra visible y una luz que se ve.
¿No te parece, a partir de este pasaje, que Platón abandona las especies de criaturas vivientes en el mundo inteligible y crea las especies sensibles según su género en el mundo inteligible?
Con razón dice Moisés que el cuerpo fue creado de la tierra (a la que Platón llama "tabernáculo terrenal"), y que el alma racional fue insuflada por Dios desde lo alto en el rostro del hombre.
En esta parte, según Clemente, se asienta la facultad gobernante, interpretando así la entrada accesoria del alma a través de los órganos de los sentidos en el caso del hombre primero formado. Por lo cual también el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. Pues la imagen de Dios es la palabra divina y real, el hombre impasible; y una imagen de esa imagen es la mente humana.
XXVI
Sobre los poderes adversos
Además de esto, Platón sigue las doctrinas de los hebreos, cuando dice que no sólo hay buenas potencias incorpóreas, sino también las de naturaleza opuesta, escribiendo lo siguiente en el décimo libro de las Leyes:
"Así como el alma dirige y habita todas las cosas que se mueven en cualquier dirección, ¿no debemos decir que también dirige el cielo? Por supuesto. ¿Una sola alma o más? Más, te responderé. Seguramente no debemos suponer menos de dos, la que hace el bien y la otra que tiene poder para obrar el mal".
Luego, más adelante, dice:
"Puesto que hemos convenido en que el cielo está lleno de muchos bienes y también de muchos males, y estos más numerosos, un conflicto de esta clase, decimos, es inmortal y requiere una vigilancia maravillosa. Pero los dioses y los demonios son nuestros aliados, y nosotros somos sus posesiones".
De dónde vinieron estas ideas a Platón, no lo puedo explicar, pero lo que sí puedo decir con certeza es que miles de años antes de que Platón naciera esta doctrina también había sido reconocida por los hebreos. Por eso dice la Escritura: "Y hubo como un día en que los ángeles de Dios vinieron a presentarse ante Dios, y el diablo vino en medio de ellos, después de haber dado la vuelta a la tierra y haber caminado por ella"; donde se llama al poder adverso diablo, y a los poderes buenos "ángeles de Dios", "espíritus divinos" y "ministros de Dios".
Además, el conflicto de los poderes adversos está representado así por aquel que dijo: "Nuestra lucha no es contra madera y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los gobernadores mundiales de las tinieblas de este siglo, contra las huestes espirituales de maldad en los lugares celestiales".
También el oráculo de Moisés que decía "cuando el Altísimo dividía las naciones, cuando separaba a los hijos de Adán, fijó los límites de las naciones según el número de los ángeles de Dios", parece estar directamente parafraseado por Platón en las palabras con las que definió a toda la raza humana como "posesión de dioses y demonios".
XXVII
Sobre la inmortalidad del alma
En la doctrina de la inmortalidad del alma, Platón no difiere en absoluto de la opinión de Moisés, pues Moisés fue el primero en definir el alma del hombre como una esencia inmortal, cuando dijo que es originalmente una imagen de Dios, o más bien, que ha sido hecha "a imagen de Dios". En efecto, sus palabras fueron: "Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Y Dios hizo al hombre, a imagen de Dios lo hizo".
Después, dividiendo en su descripción al hombre compuesto en el cuerpo visible y el hombre del alma que se discierne sólo por la mente, añade: "Dios tomó polvo de la tierra y formó al hombre, y sopló en su rostro el aliento de vida, y el hombre se convirtió en un alma viviente".
Además, dice que el hombre fue creado para ser gobernante y rey de todas las criaturas sobre la tierra. Así dice: "Dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, y tenga dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre toda la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó".
Ahora bien, ¿de qué otra manera podría concebirse la imagen y semejanza de Dios sino en relación con los poderes que hay en Dios y con la semejanza de la virtud? Escuchemos, pues, cómo en Alcibíades Platón habla también sobre este punto, como alguien que había sido instruido por Moisés: "¿Podemos entonces mencionar alguna parte del alma que sea más divina que aquella con la que tratan el conocimiento y la sabiduría? No podemos".
Ésta es, pues, la parte que se parece a Dios; y cualquiera que al contemplar esto haya aprendido todo lo que es divino, tanto Dios como la sabiduría, llegará así a conocerse a sí mismo de la manera más perfecta.
Así pues, así como hay espejos más claros que el espejo del ojo, y más puros y brillantes, así Dios es algo más puro y brillante que lo mejor que hay en nuestra alma.
Así pues, al mirar a Dios, deberíamos usar ese espejo tan noble de la naturaleza humana para mirar también la virtud del alma; y de esta manera deberíamos vernos y aprender a conocernos mejor a nosotros mismos. Ciertamente.
Esto está en el Alcibíades. Pero en el diálogo Sobre el Alma, obsérvese cómo Platón explica estos temas con más detalle:
Al menos, no es visible para los hombres. Pero seguramente estábamos hablando de las cosas que son visibles o no visibles para la naturaleza del hombre, ¿o crees que era para alguna otra naturaleza? A la naturaleza del hombre. ¿Y qué decimos entonces del alma? ¿Es visible o invisible? Invisible. Entonces, ¿es invisible? Sí. Y el alma, ¿se parece más a lo invisible que el cuerpo, y el cuerpo a lo visible? Así debe ser"."¿Podemos, entonces, asumir dos clases de cosas existentes, una visible y otra invisible? Supongámoslo. ¿Y lo invisible es constante e inmutable, pero lo visible nunca constante? Supongamos también esto. Pues bien, ¿no es una parte de nosotros cuerpo, y la otra alma? Así es. ¿A qué clase entonces debemos decir que el cuerpo es más semejante y más afín? Para lo visible. ¿Y qué pasa con el alma? ¿Es visible o invisible?
Pues bien, ¿no decíamos también hace mucho tiempo que siempre que el alma se ayuda del cuerpo para examinar algo, ya sea con la vista, con el oído o con cualquier otro sentido (pues esto es lo que se entiende por la ayuda del cuerpo, examinar una cosa con la ayuda de los sentidos), entonces es arrastrada por el cuerpo en medio de estos objetos siempre cambiantes, y pierde su propio camino, y se confunde y se marea como si estuviera borracha, por tratar de apoderarse de cosas de este mismo tipo?
Pero siempre que contempla algo por sí sola, pasa de inmediato a ese mundo más allá, al puro, eterno, inmortal e inmutable, y allí y con ese mundo siempre está en comunión como alguien de naturaleza afín, siempre que puede estar sola y tiene oportunidad; y así tiene descanso de su vagabundeo, y con ese mundo es constante e inmutable, como si tratara de apoderarse de cosas de esta misma clase. Y esta condición del alma se llama reflexión.
¿A qué clase, entonces, te parece ahora, tanto a partir de nuestros argumentos anteriores como de los actuales, que el alma es más semejante y más afín? porque creo que todo el mundo, incluso el más estúpido, estaría de acuerdo con este método de investigación en que el alma se parece en todos los aspectos mucho más a lo que es siempre constante que a lo que no lo es.
Considérese, pues, de este modo: cuando el alma y el cuerpo se unen en uno, la naturaleza ordena al cuerpo servir y obedecer, y al alma gobernar y gobernar. Ahora bien, en estos aspectos, ¿cuál de los dos os parece semejante a lo divino y cuál a lo mortal? ¿No creéis que lo divino es naturalmente apto para gobernar y dirigir, y lo mortal para ser gobernado y servir? ¿A cuál de los dos es entonces semejante el alma? Luego es evidente que el alma es como lo divino, y el cuerpo como lo mortal.
De todo lo dicho, pues, obtenemos estos resultados. Primero, que el alma es más parecida a la divina, e inmortal, e inteligible, e uniforme, e indisoluble, y siempre inmutable y consistente en sí misma. Y segundo, que el cuerpo es más parecido al humano, y mortal, e ininteligible, y multiforme, y disoluble, y nunca consistente consigo mismo.
Entonces, ¿no es una propiedad del cuerpo disolverse rápidamente, pero del alma, en cambio, ser completamente indisoluble o casi indisoluble?
¿Observáis, pues, que después de la muerte de un hombre, el cuerpo, la parte de él que es visible y se encuentra en el mundo visible, y que se llama cadáver, cuya propiedad es la de disolverse, descomponerse y dispersarse por los vientos, no sufre inmediatamente ningún cambio de este tipo, sino que permanece durante un tiempo considerable (si el hombre muere con su cuerpo en un estado vigoroso y en un momento vigoroso de su vida, durante un tiempo muy considerable, en verdad)? Porque cuando el cuerpo se ha encogido y ha sido embalsamado, como los que fueron embalsamados en Egipto, permanece casi entero durante un tiempo increíble. E incluso si el cuerpo se descompone, algunas partes de él, huesos y tendones y todas esas partes, son, sin embargo, por así decirlo, inmortales, ¿no es así?
Pero entonces el alma, la invisible, que ha pasado a otro lugar como ella, noble, pura e invisible, el verdadero Hades, a la presencia del Dios bueno y sabio, adonde, si es voluntad de Dios, mi propia alma debe ir inmediatamente, ¿es entonces, digo, esta alma nuestra, tal como es y así dotada por la naturaleza, al ser liberada del cuerpo, inmediatamente dispersada a los vientos y perdida, como dicen la mayoría de los hombres?
No es así, sino que la verdad es mucho más bien ésta: si el alma es pura cuando se libera, no arrastrando nada del cuerpo tras de sí, ya que nunca durante esta vida tuvo ninguna comunicación con él voluntariamente, sino que se retrajo de él y se recogió en sí misma, haciendo de esto su estudio constante, y esto no es otra cosa que practicar la verdadera filosofía y prepararse en realidad para morir alegremente, ¿o no sería esto una preparación para la muerte?
En este estado, pues, el alma parte hacia ese mundo que es como ella, invisible, divino, inmortal y sabio; y al llegar allí encuentra preparada para ella una existencia feliz, libre de errores, necedades, temores, deseos salvajes y todos los demás males humanos, y, como dicen de los iniciados, pasa verdaderamente el resto de su vida con los dioses. ¿Es así, Cebes, como debemos hablar, o de otra manera?
Si cuando ella se aparta del cuerpo está contaminada e impura, por estar en constante comunión con el cuerpo, y apreciarlo, y amarlo, y haber sido tan hechizada por él (quiero decir, por sus deseos y placeres) como para pensar que nada más es verdadero excepto lo corpóreo... justo lo que un hombre puede tocar, ver, comer, beber y usar para sus lujurias, pero acostumbrado a odiar, temer y evitar lo que a los ojos es oscuro e invisible, pero inteligible para el pensamiento y alcanzable por la filosofía; en esta condición, ¿se supone que un alma partirá pura en sí misma y sin mezcla? De ninguna manera.
Esto es lo que dice Platón. Y su significado lo explica Porfirio en el libro I de su Respuesta a Boeto sobre el alma, donde escribe de la siguiente manera.
XXVIII
La inmortalidad del alma, según Porfirio de Tiro
Dice Porfirio que el argumento de la semejanza fue considerado por Platón como una prueba contundente de la inmortalidad del alma. Porque si ella es como lo que es divino, inmortal, invisible, inseparable, indisoluble, esencial y firmemente establecida en la incorrupción, ¿cómo puede no ser de la clase correspondiente al modelo?
En efecto, cuando hay dos extremos manifiestamente contrarios, como lo racional y lo irracional, y se trata de saber a qué lado pertenece una tercera cosa, éste es un modo de prueba, mostrando a cuál de los opuestos se parece. En efecto, aunque la raza humana en la primera etapa de la vida se encuentra en una condición irracional, y aunque muchos, incluso en la vejez, están llenos de los errores de la sinrazón, sin embargo, debido a que tiene muchas semejanzas con lo que es puramente racional, esta raza fue considerada racional desde el principio.
Por lo tanto, dado que hay una constitución divina manifiestamente incapaz de mezclarse y de dañarse, a saber, la de los dioses, y dado que, por otro lado, existe evidentemente la terrenal y soluble, sujeta a la corrupción, y dado que para algunos se duda de qué lado de dicha oposición está adherida el alma, la opinión de Platón era que deberíamos rastrear la verdad a partir de la similitud.
Y puesto que ella no es de ninguna manera semejante a lo mortal y soluble e irracional e inanimado, que por tanto es también tangible y sensible y deveniente y perecedero, sino semejante a lo divino, inmortal e invisible e inteligente, que participa de la vida y es afín a la verdad y tiene todas las propiedades como pertenecientes a ella.
Siendo esto así, pensó Porfirio que no era justo, mientras concedía que el alma tenía los otros puntos de semejanza con Dios, consentir en negarle la semejanza de esencia, que es la causa de haber recibido estas mismas propiedades.
¿Y por qué? Porque como las cosas que eran distintas de Dios en sus operaciones se encontraron inmediatamente diferentes también en la constitución de su esencia, así pensó que se seguía que las cosas que participaban en cierta medida de las mismas operaciones habían poseído previamente la semejanza de esencia. Porque debido a la calidad de la esencia las operaciones también eran de cierta calidad, como si fluyeran de ella y fueran ramificaciones de ella.
XXIX
La inmortalidad del alma, según Boecio de Crotona
Dice Boecio que, para demostrar si el alma es inmortal y es una naturaleza demasiado fuerte para cualquier tipo de destrucción, un hombre debe recorrer persistentemente muchos argumentos.
No haría falta, pues, mucha discusión, para creer que nada en nosotros se parece más a Dios que el alma, y esto no sólo por el movimiento continuo e incesante que ella genera dentro de nosotros, sino también por la mente que le pertenece.
En vista de lo cual, el filósofo físico de Crotona dijo que el alma, al ser inmortal, "naturalmente se aleja de toda quietud", como los cuerpos que son divinos. Y también que, para el hombre que una vez hubiera discernido la idea del alma, y especialmente cuán grandes propósitos y qué impulsos la mente que gobierna dentro de nosotros a menudo pone en movimiento, gradualmente "parecería una gran semejanza con Dios".
Tras lo cual, Boecio añade:
"Si se demuestra que el alma es la más semejante a la divina, ¿de qué sirve exigir como prefacio todos los demás argumentos para probar su inmortalidad, en lugar de considerar esto como uno entre muchos, suficientes como son para convencer a los justos de que el alma no habría participado en las actividades que son similares a las de la divina, si no fuera también divina?".
Pues si, aunque sepultada en el cuerpo mortal, soluble, ininteligente, muerto de por sí y constantemente pereciendo y consumiéndose hacia su cambio de destrucción final, el alma lo forma y lo mantiene unido, y muestra su propia esencia divina, aunque está obstruida e impedida por el molde ruinoso que la rodea, ¿no debería, si según nuestra hipótesis estuviera separada como el oro de la arcilla que lo rodea, mostrar de inmediato su propia forma específica como siendo solo como Dios, y además preservando a través de su participación en Él las similitudes en sus operaciones, e incluso en su condición más mortal (como está cuando está prisionera en el cuerpo mortal) escapando a la disolución por esta razón, que es, como dijimos, de la naturaleza que no tiene nada en común con la descomposición?
Naturalmente, el alma parece ser a la vez divina por su asimilación al Indivisible, y mortal por sus acercamientos a la naturaleza mortal. Y desciende y asciende, y es a la vez afín a lo mortal y, sin embargo, como los inmortales. Oigamos las explicaciones del crotonés:
"Quien se atiborra y se apresura a saciarse como el ganado es un hombre: y también es un hombre quien, mediante el conocimiento, es capaz de salvar el barco en los peligros del mar, y quien puede salvar la vida en las enfermedades, y quien descubre la verdad, y ha ideado métodos para alcanzar el conocimiento, e inventos para encender el fuego, y observaciones de horóscopos, y fabrica imitaciones de las obras del Creador".
Supongamos, pues, que este hombre fuese capaz de crear el mundo y todos los fenómenos del cielo, pues de hecho, ¿qué no ideó el hombre, mostrando con ello la mente dentro de él que es divina y a la par de Dios? En ese caso, dice Boecio:
"Aunque con ello mostrara los esfuerzos audaces de un ser olímpico, divino y completamente inmortal, sin embargo, como la multitud, por el egoísmo de su propia inclinación hacia la baja, no era capaz de discernir su carácter, los engañará haciéndoles suponer, por las apariencias externas, que él era como ellos, de naturaleza mortal: habiendo solo este modo de derivar consuelo de su bajeza, que debido a las apariencias externas encontraban satisfacción en ver a otros compartir igualmente su miseria, y se persuadían de que, como en las cosas externas, también en su naturaleza interna todos los hombres son iguales".
De todas estas doctrinas se ha considerado que Moisés es el maestro, pues al describir la primera creación del hombre en el lenguaje ya citado, mediante su asimilación a lo divino confirmó los argumentos acerca de la inmortalidad del alma.
Pero como las opiniones de Moisés y Platón estaban en plena armonía y acuerdo acerca de la esencia incorpórea e invisible, es tiempo de revisar las partes restantes de la filosofía de Platón y demostrar que era amigable con los hebreos en todos los puntos, excepto donde tal vez fue extraviado e inducido a hablar más a la manera del hombre que de acuerdo con la palabra de verdad.
Por ejemplo, se comprobará que todos los dichos del filósofo que se han expresado correctamente concuerdan con las doctrinas de Moisés, pero en todo lo que él supuso que no concordaba con Moisés y los profetas, su argumento no estará bien establecido. Y esto lo demostraremos a su debido tiempo. Pero mientras tanto, puesto que se ha descubierto que sus posiciones en la contemplación del mundo inteligible están en perfecto acuerdo y armonía, es hora de volver de nuevo a la teoría física del mundo sensible y repasar brevemente la concordancia del filósofo con las doctrinas de los hebreos.
XXX
Sobre el mundo creado
Moisés declaró que este universo tuvo un principio, pues "en el principio creó Dios el cielo y la tierra". De hecho, después de los detalles añade: "Éste es el libro de la generación del cielo y la tierra, cuando fueron creados, el día en que Dios hizo el cielo y la tierra".
Pues bien, escuchad ahora a Platón, y cuán cerca se mantiene del pensamiento, cuando él mismo escribe que "todo lo que llega a existir debe necesariamente proceder de alguna causa; pues es imposible que algo haya sido generado sin una causa". Oigámoslo:
"Todo el cielo, o el mundo, o cualquier otro nombre que se le quiera dar, llamémoslo así, primero tenemos que hacer una pregunta al respecto, que se supone que uno debe hacer sobre cualquier tema al principio: ¿existió siempre, sin ningún comienzo de generación, o ha sido generado y ha tenido algún comienzo? El mundo ha sido, así, algo generado, pues es visible y tangible y tiene un cuerpo, y todas esas cosas son sensibles, y todas las cosas sensibles eran aprehensibles por la opinión y generadas. Pero lo que es generado debe, decimos, haber sido generado por alguna causa. Sin embargo, es una tarea difícil descubrir al Creador y artífice de este universo, y después de descubrirlo es imposible hablar de él a todos los hombres".
Tras lo cual vuelve Platón a decir: "Por lo tanto, debemos decir, según la razón probable, que este mundo fue creado en verdad, por la providencia de Dios, como un ser viviente dotado de alma y mente".
XXXI
Sobre los cuerpos celestes
Respecto a los cuerpos celestes, Moisés enseñó que éstos fueron también creados, cuando dijo:
"Dijo Dios: Haya lumbreras en el firmamento de los cielos para alumbrar sobre la tierra, y sean por señales, y para estaciones, y para días y para años. E hizo Dios las dos grandes lumbreras, y las estrellas, y las puso en el firmamento de los cielos".
De la misma manera, dice Platón:
"Siendo, pues, tal la razón y el pensamiento de Dios en cuanto a la generación del tiempo, para que el tiempo pudiera existir, se crearon el sol y la luna y otros cinco cuerpos que se llaman planetas, para distinguir y conservar los números del tiempo. Y cuando él hubo hecho sus cuerpos, Dios los colocó en sus órbitas".
Ahora bien, observemos si la expresión platónica "siendo tal entonces la razón (λόγου) y el pensamiento de Dios", no debe ser como la del hebreo que dice: "Por la palabra (λόγου) del Señor fueron establecidos los cielos, y todos los poderes de los mismos por el aliento de su boca".
Además, como Moisés dijo "los puso (aθετο) en el firmamento", Platón ha usado una palabra similar, puso, cuando dice: "Cuando hubo hecho sus cuerpos, Dios los puso (aθηκεν) en sus órbitas".
XXXII
Sobre la bondad de la creación
La Escritura hebrea, después de cada una de las creaciones, añade la frase: "Vio Dios que era bueno". Y después del resumen de todo dice: "Vio Dios todas ellas, y he aquí que eran muy buenas".
Pues bien, escuchad ahora cómo habla Platón:
"Si este mundo es bello y su Creador bueno, es evidente que estaba mirando hacia aquel modelo que es eterno. Porque el mundo es la más bella de las cosas creadas, y él la mejor de las causas".
XXXIII
Sobre la alteración y el cambio
Sobre este punto también habla toda la Escritura hebrea, diciendo en cierta ocasión: "Y el cielo se enrollará como un pergamino", y en otra: "Y el cielo será nuevo, y la tierra nueva, los cuales haré permanecer delante de mí, dice el Señor", y en otra: "Porque la apariencia de este mundo pasa".
Oíd, pues, cómo Platón también confirma la doctrina, diciendo en el Timeo:
"Dios estableció un cielo visible y tangible: y por estas razones, y a partir de estos elementos tales como he descrito, siendo cuatro en número, el cuerpo del mundo se formó en armonía por la debida proporción, y obtuvo de ellos una unión amistosa, de modo que habiendo entrado en unidad consigo mismo se volvió indisoluble para todo lo demás excepto Aquel que lo unió. Así pues, el tiempo ha llegado a existir junto con el cielo, para que, habiendo sido producidos juntos, también puedan disolverse juntos, si alguna vez se produjera alguna disolución de ellos".
Nuevamente, Platón dice: "Vosotros, dioses e hijos de dioses, las obras de las que soy Creador y Padre son indisolubles salvo por mi voluntad", para luego añadir:
"Aunque todo lo que está unido puede disolverse, sólo un ser maligno querría disolver lo que está bien combinado y en condiciones adecuadas. Por tanto, también, puesto que habéis sido creados, aunque no sois del todo inmortales ni indisolubles, no seréis disueltos ni correréis el destino de la muerte, puesto que en mi voluntad habéis encontrado un vínculo aún más fuerte y válido que aquellos por los que estabais unidos en el momento de vuestra creación".
También en su Política o Estado, el mismo autor habla así:
"Hay un tiempo en que Dios mismo gira con el universo, al que ayuda a guiar y hacer girar; y hay un tiempo en que las revoluciones, habiendo completado ya su propia medida de tiempo, lo deja ir, y el universo, siendo una criatura viviente y habiendo recibido la inteligencia de Aquel que lo dispuso al principio, gira de nuevo por sí mismo en la dirección opuesta. Y esta regresión ha sido necesariamente implantada en su naturaleza por la siguiente razón".
¿Y por qué motivo? Escuchemos de nuevo a Platón:
"Porque sólo las cosas más divinas tienen la propiedad de permanecer siempre inmutables, consistentes consigo mismas y siempre iguales, y la naturaleza corporal no es de esta clase. Y aunque lo que hemos llamado cielo y mundo ha sido dotado por su Creador con muchos beneficios, sin embargo también participa del cuerpo. Por lo que es imposible que esté siempre libre de cambios; sin embargo, en la medida de lo posible y en un grado muy alto, se mueve en la misma órbita en un mismo y mismo curso relativo, porque la inversión a la que está sujeto es la menor alteración posible de su propio movimiento".
"Porque es casi imposible que algo continúe girando eternamente, excepto el Señor de todas las cosas que se mueven. Y que él mueva algo ahora en un sentido, y ahora en el sentido opuesto, no sería justo. De todo esto, entonces, no debemos decir que el mundo siempre gira por sí mismo, ni que todo es girado por Dios en dos direcciones opuestas, ni tampoco que son dos dioses, que son de mentes opuestas, los que lo giran, sino, como se dijo hace un momento, y esto es lo único que sigue siendo posible, que en un momento es guiado en su curso por otra causa divina, adquiriendo nuevamente su vida y recibiendo de su Creador una inmortalidad restaurada, y en otro momento, cuando se le deja ir, se mueve por sí mismo, habiéndosele dejado ir en tal momento que viaja hacia atrás durante innumerables períodos, porque siendo de gran tamaño y perfectamente equilibrado, se mueve sobre el pivote más pequeño".
Ciertamente, todos estos detalles parecen muy probables. Saquemos, pues, nuestras conclusiones y consideremos atentamente el efecto producido por lo que acabo de mencionar, el cual dijimos que era la causa de todas las maravillas, y el hecho de que el curso del mundo en un momento se guía en la dirección de su revolución actual, y en otro momento en la dirección opuesta. Debemos creer, por tanto, que este cambio es la mayor y más completa de todas las variaciones en los movimientos celestiales. Y debemos suponer que en ese tiempo se producen cambios muy grandes para nosotros, los que moramos bajo el cielo. Pues, ¿acaso no sabemos que la naturaleza animal soporta mal muchos cambios grandes y diversos que ocurren al mismo tiempo?
Por tanto, en ese momento se produce necesariamente una gran destrucción de todos los demás animales y, además, sobrevive muy poco de la raza humana. Y con respecto a estos supervivientes, entre muchos otros efectos maravillosos y extraños que ocurren, el mayor es éste, que también sigue inmediatamente a la inversión del movimiento del universo en el momento en que tiene lugar la revolución opuesta a la que está establecida en ese momento.
Todas éstas son palabras expresas dichas por Platón. Más adelante, más abajo, añade a todo esto las siguientes observaciones, sobre la restauración de los muertos a la vida, siguiendo un curso similar a las opiniones de los hebreos.
XXXIV
Sobre la vida y la muerte
Pero antes de nada, ¿cómo se produjeron los animales, y de qué manera fueron engendrados unos de otros? Escuchemos a Platón:
"Es evidente, Sócrates, que en aquel tiempo la generación de un animal a partir de otro no existía en el orden natural, sino que la raza nacida de la tierra que se decía que existía anteriormente, fue la que en este otro período surgió de nuevo de la tierra. La tradición fue registrada por nuestros antepasados más antiguos, quienes en el período siguiente no estaban lejos del final de la revolución anterior, sino que nacieron al principio del presente: pues ellos fueron los heraldos para nosotros de estas tradiciones, que ahora son desmentidas por muchos sin buena razón".
"Creo que debemos observar lo que de esto se sigue. Con el hecho de que los ancianos pasan a la condición natural de niño es consecuente que de aquellos que han muerto y han sido enterrados, algunos que se reúnen allí nuevamente y vuelven a la vida deben seguir el orden cambiado, al mismo tiempo que la rueda de la generación se vuelve a poner en la dirección opuesta; y así, de esta manera, surgiendo necesariamente de la tierra, se los llama y se los considera nacidos de la tierra, excepto aquellos a quienes Dios reservó para otro destino".
Esto es, ciertamente coherente con lo que se dijo antes. Más adelante, a medida que avanza, diserta Platón de la siguiente manera acerca de la consumación del mundo, de acuerdo con las doctrinas de los hebreos:
XXXV
Sobre el fin del mundo
Dice Platón que, cuando el período de todos estos acontecimientos se completó, y un cambio iba a tener lugar, y además la raza nacida en la tierra ahora había perecido, cada alma habiendo cumplido todas sus generaciones, y caído en la tierra para tantas siembras como fueron designadas para cada una, entonces "al fin el piloto del universo soltó, por así decirlo, el mango del timón, y se retiró a su propia atalaya, y el destino y un deseo innato comenzaron a cambiar el curso del mundo nuevamente".
Así, "todos los dioses que comparten localmente el gobierno de la divinidad principal, tan pronto como supieron lo que estaba sucediendo, dejaron ir por turno las porciones del mundo que pertenecían a su cargo". Y el mundo, "volviéndose hacia atrás y chocando entre sí, como si hubiera recibido un impulso opuesto desde delante y desde atrás, se convulsionó poderosamente en sí mismo y provocó otra destrucción de animales de toda clase".
Después de esto, en un largo proceso de tiempo, el mundo, "cesados los tumultos, la confusión y las convulsiones, dio la bienvenida a la calma y entró en orden en su curso acostumbrado, teniendo control sobre sí mismo y sobre todas las cosas que había en él".
Después de lo cual, vuelve a decir Platón:
"Dios, que había ordenado el mundo por primera vez, cuando vio que el mundo se encontraba en una situación desesperada, preocupado por que no se desmoronara en la confusión de la tormenta y se hundiera en el abismo infinito del desorden, tomó nuevamente Su asiento al timón y, después de haber devuelto lo que había sufrido daño y disolución al circuito anterior designado por él mismo, lo ordenó y lo restauró, y lo dotó de inmortalidad y eterna juventud. Aquí, pues, se cuenta la historia del fin de todas las cosas".
XXXVI
Sobre el juicio final, la resurrección y el más allá
Dice Platón que estas cosas no son nada en número ni en grandeza en comparación con "aquellas otras recompensas que a cada uno le esperan después de la muerte". Y debéis oírlas, para que cada uno reciba en su totalidad lo que se le debe decir con nuestro argumento. Oigámoslas:
"En verdad, no es la historia de Alcinoo la que voy a contaros, sino la de un hombre valiente, Er, hijo de Armenio, panfilio de nacimiento, que fue asesinado en batalla. Cuando los muertos fueron recogidos después de diez días en estado de putrefacción, su cuerpo fue recogido sin descomponerse y llevado a casa para ser enterrado, y al duodécimo día, cuando fue colocado en la pira funeraria, volvió a la vida, y después de su reanimación contó lo que había visto en el otro mundo".
Y añade Platón que, "cuando su alma se separó de su cuerpo, viajó con muchas otras, hasta que llegaron a un cierto lugar maravilloso, en el que había dos abismos en la tierra cerca uno del otro, y otros opuestos a ellos en el cielo arriba". Escuchémoslo:
"Entre ellos se sentaban los jueces, quienes, después de haber decidido cada caso, ordenaban a los justos que procedieran por el camino de la derecha que conducía a través del cielo, teniendo colgados alrededor de sus pechos los registros de los juicios dados, y a los injustos por el camino que conducía hacia abajo a la izquierda, teniendo estos también sobre sus espaldas el registro de todos sus hechos".
Cuando el mismo Er se presentó, añade Platón, le dijeron que él debía ser el mensajero a la humanidad de lo que allí se hacía, y le ordenaron que oyera y viera todo lo que ocurría en aquel lugar.
Así habla Platón. Y Plutarco también, en el libro I Sobre el Alma, cuenta una historia similar a ésta.
XXXVII
La resurrección de los muertos, según Plutarco de Queronea
Dice Plutarco:
"Nosotros mismos estábamos presentes con este Antilo, pero dejadme que se lo cuente a Sósiteles y Heraclón. Porque no hace mucho tiempo estuvo enfermo, y los médicos pensaron que no podría vivir. Habiéndose recuperado un poco de un ligero colapso, aunque no hizo ni dijo nada que mostrara trastorno, declaró que había muerto y había sido liberado de nuevo, y que no iba a morir en absoluto de esa enfermedad actual, pero que los que lo habían llevado fueron severamente reprendidos por su señor; porque, habiendo sido enviados por Nicandas, lo habían traído de vuelta en lugar del otro. Ahora bien, Nicandas era zapatero, además de ser uno de los que frecuentan las palestras, y familiar y bien conocido por muchos. Por lo que los jóvenes solían venir y burlarse de él, diciendo que había huido de su destino, y que había sobornado a los oficiales enviados desde el otro mundo. Era evidente, sin embargo, que él mismo al principio estaba un poco perturbado e inquieto; Y finalmente, le sobrevino una fiebre y murió repentinamente al tercer día. Pero este Antilo volvió a la vida y está sano y salvo, y es uno de nuestros amigos más agradables".
Quisiera citar estas afirmaciones porque en las Escrituras hebreas se mencionan casos de restauración de la vida. Pero como en sus promesas también se contiene que cierta tierra "será dada sólo a los amigos de Dios", y que "los mansos heredarán la tierra", quisiera dejar claro que ésta es una tierra celestial, según lo dijo por la propia Escritura: "La Jerusalén del cielo es libre, y es madre de todos nosotros".
De igual manera, también insinúa el profeta de manera alegórica que esta ciudad está compuesta de piedras costosas y preciosas, diciendo: "He aquí que preparo para ti un carbunclo por tu piedra, y haré tus almenas de jaspe, y tus cimientos de zafiro, y tus cenefas de piedras escogidas".
Con esto, veamos ahora cómo Platón también confiesa en su diálogo Sobre el Alma que está persuadido de la verdad de estas mismas cosas, o similares.
XXXVIII
Sobre la tierra celestial
Respecto al mundo del más acá, dice Platón:
"En verdad, Simmias, no creo que se requiera la habilidad de Glauco para describirte lo que es; pero decidir si es verdad me parece demasiado difícil incluso para la habilidad de Glauco. Y no sólo tal vez me encontraría incapaz de hacerlo, sino que incluso si supiera cómo hacerlo, mi vida no parece lo suficientemente larga, Simmias, para un argumento de tal extensión. Sin embargo, nada me impide describirte la forma de la tierra, tal como estoy convencido de que es, y sus diversas regiones".
"Mi convicción es, en primer lugar, que si la tierra es esférica y está situada en el centro del cielo, no tiene necesidad ni de aire para evitar su caída, ni de ninguna otra fuerza sustentadora similar, sino que la perfecta uniformidad del cielo en todas sus partes, y el mismo equilibrio de la tierra, son suficientes para sostenerla: porque una cosa en equilibrio colocada en el centro de un cuerpo similar, no tendrá razón para inclinarse más o menos en ninguna dirección, sino que, al estar equilibradamente equilibrada, permanecerá invariable. Ésta, entonces, dijo, es mi primera convicción".
Respecto al mundo del más allá, explica Platón que llamamos cielo al aire, como si éste fuera el cielo por donde recorren sus cursos las estrellas. Pero el hecho es el mismo: por debilidad y lentitud no podemos pasar a la superficie del aire. Si alguien alcanzara la parte superior de ella, o tomara alas y volara hasta ella, sacaría la cabeza y examinaría el mundo que está más allá. Y si su naturaleza fuera lo suficientemente fuerte como para soportar la vista, aprendería que allí están el verdadero cielo, la verdadera luz y la verdadera tierra. En definitiva, aquel mundo parecería mucho mejor que el nuestro.
Al respecto, nos deja Platón una bonita fábula, sobre cuál es la naturaleza de los objetos de esa tierra del cielo. Oigámosla:
"Se dice en primer lugar que la tierra misma, si alguien la viera desde arriba, es exactamente como las bolas que están cubiertas con doce trozos de cuero, abigarrados y marcados con diferentes colores, de los cuales los colores que usan nuestros pintores aquí en la tierra son, por así decirlo, muestras. Pero allí la tierra está compuesta enteramente de colores como éstos, y mucho más brillantes y puros".
"Una parte es púrpura y de maravillosa belleza, y otra parte como oro, y la parte que es blanca es más blanca que la tiza o la nieve, y de la misma manera está compuesta de todos los demás colores, y sin embargo más en número y más hermosa que todo lo que jamás hemos visto. Incluso estos simples huecos, llenos como están de agua y aire, presentan una cierta especie de color, ya que brillan en medio de la diversidad de los otros colores, de modo que su forma aparece como una superficie continua y abigarrada".
"En esta tierra, las plantas que crecen están en igual proporción, así los árboles como las flores, con sus frutos; y las montañas también de la misma manera, y las piedras tienen su tersura y transparencia mayor en la misma proporción, y sus colores más hermosos: y de estas las gemas aquí, estas que son tan estimadas, son fragmentos, cornalinas, y jaspes, y esmeraldas, y todas como estas: pero allí todo sin excepción es de esta clase, y todavía más hermoso que estas".
"La causa de esto es que esas piedras son puras, y no están corroídas ni estropeadas, como las de aquí, por la descomposición y la salmuera, y por los sedimentos acumulados aquí, que causan fealdad y enfermedades en las piedras y la tierra, y también en los animales y las plantas. Pero la tierra real está adornada con todas estas joyas, y con oro y plata además, y todas las demás cosas similares. Porque brillan en la superficie, siendo muchas en número y de gran tamaño y en muchos lugares de la tierra, de modo que verlas debe ser un espectáculo para los bienaventurados".
XXXIX
Sobre el juicio final, el cielo y el infierno
En innumerables pasajes, la Escritura hebrea predice que habrá un tribunal de Dios y un juicio de las almas después de su partida de este mundo, como cuando dice: "El juicio fue sentado, y los libros fueron abiertos, y el Anciano de días se sentó. Un río de fuego fluía delante de él, y diez mil veces diez mil le servían, y miles de millares estaban delante de él".
Pues bien, escuchad ahora cómo Platón menciona el juicio divino, y las muchas mansiones de los piadosos, y los diversos castigos de los impíos. Así dice, en efecto, el ateniense, en su diálogo Sobre el Alma:
"A mitad de camino entre estos surge un tercer río, y cerca de su fuente cae en una vasta región que arde con un gran fuego, y forma un lago más grande que nuestro mar, hirviendo con agua y lodo. Desde allí procede en un curso circular turbio y fangoso, y mientras rueda alrededor de la tierra, llega, entre otros lugares, al extremo del lago Acherusian, pero no se mezcla con su agua; y después de hacer muchos circuitos subterráneos, se vierte en una profundidad debajo del tártaro".
"Esto es lo que llamamos Piriflegetón, cuyos fragmentos son arrojados por nuestros volcanes, dondequiera que se encuentren en la tierra. De nuevo frente a este, el cuarto río desemboca primero, según cuenta la historia, en una región terrible y salvaje, que es toda de un color como el lapislázuli; esta se llama la región Estigia, y el lago que forma el afluente del río se llama Estigia. Luego, después de caer en el lago, y recibir extrañas propiedades en su agua, el río se hunde bajo la tierra y gira en su curso en dirección opuesta a Piriflegetón, y lo encuentra por el lado opuesto en el lago Aquerusia. Y sus aguas tampoco se mezclan con otras, sino que después de fluir en un círculo, este río también desemboca en el tártaro frente a Piriflegetón; y su nombre es, como dicen los poetas, Cocito".
"Cuando los muertos llegan al lugar al que cada uno es llevado por su genio, primero pasan por una prueba, tanto los que han vivido vidas buenas, santas y justas, como los que no. Y los que han llevado una vida tolerable se dirigen al Aqueronte y, embarcándose en los barcos que hay para ellos, llegan a bordo de ellos al lago; allí permanecen y, tras someterse a la purificación y sufrir el castigo por sus malas acciones, son absueltos de cualquier mal que hayan cometido, o reciben recompensas por sus buenas acciones, cada uno según sus méritos. Pero aquellos que son considerados incurables a causa de la gravedad de sus pecados, ya sea por haber perpetrado muchos grandes actos de sacrilegio, o muchos asesinatos nefastos e ilegales, o cualquier otro crimen de este tipo, son arrojados por su destino apropiado al Tártaro, de donde nunca salen".
"Aquellos que han cometido pecados grandes, aunque no incurables, como por ejemplo si en la ira han hecho alguna violencia a su padre o madre, y han pasado el resto de su vida en penitencia, o han cometido homicidio de cualquier otra manera similar, también deben ser arrojados al Tártaro, pero después de haber sido arrojados y haber permanecido allí un año, son arrojados por la ola, los homicidas por el camino del Cocito, y los parricidas por el camino del Piriflegetón: y cuando llegan todos en llamas al lago Aquerusia, allí con fuertes gritos llaman a los que mataron o ultrajaron; y habiéndolos convocado, les suplican y les ruegan que los dejen salir al lago y que los reciban amablemente: y si los persuaden, salen y cesan en sus problemas; Pero si no, son llevados nuevamente al Tártaro, y de allí nuevamente a los ríos, y nunca tienen descanso de estos sufrimientos, hasta que hayan conquistado a aquellos a quienes agraviaron; porque esta fue la sentencia señalada para ellos por los jueces".
"Quienes han sido considerados como personas virtuosas en su vida, son aquellos que se liberan de estas regiones terrenales, como de las cárceles, y llegan a la morada pura de arriba, y establecen su morada en la tierra superior. Y de esta misma clase son aquellos que se han purificado completamente por medio de la filosofía, viven completamente libres de problemas para siempre y alcanzan moradas aún más hermosas que éstas, que no es fácil de describir, ni el tiempo es suficiente en este momento. Pero por causa de estas cosas que he descrito, Simmias, debemos hacer todo lo posible para obtener una parte de virtud y sabiduría en nuestra vida: porque hermoso es el premio y grande la esperanza".
Así habla Platón. Y ahora, respecto a lo que Platón dice de que "llegan a moradas más hermosas, que no es fácil describir ni el tiempo lo permite", permitidme que os compare lo que ya decían los hebreos: "Porque ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, las cosas que Dios ha preparado para los que le aman".
Sobre las habitaciones mencionadas por Platón, compárese la afirmación de Jesucristo de que "en la casa del Padre hay muchas moradas", prometida a sus amados. Y respecto a lo que Platón dice acerca del Piriflegetón, compárese el fuego eterno amenazado a los impíos, según el profeta hebreo que les dice: "¿Quién nos anunciará que el fuego se ha encendido? ¿Quién nos anunciará el lugar de la eternidad?", pues "su gusano no morirá, y su fuego no se apagará, y serán un espectáculo para toda carne".
Observad también cómo Platón, después de decir que los impíos irán al tártaro, añade: "de donde no saldrán jamás". Y de nuevo, después de decir que los piadosos vivirán en moradas de felicidad, añade las palabras: "enteramente y para siempre". Además, la expresión "libre de problemas" es como "el dolor, la tristeza y los suspiros huyen".
Y cuando Platón dice que quienes parten al Aqueronte no llegan simplemente allí, sino que "se embarcan primero en los barcos que hay para ellos", ¿a qué barcos se refiere, sino a sus cuerpos, en los que se embarcan las almas de los difuntos y comparten su castigo, según las opiniones establecidas de los hebreos?
Creo que este tema ha sido suficientemente discutido. Por eso, pasaré al libro XII de la Preparación al Evangelio.