DIONISIO DE ALEJANDRÍA
Tratado sobre las Promesas
(fragmentos)

I
Sobre los errores de Nepote

Como hay quienes presentan una cierta composición de Nepote, en la que insisten con mucha fuerza, como si demostrara incontestablemente que habrá un reinado (temporal) de Cristo sobre la tierra, tengo que decir que en muchos otros aspectos acepto la opinión de Nepote y lo amo a la vez por su fe, su laboriosidad y su estudio paciente de las Escrituras, como también por sus grandes esfuerzos en la salmodia, por la que incluso ahora muchos de los hermanos se deleitan.

Tengo a este hombre en profundo respeto, por cuanto se ha ido a su descanso antes que nosotros. Sin embargo, la verdad debe ser apreciada y reverenciada por encima de todas las demás cosas. Y si bien es cierto que es apropiado alabar y aprobar sin resentimiento todo lo que se dice correctamente, no es menos apropiado examinar y corregir todo lo que parezca haber sido escrito incorrectamente.

Si él hubiera estado presente en este momento, y hubiera expuesto sus opiniones oralmente, habría bastado para discutir la cuestión sin recurrir a la escritura y tratar de convencer a los oponentes y convencerlos mediante interrogatorios y réplicas. Pero la obra está publicada y, según les parece a algunos, es de carácter muy persuasivo.

También algunos maestros que sostienen que la ley y los profetas no tienen importancia, y que se niegan a seguir los evangelios, y que menosprecian las epístolas de los apóstoles, y que también han hecho grandes promesas sobre la doctrina de esta composición, como si fuera un gran misterio oculto, y que, al mismo tiempo, no permiten que nuestros hermanos más simples tengan concepciones sublimes y elevadas ni de la aparición de nuestro Señor en su gloria y su verdadera divinidad, ni de nuestra propia resurrección de entre los muertos, y de nuestra reunión con él y asimilación a él, sino que, por el contrario, se esfuerzan por llevarlos a esperar cosas que son triviales y corruptibles, y solo tales como las que encontramos actualmente en el reino de Dios.

Siendo esto así, se hace necesario que discutamos este tema con nuestro hermano Nepote, como si estuviera presente.

II
Más sobre los errores de Nepote

Después de algunos otros escritos, añade Nepote "estando entonces en la prefectura de Arsinoítica", donde, como sabéis, esta doctrina era corriente hace mucho tiempo y causó tanta división que se produjeron cismas y apostasías en iglesias enteras.

Convoqué entonces a los presbíteros y maestros entre los hermanos de las aldeas, y también estaban presentes aquellos hermanos que deseaban asistir. Les exhorté a que hicieran una investigación sobre ese dogma en público, y cuando nos trajeron su libro, como si fuera una especie de arma o almena inexpugnable, me senté con ellos durante tres días seguidos desde la mañana hasta la tarde, e intenté corregirlos sobre los temas propuestos en la composición.

Me sentí muy complacido al observar la constancia de los hermanos, su amor a la verdad, su docilidad e inteligencia, mientras procedíamos, con un método ordenado y un espíritu de moderación, a tratar las cuestiones, dificultades y concesiones. Porque teníamos cuidado de no insistir, de cualquier manera y con celosa urgencia, en opiniones que ya habíamos adoptado, aunque parecieran correctas. Tampoco eludíamos las objeciones alegadas por otros, sino que nos esforzábamos, en la medida de lo posible, por mantenernos en el tema en cuestión y establecer las posiciones pertinentes al mismo.

Tampoco nos avergonzaba cambiar nuestras opiniones, si la razón nos convencía, y reconocer el hecho; antes bien, con buena conciencia, con toda sinceridad y con el corazón abierto ante Dios, aceptábamos todo lo que podía establecerse mediante las demostraciones y enseñanzas de las Sagradas Escrituras.

El autor e introductor de esta doctrina, cuyo nombre era Coracion, en presencia de todos los hermanos presentes, reconoció su posición y se comprometió a no sostener más su opinión, ni discutirla, ni mencionarla, ni enseñarla, pues había quedado completamente convencido por los argumentos de los que se oponían a ella. El resto de los hermanos que estaban presentes también se mostraron encantados con la conferencia y con el espíritu conciliador y la armonía que todos exhibieron.

III
Sobre la legitimidad del Apocalipsis

Algunos de nuestro tiempo han dejado de lado el Apocalipsis de Juan, y lo han repudiado por completo, criticándolo capítulo por capítulo y tratando de demostrar que no tiene sentido ni razón. Alegan también que su título es falso, y niegan que Juan sea el autor. Es más, sostienen que no puede ser ninguna clase de revelación, porque está cubierta por un velo grueso y denso de ignorancia.

Afirman esos tales, por tanto, que ninguno de los apóstoles, ni tampoco ninguno de los santos, ni ninguna persona perteneciente a la Iglesia, podría ser el autor del Apocalipsis, sino Cerinto y la secta herética fundada por él (llamada en su honor la secta cerintia), como queriendo atribuirle la autoridad de un gran nombre, ante todas las ficciones que propone en dicho libro.

La doctrina inculcada por Cerinto es ésta: que habrá un reinado terrenal de Cristo. Y como él mismo era un hombre entregado a los placeres del cuerpo y de temperamento totalmente carnal, se imaginaba que ese reino consistiría en aquellas clases de gratificaciones en las que estaba puesto su propio corazón. Es decir, en los deleites del vientre y en lo que viene debajo del vientre, y en comer y beber, y en casarse, y en otras cosas bajo cuyo disfraz pensaba que podía complacer sus apetitos con mayor gracia, como fiestas, sacrificios y matanzas de víctimas.

Yo, por mi parte, no me aventuro a dejar de lado el libro del Apocalipsis, porque hay muchos hermanos que lo valoran mucho. Y sabiendo que se trata de una composición que excede mi capacidad de entendimiento, considero que contiene una especie de inteligencia oculta y maravillosa sobre los diversos temas que se tratan en él.

Aunque no puedo comprender el Apocalipsis, sospecho que hay un sentido más profundo subyacente a las palabras. Y no mido ni juzgo sus expresiones con el criterio de mi propia razón, sino que, haciendo más concesión a la fe, simplemente las he considerado como demasiado elevadas para mi comprensión. Yo no rechazo lo que no entiendo, sino que me lleno aún más de asombro, por cuanto he sido incapaz de discernir su significado.

IV
Sobre la cuestión de los dos Juanes

Cuando el escritor del Apocalipsis completa toda su profecía, declara bienaventurados a los que la observan, y se nombra a sí mismo en el número de los mismos, porque "bienaventurado (dice) es el que guarda las palabras de la profecía de este libro", y "yo, Juan, que vi y oí estas cosas" (Ap 22,7-8).

No niego, por tanto, que esta persona se llamara Juan, ni que éste fuera el escrito del apóstol Juan. Además, admito que fue obra de algún hombre santo e inspirado. Pero reconozco que no es fácil admitir que el autor del Apocalipsis fuera el apóstol, el hijo de Zebedeo, el hermano de Santiago, y la misma persona con la que escribió el evangelio que lleva el título "según Juan", y la epístola católica el apóstol Juan. Por el carácter de ambos, por las formas de expresión y por toda la disposición y ejecución del libro, llego a la conclusión de que la autoría del Apocalipsis no es suya, pues el evangelista no añade su nombre en ninguna otra parte, y nunca se proclama a sí mismo ni en el evangelio ni en la epístola.

Juan, además, no nos da en ninguna parte el nombre, ni como de él mismo directamente (en primera persona), ni como de otro (en tercera persona). Pero el escritor del Apocalipsis se presenta de inmediato en el mismo comienzo, porque dice: "La revelación de Jesucristo, que le dio para mostrarla pronto a sus siervos, y la envió y la manifestó por medio de su ángel a su siervo Juan, quien dio testimonio de la palabra de Dios y de todas las cosas que vio" (Ap 1,1-2).

Más tarde también dice: "Juan, a las siete iglesias que están en Asia, gracia y paz a vosotros". El evangelista, por otro lado, no ha prefijado su nombre ni siquiera a la epístola católica (1Jn 1,1). Sobre la base de tal revelación, por ejemplo, el Señor pronunció a Pedro: "Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,17). Y de nuevo en la llamada segunda epístola y en la tercera, del supuesto apóstol Juan, el autor no se nos presenta por su nombre, sino que encontramos simplemente el nombre anónimo: "el anciano".

Este otro autor, el anciano Juan, en el caso del Apocalipsis ni siquiera consideró suficiente nombrarse a sí mismo una vez, sino que vuelve a usar su nombre, y dice: "Yo Juan, vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo" (Ap 1,9). Así mismo, hacia el final dice así: "Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro. Yo Juan, vi estas cosas y las oí" (Ap 22,7-8). Por tanto, es necesario que creamos que Juan es el que escribe estas cosas, porque él mismo nos las dice.

V
Sobre la autoría del Apocalipsis

No se sabe con certeza quién es el Juan del Apocalipsis, pues no dice, como suele decirse en el evangelio, que es el discípulo amado del Señor, o el que se apoyaba en su seno, o el hermano de Santiago, o el que tuvo el privilegio de ver y oír al Señor. Y seguramente nos habría dado algunas de estas indicaciones si hubiera sido su propósito darse a conocer claramente. De todo esto no nos ofrece nada; y sólo se llama a sí mismo "vuestro hermano y compañero", y testigo de Jesús, y bendecido por haber visto y oído estas revelaciones.

Soy de la opinión de que hubo muchas personas del mismo nombre que Juan el Apóstol, quienes por su amor hacia él, y su admiración y emulación hacia él, y su deseo de ser amados por el Señor como él era amado, fueron inducidos a abrazar también la misma designación, tal como encontramos a muchos de los hijos de los fieles llamados por los nombres de Pablo y Pedro.

Respecto a la opción de Juan Marcos, no puedo decir si éste es el que escribió el Apocalipsis, porque no está escrito que haya ido con ellos a Asia, sino que la Escritura tan sólo dice que "cuando Pablo y los suyos partieron de Pafos, llegaron a Perge de Panfilia; y Juan Marcos, separándose de ellos, regresó a Jerusalén" (Hch 13,13). Pienso, pues, que Juan Marcos era otro de los que estaban en Asia, porque se dice que había dos monumentos en Éfeso, y que cada uno de ellos lleva el nombre de Juan.

VI
Más sobre la autoría del Apocalipsis

Por las ideas, expresiones y colocación de las mismas, se puede conjeturar muy razonablemente que el Juan del Apocalipsis es distinto del Juan del evangelio. Porque el evangelio y la epístola concuerdan entre sí, y ambos comienzan de la misma manera. Porque uno comienza así: "En el principio era el Verbo", mientras que el otro comienza así: "Lo que era desde el principio". El uno dice: "Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros; y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre" (Jn 1,14), y el otro dice las mismas cosas, con una ligera variación: "Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y nuestras manos han palpado acerca del Verbo de vida: y la vida se manifestó".

Además, todas estas cosas se introducen a modo de preludio, y en oposición, como ha mostrado en las partes posteriores, a aquellos que niegan que el Señor haya venido en carne. Por esta razón, también ha tenido cuidado de añadir estas palabras: "Y lo que hemos visto, testificamos y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre, y se nos manifestó: lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos".

De este modo, el apóstol Juan se mantiene en sus temas, y no se aparta de ellos de manera inconsistente, sino que los recorre todos bajo los mismos títulos y en las mismas frases, algunas de las cuales mencionaremos brevemente. Así, el lector atento encontrará que las frases, la vida, la luz, aparecen a menudo en ambos. Y también expresiones como huir de las tinieblas, aferrarse a la verdad, la gracia, el gozo, la carne y la sangre del Señor, el juicio, la remisión de los pecados, el amor de Dios hacia nosotros, el mandamiento del amor y nuestro lado unos hacia otros; como también, que debemos guardar todos los mandamientos, la convicción del mundo, del diablo, del Anticristo, la promesa del Espíritu Santo, la adopción de Dios, la fe que se nos exige en todas las cosas, el Padre y el Hijo, nombrados como tales en todas partes. Y en conjunto, a través de todo su curso, será evidente que el evangelio.

El evangelio y la epístola de Juan se distinguen por una misma forma de escribir. Pero el Apocalipsis es totalmente diferente y completamente distinto de éste, e incluso casi podría decir que ni siquiera se le acerca ni lo roza. Tampoco tiene una sílaba en común con estos otros libros. Es más, la epístola (pues no digo nada del evangelio) no hace mención alguna ni evidencia ninguna noción del Apocalipsis, y el Apocalipsis, de la misma manera, no da ninguna nota de la epístola. En el caso de Pablo, por ejemplo, éste da alguna indicación de sus revelaciones en sus epístolas, pero no registra por escrito sus revelaciones.

VII
Mas sobre la autoría del Apocalipsis

Además, por la diferencia de dicción, es posible probar una distinción entre el evangelio y la epístola de Juan, por un lado, y el Apocalipsis por otro. Porque los primeros no sólo están escritos sin error real en lo que respecta a la lengua griega, sino también con la mayor elegancia, tanto en sus expresiones como en sus razonamientos, y en toda la estructura de su estilo. En realidad, están muy lejos de revelar cualquier barbarie o solecismo, o cualquier tipo de vulgarismo, porque, como podría presumirse, el escritor poseía el don de ambas clases de discurso, a saber, el de conocimiento y el de expresión.

Con todo, no niego que el autor del Apocalipsis haya visto una revelación, y recibido conocimiento y profecía. Sólo veo que su dialecto y lenguaje no son del tipo griego exacto, y que emplea modismos bárbaros, y en algunos lugares también solecismos. Sin embargo, no tenemos necesidad de buscarlos ahora, y no quiero que nadie piense que he dicho estas cosas con espíritu de burla, pues lo he hecho únicamente con el propósito de corregir la diferencia que existe entre estos escritos.