JUSTINO DE NABLÚS
Sobre la Resurrección

I

La palabra de la verdad es libre e independiente, no sucumbe bajo ningún escrutinio del que quiere una prueba ni soporta el examen a través de la demostración por los que la escuchan. Desea ser creída por su nobleza y por la confianza en Aquel que la envió. La palabra de la verdad es enviada desde Dios; por lo cual, la libertad proclamada por ella no es arrogante. Pues, al ser enviada con autoridad, no se le puede razonablemente reclamar las pruebas de las cosas dichas, porque no hay otras pruebas aparte de la Verdad misma, la cual es Dios.

Toda demostración es más poderosa y más confiable que lo que es demostrado; en un primer momento no es creído, antes de que llegue la demostración, pero al ser obtenida ésta, alcanza credibilidad y aparece tal y como fue declarado. No hay nada más poderoso ni más confiable que la verdad, de manera que el que pide una prueba con respecto a ella es semejante al que quiere que se le demuestre con razonamientos el por qué aparecen las cosas que se aparecen a los sentidos. Pues la manera de juzgar las cosas que se perciben por medio de la razón son los sentidos; pero no hay manera de juzgar los sentidos aparte de ellos mismos. En efecto, así como juzgamos las cosas que son capturadas por la razón, conduciéndolas hacia los sentidos, y así saber de qué clase son (si las mencionadas cosas son verdaderas o si son falsas), y al confiar en ellos ya no las juzgamos más, así también remitimos a la verdad las palabras humanas y mundanas, y por ella juzgamos si son viles o si no lo son; pero a las palabras de la verdad no las juzgamos por ningún otro medio, pues creemos en ella. Dios, el Padre de todas las cosas, quien es una perfecta inteligencia, es la verdad.

La Palabra, quien es el Hijo, vino a nosotros, revestido en carne, revelando a sí mismo y al Padre, y nos dio en Él mismo la resurrección de los muertos y la vida eterna después de esta. Y este es Jesucristo, nuestro Salvador y dueño; este es, ciertamente, Él mismo la prueba y la demostración de sí mismo y de todas las cosas. Es por eso que los que lo siguen y lo conocen, teniendo como prueba la fe en Él, descansan en Él. Pero puesto que el adversario no cesa de poner muchas contras y se sirve de muchos y variados artificios para, por una parte, maquinar asechanzas contra los que han creído a fin de descarriarlos de la fe y, por otra parte, contra los que todavía son incrédulos para que no crean, me parece que es necesario que también nosotros, estando armados con las invulnerables doctrinas de la fe, luchemos contra él a favor de los débiles.

II

Los que sostienen la idea incorrecta dicen que no hay resurrección de la carne, pues es imposible que aquello que se ha corrompido y descompuesto sea restablecido a lo mismo que era. Pero además de imposible, afirman que la salvación de ésta (la carne) es perjudicial, la injurian alegando sus desventajas y declaran que es la única causa de los pecados. si la carne -dicen- está destinada a resucitar, también sus defectos resucitarán juntamente con ella. Y trenzan unos sofismas como estos: si la carne resucita, resucitará o bien íntegra y teniendo todas sus partes, o imperfecta. Pero el resucitarla imperfecta muestra la impotencia del que la resucita, si algunas partes fueran salvadas y otras no.

Ahora bien, si ha de tener todos sus miembros y sus partes, decir que es evidente que éstos han de existir después de la resurrección de los muertos no es en modo alguno absurdo, como ha dicho el Salvador: “Ni se casarán, ni se darán en casamiento, sino que serán como los ángeles en el cielo”. Pero los ángeles, dicen, no tienen carne, ni comen, ni tienen relaciones íntimas; de suerte que no habrá resurrección de la carne. Diciendo ellos estas y otras cosas semejantes, intentan apartar a los hombres de la fe.

Hay incluso algunos que dicen que el mismo Jesús apareció solo espiritualmente pero no en carne, sino mostrándose en apariencia de carne, intentando también éstos privar a la carne de la promesa. En primer lugar, pues, aclararemos las cosas que parecen ser insolubles para ellos; luego, añadiremos la reflexión acerca de la carne, demostrando que participa de la salvación.

III

En efecto, ellos afirman: “Si el cuerpo resucitará íntegro y tendrá todos sus miembros, es necesario que también existan las funciones de los miembros: la matriz debe concebir, el miembro viril debe fecundar, y de modo semejante todos los demás órganos”. Que todo razonamiento sea puesto sobre este solo argumento, pues, demostrándose que es falso, todo pretexto de ellos desaparecerá.

Ciertamente, es evidente que las actividades de los miembros cumplen funciones que se manifiestan aquí (en esta vida), pero no es indispensable que cumplan necesariamente esas funciones desde el principio. Para que lo dicho quede claro, lo consideraremos de esta forma. La función de la matriz es la concebir y la del miembro viril la de fecundar. Pero así como no es necesario que las cumplan desde el principio, aunque estos miembros están destinados a cumplir estas funciones (en efecto, vemos que hay muchas mujeres que no pueden concebir, como las estériles, y tienen matriz), así también el tener matriz no implica necesariamente el quedar embarazada. Pero incluso las que no son estériles desde un principio, sino que guardan su virginidad, evitan también las relaciones íntimas, y otras lo hacen por un tiempo. Y vemos también a varones que guardan su virginidad, unos desde el principio, otros por un tiempo, de modo que en ellos el matrimonio, hecho ilegítimo a causa del deseo, es abolido. También encontramos animales que no paren, aunque tienen matriz, como las mulas, y los mulos no engendran mulas; así, puede verse que no solo en los hombres sino también en los brutos quedan abolidas las relaciones íntimas, y antes de la era venidera.

También nuestro Señor, Jesús el Cristo, nació de una virgen, por ninguna otra razón sino para que pudiera abolir la concepción hecha a través del deseo ilegítimo y mostrara al gobernante que es posible para Dios formar al hombre sin el concurso de la unión sexual humana. Y nació y tomó parte en lo relacionado con la condición de la carne (quiero decir, en el alimento, en la bebida y en el vestido), pero solamente ésta no practicó, la relación sexual, sino que admitió las inclinaciones de la carne que son necesarias para vivir, mas no aceptó las no necesarias. Pues si la carne fuera privada de alimento, bebida y vestido, perecería, pero siendo privada de la ilegítima relación sexual no sufre ningún mal. Al mismo tiempo, reveló de antemano que en el mundo venidero la presente unión por medio de la relación sexual será abolida, como dijo: “Los hijos de este mundo se casan y se dan en casamiento, pero los hijos del mundo venidero ni se casan ni se dan en casamiento, sino que serán como los ángeles en el cielo”. No se sorprendan, pues, los que están fuera de la fe, si en el mundo venidero Dios anula aquellas funciones que la carne tiene anuladas desde ahora.

IV

“Sin duda”, dicen. Ciertamente, si la carne resucita, del modo en que haya muerto, en tal modo ha de resucitar, es decir: si murió tuerto, tuerto ha de resucitar, si paralítico, paralítico, si estuviera privado de alguna otra parte del cuerpo, el hombre resucitará careciendo también de ésta. ¡Verdaderamente, cómo han sido cegados los ojos de su corazón! ¿No vieron sobre la tierra ciegos viendo nuevamente, paralíticos caminando por la palabra de Aquel? Todas las cosas que hizo el Salvador, las hizo para que, en primer lugar, se cumpliera lo dicho acerca de Él por medio de los profetas: “Los ciegos ven, los sordos oyen”, y todo lo demás, pero también para dar fe de que en la resurrección la carne resucitará íntegra. Si, pues, sobre la tierra curó las enfermedades de la carne e hizo íntegro al cuerpo, mucho más hará esto en la resurrección, a fin de resucitar la carne no solo inmaculada sino también completa. De esta manera las cosas consideradas difíciles por ellos serán curadas.

V

Pero además, entre los que dicen que la carne no ha de resucitar están, por una parte, aquellos que dicen que resucitar es imposible; por otra parte, quienes dicen que no es conforme a Dios el resucitarla debido a su vulgaridad y vileza; y otros, que no recibió la promesa de la resurrección al principio. En primer lugar, con respecto a los que dicen que es imposible para Dios el resucitarla, me parece que son ignorantes, declarando de palabra ser creyentes pero demostrando por medio de sus obras que son incrédulos, y más incrédulos que los no creyentes. Pues parecen mucho más incrédulos que todos los paganos que han creído en los ídolos y han confiado que para aquellos todas las cosas son posibles (como Homero, su poeta, dijo: “Los dioses pueden hacerlo todo fácilmente”, añadiendo fácilmente a forma de cómodamente, a fin de mostrar la grandeza del poder de los dioses).

Si los paganos, pues, han creído que los ídolos y sus dioses (los cuales tienen oídos y no oyen, tienen ojos y no ven) tienen poder para hacer todas las cosas, aunque sean demonios (según dice la Escritura: “los dioses de los paganos son demonios”), mucho más nosotros, los que poseemos la fe excelente y verdadera, debemos creer a nuestro Dios teniendo pruebas ciertas; en primer lugar, por la creación del primer hombre, que fue creado por Dios de la tierra.

Este ejemplo del poder de Dios es suficiente. Además, los que reflexionan sobre esto pueden ver posteriormente el nacimiento de unos hombres a partir de otros, y asombrarse en mayor grado de que de la más pequeña gota de agua se forme un ser vivo tan importante. Ciertamente, si esto estuviera en promesa y no se viera cumplido, sería mucho más increíble que las demás cosas; pero el cumplimiento lo hace más creíble. Pero en verdad el Salvador nos mostró cumplimientos acerca de la resurrección, sobre los cuales hablaremos un poco.

Ahora demostramos la posibilidad de la resurrección de la carne, pidiendo perdón a los hijos de la verdad si las razones que proponemos parecen ser ajenas y mundanas, en primer lugar, porque nada es ajeno a Dios, ni siquiera el mismo universo, pues es su creación; en segundo lugar, porque dirigimos estas razones a los incrédulos. Pues si nos dirigiéramos a los creyentes, sería suficiente con responder que hemos creído, pero ahora es necesario seguir adelante a través de demostraciones. En efecto, las pruebas antes mencionadas son suficientes para demostrar la posibilidad de la resurrección de la carne, pero puesto que son en extremo incrédulos, añadiremos también un razonamiento más convincente, no tomado de la fe, porque no son alcanzados por ella, sino de la incredulidad, su madre (hablo de argumentos mundanos). Pues si a partir de ellos les demostramos la posibilidad de la resurrección de la carne, sin duda son dignos de mucha vergüenza si no pueden adaptarse ni a los argumentos de la fe ni a los mundanos.

VI

Los físicos del universo, los llamados sabios, afirman unos que el universo es materia y Dios, como dice Platón; otros, que está compuesto de átomos y vacío, como Epicuro; otros más, que está formado por los cuatro elementos, tierra y agua, aire y fuego, como los estoicos. Baste hacer mención de las opiniones más predominantes. Y Platón dice que todas las cosas han sido hechas por Dios de la materia, de acuerdo a su providencia; Epicuro y los que lo siguen, a partir de los átomos y el vacío según un impulso espontáneo del movimiento natural de los cuerpos; y los estoicos, que están formadas a partir de los cuatro elementos y que Dios está esparcido a través de ellos.

Pero aun habiendo tales desacuerdos entre ellos, hay algunas doctrinas comunes a ellos reconocidas por todos, siendo una que de lo que no es nada puede surgir ni disolverse y destruirse, y que los elementos son incorruptibles, a partir de los cuales ocurre la generación de cada cosa. Pues bien, así consideradas las ideas de ellos, la regeneración de la carne, de acuerdo a todos estos filósofos, parecerá ser posible. Pues si, según Platón, existen la materia y Dios, ambos son incorruptibles; y si Dios ocupa el lugar de un artesano (por ejemplo, de un alfarero) la materia ocupa el lugar de la arcilla, de la cera o de alguna otra cosa.

La obra modelada a partir de la materia, una estatua o una imagen, es corruptible, pero la materia misma es incorruptible, como la arcilla, la cera o alguna otra especie de materia. Así, el alfarero modela a partir de la arcilla o de la cera la forma de una criatura viviente; si el modelo fuera destruido, no es imposible para él, mezclando y renovando la misma materia, hacer nuevamente el mismo modelo. Así, según Platón, no es imposible para Dios, quien es incorruptible, y siendo también incorruptible la materia, volver a recrear nuevamente el modelo destruido que surgió a partir de ella y hacer la misma figura tal cual era anteriormente. Por otra parte, según los estoicos el cuerpo surge de la mezcla de los cuatro elementos, y cuando este se disuelve en los cuatro, dado que éstos permanecen indestructibles, es posible que los cuatro elementos reciban la misma fusión y mezcla de parte de Dios que está esparcido a través de ellos, y hacer de nuevo el cuerpo que ha creado antes.

Es como si alguien hiciera una mezcla de oro, plata, bronce y estaño y luego quisiera separarlos de nuevo, de manera que cada uno esté en su estado particular; si quisiera, mezclándolos haría a partir de ellos la mezcla que hizo anteriormente. Pero según Epicuro, siendo los átomos y el vacío indestructibles, el cuerpo y todos los demás compuestos surgen de determinado orden y posición de los átomos combinados, y al momento de disolverse, se descompone nuevamente en los átomos a partir de los cuales surgió. Siendo éstos indestructibles no es imposible, al reunirlos de nuevo y darles el mismo orden y posición, hacer un cuerpo semejante al que fue creado antes a partir de ellos.

Es como si alguien, con piedrecillas, hiciera un mosaico con la forma de un animal, y luego éstas fueran separadas por el paso del tiempo o por el mismo que lo hizo; reuniendo las que estaban dispersas, al tener las mismas piedras no le sería imposible volver a juntarlas y colocarlas del mismo modo para hacer la misma figura de animal. Pero Dios, al separarse las partes del cuerpo unas de otras, ¿no será capaz, reuniéndolas nuevamente, de hacer el mismo cuerpo que fue hecho por Él anteriormente? Pues bien, he demostrado suficientemente, de acuerdo a los filósofos paganos, el argumento acerca de que es posible la resurrección de la carne. Si los incrédulos reconocen que no es imposible la resurrección de la carne, ¡cuánto más los creyentes!

VII

A continuación hay que mencionar a los que desprecian la carne y sostienen que no es digna de la resurrección ni de la ciudadanía celestial, porque la sustancia de ella es tierra, y también ha sido creada llena de todo pecado, de modo que obliga al alma a pecar juntamente.

Estos parecen ignorar toda la obra de Dios, la creación y modelado del hombre al principio, y las cosas del universo por razón de las cuales ha sido creado. ¿Acaso no dice la Palabra: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”? ¿Qué clase de hombre? Es evidente que habla del hombre carnal. ¿Acaso no afirma la Palabra: “Y tomó Dios polvo de la tierra y formó al hombre”? Es evidente que el hombre modelado a imagen de Dios era carnal, luego, ¿cómo no ha de ser absurdo sostener que la carne modelada por Dios a imagen de Él es despreciable y sin ningún valor?

Que la carne es una cosa apreciable ante Dios es evidente, en primer lugar, por el hecho de haber sido modelada por Él, si es que al menos la imagen resulta apreciable para el escultor y pintor, y es posible reconocer su valor a partir de la creación del resto del mundo; pues en relación con las demás cosas que ha hecho, esta es la más valiosa de todas para el que la hizo.

“Ciertamente”, dicen; pero la carne es pecaminosa, puesto que también obliga al alma a pecar junto con ella, acusándola sin fundamento y atribuyendo a ambos los pecados de una. Pues ¿de qué manera podría la carne pecar por sí misma si el alma no la precediese e incitase? Así como en una yunta de bueyes, al liberar del yugo uno de ellos, ninguno de los dos bueyes puede arar por separado, así tampoco el alma y el cuerpo, separadas de la unión entre ellas, son capaces de hacer algo. Y si la carne fuera la única pecaminosa, el Salvador vino únicamente a causa de ésta, según dijo: “No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento”.

En efecto, ya que se ha demostrado que la carne es valiosa para Dios, y gloriosa entre todas las cosas hechas, sería justamente salvada por Él.

VIII

Hay que mencionar a los que dicen que, aunque se encuentra entre las mejores obras de Dios y es valiosa para Él entre todas, no se concluye inmediatamente que tenga la promesa de la resurrección. Sin embargo, ¿cómo no va a ser absurdo que lo que fue hecho conforme a tan gran designio y es valiosa entre todas las demás cosas creadas sea despreciada por el que la creó y pase a la nada? El escultor y el pintor, si quieren que las imágenes que han hecho se conserven para alcanzar fama por medio de ellas, las renuevan cuando se arruinan; ¿despreciaría Dios su posesión y modelo de manera que deje de existir y ya no sea más? A esto lo llamaríamos trabajar en vano, como si alguno construyera una casa y luego la destruyera, o viera con indiferencia que se ha derribado, siendo capaz de levantarla. ¿No acusaremos a Dios de obrar en vano? Pero el Incorruptible no es así, la Inteligencia que ha creado todo no es insensata. ¡Cállense los incrédulos, si ellos mismos insisten en no creer! Pero en verdad no solo la ha llamado a la resurrección sino también le promete la vida eterna. Pues en el momento en que anuncia la buena noticia de salvar al hombre, también lo anuncia a la carne. ¿Qué es, pues, el hombre, sino un ser racional compuesto de alma y cuerpo? ¿Es acaso un alma, por sí misma, un hombre? No, sino que es el alma de un hombre. ¿Acaso sería un cuerpo llamado un hombre? No, sino que es llamado un cuerpo de un hombre.

En efecto, si ninguno de estos dos es propiamente un hombre, sino que la combinación de ambos es llamada hombre, y Dios ha llamado al hombre a la vida y la resurrección, ha llamado no a la parte sino a la totalidad, la cual es el alma y el cuerpo. Por consiguiente, ¿cómo no ha de ser absurdo, estando ambos en la misma condición y en el mismo hombre, salvar a uno y no al otro? Ya que no es imposible, según se ha demostrado, que la carne obtenga la regeneración, ¿quién haría la distinción, de manera que el alma sea salvada pero la carne no? ¿Acaso hacen a Dios envidioso? Pero Él es bueno y quiere que todos sean salvos; y no solo nuestra alma escuchó de Él su proclama y la carne junto con ella, y creyeron en Cristo Jesús, sino que ambas fueron lavadas y ambas revestidas de justicia. ¿Acaso no hacen parecer a Dios malévolo o injusto si, creyendo ambas en Él, quisiera salvar a una y a la otra no?

“Sin duda”, dicen; pero el alma es incorruptible, ya que es parte e inspiración de Dios, y a causa de esto quiso salvar lo que le era propio y afín, en cambio la carne es corruptible y no es de Él, como el alma. Luego, ¿qué gratitud se le debe a Él? ¿Y qué demostración de su poder y bondad sería si destinó a salvarse lo que es salvo por naturaleza y existe como parte de Él? Pues esto posee la salvación por sí mismo, de manera que salvando el alma no hace gran cosa, pues el ser salva es su derecho, porque es parte de Él, siendo inspiración de Él; pero ninguna gratitud se debe a aquel que salva lo que es propio, pues está salvando aquello que es suyo.

El que salva una parte de él se salva a sí mismo por medio de sí mismo, para no estar incompleto de aquella parte. Hacer tal cosa no es propio de alguien bueno. Tampoco se dice que un hombre haya hecho algo bueno al beneficiar a sus hijos y nietos, pues esto también lo hacen las más salvajes de las bestias, y si fuera necesario morir por sus crías, aceptarían sufrirlo. Pero si alguien hiciera las mismas cosas por los esclavos, este sería justamente llamado bueno. Por esto también el Salvador nos enseñó a amar a los enemigos, pues si no ¿qué gracia hay en vosotros? Dicen: “Hasta tal punto nos ha mostrado que es una buena obra amar no solo a los que han nacido de Él, sino también a los de afuera”. Las cosas que nos ordenó, Él las hizo mucho antes.

IX

Si no hubiera necesitado para nada la carne, ¿por qué la sanó? Y lo que es más poderoso que todo, resucitó a los muertos. ¿Por qué razón? ¿No fue para que mostrase lo que la resurrección habría de ser? En efecto, ¿cómo resucitó a los muertos? ¿A cuál de los dos: a las almas o a los cuerpos? Es evidente que a ambos. Pues si la resurrección fuera solamente espiritual sería necesario que Él, al resucitarlos, mostrara por un lado al cuerpo yaciendo separadamente, y por otro lado al alma existiendo separadamente. Pero ahora no hizo esto, sino que resucitó el cuerpo, confirmando en él la promesa de vida.

Ciertamente, ¿por qué razón resucitó a la carne en la que sufrió, sino para que demostrase la resurrección de la carne? Y queriendo confirmar esto, cuando sus discípulos no creían que resucitó verdaderamente con un cuerpo, y lo miraban y dudaban, les dijo: “¿Todavía no tenéis fe? Ved, soy yo”. Y les dio libertad para que lo tocaran, y les mostró las marcas de los clavos en las manos. Cuando comprendieron absolutamente que era Él, y en el cuerpo, lo invitaron a comer con ellos, para por medio de esto también comprobar seguramente que de verdad resucitó carnalmente. Y comió un panal de miel y pescado, y así les demostró que verdaderamente hay resurrección de la carne, queriendo demostrar también esto (cuando dijo que nuestra morada está en el cielo): que no es imposible que también la carne sea elevada al cielo (y mientras ellos lo estaban mirando fue llevado hacia el cielo) puesto que Él estaba en la carne.

Por consiguiente, si después de todas las cosas que se han dicho antes alguno reclama argumentos demostrativos acerca de la resurrección, no se diferencia en nada de los Saduceos, ya que la resurrección de la carne es poder de Dios y está por encima de todo razonamiento, asegurada por la fe por una parte, y por otra, contemplada en las obras.

X

La resurrección es la de la carne que ha muerto, pues el espíritu no perece. El alma está en un cuerpo, y sin alma no vive; un cuerpo, cuando el alma lo deja, no lo es. Pues el cuerpo es la casa del alma, y el alma la del espíritu. Estas tres serán salvadas en aquellos que tienen una esperanza pura y una fe inequívoca en Dios.

En efecto, considerando los argumentos mundanos, no encontrando que según ellos sea imposible la regeneración para la carne, y por éstos demostrando el Salvador completamente a todos por el evangelio la salvación de nuestra carne, ¿por qué, por lo demás, nos mantenemos en argumentos infieles y arteros e ignoramos que volvemos atrás cuando escuchamos que el alma es inmortal, pero que el cuerpo es corruptible y no puede ser resucitado? Pues estas cosas también las escuchamos, antes de conocer la verdad, de Pitágoras y de Platón.

Si el Salvador, pues, dijo estas cosas, y predicó la subsistencia del alma solamente, ¿qué novedad nos aportó más allá de lo que dijeron Pitágoras y Platón y los que los siguen? Pero ahora Él vino predicando a los hombres la nueva y extraña esperanza.

En verdad, era extraño y novedoso para Dios el prometer que no guardaría la incorrupción en incorrupción, sino que haría incorrupción a la corrupción. Pero como el príncipe de la maldad no era capaz de perjudicar de otro modo la Palabra, envió a sus apóstoles, que introdujeron enseñanzas perversas y pestilentes, escogiéndolos de entre los que crucificaron a nuestro Salvador, los cuales llevaban el nombre del Salvador pero hacían las obras del que los envió, por causa de los cuales la blasfemia siguió al nombre. Si la carne no resucita, ¿por qué la cuidamos y no consentimos en entregarla a los deseos? ¿Por qué no imitamos a los médicos, los cuales, cuando tienen un hombre desahuciado que no puede ser curado, le dan plena libertad para satisfacer sus deseos, pues saben que ha de morir? Lo cual ciertamente hace aquellos que odian la carne, expulsándola de la herencia tanto como ellos puedan; pues a causa de esto también la desprecian, porque habrá de morir. Pero si nuestro médico, Jesús el Cristo, que nos alejó de nuestros deseos, dirige nuestra carne con su propio gobierno prudente y moderado, es evidente que Él la guarda de los pecados porque tiene esperanza de salvación, así como los médicos no permiten a los hombres que tienen esperanza de recuperar la salud entregarse a los placeres.