ASTERIO DE AMASEA
Sobre los Ricos
I
Nuestro Dios y Salvador no sólo guía a los hombres a odiar la maldad y amar la virtud con preceptos negativos, sino que también con ejemplos positivos nos enseña la buena conducta, guiándonos con hechos y palabras a comprender una vida buena y piadosa. Como nos ha dicho a menudo por boca de profetas y evangelistas, e incluso con su propia voz, él se aparta del hombre opulento y altivo, y ama la bondad y la pobreza unida a la rectitud. También nos presenta ejemplos eficaces que atestiguan su palabra, y en la parábola del rico y del mendigo señala el gozo pródigo de uno, la vida escasa del otro y el fin al que finalmente llegan ambos. Discerniendo las prácticas de otros, podremos juzgar con justicia nuestras propias vidas.
II
Había un hombre rico que "vestía de púrpura y lino fino". Con dos breves palabras, la Escritura ridiculiza y satiriza el despilfarro desmedido y perverso de los ricos. En efecto, el púrpura es un color caro y superfluo, y el lino fino no es necesario. Este es el deleite, por tanto, de quienes eligen una vida frugal mediante el uso de cosas innecesarias, la vanagloria propia y la diversión engañosa. Para que veamos más claramente el significado y la fuerza de esta maldad, observemos el uso original de la ropa, y hasta qué punto debe emplearse cuando se mantiene dentro de límites racionales.
III
Respecto a la forma de vestir del rico, esto es lo que nos dice la Escritura: que Dios creó ovejas con pieles bien velludas, abundantes en lana. Y esto también: Tómalas, escálalas y dáselas a un hábil tejedor, y confórmate una túnica y un manto, para que puedas escapar tanto de la penuria del invierno como del daño de los rayos abrasadores del sol. Y esto también: Y si para mayor comodidad necesitas ropa más ligera en verano, Dios te ha dado el uso del lino para obtener de él una cubierta adecuada, que a la vez te viste y refresca por su ligereza. Mientras disfrutas de estas prendas, oh rico, da gracias al Creador porque no sólo te ha creado, sino que también te ha provisto de comodidad y seguridad en la vida. Si, rechazando las ovejas y la lana, provisión necesaria del Creador de todas las cosas, te alejas de la costumbre racional por vanos designios y deseos caprichosos, y buscas lino fino, estás recogiendo los hilos de los gusanos persas y tejiendo la tela etérea de la araña. Por otra parte, acudir al tintorero para obtener el color púrpura, y pagar los altos precios para sacar el marisco y manchar la prenda con su sangre, es un acto de un hombre saciado que malgasta sus bienes, sin tener dónde derramar lo superfluo de su riqueza. Por eso, en el evangelio, tal rico es azotado, y retratado como estúpido y afeminado al adornarse con los adornos de muchachas desdichadas.
IV
Otra serie de ricos no sólo visten de púrpura y de lino fino, sino que visten la misma vanidad y acarician el ridículo en mayor grado, no limitando su necia invención a las cosas mencionadas sino optando por un estilo de tejido ocioso y extravagante, entrelazado por la urdimbre y la trama, que produce el efecto de una imagen impresa en sus ropas, como ropa floreada y elaborada con diez mil objetos. En estas prendas hay leones y leopardos, osos, toros y perros, bosques, rocas y cazadores; y todos los intentos de imitar la naturaleza mediante la pintura. A partir de entonces, esos ricos se vuelven seguros de sí mismos, y ya no se involucran en negocios normales, y debido a la inmensidad de sus riquezas malgastan su vida al no usarla. Cuando aparecen vestidos en público, estas personas parecen paredes pintadas, y hasta los niños les rodean, sonriéndose unos a otros, señalando con el dedo la imagen de la prenda y caminando tras ellos durante un buen rato. Por lo que parece, para ellos es necesario adornar no sólo sus casas, sino también sus túnicas y mantos.
V
Otra serie de ricos, más piadosos, han recopilado la historia del evangelio y se la han entregado a los tejedores. Me refiero a Cristo mismo, con todos sus discípulos y cada uno de los milagros registrados en el evangelio. En efecto, Cristo quiso que en su malgastada túnica pudieran verse las bodas de Galilea y las tinajas de agua, y al paralítico cargando su lecho sobre sus hombros, y al ciego sanado con barro, y a la mujer con flujo de sangre agarrándose al borde de su manto, y a la pecadora cayendo a los pies de Jesús, y a Lázaro resucitando de la tumba. Estas son las vestiduras que agradan a Dios, y honran la imagen viviente de Dios, y saben besar a los leprosos, y se llenan de sangre propia por salvar a otros.
VI
Hermanos, vestid esta vestidura de Cristo, y llevad no en ella sino en vuestras almas su imagen. No pintéis al paralítico en vuestras ropas, sino buscad al enfermo. No contéis continuamente la historia de la mujer con flujo de sangre, sino tened piedad de la viuda en apuros. No contempléis a la mujer pecadora arrodillada ante el Señor, sino entristeceos por vuestras propias faltas y derramad abundantes lágrimas. No pintéis a Lázaro resucitando de entre los muertos, sino procurad alcanzar la resurrección de los justos. No carguéis al ciego en vuestras ropas, sino confortad al vivo que ha sido privado de la vista. No pintéis de vida las cestas de los fragmentos que sobraron, sino alimentad al hambriento. No carguéis sobre vuestros mantos las tinajas de agua que se llenaron en Caná, sino dad de beber al sediento. Así os beneficiaréis de la magnífica vestimenta de Cristo, y sacaréis los colores al hombre rico.
VII
Respecto a la forma de vivir del rico, nos dice Jesús que Epulón no sólo vestía de púrpura y lino fino, sino que "banqueteaba a diario". Por supuesto, tanto adornarse con inútil magnificencia, como servir lujosamente al estómago y al paladar, pertenecen a la misma disposición, y entre ambas engendran una hija común: la lujuria. Esto es algo hostil a la vida virtuosa, pero característico de la ociosidad y del despilfarro desconsiderado, del disfrute desmedido y del hábito servil. Aunque a primera vista pueda parecer un asunto simple, tras una cuidadosa investigación se demuestra que incluye múltiples, grandes y polifacéticos males. ¿Por qué? Porque la lujuria es imposible sin una gran riqueza, y una gran riqueza es imposible sin pecar (a menos que a alguien le ocurra raramente, como a Job, ser abundantemente rico y, al mismo tiempo, vivir en estricta armonía con la justicia).
Respecto a la casa del rico, el amante del lujo necesita una casa adornada con gemas, mármoles y oro. Necesita después adaptar esa casa a las estaciones del año, para que sea cálida y confortable en invierno y esté abanicada por la brisa fresca en verano. Para ello, necesita orientar la casa en invierno hacia el sol del sur, y abrirla hacia el norte en verano. Además de esto, el rico necesita cubrir con telas costosas los asientos, los sofás, las camas y las puertas, aunque los pobres vivan lastimosamente desnudos. A todo eso, el rico enumera sus vasos de oro y plata, sus costosas aves de Fasis, sus vinos de Fenicia (que las viñas de Tiro producen en abundancia y a un alto precio) y todo el resto de una vasija derrochadora que sólo quienes la usan pueden nombrar con particularidad.
VIII
Respecto a la comida del rico, hoy en día el lujo es cada vez más elaborado, y mezcla especias indias con la comida, de forma que los boticarios abastecen más a los cocineros que a los médicos. Tras esto, considerad la multitud que sirve la mesa: los coperos, las camareras, los músicos, las bailarinas, los flautistas, los bufones, los aduladores, los parásitos, la gentuza que sigue la vanidad. Para obtener estas cosas, ¡cuántos pobres son robados! ¡Cuántos huérfanos son maltratados! ¡Cuántas viudas lloran! ¡Cuántas, terriblemente torturadas, son llevadas al suicidio!
IX
Como quien ha probado la corriente del Leteo, el rico olvida por completo quién es, y el cuerpo al que está unido, y que algún día su alma será liberada de esta unión. Cuando llegue el momento señalado, y el mandato inexorable separe el alma del cuerpo, entonces también vendrá el recuerdo de las cosas hechas en la vida pasada, y el vano arrepentimiento vendrá ¡demasiado tarde! ¿Por qué ya tarde? Por esto mismo: porque el arrepentimiento ayuda cuando el penitente tiene poder de enmienda, pero al ser quitada la posibilidad de reforma, el dolor es inútil y el arrepentimiento vano.
X
Había un mendigo "llamado Lázaro". La narración lo describe no sólo como pobre, carente de dinero y de lo necesario para vivir, sino también como afligido por una dolorosa enfermedad, demacrado, sin hogar, incurable, postrado a la puerta del rico. Con mucho cuidado, la narración desarrolla las circunstancias del mendigo con las del rico, para señalar la dureza de corazón de ese rico que no tenía piedad, ni sentía compasión, sino que vivía como una bestia salvaje irracional con forma humana. De hecho, al rico se le presenta menos compasivo que las mismas bestias, ya que, mientras él sacrificaba un cerdo, un perro lamía las llagas del pobre. En efecto, cuando un cerdo es sacrificado, el resto del rebaño siente una sensación dolorosa y gruñe miserablemente sobre la sangre recién derramada. Cuando se mata a un toro, el resto del ganado que se mantiene cerca manifiesta su angustia con apasionados mugidos. Las bandadas de grullas también, cuando una de sus parejas queda atrapada en las redes, revolotean a su alrededor y llenan el aire con un clamor lastimero, buscando liberar a su pareja. ¡Qué antinatural es que un hombre, dotado de razón, e instruido en la bondad por el ejemplo de Dios, se preocupe tan poco por su pariente en el dolor y la desgracia!
XI
El pobre, sufriente pero agradecido, debía yacer sin pies, pues de lo contrario habría huido del hombre maldito y altivo, buscando otro lugar en vez de permanecer en esa inhóspita puerta, cerrada para los pobres. Debía yacer sin manos, pues ni siquiera tenía una palma para pedir limosna. Sus órganos del habla debían estar tan deteriorados que su voz no salía, ni ronca ni áspera. De hecho, debía estar completamente mutilado en todos sus miembros, como despojo de una enfermedad repugnante y ejemplo lamentable de la debilidad humana. Sin embargo, ni siquiera semejante lista de desgracias llamó la atención del rico, sino que pasó junto al mendigo como si fuera una piedra, aumentando deliberadamente la medida de su pecado (pues, si lo acusaban, no podría pronunciar esta excusa común y engañosa: "No lo sabía, no me di cuenta, no lo vi aullar"). El mendigo yacía ante su puerta, un espectáculo que, al entrar y salir, hacía inevitable la condena del hombre orgulloso. El rico le negó, incluso, las migajas de la mesa, y mientras él rebosaba de saciedad, el pobre se consumía de necesidad. De haber estado allí la mujer fenicia de Sidón, hubiese hecho de maestra del misántropo rico, diciéndole lo que está escrito: "¡Infeliz altivo, hasta los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos!", así como esto: ¿Y no creías a tu hermano digno de esa generosidad? Tus perros son alimentados con esmero, y considerados dignos de un techo, y hasta tienen camas y sirvientes. En cambio, tú arrojas la imagen de Dios al suelo, y la descuidas y pisoteas. Esa es la imagen que el gran Constructor y hacedor de todo forjó con su propia mano, y la misma que a ti te pisoteará.
XII
Si la historia de Lázaro hubiera terminado en este punto, y la naturaleza de las cosas fuera tal que nuestra vida estuviera verdaderamente representada por la desigualdad de carrera entre el hombre rico y el pobre, habría clamado con indignación. Habría clamado porque los hombres, creados iguales, no pueden vivir en términos tan desiguales. No obstante, la historia sigue, y lo que queda es bueno de escuchar. En efecto, el Juez justo dicta sentencia exacta, respecto a lo que ha vivido y hecho cada uno.
XIII
Aconteció que el mendigo murió, y "fue llevado por los ángeles al seno de Abraham". ¿Ves quiénes fueron los que atendieron al pobre? Los ángeles eran su guardaespaldas, los que le miraban con dulzura, los que le asistieron y aliviaron. El mendigo "fue llevado al seno de Abraham", una afirmación que da pie a los escépticos de las Escrituras a cuestionarlas. ¿Que por qué lo cuestionan? Por esto mismo: porque dicen que, si todo justo al morir, fuera llevado al mismo lugar, dicho seno tendría que expandirse infinitamente, y no sería ya de Abraham. Por supuesto, estos cínicos ignoran las profundidades de las Escrituras, así como la idea que con dicha expresión se presenta: el seno de la humanidad. De hecho, ¿por qué Jesús, habiendo muchos otros justos y sabios, incluso mayores que Abraham, negó esta distinción a sus predecesores, pasando por alto a Enoc, Noé y muchos otros? Por eso mismo: porque Abraham hospedó a los tres ángeles como hombres peregrinos, sin atender a sus apariencias. Por eso mismo, y por otros gestos de humanidad, Abraham "se convirtió en amigo de Dios" y "fue padre de multitud de pueblos". Por esta razón, Cristo dice que el seno de Abraham es una especie de puerto seguro, y lugar de descanso protegido para los justos. Además, el mismo Cristo, en su descendencia humana, surgió de la carne de Abraham. Volviendo a la parábola, "aconteció que el mendigo murió". Se indican dos aspectos de la vida del mendigo. Por un lado se muestra su pobreza, y por otro su modestia y la humildad de su carácter. No se elogia por su necesidad, sino por su voluntad, a la hora de saber moderar sus deseos. De hecho, los pobres que viven en extrema necesidad, y al mismo tiempo mantienen una disposición codiciosa, son igualmente osados que los ricos. Siempre que me he acercado al tribunal de un gobernante, cuando ejercía de abogado, he visto que todos los ladrones y secuestradores, ladrones y salteadores, e incluso asesinos, son hombres pobres, desconocidos y sin patria ni hogar. De ahí que la Escritura considere feliz al pobre que soporta sus dificultades con una mente filosófica, mostrándose noblemente firme ante las circunstancias y no cometiendo ninguna mala acción para obtener lo que anhela. A tales hombres se refiere el Señor en la primera de las bienaventuranzas, al decir: "Bienaventurados los pobres de espíritu". Así pues, no todo pobre es justo, sino sólo aquel que es como Lázaro. De hecho, ¿quién es más pobre que Judas Iscariote? Su codicia le llevó a la perdición, y eso que había estado relacionándose con once pobres que amaban la sabiduría y no el dinero. En definitiva, el pobre Lázaro, al morir, tuvo ángeles como guardianes y asistentes, que lo llevaron con gozosa expectativa al lugar de descanso.
XIV
Vale la pena examinar con inteligencia cómo cada uno de los hombres es llevado a la muerte. El rico, nos dice Cristo en la parábola explicada, "murió y fue sepultado". Es decir, sin nada más, por su muerte fue una muerte sin honor. El rico, al morir, ciertamente sepulta su cuerpo terrenal y su alma mundana. Como en vida ha degradado lo espiritual, muere con lo que le queda. Como en vida ha cedido a las tentaciones de la carne, muere como las bestias. Como no ha dejado ningún recuerdo provechoso, muere envuelto en el olvido. La tumba contiene su cuerpo, y el hades su alma, en dos prisiones sombrías que dividen entre ellas el castigo de los malvados. ¿Quién no culparía, entonces, al desdichado rico, por su insensatez? Mientras estaba en la tierra, él se enorgullecía, y mantenía la frente en alto, y se regocijaba con los de su raza, y consideraba a los demás meras hormigas y gusanos, y se jactaba vanamente de su efímera gloria. Cuando ese rico muera, lo hará como un esclavo azotado, privado de aquellas posesiones que él había usurpado (de las que, en su locura, se creía dueño), profiriendo quejas como una anciana que se lamenta, invocando en voz alta y en vano al patriarca, y diciendo: "Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama". El rico busca ahora misericordia, pero él no la había otorgado cuando tuvo el momento. El rico pide poder chupar el dedo del leproso ligeramente humedecido en agua, porque tal es la inconsciencia de quienes aman el cuerpo humano sin medida. Este es el fin de quienes aman la riqueza y el placer. En definitiva, corresponde al hombre sabio, previsor del futuro, considerar esta parábola como una especie de medicina preventiva contra la enfermedad; y huir de la experiencia de un mal similar, prefiriendo la disposición compasiva y filantrópica como condición para la vida venidera. La Escritura nos persuade a la ley de la buena conducta. La mayoría de los hombres, atrapados por las fantasías de la riqueza, se toman la libertad de pecar, y obstinadamente la buscan a costa de lo que sea. Pues bien, que sean consecuentes con lo que optan y hacen. La Escritura recuerda que ninguna confesión de la justicia aligera el castigo, sino el ejercicio de la justicia. La Escritura recuerda que la compasión por el atormentado no disminuye la pena impuesta, sino el ejercicio de la caridad. Las múltiples súplicas del rico, y sus postreras súplicas no conmovieron a Abraham, ni alivió el dolor al amargamente azotado. Con austeridad fue confirmado el juicio final, en el que Dios "había repartido a cada uno según su necesidad", y al final "dio a cada uno lo suyo". En concreto, esto será lo que Dios diga al rico: "En vida viviste en abundancia, en comparación con otros. Ahora sufres el fruto de tu pecado", y: "Hay un gran abismo entre los castigados y los honrados, para que vivan separados y no se mezclen". Este abismo no es tan sólo material, sino también espiritual, y por eso no es una zanja cavada por ángeles, ni trincheras limítrofes entre campamentos enemigos, sino "un abismo" entre los frutos de la virtud y los frutos del vicio. Isaías también nos da su aprobación a este pensamiento, diciendo algo así: "¿No es fuerte la mano del Señor para salvar, y su oído pesado para oír? Con todo, nuestros pecados se interponen entre Dios nosotros".