JUAN CRISÓSTOMO
Romano de Antioquía
HOMILÍA 1
I
Nuevamente nos reúne hoy la memoria de los mártires, nuevamente recurrimos a una festividad y una reunión espiritual. Aquéllos trabajaron, y nosotros nos alegramos; aquéllos lucharon, y nosotros exultamos de gozo. La corona y la gloria de aquéllos es común con nosotros. O mejor dicho, es común de toda la Iglesia. Preguntará alguno: ¿Cómo puede ser eso? Puede ser porque los mártires son parte nuestra y miembros nuestros, y "si padece un miembro todos padecen con él; y si uno es glorificado, los demás miembros se alegran". En los juegos olímpicos es coronada una sola cabeza, pero todo el cuerpo se regocija; triunfa uno, pero todo el pueblo se goza y lo recibe con grandes elogios. Pues bien, si en los juegos olímpicos tanto gozo experimentaban aquellos que en nada habían ayudado a los que en el certamen sudaban, mucho mejor ha de suceder esto con los atletas de la piedad.
II
Pies somos nosotros, cabeza son los mártires, pero "la cabeza no puede decir a los pies no os necesito". Gloriosos son los miembros, pero la alteza de su gloria no los hace ajenos a la unión que existe entre ellos y las otras partes del cuerpo. El ojo, aunque sea más brillante que el resto del cuerpo, no puede conservar su esplendor si está separado del resto del cuerpo. Precisamente por esto se hacen gloriosos los mártires, porque no rompen la unión que tienen con nosotros. Pero ¿qué digo los mártires? Si el mismo Señor no se avergonzó de llamarse "cabeza nuestra", mucho menos vergüenza sienten los mártires de ser llamados "miembros nuestros". No la sienten porque tienen arraigada la caridad, y la caridad acostumbra unir y juntar las cosas dispersas, y no rebusca cuidadosamente lo que se refiere a la dignidad.
III
Del mismo modo que los mártires se conduelen de nuestros pecados, del mismo modo nosotros nos alegramos junto con ellos por sus hazañas. Pablo ordenó que así se hiciera, al decir: "Alegraos con quien se alegra, llorad con los que lloran". Llorar con los que lloran es cosa fácil, mientras que gozar con los que gozan no es tan fácil. ¿Y eso? Porque es un hecho que, mientras fácilmente nos dolemos con quienes andan entre dolores, no tan fácilmente nos alegramos con quienes están en buena fortuna. En el primer caso, la naturaleza misma de la desgracia es capaz de llevar a la simpatía aun a una piedra; mientras que en el segundo, el de la buena fortuna, la envidia y la mala voluntad impiden, a quien no profundiza, unirse al gozo del que se alegra. Sí, así como la caridad une y junta todas las cosas separadas, así la envidia separa a las que ya estaban unidas.
IV
Hermanos, procurad unirnos a los que gozan, para purificar vuestra alma de la envidia y de la mala voluntad. Nada cura esta enfermedad tan pesada y difícil, y la echa fuera, como el alegrarse con aquellos que viven conforme a la virtud. Escucha cuan extremado es Pablo en una y otra cosa: "¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién se escandaliza sin que yo me inflame?". No dice "sin que yo me entristezca", sino "sin que yo me inflame", queriendo ponernos delante, mediante la palabra inflamar, el grado sumo del dolor. En otro momento, escribiendo a otros, les dice: "Sin vosotros reináis, y ojalá hubierais reinado ya, también nosotros reinaríamos con vosotros". Advertid, pues, cuánto procuraba el apóstol bienestar de los hermanos, quien ni siquiera pensaba que vivía si ellos no estaban salvos.
V
El hombre arrebatado hasta el tercer cielo, y llevado al paraíso de misterios inenarrables, y que gozó ante Dios de tan gran confianza, no sentía esos bienes si no los veía también en sus hermanos. ¿Por qué? Porque bien sabía él que no hay nada mayor ni igual a la caridad, ni siquiera el martirio mismo. Sobre cómo sea esto, escuchad lo siguiente: La caridad sin martirio hace discípulos de Cristo, pero el martirio sin caridad no. ¿Dónde quedaría esto demostrado? En las mismas palabras de Cristo, que dijo a sus discípulos: "En esto conocerán que sois mis discípulos: si os amáis unos a otros". Comprobad, pues, cómo la caridad sin martirio hace discípulos de Cristo. Sobre que el martirio sin caridad no hace discípulos de Cristo, y no trae utilidad alguna sino al que lo sufre, oídlo de labios de Pablo, cuando dice: "Aunque entregue mi cuerpo para ser quemado, si no tengo caridad ningún provecho saco".
VI
Por esto amo yo precisamente al santo que hoy nos ha reunido aquí, al bienaventurado Romano, porque junto con el martirio mostró una gran caridad, y esa caridad fue la que provocó su martirio (en concreto, que le cortaran la lengua). También es digno de ser examinado por qué el demonio no llevó a Romano a otro género de tormentos, suplicios y penas, sino que le cortó la lengua, al caso y con redomada malicia. El demonio es una bestia astuta y malvada, que no deja por mover piedra alguna en contra de nuestra salvación. Por ello, habrá de ser examinado por qué acudió con tanta celeridad a cortar la lengua a Romano.
VII
Si examinamos este asunto de la lengua, conoceremos por una parte la bondad de Dios, por otra la paciencia del mártir, y por otra la maldad del demonio. Una vez que conozcamos la bondad de Dios, le daremos gracias. Una vez conocida la paciencia del mártir, imitaremos a nuestro consiervo. Una vez conocida la maldad del demonio, aborreceremos en absoluto a ese enemigo nuestro. Para eso nos permitió Dios conocer sus maquinaciones, para que lo aborrezcamos más, y mejor y más fácilmente lo venzamos. Acerca de que podamos conocer sus intenciones, oíd lo que dijo Pablo de aquel hombre que en Corinto había caído en fornicación. Escribiendo a los corintios, les dijo: "Afirmad en él la caridad, para que no seamos enredados por el demonio, puesto que no ignoramos sus maquinaciones". ¿Cuál fue la causa, pues, por la que a Romano se le cortó la lengua? Lo responderé al punto, pero concededme ahora que tome el asunto desde un poco antes.
VIII
Una gran guerra se levantó en otro tiempo contra las iglesias. Y no porque los bárbaros hicieran incursiones en las ciudades, o extranjeros algunos nos perturbaran, sino por los que estaban al frente de estas regiones, que tiránicamente dividieron a quienes les obedecían y no les obedecían. En dicha situación, lo que estaba en juego no era sólo la libertad y la patria, los dineros y la vida presente, sino también la fe en Jesucristo y la vida de los justos. Dichos tiranos, al ver que los cristianos no secundaban ni aprobaban sus medidas, decretaron su persecución. Decretada su persecución, el demonio entró en escena, inventando para el caso un nuevo modo de cautividad. Sí, no trataría ya tanto de expatriar a los cristianos de su ciudad, sino de la Jerusalén celeste. Por ello, movió a los tiranos a obligar a los cristianos a ofrecer sacrificios en los altares su propia alma, y a abjurar de su Dios, y a sujetarse a la tiranía del diablo, y a dar culto a los enemigos dañinos de la salvación (cosa que, a las almas generosas y amantes de Dios, les resultaba aún más intolerable que mil muertes o que cualquier infierno).
IX
Muchos cristianos quedaron sepultados en estas olas diabólicas, y muchos naufragaron en esta tempestad. Cuando la tormenta alcanzó al ámbito de Romano, éste no se puso a considerar la forma de afrontar los peligros, sino que se ofreció a combatir generosamente por sus hermanos. En primer lugar, levantando a los que habían caído y traicionado su salvación, a quienes sostuvo en la oración y exhortó a la penitencia. Con ellos discurrió acerca de las cosas presentes y las cosas futuras, para ellos demostró lo pasajero de éstas y lo eterno de aquéllas, a ellos contrapuso los premios a los trabajos, las coronas a las pruebas, la recompensa a los dolores. En definitiva, Romano no cesó de mostrar en nuestra ciudad las naturalezas de la vida presente y de la vida futura, y las diferencias entre ambas, y cómo morir era absolutamente más necesario que vivir en adelante condenados, y cómo era mejor terminar martirialmente la vida que bajo la ley natural.
X
Con estos razonamientos, y otros parecidos, Romano puso en tensión los brazos remisos, llenó de fortaleza las rodillas débiles, hizo regresar a los fugitivos, apartó la cobardía, echó fuera el temor, infundió alientos, y los convirtió a todos de temerosos en atrevidos, y de cervatillas en leones. Romano dio oxígeno a todos los esfuerzos cristianos, y puso en línea al ejército de Cristo, y convirtió la vergüenza que nos amenazaba en vergüenza de los enemigos. Observando el demonio el gran cambio que se había verificado entre nosotros, y que los que ayer y anteayer temblaban y temían, ahora se burlaban de él y se enfrentaban a los peligros, y se lanzaban a los suplicios, de inmediato fue a buscar al causante de todo: Romano. Sí, el diablo dejó a un lado al resto de cristianos, y se echó sobre éste con todas sus fuerzas, desatando los torrentes enteros de su locura en contra de Romano.
XI
¿Qué es, en concreto, lo que ideó el demonio? Esto mismo: no arrastrarlo a los tormentos ni cortarle la cabeza, porque la experiencia le advertía que eso era inútil y no lograba reprimir la prontitud de los creyentes, sino que la aumentaba y hacía más fervorosa. Sí, esto es lo que vendría a pensar el demonio, como diciéndose a sí mismo:
Yo extendí alfombras de brasas, y éstos corrían hacia ellas como si fueran rosas. Encendí hogueras, y éstos a ellas se arrojaban como a fuentes de frescas aguas. Destrocé sus costados, y les abrí hondos surcos, y saqué de ahí ríos de sangre, pero ellos se gloriaban como si por todas partes estuvieran rodeados de ríos de oro. Los eché a los precipicios y los sumergí en el mar, pero ellos no descendieron a lo profundo sino que subieron a los cielos mismos, dando saltos de gozo y alegría. Como si acompañaran los coros de una sagrada procesión, o anduvieran jugando en un pensil cubierto de verdor, así se portaba cada uno de ellos en los tormentos. Y no les parecían tormentos, sino un paseo entre flores primaverales, con las que se coronaban y adelantaban a mis suplicios. ¿Qué haré, pues, ahora? ¿Cortaré su cabeza? Pero si ¡esto es precisamente lo que él desea!, aparte de convertirse en una más amplia exhortación para sus discípulos, puesto que él ya los previno diciéndoles que la muerte de los mártires no es muerte sino vida que no tiene fin, y que por esta vida está bien despreciar la muerte y tolerar toda clase de padecimientos. Si le corto la cabeza, y él lo soporta con fortaleza, los habrá amonestado con sus hechos más claramente que con las palabras, acerca de que es necesario despreciar la muerte, y levantará más los espíritus, y una vez muerto les comunicará mayor prontitud. Por tanto, le cortaré la lengua, y privaré así a sus discípulos de escuchar aquella voz con que se gozaban. Así, destituidos de sus consejos y de sus exhortaciones, se volverán más cobardes, y volverán a sus anteriores tristezas y dudas, por no tener quién les dé ánimo ni quién los excite y arme para la lucha. Si le corto la cabeza, y muere de este modo, él no presenciará la caída de sus hermanos. Sí, esto es lo que yo ansío: que él mismo esté presente en la derrota de sus soldados, a fin de que sus exhortación queden en la nada, y él mismo sea testigo de dicha desgracia. Al privarlo de la lengua, a él lo privaré de la palabra, y a los suyos del consejo y ánimo necesario.
XII
Advertid, pues, la malicia del demonio. Es verdad que Herodes cortó la cabeza a Juan. El demonio, en cambio, no cortó la cabeza, sino solamente la lengua. ¿Por qué? Por su excesiva malicia y perversidad. No obstante, Aquel que revuelve contra los sabios sus astucias, revolvió contra el demonio su propia invención. En concreto, no sólo no privó a los cristianos de los consejos de Romano, sino que hizo que disfrutaran de una más viva exhortación, y participaran de una más abundante doctrina espiritual.
XIII
Una vez que este pensamiento hubo dominado al demonio, fue llamado el tirano para que hiciera el corte, y éste se convirtió de médico en sayón. No obstante, aunque el tirano le privó de la lengua, no pudo privarlo de la voz. En efecto, una vez que le fue cortada la lengua de carne, la lengua de la gracia divina fue volando a posarse en la boca del mártir Romano. ¿Cómo? Ahora lo veremos, pero digamos por ahora que la naturaleza, obligada por el hierro, perdió uno de sus miembros, mas la gracia divina no permitió que con él desapareciera el uso de la voz. ¿Y eso? Porque los discípulos de Romano no podían escuchar ya una voz humana, pero empezaron a gozar de una doctrina más espiritual, que superaba la humana naturaleza. Sí, todos empezaron a concurrir a él, deseosos de observar aquella boca sin lengua que hablaba en la forma de los ángeles, y señalaba las regiones superiores, y elevaba a los débiles de sus postraciones inferiores.
XIV
¡Qué maravilla! ¡Una boca que peroraba sin lengua, y colmaba de deshonra al demonio y al mártir de gloria ingente, y daba a los discípulos enorme consuelo y gran argumento de paciencia! Desde el principio de los tiempos fue costumbre de Dios revolver contra la cabeza del demonio todas cuantas cosas éste maquina contra nosotros, y utilizarlas para nuestra salvación. Y si no, considerad cómo el demonio echó al hombre del paraíso, y cómo Dios le abrió las puertas del cielo. Y cómo aquél lo arrojó del imperio terreno, y Dios le concedió el reino de los cielos, y colocó en regio trono a la humana naturaleza. Así es como actúa Dios, concediendo a los hombres esos dones que el demonio intenta arrebatarles, y ampliados. Así es como él actúa, para que no temamos como terribles las asechanzas del diablo. En el caso de Romano, esto es lo que sucedió exactamente, cuando Dios le obsequió con una voz mucho más fuerte y clara que aquella que el demonio creyó haber destruido. En efecto, no es de igual estimación poder hablar con lengua, que poder hacerlo sin ella. Lo primero es cosa común a todos, y viene dada por la naturaleza. Lo segundo es un asunto sobrenatural, y exclusiva del mártir. En ambos casos, el demonio está perdido, pues no puede ni con la naturaleza ni con Dios. De hecho, por eso siguió Romano adelante con su certamen, a pesar de ver amputada su lengua y quedar mudo.
XV
Cuando se vio sin lengua, Romano no temió ya ningún tipo de lucha en el pancracio, aunque recibiera indecibles heridas. De hecho, si su adversario le amputara las manos, o lo colmara de golpes, él seguiría consiguiendo victorias frente al diablo. Cuantas más mortales heridas le procurara éste, más brillantes coronas conseguiría el mártir. Además, ahí estaba su lengua cortada, para certificar que una voz sobrenatural salía de su interior. Así como es admirable de contemplar un árbol sin raíces, o un río sin manantial, así lo era oír una voz sin lengua. ¿Dónde están, pues, los que no creen en la resurrección? He aquí que la voz había muerto y había resucitado; y ambas cosas sucedieron en un mismo instante. Si a una flauta se le quitan las lengüetas, el instrumento queda del todo inútil. En cambio, no sucedió esto con este tipo de flauta espiritual, pues en cuanto Romano abría su boca mostraba un canto más armonioso y más misterioso todavía, que causaba mayor admiración. Si alguno quita de la cítara el plectro, el artista se queda sin oficio, y su arte es inútil y su instrumento inservible. En nuestro caso, nada de eso sucedió con Romano, porque su cítara era la boca, su plectro era la lengua, su artista era el alma y su arte era la confesión de la fe. Arrancado el plectro (o sea, la lengua), no quedaron inútiles ni el artista, ni su arte, ni su instrumento.
XVI
¿Quién obró semejantes maravillas? ¿Quién produjo tales milagros? Por supuesto, éste fue Dios, el único que hace maravillas y del cual afirma David: "Oh Señor, nuestro Señor, ¡cuán admirable es tu nombre en toda la tierra! Tu magnificencia se ha elevado por encima de los cielos, y de la boca de los infantes y de los que aún toman el pecho perfeccionaste tu alabanza". En el caso del profeta, fue "de la boca de los infantes y de los que aún toman el pecho". En nuestro caso, fue de la boca de quienes no tienen lengua. En aquel caso, la naturaleza aún no daba tiempo; en éste, la boca estaba sin lengua. En aquel caso, existía en los niños la raíz (aunque tierna aún, pero con fruto ya maduro). En este caso, aun la raíz misma había sido extirpada, y con todo no se impedía la producción del fruto (porque fruto de la lengua es la voz). De manera que, en verdad, son más admirables estas segundas cosas que aquellas primeras.
XVII
Por si a estas cosas no les dais fe (las de Romano), precedieron aquéllas otras cosas (las de David), a fin de que éstas no os conturben y os acostumbréis al ánimo a aquéllas. No obstante, a aquellas maravillas sobrevinieron las actuales, para que aquéllas (ocultas y más antiguas) sean creídas por éstas (más claras y más recientes). En otro tiempo, por ejemplo, la vara de Aarón germinó, y ahora ha germinado la boca de este mártir. ¿Por qué germinó la vara de Aarón? Porque el sacerdote era injuriado. ¿Por qué ha germinado ahora la boca de este mártir? Porque estaba siendo blasfemado Jesucristo, el sumo sacerdote.
XVIII
Advertid cuán grande es el parentesco de este milagro con aquél, y cuánta su excelencia. Aquella vara de Aarón, sin estar unida a su raíz, ni sacando la savia de la tierra, sino enteramente privada de ésta, y habiendo ya perdido la fuerza vital y frugífera, de repente dio fruto. De igual manera la voz de Romano, privada de su raíz, y sin tener la fuerza que ella toma de su órgano propio, germinó de repente en la boca reseca e improductiva. El parentesco de ambos milagros es obvio, pero la excelencia del segundo dista mucho, en su causa, de aquel otro. Mientras aquél era sensible, éste es espiritual.
XIX
Por todas estas cosas, felicitemos al mártir Romano. Glorifiquemos al Dios que hace estos milagros, imitemos la paciencia de nuestro consiervo, demos gracias a Dios por este favor, consolémonos en las tentaciones con lo dicho. Admirando el poder y la providencia de Dios, que nos ha creado, pongamos todo lo que está de nuestra parte, y se seguirá todo lo que está de la suya. Sí, porque "ya peleen contra nosotros los hombres o los demonios, o el diablo en persona", en nada aprovecharán los que nos combatan, con tal que demostremos diligencia y fervor de ánimo, y quitemos de nosotros todo lo que conviene quitar. De hacerlo, atraeremos sobre nosotros el auxilio de Dios para la vida presente, y conquistaremos gran gloria en la futura por gracia y benignidad de nuestro Señor Jesucristo.
HOMILÍA 2
I
Las palestras deportivas fortalecen los cuerpos, y confieren habilidad en el arte del atletismo. Por su parte, las palestras espirituales fortalecen las almas de los mártires, y confieren habilidad en el arte de destronar a los demonios. Sí, los ejemplos martiriales sacan a la luz el esfuerzo ascético, y animan en la lucha continua contra las adversidades, y despierta la piedad. La narración de sus padecimientos nos propone, como en un estadio, la pista tendida y recorrida por cada uno de los mártires. Tal es la memoria del atleta que hoy nos ha congregado, el mártir Romano. ¿Quién no se animará, cuando escuche su relato, a salir valientemente al estadio, y a luchar contra el demonio, y a entrenar el alma mediante los relatos martiriales, e incluso a estar dispuesto a pasar por tan gran cantidad de peligros?
II
En aquel tiempo, una inmensa tiranía imperial danzaba en todo el mundo, y la vida de los hombres se asemejaba a un mar conmovido desde sus profundidades, cuyas olas se arrojaban sobre la tierra en triples encrespamientos. De estos encrespamientos, el último era el más poderoso, y la vehemente tormenta de la impiedad se echaba encima de la nave de la Iglesia. En dicha tempestad, muchos de los pilotos cristianos perecieron, otro tanto de navegantes cristianos quedaron hundidos, y todas las regiones estaban llenas de naufragios y horrendos temores. Viendo su éxito, los tiranos soplaban con mayor ímpetu la tempestad, y producían terribles oleajes, y ponían en conmoción los tribunales de los magistrados. Los jueces promulgaban que se tenía que renegar de Jesucristo, y los legisladores amenazaban con terribles suplicios. Los hombres eran arrastrados a los sacrificios en honor de los demonios, las mujeres eran llevadas a los simulacros de los altares, las vírgenes eran arrastradas a las abominaciones de la lascivia, los sacerdotes eran expatriados y desterrados, y los fieles eran sacados de los sagrados edificios.
III
Para tan grande combate se fue armando el mártir Romano, con la idea de enfrentarse a tan enormes peligros. Burlándose de aquella campaña imperial, y del certamen propuesto, y de la plataforma del estadio, y de los príncipes de este mundo (a los que consideró como "simple polvo"), Romano se dedicó a excitar el ánimo contra el que entonces hacía de juez, y no paraba de imaginar pretextos para asaltar la Iglesia. Por este motivo fue Romano arrastrado al suplicio, y se prepararon contra él varios géneros de tormentos. El mártir era semejante a una cítara pulsada con el plectro de los tormentos, y cada vez emitía más fuerte el sonido de su voz. Cansados de ello, los verdugos lo rodearon, lo golpearon y le hirieron su cuerpo. Romano, a la manera de un tímpano de bronce, cada vez que era golpeado reproducía el canto de la piedad. Los verdugos lo desgarraron, suspendido en el ecúleo, pero él abrazaba el ecúleo como si fuera el árbol de la vida. Los verdugos le destrozaron las mejillas, pero él multiplicaba sus preces y avergonzaba al adversario con cada derrota que le infligía.
IV
Cuando vio Romano que los jueces lo provocaban al culto de los demonios, pidió que le llevaran un pequeñuelo de la plaza, y pidió a éste que imitara al juez reproduciendo las mismas cosas que el juez le echaba en cara. Habiéndole llevado otro de los niños, Romano le hizo las mismas preguntas que el juez le hacía a él. En concreto, esto fue lo que le preguntó: "Oh hijo, ¿es justo que sea adorado Dios, o que lo sean los hombres que se creen dioses? Grande, en verdad, fue la excelencia de la sabiduría de Romano, que ¡hasta un niño lo constituyó juez de su juez! Al punto, el niño dirimió la cuestión en favor de Cristo, dejando claro que los infantes son más sabios que los jueces que proceden impíamente. Tras ver echada por tierra su reputación, el juez ordenó arrastrar a Romano al ecúleo, junto con el infante. Al suplicio del ecúleo le siguió el de la cárcel, y al de la cárcel los más variados castigos. Al niño lo condenó a muerte, y al mártir a que le sacaran la lengua.
V
¿Quién ha oído semejante género de juicio? Los jueces, en efecto, suelen azotar a los reos, para obligarlos a confesar lo que saben. En este caso, este juez ordenó ¡cortar la lengua al reo, para obligarlo a callar lo que sabía! Posiblemente, este inicuo juez pensaba para sí: No he podido derribar las cosas de Cristo, pero por lo menos arrancaré la lengua que habla de Cristo. ¡Corta, oh tirano, la lengua! Sí, córtala, para que veas que la naturaleza, aun sin la lengua, se vuelve más elocuente todavía, si lo hace para testificar a Cristo. ¡Extirpa de la boca la lengua, oh tirano! Sí, extírpala, para que conozcas ser veraz Aquel que prometió el don de lenguas. En efecto, a Romano le fue extirpado el instrumento de la lengua, pero las palabras empezaron a brotar con mayor fuerza en él, como si la lengua le hubiera sido impedimento del cual ya se encontraba libre. ¡Oh espectáculo nuevo y admirable, en que un hombre carnal, a otros hombres carnales, les habla sin su lengua carnal!
VI
Conviene aplicar a Romano, por tanto, la palabra del profeta: "Nuestra boca se ha llenado de alegría y nuestra lengua de gozo". Se llenó de gozo su boca porque ofrecía a Cristo la lengua, con un nuevo género de sacrificio. Se llenó de gozo porque su lengua estaba repleta de alegría, y apresuró al mártir a ir todavía más rápido al martirio. ¡Oh lengua que se adelantó a la misma alma! ¡Oh boca que engendró dentro de sí a otro mártir oculto! ¡Oh boca que sirvió de altar, oh lengua que hizo de víctima! ¿Ignorábamos, oh mártir generoso, que tenías un templo en tu boca, y una oveja para ofrecer?
VII
¿Qué orador podrá enaltecer dignamente con alabanzas tus virtudes, oh Romano? Recibiste de la naturaleza tu lengua, pero tú la educaste para el martirio. Recibiste la boca como defensa de tu lengua, pero tú la hiciste altar de tu lengua. Recibiste ese plectro para hablar, pero tú una vez cortada la lengua, la exhibiste como una espiga fecunda. Recibiste la lengua como instrumento de la palabra, pero tú la ofreciste como cordera inmaculada en sacrificio a Cristo. ¿Con qué palabras declararé el decoro de tu boca? ¿Con qué palabras podré glorificarla? Le acercaban los verdugos el hierro, pero ella no se resistía, como lo hiciera Isaac; sino que permaneciendo quieta en la boca, esperaba con deleite la herida; y enseñaba que, por Cristo, las lenguas de los hombres no solamente debían hablar sino también ser arrancadas.
VIII
Oh mártir generoso, tú obtuviste el mismo sacrificio que el patriarca, cuando en vez del hijo unigénito ofreciste en sacrificio el germen único de tu lengua. Justamente, Cristo plantó de nuevo en ti otra lengua, porque te encontró buen cultivador de la primera. Bellamente te dio otra lengua, y no de carne sino de efectos angélicos. Rectamente te devolvió ese pago por tu lengua, porque tú le entregaste a rédito tu lengua, y él te devolvió la voz necesaria para la elocuencia. Se verificó un intercambio entre tu lengua y su voz, cuando por Jesucristo ella fue cortada, y ahora Cristo habla por ella.
IX
¿Dónde está ahora aquel macedonio que alzó la guerra contra el Espíritu Santo, por haber concedido éste el don de lenguas? Sí, es atribuible a la divinidad del Paráclito los dones carismáticos, y de ello es testigo el bienaventurado Pablo y estas palabras: "Todas estas cosas las obró el único y solo Espíritu, repartiendo a cada uno como le parece". Es decir, "como a él le parece", y no "como le es mandado". Con todo, para que no suceda tal vez que, si añado algo a esa sentencia, recargue vuestra memoria con la abundancia de las cosas, pasaré adelante.
X
La trompeta profética, anunciando de antemano que la fe en Jesucristo se extendería por todo el orbe, decía cosas concordantes como éstas: "Me entenderán desde el pequeño hasta el grande de ellos", y: "Toda lengua confesará al Dios verdadero". El profeta, en efecto, encerró en una red (en "toda lengua") el conocimiento divino, y esto es algo que cualquiera que quiera puede escuchar, si tan sólo presta su oído. Pues bien, esto es lo que podría decirse de Romano, que "mi lengua es ágil pluma del escribano, que escribe rápidamente". Pero ¿qué lengua? No la que cortó el hierro del verdugo, por supuesto, sino la que fabricó el Espíritu Santo. Sí, porque si la lengua carnal ya no estaba, empezó a estarlo la lengua espiritual, merced a la gracia del Espíritu Santo. También los apóstoles tenían lengua. Sin embargo, para hacer notar la virtud que operaba (el don de lenguas), callaba en ellos el barro y hablaba el fuego del cielo.
XI
Hay en la Sagrada Escritura una semejanza, respecto a esto, que sobrepasa al discurso. Se trata de la zarza de Moisés, que "ardía sin consumirse". El fuego apostólico fue prefigurado por ese fuego sin consumición, y las voces de la predicación por esas voces de Moisés con los elementos animados (una zarza), dándose crédito mutuo. Si el contacto del fuego dio palabra a una cosa inanimada, ¿no era acaso razonable que, cuando llenara las almas dotadas de razón, con su contacto levantara un sonido del todo armonioso? Pues bien, de esta virtud participó el glorioso mártir Romano. Éste, con la lengua cortada, reprendía al tirano con una voz aún más penetrante que antes. De hecho, no hubiera cortado el tirano aquella lengua si hubiese previsto lo que se le venía encima. ¿Qué se le venía encima? Esto mismo: los torrentes de la predicación evangélica, cuyas olas de elocuencia sagrada arrastraron al tirano a la ignominia. No obstante, volvamos un poco atrás, y veamos qué fue lo que empujó al tirano juez a semejante crimen, y le obligó a efectuarlo.
XII
Tras haber sacrificado aquel impío juez a los demonios, y estando repleto de humo y de olor a grasas, y manchado con las gotas de la impiedad, velozmente se encaminó a esta iglesia. Buscaba el altar para ofrecer en él un sacrificio incruento, mientras llevaba en las manos la segur que destilaba sangre. Romano percibió la rabia del tirano, y por eso saltó de pronto y se presentó ante el vestíbulo, para detener allí la comitiva del impío y evitar que este recinto sagrado fuese invadido y quedase contaminado. Cuando un solícito piloto ve que el mar acomete por la proa, no puede permanecer inactivo, sino que recorre con veloces pies toda la nave, y hace levantar mediante el timón la popa, y logra que la nave presente su punta opuesta a las olas, intentando salvar el peligro. Pues bien, eso mismo hizo Romano, ante la triple ola que se echaba encima de esta iglesia. Con arte especial, Romano cruzó el Ponto embravecido.
XIII
Al tiempo en que el mar de la idolatría rebramaba con blasfemias y se enfurecía contra la nave apostólica, y vomitaba espumas de sangre sobre los altares, Romano se armó contra el piélago enfurecido. Al advertir que la navecilla de la Iglesia pudiese quedar sumergida, él fue despertando a todos del sueño de la longanimidad. Romano observó el mar embravecido, y los soplos de los encontrados vientos, y las revueltas de la tempestad, y tomó en sus labios las palabras de los discípulos ante semejantes peligros: "Maestro, sálvanos porque perecemos". Romano planteó a Dios que los piratas rodeaban por todas partes la navecilla, y que los lobos circundaban el aprisco, y que los ladrones perforaban las habitaciones, y que en torno de las esposa sonaban voces de adúlteros, y que la serpiente quebrantaba los muros del paraíso, y que estaban siendo golpeada la piedra fundamental de su Iglesia. Maestro, vino a decirle, "sálvanos, porque perecemos".
XIV
Tras dirigirse al Señor en estos términos, Romano pasó a dirigirse directamente al tirano, al mismo tiempo que desató la elocuencia de su lengua y le dijo:
"Deten tu carrera, oh loco tirano. Date cuenta de tu pequeñez, teme la amplitud del Crucificado. Su amplitud no se contiene en las paredes de la iglesia, sino que su término son los confines de la tierra. Sacude las sombras de tu furor, vuelve los ojos hacia la tierra y considera la debilidad de tu naturaleza. Levántalos al cielo y advierte la grandeza del combate, desprecia el débil auxilio de los demonios, mira que ellos, heridos por la cruz, quieren echarte por delante a la manera de un defensor de sus altares. ¿Por qué persigues lo que es imposible alcanzar? ¿Por qué pugnas contra el viento? ¿Acaso Dios se encuentra circunscrito por los muros? Él es divinidad incircunscrita. ¿Acaso nuestro Dios ve con los ojos materiales? Él es una esencia invisible y sin figura, aunque en su humanidad se le pinte y se le vea. ¿Habita acaso en la piedra o en el leño y vende su providencia por ovejas y rebaños? ¿Acaso en sus pactos está interpuesto el altar y se necesita de éste? ¡Exigencia de golosos es ésa, de parte de tus demonios! Mi Señor, o mejor dicho el Señor del universo, Jesucristo, habita el cielo y gobierna la tierra. Sus sacrificios son el alma que levanta a él sus ojos, y todo su alimento es la salvación de los creyentes. Deja ya de combatir a la Iglesia, porque la grey se encuentra en la tierra, pero el Pastor está en los cielos. En la tierra están los sarmientos, pero la vid en el cielo. Si cortas los sarmientos multiplicas la vid. Tus manos destilan sangre, tu espada está teñida con la sangre de sacrificios irracionales. Deja ya esas ovejas inocentes y vuelve tu espada contra nosotros que te reprendemos. Perdona a las ovejas que callan y danos muerte a nosotros que te acusamos. No temo yo el hierro homicida sino la segur que está al servicio del altar. Porque el hierro de los homicidas mata al cuerpo, pero la segur del altar mata el alma. El hierro del homicida mata las víctimas del sacrificio, pero la segur del altar mata lo que se sacrifica y también al sacrificante juntamente. Corta mi cabeza, pero no manches el altar. Aquí tienes una víctima voluntaria, así que ¿para qué vas a buscar al toro maniatado? Si deseas matar, mata en el vestíbulo mismo de la Iglesia a esta víctima racional".
XV
No soportó el tirano aquella amplia libertad en el hablar de Romano, y por eso dio paso al inmediato sacrificio de su lengua. Así cayó cortada aquella lengua. No porque el tirano intentara cortarla, sino porque él luchaba contra la predicación del evangelio. No porque odiara al predicante, sino porque odiaba al predicado. No obstante, Aquel que enreda a los sabios en sus propias astucias, restituyó desde el cielo aquel instrumento de la voz al mártir. También sostuvo, con una lengua invisible, la voz que perecía. También dio voz a quien no tenía lengua, y mostró de esta manera al tirano el hecho de la creación del hombre. Los poceros suelen excavar profundo los conductos del agua, haciendo con eso que las aguas salgan con mayor libertad. Pues bien, de igual manera hizo sin saberlo aquel tirano, al excavar la lengua de Romano y hacer que de ella salieran las voces con más vehementes raudales de reprensiones.
XVI
Hubiera yo querido llevar hasta el fin mi discurso de alabanza a Romano. No obstante, se ha terminado el justo espacio de tiempo, y esto me exhorta a callar. Por otra parte, lo dicho os basta para vuestra utilidad, y las instrucciones de nuestro mártir os invita a llevar a la práctica las cosas que él dijo. Por nuestra parte, guardemos en los senos de la memoria lo que se ha dicho, y abramos los surcos del campo de nuestra alma. Sobre todo, adoremos al autor de todo milagro, Cristo Jesús.
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