DIONISIO DE ROMA
Contra los Sabelianos

I

Sería justo discutir contra quienes, al dividir y desgarrar la monarquía (que es el anuncio más augusto de la Iglesia de Dios) en tres poderes, tres sustancias distintas (hipóstasis) y tres deidades, la destruyen. He oído que algunos que predican y enseñan la palabra de Dios entre vosotros son maestros de esta opinión, y se oponen diametralmente a la opinión de Sabelio. Sabelio blasfema al decir que el Hijo es el Padre, y viceversa. Y sus seguidores, en cierto modo, anuncian tres dioses, al dividir la santa unidad en tres sustancias diferentes, absolutamente separadas entre sí. En efecto, es esencial que el Verbo divino esté unido al Dios de todo, y que el Espíritu Santo habite y more en Dios, y que la divina Trinidad se reduzca y concentre en una sola, como en una sola cabeza (es decir, en el Dios omnipotente de todo). La doctrina del insensato Marción, que divide la monarquía en tres elementos, es sin duda del diablo, y no de los verdaderos discípulos de Cristo, ni de aquellos a quienes les agrada la enseñanza del Salvador. Los verdaderos cristianos sabemos bien que la Trinidad se declara en la Sagrada Escritura, y que la doctrina de los tres dioses no se enseña ni en el Antiguo Testamento ni en el Nuevo Testamento.

II

Tampoco son menos culpables quienes piensan que el Hijo fue una creación, y deciden que el Señor fue hecho como otra más de las cosas que fueron hechas. Las declaraciones divinas testifican que Cristo fue engendrado, como es propio y apropiado, y no que fue creado o hecho. No es una nimiedad, sino una gran impiedad, decir que el Señor fue hecho por alguien. En efecto, si el Hijo fue hecho, hubiera habido un tiempo en que no existía, mientras que el mismo Jesucristo declara que siempre ha estado en el Padre. Además, Cristo es el Verbo, y la sabiduría y el poder de Dios (según dicen las Escrituras divinas), y todas estas cualidades son propias de Dios. Por ello, si el Hijo fuera hecho, habría un tiempo en que estas cualidades divinas no existían, y habría habido un tiempo en que Dios carecía de estas cosas, lo cual es completamente absurdo. ¿Por qué debería extenderme más sobre estos asuntos, si vosotros sois hombres llenos del Espíritu, y comprendéis perfectamente los absurdos resultados que se derivan de la opinión que afirma que el Hijo fue creado? Quienes defienden esta postura han prestado muy poca atención a la Escritura, y por ello se han desviado por completo, al explicar los pasajes de forma distinta a como lo exige la Escritura divina y profética que dice: "El Señor me creó, en el principio de sus caminos". Como sabéis, la palabra creado tiene más de un significado, y en este caso es lo mismo que se aplica a las obras hechas por él mismo (hechas, digo, por el propio Hijo). Así pues, este creado no debe entenderse de la misma manera que hecho, pues hacer y crear son diferentes. ¿No es él mismo Padre, quien os ha poseído y creado?, dice Moisés en el gran Cántico del Deuteronomio. Y así, cualquiera podría razonablemente condenar a estos hombres. ¡Oh, hombres imprudentes! ¿Acaso el primogénito de toda criatura fue algo creado? ¿O más bien fue engendrado del vientre materno antes del lucero de la mañana? Sobre todo porque él es Aquel de quien dice la sabiduría: "Antes de todos los collados me engendró" (Prov 8,25)? Cualquiera puede leer en muchas partes las declaraciones divinas que dicen que el Hijo "fue engendrado", y nunca encontraran que dice que fue creado. Por estas consideraciones, quienes se atreven a decir que su divina e inexplicable generación fue una creación, son abiertamente condenados a pensar algo falso sobre la generación del Señor.

III

La admirable y divina unidad no debe separarse en tres divinidades, ni debe disminuirse la dignidad y eminente grandeza del Señor al aplicársele el nombre de creación, sino que debemos creer en Dios Padre omnipotente, en Cristo Jesús, su Hijo, y en el Espíritu Santo. Además, debemos creer que el Verbo está unido al Dios de todos, porque él mismo dice: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30), y: "Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí" (Jn 14,10). Así, sin duda, se mantendrá en su integridad la doctrina de la divina Trinidad, y el sagrado anuncio de la monarquía divina.