JUAN CRISÓSTOMO
Sobre Satanás

HOMILÍA 1

I

De hecho, esperaba que, con la continuación de mi discurso, se hartaran de mis palabras; pero veo que ocurre lo contrario: que no se produce saciedad, sino que su deseo aumenta, que no aumenta su saciedad, sino su placer; que ocurre lo mismo que experimentan los bebedores de vino en las borracheras paganas; pues cuanto más beben vino puro, más avivan su sed; y en su caso, cuanto más enseñanza les inculcamos, más avivamos su deseo, aumentamos su anhelo y fortalecemos su amor por él. Por eso, aunque soy consciente de mi extrema pobreza, no dejo de imitar a los ostentosos entre los comensales, poniendo ante ustedes mi mesa continuamente y colocando en ella la copa de mi enseñanza, llena hasta el borde; pues veo que, después de haberla bebido toda, se retiran de nuevo sedientos. Y esto de hecho se ha hecho evidente durante todo el tiempo, pero especialmente desde el último Domingo: Porque participáis insaciablemente de los oráculos divinos, ese día se mostró particularmente: en donde diserté sobre la ilegalidad de hablar mal los unos de los otros, cuando os proporcioné un tema seguro para la autoacusación, sugiriendo que debéis hablar mal de vuestros propios pecados, pero no os debéis ocupar de los de otras personas: cuando presenté a los santos como acusándose a sí mismos en verdad, pero perdonando a los demás: Pablo diciendo que yo soy el primero de los pecadores, y que Dios tuvo compasión de él que era blasfemo, perseguidor e injurioso, y llamándose a sí mismo uno nacido fuera de tiempo, y ni siquiera considerándose digno del título de Apóstol: Pedro diciendo: Apártate de mí porque soy un hombre pecador: Mateo llamándose a sí mismo publicano incluso en los días de su apostolado: David clamando y diciendo: Mis iniquidades han pasado sobre mi cabeza, y como una carga pesada han sido pesadas para mí: e Isaías lamentando y Me lamento porque soy inmundo y tengo labios inmundos.Los tres niños en el horno de fuego, confesando y diciendo que han pecado y transgredido, y que no han guardado los mandamientos de Dios. Daniel repite la misma lamentación. Tras enumerar a estos santos, llamé moscas a sus acusadores e introduje la razón correcta para la comparación, diciendo que, así como se aferran a las heridas ajenas, también los acusadores muerden los pecados ajenos, colectando enfermedades para su conocimiento, y a quienes hacen lo contrario, los llamé abejas, que no recogen enfermedades, sino que construyen panales con la mayor devoción, y así vuelan al prado de la virtud del Santo. Entonces, en consecuencia, entonces mostraron su insaciable anhelo.

II

Cuando mi discurso se extendió tanto, sí, hasta una extensión interminable, como nunca antes, muchos esperaban que su afán se saciara con la abundancia de lo que se dijo. Pero ocurrió lo contrario. Porque su corazón se encendió, su deseo se encendió: ¿y de dónde salió esto? Al menos las aclamaciones que se produjeron al final fueron mayores, y los gritos más claros, y ocurrió lo mismo que en la forja. Pues así como al principio la luz del fuego no es muy clara, pero cuando la llama ha prendido toda la leña puesta sobre él, se eleva a gran altura; así también ocurrió esto en aquel día. Al principio, es cierto que no conmoví con vehemencia a esta asamblea. Pero cuando el discurso se alargó un poco, abarcando gradualmente todos los temas y la enseñanza se difundió más ampliamente, entonces, en consecuencia, se despertó en ustedes el deseo de escuchar y los aplausos estallaron con mayor vehemencia. Por esta razón, aunque estaba dispuesto a decir menos de lo que se decía, me excedí, o mejor dicho, nunca me excedí. Porque suelo medir la magnitud de la enseñanza no por la cantidad de palabras pronunciadas, sino por la disposición del público. Porque quien se encuentra con un auditorio disgustado, incluso si abrevia su enseñanza, parece ser molesto, pero quien se encuentra con oyentes ansiosos, despiertos y atentos, aunque extiende su discurso hasta cierto punto, ni siquiera así cumple su deseo. Pero como sucede que en una congregación tan grande hay algunos débiles que no pueden seguir la extensión del discurso, deseo sugerirles que escuchen y reciban tanto como puedan, y que, una vez recibido lo suficiente, se retiren. Nadie les prohíbe ni les obliga a permanecer más allá de sus fuerzas naturales. Sin embargo, no les obliguen a abreviar el discurso antes de tiempo y en las horas adecuadas. Tú estás saciado, pero tu hermano aún tiene hambre. Tú estás ebrio con la multitud de cosas que se dicen, pero tu hermano aún tiene sed. Que él, entonces, no aflija tu debilidad, obligándote a recibir más de lo que tu propia fuerza te permite; ni aflijas su celo impidiéndole recibir todo lo que puede absorber.

III

Esto también ocurre en las fiestas seculares. Algunos, en efecto, se sacian más rápido, otros más tarde, y ni se culpa a unos ni se condena a otros. Pero allí, retirarse más rápido es digno de elogio, pero aquí retirarse más rápido no es digno de elogio, sino excusable. Allí, dejarlo más despacio es culpable y erróneo; aquí, retirarse más tarde trae el mayor elogio y buena fama. ¿Por qué? Porque allí, ciertamente, la tardanza surge de la avaricia, pero aquí la perseverancia y la paciencia se componen del deseo espiritual y el anhelo divino. Pero basta de preámbulos. Y ahora procederemos al asunto que nos quedó pendiente desde aquel día. ¿Qué fue entonces lo que se dijo? Que todos los hombres tenían un mismo lenguaje, así como una misma naturaleza, y nadie era diferente en el habla ni en la lengua. ¿De dónde, entonces, proviene tan gran distinción en el habla? De la negligencia de quienes recibieron el don; de ambos asuntos hablamos entonces, mostrando tanto la bondad del Maestro mediante esta unidad de lenguaje, como la insensatez de los siervos mediante su distinción de lenguaje. Pues él, previendo que desperdiciaríamos el don, lo dio, y aquellos a quienes se les confió, se enojaron con su encargo. Esta es, entonces, una forma de explicarlo: no que Dios nos arrebató el don, sino que desperdiciamos lo que se nos había dado. Luego, después de eso, recibimos dones mayores que los perdidos. En lugar del trabajo temporal, nos honró con la vida eterna. En lugar de espinas y cardos, preparó el fruto del Espíritu para que creciera en nuestras almas. Nada era más insignificante que el hombre, y nada llegó a ser más honrado que el hombre. Fue el último elemento de la creación racional. Pero los pies se convirtieron en la cabeza, y por medio de las primicias, fueron elevados al trono real.

IV

Porque así como un hombre generoso y opulento que vio a alguien escapar de un naufragio y solo pudo salvar su cuerpo desnudo de las olas, lo acuna en sus brazos, lo envuelve en una vestidura brillante y lo conduce a los más altos honores; así también Dios ha hecho con nuestra naturaleza. El hombre dejó de lado todo lo que tenía: su derecho a hablar libremente, su comunión con Dios, su estancia en el Paraíso, su vida sin nubes, y como de un naufragio, salió desnudo. Pero Dios lo recibió y enseguida lo vistió, y tomándolo de la mano, lo condujo gradualmente al cielo. Y, sin embargo, el naufragio fue completamente imperdonable. Porque esta tempestad se debió enteramente no a la fuerza de los vientos, sino al descuido del marinero. Y, sin embargo, Dios no miró esto, sino que se compadeció de la magnitud de la calamidad, y al que había naufragado en el puerto, lo recibió con tanto amor como si lo hubiera sufrido en medio de alta mar. Pues caer en el Paraíso es naufragar en el puerto. ¿Por qué? Porque cuando ninguna tristeza, ni preocupación, ni trabajos, ni fatigas, ni innumerables oleadas de deseo asaltaron nuestra naturaleza, esta se trastornó y cayó. Y como los malvados que navegan por el mar, a menudo perforaban el barco con una pequeña herramienta de hierro, dejando entrar todo el mar desde abajo; así pues, cuando el Diablo vio el barco de Adán, es decir, su alma, lleno de muchas cosas buenas, vino y lo perforó con su simple voz, como con una pequeña herramienta de hierro, y lo vació de toda su riqueza y hundió el barco mismo.

V

Pero Dios hizo que la ganancia fuera mayor que la pérdida, y llevó nuestra naturaleza al trono real. Por eso Pablo clama y dice: « Nos resucitó con él y nos sentó con él, a su diestra en los lugares celestiales, para que en los siglos venideros pudiera mostrar las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros». ¿ Qué dices? ¿Que ya sucedió y tiene fin? ¿Y dices que para que él lo mostrara en los siglos venideros? ¿ No lo ha mostrado? Ya lo ha mostrado, pero no a todos, sino a mí, que soy fiel; pero el incrédulo aún no ha visto la maravilla. Pero entonces, en ese día, toda la naturaleza humana se manifestará y se maravillará de lo que se ha hecho, pero especialmente será más evidente para nosotros. Porque creemos incluso ahora; Pero el oído y la vista no nos maravillan de la misma manera, sino que, al igual que en el caso de los reyes, cuando oímos hablar del manto púrpura, la diadema, las vestiduras doradas y el trono real, nos maravillamos, pero lo experimentamos con mayor intensidad cuando se descorren las cortinas y lo vemos sentado en el alto tribunal. Así también en el caso del Unigénito, cuando vemos descorrerse las cortinas del cielo y al Rey de los ángeles descender de ellas, con su escolta de las huestes celestiales, percibimos que la maravilla es mayor al contemplarlo. Pues consideren conmigo lo que es ver nuestra naturaleza sustentada por los querubines y toda la fuerza angélica que la rodea.

VI

Pero observen también conmigo la sabiduría de Pablo: cuántas expresiones busca para presentarnos la bondad amorosa de Dios. Pues no solo pronunció la palabra gracia ni riquezas, sino ¿qué dijo? Las sobreabundantes riquezas de su gracia en bondad. Pero aun así, está por debajo de la realidad; y así como los cuerpos resbaladizos, al ser agarrados por innumerables manos, se nos escapan y se nos escapan fácilmente, así también somos incapaces de comprender la bondad amorosa de Dios en cualquier expresión que intentemos, pero su magnitud desborda la debilidad de nuestras expresiones. Y Pablo, por lo tanto, experimentando esto, y viendo la fuerza de las palabras derrotada por su magnitud, desiste después de decir una sola palabra: ¿y qué es esto? Gracias a Dios por su don inefable. Porque ni las palabras ni ninguna mente son capaces de expresar el tierno cuidado de Dios. Por esta razón, dice entonces que es inescrutable, y en otro lugar: « La paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones». Pero, como decía, entretanto encontramos estas dos explicaciones: una, que Dios no nos ha arrebatado el don que hemos perdido; y otra, que los bienes que nos han sido dados son incluso mayores que los que hemos perdido. Y quisiera mencionar también una tercera. ¿Cuál es, entonces, la tercera? Que incluso si no nos hubiera dado los bienes posteriores, que eran mayores que los que habíamos perdido, sino que solo nos hubiera quitado lo que nos había sido dado, tal como explicamos (pues esto se añade); incluso esto basta para demostrar su tierno cuidado hacia nosotros. Pues no solo dar, sino también quitar lo que se nos dio, es una muestra de la mayor bondad amorosa, y, si quieren, expongamos el asunto en el caso del Paraíso. Él nos dio el Paraíso. Esto por su propio tierno cuidado. Se nos vio indignos del don. Esto por nuestra propia insensatez. Él les quitó el don a quienes se volvieron indignos de él. Esto fue por su propia bondad.

VII

¿Y qué clase de bondad es, dice alguien, quitar el don? Espera, y lo oirás con claridad. Pues piensa en lo que habría sido Caín, morando en el Paraíso tras su derramamiento de sangre. Si, al ser expulsado de esa morada, si condenado a trabajar arduamente, y contemplando la amenaza de muerte sobre su cabeza, si viendo la calamidad de su padre ante sus ojos, y con las huellas de la ira de Dios aún en sus manos, y rodeado de tantos horrores, se lanzó a tal maldad que ignoró la naturaleza, olvidó a alguien nacido de los mismos dolores de parto, mató a quien no le había hecho ningún mal, se apoderó de la persona de su hermano, tiñó su mano derecha de sangre, y cuando Dios quiso que se quedara quieto, se negó a someterse, afrentó a su creador y deshonró a sus padres; si este hombre hubiera continuado morando en el Paraíso, fíjate en el gran mal que habría cometido. Porque si, poniéndole tantas trabas, saltaba con saltos fatales, y si estos muros se derrumbaban, ¿adónde no se habría precipitado?

VIII

¿Quieres aprender también de la madre de este hombre qué buen resultado tuvo la expulsión del Paraíso? Compara lo que era Eva antes y en lo que se convirtió después. Antes, consideraba a ese Diablo engañador, a ese Demonio perverso, más digno de fe que los mandamientos de Dios, y con solo ver el árbol, pisoteó la ley que Él había establecido. Pero cuando llegó la expulsión del Paraíso, considera cuánto mejor y más sabia se volvió. Pues cuando dio a luz a un hijo, dijo: « He adquirido un hombre por medio del Señor». Inmediatamente corrió hacia el amo, quien antes lo había despreciado, y no atribuye el asunto a la naturaleza ni atribuye el nacimiento a las leyes del matrimonio, sino que reconoce al Señor de la Naturaleza y le agradece el nacimiento del pequeño. Y aquella que antes había engañado a su marido, después incluso educó al niño y le dio un nombre que por sí mismo era capaz de traer el don de Dios a su memoria; y de nuevo, cuando dio a luz a otro, dice: Dios me ha suscitado descendencia en lugar de Abel, a quien mató Caín.La mujer recuerda su calamidad y no se impacienta, sino que da gracias a Dios y llama al niño por su don, proporcionándole constantemente material de instrucción. Así, incluso en su misma privación, Dios le concedió un mayor beneficio. La mujer sufrió la expulsión del Paraíso, pero mediante su expulsión fue conducida al conocimiento de Dios, de modo que encontró algo mayor de lo que perdió.

IX

Y si fue provechoso, dice alguien, sufrir la expulsión del Paraíso, ¿por qué motivo Dios dio el Paraíso al principio? Esto resultó provechoso para el hombre, debido a nuestra negligencia, ya que, si al menos hubieran tenido cuidado de sí mismos, hubieran reconocido a su amo y hubieran sabido controlarse y mantenerse dentro de los límites, habrían permanecido en honor. Pero cuando trataron los dones que se les habían dado con insolencia, entonces se volvió provechoso que fueran expulsados. ¿Por qué motivo, entonces, Dios dio al principio? Para poder mostrar su propia bondad amorosa, y porque él mismo estaba dispuesto a llevarnos a un honor aún mayor. Pero fuimos causa de castigo y reprimenda por todos lados, expulsándonos por nuestra indiferencia hacia los bienes que nos fueron dados. Así como un padre cariñoso, al principio, permite que su hijo viva en su casa y disfrute de todos los bienes de su padre, pero cuando ve que se ha vuelto indigno del honor, lo aleja de su mesa, lo aleja de su vista y a menudo lo expulsa del hogar paterno para que, sufriendo la expulsión y mejorando gracias a este desaire y esta deshonra, vuelva a demostrarse digno de la restauración y herede la herencia de su padre. Así lo hizo Dios. Dio el Paraíso al hombre. Lo expulsó cuando pareció indigno, para que, viviendo fuera y a través de su deshonra, se volviera mejor, más autocontrolado y pareciera merecedor de la restauración. Y como después de estas cosas mejoró, lo trae de vuelta y le dice: « Hoy estarás conmigo en el Paraíso». ¿Ves que no fue el don del Paraíso, sino incluso la expulsión del Paraíso, una muestra del mayor cuidado? Pues si no hubiera sufrido la expulsión del Paraíso, no habría vuelto a parecer digno del Paraíso.

X

Por lo tanto, mantengamos este argumento en todo momento y apliquémoslo al caso del tema que nos ocupa. Dios dio un lenguaje común a todos. Esto forma parte de su amorosa bondad hacia los hombres. No usaron el don correctamente, sino que cayeron en la más absoluta necedad. Él les quitó lo que les había sido dado. Porque si, teniendo un solo lenguaje, cayeron en la gran necedad de querer construir una torre hasta el cielo, de no haber sido castigados inmediatamente, ¿no habrían deseado aferrarse a la altura del cielo mismo? ¿Por qué? Si, ​​en efecto, eso les fuera imposible, a pesar de que sus pensamientos impíos se derivan de su plan. Dios previó todo esto, y como no usaron correctamente su unidad de lenguaje, los dividió correctamente mediante la diferencia de lenguaje. Y vean conmigo su amorosa bondad. « He aquí», dice él , «todos tienen un solo lenguaje», y esto es lo que han comenzado a hacer. ¿Por qué no procedió de inmediato a la división de lenguas, sino que primero se defendió, como si fuera a ser juzgado en un tribunal? Y, sin embargo, al menos nadie puede decirle: "¿Por qué has hecho esto?". Sí, tiene libertad para hacer todo como quiera. Pero, aun así, como quien está a punto de rendir cuentas, presenta una defensa, enseñándonos a ser amables y amorosos. Porque si el amo se defiende ante sus siervos, incluso cuando le han hecho este agravio, mucho más debemos defendernos unos a otros, incluso si sufrimos el mayor agravio. Vean al menos cómo se defiende. " Miren, todos tienen una sola boca y un solo discurso", dice él, y esto es lo que han comenzado a hacer, como si dijera: "Que nadie me acuse de esto cuando vea la división de lenguas". Que nadie piense que esta diferencia de lenguaje fue impuesta a los hombres desde el principio. " Miren, todos tienen una sola boca y un solo discurso". Pero no usaron el don correctamente. Y para que entiendan que él no castiga por lo sucedido, sino que provee mejoras para el futuro, escuchen la continuación y ahora nada de lo que se propusieron hacer les fallará. Ahora bien, lo que dice es de este tipo: si no pagan el castigo ahora y se abstienen de la raíz misma de sus pecados, nunca cesarán de cometer maldad. Porque esto es lo que les fallará a todos los que se propusieron hacer.Significa, como si dijera, y añadirán otras acciones aún más monstruosas. Pues tal cosa es la maldad; si al comenzar no se le impide, como el fuego que prende leña, se eleva a una altura indescriptible.

XI

¿Ven que la privación de la unidad de expresión fue obra de mucha bondad? Les infligió la diferencia de expresión para que no cayeran en mayor maldad. Mantengan este argumento firme conmigo, y que permanezca siempre firme e inamovible en sus mentes: que no solo cuando otorga beneficios, sino incluso cuando castiga, Dios es bueno y amoroso. Pues incluso sus castigos y sus castigos son la mayor parte de su beneficencia, la mayor manifestación de su providencia. Por lo tanto, siempre que vean que ha habido hambrunas, pestes, sequías, lluvias inmoderadas, irregularidades atmosféricas o cualquier otra cosa que castiga la naturaleza humana, no se angusties ni se desanimen, sino adoren a Aquel que las causó, maravíllense de Él por Su tierno cuidado. Porque Aquel que hace estas cosas es tal que incluso castiga el cuerpo para que el alma se sane. Entonces, ¿Dice Dios estas cosas? Dios hace estas cosas, e incluso si toda la ciudad, es más, incluso si todo el universo estuviera aquí, no me abstendría de decir esto. Ojalá mi voz fuera más clara que una trompeta, y que fuera posible pararme en un lugar elevado y clamar a todos los hombres y testificar que Dios hace estas cosas. No digo estas cosas con arrogancia, sino que tengo al profeta a mi lado, clamando y diciendo: No hay mal en la ciudad que el Señor no haya hecho —ahora bien, mal es un término ambiguo; y deseo que aprendáis el significado exacto de cada expresión, para que por causa de la ambigüedad no confundáis la naturaleza de las cosas y caigáis en la blasfemia.

XII

Existe entonces el mal, que es realmente malo: la fornicación, el adulterio, la codicia y las innumerables cosas terribles que merecen el mayor reproche y castigo. También existe el mal, que no es malo, sino que se le llama así: el hambre, la peste, la muerte, la enfermedad y otros similares. Pues estos no serían males. Por eso dije que solo se les llama así. ¿Por qué, entonces? Porque si fueran males, no se habrían convertido en fuentes de bien para nosotros, castigando nuestro orgullo, aguijoneando nuestra pereza e incitándonos al celo, haciéndonos más atentos. Porque cuando, dijo uno, los mató, entonces lo buscaron, y regresaron, y acudieron temprano a Dios. Por lo tanto, llama mal a este mal que los castiga, que los purifica, que los hace más celosos, que los lleva al amor de la sabiduría; no a lo que es sospechoso y digno de reproche; Porque eso no es obra de Dios, sino una invención de nuestra propia voluntad, pero esto es para la destrucción del otro. Él llama entonces mal a la aflicción que surge de nuestro castigo; no por su propia naturaleza, sino según la perspectiva que los hombres tienen de ella. Pues como solemos llamar mal no solo a los robos y adulterios, sino también a las calamidades, él ha llamado el asunto según la opinión de la humanidad. Esto es, pues, lo que dice el profeta: « No hay mal en la ciudad que el Señor no haya hecho». Esto también por medio de Isaías, Dios lo dejó claro al decir: « Yo soy Dios que hace la paz y crea el mal», llamando de nuevo males a las calamidades. Cristo también alude a este mal, diciendo a los discípulos: « A cada día le basta su propio mal».Es decir, la aflicción, la miseria. Es evidente, pues, que aquí llama al castigo un mal; y él mismo nos lo impone, ofreciéndonos la mayor visión de su providencia. Pues el médico no solo es digno de elogio cuando conduce al paciente a jardines y prados, ni siquiera a baños y estanques, ni cuando le pone una mesa bien servida, sino cuando le ordena no comer, cuando lo oprime de hambre y lo abate de sed, lo confina en su cama, convirtiendo su casa en una prisión, privándolo de la luz misma y ensombreciendo su habitación con cortinas por todos lados; y cuando corta, cauteriza y le trae sus medicinas amargas, es igualmente un médico. ¿Cómo no es entonces absurdo llamar médico a quien hace tantas maldades, sino blasfemar contra Dios si en algún momento hace alguna de estas cosas, si trae hambre o muerte, y rechaza su providencia sobre todo? Y, sin embargo, Él es el único verdadero médico tanto de almas como de cuerpos. Por eso, a menudo se apodera de nuestra naturaleza desenfrenada en la prosperidad, atormentada por la fiebre del pecado, y por la necesidad, el hambre, la muerte y otras calamidades, y con las demás medicinas que Él conoce, nos libra de las enfermedades. Pero solo los pobres sienten hambre, dice alguien. Pero Él no castiga solo con hambre, sino con innumerables otras cosas. A menudo ha corregido con hambre al pobre, pero al rico y al que goza de prosperidad, con peligros, enfermedades y muertes prematuras. Porque Él está lleno de recursos, y las medicinas que tiene para nuestra salvación son múltiples.

XIII

Así también actúan los jueces. No honran ni coronan solo a quienes viven en las ciudades, ni solo ofrecen regalos, sino que también corrigen con frecuencia. Por ello, afilan la espada y preparan los tormentos; la rueda, el cepo, los verdugos y otras innumerables formas de castigo. Lo que el verdugo es para los jueces, el hambre lo es para Dios: como un verdugo que nos corrige y nos aleja del vicio. Esto también se puede ver en el caso de los labradores: no solo protegen la raíz de la vid, ni la cercan, sino que la podan y cortan muchas ramas; por ello, no solo tienen una azada, sino también una hoz, apta para cortar. Sin embargo, no los criticamos, sino que, sobre todo, los admiramos, cuando los vemos cortar lo inútil, para que, al rechazar lo superfluo, garanticen la seguridad de lo que queda. ¿Cómo no es entonces absurdo que aprobemos así a un padre, a un médico, a un juez y a un labrador, y que no culpemos ni censuremos a quien expulsa a su hijo de casa, ni al médico que tortura a su paciente, ni al juez que corrige, ni al labrador que poda? En cambio, culpemos y castiguemos con innumerables acusaciones a Dios si alguna vez nos resucitara, cuando estamos, por así decirlo, embrutecidos por la gran embriaguez que nace de la maldad. ¡Cuánta locura no sería ni siquiera permitirle a Dios compartir la misma autojustificación que compartimos con nuestros consiervos!

XIV

Temiendo esto por quienes injurian a Dios, hablo ahora para que no cocesen contra el aguijón, se cubran los pies de sangre, arrojen piedras al cielo y reciban heridas en la cabeza. Pero tengo algo más que decir, mucho más allá de esto. Porque omitiendo preguntar (y lo digo a modo de concesión) si Dios nos quitó para nuestro beneficio, solo digo esto: que si Él tomó lo que se le había dado, ni siquiera así, nadie podría reprochárselo. Porque Él era Señor de lo suyo. Ciertamente, entre los hombres, cuando nos confían dinero y nos prestan plata, les damos las gracias por el tiempo que nos lo prestaron; no nos indignamos cuando nos quitan lo suyo. ¿Y acaso reprocharemos a Dios que quiere quitarnos lo suyo? ¿Acaso no es esto el colmo de la locura? Sí, el gran y noble Job no actuó así. Pues no solo cuando recibió, sino incluso cuando fue privado, da las mayores gracias a Dios diciendo: « El Señor dio, el Señor quitó; sea bendito el nombre del Señor por siempre». Pero si es correcto dar gracias por ambos, incluso por separado, y la privación no es menos útil que el otorgamiento, ¿qué excusa tendríamos, dime, al recompensar con un espíritu contrario y ser impacientes con Él cuando deberíamos adorar, quien es tan gentil, amoroso y cuidadoso, más sabio que cualquier médico, más lleno de afecto que cualquier padre, más justo que cualquier juez y más ansioso que cualquier labrador por sanar estas almas nuestras? ¿Qué podría ser, entonces, más loco e insensato que quienes, en medio de tan buen orden, dicen que estamos privados de la providencia de Dios? Porque, así como si alguien afirmara que el alma está turbia y fría, daría un ejemplo de extrema locura con su opinión; Así pues, si alguien duda de la providencia de Dios, mucho más aún está expuesto a ser acusado de locura.

XV

No es tan manifiesto el Sol como lo es la providencia de Dios. Sin embargo, algunos se atreven a decir que los demonios administran nuestros asuntos. ¿Qué puedo hacer? Tienen un Maestro amoroso. Él prefiere ser blasfemado por ustedes con estas palabras, antes que confiar sus asuntos a los demonios y convencerlos con la realidad de cómo los demonios administran. Porque entonces conocerían bien su maldad por experiencia propia. Pero ahora es posible, por así decirlo, explicárselo con un pequeño ejemplo. Algunos hombres poseídos por demonios, saliendo de las tumbas, se encontraron con Cristo, y los demonios le suplicaban que les permitiera entrar en la piara de cerdos. Y él los permitió, y ellos se fueron, y enseguida los arrojó a todos de cabeza. Así gobiernan los demonios; y sin embargo, para ellos los cerdos no eran de particular importancia, pero entre ustedes siempre hay una guerra sin tregua, una lucha implacable y un odio eterno. Y si en el caso de aquellos con quienes no tenían nada en común ni siquiera soportaron que se les permitiera un breve respiro, si hubieran caído en sus manos, a través de sus enemigos que los atacan constantemente, ¿qué no habrían hecho? ¿Y qué daño incurable no habrían cometido? Por esta razón, Dios los dejó caer sobre la piara de cerdos, para que, en el caso de los cuerpos de animales irracionales, se pueda comprender su maldad, y que habrían hecho a los poseídos lo que hicieron a los cerdos si los endemoniados, en su locura, no hubieran experimentado la providencia de Dios, es evidente para todos. Y ahora, por lo tanto, cuando vean a un hombre excitado por un demonio, adoren al Maestro. Aprendan la maldad de los demonios. Porque es posible ver ambas cosas en el caso de estos demonios: la bondad de Dios y la maldad de los demonios. La maldad de los demonios cuando acosan y perturban el alma del demente; y la bondad de Dios cuando restringe y obstaculiza a un demonio tan feroz, que se ha instalado en su interior y desea derribar al hombre, impidiéndole usar su propio poder al máximo, sino que le permite desplegar la fuerza justa para hacerlo entrar en razón y hacer evidente su propia maldad. ¿Quieres dar otro ejemplo para ver una vez más cómo un demonio organiza las cosas cuando Dios le permite usar su propio poder? EspañolConsiderad las manadas, los rebaños de Job, cómo en un instante de tiempo aniquiló todo, considerad la muerte lastimosa de los niños, el golpe que fue asestado a su cuerpo: y veréis el carácter salvaje e inhumano e implacable de la maldad de los Demonios, y por estas cosas sabréis claramente que si Dios hubiera confiado todo este mundo a su autoridad, ellos habrían confundido y perturbado todo, y nos habrían asignado a nosotros su tratamiento de los cerdos y de aquellas manadas, ya que ni siquiera por un pequeño respiro de tiempo habrían podido soportar ahorrarnos nuestra salvación.Si los demonios organizaran los asuntos, no estaríamos en mejor condición que los poseídos, sino que seríamos peores que ellos. Pues Dios no los entregó por completo a la tiranía de los demonios; de lo contrario, sufrirían cosas mucho peores que las que ahora padecen. Y quisiera preguntarles a quienes dicen esto: ¿qué clase de desorden ven en el presente, que atribuyen todos nuestros asuntos a la organización de los demonios? Y, sin embargo, vemos el sol durante tantos años procediendo día a día en orden regular, una multitud de estrellas manteniendo su propio orden, los cursos de la luna sin obstáculos, una sucesión invariable de noche y día, todas las cosas, tanto arriba como abajo, como si estuvieran en cierta armonía apropiada, sí, incluso mucho más, y con mayor precisión, cada una manteniendo su propio lugar, y sin apartarse del orden que Dios, quien las creó, ordenó desde el principio.

XVI

¿Y de qué sirve todo esto?, dice uno, si el cielo, el sol, la luna, el conjunto de estrellas y todo lo demás mantienen un orden excelente, pero nuestros asuntos están llenos de confusión y desorden. ¿Qué clase de confusión, oh hombre, y desorden? Uno, dice, es rico y arrogante; es rapaz y avaro, despoja a los pobres día tras día y no sufre ninguna aflicción terrible. Otro vive en la tolerancia, el autocontrol y la rectitud, y está adornado con todas las demás buenas cualidades, y es castigado por la pobreza, la enfermedad y aflicciones extremadamente terribles. ¿Son estas, entonces, las cosas que te ofenden? Sí, estas, dice él. Si ves, pues, tanto a los rapaces, a muchos castigados, como a los que viven virtuosamente, sí, algunos incluso disfrutando de innumerables bienes, ¿por qué no abandonas tu opinión y te contentas con el Todopoderoso? Porque es esto mismo lo que más me ofende. ¿Por qué, cuando hay dos hombres malvados, uno es castigado y el otro se libra y escapa; y cuando hay dos hombres buenos, uno es honrado y el otro continúa bajo castigo? Y esto mismo es una gran obra de la providencia de Dios. Si castigara a todos los hombres malvados aquí, y honrara a todos los buenos aquí, un día de juicio sería superfluo. Si no castigara a ningún malvado ni honrara a ninguno de los buenos, entonces los vil se volverían más vil y peores, por ser más descuidados que los excelentes, y quienes quisieran blasfemar acusarían a Dios aún más, diciendo que nuestros asuntos están completamente privados de su providencia. Porque si cuando ciertos hombres malvados son castigados y ciertos hombres buenos castigados, también dicen que los asuntos humanos no están sujetos a ninguna providencia; si ni siquiera esto sucediera, ¿qué no dirían? ¿Y qué palabras no lanzarían? Por esta razón, a algunos malvados los castiga, a otros no, y a algunos buenos los honra y a otros no. No los castiga a todos para persuadirlos de que hay una Resurrección. Pero castiga a algunos para que, por temor al castigo de los demás, los más descuidados se vuelvan más serios. Honra también a algunos buenos para que, con sus honores, induzca a otros a emular su virtud. Pero no los honra a todos para que aprendan que hay otro momento para recompensarlos. Porque si todos recibieran su merecido aquí, descreerían del relato de la Resurrección. Pero si nadie recibiera su merecido aquí, la mayoría se volvería más descuidada. Por esta razón, a algunos los castiga, y a otros no, beneficiando tanto a los castigados como a los que no. Porque separa su maldad de la de aquellos, y, mediante su castigo, hace que los demás sean más moderados. Y esto se desprende de lo que dijo el propio Cristo.Porque cuando le anunciaron que una torre había sido derribada y que había sepultado a ciertos hombres, les dijo:¿Qué creen? ¿Que estos hombres eran solo pecadores? Les digo que no, pero si no se arrepienten, también sufrirán lo mismo.

XVII

¿Ves cómo aquellos perecieron por su pecado, y los demás no escaparon por su rectitud, sino para mejorar gracias al castigo ajeno? ¿Acaso no fueron entonces los castigados injustamente tratados? —dice alguien—. Pues podrían, sin ser castigados, mejorar gracias al castigo ajeno. Pero si Dios hubiera sabido que mejorarían con la penitencia, Dios no los habría castigado. Pues si, al prever que muchos no aprovecharían nada de su paciencia, los soporta con mucha tolerancia, cumpliendo su parte y brindándoles la oportunidad de salir de su propia insensatez y recobrar la cordura algún día; ¿cómo podría privar del beneficio del arrepentimiento a quienes estaban a punto de mejorar gracias al castigo ajeno? De modo que no son tratados injustamente, pues su mal es erradicado por el castigo y su castigo es más leve allí, porque ya sufrieron aquí. Además, quienes no fueron castigados no son tratados injustamente; Pues les habría sido posible, si lo hubieran deseado, haber usado la paciencia de Dios para lograr un cambio excelente, y, maravillándose de su tolerancia, haberse avergonzado de su extrema paciencia, y un día haber adoptado la virtud y haber obtenido su propia salvación mediante el castigo de otros. Pero si permanecen en la maldad, no es culpa de Dios, quien por esta razón fue paciente para recuperarlos, sino que son indignos de perdón quienes no usaron correctamente la paciencia de Dios. Y no solo es posible usar este argumento como razón para que todos los malvados no sean castigados aquí, sino también otro no menor. ¿De qué clase es esto, entonces? Que si Dios hubiera traído sobre todos los castigos que merecían sus pecados, nuestra raza habría sido aniquilada y no habría llegado a la posteridad. Y para que sepan que esto es cierto, escuchen al profeta que dice: « Si observaste la iniquidad, Señor, ¿quién se mantendrá en pie?» . Y si les parece bien investigar este dicho, dejando solo la investigación precisa de la vida de cada uno (pues ni siquiera es posible saber todo lo que cada uno ha logrado), presentemos los pecados que todos, sin contradicción, cometen: y de estos nos resultará claro y manifiesto que si fuéramos castigados por cada uno de nuestros pecados, hace mucho tiempo que habríamos perecido. Quien ha llamado necio a su hermano, está sujeto al infierno de fuego.—dice Él—. ¿Hay entonces alguno de nosotros que nunca haya cometido este pecado? ¿Qué, entonces? ¿Debería ser arrebatado inmediatamente? Por lo tanto, todos habríamos sido arrebatados y habríamos desaparecido, hace mucho, mucho tiempo. Además, quien jura, dice que, incluso si cumple su juramento, hace las obras del maligno. ¿Quién hay, entonces, que no haya jurado? Sí, mejor dicho, ¿quién hay que nunca haya jurado en falso? Quien mira a una mujer, dice que es completamente adúltero, y de este pecado cualquiera encontraría a muchos culpables. Entonces, cuando estos pecados reconocidos son tan insufribles, y cada uno de ellos por sí mismo nos trae un castigo inevitable, si contáramos los pecados secretos que cometimos, entonces veremos especialmente que la providencia de Dios no nos trae castigo por cada pecado. Así que cuando veas a alguien rapaz, codicioso y no castigado, entonces abre tu propia conciencia; Haz un balance de tu propia vida, repasa los pecados cometidos y aprenderás con razón que, primero en tu propio caso, no conviene ser castigado por cada uno de tus pecados. Por esta razón, la mayoría se expresa con imprudencia, pues no priorizan su propio caso, mientras que nosotros, dejando de lado el nuestro, examinamos el de los demás. Pero ya no hagamos esto, sino lo contrario, y si ves a un justo castigado, recuerda a Job: pues si alguien es justo, no será más justo que ese hombre, ni se le acercará. Y si sufre innumerables males, aún no ha sufrido tanto como ese hombre.

XVIII

Teniendo esto presente, deja de acusar al amo; comprende que Dios no permite que alguien sufra por abandonarlo, sino por el deseo de coronarlo y hacerlo más distinguido. Y si ves a un pecador castigado, recuerda al paralítico que pasó treinta y ocho años en cama. Porque ese hombre fue entregado entonces a esa enfermedad por el pecado, escucha a Cristo decir: « Mira, estás sano; no peques más, para que no te suceda algo peor». Porque o bien cuando somos castigados, pagamos la pena de nuestros pecados, o bien recibimos la ocasión de ser coronados si, viviendo en rectitud, sufrimos. De modo que, ya vivamos en rectitud o en pecado, el castigo nos es útil, a veces nos hace más distinguidos, a veces nos hace más autocontrolados y alivia el castigo que nos espera. Por eso es posible que alguien castigado aquí, y soportando el castigo con gratitud, experimente un castigo más leve allá. Oye a San Pablo decir: « Por esta razón muchos están débiles y enfermos, y algunos duermen». Porque si nos juzgáramos a nosotros mismos, no seríamos juzgados. Pero cuando somos juzgados, somos corregidos por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo. Sabiendo todo esto, pues, moralicemos de esta manera sobre la providencia de Dios y callemos la boca de los que contradicen. Y si alguno de los acontecimientos que suceden escapa a nuestro entendimiento, no consideremos por ello que nuestros asuntos no están gobernados por la providencia, sino que, percibiendo su providencia en parte, en lo incomprensible, cedamos a la inescrutable sabiduría de su sabiduría. Porque si no es posible para quien no está familiarizado con ella comprender el arte de un hombre, mucho más es imposible para el entendimiento humano comprender la infinitud de la providencia de Dios. Pues sus juicios son insondables y sus caminos inescrutables.Pero, sin embargo, a partir de pequeñas porciones obtenemos una fe clara y manifiesta en el conjunto; le damos gracias por todo lo que sucede. Porque hay incluso otra consideración innegable para quienes desean moralizar sobre la providencia de Dios. Pues preguntaríamos a los que contradicen: ¿existe entonces Dios? Y si dicen que no, no les respondamos. Porque así como es inútil responder a los locos, también lo es para quienes dicen que no hay Dios. Porque si un barco con pocos marineros y pasajeros no se navegaría con seguridad ni siquiera una milla sin la mano que lo guía, mucho más un mundo como este, con tantas personas en él, compuesto de diferentes elementos, no habría durado tanto tiempo si no existiera una providencia que lo presida, que gobierna y mantiene continuamente todo este entramado. Y si, avergonzados, por la opinión común de todos y la experiencia de los hechos, confiesan que hay un Dios, digámosles esto. Si hay un Dios, como de hecho lo hay, se deduce que es justo, pues si no lo es, tampoco es Dios, y si lo es, recompensa a cada uno según lo que merece. Pero no vemos aquí que todos reciban según lo que merecen. Por lo tanto, es necesario esperar otra recompensa, para que, al recibir cada uno según lo que merece, se manifieste la justicia de Dios. Pues esta consideración no solo contribuye a nuestra sabiduría sobre la providencia, sino también sobre la Resurrección; y enseñemos a otros, y esforcémonos por callar a quienes despotrican contra el Maestro, y glorifiquémoslo nosotros mismos en todo. Así ganaremos más de su cuidado y disfrutaremos de gran parte de su influencia, y así podremos escapar del mal real y obtener el bien futuro, por la gracia y la bondad de nuestro Señor Jesucristo.

HOMILÍA 2

I

Cuando Isaac, en la antigüedad, anhelaba comer de su hijo, lo enviaba de la casa a la caza. Pero cuando este Isaac deseaba aceptar comida de mi parte, no me enviaba de la casa, sino que corría a nuestra mesa. ¿Quién podría ser más tierno y cariñoso que él? ¿Quién más humilde? ¿Quién creyó oportuno mostrar su cálido amor de esta manera y se dignó descender hasta tal punto? Por esta razón, sin duda, nosotros también, habiendo gastado el tono de nuestra voz y la fuerza de nuestros pies en el discurso matutino, al ver su rostro paternal, olvidamos nuestra debilidad, dejamos a un lado la fatiga y nos sentimos exultantes de alegría; vimos su ilustre cana, y nuestra alma se llenó de luz. Por esta razón también, preparamos nuestra mesa con prontitud, para que comiera y nos bendijera. No hay fraude ni engaño aquí, como entonces, allí. A uno se le ordenó traer la comida, pero otro la trajo. Pero se me ordenó traerlo, y lo traje. Bendíceme entonces, oh padre mío, con la bendición espiritual, que todos también oramos por recibir siempre, y que es provechosa no solo para ti, sino también para mí y para todos estos. Ruega al Señor común que prolongue tu vida hasta la vejez de Isaac. Porque esto es, tanto para mí como para estos, más valioso y más necesario que el rocío del cielo y la grosura de la tierra.

II

Pero es hora de proceder a preparar la mesa; ¿qué es esto, entonces? Lo que queda de lo que se dijo recientemente, en vista de nuestro amor por ustedes. Porque aún, aún, renovamos nuestro discurso sobre el Diablo, que comenzamos hace dos días, y que también dirigimos a los iniciados esta mañana, cuando les hablamos sobre la renuncia y el pacto. Y lo hacemos, no porque nuestro discurso sobre el Diablo nos resulte agradable, sino porque su doctrina les infunde seguridad. Porque él es un enemigo y un adversario, y es una gran seguridad conocer con claridad las tácticas de sus enemigos. Hemos dicho recientemente que él no vence por la fuerza, ni por la tiranía, ni por la compulsión, ni por la violencia. Si así fuera, habría destruido a todos los hombres. Y en testimonio de esto, presentamos a los cerdos, contra los cuales los demonios no pudieron aventurarse nada, antes del permiso del Maestro: las manadas y los rebaños de Job. Porque ni siquiera el Diablo se atrevió a destruirlos hasta que recibió poder de lo alto. Aprendimos, pues, primero que él no nos vence por la fuerza ni por obligación. A continuación, añadimos que incluso cuando vence con engaño, no vence a todos. Luego, volvimos a poner en medio a ese atleta, Job, contra quien urdió innumerables planes, y ni siquiera así lo venció, sino que se retiró derrotado. Queda una pregunta: ¿Qué es, entonces, el asunto? Que si no vence —dice uno— por la fuerza, sí por engaño. Y por eso sería mejor que fuera destruido. Porque si Job lo venció, Adán fue engañado y derrotado. Si de una vez por todas hubiera sido eliminado del mundo, Adán nunca habría sido derrotado. Pero ahora permanece, y es derrotado, aunque por uno solo, pero vence a muchos. Diez lo vencieron, pero él mismo vence y lucha contra diez mil, y si Dios lo hubiera quitado del mundo, estos diez mil no habrían perecido. ¿Qué diremos entonces a esto? Que, en primer lugar, quienes vencen son mucho más valiosos que quienes son derrotados, aunque estos últimos sean más y aquellos menos. Porque mejor es uno, dice quien hace la voluntad de Dios, que diez mil transgresores. Y, además, que si se elimina al antagonista, el vencedor resulta perjudicado. Porque si se deja al adversario, los más perezosos son perjudicados, no por los más diligentes, sino por su propia pereza; mientras que si se elimina al antagonista, los más diligentes son traicionados por culpa de los perezosos, y no exhiben su propio poder ni ganan coronas.

III

Quizás aún no hayan entendido lo que se ha dicho. Por lo tanto, es necesario que lo repita con más claridad. Que haya un antagonista. Pero que haya también dos atletas a punto de luchar contra él, y de estos dos atletas, que uno esté consumido por la glotonería, desprevenido, falto de fuerza, sin nervios; mientras que el otro sea diligente, de buenos hábitos, pasando el tiempo en la escuela de lucha, en muchos ejercicios gimnásticos y exhibiendo toda la práctica necesaria para la contienda. Si, entonces, eliminas al antagonista, ¿a cuál de estos dos has perjudicado? ¿Al perezoso, orante e imprevisto, o al diligente que tanto se ha esforzado? Es evidente que es al diligente: pues uno, en efecto, es perjudicado por el perezoso, después de que el antagonista ha sido eliminado. Pero el perezoso, mientras permanece, ya no es perjudicado por el diligente. Pues ha caído debido a su propia pereza.

IV

Les presentaré otra solución a esta cuestión, para que aprendan que el Diablo no hace daño, sino que su propia pereza, en todas partes, derriba a quienes no prestan atención. Que se le permita al Diablo ser extremadamente malvado, no por naturaleza, sino por elección y convicción. Que el Diablo no es malvado por naturaleza, aprendan de sus mismos nombres. Pues el Diablo, el calumniador, se llama así por calumniar; pues calumnió al hombre ante Dios diciendo: " ¿Acaso Job te respeta por nada?" Pero extiende la mano y toca lo que tiene, a ver si no te blasfema en tu cara. Calumnió de nuevo a Dios ante el hombre diciendo: " Cayó fuego del cielo y quemó a las ovejas".Porque ansiaba persuadirlo de que esta guerra provenía de arriba, de los cielos, y que disendió al siervo con su amo, y al amo con su siervo; más bien, no los disendió, sino que lo intentó, pero no pudo, para que cuando tú disentieras con otro siervo de su amo, de Adán con Dios, y creyendo en la calumnia del Diablo, supieras que su fuerza no se debía a su propio poder, sino a la pereza y descuido de ese hombre. Por eso se le llama Diablo. Pero calumniar y abstenerse de calumniar no es natural, sino una acción que ocurre y deja de ocurrir, que ocurre y deja de ocurrir. Ahora bien, tales cosas no alcanzan el rango de la naturaleza o la esencia de una cosa. Sé que esta consideración sobre la esencia y el accidente es difícil de comprender para muchos. Pero hay quienes pueden prestar un oído más atento, por lo que también hemos hablado de estas cosas. ¿Deseas que adopte otro nombre? Verás que ese tampoco es un nombre que pertenezca a su esencia o naturaleza. Se le llama malvado. Pero su maldad no proviene de su naturaleza, sino de su elección. Porque incluso esto a veces está presente, a veces está ausente. No me digas entonces que siempre permanece con él. Porque no estaba con él al principio, sino que después le sobrevino; por eso se le llama apóstata. Aunque muchos hombres son malvados, solo él es llamado malvado por preeminencia. ¿Por qué, entonces, se le llama así? Porque aunque no le hicimos ningún agravio, sin rencor, ni pequeño ni grande, cuando vio que la humanidad era respetada, enseguida envidió su bien. Por lo tanto, ¿qué podría ser peor que esta maldad, excepto cuando existen odio y guerra, sin ninguna causa razonable? Dejemos entonces al Diablo en paz, y presentemos la creación, para que aprendan que el Diablo no es la causa de nuestros males, si tan solo prestemos atención: para que aprendan que los débiles en su elección, los desprevenidos y los perezosos, incluso si no hubiera Diablo, caen y se precipitan en muchas profundidades de maldad. El Diablo es malvado. Lo sé por mí mismo y todos lo reconocen; sin embargo, presten atención estricta a lo que se dirá a continuación. Porque no son asuntos comunes, sino aquellos sobre los que surgen muchas palabras, muchas veces y en muchos lugares, sobre los que hay muchas luchas y batallas, no solo de parte de los fieles contra los incrédulos, sino también de parte de los fieles contra los fieles. Porque esto es lo que está lleno de dolor.

V

Como dije, el Diablo es reconocido por todos como malvado. ¿Qué diremos de esta hermosa y maravillosa creación? ¿Acaso la creación también es malvada? ¿Y quién es tan corrupto, tan torpe y demente como para acusar a la creación? ¿Qué diremos entonces de esto? Porque no es malvada, sino hermosa y una muestra de la sabiduría, el poder y la bondad de Dios. Escuchen al menos cómo el profeta se maravilla al decir: «¡ Cuán magnificadas son tus obras, Señor! Con sabiduría las has creado todas». Las revisó una por una, pero se retiró ante la incomprensible sabiduría de Dios. Y que la haya hecho tan hermosa y vasta, escuchen a alguien decir: « De la inmensidad y belleza de las criaturas, se ve proporcionalmente a su creador». Escuchen también a Pablo decir: « Porque las cosas invisibles de Él, desde la creación del mundo, se ven claramente, al ser percibidas a través de las cosas creadas». Pues cada uno de estos con los que habló declaró que la creación nos conduce al conocimiento de Dios, porque nos hace conocer plenamente al Maestro. ¿Qué entonces? Si vemos que esta hermosa y maravillosa creación se convierte en causa de impiedad para muchos, ¿debemos culparla? De ninguna manera, excepto aquellos que no supieron usar la medicina correctamente. ¿De dónde, entonces, es esto que nos conduce al conocimiento de Dios, causa de impiedad? El sabio dice que estaban oscurecidos en sus entendimientos, y adoraban y servían a la criatura más que al creador. El Diablo no está aquí, un Demonio no está aquí, sino que solo la creación se nos presenta como maestra del conocimiento de Dios. ¿Cómo, entonces, se ha convertido en causa de impiedad? No debido a su propia naturaleza, sino debido a la negligencia de quienes no prestan atención. ¿Qué entonces? ¿Acaso eliminaremos incluso la creación? Dime.

VI

¿Y por qué hablo de la creación? Hablemos de nuestros propios miembros. Porque incluso estos serán causa de destrucción si no prestamos atención, no por su propia naturaleza, sino por nuestra pereza. Y mira: se te dio un ojo para que puedas contemplar la creación y glorificar al Maestro. Pero si no lo usas bien, se convierte en un instrumento de adulterio. Se te dio una lengua para que puedas hablar bien, para que puedas alabar al Creador. Pero si no prestas atención, se convierte en causa de blasfemia. Se te dieron manos para que las extendieras a la oración. Pero si no eres precavido, las extiendes a la codicia. Se te dieron pies para que corras a las buenas obras, pero si eres descuidado, causarás malas obras por medio de ellos. ¿Ves que todo daña al hombre débil? ¿Ves que incluso las medicinas de la salvación infligen la muerte al débil, no por su propia naturaleza, sino por su debilidad? Dios creó el cielo para que te maravillaras de su obra y adorases al Maestro. Pero otros, dejando de lado al Creador, han adorado el cielo; y esto por su propia negligencia e insensatez. Pero ¿por qué hablo de la creación? ¿Qué podría ser más propicio para la salvación que la Cruz? Pero esta Cruz se ha convertido en una ofensa para los débiles. Porque la palabra de la Cruz es locura para los que se pierden; pero para los que se salvan, es poder de Dios. Y, además, predicamos a Cristo crucificado, piedra de tropiezo para los judíos y locura para los gentiles. ¿Qué podría ser más apto para enseñar que Pablo y los apóstoles? Pero los apóstoles se convirtieron en olor de muerte para muchos. Él dice que al menos a uno, olor de muerte para muerte; al otro, olor de vida para vida. ¿ Ves que al débil lo hiere incluso Pablo, pero al fuerte no lo hiere ni siquiera el Diablo?

VII

¿Deseas que argumentemos en el caso de Jesucristo? ¿Qué es igual a esa salvación? ¿Qué es más provechoso que esa presencia? Pero esta misma presencia salvadora, tan provechosa, se convirtió en un medio adicional de castigo para muchos. Pues para juicio dice que él vino a este mundo, para que los que no ven, vean, y para que los que ven, se vuelvan ciegos. ¿Qué dices? ¿La luz se convirtió en causa de ceguera? La luz no se convirtió en causa de ceguera, sino que la debilidad de los ojos del alma no pudo contemplarla. Has visto que un hombre débil es herido por todos lados, pero el fuerte se beneficia por todos lados. Porque en todo caso, el propósito es la causa, en todo caso la disposición domina. Porque el Diablo, si lo entiendes, es incluso provechoso para nosotros, si lo usamos correctamente, y nos beneficia enormemente, y obtenemos ventajas extraordinarias; y esto lo demostramos en pequeña medida con el caso de Job. Y también es posible aprender esto de Pablo: pues al escribir sobre el fornicario, dice: « Entreguen a ese tal a Satanás para la destrucción de la carne, para que el espíritu sea salvo». He aquí que incluso el Diablo se ha convertido en causa de salvación, pero no por su propia disposición, sino por la habilidad del Apóstol. Pues como los médicos, tomando serpientes y cortando sus miembros destructivos, preparan medicinas para antídotos, así también lo hizo Pablo. Tomó todo lo que fuera provechoso del castigo que procede del Diablo, y dejó el resto en paz; para que puedan aprender que el Diablo no es la causa de la salvación, sino que se apresuró a destruir y devorar a la humanidad. Pero que el Apóstol, por su propia sabiduría, le cortó la garganta: escuchen en la segunda epístola a los Corintios lo que dice sobre este mismo fornicario, confirmen su amor hacia él, no sea que de alguna manera tal persona sea absorbida por demasiada tristeza. Y seamos aprovechados por Satanás. Hemos arrebatado de antemano al hombre de las fauces de la bestia salvaje, dice. Pues el Apóstol a menudo usó al Diablo como verdugo. Pues los verdugos castigan a quienes han obrado mal, no como ellos quieren, sino como los jueces permiten. Pues esta es la regla para el verdugo: tomar venganza, atendiendo al mandato del juez. ¿Ves a qué dignidad ascendió el Apóstol? El que estaba investido de un cuerpo, usó al incorpóreo como verdugo; y lo que su amo común le dice al Diablo, respecto a Job: le ordena así: « Toca su carne, pero no tocarás su vida»; dándole un límite y una medida de venganza, para que la bestia salvaje no fuera impetuosa y saltara sobre él con demasiada desvergüenza; esto también hace el Apóstol. Porque al entregarle al fornicario, dice: « Para la destrucción de la carne, es decir».No tocarás su vida. ¿Ves la autoridad del siervo? No temas, pues, al Diablo, aunque sea incorpóreo, pues ha entrado en contacto con él. Y nada es más débil que quien ha entrado en tal contacto, aunque no esté investido de cuerpo, como tampoco nada es más fuerte que quien tiene valentía, aunque lleve consigo un cuerpo mortal.

VIII

He dicho todo esto, no para exonerar al Diablo de culpa, sino para liberarlos de la pereza. Pues él desea con insistencia atribuirse la causa de nuestros pecados a sí mismo, para que, alimentados por estas esperanzas y adentrándonos en toda clase de maldad, aumentemos el castigo en nuestro propio caso y no encontremos perdón por haberle atribuido la causa. Tal como Eva no lo encontró. Pero no hagamos esto. Conozcámonos a nosotros mismos. Conozcamos nuestras heridas. Así podremos aplicar las medicinas. Quien desconoce su enfermedad, no se preocupará por su debilidad. Hemos pecado mucho: lo sé bien. Porque todos somos pasibles de castigo. Pero no estamos privados del perdón; ni nos apartaremos del arrepentimiento, pues aún estamos en la arena, en las luchas del arrepentimiento. ¿Eres viejo y has llegado al último respiro de la vida? No consideres ni siquiera así que has caído del arrepentimiento, ni desesperes de tu propia salvación, sino considera al ladrón que fue liberado en la cruz. ¿Qué fue más breve que la hora en que fue coronado? Sin embargo, incluso esto le bastó para la salvación. ¿Eres joven? No confíes en tu juventud ni pienses que tienes un plazo de vida muy fijo, pues el día del Señor llega como ladrón en la noche. Por eso ha hecho invisible nuestro fin, para que podamos aclarar nuestra diligencia y previsión. ¿No ves a los hombres ser arrebatados prematuramente día tras día? Por eso alguien amonesta: no te demores en volverte al Señor ni lo pospongas día tras día, no sea que, al demorarte, seas destruido. Que el anciano guarde esta advertencia, que el joven siga este consejo. Sí, ¿estás seguro, eres rico, abundas en riquezas y no te aflige la aflicción? Todavía escucha lo que dice Pablo cuando dicen paz y seguridad, y luego les sobreviene una destrucción repentina. Las cosas están llenas de cambios. No somos dueños de nuestro fin. Seamos dueños de la virtud. Nuestro Maestro, Cristo, es amoroso.

IX

¿Deseas que te hable de los caminos del arrepentimiento? Son muchos, variados y diferentes, y todos conducen al cielo. El primer camino del arrepentimiento es la condenación de los pecados. Declara primero tus pecados para que seas justificado. Por eso también dijo el profeta : «Dije: Declararé mi transgresión al Señor, y tú perdonaste la iniquidad de mi corazón». Condénate, pues, por tus pecados. Esto le basta al Maestro como defensa propia. Porque quien condena sus pecados, tarda más en volver a caer en ellos. Despierta tu conciencia, ese acusador interior, para que no tengas acusador en el tribunal del Señor. Este es un camino de arrepentimiento, el mejor; y hay otro no menor que este: no guardar rencor a tus enemigos, dominar la ira y perdonar los pecados de nuestros consiervos. Porque así nos serán perdonados los pecados cometidos contra el Señor. Mira la segunda expiación de los pecados: Porque si perdonáis —dice él— a vuestros deudores, vuestro Padre Celestial también os perdonará a vosotros. ¿ Deseas aprender una tercera vía de arrepentimiento? Oración ferviente y diligente, y hacerlo desde el fondo del corazón. ¿No has visto a aquella viuda cómo persuadió al juez desvergonzado? Pero tú tienes un Maestro gentil, tierno y bondadoso. Ella pidió contra sus adversarios, pero tú no pides contra tus adversarios, sino por tu propia salvación. Y si quieres aprender una cuarta vía, yo diría que es la limosna. Porque esta tiene un gran poder e inefable. Porque Daniel le dijo a Nabucodonosor cuando había llegado a toda clase de maldad y había entrado en toda impiedad: Oh Rey, que mi consejo te sea aceptable: redime tus pecados con la limosna y tus iniquidades con la compasión hacia los pobres.¿Qué podría compararse con esta bondad amorosa? Después de innumerables pecados, después de tantas transgresiones, se le promete que se reconciliará con aquel con quien ha entrado en conflicto si muestra bondad a sus compañeros de servicio. Y la modestia y la humildad, no menos que todas las palabras pronunciadas, agotan la naturaleza de los pecados. Y el publicano es la prueba, al ser incapaz de declarar sus buenas obras a la vista de todos, mostrando su humildad y dejando a un lado la pesada carga de sus pecados. Mira, hemos mostrado cinco caminos de arrepentimiento: primero la condenación de los pecados, luego el perdón de los pecados del prójimo, tercero el que proviene de la oración, cuarto el que proviene de la limosna, quinto el que proviene de la humildad. No seas, entonces, perezoso; sino camina en todos estos caminos día a día. Porque los caminos son fáciles, y no puedes alegar pobreza. Y aunque vivas más pobre que todos, puedes dejar atrás tu ira, ser humilde, orar con fervor y condenar los pecados, y tu pobreza no es en absoluto un impedimento. ¿Y por qué hablo así, si ni siquiera en ese camino de arrepentimiento en el que es posible gastar dinero (hablo de la limosna), la pobreza nos impide obedecer el mandato? La viuda que gastó las dos blancas es una prueba. Habiendo aprendido, pues, la curación de nuestras heridas, apliquemos constantemente estas medicinas para que podamos recuperar la salud y disfrutar de la sagrada mesa con seguridad; y con mucha gloria, alcanzar a Cristo, el Rey de la gloria, y alcanzar el bien eterno por la gracia, la compasión y la bondad amorosa de nuestro Señor Jesucristo.

HOMILÍA 3

I

Anteayer, por amor a ustedes, iniciamos nuestro sermón sobre el Diablo. Pero otros, mientras se desarrollaban estos asuntos aquí, ocuparon sus puestos en el teatro y presenciaron el espectáculo del Diablo. Participaban en canciones lascivas; ustedes participaban en música espiritual. Ellos comían de la basura del Diablo; ustedes se alimentaban de ungüentos espirituales. ¿Quién los sedujo? ¿Quién los separó del rebaño sagrado? ¿Los engañó el Diablo? ¿Cómo no los engañó a ustedes? Ustedes y ellos son personas iguales; me refiero a su naturaleza. Ustedes y ellos tienen la misma alma, tienen los mismos deseos en cuanto a la naturaleza. ¿Cómo es entonces que ustedes y ellos no estaban en el mismo lugar? Porque ustedes y ellos no tienen el mismo propósito. Por esta razón, ellos sí están engañados, pero ustedes están más allá del engaño. No repito esto para exonerar al Diablo de toda acusación, sino como un deseo ferviente de liberarlos de sus pecados. El Diablo es malvado; lo reconozco, pero es malvado para sí mismo, no para con nosotros si somos cautelosos. Pues la naturaleza de la maldad es así: es destructiva solo para quienes la practican. La virtud es lo contrario. No solo beneficia a quienes la practican, sino también a quienes están más cerca. Y para que aprendas que el mal es malo en sí mismo, pero el bien también es bueno para los demás, te presento una prueba proverbial: « Hijo mío», dice, « si te has vuelto malvado, cargarás solo con tus males, pero si eres sabio, con los tuyos».

II

Ellos fueron engañados en el teatro, pero tú no. Esta es la mayor prueba de las cosas, un testimonio claro y un razonamiento incuestionable de que, en todo caso, el propósito es el que manda. Usa, pues, este método de prueba, y si ves a un hombre viviendo en la maldad y exhibiendo toda clase de maldades, culpando entonces a la providencia de Dios y diciendo que por la necesidad de la fortuna y el destino, y por la tiranía de los demonios, Él nos dio nuestra naturaleza, y por todos lados desviando la causa de sí mismo, y transfiriéndola al Creador que provee para todo; silencia su discurso, no con palabras, sino con hechos, mostrándole a otro consiervo que vive en la virtud y la paciencia. No hay necesidad de largos discursos, ni de un plan complejo, ni siquiera de silogismos. Mediante hechos se logra la prueba. Él le dijo: tú eres un siervo, y él es un siervo; tú eres un hombre y él es un hombre. Vivís en el mismo mundo: os alimentáis del mismo alimento bajo el mismo cielo: ¿Cómo es que vivís en la maldad, y él en la virtud? Por eso Dios permitió que los malvados se mezclaran con los buenos; y no les dio una sola ley, sino que designó otro mundo como colonia para los buenos, sino que los mezcló, obteniendo gran beneficio. Pues los buenos parecen más aprobados cuando se encuentran entre quienes intentan impedirles vivir rectamente y los incitan al mal, pero aun así se aferran a la virtud. Porque , dice, también debe haber herejías entre vosotros para que quienes son aprobados se manifiesten.

III

Por eso, también por eso dejó a los malvados en el mundo para que los buenos brillaran con más fuerza. ¿Ves cuán grande es la ganancia? Pero esta no se debe a los malvados, sino a la valentía de los buenos. Por eso también admiramos a Noé, no por ser justo ni por ser perfecto solo, sino porque en esa generación perversa y malvada conservó su virtud, cuando no tenía ejemplo de virtud, cuando todos lo invitaban a la maldad; y siguió su camino en contra de ellos, como un viajero que sigue su camino mientras la gran multitud es arrastrada con vehemencia. Por eso no dijo simplemente que Noé era justo y perfecto, sino que añadió a su generación en esa generación perversa y desesperada, cuando no se había adquirido la virtud. Para los buenos, esta fue, en efecto, la ganancia de los malvados. Así, en cualquier caso, también los árboles, sacudidos por vientos contrarios, se fortalecen. Y hay una ganancia para los malvados al mezclarse con los buenos. Sienten confusión, se avergüenzan, se sonrojan en su presencia; y aunque no se abstengan del mal, se atreven a lo que se atreven en secreto. Y no es poca cosa no cometer una transgresión públicamente. Pues la vida de los demás se convierte en la acusadora de la maldad de estos. Escuchen al menos lo que dicen del hombre justo. Nos resulta doloroso, incluso al contemplarlo, y no es un pequeño comienzo de enmienda ser atormentado en su presencia. Porque si la vista del hombre justo no los atormentara, esta palabra no habría sido pronunciada. Pero ser picado y pellizcado en la conciencia en su presencia sería un gran obstáculo para entregarse a la maldad con placer. ¿Ven cuán grande es la ganancia tanto para los buenos de los malvados, como para los malvados de los buenos? Por esta razón, Dios no los ha separado, sino que ha permitido que se mezclen.

IV

Que nuestro argumento sobre el Diablo sea el mismo. Porque por eso lo dejó aquí, para fortalecerte, para hacer al atleta más ilustre, para que las competencias sean mayores. Si alguien pregunta: "¿Por qué Dios dejó al Diablo aquí?", díganle esto: porque no solo no daña a los precavidos ni a los prudentes, sino que incluso los beneficia, no por su propio propósito (pues eso es perverso), sino por el coraje de quienes han usado esa perversidad correctamente. Incluso se fijó en Job no para hacerlo más ilustre, sino para desanimarlo. Por eso es malvado tanto por tal opinión como por tal propósito. Sin embargo, no perjudicó al justo, sino que se regocijó en el conflicto, como demostramos. Tanto el demonio mostró su perversidad como el justo su coraje. Pero sí perturba a muchos, dice uno: debido a su debilidad, no debido a su propia fuerza; pues esto también ha sido probado con muchos ejemplos. Dirige tu intención correctamente, y nunca recibirás daño de nadie, sino que obtendrás el mayor beneficio, no solo de los buenos, sino incluso de los malvados. Porque por esta razón, como ya he dicho, Dios ha permitido que los hombres estén juntos, y especialmente los malvados con los buenos, para que los conduzcan a su propia virtud. Escuchen al menos lo que Cristo dice a sus discípulos: « El Reino de los Cielos es semejante a una mujer que tomó levadura y la escondió en tres medidas de harina. De modo que los justos tienen el poder de la levadura para poder persuadir a los malvados a su propia conducta». Pero los justos son pocos, porque la levadura es pequeña. Pero la pequeñez no daña en absoluto la masa, sino que esa pequeña cantidad convierte toda la harina en sí misma mediante el poder inherente a ella. Así pues, el poder de los justos no reside en la magnitud de su número, sino en la gracia del Espíritu. Había doce apóstoles. ¿Ven qué pequeña es la levadura? El mundo entero estaba en la incredulidad. ¿Ven qué grande es la masa? Pero esos doce volvieron al mundo entero hacia sí. La levadura y la masa tenían la misma naturaleza, pero no la misma conducta. Por esta razón, dejó a los malvados en medio de los buenos, para que, siendo de la misma naturaleza que los justos, también pudieran llegar a tener el mismo propósito.

V

Recuerda estas cosas. Con ellas, calla la boca de los indolentes, los disolutos, los perezosos, los indispuestos a las labores de la virtud, de aquellos que acusan a su Señor común. Has pecado, dice, calla. No añadas un segundo pecado más grave. No es tan grave pecar como acusar al Señor después del pecado. Conoce la causa del pecado y descubrirás que no eres otro que tú mismo quien ha pecado. En todas partes se necesita una buena intención. Te he mostrado esto no solo con un simple razonamiento, sino con el caso de compañeros de servicio que viven en el mundo mismo. Usa también tú esta prueba. Así también nuestro Señor común nos juzgará. Aprende este método de prueba y nadie podrá razonar contigo. ¿Es alguno fornicario? Muéstrale a otro que se modere. ¿Es alguno codicioso y rapaz? Muéstrale a uno que dé limosna. ¿Vive en celos y envidia? Muéstrale a uno limpio de pasión. ¿Está dominado por la ira? Traigan a alguien que viva con sabiduría, pues no solo debemos recurrir al ejemplo antiguo, sino también tomar como modelos los del presente. Pues incluso hoy, por la gracia de Dios, se realizan buenas obras no menos que en el pasado. ¿Acaso alguien es incrédulo? ¿Y piensa que las Escrituras son falsas? ¿Acaso no cree que Job era como él? Muéstrenle a otro hombre que emule la vida de aquel justo. Así también nos juzgará el Señor: Él coloca a los consiervos con los consiervos, y no juzga según su propio juicio, para que nadie vuelva a decir, como dijo aquel siervo a quien se le confió el talento, y que en lugar de un talento presentó la acusación. Eres un hombre austero. Pues debería lamentarse, porque no duplicó el talento, sino que agravó su pecado, añadiendo a su propia ociosidad la acusación contra el Señor. ¿Qué dice? Sabía que eres un hombre austero. ¡Oh, miserable, desventurado, ingrato y perezoso! Debías haber acusado tu propia ociosidad y haber quitado algo de tu pecado anterior. Pero al rendir cuentas al amo, has duplicado tu pecado en lugar de duplicar tu talento.

VI

Por esta razón, Dios reúne a siervos y sirvientes para que unos juzguen a otros, y para que, al ser juzgados por otros, no puedan acusar al amo en el futuro. Por esta razón, dice: « El Hijo del Hombre viene en la gloria de su Padre». Vean la igualdad de la gloria: no dice en gloria como la gloria del Padre, sino en la gloria del Padre, y reunirá a todas las naciones. Terrible es el tribunal: terrible para los pecadores y los responsables. Pues para quienes son conscientes de sus buenas obras, es deseable y benigno. Y pondrá las ovejas a su derecha y los cabritos a su izquierda. Tanto estos como aquellos son hombres. ¿Por qué, entonces, son esas ovejas y estos cabritos? No para que se note la diferencia en su naturaleza, sino la diferencia en su propósito. Pero ¿por qué son cabritos quienes no mostraron compasión? Porque ese animal es infructuoso y no puede contribuir con su leche, ni con su progenie, ni con su pelo, a quienes lo poseen, estando completamente desprovisto de tal contribución debido a su inmadurez. Por esta razón, a quienes no dan fruto, en comparación, los ha llamado cabritos, pero a los de la derecha, ovejas. Pues de estos, la ofrenda es grande: tanto de su lana natural, su progenie y su leche. ¿Qué les dice entonces? Me vieron hambriento y me alimentaron, desnudo y me vistieron, forastero y me acogieron. A estos les dice lo contrario. Y, sin embargo, tanto estos como aquellos eran iguales; ambos recibieron las mismas promesas; las mismas recompensas se les asignaron a ambos por obrar bien. La misma persona vino a ambos, con la misma desnudez; y a estos y a aquellos con la misma hambre, de la misma manera y como forastero. Todo era igual para ambos.

VII

¿Cómo, entonces, el fin no fue el mismo? Porque el propósito no lo permitió. Pues esto solo marcó la diferencia. Por esta razón, unos fueron al infierno, pero otros al Reino. Pero si el Diablo fue la causa de sus pecados, estos no estarían destinados a ser castigados, cuando otro pecó y los impulsó. ¿Ves aquí tanto a los que pecan como a los que obran bien? ¿Ves cómo, al ver a sus consiervos, se quedaron callados? Ven y volvamos a otro ejemplo para tu beneficio. Había diez vírgenes, dice. Aquí nuevamente hay propósitos rectos y propósitos pecaminosos, para que puedas ver, uno junto al otro, tanto los pecados de unos como las buenas obras de los otros. Pues la comparación hace estas cosas más claras. Y estos y aquellos eran vírgenes; y estos eran cinco, y también aquellos. Todos esperaban al novio. ¿Cómo, entonces, entraron unos y otros no? Porque algunos eran, en efecto, groseros, y otros, amables y amorosos. ¿Ves de nuevo que el propósito determinó la naturaleza del fin, no el Diablo? ¿Ves que los juicios fueron paralelos y que el veredicto emitido proviene de quienes son iguales? Los consiervos juzgarán a sus consiervos. ¿Deseas que te muestre una comparación que surge de los contrastes? Porque también hay una que surge de los contrastes para que la condenación sea mayor. Dice que los hombres de Nínive se levantarán y condenarán a esta generación.Los juzgados ya no son iguales, pues unos son bárbaros, los otros son judíos. Unos disfrutaban de la enseñanza profética, los otros nunca participaron de la instrucción divina. Y esta no es la única diferencia, sino el hecho de que en aquel caso un sirviente acudió a ellos, en este caso el amo; y aquel hombre vino y proclamó una derrota; pero este hombre anunció la buena nueva del reino de los cielos. ¿Quiénes de estos tendrían más probabilidades de creer? ¿Los bárbaros, los ignorantes, los que nunca habían participado de la enseñanza divina, o los que desde pequeños habían sido instruidos en los libros proféticos? Para todos es evidente que los judíos serían más propensos a creer. Pero ocurrió lo contrario. Y estos descreyeron del Maestro cuando predicó el reino de los cielos, pero aquellos creyeron a su compañero cuando amenazó con una derrota, para que su bondad y la locura de estos hombres se manifestaran en mayor medida. ¿Existe un demonio? ¿Un diablo? ¿La casualidad? ¿O el destino? ¿No se ha convertido cada uno en causa tanto del mal como de la virtud? Pues si ellos mismos no tuvieran que rendir cuentas, no habría dicho que juzgarían a esta generación. Ni habría dicho que la Reina del Sur condenaría a los judíos. Pues entonces, en efecto, no solo un pueblo condenará a otro, sino que un solo hombre juzgará a menudo a todo un pueblo, cuando quienes, se admite, podrían haber sido fácilmente engañados, se descubre que no lo han sido, y quienes deberían tener la ventaja en todos los sentidos, resultan ser derrotados. Por esta razón, mencionamos a Adán y a Job, pues es necesario volver a ese tema para concluir nuestro discurso. Atacó a Adán, sí, con meras palabras, pero a Job con hechos. A este último lo despojó de todas sus riquezas y lo privó de sus hijos. Pero a este hombre no le arrebató nada, ni grande ni pequeño, de sus posesiones. Examinemos más bien las palabras y el método de la conspiración. La serpiente se acercó y le dijo a la mujer: «¿Qué es lo que Dios ha dicho: «No comáis de todo árbol del jardín»?». Aquí es una serpiente; allí, una mujer, en el caso de Job. Mientras tanto, es grande la diferencia entre los consejeros. Uno es siervo, el otro, compañero de la vida del hombre. Ella es su ayuda idónea, pero la otra está sometida. ¿Ves lo imperdonable que es esto? Eva, en efecto, la sierva sometida, engañó; pero ni siquiera su compañero y ayuda idónea pudo derrocarla. Pero veamos lo que dice. ¿Qué es esto que Dios ha dicho: «No comáis de todo árbol»?Ciertamente, Dios no dijo esto, sino lo contrario. Vean la vileza del Diablo. Dijo lo que no se decía para aprender lo que se decía. ¿Qué hizo entonces la mujer? Debió haberlo silenciado, no debió haber intercambiado ni una palabra con él. En su necedad, declaró el juicio del Maestro. Con ello, le proporcionó al Diablo un poderoso asidero.

VIII

Vean qué mal es comprometernos precipitadamente con nuestros enemigos y conspiradores contra nosotros. Por eso Cristo solía decir: « No den lo sagrado a los perros, ni arrojen sus perlas a los cerdos, no sea que se vuelvan y los despedacen». Y esto sucedió en el caso de Eva. Ella dio lo sagrado al perro, a los cerdos. Él pisoteó las palabras: «Y se volvió y despedazó a la mujer». Y vean cómo obra mal. « No morirás», dice él. Presten atención a este punto: la mujer pudo comprender el engaño. Pues él inmediatamente anunció su enemistad y su guerra contra Dios, y lo contradijo inmediatamente. Que así sea. Antes de esto, anunciaste el juicio a quien deseaba conocerlo. Después, ¿por qué seguiste a quien decía lo contrario? Dios dijo que morirías. El Diablo respondió a esto y dijo que no morirías. ¿Qué podría ser más claro que esta guerra? ¿De qué otra manera se podría aprender sobre el enemigo y el adversario, sino de su respuesta, volviendo a Dios? Ella debería haber huido inmediatamente del cebo, debería haber retrocedido de la trampa. No morirás, dice él , porque Dios sabe que el día que comas, se te abrirán los ojos y seréis como dioses. Con la esperanza de una promesa mayor, ella arrojó los bienes que tenía en la mano. Él prometió que los convertiría en dioses y los arrojaría a la tiranía de la muerte. ¿De dónde, entonces, oh mujer, creíste al Diablo? ¿Qué bien discerniste? ¿No fue suficiente la confiabilidad del legislador para demostrar que uno era Dios, creador y artífice del mundo, y el otro el Diablo y enemigo? Y no digo el Diablo. Pensaste que era una simple serpiente. ¿Acaso una serpiente debía reclamar tal igualdad como para que le comunicaras el juicio del Maestro? Ves que era posible percibir el engaño, pero ella no lo hizo, y aun así Dios dio muchas pruebas de su propia beneficencia y mostró su cuidado de sus obras. Pues formó al hombre, que no había existido antes; le insufló un alma, lo hizo a su imagen, lo hizo gobernante de todas las cosas sobre la tierra, le concedió una ayuda idónea, plantó el Paraíso y, tras encomendarle el uso del resto de los árboles, le negó el gusto de uno solo; y esta misma prohibición la hizo para beneficio del hombre. Pero el Diablo no manifestó ningún bien con sus acciones, ni pequeñas ni grandes; sino que, excitando a la mujer con meras palabras y llenándola de vanas esperanzas, la engañó. Sin embargo, ella consideraba al Diablo más digno de crédito que a Dios, aunque Dios manifestaba su buena voluntad con sus obras. La mujer creyó en alguien que profesaba meras palabras, y nada más. ¿Ves cómo, solo por necedad y pereza, y no por la fuerza, se produjo el engaño?

IX

Para que puedas comprenderlo con mayor claridad, escucha cómo la Escritura acusa a la mujer: Pues no dice que, engañada, sino al ver el árbol que era hermoso, comió. De modo que la culpa recae en su visión descontrolada, no solo en el engaño que proviene del Diablo. Pues fue derrotada al ceder a su propio deseo, no por la maldad del Demonio. Por esta razón no obtuvo el beneficio del perdón, pero aunque dijo: « La serpiente me engañó»,Ella pagó el castigo más terrible. Porque estaba en su poder no haber caído. Y para que puedan comprender esto con mayor claridad, vengan, dirijamos nuestro discurso al caso de Job; del derrotado al vencedor, del conquistado al conquistador. Porque este hombre nos infundirá mayor celo, para que podamos alzar las manos contra el Diablo. Allí, quien engañó y conquistó fue una serpiente; aquí, la tentadora fue una mujer, y no prevaleció; y sin embargo, al menos fue mucho más persuasiva que él. Porque a Job, tras la destrucción de su riqueza, tras la pérdida de sus hijos, tras ser despojado de todos sus bienes, se le añadieron sus artimañas. Pero en el otro caso no hubo nada parecido. Adán no sufrió la destrucción de sus hijos ni perdió su riqueza: no se sentó en un muladar, sino que habitó un Paraíso de lujo y disfrutó de toda clase de frutas, fuentes, ríos y toda clase de seguridad. En ninguna parte hubo trabajo ni dolor, ni desesperación ni preocupaciones, ni reproches ni insultos, ni los innumerables males que asaltaron a Job; sin embargo, cuando nada de esto existía, cayó y fue derribado. ¿No es evidente que fue por pereza? Así como el otro, cuando todas estas cosas lo acosaron y pesaron sobre él, se mantuvo firme y no cayó, ¿no es evidente que su firmeza se debió a la vigilancia de su alma?

X

Por ambas partes, amados, cosechen el máximo provecho y eviten imitar a Adán, sabiendo cuántos males nacen de la indolencia; imiten la piedad de Job, aprendiendo cuántas cosas gloriosas surgen de la seriedad. Considérenlo, el vencedor absoluto, y hallarán gran consuelo en medio de todo dolor y peligro. Pues, como si fuera en el escenario común del mundo, ese hombre bendito y noble se alza, y mediante los sufrimientos que le sobrevinieron, exhorta a todos a soportar con nobleza todo lo que les acontece y a nunca ceder ante las dificultades que les sobrevienen. Porque, en verdad, no hay sufrimiento humano que no pueda recibir consuelo de él. Pues los sufrimientos que están dispersos por todo el mundo se unieron y abrumaron a un solo cuerpo, el suyo. ¿Qué perdón habrá entonces para quien no puede soportar con agradecimiento su parte de las dificultades que le acarrean? Ya que él aparece no solo cargando con una parte, sino con todos los males de todos los hombres, y para que no condenen la extravagancia de mis palabras, vengan y analicemos individualmente los males que le sobrevinieron y presentemos este cumplimiento. Y si lo desean, primero presentemos lo que parece ser el más insoportable de todos: la pobreza y el dolor que de ella surge. Porque en todas partes todos los hombres lamentan esto.

XI

¿Quién era más pobre entonces que Job, quien era más pobre que los marginados en los baños y los que duermen en las cenizas del horno, más pobre, de hecho, que todos los hombres? Pues estos, en efecto, tienen una sola prenda andrajosa, pero él estaba desnudo, y solo tenía la prenda que la naturaleza provee, la ropa de la carne, y esta fue destruida por el Diablo por todos lados, con una especie de decadencia angustiosa. De nuevo, estos pobres están al menos bajo el techo de los porches de los baños, cubiertos con un refugio. Pero él seguía pasando las noches al aire libre, sin siquiera el consuelo de un techo desnudo. Y, lo que es aún más grave, el hecho de que estos eran conscientes de muchos males terribles en su interior, pero él no era consciente de nada en su contra. Porque esto se nota en cada una de las cosas que le sucedieron, algo que le causó mayor dolor y le produjo mayor perplejidad: la ignorancia de la razón de lo ocurrido. Estas personas, como dije, tendrían mucho que reprocharse. Y esto contribuye no poco al consuelo en la calamidad: ser consciente de ser castigado con justicia. Pero él se vio privado de este consuelo, y mientras exhibía una conversación llena de virtud, soportó el destino de quienes se atrevieron a cometer una maldad extrema. Y estas personas que están con nosotros son pobres desde el principio, y desde el principio están versadas en la calamidad. Pero él soportó la calamidad en la que no estaba versado, experimentando el inmenso cambio de la riqueza. Así como el conocimiento de la causa de lo que ocurre es el mayor consuelo, así no es menos que esto haber estado acostumbrado a la pobreza desde el principio, y así continuar en ella. De ambos consuelos el hombre se vio privado, y ni siquiera entonces cayó. ¿Lo ves realmente llegar a la pobreza extrema, incluso en comparación con la cual es imposible encontrar un compañero? Pues ¿qué podría ser más pobre que el desnudo que ni siquiera tiene un techo? Es más, ni siquiera estaba en su poder disfrutar del suelo desnudo, sino que se sentó en el muladar.

XII

Por lo tanto, cuando te veas llegar a la pobreza, considera el sufrimiento del justo, y de inmediato te levantarás y te sacudirás todo pensamiento de abatimiento. Esta sola calamidad, por lo tanto, parece a los hombres ser la base de todos los sufrimientos juntos. Y la segunda después de ella, sí, más bien antes de ella, es la aflicción del cuerpo. ¿Quién, entonces, fue tan incapacitado? ¿Quién soportó tal enfermedad? ¿Quién recibió o vio a alguien recibir tan gran aflicción? Nadie. Poco a poco, su cuerpo se fue desgastando, y un torrente de gusanos por todas partes salía de sus extremidades. El correr era constante, y el mal olor que lo rodeaba era fuerte. El cuerpo, destruido poco a poco y descomponiéndose con tal putrefacción, solía hacer que la comida fuera desagradable, y el hambre le resultaba extraña e inusual. Porque ni siquiera podía disfrutar del alimento que se le daba. Pues dice que...Veo mi comida repugnante. Cuando caigas en debilidad, oh hombre, recuerda ese cuerpo y esa carne santa. Porque era santa y pura, incluso con tantas heridas. Y si alguien pertenece al ejército, y luego, injustamente y sin pretexto razonable, es colgado en la picota, y le raspan los costados, que no piense que es un reproche, ni se deje llevar por el dolor al pensar en este santo. Pero este hombre, dice alguien, encuentra mucho consuelo al saber que Dios le estaba trayendo estos sufrimientos. Esto, de hecho, lo perturbó y perturbó especialmente, pensar que el Dios justo, a quien había servido en todos los sentidos, estaba en guerra con él. Y no pudo encontrar ningún pretexto razonable para lo ocurrido, ya que, cuando al menos después supo la causa, mira qué piedad mostró, pues cuando Dios le dijo: « ¿Crees que he tratado contigo para que parezcas justo?». conscientemente golpeado dice pondré mi mano sobre mi boca, una vez he hablado pero a una segunda palabra no avanzaré, y de nuevo hasta donde alcanza el oído te he oído antes, pero ahora mis ojos te han visto, por lo cual me he tenido por vil, y estoy consumido, y me considero tierra y ceniza. Pero si crees que esto es suficiente para tu consuelo, tú mismo también podrás experimentarlo. Y aunque no sufras ninguna de estas desgracias a manos de Dios, sino por la insolencia de los hombres, aun así, da gracias y no blasfemes contra quien sí puede evitarlas, pero las permite para probarte: así como quienes sufren a manos de Dios son coronados, también tú obtendrás la misma recompensa, porque has soportado con nobleza las calamidades que te acarrearon los hombres y has dado gracias a quien sí pudo evitarlas, pero no quiso.

XIII

¡Miren! Han visto la pobreza y la enfermedad, y ambas en su grado más extremo, azotadas por este hombre justo. ¿Desean que les muestre la guerra que la naturaleza, con tal desmedida intensidad, libró entonces contra este noble hombre? Perdió diez hijos, los diez de un solo golpe, los diez en la flor de la juventud, diez que demostraron mucha virtud, y eso no por la ley común, sino por una muerte violenta y lastimosa. ¿Quién podría relatar una calamidad tan grande? Nadie. Por lo tanto, cuando pierdan a un hijo y a una hija juntos, recurran a este hombre justo y encontrarán un gran consuelo. ¿Fueron estas las únicas desgracias que le sucedieron? El abandono y la traición de sus amigos, las burlas, las mofas, las burlas y el escarnio, y el descuido general, fueron algo intolerable. Porque la naturaleza de las calamidades no es tal que quienes nos reprochan nuestras calamidades suelan afligirnos el alma. No solo no había nadie que lo calmara, sino que muchos, incluso desde muchos lados, lo acosaban con burlas. Y lo ves lamentando esto amargamente, y diciendo: "Pero incluso tú también caíste sobre mí". Y los llama despiadados, y dice: " Mis vecinos me han rechazado, y mis siervos hablaron contra mí, y llamé a los hijos de mis concubinas, y se alejaron de mí". Y otros dicen que se burló de mí, y me convertí en la comidilla de todos. Y mi propia vestimenta dice que me aborrecía. Estas cosas al menos son insoportables de escuchar, aún más de soportar en su realidad: pobreza extrema, y ​​una enfermedad intolerable, nueva y extraña, la pérdida de tantos y tan buenos hijos, y de tal manera, reproches, burlas e insultos de los hombres. Algunos, de hecho, se burlaron, algunos reprocharon y otros despreciaron; no solo enemigos, sino incluso amigos; No solo amigos, sino incluso sirvientes, y no solo se burlaban y reprochaban, sino que incluso lo aborrecían, y esto no por dos, tres o diez días, sino por muchos meses; y (una circunstancia que solo ocurrió en el caso de ese hombre) ni siquiera tenía consuelo por la noche, sino que los delirios de terror nocturnos agravaban aún más sus desgracias durante el día. Porque soportó cosas más dolorosas en su sueño, escucha lo que dice: ¿Por qué me asustas en sueños y me aterrorizas en visiones? ¿ Qué hombre de hierro, qué corazón de acero podría haber soportado tantas desgracias? Pues si cada una de ellas era insoportable en sí misma, considera el tumulto que provocó su llegada simultánea. Pero aun así, las soportó todas, y en todo lo que le sucedió no pecó, ni hubo malicia en sus labios.

XIV

Que los sufrimientos de ese hombre sean, pues, la medicina para nuestros males, y su mar embravecido, el puerto de nuestros sufrimientos. En cada uno de los accidentes que nos acontezcan, consideremos a este santo, y viendo a una persona agotando las desgracias del universo, nos conduzcamos con valentía en las que nos toquen. Como una madre cariñosa que extiende sus manos por todos lados, recibiendo y reanimando a sus hijos aterrorizados, recurramos siempre a este libro. Incluso si nos asaltan las lamentables tribulaciones de todos, consolémonos por todos y partamos. Y si dices: «Él era Job, y por eso soportó todo esto, pero yo no soy como él», me estás proporcionando una acusación mayor contra ti y un nuevo elogio para él. Porque es más probable que tú puedas soportar todo esto que él. ¿Para qué rezar? Porque él, en efecto, existía antes del día de la gracia y de la ley, cuando la vida no era tan estricta, cuando la gracia del Espíritu no era tan abundante, cuando era difícil luchar contra el pecado, cuando la maldición prevalecía y cuando la muerte era terrible. Pero ahora nuestras luchas se han vuelto más fáciles, tras la venida de Cristo, y todo esto ha sido eliminado; de modo que no tenemos excusa si no podemos alcanzar el mismo nivel que él, después de tanto tiempo, con tantas ventajas y tantos dones que Dios nos ha dado. Considerando, pues, que las desgracias fueron mayores para él, y que cuando el conflicto fue más grave, se despojó de su poder para la contienda; soportemos todo lo que nos sobrevenga con nobleza y mucha gratitud, para que podamos obtener la misma corona que él, por la gracia y la bondad de Jesucristo.

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Traducido por
Manuel Arnaldos, ed. EJC, Molina de Segura 2025

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