TERTULIANO DE CARTAGO
Discurso a Scápula

I

1. Los cristianos no estamos perturbados o alarmados por las persecuciones que sufrimos por la ignorancia de los hombres, y nos hemos adherido a esta secta aceptando plenamente los términos de su pacto. De este modo, como hombres cuyas vidas no son las suyas, nos involucramos en estos conflictos, siendo nuestro deseo obtener las recompensas prometidas por Dios y evitar el temor de los males con los que él amenaza una vida no cristiana.

2. Por lo tanto, no rehuimos la lucha ni su mayor ira, y nos presentamos incluso por nuestra propia voluntad a la contienda. En ese sentido, la condena nos da más placer que la absolución.

3. Por todo ello, te hemos enviado este folleto sin alarmarnos por nosotros mismos. Eso sí, lo hacemos muy preocupados por ti y por todos nuestros enemigos, por no hablar de nuestros amigos. Nuestra religión nos ordena amar incluso a nuestros enemigos, y orar por aquellos que nos persiguen, aspirando a una perfección propia y buscando en sus discípulos algo de un tipo superior a la bondad común del mundo. Todos aman a quienes les aman, pero es exclusivo de los cristianos amar a quienes les odian.

4. Lamentándonos por vuestra ignorancia, y compadeciéndoos del error humano, y mirando hacia ese futuro que cada día muestra signos amenazadores, se nos impone la necesidad de salir adelante también de esta manera, para que podamos exponer ante vosotros las verdades que habéis aprendido. Espero que nos escucharás abiertamente.

II

1. Los cristianos somos adoradores de un solo Dios, cuya existencia y carácter la naturaleza enseña a todos los hombres, cuyos relámpagos y truenos hacen temblar y cuyos beneficios contribuyen a la felicidad humana. Tú piensas que también vuestros dioses son dioses, pero nosotros sabemos que son demonios.

2. Es un derecho humano fundamental, y un privilegio de la naturaleza, que cada hombre rinda culto según sus propias convicciones. En ese sentido, la religión de un hombre no perjudica ni ayuda a otro. Seguramente no es parte de la religión obligar a la religión (a la que debería llevarnos el libre albedrío y no la fuerza), siendo incluso necesarias las víctimas del sacrificio de una mente dispuesta. No prestaréis vosotros, por tanto, ningún servicio real a vuestros dioses, si nos obligáis a realizar sacrificios. ¿Por qué? Porque vuestros dioses no podrían desear las ofrendas de quienes no desean ofrecerle nada, a menos que estén animados por un espíritu de contención, lo cual es algo completamente no divino.

3. El Dios verdadero otorga sus bendiciones tanto a los hombres malvados como a sus propios elegidos. No obstante, él ha designado un juicio eterno, y tanto los agradecidos como los desagradecidos tendrán que comparecer ante su tribunal. En cuanto a vuestros juicios, vosotros nunca nos descubriréis, aunque nos consideréis unos miserables sacrílegos, en ningún robo, y mucho menos en ningún sacrilegio.

4. Los ladrones de vuestros templos juran por vuestros dioses, y los adoran. Los cristianos, sin embargo, son declarados culpables de actos sacrílegos. No tengo tiempo para explicarte cómo, de otras muchas maneras, tus propios devotos se burlan y desprecian a tus dioses.

5. A los cristianos se nos acusa de traición, aunque nunca nadie ha podido encontrar seguidores de Albino, ni de Níger, ni de Casio, entre los cristianos. Mientras tanto, los mismos hombres que habían jurado por los genios de los emperadores, y habían ofrecido y prometido sacrificios por su seguridad, y a menudo habían pronunciado condenación sobre los discípulos de Cristo, son hasta el día de hoy los traidores al trono imperial.

6. Un cristiano no es enemigo de nadie, y menos aún del emperador de Roma, a quien reconoce por haber sido designado por Dios. Por eso, un cristiano no puede sino amarle y honrarle, y desear su bienestar, junto con el bienestar del Imperio sobre el cual reina mientras el mundo subsista, o Roma continúe.

7. Por lo tanto, rendimos al emperador el homenaje reverencial que nos es lícito y bueno para él; considerándolo como el ser humano que de Dios ha recibido todo su poder por propio deseo. Para nosotros, el emperador está por debajo del Dios verdadero, pero está por encima de todos lo demás. Por lo tanto, es mayor que los mismos dioses, y también éstos tienen que estar sujetos a él.

8. Los cristianos hacemos sacrificios por la seguridad del emperador, pero lo hacemos de la forma que Dios ha ordenado: en simple oración. En efecto, el Dios Creador del universo no necesita olores ni sangre, pues estas cosas son comida de demonios.

9. Los cristianos no sólo rechazamos a esos espíritus malignos, sino que los vencemos, y diariamente los exponemos al desprecio, y los exorcizamos de sus víctimas, como pueden atestiguar multitudes. Por eso oramos aún más por el bienestar imperial, como quienes lo buscan de manos de Aquel que es capaz de concederlo.

10. Uno pensaría que debe ser muy claro para ti que el sistema religioso, bajo cuyas reglas actuamos, es uno que inculca una paciencia divina. Por supuesto que sí, pues aunque nuestro número sea tan grande (en todas partes, aunque no seamos mayoría en cada ciudad), nos comportamos de manera tranquila y modesta. De hecho, somos conocidos más como individuos que como comunidades organizadas, y somos destacables tan sólo por la reforma de nuestros antiguos vicios. Lejos de nosotros está el tomarnos a mal lo que vosotros nos habéis impuesto, o planear de cualquier manera la venganza por nuestras propias manos, pues ésta vendrá de la mano de Dios.

III

1. Como ya he señalado, no puede sino angustiarnos que el estado cargue impunemente con la culpa del derramamiento de sangre cristiana. Esto es lo que ocurrió durante la presidencia de Hilario, cuando hubo cierta agitación sobre los lugares de sepultura de nuestros muertos y surgió el grito: "No hay área, no hay cementerios para los cristianos", y: "Las falta un lugar y sus eras porque no recogían cosechas".

2. En cuanto a las lluvias del año pasado, está claro lo que pretendían recordar a los hombres: el diluvio, que en la antigüedad superó la incredulidad y la maldad humana. En cuanto a los fuegos que últimamente colgaban toda la noche sobre las murallas de Cartago, quienes los vieron saben lo que amenazaban. Respecto a lo que resonaron los truenos anteriores, lo pueden decir aquellos que fueron endurecidos por ellos.

3. Todas estas cosas son signos de la ira inminente de Dios, que debemos publicar y proclamar de todas las formas posibles. Mientras tanto, debemos rezar para que el castigo sea sólo local. Seguramente lo experimentarán algún día en su forma universal y definitiva quienes interpreten de otra manera estas muestras del mismo. También aquel sol en la metrópoli de Útica, con la luz casi extinguida, fue un presagio que no podría haber ocurrido en un eclipse ordinario, situado como el señor del día estaba en su altura y casa. Tienes a los astrólogos, así que consúltalos al respecto.

4. Puedo señalar también la muerte de algunos gobernantes provinciales, quienes en sus últimas horas tuvieron dolorosos recuerdos de su pecado al perseguir a los seguidores de Cristo. Vigelio Saturnino, que aquí fue el primero en usar la espada contra nosotros, perdió la vista. Claudio Lucio Herminiano, en Capadocia, enfurecido porque su esposa se había hecho cristiana, había tratado a los cristianos con gran crueldad, y abandonado en su palacio, sufriendo una enfermedad contagiosa, se desintegró en gusanos vivos y se le oyó exclamar: "Que nadie lo sepa, no sea que los cristianos se alegren y las esposas cristianas se animen". Poco después, Herminiano se dio cuenta de su error al haber tentado a tantos a perder su firmeza con las torturas que infligió, y murió casi cristiano. En aquella fatalidad que se apoderó de Bizancio, Cecilio Capella no pudo evitar gritar: "¡Cristianos, regocijaos!".

5. Sí, todo esto sucedió, y los perseguidores que hayan actuado con impunidad no escaparán al día del juicio. Para ti deseamos sinceramente que haya sido sólo una advertencia lo que te sucedió, inmediatamente después de condenar a Mavilio de Adrumetum a las fieras. Los problemas que ahora te afligen te están llamando a una misión: a un ajuste de cuentas de sangre. Por tanto, no olvides el futuro.

IV

1. Los cristianos, que no tenemos miedo, no pretendemos asustaros, sino salvaros mediante la advertencia de que no peleéis con Dios. Tú puedes desempeñar los deberes de tu cargo y, aun así, recordar las exigencias de la humanidad. Si no lo haces, será por otro motivo por lo que serás responsable de castigarte a ti mismo las penas.

2. En efecto, ¿no es vuestra misión condenar tan sólo a los que confiesan su culpa, y entregar al tormento a los que la niegan? Ves, pues, cómo trasgredís vuestras propias instrucciones, para arrancar del confesor una negación. De hecho, es un reconocimiento de nuestra inocencia que tú te niegues a condenarnos inmediatamente cuando confesamos. Al hacer todo lo posible para extirparnos, si ese es tu objetivo, es la inocencia lo que atacas.

3. ¿Cuántos gobernantes, hombres más resueltos y más crueles que tú, se las han ingeniado para librarse por completo de tales causas? Y si no, ahí está Cincio Severo, que sugirió el remedio en Tisdris al señalar cómo los cristianos deberían responder para conseguir una absolución. O Vespronio Cándido, que despidió de su tribunal a un cristiano, alegando que satisfacer a sus conciudadanos rompería la paz de la comunidad. O Asper, que en el caso de un hombre que renunció a su fe, bajo una ligera tortura, no obligó a ofrecer el sacrificio, habiendo confesado antes, entre los abogados y asesores del tribunal, que estaba molesto por haberlo hecho. También Pudente despidió inmediatamente a un cristiano que fue llevado ante él, percibiendo por la acusación que se trataba de un caso de acusación vejatoria. Por eso rompió en pedazos el documento, y se negó siquiera a escucharlo, sin la presencia de su acusador, por no ser coherente con las órdenes imperiales.

4. Todo esto podría ser presentado oficialmente ante vosotros por los mismos abogados, que también están obligados hacia nosotros, aunque en los tribunales dan su voz cuando les conviene.

5. El empleado de uno de ellos, que estaba expuesto a ser arrojado al suelo por un espíritu maligno, fue liberado de su aflicción, como también lo fue el pariente de otro, y el niño pequeño de un tercero. ¡Cuántos hombres de rango (por no hablar de la gente común) han sido liberados de los demonios y curados de enfermedades! Incluso el propio Severo, el padre de Antonino, se mostró amablemente atento a los cristianos. ¿Por qué? Porque buscó al cristiano Próculo, de sobrenombre Torpación, mayordomo de Euhodías, y en agradecimiento por haberlo curado mediante la unción, lo retuvo en su palacio hasta el día de su muerte. También Antonina, criada con leche cristiana, conocía íntimamente a este hombre.

6. Tanto a mujeres como los hombres de más alto rango, de quienes Severo sabía bien que eran cristianos, no sólo se les permitió permanecer ilesos, sino que incluso se dieron testimonios a su favor y nos se les devolvió a manos del enfurecido populacho. También Marco Aurelio, en su expedición a Germania, consiguió que lloviera gracias a las oraciones que sus soldados cristianos ofrecían a Dios. ¿Cuándo, entonces, nuestros arrodillamientos y nuestros ayunos no han eliminado las sequías? En momentos como estos, el propio pueblo que clama al "Dios de los dioses, el Omnipotente", bajo el nombre de Júpiter, ha dado testimonio de nuestro Dios.

7. Los cristianos nunca negaremos el depósito puesto en nuestras manos. Nunca contaminaremos el lecho conyugal, sino que trataremos fielmente a nuestros pupilos, y daremos ayuda a los necesitados, y a nadie devolveremos mal por mal. En cuanto a aquellos que falsamente fingen ser nuestros (a quienes también nosotros repudiamos), que respondan por sí mismos. En una palabra, ¿quién puede quejarse de nosotros? ¿A qué otra cosa se dedica el cristiano, salvo a los asuntos de su propia comunidad, que durante todo el largo período de su existencia nadie ha demostrado ser jamás culpable del incesto o de la crueldad que se le imputa?

8. Es por la impunidad del crimen tan singular, y por esta probidad tan grande, y por la rectitud, la pureza, la fidelidad, la verdad y el Dios vivo, por lo que los cristianos somos consignados a las llamas. Éste es un castigo que no soléis infligir ni a los sacrílegos, ni a los enemigos públicos indudables, ni a los manchados de traición, de los que tenéis tantos. Es más, incluso ahora nuestro pueblo sufre la persecución de los gobernadores de Legio y Mauritania a través de la espada, ya que desde el principio fue ordenado que sufriéramos. No obstante, cuanto mayores sean nuestros conflictos, mayores serán nuestras recompensas.

V

1. Tu crueldad es nuestra gloria, oh Scápula. Por ello, procura que, al tener que soportar cosas como éstas, no nos sintamos obligados a lanzarnos al combate, aunque sólo sea para demostrar que no os tememos. Cuando Arrio Antonino estaba poniendo las cosas difíciles en Asia, todos los cristianos de la provincia, en un grupo unido, se presentaron ante su tribunal. Tras ordenar que se llevaran a algunos a la ejecución, Antonino dijo a los demás: "Oh hombres miserables, si queréis morir, tenéis precipicios o cabestros".

2. Si se nos metiera en la cabeza hacer lo mismo aquí, ¿qué pensarías tú de tantos miles, y de tal multitud de hombres y mujeres, y personas de todos los sexos y de todas las edades y de todos los rangos, que se presentan por sí mismos ante ti? ¿Cuántos fuegos, cuántas espadas serían necesarias? ¿Cuál sería la angustia de la misma Cartago, que tendría que diezmar su población, si cada uno reconoce allí a sus parientes y compañeros, y empiezan a comparecer los soldados de su propia orden, y las damas nobles, y los principales personajes de la ciudad, y parientes y amigos de tu propio círculo?

3. ¡Perdónate a ti mismo, oh Scápula, y no a nosotros, pobres cristianos! ¡Perdona a Cartago, y no sólo a ti mismo! Perdona a la provincia, pues la indicación de tu propósito ha sometido a las amenazas y extorsiones tanto a los soldados como a los ciudadanos privados.

4. Los cristianos no tenemos más amo que Dios. Él está delante de vosotros, y vosotros no podéis hacerle ningún daño. Aquellos a quienes vosotros consideráis amos son sólo hombres, y un día ellos mismos morirán. Sin embargo, esta comunidad cristiana seguirá siendo eterna, porque justo en su aparente derrocamiento se está convirtiendo en más poderosa. ¿Por qué? Porque todos los que han presenciado la noble paciencia de los mártires, llenos de recelos, están inflamados por el deseo de examinar el asunto en cuestión, y tan pronto como conocen la verdad, inmediatamente se alistan en sus discípulos.