JUAN CRISÓSTOMO
Tecla de Iconio
I
Bellas imágenes de los mártires nos ha puesto delante la gracia del Espíritu Santo, en sus celebraciones anuales. Con esto nos conserva fresca la memoria de sus hechos, la cual, con el progreso de los tiempos, va siempre al olvido. En efecto, al encontrarse cada cual con una imagen y recuerdo de los santos, contempla como en un espejo la hermosura de sus acciones, y las imprime en su memoria. En cuanto a mí, yo miro, como en una imagen grabada en mi memoria, a la bienaventurada doncella Tecla, la cual me presenta las victorias obtenidas sobre los placeres (en una mano) y las obtenidas en los peligros (en otra mano), de manera que con una ofrece al Señor su virginidad y con la otra su martirio.
II
Tecla poseía la virginidad, que para aquellos que consideran atentamente las cosas es como un gran martirio antes del martirio. En este caso, las delicias son los verdugos del cuerpo, y aún más crueles que los otros verdugos. Por eso las vírgenes las atormentan, bajo ataduras no fabricadas con las manos. Por los ojos, las delicias hieren el alma, y por los oídos aplican al vigor de la mente, y a la virtud de la constancia, las teas encendidas de la concupiscencia, aparte de azotar el entendimiento con látigos de un nuevo género y oprimir con mil nuevas luchas.
III
Si alguno impone a sus ojos la ceguedad, para que no se fijen en las formas de la mujer, entonces llegan los deleites y abren lo que estaba cerrado, y lo franquean mediante las cantilenas lascivas a través de los oídos. Y si encuentran cerrados los oídos a las cantilenas lascivas, entonces tratan de engañar con imágenes lujuriosamente adornadas. Para decirlo con una palabra, cuando en todos los sentidos podemos vencer mediante la vigilancia, entonces los deleites luchan en el sueño y molestan mediante los ensueños. Con esto, nos obligan a una lucha continua y a periódicas batallas, que ni comienzan con la salida del sol ni se adormecen con la noche.
IV
Si acaso los deleites acometen en la juventud, entonces se suma un fuego a otro, y la paja se junta con el horno. En efecto, la juventud fácilmente se enciende con las delicias, como si fuera más grasienta y a la manera de aceite, y más apta para inflamarse (así como, por el contrario, es más delicada para el trabajo de la templanza). Todas estas cosas hacían de la virginidad un largo martirio para Tecla, porque tenía que luchar a la vez contra las delicias carnales como contra las bestias martiriales. Luchaba contra los malos pensamientos como el mártir contra los tormentos. Entraba en combate contra las imaginaciones libidinosas como contra los suplicios de los verdugos. ¿Y cómo salía victoriosa de aquel combate interior y tan variado? De esta manera: llevando en su ánimo un fuego santo y más ardiente que el fuego natural. Mediante ese fuego, la naturaleza era vencida, y el ardor que en otros se enfurece (para la unión conyugal, y los domina), a la bienaventurada Tecla únicamente la hacía ejercitarse más en la virtud.
V
Ignoraban los padres el pacto que su hija Tecla había hecho con la virginidad, y que Cristo desde el cielo le había dado su diestra para unirla consigo con los lazos de esposa, y por esto la incitaban al matrimonio con muchas y repetidas exhortaciones. No obstante, ya los oídos de la joven resonaban con el canto de Pablo: "La que no está casada se ocupa en las cosas que pertenecen a Dios, para ser santa en el cuerpo y en el espíritu". La corona de la virginidad ¡muy pronto le será concedida!
VI
Este fue el primero de sus cuidados, el estar llena de esa solicitud, y llena también de bendiciones. Así pues, andaba Tecla muy solícita, con un cuidado más libre que ninguna desocupación, en cómo ser santa en el cuerpo y en el espíritu. Nada tenía ya de común con esta tierra, y ningún parentesco con las necesidades conyugales, con tolerar al esposo fornicario, con soportar las falsas sospechas, con estar ocupada útilmente en público, con andar buscando los alimentos, con estar expuesta a los adornos y envidias, con ser despreciada antes de dar a luz (como quien no ha sido aún hecha esposa), con ser reprochada por sus mismos hijos después que ha dado a luz.
VII
Cuando esto sucede a una casada, lo primero que pregunta es: ¿Ha nacido niña? De ser así, el marido pone el rostro triste, porque el recién nacido no es varón. ¿Se ha añadido además un varón? Sí, ha dado a luz, pero el hijo no resulta hermoso. ¿Son de linda presencia los gemelos? Se aumentan los cuidados, puesto que tienen que ser para niños hermosos. ¿Se les ha destetado ya? Sobrevienen los cuidados para su educación. Si están sanos existe el temor de que enfermen. Si enferman, el de que vayan a morir. Si mueren, el de carecer de prole en adelante y ser por eso despreciada. Si no mueren, sobrevienen los cuidados necesarios acerca de los vivos, y de cómo se proveerá su educación y sus gastos, que es el mayor cuidado. Y por último, de dónde se tomará para el ornato conyugal, para la decencia de los vestidos, para la distribución de los criados y para cuántos bienes se le dará al mayor, y cómo se suavizará la envidia del menor.
VIII
En cambio, "la que no está casada piensa en las cosas de Dios, para ser santa en el cuerpo y en el espíritu". No trato de deshonrar el matrimonio, pues éste es una providencia común del género humano. Solamente publico los cuidados añadidos al matrimonio, y antepongo los cuidados del cielo a los del matrimonio, y prefiero a lo bello lo que es más bello. La que es virgen evade y se hace superior a la pena impuesta a Eva. Sí, aquello de "te volverás a tu varón, y él dominará sobre ti" no tiene fuerza sobre las vírgenes, puesto que no están sujetas al dominio de ningún varón. Y aquello de "entre dolores darás a luz tus hijos" tampoco tiene aplicación en las que cultivan la virginidad, puesto que la que no da a luz está exenta de la sentencia de graves dolores en el parto.
IX
Ya te deleitas, oh virgen Tecla, con las prendas de la vida futura. La santidad de la resurrección ya te es familiar, porque "en la resurrección ni se casan ni se casarán". Por todo esto, la caída en ese estado te puede ser sumamente grave, precisamente por ser tan eminente la empresa. Por esto, la impureza de la virgen es mucho más pecaminosa que la de una meretriz. En efecto, no es igual la corrupción de una meretriz que la de una virgen que cultiva la virginidad, como no es igual la corrupción de una mujer privada que la de una reina pública, o el hurto de un vaso destinado a los usos sagrados que el de los destinados a los usos vulgares.
X
La virgen es un vaso destinado a usos sagrados, es un vestido de púrpura que no puede ser usado por otro sino por el Rey de todas las cosas, es una esposa que perpetuamente mantiene unos virgíneos esponsales. ¡Bienaventurados desposorios aquellos cuyo tálamo es la virginidad! En nuestro caso, Tecla hubo de superar tantos peligros, para conseguir tales premios. Había conocido la belleza del eterno Esposo, y ya no apartaba de él sus miradas. Instaba su madre a que se acogiese al matrimonio, pero ella invocaba al celestial Esposo con estas palabras: "He levantado mis ojos a ti, que habitas en los cielos". Se le acercaba el pretendiente, y la empujaba suavemente con frases nupciales.
XI
Calladamente, Tecla se unía con Cristo, y le decía: "Mi alma se ha adherido a ti". Venía la turba de los parientes y trataba de doblegarla mediante las adulaciones, pero ella tenía delante el pensamiento de Pablo en el que afirma: "Te he desposado con un varón, para que te presentes como casta esposa delante de Cristo". Le suplicaban con lágrimas los esclavos, pero ella decía amorosamente a su esposo Cristo: "¿Quién nos separará de la caridad de Cristo?". Con tormentos la aterrorizaban los jueces, pero ella, echándolos a todos por tierra, clamaba con ánimo grande: "Los príncipes no son para temor de las buenas obras, sino de las malas".
XII
Como era necesario que en los caminos se erigieran estatuas a la virginidad, le aconteció a la joven Tecla también ese género de tentaciones. Una vez que la dejaron libre en el juicio, se dio a buscar a Pablo, como quien busca una presa. Y se atrevió a emprender el camino que a él conducía, fiada en los rumores acerca de dónde moraba el apóstol. No obstante, el diablo observaba a la doncella, y una vez emprendido el camino envió tras de ella a un malvado, como un ladrón de la virginidad en pleno desierto.
XIII
Cuando Tecla estaba para terminar su jornada, el infame desvergonzado, el cuidadoso investigador, comenzó a clamar a espaldas de la doncella que ya la tenía en sus manos. En ese momento, a la virgen empezaron a rodearle por todas partes las dificultades. Robusto era el hombre que le declaraba la guerra, y débil era ella, a quien aquél hacía la lucha. ¿Dónde podía encontrar Tecla un asilo, en aquellos sitios carentes de todo asilo? Entonces la doncella, vuelta al cielo, que en todas partes y siempre atiende a quienes lo invocan, clamó y gimió: "Señor Dios mío, en ti he esperado".
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