EUSEBIO DE CESAREA
Teofanía de Dios
LIBRO IV
I
Es deseable que escuchemos al Salvador común de todos, quien, hablando con los hombres a la manera de un buen Padre, se hizo como un niño y dio (sus) respuestas, como la naturaleza de los mortales era capaz de oír, por medio del vaso que asumió, como por medio de un Intérprete. Porque, cuando hizo su divina manifestación entre los hombres, dio muchas otras pruebas del poder de su divinidad por medio de hechos que cualquiera que quiera puede recoger de los libros (que han sido escritos) sobre él. Tampoco será una convicción insignificante acerca de su verdad, que se basa en las palabras que pronunció, y que es necesario presentar contra aquellos que no dan crédito fácilmente a sus asombrosas acciones divinas. Incluso en esas otras cosas que se han predicado acerca de él, que (consisten) en el poder de sus palabras, no hay prueba pequeña ofrecida a quienes poseen inteligencia. Porque, así como en muchas ocasiones conocemos a aquellos a quienes nunca hemos visto con nuestros ojos, y cuyas palabras sólo hemos oído; y distinguimos al hablante por lo que oímos, ya sea griego (según sea el caso) o romano, o incluso egipcio; o ya sea viejo o joven; o ya sea el tono el de un hombre o una mujer; o la enunciación la de un sabio y racional, o por el contrario, la de un necio o ignorante; así también, aunque no hayamos podido ver con nuestros ojos aquellos actos divinos que la Palabra de Dios realizó, cuando hizo su conversación en la tierra; sin embargo, de la enseñanza de Sus palabras, cuya enunciación era extraña y sobrepasaba la comprensión general (también, del conocimiento previo de las cosas que sucederían que predijo, y de las cosas que prometió que haría en tiempos posteriores, así como del resultado de las cosas predichas). El cumplimiento de lo cual está ahora ante nuestros ojos, y realizado por su poder; no debe resultar una prueba insignificante, en cuanto a aquellas (declaraciones) que dan testimonio de su divinidad. Porque los milagros que fueron realizados por él pueden ser divididos en (dos) períodos: uno, en el que se conmemoran las conversaciones que él tuvo en la tierra, y otro que siguió, y se extiende hasta nuestros días. Aquellos grandes actos, entonces, que él hizo anteriormente cuando estaba con los hombres que existieron por casualidad, estaban en poder de ellos verlos abiertamente; pero para nosotros, estos eran invisibles; y se establecen como si hubieran sido invisibles. Y así también, nuevamente, las cosas que se han cumplido en nuestros tiempos (en el orden en que Sus palabras las predijeron, y son incluso presenciadas por nosotros en los mismos hechos) no podían, para aquellos de los tiempos en que fueron predichas, haber sido conocidos aún en cuanto a sus resultados. Sin duda, los que no creían las consideraban imposibles. Sin embargo, es probable que, incluso entonces, aquellos que tenían un carácter de juicio sano, aunque no presenciaran los resultados de las predicciones, creyeran en ellas, a causa de sus otros actos. Porque ¿es probable que quienes vieron con sus ojos los poderes evidentes de Dios, los milagros y los actos y hechos asombrosos que eclipsaron toda la naturaleza mortal, creyeran sólo en las cosas que se veían entonces, pero confirmados por estos de su conocimiento previo, no (con la misma) facilidad creyeran también en las cosas que iban a suceder después? De modo que, nuevamente, es justo que, de los milagros que nosotros mismos hemos visto, también demos crédito a las cosas que fueron presenciadas por sus discípulos. Porque, las mismas cosas que fueron dichas ante los oídos de (nuestros) predecesores, (ahora) son visibles a nuestros propios ojos y, son suficientes para aquellos cuyo juicio es incorrupto, como pruebas que ponen un sello a las cosas que han sido escritas. Éstas son las cosas que entonces no existían, ni habían sido establecidas aún, ni siquiera habían entrado en las mentes de los hombres; pero fueron predichas por él, a partir de su divino conocimiento previo del futuro. Pero en tiempos posteriores se han cumplido, y en (estos) nuestros tiempos las vemos, incluso hasta este mismo día. De éstas, nuestros medios de conocimiento están a la mano.
II
Un hombre ilustre por su servicio al gobierno y al poder de los romanos se encontraba en estado de incertidumbre porque su hijo favorito había quedado paralítico y se encontraba en su casa. Cuando vio que nuestro Salvador manifestaba sobre los demás poderes tales como sanar a los enfermos y curar todo dolor y dolencia, comprendió en su mente que este milagro no era obra de un hombre. Se acercó a él como a Dios, no mirando al vaso del cuerpo que era visible y por medio del cual mantenía sus conversaciones con los hombres, sino a ese Dios invisible, a Aquel que por medio de un ser mortal dio a conocer sus excelentes obras. Se postró y lo adoró, orando y luchando con él para que le brindara a su hijo la ayuda que viene de Dios. Y cuando nuestro Salvador le dijo: "Yo iré y lo sanaré", el quiliarca le respondió, pues había sido considerado digno de este gobierno entre los romanos, y le dijo: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; pero di solamente la palabra y el niño sanará. Porque yo soy un hombre con autoridad y tengo soldados bajo mis manos; y a éste le digo: Ve, y va; y a otro: Ven, y viene; y a mi siervo le digo: Haz tal cosa, y la hace". Jesús, al oírlo, se maravilló y dijo a los que le seguían: "Ni siquiera en Israel he encontrado una fe como ésta. Os digo que vendrán muchos de Oriente y de Occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos; pero los hijos del reino saldrán a las tinieblas de afuera". Y después de estas palabras, le dijo al tribuno: "Vete; te sucederá como creíste". Y su hijo quedó sano desde aquella hora. Y cuando el tribuno volvió a su casa, en aquella misma hora encontró a su hijo sano.
III
Con esta fuerza, pues, se manifestó la palabra de nuestro Salvador, y con tanta virtud, y tan llena de poder y de misericordia, y con tanta facilidad se dieron los buenos auxilios que prestó, que prometía de buena gana que vendría. Y tal fue, en verdad, el milagro que acompañó a la acción, que es imposible concebirlo como debemos. Pues el hecho de que sólo le dijera al quiliarca "como creíste, así te sucederá", y con la palabra dio salud a su hijo, ¡cuán eficazmente demuestra que fue Dios quien habló con voz mortal! Pero si alguien se persuade de esto con dificultad, a causa de la grandeza del milagro, no lo entenderá. Sin embargo, no se puede excusar justamente a nadie en cuanto a su predicción, en la que se ofrecerá un poderoso argumento a favor del hecho, si alguien considera que en este período, el romano que se acercó a nuestro Salvador, fue uno (solamente), a saber: el quiliarca, que hizo una mayor y mejor profesión de él, que (todo el pueblo judío); y que nuestro Salvador profetizó que en lugar de uno, aquellos que se acercarían a él como este hombre, serían muchos; y que estos serían de los que residían en Oriente y Occidente. Aquellos que, por medio del conocimiento de él y la confesión que se hace de él deben ser considerados dignos de honor ante Dios, iguales a los de los padres hebreos: incluso de aquel de quien se predica que es el Padre de sus padres, Abraham, quien salió de entre sus antepasados idólatras y cambió su forma de vida; y, abandonando el error de muchos dioses, reconoció al único Dios que está sobre todo. También predijo que, como este (hombre) y sus hijos Isaac y Jacob, habría miríadas de hombres en toda la creación; y particularmente de aquellos que residían tanto en Oriente como en Occidente. A estas cosas añadió (y esto constituye la grandeza de la predicción) que estos mismos judíos, los descendientes de estos amigos de Dios, que se jactan de su descendencia de Abraham, Isaac y Jacob, debido a su resistencia a él y su falta de fe en él, como si estuvieran separados de la luz del conocimiento, irían a las tinieblas exteriores y, debido a su extrema ignorancia y necedad, serían condenados a una completa separación de la luz de la salvación. Así predijo. Es justo que ahora consideremos el cumplimiento de estas cosas y recibamos del testimonio de nuestros ojos cómo estos mismos judíos, que se jactaban de su descendencia de la familia de los amigos de Dios, han sido expulsados, no sólo del reino de Dios, sino también de su propia metrópoli, el lugar más excelente de gobierno, en el que la ley designó que se realizara su más noble servicio. Y cómo los que antes eran libres y los hijos virtuosos de estos Padres se han convertido en esclavos, y mezclados con naciones extranjeras (cosa que les es ilícita) vagan por tierras que no son las suyas y no se les permite ver, ni siquiera de lejos, la tierra de su propio culto religioso. Además, privados de aquellos príncipes y reyes, que estaban investidos de gobierno por derecho tradicional, ahora permanecen sometidos a aquellos que han arrasado su templo y han sometido a toda su nación. Ni hay, como antes, profeta ni revelación; ni hay ayuda ni acción de Dios. De todas estas cosas, ninguna existía desde los tiempos antiguos; fue (sólo) después que nuestro Salvador apartó Su rostro de ellos que estas vinieron sobre ellos, según sus predicciones; y tales son las cosas con respecto a los judíos.
IV
En lugar de aquel quiliarca que se acercó a nuestro Salvador en ese período, se ha acercado a él un número indescriptible de hombres de todas las naciones, no sólo de quiliarcas, sino también de la masa de los ejércitos romanos; de modo que incluso miríadas de príncipes y gobernadores que gobiernan entre las naciones y en las (diversas) regiones; y también de otros, mucho más honorables y exaltados que estos (los que son grandes y se glorían en los aposentos reales), se han acercado al Cristo de Dios como el quiliarca y, por medio de su doctrina, han reconocido al Dios de aquellos amigos de la deidad, que (antiguamente) surgieron entre los hebreos; y, en consecuencia, han sido considerados dignos de una retribución de Dios, el Rey supremo, igual a la concedida a ellos. Si, en efecto, alguien considera cuántos cristianos, cuántas iglesias y cuántas grandes congregaciones se dice que hay en el país de los persas y de los hindúes, que residen en Oriente, y cómo hay entre ellos, por las palabras de nuestro Salvador, mujeres y vírgenes que desean y hombres que se acercan a la santidad y a las disposiciones que son para la vida de filosofía y de pureza, y cuán numerosos son los confesores que viven entre estos.
V
Son numerosos también aquellos que confiesan a Aquel que surgió de la descendencia de Abraham, y que él es el Cristo de Dios, y han llegado a ser, por medio del nuevo nacimiento que hay en él, hijos de Abraham; y han puesto así su sello a la palabra profética de nuestro Salvador: y esto también, que, de la misma manera, en las partes occidentales del mundo, toda Hispania y Galia, en los países de los moros y africanos, en las (islas del) océano mismo, y en Britania, los hombres se suscriben a Cristo, e incluso reconocen al Dios de Abraham, Isaac y Jacob: a él también invocan en sus oraciones, y son considerados (como) participantes con estos mismos (Padres) en la adoración de Dios. Si alguien toma estas cosas en su consideración, entonces entenderá cuál fue el poder de la palabra profética que declaró: "Muchos vendrán del este y del oeste, y se sentarán en el seno de Abraham, Isaac y Jacob, en el reino de los cielos". Estas cosas, por tanto, él dijo y predijo al quiliarca: y, en muchas otras ocasiones, cosas no diferentes a estas a los doctores judíos. Y de esta manera habló: "Cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros salgáis. Vendrán del oriente, del occidente y del mediodía, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios". De estas cosas nos da una confirmación evidente el hecho de que todas las naciones se han convertido al Dios que está sobre todas las cosas. Esto, pues, les dijo respecto a la conversión de todas las naciones a Dios que está sobre todas las cosas.
VI
También aprenderás, por los escritos de sus discípulos, que por medio de ellos iba a llamar a las naciones, como se lee en los siguientes pasajes: "Cuando Jesús cruzó una parte del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Cefas, y Andrés, su hermano, que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Les dijo: Seguidme, y os haré pescadores de hombres. Y ellos, en la misma hora, dejaron las redes y le siguieron. Y cuando partió de allí, vio a dos hermanos, Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, en la barca con Zebedeo, su padre, y los llamó; y ellos, en la misma hora, dejaron la barca y a su padre, y le siguieron". Otro escritor también ha dejado constancia de que Jesús le habló a Simón en dos ocasiones con una predicción similar a ésta: "Cuando una gran multitud estaba de pie frente a Jesús". Este escritor ha dicho que "subió a una de las barcas, que era de Simón, y, sentándose en ella, interpretó a la multitud". Pero después de la enseñanza que fue suficiente, porque era conveniente que añadiera alguna obra divina a sus palabras, para el beneficio de los que estaban observando, ordenó a Simón que "echara su red para pescar". Y le dijo: "Hemos estado trabajando toda la noche y no hemos encontrado nada; sin embargo, en tu palabra, echaré la red". E hizo lo que se le había ordenado. Y cuando hubo capturado una gran cantidad de peces, sus redes se rompían, porque estaban pesadas por la gran cantidad de peces, y llamaron a los que estaban en la barca a su lado para que los ayudaran. Así, cuando hubieron sacado los peces, llenaron las dos barcas, de tal manera que estaban a punto de hundirse; y, ante estas cosas, Simón quedó asombrado y perplejo, confesando que no era digno de que nuestro Salvador se acercara a él. Pero, cuando le hubo mostrado así una representación de lo que estaba a punto de suceder, Jesús le dijo: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres". Fue a los galileos, hombres que no conocían nada más que el idioma siríaco, y esta profesión vil y la necesidad de pescar, por la que se sentían impulsados, a quienes nuestro Salvador bien prometió que los haría "pescadores de hombres" y predicadores de su doctrina. Y los hizo así. Y no desmintió su promesa, sino que mostró el poder de Dios, el Hacedor de algo que eclipsó toda excelencia humana. Porque si hubiera acercado a sí a los intelectuales y sabios, a los ricos e ilustres de entre los judíos, y los hubiera utilizado como Maestros de sus palabras, habría sido muy probable que los hombres hubieran supuesto que este asunto se había producido sólo por medios humanos. Porque así es como suelen vencer a la mayoría de los hombres: o son engañados por los dones de los ricos, o son extraviados por la excelencia del habla, o por los fantasmas de la ciencia, o temen el poder de personajes ilustres. Pero no se valió de discípulos como éstos, sino que, por el contrario, manifestó abiertamente su obra redentora por medio de los pobres, los despreciados, los hombres ignorantes en el lenguaje, los sirios en el lenguaje, los humildes y los mezquinos. Se valió únicamente del poder divino, el que manifestó cuando los llamó y los hizo salir, y les prometió que los haría a la vez "pescadores de hombres" y predicadores, para que, en lugar de las redes que tenían entonces, recibieran de él una red que comprendiera en su textura un conjunto de las declaraciones tanto de la ley como de los profetas, así como de las comprendidas en (toda) la enseñanza divina. Ésta la arrojarían al mar de la humanidad tal como existe en el mundo, y encerrarían en él a tantos como pudieran, llenando sus redes racionales con toda clase de peces racionales. Pero estas cosas, que entonces se oían por palabra, eran palabras y sonidos, y nada más: fue un esfuerzo del poder divino mismo, que, no muy lejano tiempo, las hizo suceder; y cumplió de tal manera con hechos las cosas que habían sido predichas, que, en poco tiempo, él hizo su propia posesión de toda la creación de la humanidad (congregaciones innumerables) por medio de estos hombres pobres e iletrados; y, que sus Iglesias estaban por todas partes llenas, tanto de griegos como de bárbaros. Porque, no fue por esa única palabra divina de promesa, que él enseñaría a sus discípulos, sino que él los haría pescadores de hombres. No sólo sabía lo que iba a suceder, ni lo predijo, sino que también debía ser considerado como el autor de todo este conocimiento. Él habló con palabras, realizó y estableció lo que debía suceder; lo que había de suceder lo predijo con una demostración y una representación, y lo cumplió en el hecho mismo. En efecto, a los que antes trabajaban a lo largo de la noche, oscura y privada de la verdadera luz y conocimiento de Dios, y no podían encontrar nada que les permitiera alcanzar la salvación, él se levantó (como el sol) en su resplandor y ordenó a los que estaban en la luz y en el día, no con su arte, sino confiando en su palabra, que echaran sus redes a lo profundo. Y ellos encerraron de tal manera esta gran multitud de peces, que sus barcos de pesca se rompieron y los mismos barcos se quedaron en lo profundo por su peso. Y como estas cosas sucedieron, Simón quedó estupefacto y lleno de temor. Pero nuestro Salvador le dijo, por así decirlo, estas cosas: No te alarmes por estas cosas; son como recitaciones para el presente y representaciones de algo que sucederá en el futuro; porque estos son peces que no tienen voz ni razón; también son barcos y redes, compuestos de materia terrenal y son inanimados; pero no son como estas cosas aquellas de las que estas son representaciones; porque poco después, es decir, inmediatamente, y en seguida, serás pescador de hombres para la vida eterna. Renunciarás a esta pesca laboriosa que no da fruto, y te convertirás en pescador de criaturas racionales, en lugar de estas que son irracionales. No volverás a sacar a los que pescarás de las profundidades del mar, sino de la amargura de la vida que es odiosa; De las cámaras de la oscuridad impía y del pecado, a la luz que es intelectual; y a la elevación de la pureza. Es decir, los atraparás para la vida, por medio de lo que es de vida: no es la muerte lo que preparas para ellos. Estos primeros, en verdad, que son sacados del mar, y que anteriormente disfrutaban de la vida en la oscuridad y en lo profundo, perecen inmediatamente al ascender y recibir la luz. Pero, aquellos que serán atrapados por ti de entre los hombres, serán arrebatados de la oscuridad de la ignorancia, y serán cambiados a la vida que es de Dios. Estas cosas, por lo tanto ("de ahora en adelante atraparás hombres para la vida"), nuestro Salvador había predicho por el poder divino, y nuestro Salvador demostró con hechos que eran ciertas y seguras. Por tanto, este pescador sirio, este lanzador de redes, capturó innumerables multitudes de hombres por medio de su red, cuya textura estaba compuesta por el poder divino de palabras misteriosas y "la percepción visual de algo oculto es algo visible". Por tanto, las cosas que la larga vida del mundo, y que desde el principio no experimentó la salida (como del sol) de nuestro Salvador, no pudieron efectuar; las cosas que ni Moisés, que dio la ley a los hebreos, ni los profetas que vinieron después de Moisés, pudieron; Ni tampoco las multitudes de otros que desde los tiempos antiguos, como pescadores, llevaron la doctrina de Dios a los hombres y trabajaron durante toda la noche que precedió a su manifestación, pudieron hacer que este galileo, este mendigo, este bárbaro, este Simón, por medio de su voz, hiciera que ocurriera. Las demostraciones que dio entonces Simón sobre estas cosas son las iglesias que hasta ahora se han levantado, mucho más en número que las naves (entonces presentes), y éstas, llenas de peces que son racionales. Tal es la de Cesarea de Palestina, y tal es la de Antioquía de Siria; y tal es la de Roma; porque por estas iglesias que erigió Simón, y por todas las que están cerca de ellas, se conmemoran estas cosas. También las que están en Egipto y en la misma Alejandría, él las erigió de nuevo, no por sus propios medios, sino por los de su discípulo Marcos. También fue mayordomo de los que están en Italia y en las naciones vecinas, y puso a su discípulo Marcos como maestro y pescador de los de Egipto. Ahora, considera también al resto de los discípulos de nuestro Salvador, a quienes él dijo que haría pescadores de hombres; y esta palabra la ha mostrado con hechos. Porque hasta este momento hizo e hizo que, inmediatamente y a lo largo de toda la creación del hombre, su red racional se llenara con toda clase de peces racionales, bárbaros y griegos; y que sacara de las profundidades del mal y de la oscuridad de la impiedad las almas de los hombres, volviéndolas diariamente y a cada hora a la luz y al conocimiento de Dios que él había sido entregado. Estas cosas, vistas como son con nuestros propios ojos, establecen, según me parece, más allá de toda duda, la manifestación divina de nuestro Salvador.
VII
¿Deseas, pues, oír una tercera declaración de la palabra divina, que predijo que sus discípulos surgirían (como el sol) en todo el mundo? Escucha también esto, porque es de este modo: "Vosotros sois la luz del mundo", y "una ciudad construida sobre un monte no puede permanecer oculta", y "no se enciende una lámpara y se la pone debajo de un celemín, sino sobre un candelero; y alumbra a todos los que están en la casa. Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". Aquí también, estos mismos pescadores, que salieron de Galilea, un rincón de Judea así llamado, que está situado a orillas del mar. Y de la cual Isaías, uno de los profetas, dando a conocer a la vez su oscuridad y al mismo tiempo la salida (como del sol) de nuestro Salvador, que anunció que tendría lugar allí, proclamó diciendo: "Galilea de los gentiles, un pueblo sentado en tinieblas, ha visto una gran luz". Aquellos que salieron de allí; hombres, miserables, necesitados, iletrados en el habla y pobres en circunstancias; esos mismos pescadores dijo que serían la luz del mundo; y esta promesa él la confirmó con hechos, a saber: que este mismo Simón que fue llamado Cefas, (y) que salió de Cafarnaum que es un pueblo de Galilea, iluminaría muchas almas de hombres con la luz del conocimiento de Dios; y que él mismo se hiciera conocido en toda la creación, incluso en las regiones de Occidente; y que incluso en este tiempo, su memoria fuera más celebrada entre los romanos que la de los de tiempos pasados, de modo que se lo considerara digno de un sepulcro honroso en la misma entrada de su ciudad; y que grandes multitudes del Imperio Romano acudieran a él, como a un gran asilo y templo de Dios. ¿Cómo, entonces, no da testimonio la verdad de Aquel que dijo a sus discípulos "vosotros sois la luz del mundo"? Así también, el nombre de Juan, hijo de Zebedeo, quien pescaba con su padre y hermanos y remendaba la red, a quien vio y consideró digno de este llamado y promesa, surgió como el sol en toda la creación; y cuyas palabras, a través del evangelio que él entregó, también iluminaron las almas de los hombres, que ha sido traducido a todos los idiomas, tanto de los griegos como de los bárbaros, y se predica diariamente en los oídos de todas las naciones. Y más particularmente, el sepulcro de este discípulo que está en Éfeso de Asia, rinde glorioso honor a su muerte y muestra al mundo el memorial de esa luz que no se puede ocultar. De la misma manera, también los escritos del apóstol Pablo se predican en toda la creación e iluminan las almas de los hombres. El martirio de su muerte y el sepulcro que se erige sobre él, incluso hoy en la ciudad de Roma, se le ha honrado mucho y abundantemente. ¿Y qué necesidad hay de decir que el modo de vida establecido por medio de los discípulos de nuestro Salvador en toda la creación, como la exhibición de un estandarte de victoria, es como una ciudad famosa que no tiene nada oculto en su interior, sino que tiene autoridad en medio de todas las demás ciudades y, según el anuncio de nuestro Salvador, es "como una ciudad situada sobre un monte"? Y esta es exactamente la palabra que predicaron con respecto a su maestro. No estaba como escondida bajo un celemín o entregada al error y la oscuridad, sino como sobre un candelabro alto y elevado a una eminencia exaltada, y dando luz a todos los que estaban en la casa de todo el mundo. Esto de "que vuestra luz brille así delante de los hombres" evidenciaba (a la vez) presciencia y profecía; no solo precepto, sino también insinuación de lo que sucedería. Él también los nombró a todos ellos como luz cuando dijo: "Vosotros sois la luz del mundo". No porque fueran muchas luces, sino porque todas juntas formaban una sola luz, como si de la igualdad de todas ellas se produjera de inmediato un surgimiento de luz (como del sol) para todo el mundo. Porque sólo él dijo: "Yo soy la luz del mundo". Y de él se ha dicho con verdad que "él es la luz que vino al mundo, que ilumina a todo hombre". Pero, puesto que estas cosas han sido así predichas y cumplidas, observad cómo habló de ellas y las explicó a sus discípulos: "Lo que os digo en tinieblas, decidlo en la luz; y lo que oís en vuestros oídos, predicadlo desde los tejados. Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Temed más bien a Aquel que puede destruir tanto el alma como el cuerpo en el infierno". En los comienzos de su ministerio, cuando no sabían nada de esto, sino que estaban en la oscuridad, les prometió a sus discípulos que conocerían la luz. También les profetizó a los que escuchaban sus preceptos que predicaran abiertamente a todos lo que ahora estaba oculto, en la oscuridad y era invisible. Les enseñó también a no estar perplejos, sino a sufrir con toda su alma; a predicarle a oídos de todos y a no temer a quienes querían matar el cuerpo mortal, ya que el alma no está sujeta a la muerte por parte de los hombres, porque es incorpórea e inmortal. Porque sólo Dios es capaz de infligir castigo y muerte a la vez al cuerpo y al alma. Por tanto, se puede observar que enseñó con estas cosas que el alma es incorpórea y estableció, en pocas palabras, las ordenanzas de la verdadera filosofía.
VIII
Después de su resurrección, todos se reunieron, como se les había ordenado, y fueron a Galilea, como les había dicho Jesús. Cuando lo vieron, algunos lo adoraron, pero otros dudaron. Pero Jesús se acercó a ellos, les habló y les dijo: "Mi Padre me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todas las naciones y bautizadlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Enséñales a observar todo lo que os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Observad ahora en estas cosas la consideración y la cautela que mostraron los discípulos: no todos lo adoraron cuando lo vieron. Algunos de ellos lo hicieron con fidelidad y devoción, pero otros se abstuvieron por el momento. No fue fácil ni repentino que se rindieran a este milagro. Pero después de mucha investigación y con toda cautela, finalmente se convencieron de que iban a toda la humanidad y se convirtieron en los predicadores de su resurrección, porque en las Escrituras de los profetas se había dicho proféticamente en su persona: "Pídeme, y te daré por herencia las naciones y como posesión tuya los confines de la tierra". Y como el testimonio de esta profecía se ha cumplido de hecho, dijo a sus discípulos: "Me es dado todo poder, así en el cielo como en la tierra". Porque había poseído la soberanía de las cosas que están en el cielo desde la eternidad. Pero ahora, dijo, le fue dado por su Padre a los que están en la tierra, de conformidad con esto (a saber, "pídeme, y te daré las naciones como posesión tuya"). Porque, desde los tiempos antiguos (como atestigua Moisés), "el Altísimo, al dividir las naciones, señaló el límite de los pueblos, según el número de los ángeles". De modo que los ángeles de Dios, desde los tiempos antiguos, eran los gobernantes de todo lo que había en la tierra. Pero, cuando la humanidad se había pervertido al error de muchos dioses, y los ángeles, que eran los gobernantes, no pudieron proporcionar ningún remedio para esto, el Salvador común de todos enseñó, por medio de su manifestación divina, y después de su victoria sobre la muerte, que el imperio de las naciones sobre la tierra, ya no sería entregado por su Padre a los ángeles, sino a él mismo. Por esta razón, él ordenó a sus discípulos, no desde los tiempos antiguos, sino ahora, que hicieran el circuito y hicieran discípulos de todas las naciones. Y necesariamente agregó el misterio de la purificación. Porque era necesario que aquellos que se convirtieran de entre los paganos, fueran purificados por su poder de toda contaminación e inmundicia. Porque habían sido contaminados por el error de los demonios y habían estado sujetos al culto de los ídolos y a toda clase de inmundicias, pero ahora habían sido cambiados de esa vida abominable y de prácticas sin ley. A estos mismos, pues, les ordenó que enseñaran, después de esta purificación, que es por el misterio de su doctrina, no que observaran los preceptos de los judíos ni tampoco la ley de Moisés, sino todo lo que les mandó observar. Y estos son los que todos los discípulos, haciendo respectivamente el circuito de todas las naciones, entregaron igualmente a cada Iglesia en toda la creación. Por lo tanto, necesariamente los incitó y los hizo confiar en que emprenderían el circuito de todas las naciones y harían discípulos de todas las razas de hombres, mediante la promesa con la que les aconsejó, diciéndoles: "Yo mismo estoy con vosotros". A esta palabra de promesa, también añadió el cumplimiento. Él estaba presente con todos y cada uno de ellos; a todos ellos estaba presente de inmediato, y con ellos actuaba y obraba. También confirmó, hasta la victoria, (la promesa) de constituirlos maestros para todas las naciones, de ese temor de Dios que fue entregado por él mismo. En esta promesa, por lo tanto, confiaron; e inmediatamente, cumplieron sus palabras con hechos; no vacilaron en nada; (así que) salieron con toda prontitud a la disciplina de todas las naciones, de modo que se comprometieron en la obra. Con sus ojos habían visto a Aquel que había estado muerto poco antes, y ahora estaba vivo; y a Aquel a quien habían negado con maldiciones (por lo que les sucedió entonces), ellos lo habían visto abiertamente, presente y en propia persona; y, como era su costumbre, había conversado con ellos, y les había prometido las cosas de las que ya hemos hablado. Y no podían descreer de sus promesas, a causa de su aparición a ellos; aparición que (ellos) habían investigado. Ahora bien, en este precepto, debe haber (mucho) que los desanimara, ya que conocían como sabían en sí mismos la rusticidad y el carácter iletrado que sostenían. Por eso, bien podrían haber buscado excusas y haber pensado que era imposible que aquellos cuya lengua era el siríaco (solamente) y que no sabían nada más que el arte de pescar, pudieran ser maestros tanto de los griegos como de los romanos, de los egipcios, de los persas y del resto de las naciones bárbaras, y se hubieran propuesto legislar, en oposición a todos los demás legisladores y reyes de toda la creación, lo que se oponía a las cosas que les habían sido entregadas de todos los tiempos, respecto a los dioses de sus antepasados. Pero no era posible para ellos pensar tales cosas, ya que habían oído la voz de Dios que les decía: "Yo mismo estoy con vosotros siempre". También habían visto abiertamente la divinidad de Aquel que hablaba con ellos. Habían visto que era superior a la muerte, pero respecto de la cual habían tenido miedo. Por el contrario, (ahora) oyen que de ahora en adelante, con toda su alma, sufrirán aflicciones. Ellos, habiendo recibido de su Maestro la certeza de la vida después de la muerte, salieron, pues, confiados, a recorrer el circuito de todas las naciones, para confirmar con hechos las promesas de él, su Señor. Pero él añadió a las promesas que les había hecho una palabra más excelente; y, lo que supera toda maravilla, esto es lo que él manifiesta hasta el presente: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Y esto se aplica no sólo a ellos, sino también a todos los que vinieron después de ellos y de ellos recibieron su doctrina; y, desde entonces, incluso en este tiempo, él está presente para todos los que se han convertido en sus discípulos. Por eso, su Iglesia, que él mismo mantiene, crece y se multiplica cada día hasta llegar a miríadas; y por su poder será congregada hasta el fin del mundo.
IX
En otra ocasión, después de su resurrección de entre los muertos, Jesús se apareció a los otros discípulos. Y a ellos, que todavía dudaban y no creían en él, les dijo: "Estas son las palabras que os dije cuando todavía estaba con vosotros: que es necesario que se cumpla todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos". Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras, y les dijo: "Así fue necesario que el Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre la conversión y el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Vosotros sois testigos de estas cosas". En una ocasión dijo que "en su nombre se predicase la conversión a todas las naciones". Ahora bien, si la obra no siguió a la palabra, tampoco puede creerse su resurrección de entre los muertos. Pero si hasta ahora las cosas que él predijo se mantienen en la realidad, de modo que su palabra viva, activa y visible a nuestros ojos en toda la creación, entonces no es apropiado que desconfiemos de Aquel que habló así. Porque él, cuyo poder es vivo, activo y visible a los ojos, nos impulsa poderosamente a confesar en primer lugar que él está vivo y que él realiza las cosas vivas de Dios, cuyas acciones vivas se ven cumpliendo sus palabras. Estas palabras (habiendo sido variadas y traducidas a todos los idiomas, tanto de los griegos como de los bárbaros), pues, las ha hecho inteligibles para todos, de modo que Su doctrina es escuchada por todas las naciones y ha despertado a miríadas de congregaciones de aquellos que antes fueron llevados perversamente al error de muchos dioses, al culto de ídolos y a una vida (de conducta) que no era apropiada, a la conversión y al arrepentimiento. No les mandó predicar primero la remisión de los pecados y luego el arrepentimiento, sino primero el arrepentimiento y luego la remisión. Porque la gracia de nuestro Salvador concedió el perdón de sus obras a quienes mostraron un sincero arrepentimiento de los pecados anteriores; por quienes, en verdad, sufrió la muerte y dio su alma en rescate por las almas de quienes serían salvados por medio de él. Así, pues, estos discípulos suyos, hombres rudos de palabra y completamente analfabetos, pobres y necesitados, como lo eran en su carácter, confiaron en el poder de Aquel que se les apareció después de la muerte y conversaron abiertamente con ellos. Partiendo de Jerusalén según sus órdenes, ellos fueron a todas las naciones, y cumplieron lo que se les había ordenado, y predicaron el arrepentimiento a todos los hombres y les dieron la remisión de los pecados. Y tal fue la superioridad total que demostraron, que, incluso en nuestros tiempos, la doctrina de estos pobres e iletrados hombres sigue en activo funcionamiento en toda la creación del hombre.
X
Cuando nuestro Salvador se encontraba en Betania, un pueblo cercano a Jerusalén, invitado por un tal Simón, y sentado allí, una mujer tomó un frasco de alabastro lleno de bálsamo de gran valor, y se acercó y lo derramó sobre sus pies. Pero sus discípulos se lo prohibieron, quejándose de lo que había sucedido. Pero él aceptó lo que había hecho como una señal, y dio a entender que este acto debía ser predicado y oído en todo el mundo. Profetizó en consecuencia y dijo: "Donde quiera que se predique este evangelio mío en todo el mundo, también se contará lo que esta mujer ha hecho para memoria de ella". Estas cosas él las predijo cuando, en ese momento, la escritura del evangelio aún no había entrado en la mente de nadie ni había llegado a oídos de nadie. No obstante, lo que sucedió no lo supo nadie que viviera en el vecindario, sino sólo los que estaban allí presentes. Sin embargo, Jesús dejó todo este anuncio en palabras y profetizó que los evangelios que debían ser escritos por sus discípulos se predicarían en todo el mundo. Y a la palabra añadió también los hechos, y dijo que con sus actos se escribiría en el evangelio y se hablaría de él en todo el mundo lo que había hecho esta mujer para memoria de ella. Lo cual se ha visto confirmado por él en hechos. Porque no hay pueblo, región o lugar en el que no se haya mencionado el recuerdo de esta mujer, tal como se registra en el evangelio, y, junto con la doctrina acerca de él, se predique en todo el mundo. Por lo tanto, acerca de las cosas con respecto a este evangelio y a su Iglesia, escuchen ahora cómo hizo sus promesas.
XI
En cierta ocasión, cuando preguntó Jesús a sus discípulos qué decían de él los hombres, y ellos respondieron según la opinión de la mayoría, les preguntó por segunda vez: "Vosotros, ¿qué decís?". Simón le dijo: "Tú eres el Cristo de Dios vivo", y él le respondió: "Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo que tú eres Cefas; y sobre esta piedra edifico mi Iglesia, y las trancas del infierno no prevalecerán contra ella". El término esto lo tomó como implicando el conocimiento de que él era el Mesías, el Hijo de Dios vivo; y el término Cefas (lit. roca) porque no se rompería ni se movería. No es improbable que nombrara en esto todo el sentido comprendido aquí. Por eso, a aquel discípulo que antes se llamaba Simón, le dio el nombre de Pedro, y después profetizó: "Sobre esta piedra edifico mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella". En seguida predijo lo que iba a suceder y prometió que él mismo la edificaría y la llevaría a término con el conocimiento que ahora había recibido de él; que se afirmaría sobre un fundamento firme y que su Iglesia se edificaría únicamente por medio de su propio poder, que es eterno, y que las puertas del infierno nunca la vencerían. Él mismo dio una prueba de ello en el cumplimiento de lo que se había dicho, mejor que cualquier palabra. Porque innumerables persecuciones y muchas formas de muerte surgieron contra su Iglesia, pero en nada pudieron prevalecer contra ella. Por eso, él ha confirmado abiertamente el anuncio de su predicción con hechos. La verdad de esta profecía la demostró con su cumplimiento. La Iglesia, a la que llamó congregación que se iba a fundar en su nombre, también mostró no poca previsión, pues las congregaciones de los judíos se llamaban sinagogas, y durante el tiempo en que estuvo entre los hombres, frecuentaba la sinagoga de los judíos. Hasta entonces no había habido ni una sola sinagoga dedicada a él. ¿Y quién no se asombra de que él conociera de antemano las congregaciones que se fundarían después, mucho tiempo después, en su nombre, y que no las llamara, según la costumbre judía, sinagogas, sino iglesias? Añadió también que las puertas del infierno no prevalecerían contra ellos, cosa que percibimos con nuestros propios ojos. Y no sólo debe maravillarnos esta predicción, sino también su promesa: "Edificaré mi Iglesia sobre la roca, y las trancas del infierno no prevalecerán contra ella", que está tan cerca de la realidad que podemos verla. Pues no fue por el poder de los hombres, ni tampoco por la superioridad de los maestros (empleados), como se levantó su Iglesia, sino que fue él quien prometió y cumplió su promesa, y quien, por el poder divino, ha construido y ampliado su Iglesia en toda la creación del hombre.
XII
En cierta ocasión, Jesús dijo: "No penséis que he venido a traer paz a la tierra: no he venido a traer paz, sino espada", porque "he venido a dividir al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su propia casa". O como anunció Lucas: "¿Pensáis, pues, que he venido a traer paz a la tierra? Os digo que no, sino divisiones. Porque de aquí en adelante habrá cinco en una casa, que estarán divididos, tres contra dos, y dos contra tres. Y el padre estará dividido contra su hijo, y el hijo contra su padre; y la madre estará dividida contra su hija, y la hija contra su madre; y la suegra contra su nuera, y la nuera contra su suegra". ¿Quién no se asombra de que las cosas que debían suceder en cada casa en tiempos muy lejanos a los de la predicción, e incluso hasta ahora, no hayan permanecido ocultas a la presciencia de nuestro Salvador? Porque él predijo a sus discípulos las cosas que hasta ahora están sucediendo, como quien está presente en las cosas mismas y recorre las moradas de todos los hijos de los hombres; cosas que hasta ahora no han existido, ni existían en la época en que él pronunció estas palabras. Tampoco se habían producido todavía tales hechos; entonces sólo se oían en los oídos. Pero ahora que la predicción de hecho se ha cumplido y es visible a los ojos, ¿cómo puede alguien, que piense con justicia, no confesar que en verdad son palabras de Dios? También en estas cosas ("porque he venido a dividir y a enviar espada y divisiones entre los hijos de los hombres") vemos igualmente con nuestros propios ojos que ninguna palabra de hombre, ni de filósofo ni de profeta, ni griego ni bárbaro, mostró jamás un poder como éste, para que pudiera controlar toda la creación de tal manera que hubiera divisiones en cada casa; para que pudiera atravesar y distinguir a cada raza, a través de todas sus familias. De éstas, algunas fueran consideradas como suyas, y otras como opuestas a éstas. Pero fue solo nuestro Salvador quien prometió hacer esto, y él confirmó la promesa. La causa, por tanto, de las divisiones de alma que llegaron a suceder en las casas, él mismo la enseñó, como hemos encontrado en un pasaje del evangelio existente entre los judíos en la lengua hebrea, en el que se dice: "Muy excelentes son aquellos que mi Padre, que está en los cielos, me ha dado". De esto se puede aprender que en cada casa en la que prevalezca la palabra de Jesús, lo excelente se distinguirá de lo vil. Porque, si uno hace una comparación entre hermanos, o siervos, o en familias en general, en cuanto a las costumbres, formas, modo de vida, y la pureza y mansedumbre de aquellos que han elegido la doctrina de nuestro Salvador (pues esto es lo que se entiende por los que han sido elegidos por él; y, de aquellos que aún no se han hecho dignos de él), verá qué clase de poder es ese del que se ha servido; y que no sólo predijo lo que sucedería, sino que, según la predicción, también hizo que se cumplieran las obras; y, entre otras cosas, también estas en las que está escrito que dijo: "Elegiré para mí a los muy excelentes, aquellos que mi Padre que está en los cielos me ha dado". En cuanto a las demás cosas, se las explicó a los discípulos y les dijo: "La paz os dejo, mi paz os doy; no es como el mundo da la paz, así también yo la doy". Era el conocimiento y el amor de Dios lo que había preparado para sus discípulos; y esto, que el alma no se perturbara. Y de esta manera llamó a la luz y la confirmación del espíritu. Estas cosas, pues, predijo, y también respecto a ellos (hombres); pero, de lo que previó y predijo respecto al pueblo judío, (el tiempo) está cerca para que lo investiguemos.
XIII
Estando Jesús en el templo, los príncipes del pueblo judío, los sumos sacerdotes y los doctores de la ley reunidos en Jerusalén, Jesús les predijo en secreto y por medio de parábolas lo que iban a hacer contra él y la destrucción que les sobrevendría por esa osadía, de esta manera: Había un padre de familia que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar, edificó en ella una torre, la entregó a unos labradores y se fue. Cuando se acercó la época de los frutos, envió a sus siervos a los labradores para que le trajeran los frutos. Pero estos labradores agarraron a sus siervos y a unos los golpearon, a otros los apedrearon y a otros los mataron. Luego envió a otros siervos, más que a los primeros, y a éstos les hicieron lo mismo. Finalmente envió a su Hijo y se dijo: "Seguro que respetarán a mi hijo". Pero estos labradores, cuando vieron al Hijo, dijeron entre sí: "Éste es su heredero; venid, matémoslo y la herencia será nuestra". Por eso eso el profeta acusa a la viña; lo cual interpreta así, en cuanto a quién se refería (realmente), cuando dice: "La viña del Señor de los ejércitos es la casa que está en Israel, y los hombres de Judá son su única planta amada. Esperaba juicio, pero hubo rapiña; y justicia, pero he aquí aullidos".
XIV
La parábola que pronunció nuestro Salvador era tan parecida a la del profeta, que se sabía que señalaba a los que estaban presentes y la oían. Pero no se refería a la viña, porque el profeta ya había hecho su predicción al respecto. Pero lo que no se mencionaba en el profeta, lo suministró en su parábola: a los labradores de la viña, y estos eran los ancianos del pueblo, los sumos sacerdotes, los gobernantes y los doctores; aquellos que, en verdad, eran la causa de que toda la congregación diera malos frutos, y por cuya causa la viña misma fue abandonada a la destrucción. Es decir, todo su pueblo, con su cerca, fue desarraigado; aquellos que antes luchaban por el pueblo y velaban por el pueblo, junto con su lugar. La torre que estaba en ella era el templo; el lagar, el altar. Todos éstos fueron, por lo tanto, completamente destruidos, incluso sus cimientos. Por eso, el profeta Elías, en su oración, acusa a los jefes del pueblo judío de estas cosas. Pero la sangre de los profetas no los satisfizo, y finalmente mataron al Hijo mismo, es decir, al Hijo de Dios. Y no es que no lo conocieran , sino que, cuando supieron con certeza y exactitud, sabían que era el heredero. Estas cosas, pues, las dijo el mismo Salvador en parábolas, refiriéndose a sí mismo, antes de su pasión. Él también predijo, por su conocimiento previo, lo que sucedería a aquellos labradores de la viña de su tiempo, los sumos sacerdotes, los doctores y el resto de los que estaban a la cabeza del pueblo. Muy abiertamente, Jesús, en la parábola, los preparó para pronunciar condenación contra ellos mismos, preguntándoles al final de la parábola, y diciendo: "¿Qué hará el dueño de la viña, cuando venga, con aquellos labradores?". Ellos, aún no entendiendo que se había dicho acerca de ellos mismos, se juzgaron a sí mismos, diciendo: "Los destruirá miserablemente, y entregará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo". Entonces Jesús les dijo: "¿Nunca habéis leído en las Escrituras que la piedra que desecharon los constructores, se ha convertido en el rincón principal del edificio, y que esto es obra del Señor, y es un milagro a nuestros ojos?". Muy consistentemente después de la predicción de su muerte, señaló, a partir del testimonio de los profetas, su propia resurrección de entre los muertos. Porque él había enseñado previamente, que el Hijo del Señor de la viña sería asesinado por los labradores malvados, y había obtenido de ellos mismos (su propia) condenación. Después de eso, él presentó esto: "La piedra que los constructores desecharon, ha llegado a ser la piedra angular del edificio", lo cual, en la profecía, había sido dada a modo de parábola sobre Su resurrección. Porque, después de haber sido rechazado por aquellos labradores (que también eran los constructores), el profeta Isaías dice: "Pongo en Sión una piedra escogida y preciosa, la piedra angular del cimiento. Y el que creyere en ella, no será avergonzado". Jesús llegó, por tanto, a ser la piedra angular. Y esto es un milagro a nuestros ojos, y se refería a su Iglesia. Y así les pagó con justicia, según el juicio que ellos tenían de sí mismos, diciendo: "Se os quitará el reino de Dios y se dará a un pueblo que dé sus frutos", lo que corresponde a la declaración ya mencionada de que "daría la viña a otros labradores, que le dieran sus frutos a su tiempo". En efecto, llamó "reino de Dios" a las observancias en que consistía el culto a Dios, y declaró que se las quitarían a esos labradores. Y esto lo mostró y llevó a cabo de la manera más clara, dando la viña a otro pueblo que dé sus frutos. Éste es el pueblo cristiano, que produce en toda la creación frutos conformes y adecuados a las observancias de Dios, y lo demuestra diariamente, tanto en palabras como en obras.
XV
Después de la parábola que ya se ha mencionado, la palabra de la Sagrada Escritura dice: "Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba contra sí mismos y procuraban prenderle. Pero temían al pueblo, porque le tenían por profeta". Jesús les respondió y les dijo otra vez en parábola: El reino de los cielos es semejante a un rey que hizo una fiesta de bodas para su hijo, y envió a sus siervos a llamar a los invitados a la fiesta; pero no quisieron venir. Volvió a enviar a otros siervos y les ordenó que dijeran a los invitados: "Mirad, mi comida está preparada, mis toros cebados han sido sacrificados y todo está preparado para vosotros; venid a la fiesta". Pero ellos no hicieron caso y se fueron, uno a la aldea y otro a sus negocios. Los que quedaron, en cambio, agarraron a sus siervos y los insultaron y los insultaron. Entonces el rey se enfureció y envió a su ejército y mató a aquellos asesinos, y quemó su ciudad. Luego dijo a sus siervos: "Mi comida está preparada, pero los que fueron invitados no eran dignos de ella. Salid, pues, por los caminos y senderos, y llamad a la fiesta a todo el que encontréis". Así que aquellos siervos salieron por los caminos y reunieron a todos los que pudieron encontrar, malos y buenos. Ahora bien, en la parábola anterior, la viña, la torre, el lagar y los labradores eran malos; y los siervos enviados, primero y último, fueron asesinados. Y por último, incluso el Hijo del Señor de la viña fue asesinado, con lo cual se señaló al pueblo, el templo, el altar y los gobernantes de los judíos. Y también a aquellos malvados labradores que, estando a la cabeza del pueblo, mataron tanto a los primeros como a los últimos profetas, y por último al propio Hijo de Dios.
XVI
La parábola que tenemos ante nuestros ojos, obviamente introduce la fiesta familiar y la reunión del esposo y la esposa, con una cena de bodas; y nuevamente también los sirvientes, quienes aquí son destruidos y asesinados, y las personas anteriores y posteriores convidadas. Por medio de esto, nuevamente, él señala encubiertamente, las cosas que sucedieron después de su resurrección de entre los muertos. Porque el esposo es la Palabra de Dios, y la esposa el alma racional, que está asociada con él, y recibe la semilla divina que es de él. Esta asociación divina y racional representa la de su Iglesia; y, consecuentemente con estas cosas, la fiesta racional y la cena de bodas, (representan) los alimentos divinos y celestiales (así preparados). Aquí él no habla de los sirvientes que invitan, con referencia a aquellos que fueron enviados anteriormente a la viña, sino con referencia a los últimos. Porque aquellos eran los profetas. Pero a estos apóstoles, que fueron enviados para hacer el llamamiento, se les encargó que fueran los primeros en llamar a los de la circuncisión. Cuando los envió por primera vez, les ordenó: "No vayáis por el camino de los gentiles, ni entréis en ciudad de samaritanos, sino id más bien a las ovejas descarriadas de la casa de Israel". A estos mismos, pues, los sirvientes los invitaron primero, pero como no escucharon el llamamiento, envió también, por segunda vez, a muchos evangelistas y predicadores del evangelio; aquellos que, después de los doce apóstoles, escogió a los otros setenta discípulos, que también predicaron el evangelio al pueblo judío y lo llamaron a la fiesta del Nuevo Testamento. Pero de nada sirvieron, porque los que habían sido invitados estaban ocupados con sus negocios y, después de haber oído el llamamiento de los sirvientes, insultaron a unos y mataron a otros. En las Escrituras podemos averiguar cuántos discípulos de nuestro Salvador fueron asesinados después, tanto en Jerusalén como en el resto de Judea. En primer lugar, Esteban fue apedreado. Después, Santiago, el hermano de Juan. Y después de ellos, el primero que aceptó el trono de la Iglesia de ese lugar, Santiago, llamado el hermano de nuestro Señor, a quien llamaban el Justo por su gran excelencia. A éste también lo mataron los judíos de aquellos tiempos apedreándolo. Cómo maltrataron a los apóstoles con azotes, lo cuenta el libro de los Hechos. Y él, con su conocimiento divino, predijo estas cosas antes de que sucedieran; también predijo lo que les sucedería de parte de los judíos. Por medio de una parábola también predijo lo que sucedería antes de que estas cosas ocurrieran, con esta expresión: "El rey se enfureció", por el abuso y la matanza de sus siervos. Y ¿qué puede ser más obvio que este conocimiento previo y el cumplimiento de las cosas mismas (así predichas)? Porque el ejército de los romanos llegó poco después, y tomó la ciudad, y destruyó el templo mismo por fuego. ¿Y de quién fue, sino de Aquel que es Rey de todo, Dios sobre todo, que se dijo así, que "el rey enviará su ejército, y matará a esos asesinos, y quemará su ciudad"? Hasta este mismo momento, de hecho, los restos de la conflagración que tuvo lugar en varias partes de la ciudad, son obvios a la vista de quienes viajan allí. Sobre cómo esos asesinos de los apóstoles fueron capturados en la reducción (de la ciudad), y sufrieron el castigo que merecían, no es necesario que lo digamos, ya que las cosas que se les hicieron, se pueden encontrar fácilmente en el registro de los romanos por Flavio Josefo. Por tanto, después de la matanza de éstos y de la reducción de la metrópoli de su reino, los que quedaron de aquellos siervos que habían oído decir a su Señor "los primeros llamados no eran dignos; salid por los caminos y las veredas, y llamad a la fiesta a todos los que encontréis", cumplieron lo que se les había ordenado. Por eso nuestro Salvador les dijo después de su resurrección: "Id y haced discípulos a todas las naciones en mi nombre". Y esto dijo él, quien anteriormente había ordenado: "No vayáis por el camino de los gentiles", sino que (les ordenó) que predicaran sólo a los judíos. Pero cuando éstos insultaron a (los) invitadores, entonces despidió a los siervos por segunda vez y dijo: "Los que fueron llamados no eran dignos. Salid por los caminos y las sendas, y llamad a la fiesta a todo lo que encontréis". Y esto lo cumplieron en la realidad. Fueron por toda la creación y predicaron a todas las naciones la vocación divina y celestial, y "reunieron a todos los que pudieron encontrar, tanto malos como buenos". Por tanto, que nadie se maraville de que, de los que son reunidos en la Iglesia de Cristo, no todos sean buenos, sino que, en la mezcla junto con los buenos, también se reunirán los malos. Esto no escapó a la presciencia de nuestro Salvador. Por lo tanto, se ve que permanece de hecho, en conformidad con esa presciencia; y, cuál será el fin de aquellos que son reunidos indignamente en su Iglesia, él mismo lo muestra, porque luego enseña estas cosas en la parábola , diciendo: "Los que son reunidos en la Iglesia, serán bendecidos por la gracia de Dios". El banquete estaba lleno de invitados, pero cuando el rey entró para ver a los invitados, vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: "Amigo, ¿cómo te empeñas en venir aquí sin estar vestido de boda?". Él calló. Entonces el rey dijo a los ministros: "Atadle las manos y los pies y echadle a las tinieblas de afuera. Allí será el llanto y el crujir de dientes. Porque muchos son los llamados, pero pocos los elegidos". También reprendió anteriormente, con estas palabras predictivas, a quienes se comportaran injustamente en su Iglesia.
XVII
El Señor también les dijo: "Serpientes, generación de víboras, ¿cómo escaparéis del infierno? Por eso, he aquí que os envío profetas, sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y los perseguiréis de ciudad en ciudad; y sobre vosotros recaerá toda la sangre de los justos que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Berequías, a quien matasteis entre las gradas y el altar. Os digo que todas estas cosas recaerán sobre esta generación". No hay necesidad de afirmar que todas estas cosas son tan claras que no requieren explicación alguna, lo cual, al cumplirse después en verdad, confirmó por (su) cumplimiento manifiesto la presciencia de nuestro Salvador. En efecto, los apóstoles fueron azotados por los judíos en Jerusalén, cuando salieron de sus sinagogas, "regocijados de haber sido hallados dignos de ser vituperados por causa de su nombre". Esteban también fue apedreado por ellos, y Santiago fue asesinado a espada, y el segundo Santiago fue apedreado. Simeón, que ocupó la silla episcopal en Jerusalén después de Santiago, fue entregado a la crucifixión, como nos recuerda la historia. Y muchos otros, que fueron asesinados por los judíos, han puesto así su sello a la presciencia de nuestro Salvador. Por todo esto, el juicio de Dios tomó venganza sobre la generación que se atrevió a hacer todo esto, y sobre ella revirtió la consecuencia (justa) de todos sus actos. En efecto, en aquella generación fue derribado el templo y el altar, y se disolvió el reino que, según la tradición de sus antepasados, se había conservado hasta entonces. Por lo mismo, se les quitó la libertad; y por los mismos efectos, era evidente que la venganza de la sangre de todos los justos recaía sobre aquella generación, conforme a las palabras de nuestro Salvador. Es necesario, pues, que veamos con qué poder y con qué clase de fuerza se dijo: "Os envío profetas y sabios". La expresión "he aquí que os envío" es una indicación del poder de Dios. Y el hecho de que él llamara a los gobernantes de los judíos a su cara, una "generación de víboras", no es prueba de deficiencia (en este respecto). También la predicción de la destrucción que les sobrevendría, después de todo lo demás, proporciona una amplia confirmación de estas declaraciones; y su completo cumplimiento lo prueba. Estas cosas son, pues, suficientes. Ahora, pues, investiguemos cómo sucedió con la tierra que siempre había sido preciosa para ellos y con aquellas glorias de la metrópoli del reino que habían sido tan famosas entre ellos (de las cuales, por su divino conocimiento previo, él atestiguó (llorando amargamente como lo hizo por ellos por su misericordia) que todo sucediera hasta los extremos de la calamidad, debido a la insolencia de sus habitantes contra él.
XVIII
Ya se ha dicho y mostrado cuál sería el fin de aquellas cosas que habían sido predichas respecto del pueblo judío. Pero, como él también profetizó respecto de estos lugares mismos, es necesario que veamos sus palabras sobre ellos. Ahora bien, cuando los gobernantes de los judíos no quisieron soportar la pureza de su doctrina, su publicación, ni sus reprensiones, actuaron de tal manera que libraron a su ciudad de él. Entonces, saliendo de Jerusalén, pronunció estas palabras sobre su ciudad: "¡Jerusalén, Jerusalén! Tú que mataste a los profetas y apedreaste a los que te fueron enviados. ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, pero no quisiste! He aquí, vuestra casa queda desierta. Porque os digo que desde ahora no me veréis hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor". La impureza y la contaminación marcaron después sus acciones: y este fue el pecado en el que se atrevieron a persistir contra nuestro Salvador. Y era justo que, no sólo los habitantes de la ciudad, sino también la tierra misma, de la que tanto se jactaban, sufrieran las cosas que merecían las acciones de sus habitantes. ¡Y esto sufrieron! Porque no pasó mucho tiempo antes de que los romanos vinieran contra la ciudad: y, de los habitantes, a algunos los mataron por la ley de la guerra; a otros los destruyeron por hambre; a otros los llevaron cautivos; y a otros los persiguieron. ¡ Quemaron a los cautivos y al templo y los redujeron a una desolación total ! Pero las cosas que sucedieron después, nuestro Salvador, desde su conocimiento previo como Dios, predijo que sucederían, por medio de las que están (ahora) ante nosotros. Porque nombró a todo el pueblo judío "los hijos de la ciudad", y al templo lo llamó casa. Y así testificó que ellos, por su propia culpa, sufrirían la venganza que se les infligiría. Porque muchas veces quiso reunir a sus hijos bajo el yugo del culto de Dios, como todo lo que se hacía antes; así como desde tiempos antiguos los había cuidado y, durante todas las épocas, los había instruido por medio de uno u otro de los profetas y los había llamado, pero ellos no escucharon su llamado; por eso dictó sentencia contra ellos y dijo: "Vuestra casa está desolada". Por eso, con especial cuidado dijo que no sólo la ciudad misma sería desolada, sino también la casa que estaba dentro de ella, es decir, el templo, (y) que no quería que se llamara de nuevo suyo, o "casa de Dios", sino de ellos (solamente). Profetizó también que no quedaría desolada de otra manera que como privada de ese cuidado providencial que antes se ejercía sobre ella; por eso dijo: "Vuestra casa está desierta". Es justo que nos maravillemos del cumplimiento de esta predicción, ya que en ningún momento este lugar sufrió una desolación tan completa como la que sufrió ahora. Ni cuando fue arrasado hasta sus cimientos por los babilonios, a causa de su gran maldad, su adoración de ídolos y la contaminación con la sangre de los profetas. Setenta años fue todo el período de la desolación del lugar en aquellos tiempos, porque no se les dijo (así) plenamente en ese momento: "Vuestra casa ha quedado desolada". Tampoco fue (entonces) tan abandonada; un acontecimiento que ocurrió poco después, que la dignificó con una renovación mucho más ilustre que su estado anterior, como había predicho uno de los profetas: "La gloria de esta última casa será mayor que la de la primera". Después de que nuestro Salvador anunció que ellos serían abandonados y que su casa sería desolada por el juicio de Dios, la visión misma de aquellos que visitan estos lugares ofrece el cumplimiento más completo de la predicción. El período también ha sido de muchos años y (de duración) tan largo que no sólo duplicó la desolación de setenta años (que fue la del tiempo de los babilonios), sino que incluso superó cuatro veces (su duración), y (de este modo) confirmó el juicio pronunciado por nuestro Salvador. Además, en otra ocasión, nuestro Salvador, caminando junto al templo, recién mencionado, y sus discípulos, maravillados por el edificio que lo rodeaba y mostrándole la grandeza y belleza del mismo templo, les respondió y dijo: "Mirad, ¿no veis todo esto? Os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada". Las Escrituras muestran, además, que toda la construcción y la ornamentación extrema del templo eran, en efecto, dignas de ser consideradas milagrosas; y como prueba de ello, se han conservado, hasta nuestros días, algunos vestigios de estas antiguas decoraciones. Pero, de estas cosas antiguas, el mayor milagro de todos es la palabra divina que declara la presciencia de nuestro Salvador, que anunció plenamente a los que se maravillaban ante los edificios del Templo el juicio de que no quedaría en el lugar que contemplaban "una piedra sobre otra que no fuera demolida". Porque era justo que este lugar sufriera una destrucción y desolación total, a causa de la audacia de sus habitantes, porque era la residencia de hombres impíos. Y tal como fue la predicción, los resultados permanecen en la realidad: todo el templo, y sus muros, así como aquellos edificios ornamentados y hermosos que estaban dentro de él, y que excedían toda descripción, han sufrido desolación desde entonces hasta ahora. Con el tiempo también, esto aumenta: y, así, el poder de la Palabra ha seguido destruyendo, de modo que, en muchos lugares, no se ve ahora vestigio alguno de sus cimientos, lo cual cualquiera que lo desee puede ver con sus propios ojos. Y si alguien dice que algunos de los lugares aún existen, sin embargo, podemos esperar con justicia la destrucción también de estos, ya que su ruina aumenta cada día. La palabra predictiva, que acabamos de mencionar, opera diariamente por un poder que es invisible. Sé también (porque lo he oído de personas que interpretan el pasaje que tenemos ante nosotros de manera diferente) que esto no se dijo en todos los edificios, excepto en el lugar que los discípulos, al expresar su asombro por él, le señalaron; porque fue sobre este lugar donde pronunció la palabra predictiva. Además, las Escrituras de sus discípulos que enseñan acerca de él, nos enseñan estas cosas (a continuación), sobre la destrucción total del lugar.
XIX
Cuando vio la ciudad de Jerusalén, Jesús lloró sobre ella, y dijo: "¡Si conocieras, también en este día, lo que es tu paz! Pero ahora está tan oculto a tus ojos. Y que vendrán días en que tus enemigos te rodearán, y te oprimirán por todas partes, y te desarraigarán a ti y a tus hijos dentro de ti". Las cosas que antes de éstas se predijeron respecto del templo; las que ahora tenemos ante nosotros se refieren a la ciudad misma, a la que los judíos llamaban la ciudad de Dios, a causa del templo de Dios que se había construido dentro de ella. Por todo esto, pues, el compasivo Salvador lloró. No fue que tuviera tanta compasión de los edificios, ni tampoco de la tierra, sino que primero tuvo compasión de las almas de sus habitantes, y luego de la perspectiva de su destrucción. Jesús les dijo: "Si conocieras en este día lo que es tu paz", y también: "Si conocieras en este día lo que es tu paz", anunciando su venida, que sería para la paz del mundo entero. Porque éste es Aquel de quien se dijo: "En sus días nacerá la justicia (como el sol) y abundancia de paz". Vino también para predicar la paz a los que estaban cerca y a los que estaban lejos. Y de los que le recibieron dijo: "La paz os dejo, la paz os doy". Es la paz que han recibido todas las naciones que han creído en él a lo largo de toda la creación. Pero el pueblo que era de la circuncisión y no creía en él, no conocía las cosas de su paz; y por eso dijo después: "Está tan oculto a tus ojos que vendrán días sobre ti, en los que tus enemigos te rodearán". Las cosas que, por tanto, les sobrevendrían poco tiempo después en la reducción (de la ciudad); y como no tenían percepción previa de la paz que se les había predicado anteriormente, ahora estaría oculta a sus ojos. Por tanto, no tenían percepción previa de nada que les sobreviniera después. Él entonces predijo claramente estas cosas por su conocimiento previo, y dio una indicación abierta de la reducción (de la ciudad) que les sobrevendría a través de los romanos, cuando dijo: "Los días vendrán sobre ti", porque no sabías las cosas que te sobrevendrían a ti. En estas palabras se ha escrito la forma de la guerra que les sobrevendría. Y cómo se cumplirían, lo encontraremos en los escritos de Josefo, que era judío y descendía de una tribu de judíos; uno de los hombres más conocidos y famosos entre ese pueblo. En el momento de la reducción (del lugar), puso por escrito todo lo que se hacía entre ellos; y (así) demostró que las predicciones que tenemos ante nosotros se cumplieron en los hechos.
XX
Jesús les dijo: "Cuando veáis a Jerusalén cercada por un ejército, sabed que su desolación ha llegado. Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes. Y los que estén dentro de ella (Jerusalén), y los que estén dentro de sus límites, no entren en ella. Porque estos son días de retribución, para que se cumpla todo lo que está escrito. Pero ¡ay de las que estén encintas y de las que críen en aquellos días! porque habrá gran tribulación sobre la tierra, y gran ira sobre este pueblo. Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones. Y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan". Antes de esto dijo: "Vuestra casa ha quedado desolada". Ahora da por las palabras que tenemos ante nosotros, las señales de los tiempos de la destrucción final del lugar. Y esto lo muestra diciendo: "Cuando veáis a Jerusalén cercada por un ejército, sabed que su desolación está próxima". Ahora bien, que nadie piense que, después de la reducción de la plaza y de la desolación que debería haber en ella, se producirá otra renovación de ella, como sucedió en tiempos de Ciro, rey de los persas, y después en los de Antíoco Epífanes, y de nuevo en los de Pompeyo. Porque muchas veces este lugar sufrió reducción, y después fue dignificado por una restauración más excelente. Pero, cuando lo veáis reducido por ejércitos, sabed que lo que le sobrevendrá será una desolación y destrucción final y completa. Designa la desolación de Jerusalén por la destrucción del templo y el abandono de los servicios que, según la ley de Moisés, se realizaban anteriormente en él. No debéis pensar que la desolación de la ciudad, mencionada en estas palabras, iba a ser tal que nadie más residiría en ella, pues después de esto dice que la ciudad no será habitada por judíos, sino por gentiles, cuando dice: "Jerusalén será pisoteada por los gentiles". Por tanto, sabía que sería habitada por gentiles. Pero llamó a esto su desolación, porque ya no sería habitada. No se necesitan muchas palabras para explicar cómo se cumplieron estas cosas, porque podemos ver fácilmente con nuestros propios ojos cómo los judíos se dispersaron por todas las naciones y cómo los habitantes de lo que antes era Jerusalén, pero que ahora es llamado Aelia por Elio Adriano, son extranjeros y descendientes de otra raza. Lo maravilloso de la profecía es que dijo de los judíos que "serían llevados cautivos a todas las naciones" y de los gentiles que "Jerusalén sería pisoteada por ellos". Este milagro se completa entonces: los judíos están ahora completamente dispersos por toda la creación, de modo que se encuentran entre los etíopes, los escitas y en los extremos de la tierra. ¡Es solo su propia ciudad y el lugar en el que antes se realizaba su culto donde no pueden entrar! Pero si la ciudad hubiera quedado completamente desolada y sin habitantes, los hombres habrían pensado que esa era la causa de su exclusión de ella. Pero ahora que el lugar está habitado por extranjeros, descendientes de una raza diferente, y que no se les permite ni siquiera poner un pie en él, de modo que no pueden ver ni siquiera de lejos la tierra de sus antepasados , se cumplen las cosas predichas, en exacta conformidad con la predicción: "Serán llevados cautivos a todas las naciones, y Jerusalén será pisoteada por los gentiles". Además, la forma del cautiverio indica la guerra de la que habló: "Habrá gran tribulación sobre la tierra, y gran ira sobre este pueblo; y caerán a filo de espada". También podemos aprender, por los escritos de Flavio Josefo, cómo sucedieron estas cosas en sus lugares y cómo se cumplieron de hecho las que habían sido predichas por nuestro Salvador. También muestra claramente el cumplimiento de la predicción de nuestro Salvador, cuando dijo: "¡Ay de las que estén encintas y de las que críen en aquellos días!", pues ha registrado cómo las mujeres asaron a sus hijos al fuego y se los comieron a causa de la presión del hambre que prevalecía en la ciudad. Por lo tanto, nuestro Salvador previó esta hambruna que tuvo lugar en la ciudad y aconsejó a sus discípulos que, en la reducción que estaba por venir sobre los judíos, no les correspondía refugiarse en la ciudad como en un lugar guardado y protegido por Dios, donde muchos sufrirían, sino que debían salir de allí y "huir a los montes"; y que los que estuviesen en Judea se entregasen a los gentiles, y que los que estuviesen en sus tierras no se refugiasen en ella como en un lugar fortificado. Por eso dijo: "Los que estén en sus fronteras no entren en ella, porque son días de venganza, para que se cumpla todo lo que está escrito". Por tanto, quien lo desee puede aprender los resultados de estas cosas de los escritos de Josefo.
XXI
Si es justo que expongamos algunas cosas de Josefo en este libro, a modo de testimonio, nada nos impediría escuchar al propio historiador, que escribe de esta manera: "¿Cómo puede ser necesario que yo describa la severidad de la hambruna en lo que respecta a las cosas inanimadas? Llego, pues, a dar a conocer un hecho que no se ha registrado ni entre los griegos ni entre los bárbaros: uno que es chocante de mencionar e increíble de escuchar. Yo mismo, en verdad, hubiera dejado con gusto esta calamidad sin mencionar (para que los que vengan después no pensaran que he contado falsedades) si no hubiera tenido muchos testigos entre los de nuestro propio tiempo. De otro modo, en verdad, habría hecho un dudoso bien en lo que respecta a la tierra de mis padres, si hubiera omitido mencionar las cosas que, de hecho, ha sufrido. Una cierta mujer, de las que residían al otro lado del Jordán, cuyo nombre era Miriam, bien conocida por su familia y riqueza, se refugió con muchas (otras) en Jerusalén, y con ellas fue encerrada (en el desierto). Los tiranos se apoderaron de las demás posesiones de esta mujer, tal como estaban después de que dejó el paso (del Jordán) y entró en la ciudad. Además, el resto de sus tesoros, si hubiera sido suficiente para su sustento diario, fue invadido y confiscado por los soldados asistentes. Por lo tanto, una gran indignación se apoderó de ella y muchas veces incitó a los ladrones contra ella, con maldiciones y reproches. Pero como nadie la condenó a muerte, ni a causa de su indignación ni por misericordia, y se cansó de buscar sustento para otros de todas partes, y (como) se excitaban sospechas contra ella, incluso si las encontraba (el hambre, al mismo tiempo, permanecía en sus entrañas y la indignación la inflamaba más que el hambre), tomó como consejera la impetuosidad y la necesidad, y se atrevió a hacer lo que era contrario a la naturaleza. Ella se apoderó de su hijo (que estaba de pecho) y le dijo: Desdichado, ¿para quién te he de proteger en la guerra, el hambre y el tumulto? ¿Para que seas esclavo de los romanos? Si en verdad pudieras vivir feliz con ellos, el hambre precede a esta servidumbre y los sediciosos son crueles. ¡Ven, sé para mí alimento, para los sediciosos venganza y para el mundo, la historia que falta para completar los sufrimientos de los judíos! Diciendo esto, mató inmediatamente a su hijo. Luego lo asó y se comió una parte; y el resto lo escondió y lo conservó". Estos sufrimientos, de entre muchos, los he anotado aquí, a causa de la predicción divina de nuestro Salvador, cuando declaró: "¡Ay de las que estén encintas y de las que críen en aquellos días!", y porque añade esto también a las palabras predictivas de nuestro Salvador: "Habrá gran tribulación en la tierra y gran ira sobre este pueblo", o como dijo Mateo: "Habrá en aquel tiempo gran tribulación, como no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás".
XXII
Será bueno, por tanto, escuchar al escritor Josefo, al relatar así el cumplimiento de estas mismas cosas: "Sería imposible dar cuenta de cada una de sus iniquidades por separado; decimos, pues, sumariamente, que ninguna otra ciudad sufrió jamás todas estas cosas; y que nunca hubo una generación tan fecunda en vicios como ésta; porque destruyeron la ciudad misma, y fueron la causa de que los romanos fueran registrados, como obligados por ellos contra su propia voluntad, a esta triste victoria. Por lo tanto, los arrastraron inmediatamente, sin oposición, al templo, y desde la ciudad alta vieron el fuego que ardía en su interior". ¡Y no se entristecieron ni lloraron por estas cosas! Porque "en ese momento habría una gran tribulación, tal, que no había habido igual desde el principio del mundo". De esta manera, ya había sido predicho por nuestro Salvador lo que Josefo atestigua. Todo lo cual se cumplió plenamente cuarenta años después, en tiempos del emperador romano Vespasiano. Nuestro Salvador añadió además a sus predicciones, determinando el tiempo, el de cuánto tiempo Jerusalén sería pisoteada por los gentiles, pues dijo: "Hasta que se cumplan los tiempos de los gentiles", dando a entender con esto el fin del mundo.
XXIII
En la ribera de nuestra vecina ciudad de Neápolis de Palestina, que no era pequeña, sino que es hoy una ciudad famosa, se acercó a Jesús una mujer de Samaria y, después de otras palabras, le dijo: "Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraban en este monte, pero vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar". A lo que nuestro Salvador le respondió: "Créeme, mujer, que llega la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén se adorará al Padre". Y después de algunas otras cosas, añadió: "Llega la hora, y ya es, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque el Padre busca que le adoren también a éstos. Dios es espíritu, y es justo que quienes le adoran le adoren en espíritu y en verdad". Y con estas cosas demostró también que su presciencia no era pequeña. En efecto, antiguamente, en los días del emperador romano Tiberio, en cuyo tiempo se dijeron estas cosas, los judíos se reunieron especialmente en Jerusalén para la observancia de los preceptos de su ley; y los samaritanos, en el monte llamado Garizim, que ellos veneraban, en la ladera de Neápolis, afirmaron que era justo que allí se observara la ley de Moisés. Ahora bien, estos montes son, por así decirlo, anatemas de Dios. En ambos se veneraban ciertas partes; y de ambos, la Escritura da testimonio: la de Moisés, respecto de Garizim; y la de los profetas hebreos, respecto de Jerusalén. Por tanto, la sentencia de juicio, expuesta en el anuncio divino de nuestro Salvador, fue que ya no debían adorar en Jerusalén ni en el monte Garizim aquellos que entonces se adhirieron tan pertinazmente a estos lugares, lo que sucedió poco después. En los días de Tito Vespasiano y en la reducción que se produjo en los de Adriano, ambos montes fueron, según sus palabras, desolados. El del lado de la ciudad de Neápolis fue profanado con imágenes impropias, ídolos, sacrificios y derramamiento de sangre, y se volvió abominable. También el templo de Jerusalén fue arrasado hasta los cimientos y ha permanecido, durante todo el tiempo mencionado, en completa desolación y destrucción por el fuego. Y desde entonces y hasta ahora, se ha cumplido la predicción de nuestro Salvador, que declaró: "La hora viene, (en) que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán", llamando a ese tiempo "la hora". El Señor Jesús dijo: "El Señor es el Dios de la creación, que no estaba todavía cerca, pero estaba por venir". Y hablando a sus discípulos sobre el servicio racional que debía ser completado por él, añadió: "La hora viene, y ahora es, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad". Por lo tanto, necesariamente agregó aquí: "Ahora es". Porque inmediatamente, desde la hora misma (en) en que dijo estas palabras ("los verdaderos adoradores", de quienes él era la cabeza y maestro), sus discípulos, que recibieron el servicio racional de él, realizaron el servicio de Dios "en espíritu y en verdad". Pero lo que, sobre todo (lo demás) profetizado en estas palabras, implica que ya no en ningún monte, ni en ningún rincón determinado de la tierra, sino en toda la creación, esos "verdaderos adoradores" deberían adorar al Dios que está sobre todo, y deberían presentarle los servicios divinos, que deben realizarse sin sangre, "en espíritu y en verdad". No por semejanza, ni por aquellas cosas de las cuales él era el antitipo, como las que observaron los judíos y los samaritanos de Moisés, en matanzas, sacrificios, incienso, fuego y muchas otras modalidades corporales; que todas estas cosas serían abolidas por las cosas que ahora tenemos ante nosotros, fue lo que la palabra de Dios predijo aquí. También dijo, de ahora en adelante "en espíritu y en verdad". Es decir, "los verdaderos adoradores" rendirán a Dios el servicio que es digno de él, de una manera divina y tanto con el alma como con la mente.
XXIV
Jesús les dijo: "Yo soy el buen pastor, y conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a mí. Como el Padre me conoce, así también yo conozco al Padre, y doy mi vida por mis ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil, y es necesario que las introduzca y que oigan mi voz. Y habrá un solo rebaño y un solo pastor". Con otras palabras, enseñó y dijo: "No he venido sino a las ovejas que se han extraviado de la casa de Israel". Entonces fue al pueblo judío al que nombró bajo esta figura. Mas por las cosas que tenemos ante nosotros, predijo que no eran solo aquellos que se habían convertido en sus discípulos de entre los judíos los que eran considerados como parte del número de su rebaño, sino también aquellos que estaban fuera de este redil. Porque así, la palabra (la Escritura) generalmente nombra a la vez a todo el pueblo judío. En otro, Jerusalén y el servicio que allí se realizaba según la ley de Moisés. El hecho de que "reuniría otras ovejas que no eran de aquel redil" implica la creación entera; y con estas cosas predijo que de ellas este rebaño racional se reuniría con él de tal manera que todos, judíos e idólatras que creyeran en él, se unirían al único y mismo culto a Dios; y que habría "un solo rebaño y un solo pastor". Esta es su Iglesia, que ha sido establecida tanto entre los judíos como entre los gentiles. ¡Y así ha sucedido! Porque de inmediato, al comienzo de la predicación del evangelio, grandes multitudes de judíos se convencieron de que él era el Cristo de Dios, de quien habían predicado los profetas. Y con ellos, los que creyeron en él de entre los gentiles, fueron reunidos en una sola Iglesia, bajo la mano del único pastor, de Aquel que es Dios. En Jerusalén surgieron, de entre los judíos, quince obispos de la Iglesia, desde Santiago, que fue el primero, y miles de judíos y gentiles se reunieron allí, hasta el tiempo de su reducción en los días de Adriano. Y que él era el Buen Pastor, del que se había predicado muchas veces en las palabras de los profetas, es evidente para nosotros, pues las palabras que enseñan que él es el pastor de las almas de los hombres, como de rebaños racionales. Porque así lo dicen en una ocasión los profetas: "El Señor me alimenta como pastor, y nada me faltará". Y en otra: "Pastor de Israel, mira, tú que guías a José como un rebaño". Y en otro pasaje introduce a uno diciendo: "Él es el Señor y el pastor de las ovejas". Por tanto, sólo él es verdaderamente el Pastor de las almas racionales. Porque, así como sucede entre los hombres, la naturaleza de las ovejas es una y la del pastor otra; y, (como) la naturaleza racional gobierna y dirige a la que es irracional, así también sucede con respecto a la superioridad del Pastor, la naturaleza supera con mucho a la del hombre. En verdad, somos su rebaño y, comparados con su poder, somos menos racionales que cualquier oveja. Pero él es en verdad el Pastor bueno y puro, que no descuida tanto a su rebaño, que pueda ser devorado por los lobos (es decir, por los demonios malvados, los corruptores de las almas). Esto nos obliga a mirar su palabra que declaró, con gran poder y fuerza: "Yo soy el buen pastor"; y también: "Yo doy mi vida por mis ovejas". Esto lo dijo en un misterio acerca de su muerte. También enseñó al mismo tiempo la causa, es decir, que dio su vida para la redención de las almas de los rebaños racionales. Respecto a que "tengo otras ovejas", esto muestra que los judíos no eran su única posesión, sino también que todas las naciones le habían sido dadas por su Padre, según esta declaración: "Pídeme lo que quieras, y te daré las naciones por herencia".
XXV
Jesús estaba muchas veces con los judíos, porque conocían las profecías de los profetas acerca de él. Mas en cierta ocasión se acercaron los griegos para verlo, y Jesús dijo: "Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Os digo que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere , dará mucho fruto". Con estas palabras también manifestó en un misterio que entre los griegos, entre las naciones extranjeras y entre los hijos de una generación diferente, se debían abrazar las cosas que comprendían las alabanzas de su divinidad. Porque no dijo cuando estaba entre los judíos que "ha llegado su hora de ser glorificado", sino cuando los griegos se acercaron a él. Después de esto, necesariamente continuó dando a conocer su muerte, su resurrección y la vocación del pueblo en el que se encontraba. Porque, así como el grano de trigo, antes de caer en la tierra, permanece solo, pero contiene la fuerza vivificante, con las energías de la semilla contenidas en él, y que las espigas producirán; pero, después de caer en la tierra (como el que vive después de la muerte), se multiplicará y, por el poder que se le confiere, producirá muchas espigas; así también declaró respecto de sí mismo que las cosas debían ser. Esto, en verdad, lo demostró claramente el resultado de ellas. Porque no fueron sólo los griegos quienes, después de su muerte, recibieron de su poder y de las provisiones de su divinidad, sino también muchas naciones. Por lo tanto, él era la semilla que cayó y brotó de nuevo: "El que estaba muerto, pero está vivo". El que, después de su caída, que fue por la muerte, creció mucho, es el que, por su resurrección, llenó las tierras de los paganos, como si fueran campos cultivados, con el poder divino inefable. Por eso dijo: "La mies es mucha, pero los obreros son pocos". Y también: "Alzad los ojos y mirad los campos, que están blancos para la siega". Estas cosas también las predijo (figurativamente) acerca de aquellos que, después de su muerte, se establecerían en él, mediante la fe pura que es por él; la multitud de los cuales, a través de toda la creación, tanto de griegos como de bárbaros, constituiría la Iglesia que se establecería en miríadas de congregaciones; reuniendo, por así decirlo, el producto de los campos racionales bien cultivados (es decir, las almas de los hombres) en un solo lugar (en los graneros de su Iglesia). Por eso se ha dicho: "El aventador limpiará su era, y recogerá el trigo en sus tesoros, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará".
XXVI
Jesús dijo a los apóstoles: "Hijitos míos, un poco de tiempo estaré con vosotros, y me buscaréis; como dije a los judíos: A donde yo voy, vosotros no podéis venir". Simón Pedro le dijo: "¿A dónde vas?". Jesús le respondió: "A donde yo voy, tú no puedes ahora ir; mas después de un tiempo vendrás". En la última parte del libro, Jesús, después de resucitar de entre los muertos, le dijo a Pedro: "Te digo que cuando eras joven, te ceñías los lomos e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos y otros te ceñirán los lomos y te llevarán a donde no quieras. Con estas palabras quiso mostrar con qué muerte glorificaría a Dios. Y dicho esto, le dijo: Sígueme". ¿Quién no se asombra de que, cuando dijo estas cosas a sus discípulos, estuvieran dispuestos a adherirse a él hasta la muerte? Porque no los engañó insinuándoles ni prometiéndoles cosas consideradas buenas en esta vida, ni tampoco los indujo a adherirse a él por ningún medio. Pero Jesús simplemente predijo los tormentos que, por su causa, les sobrevendrían. Así, ya antes le había mostrado a Simón el modo de la crucifixión con la que más tarde terminaría su vida en la ciudad de Roma, diciéndole: "Cuando seas viejo, extenderás tus manos y otros te ceñirán los lomos". Y de manera similar, también lo mostró místicamente al decir: "Adonde yo voy, tú no puedes venir ahora; pero después de un tiempo vendrás". Ahora bien, estas cosas no se las dijo a todos, sino sólo a Pedro, porque es él solo quien, según la Escritura, debía terminar su vida a la manera de los sufrimientos de nuestro Salvador.
XXVII
Jesús les dijo: "Guardaos de los hombres, porque os entregarán a sus magistrados, os azotarán en sus sinagogas y os llevarán ante gobernadores y reyes por mi causa, para testimonio para ellos mismos y para los gentiles". Y también: "Bienaventurados seréis cuando os persigan, os injurien y digan toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que os precedieron". Lo maravilloso es que aquí se añade la expresión "por mi causa". No bastaba con que Jesús conociera y predijera las persecuciones que se levantarían contra sus discípulos, sino que, para mostrar también la causa de las mismas, dijo que debían sufrir estas cosas por su causa. Y no fue por ninguna mala práctica ni por ninguna otra falta. Pero como ya había dicho, todo esto les sucedería por causa suya, lo cual está presente en el hecho para nuestra información. Si alguno, durante las persecuciones, negaba solamente que era cristiano, quedaba libre de toda culpa y causa de acusación. Pero la vida de sus discípulos era tan irreprensible e intachable que no sufrirían toda clase de calamidades por ninguna otra causa, excepto por confesarle y dar testimonio de él. En efecto, los incitó y preparó plenamente para esto comparándolos con los antiguos profetas y amigos de Dios, pues, como persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros, así también os expulsarán sin causa; y a la manera de los profetas, seréis castigados, porque adoráis al Dios que está sobre todas las cosas; por lo cual también persiguieron a los profetas. Ahora bien, el hecho de que él predijera que hasta los gobernadores y reyes se conmoverían por estas cosas, que el tiempo estaba cerca, que él hablara así a sus discípulos, y que sus palabras se cumplieran y permanecieran en la realidad, ¿cuánto supera a toda maravilla? Porque ha habido muchos otros, tanto bárbaros como griegos, que han dicho y prometido muchas cosas sabias a sus discípulos. De éstos, algunos supusieron que no había Dios; otros aniquilaron toda consideración acerca de la Providencia; y otros (recibieron) a aquellos que eran considerados dioses por la mayoría; otros surgieron (como) los líderes de facciones viciosas; otros (que pensaron), que el reposo era el sumo (bueno), y otros, que el reposo lo era indiscriminadamente; y de hecho, hablaron tal como podían estar en las circunstancias. Pero de ninguno de estos sabemos de persecuciones que se les opusieron, como las que se opusieron a la enseñanza de nuestro Salvador. ¿Cómo, pues, no nos asombraremos y confesaremos que éstas son en verdad palabras de Dios? Éstas no sólo atestiguaron de antemano, mediante el conocimiento divino previo, las persecuciones que vendrían sobre sus discípulos, sino que también indicaron de antemano la causa de éstas, al decir que estas cosas les sucederían por su causa.
XXVIII
Jesús les dijo: "El hermano entregará a la muerte a su hermano, y el padre a su hijo; y los hijos se levantarán contra sus padres, y los harán morir. Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre; mas el que persevere hasta el fin, vivirá". Ahora bien, ¿cómo se han cumplido estas cosas hasta el presente? ¿Qué necesidad hay de que las expliquemos con detalle, puesto que estos hechos superan todo relato? Hemos visto también con nuestros propios ojos cuántas cosas de este tipo sucedieron, tanto durante las persecuciones como en nuestros propios tiempos. Ni oís simplemente esto de que "el hermano entregará a la muerte a su hermano", pues incluso esto podría haber sido una mera cuestión de opinión. Pero podemos investigar (el caso) e informarnos cómo fue que "el hermano entregó a su hermano a la muerte". Cuando uno se entrega al afecto fraternal y elige el amor de la vida, y niega a Dios, especialmente con respecto a su hermano, a quien solicita y persuade a adorar ídolos, lo excita y seduce, mostrando (su) afecto fraternal, de modo que descuide el mandato de nuestro Salvador; entonces, en verdad, el hermano entregará a su hermano a la muerte de su alma. De la misma manera, también el padre hará que su hijo se equivoque (seduciéndolo), y lo persuadirá a adorar a los ídolos, y (de esta manera) lo entregará a la muerte. Lo mismo ocurre con los hijos, sus padres: por su afecto hacia ellos, de tal manera los inducirán a elegir la vida mortal que es ahora, en lugar de la que está con Dios, y (de esta manera) se convertirán en la causa, tanto de la muerte como de la perdición del alma de sus padres. Muchas cosas semejantes a éstas las presenciamos con nuestros propios ojos durante los tiempos de las persecuciones, de modo que en ellas se cumplió la predicción: "Seréis odiados de todos por causa de mi nombre". En este lugar también se hizo cuidadosamente esta adición, enseñando a los discípulos que no deberían ser odiados por ninguna acción odiosa, sino por causa de su nombre.
XXIX
Jesús les dijo: "El reino de los cielos es semejante a una red que cayó en el mar, y recogió toda clase de peces; y cuando estuvo llena, la sacaron a la orilla; y sentándose, escogieron los buenos y los pusieron en cestas; y los malos, los tiraron. Así será en el fin de este mundo: saldrán los ángeles, y separarán a los malos de entre los justos, y los arrojarán en un horno de fuego: allí será el llanto y el crujir de dientes". La red, que aquí se pone como una figura de la palabra, y que está tejida con las diversas ideas de las Escrituras antiguas y nuevas, es llamada por él como su propia doctrina: la fluctuante vida del hombre, que está sujeta a dificultades en sus acciones a causa de las calamidades que la acompañan (el mar). De esta clase de vida, como del mar, la red, así predicha, debía atrapar a decenas de miles. Y bajo él debían estar las diversas multitudes de aquellos que se oponían entre sí en sus caracteres; y de éstos, los buenos y los malos en sus disposiciones. De éstos también habló místicamente, como si fueran sacados del mar a la manera de los peces, cuando dijo en la primera llamada a sus discípulos: "Seguidme, y os haré pescadores de hombres". Por tanto, esta reunión de tales hombres, malos y buenos, en su Iglesia (reunida hasta este mismo tiempo) no le era desconocida, pues enseñó que estos mismos deberían ser separados al final por los ángeles, quienes deberían ser designados para esta obra; y así debería ser impuesto el castigo, debido a la disposición de cada uno.
XXX
Jesús les dijo: "Guardaos de los profetas mentirosos que vienen a vosotros con piel de cordero, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. Porque no se recogen uvas de los espinos ni higos de los cardos. Así, todo buen árbol produce buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos". Con esto, Jesús les aconsejó (aquí) por su conocimiento previo, que se guardaran de aquellas personas impías, que, valiéndose de las opiniones de otros, y de las palabras de las Escrituras de su divinidad, en tiempos posteriores asumirían formalmente el nombre de cristianismo. También muestra las señales y pruebas del mal oculto en ellos, y que debería engañar a muchos, cuando dice: "Por sus frutos los conoceréis". Ahora bien, los frutos de los tales son estos: las palabras impías pronunciadas por ellos, su forma de vida injusta y perversa. Estas cosas, cuando fueron dichas y predichas por nuestro Salvador, no ofrecieron en aquel tiempo ningún testimonio visible de su verdad a quienes las oyeron; pero, en tiempos posteriores, los hechos así declarados se hicieron visibles a todos: surgieron los seguidores de Marción, Valentín, Basílides y aquellos otros corruptores de almas, a saber, Bardesanes y ese loco de la opinión de ayer y de nuestros propios tiempos, cuyo nombre se convirtió en el distintivo titular de la herejía maniquea; todos ellos se convirtieron en fuentes de doctrina mentirosa e impía. Y no salieron a la luz de otra manera, sino como vestidos exteriormente con las pieles de los corderos de nuestro Salvador. Él claramente llamó a sus discípulos ovejas, pero ¿cuántos millares de ovejas de nuestro Salvador arrebataron estos engañadores? Quienes, presentándose en forma de Cristo, se adhirieron a su instrucción y a los términos de las doctrinas relacionadas con su divinidad, y se exhibieron como corderos. Pero esa amargura impía que estaba (como) acechando dentro de ellos, se adhirió secretamente a aquellos que habían sido atrapados por ellos. Por lo tanto, estos, que ahora eran considerados como ovejas, debido a que (así) se acercaban (a él), aparecieron abiertamente después como "lobos rapaces". Y por eso nuestro Salvador nos enseñó previamente a tener cuidado de ellos, cuando dijo a modo de instrucción: "Por sus frutos los conoceréis".
XXXI
Jesús les dijo: "El discípulo no es mayor que su maestro, ni el siervo que su señor. Al discípulo le basta ser como su maestro, y al siervo como su señor. Y si al señor de la casa lo han llamado Beelzebú, ¿cuánto más a los hijos de su casa? No les temáis, pues, porque no hay nada oculto que no haya de ser revelado, ni secreto que no haya de ser conocido". Los judíos sostenían que Beelzebú era un demonio maligno y príncipe de los demonios; blasfemaron en consecuencia contra nuestro Salvador, afirmando que por el poder de esto expulsó al resto de los demonios de los hombres. Pero dio la respuesta verdadera a quienes pensaban esto, que también está escrita entre sus palabras. También predijo a sus discípulos que también se pensaría que ellos vencerían a los hombres mediante el trato con demonios y magos, lo cual, ahora afirmado por muchos, ha sellado y confirmado la predicción de nuestro Salvador. También dio su testimonio de que esta noción, (así) atribuida a ellos, quedaría en nada, (considerando) su vida y conducta, su pureza de doctrina, y (inculcando) el culto a Dios. Por lo tanto, dijo: "No les temáis; porque no hay nada oculto que no sea revelado, ni oculto que no sea dado a conocer". Por lo tanto, reprendió a estos discípulos, durante mucho tiempo, porque las cosas que antes se les escapaban a la mayoría, habían sido, por esta razón, consideradas (por ellos) como incapaces de publicación; así como también las que pertenecen a las doctrinas del (verdadero) culto a Dios, que debían ser dadas a conocer abiertamente. Pero ahora sus ordenanzas y preceptos han sido dados a conocer a todos los hombres; y él ha extinguido esa (perjudicial) opinión con respecto a sus discípulos que había sido sostenida anteriormente por la mayoría.
XXXII
Cuando Jesús determinó que no se debía abandonar a la mujer, excepto en caso de fornicación, sus discípulos le dijeron: "Si la causa de un hombre con su mujer es así, no conviene tomar esposas". Está escrito que él dijo sobre estas cosas: "No todo hombre es suficiente para esto, excepto aquellos a quienes se les da. Hay eunucos que fueron así desde el vientre de sus madres; y hay eunucos que fueron hechos eunucos por los hombres; y hay eunucos que se hicieron eunucos a sí mismos por causa del reino de los cielos. El que pueda soportarlo, que lo soporte". Es evidente por el contexto de las Escrituras que nunca hubo entre los hombres, y particularmente entre los judíos, nadie que dijera por revelación algo como esto; o que hizo algo parecido; o que, a lo largo de toda la creación y entre todas las naciones, ya sea en las ciudades o en los pueblos, había multitudes, no solo de hombres, sino también de mujeres, que se conservaban en perfecta santidad y en estado de virginidad, mediante la esperanza y expectativa del reino de los cielos. Hemos visto en el mismo experimento que aprendieron que pronto estarían preparados para esto. Sin embargo, el cumplimiento de la pretensión de conocimiento previo no se realizó simplemente; porque hemos visto a muchos hombres, bien conocidos por nosotros, que se aprovecharon del hierro y se hicieron eunucos sin ninguna otra causa, excepto la de la esperanza del reino de los cielos: quienes ni vacilaron ni fueron débiles en la doctrina de nuestro Salvador, sino que sencilla y audazmente se entregaron a la cosa misma. De modo que el conocimiento previo de nuestro Salvador, también respecto de estas cosas, deja constancia de que su palabra era en verdad la palabra de Dios.
XXXIII
Habiéndosele acercado una gran multitud, Jesús les predijo con una parábola cómo serían los que recibirían la semilla de su doctrina, diciendo: "Un sembrador salió a sembrar; y mientras sembraba, una parte cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron; otra parte cayó sobre una roca, donde no había mucha tierra, y brotó enseguida; y como no había profundidad de tierra bajo su raíz, se secó; otra parte cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron; otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, uno a ciento, otro a sesenta, y otro a treinta por uno". Después de esto, exclamó y dijo: "El que tenga oídos para oír, que oiga". Después de esto, sus discípulos le preguntaron también cuál sería la interpretación de la parábola, y él les enseñó diciendo: "Escuchad, pues, la parábola del sembrador: Todo aquel que oye la palabra del reino, pero no la entiende, viene el Maligno y arrebata la semilla de su corazón. Éste es el que se siembra junto a la higuera. Y el que se siembra sobre la piedra, éste es el que oye la palabra y la recibe con prontitud, pero, al no ser confirmado en ella, se ofende con un poco de tribulación. Y el que cayó entre espinos, éste es el que oye la palabra, pero el afán del siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y queda sin fruto. Pero el que se siembra en buena tierra, éste es el que oye la palabra y la entiende, y produce fruto, uno a ciento, otro a sesenta, y otro a treinta por uno". Ahora bien, ¿de dónde pudo haber sucedido a la naturaleza humana, no sólo declarar por su presciencia algo que debía llegar a existir, sino también el que sembrara en la tierra buena. Pero también, para determinar las clases y clases de personas (¿quién debería), a menos que en verdad él fuera verdaderamente la Palabra de Dios? Porque se dice que "la palabra de Dios es viva y eficaz, y más aguda y cortante que la espada de dos filos", y que pasa incluso a las partes del alma y del cuerpo, y de las coyunturas y los tuétanos; y que es el juez de los pensamientos e intenciones del corazón, de quien ninguna criatura está oculta. Por tanto, bien declaró las marcas distintivas de aquellos que luego recibirían sus doctrinas; y también predijo que aquellos que recibirían en impureza la semilla de su instrucción, serían de tres clases: de la misma manera, los buenos, a quienes les gustaría la buena tierra, escucharían mucho y darían gran crecimiento a la palabra misma. También de aquellos corruptores de la semilla, que caerían en sus almas, declaró que habría tres causas motoras. En primer lugar, las consideraciones de la vida y el cuidado de cosas no (absolutamente) necesarias, y de las riquezas y placeres, sumergiendo (por así decirlo) la semilla sembrada dentro de ellos, y haciéndola parecer la semilla ahogada por espinas. En otros casos, otros no la reciben en la profundidad de la mente, sino que la extinguen inmediatamente cuando la aflicción los alcanza. La tercera causa puede ser que la fuente de las destrucciones de la semilla dentro de ellos es, la entrega de un oído laxo y dispuesto a (los hombres) que desean seducirlos, y arrebatarles la semilla. En efecto, el Señor profetizó estas cosas sobre la multitud de los que en el futuro darían fruto, y por la enseñanza de sus palabras, exclamó: "La mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies". Y de estos mismos dijo en otra ocasión: "¿No decís vosotros mismos que faltan cuatro meses para que llegue la siega? Levantad los ojos y ved los campos, que están blancos para la siega". ¿Y quién no se extraña de que manifieste también el número reducido de los que deben ser en pureza los jefes de su palabra, pues "los obreros son pocos"? Y como para obtenerlos era necesaria la oración, dijo: "Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies". Cuando dijo "el sembrador salió a sembrar", también dijo que había otro sembrador y otra semilla; y también mostró y enseñó de dónde y adónde salió con las cosas dichas en la parábola inmediatamente siguiente.
XXXIV
Añadiendo otra parábola, Jesús les dijo: El reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras los hombres dormían, vino el enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y cuando el trigo brotó y dio fruto, apareció de la misma manera la cizaña. Sus siervos se acercaron y le dijeron: "Señor nuestro, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde hay cizaña en él?". Él les dijo: "El enemigo ha hecho esto". Le dijeron: "¿Es tu voluntad, pues, que vayamos a cortarla?". Pero él les dijo: "No, no sea que, mientras cortáis la cizaña, arranquéis también el trigo con ella. Dejad que ambos crezcan hasta la siega. Y al tiempo de la siega diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en manojos para quemarla, pero recoged el trigo en la siega y ponedlo en los graneros". Esta misma parábola la explicó también a sus discípulos en la casa, cuando se acercaron a él y le dijeron: "Explícanos la parábola de la cizaña del campo". Él les respondió: "El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre; y el campo es el mundo. En cuanto a la buena semilla, éstos son los hijos del reino; y la cizaña, éstos son los hijos del maligno; y el enemigo, que la sembró, es el acusador. Y la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. Así pues, como se recoge la cizaña y cae en el fuego, así será al fin de este mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que cometen delitos, y a los que hacen el mal, y los arrojarán a la gehena del fuego, donde será el llanto y el crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán en el reino de su Padre". Nuestro Salvador, por tanto, mostró, con su explicación de la parábola, estas cosas (a saber, quién era el sembrador que salió a sembrar la semilla, y qué era la semilla que arrojó, en las expresiones: "El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre; y el campo es el mundo". Porque él solía llamarse a sí mismo "Hijo del hombre", a causa de su andar entre los hombres. Por tanto, salió de dentro y salió. ¿Dónde estaba entonces él dentro, sino por encima del mundo? donde (de hecho) existía; y al final del mundo salió y descendió a nosotros, que estábamos fuera del reino de los cielos. Y con él trajo la semilla celestial, que sembró en las almas de los hombres como en tierras distinguidas. La parábola enseña, con respecto al campo, que "el campo es el mundo". Y muestra de este campo que no pertenece a nadie sino a él mismo; a él que salió de la parte interior de su reino, a los que estaban fuera (fuera de él), cuando dijo: "Los sirvientes se acercaron y le dijeron: Señor nuestro, ¿no sembraste buena semilla en tu campo?". Por lo tanto, enseñó claramente que incluso este campo es suyo: y esto que interpretó y mostró era el mundo. En la parábola anterior, por lo tanto, mostró su conocimiento previo en cuanto a cuáles serían las distinciones de aquellos que recibirían la semilla en sus almas; pero en esta, que se nos presenta, las doctrinas perversas y los errores de los herejes impíos: ¡cuando ninguno de ellos se había establecido aún entre los hombres! Sin embargo, no era desconocido para él que esto sucedería. Porque, como las escrituras falsas fueron esparcidas como semilla en tiempos sucesivos por toda la tierra, con enunciados asimilados a los de su doctrina, por una naturaleza opuesta, no diferente de la cizaña. Y hay miríadas de ellos, incluso hasta el día de hoy, algunos de los cuales se jactan de Manes, algunos de Marción y algunos de otros, de aquellos (digo) que promueven heterodoxia impía y cizaña (por así decirlo), asimiladas a la doctrina de nuestro Salvador, haciendo uso de su nombre y sosteniendo libros falsos de los evangelios; pero el que fue el Padre de estas cosas; el que primero las sembró en las almas de quienes lo recibieron, fue el mismo Acusador. Así que nuestro Salvador demostró bien, por el poder divino, el conocimiento previo de lo que sucedería; y estas cosas él testificó previamente, que así se han cumplido en la realidad; y, en consecuencia, su cumplimiento fue, como sus palabras (habían previsto). Así pues, como él mostró verdaderamente estas cosas, y como vemos en los hechos mismos, el cumplimiento de estas predicciones de nuestro Salvador. Así, también nosotros debemos pensar que lo demás se cumplirá. Éstos son: "la siega", "el fin" y "los ángeles segadores", y que la cizaña será recogida y caerá en el fuego. Los bienes supremos también de aquellos que hayan conservado y multiplicado la semilla viva, pura y vivificante; de quienes se dice: "Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre".
XXXV
Estando Jesús sentado en el Monte de los Olivos, se le acercaron sus discípulos, diciéndole: "Señor, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?". Jesús les respondió: "Que nadie os engañe, porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo, y a muchos engañarán". Otra vez, después de algunas cosas, dijo: "Si en aquel tiempo alguno os dijere: Aquí está el Cristo, o allí está, no creáis. Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y darán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos. He aquí, os lo he dicho antes. Si os dijeren, pues, que está en el desierto, no salgáis. Y si os dicen que está en la cámara, no volváis". En otra ocasión, hablando con los judíos, añadió estas cosas y dijo: "Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; pero si otro viniere en su propio nombre, a ése recibiréis". Estas cosas predijo él cuando advirtió a sus discípulos contra el mentiroso Anticristo, a quien estaban esperando. Uno de estos, Pablo, mostró en su Carta a los Tesalonicenses que estaría en el tiempo del fin. Sobre que otros también estarían antes de esto, nuestro Salvador mismo predijo en varios lugares: "Muchos vendrán en mi nombre, diciendo Yo soy el Cristo y engañando a muchos". Y hubo muchos (de estos) después (de estas) sus palabras. Y así los samaritanos fueron persuadidos inmediatamente de que Dositeo, que fue después de los tiempos de nuestro Salvador, era el profeta de quien Moisés predijo. Y él los engañó de tal manera, que declararon que él era el Cristo. Otros, además, en los tiempos de los apóstoles, llamaron a Simón el Mago "el gran poder de Dios" y pensaron que él era el Cristo. Otros (pensaron lo mismo) de Montano en Frigia; y otros, a su vez, de otros, en otro lugar. Y los engañadores no cesaron. Y es necesario que supongamos que hubo muchos como éstos; para que incluso de ellos, se pueda tener testimonio de la realidad de la presciencia de nuestro Salvador. Nuestro Salvador enseñó además que su gloriosa segunda venida no debería ser, como fue la primera, en algún lugar, de modo que se suponga que sea visible en algún rincón de la tierra; y, para que nadie pensara así, dijo: "Si alguien os dice que el Cristo está aquí, no creáis". Tales opiniones no corresponden a él, sino a los falsos Cristos y falsos profetas. En efecto, Cristo apareció una vez en forma de hombre y en una región determinada. Pero, en cuanto a cómo sería su segunda venida gloriosa desde el cielo, él enseñó y dijo: "Así como el relámpago sale del Oriente y se ve hasta el Occidente, así será también la venida del Hijo del hombre".
XXXVI
Jesús les dijo: "Oiréis de guerras y rumores de guerras; no os turbéis, porque es necesario que así sea; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino. Y habrá pestes y hambres, y seísmos en diversos lugares. Y todo esto será principio de dolores. Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán en diversos lugares. Y todo esto será principio de dolores. Entonces os entregarán a tribulación, y os matarán; y seréis aborrecidos de todas las gentes por causa de mi nombre". Después de esto, añadió: "Muchos tropezarán, y se entregarán unos a otros, y unos a otros se odiarán. Y muchos falsos profetas se levantarán, y engañarán a muchos. Y por la abundancia de la iniquidad, el amor de muchos se enfriará. Pero el que persevere hasta el fin, vivirá. El evangelio del reino será predicado en todo el mundo, para testimonio de todas las naciones; y entonces vendrá el fin". Claramente, Jesús predijo también con estas cosas, que su evangelio, por necesidad, primero sería predicado en toda la creación, para testimonio de todas las naciones, "y entonces vendría el fin". Porque el fin del mundo no vendría antes de que (el evangelio) hubiera sido predicado; sino, cuando su palabra hubiera surtido efecto de tal manera entre todas las naciones, que serían pocas las personas entre las cuales su evangelio no había sido predicado; así también el tiempo del fin sería corto (en su venida). Enseña además y dice: "Oiréis de guerras y rumores de guerras; no os turbéis, porque es necesario que así sea; pero aún no ha llegado el fin". También muestra cuándo será esto, pues dice: "Se predicará el evangelio del reino en toda la creación, para testimonio de todas las naciones; y entonces vendrá el fin". Cuando también "habrá hambrunas y pestilencias y conmociones en diversos lugares, y nación se levantará contra nación y reino contra reino" y habrá persecuciones abrumadoras y grandes aflicciones. Después de estas cosas también dice: "Seréis odiados de todas las naciones", pero no a causa de ningún otro acto odioso, sino "por causa de mi nombre".
XXXVII
Estas pruebas de la manifestación divina de nuestro Salvador, que hemos visto hasta ahora, son al mismo tiempo una demostración de que tanto las palabras como las obras que se tenían en mente son divinas. Porque en tiempos pasados, las palabras eran simplemente oídas; pero ahora, en nuestros tiempos, el cumplimiento de estas palabras es abiertamente visible en los hechos, junto con poderes que eclipsan a los de toda la naturaleza mortal. Y si los hombres no se dejan persuadir por esto, no debemos extrañarnos, porque es habitual en los hombres resistir de tal manera a las cosas más claras, que incluso se atreven a oponer con sus palabras la existencia de una Providencia universal; y por tanto, también a negar a Dios mismo. Y así también lucharán falsamente contra muchas otras cosas de las que da testimonio la verdad. Pero, como la conducta perjudicial de estos no resta nada a la palabra, que es verdadera por naturaleza, así también la infidelidad malvada de los hombres no dañará en nada la excelencia evidente de la divinidad de nuestro Salvador. Pero si es justo que compongamos también para éstos una fórmula que conduzca a la salud intelectual, es tiempo de que presentemos aquí de nuevo, para su uso, otras pruebas de la verdad del evangelio, y ahora también recitemos las cosas que antes se han investigado con referencia a otros objetores, como para aquellos que no se dejarán persuadir por las cosas dichas hasta ahora.