EUSEBIO DE CESAREA
Teofanía de Dios

LIBRO V

I

He mostrado ya las pruebas de la manifestación divina del Salvador común de todos, Jesucristo, que hasta ahora han sido visibles a los ojos, mostrando de inmediato las palabras y los hechos divinos. En los tiempos antiguos, las palabras de las que ya hemos hablado sobre cosas que habían de suceder, eran simplemente oídas; las que profetizó a sus discípulos cuando estaba cerca y en presencia de ellos. Pero ahora, en nuestros tiempos, el cumplimiento de estas palabras se ve abiertamente en la realidad, con poderes que eclipsan a los de toda la naturaleza mortal. Y si los hombres no se convencen de estas cosas, no debemos extrañarnos, ya que el hombre está acostumbrado a resistirse a las cosas más claras, hasta el punto de atreverse a oponer en sus afirmaciones incluso la existencia de una Providencia universal, y con ello, incluso a negar a Dios mismo. Y de esta manera, con falsedad, lucha también contra muchas otras cosas de las que da testimonio la verdad misma. Pero como la conducta injuriosa de éstos no perjudica en nada a la palabra, que es por naturaleza verdadera, así también la maldad de la incredulidad de los hombres no perjudica en nada a la evidente excelencia de la divinidad de nuestro Salvador. No nos dignemos, pues, apegarnos a ellos ni siquiera de palabra, porque a aquellos a quienes las obras de Dios no persuadirán, la palabra del hombre será demasiado abyecta para conmoverlos. Sin embargo, retomemos con más vigor aquellas cosas contra ellos que investigamos anteriormente mediante preguntas, como prueba de los evangelios. Por tanto, si después de todo esto alguien impugnara la verdad y se atreviera a afirmar falsamente que el Cristo de Dios no era (tal) como creemos que era, sino un mago, seductor e impostor , le presentaremos, como a un niño en mente, las cosas que también investigamos anteriormente.

II

Ahora bien, ¿se ha oído hablar de un hombre que, siendo mago y engañador, fuera también maestro de humildad, mansedumbre, pureza y de todas las demás virtudes? ¿Es justo llamar con estos nombres a aquel que no permitió que los hombres miraran a las mujeres con malos deseos? ¿Podría ser un mago quien transmitió la filosofía principal enseñando a sus discípulos que los indigentes debían unirse a él con sus riquezas y que la compasión y la liberalidad debían abundar en ellos? ¿Podría ser un mago quien prohibió la reunión de habitantes feroces y tumultuosos y les enseñó a amar sólo el retiro que se dedica a la palabra de Dios? ¿Cómo podría ser llamado mago aquel que apartó de toda clase de mentiras y mandó que los hombres honraran la verdad por encima de todas las cosas, de modo que no necesitaran un juramento verdadero, y mucho menos uno falso? ¿Qué necesidad hay de que yo diga ahora muchas cosas sobre este punto, ya que podemos informarnos fácilmente por sus propias palabras, que hasta el día de hoy se han predicado por toda la tierra, sobre qué clase de conducta fue difundida por él en el mundo? Todo aquel que ama la verdad confesará de él, no sólo que no era mago ni engañador, sino que era la verdadera Palabra de Dios, y el maestro de la filosofía divina y la justicia, y no de esta filosofía común del mundo.

III

Las cosas que pertenecen a su doctrina eran tales como éstas. Ahora bien, investiguemos si este error suyo consistió en (alguna de) las muchas cosas de su enseñanza. Observa, pues: ¿no fue Dios, el rey de todo, él solo, de quien está escrito que es la causa de todo bien, a quien enseñó y presentó a sus discípulos? Y ¿no elevan las palabras de su doctrina hasta este mismo tiempo la mente de todos los griegos y bárbaros existentes, al Dios que es supremo, a él (digo) que es el creador de los cielos y de la tierra, y del mundo entero, haciéndoles saltar por encima de toda naturaleza visible y todo lo fabricado? ¿Fue este entonces su error? ¿O fue que no permitió adorar a muchos dioses a quienes se les había demostrado, por este culto a Dios solo, que no se lo podía convencer de falsedad? Y ¿quiénes habían caído después de su cabeza, a causa de este error real? Pero esto no era nuevo, ni era Su palabra (solamente), sino de aquellos hebreos, amigos de Dios, que surgieron en los tiempos antiguos. Y fue de ellos que estos filósofos recientes (verdaderos) fueron ayudados en estas grandes (obras), y se rindieron a sus doctrinas. También los sabios de Grecia, glorificándose en las adivinaciones de sus deidades, lo han registrado así de los hebreos, que "la sabiduría vino solo a los caldeos, y los hebreos adoraron puramente la esencia de la persona de Dios, el rey de todo".

IV

Si aquellos antiguos amigos de Dios, a quienes estas adivinaciones dan testimonio más particularmente de su hogar, elevaron el acto de adoración (dirigiéndolo) al Dios que está sobre todas las cosas, ¿cómo podemos confesar que fue un engañador y no un maestro admirable, quien extendió este culto a Dios (en lo que se refiere a las cosas que sólo conocían en tiempos pasados estos descendientes de los jefes de los padres hebreos) a toda la humanidad? Y esto hasta tal punto que ya no son unos pocos, y fáciles de contar, como en aquellos tiempos, los que mantienen la fe ortodoxa respecto de Dios, sino miles de congregaciones de bárbaros a la vez, y de aquellos que en tiempos antiguos eran perfectamente salvajes, también de sabios y hombres de Grecia, de aquellos que ahora, como los profetas y los hombres justos de la antigüedad, han sido instruidos en el culto a Dios, únicamente por medio de su poder y de su instrucción.

V

Pero examinemos también esta tercera cuestión. ¿Por eso lo llamaron engañador, porque enseñó que los hombres ya no debían honrar a Dios con la matanza de toros ni con sacrificios de animales irracionales, ni con sangre y fuego ni con incienso, que son de la tierra, porque son cosas de poco valor y terrenales, y demostró que nunca podrían concordar con la naturaleza inmortal e incorpórea? ¿Por qué determinó también que guardar los mandamientos de Dios y purificar por ellos tanto el alma como el cuerpo era más aceptable y conveniente a Dios que cualquier tipo de sacrificio? ¿Por qué inculcó también que los hombres debían procurar asemejarse a Dios, tanto en la iluminación de la mente como en el conocimiento de su culto? Y si alguno de los griegos encuentra faltas en estas cosas, que sepa que no se debe imaginar que las cosas (así) recibidas están en contra (incluso) de las de sus propios maestros, quienes han reunido mucho sobre este (asunto), a saber: que (los hombres) no deben suponer que honran a Dios por medio de la sangre y los sacrificios de animales irracionales, o por los de fuego, humo y vapores de grasa.

VI

Después de todo esto, Jesús nos enseñó que el mundo fue creado y que estos cielos, el sol, la luna y las estrellas son obra de Dios, y que no es justo que adoremos a estos seres y no a él, que es el Creador y Hacedor de todo. Por tanto, puede ser bueno que veamos cómo pudo engañar a los hombres, de quienes hemos aprendido a pensar que este sistema (de cosas) no es nada nuevo, sino que es el de los hebreos, los antiguos amigos de Dios. Incluso este sentimiento también provenía de estos famosos filósofos, quienes transmitieron estos mismos (detalles), afirmando que estos cielos, el sol, la luna, las estrellas y el mundo entero también fueron hechos por él, que es el Creador de todas las cosas. También nos enseñó a creer que el alma que poseemos es inmortal y que en ningún sentido se parece a los animales que son irracionales, sino que (las facultades) dentro de ella se asemejan a los poderes de Dios. También enseñó que todos los bárbaros e ignorantes debían hacer suya esta verdad y ser y saber. ¿Cómo fue que no nos hicieron sabios aquellos sabios egipcios o aquellos griegos que se ensancharon la frente, aquellos que decían que el alma que había en el hombre no era en ningún sentido mejor en su esencia que los mosquitos, las pulgas, los gusanos o los reptiles, ni siquiera que el alma de la serpiente, la víbora, el oso o la pantera, y que los cerdos, en cuanto a su alma, no se diferenciaban en nada de los hombres?

VII

Después de estas cosas, Jesús les advirtió con insistencia acerca del juicio de Dios, de los castigos y de las venganzas (cosas de las que no podemos estar exentos) que se registran contra los malvados; también les advirtió acerca de las promesas de la vida eterna, del reino de los cielos y de la vida de felicidad con Dios para los justos. ¿A quiénes, pues, engañó? ¿No los animó más bien a apresurarse hacia la virtud, a causa de las victorias reservadas a los justos, y a huir y rechazar de ellos todo vicio, a causa de los castigos que se infligirían a los malvados? Así pues, siendo tales las instrucciones contenidas en las ordenanzas doctrinales de nuestro Salvador, ¿qué lugar queda para imaginar que supongamos que él fue un engañador y un mago? Pero investiguemos también estas cosas.

VIII

Cuando un mago asocia a sus compañeros con las cosas de este vicio, ¿a qué hombres los hace semejantes? ¿No a los magos, engañadores y fabricantes de drogas mágicas, en todo sentido iguales a él? ¿Hubo, pues, entre toda la raza cristiana un hombre que fabricara ritos mágicos o drogas a partir de la doctrina de nuestro Salvador? No existe tal cosa que pueda decirse, sino lo contrario: se les ha visto pasarse a los preceptos de la filosofía que es divina. ¿Cómo, pues, puede llamarse con justicia otro que el Maestro de la vida que adora a Dios, el Salvador común de todos, que se convirtió en todo el mundo habitable y en todas las naciones en la (única) causa de la pureza y de la santidad de la vida, y del conocimiento (que inculca) el culto al Creador de todas las cosas?

IX

Los que se adhirieron a Jesús desde el principio, así como los que después recibieron la tradición de su modo de vida, estaban tan alejados de toda sospecha de maldad y amargura en todas estas cuestiones, que ni siquiera permitían a los enfermos hacer muchas cosas que muchos se atrevían a hacer, como escribir hechizos en tablillas o usar amuletos, o tener respeto por los que prometían usar encantamientos, o prescribir a los enfermos, como remedio para sus dolencias, olores de raíces o de manzanas o de otras cosas similares. Todas estas cosas, por tanto, estaban excluidas de la doctrina de nuestro Salvador; nunca se encontró un cristiano que usara amuletos o encantamientos o medios de tablillas escritas o, en realidad, cualquier otra forma relacionada con estas, cuyo uso indiscriminado era conocido entre muchos. ¿Qué se puede decir, pues, de los hombres que habían sido instruidos en estas cosas, de modo que se les pudiera imputar que habían sido discípulos de un maestro que era mago? ¡Mientras tanto, la asociación de cualquiera de los discípulos que prometiera una doctrina (nueva) fue severamente reprendida! Por tanto, aquellos hombres tanto de arte como de ciencia, a quienes él fue causa de su instrucción (cristiana), confesaron plenamente que él era muy superior (en estos aspectos). Porque, así como los médicos son testigos de la bondad de la doctrina de su maestro, así también, de los geómetras, ¿quién ha designado a otros maestros instructores, excepto los geómetras? ¿Y de los aritméticos, excepto los aritméticos? Y de la misma manera, del mago, los mejores testigos en cuanto a estas cosas han sido sus discípulos, quienes (siempre) se han parecido completamente a su Maestro y han hecho (como él hizo). Pero nunca se ha encontrado a ningún hombre, durante todos estos años, que sea mago y (al mismo tiempo) discípulo de nuestro Salvador; ¡cuando he aquí que reyes y gobernadores han, durante todos estos tiempos, hecho las más cuidadosas investigaciones sobre (estas) cosas por medio de los peores tormentos! Y así, en verdad, nunca hubo ningún mago discípulo suyo, como para quedar libre y exento de toda (especie de) condenación; siendo solamente reducido por ellos (los emperadores perseguidores) al sacrificio.

X

Para que nuestro discurso no se desvíe de las Escrituras, tomemos la prueba de estas cosas incluso de los escritos de aquellos primitivos conocidos y discípulos de nuestro Salvador, (como se encuentra) en el libro de los Hechos. Ellos obraron de tal manera con aquellos de los gentiles que recibieron su doctrina, que muchos de ellos, que anteriormente los acusaban de magia, cambiaron completamente su conducta, que atrevidamente presentaron ante ellos en medio de las asambleas los libros abominables que antes habían mantenido en secreto, y los arrojaron al fuego en presencia de todos. Escuchemos, pues, el relato de estas cosas, que dice así: "La mayor parte, pues, de los que practicaban la magia trajeron sus libros y los quemaron delante de todos; y calcularon su precio, y se halló que valían cincuenta mil piezas de plata". Así eran los discípulos de nuestro Salvador, y tal era el poder de la palabra que manifestaban en sus discursos a los oyentes, que se les grabó en lo más profundo del alma; estaban tan impresionados y tan inclinados que todos tomaron la resolución de no permitir más que permanecieran ocultas las cosas por las que muchos habían sido implicados en el error, sino que estas cosas secretas debían ser sacadas a la luz y convertirse en testigos contra sí mismos de su propia maldad anterior. Así eran también los que se convirtieron en sus discípulos, tan puros, nobles de alma y abundantes en amor, que no permitían que nada impuro permaneciera oculto en ellos, sino que, por el contrario, se gloriaban y se regocijaban en su cambio del vicio a la virtud. Por tanto, ya que los discípulos de nuestro Salvador eran así, ¿no debía haber sido antes su Maestro mucho más excelente? Pero si queréis saber de aquellos que son discípulos, de qué clase era su Maestro, tenéis decenas de miles de discípulos de los preceptos de nuestro Salvador incluso hasta este tiempo; de los cuales hay multitudes de congregaciones de hombres, que se han armado contra los deseos de la naturaleza del cuerpo, y se han acostumbrado a preservar sus mentes ilesas de cualquiera de las malas pasiones: aquellos que han pasado toda su vida, (y) envejecido en pureza; y han dado, de las disposiciones de su palabra, los ejemplos más brillantes (a los demás).

XI

No sólo los hombres se unieron a Dios de esta manera y se convirtieron en filósofos, sino también decenas de miles de mujeres en toda la creación, que, como sacerdotisas del Dios supremo, se dedicaron al servicio más exaltado y se aplicaron al amor de la sabiduría celestial. Despreciaron la generación del cuerpo, dedicaron todo su cuidado a su alma, se mantuvieron puros de todo lo sórdido e impuro y extendieron sus deseos a toda santidad y a la virginidad. Los griegos, en efecto, cantan acerca de un pastor que dejó su lugar por amor a la filosofía, y lo pregonan por todos lados: Demócrito. También expresan su asombro por un tal Crates, que dio sus posesiones a sus ciudadanos, y luego se llevó consigo a sí mismo solo y se jactó de las provisiones de la libertad. Pero estos ejemplos de la palabra de nuestro Salvador son decenas de miles en número; no fue uno o dos (solamente) el que vendió sus bienes y los distribuyó a los pobres y necesitados; de hecho, nosotros mismos somos testigos de que estos eran incluso entre los hombres; y en los mismos efectos, hemos visto la justicia de la doctrina de nuestro Salvador. Y ¿qué necesidad hay de que digamos, cuántos miríadas incluso de los mismos bárbaros, y no (de estos) solamente, sino también de los griegos, han, por la doctrina de las palabras de nuestro Salvador, elevados por encima de todo error de una pluralidad de dioses, y han reconocido y confesado al único Dios, el Padre y Creador de todo este mundo? A él, a quien un tal Platón conoció anteriormente, pero confesó que no se atrevía a hablar de él delante de todos los hombres. Porque no tenía en él un poder como el de la adoración a Dios, pero a los discípulos de nuestro Salvador les fue fácil, con la ayuda de su Señor, reconocerlo y encontrarlo cerca como Padre y Creador de todo. Lo revelaron a toda raza de hombres y predicaron su conocimiento a todos, en toda la creación, de tal manera que, por su enseñanza, existen hasta el día de hoy, entre todas las naciones, decenas de miles de congregaciones, no sólo de hombres, sino también de mujeres, niños, esclavos y aldeanos. Todo esto les llegó de este filósofo, de modo que no sólo no les faltó darlo a conocer como el Hacedor y Creador de todo este mundo, sino que también se convirtieron en sus embajadores en todo lugar. Tales fueron las victorias del Salvador común de todos; éstos, los engaños de Aquel que era considerado un engañador. Mientras que, he aquí, sólo tales eran sus discípulos y conocidos; de quien fuera justo que supiéramos qué clase de Señor era.

XII

Volvamos a intentarlo de esta manera. A ver, vosotros decís de Jesús que era un mago, y no sólo eso, sino que era un hacedor de magos. Le llamáis astuto y engañador, pero ¿cómo es posible que él fuera el primero y el único que se ha levantado capaz de esta materia? ¿O no es justo que, según la costumbre, atribuyamos la causa a los maestros? Si, pues, él fue el primero y el único capaz de esto, sin que nadie le enseñara y él no aprendió nada de otros ni lo tomó de los antiguos, ¿cómo no nos corresponde confesar que su naturaleza era divina? Jesús, sin libro, sin preceptos y sin maestros, aprendió de sí mismo y se vio que conocía de sí mismo al Creador de todas estas cosas. Pero si él nació de la naturaleza, y nadie que haya sido instruido por sí mismo ha sido maestro de gramática o retórica, sin haber sido instruido previamente, ni ha habido médico, constructor o practicante de cualquier otro arte, siendo estas cosas pequeñas y pertenecientes a los hombres, pero esto, se podría decir, es del Maestro de todo el mundo habitable, a saber, que realizó los milagros registrados en las Escrituras y cuyos discípulos fueron instruidos por él, sin haber recibido nada de los antiguos ni haber tenido ayuda de aquellos modernos que realizaron cosas no diferentes a las que habían hecho otros que lo habían precedido, ¿qué otra cosa podemos atestiguar o confesar, sino que la materia es en verdad divina y tal que excede a toda naturaleza humana?

XIII

Vosotros decís de Jesús que tuvo maestros engañosos, y que no se le escaparon ni las ciencias de los egipcios ni los misterios que antes se predicaban entre ellos; que de éstos recogió (sus doctrinas), y que parece haber sido un hombre de esta descripción. Si otros, sus superiores, aparecieron antes que él, y fueron sus maestros, ya en Egipto o en otras partes, ¿por qué no se difundió también la fama de éstos, antes que su nombre entre todos los hombres, tal como lo ha hecho el suyo? Y ¿por qué no se proclama también la alabanza de ellos, incluso hasta este tiempo, tal como se ha hecho el suyo? Y ¿quién es el mago, de los que surgieron en cualquier tiempo, bárbaro o griego, que fue el maestro de tales discípulos, el originador de todas esas leyes y preceptos como estos, y ha mostrado el poder de (este) el Salvador común de todos? ¿Y de quién se ha escrito que él hizo curaciones como las que se han registrado de nuestro Salvador? ¿Y el conocimiento de algo que sucedería, con todas esas predicciones? También aquellas que, como éstas, han sido establecidas como principios. ¿Qué otro, ya sea antes o después de él, ha sido recordado como el que ha liberado? ¿Y quién es el que ha prometido que efectuaría esas cosas, en todo el mundo habitable, que había predicho (de esa manera), y ha, de hecho, confirmado sus palabras de tal manera que, incluso en estos nuestros tiempos, el cumplimiento de sus predicciones es visible a nuestros propios ojos? ¿Y quiénes fueron los discípulos y testigos oculares de las cosas que aquí se tratan, que sellaron la verdad acerca de lo que atestiguaron de su Señor, mediante la prueba del fuego y de la espada, como lo hicieron estos discípulos de nuestro Salvador, quienes (en verdad) soportaron el reproche de todos por las cosas que habían visto y presenciado de él, y se sometieron a toda especie de tormento, mientras que el fin de su testimonio acerca de él fue el de Hijo de Dios? ¡Cuánto menos sellarían con su sangre sus testimonios los magos! ¿Y cuál de los magos, incluso si alguna vez se le ocurrió crear un nuevo pueblo en su propio nombre, no sólo pensó en hacerlo, sino que también llevó a cabo su proyecto? ¿Cómo no eclipsaría esto a toda la naturaleza humana, el que también formulara leyes opuestas al error de una pluralidad de dioses y contrarias a las ordenanzas de reyes, legisladores, filósofos, poetas y teólogos? ¿Y que él los enviara y demostrara, a través del período de una larga vida, que eran (a la vez) triunfantes e intachables?

XIV

¿Quién de los magos fue el que proyectó lo que hizo nuestro Salvador? Si alguno lo hizo, no se atrevió a hacerlo. Pero si alguno se atrevió, no llevó a cabo el asunto. El Salvador dijo en una palabra y anuncio a sus discípulos: "Id y haced discípulos de todas las naciones en mi nombre, y enseñadles todo lo que os he mandado". Y lo hizo para seguir la palabra. De ahí que todas las razas de los griegos y los bárbaros se convirtieran de inmediato, y en un corto espacio de tiempo, en sus discípulos. Las leyes de nuestro Salvador tampoco fueron escritas en ningún libro suyo, sino que, sin libro, fueron difundidas por orden suya entre todas las naciones. Pero si no había otra persona de la que se pudiera decir que se parecía a él, ¿cómo se atreverían a proponer cosas como éstas? Ni tampoco había, por consiguiente, quién pudiera haber sido la causa de que él poseyera toda esta superioridad. Es ahora, por tanto, tiempo de que confesemos que una naturaleza extraordinaria y divina vino al mundo, que primero y sola realizó las cosas que nunca antes habían sido conmemoradas entre los hombres.

XV

Tras estas cosas, preguntemos de nuevo si alguien vio con sus ojos o supo por el oído que había magos como él y compositores de drogas (mágicas) que, sin libaciones, sacrificios e invocaciones de demonios, realizaban los ritos de la magia. Cuando, he aquí, es bien conocido y claro para todos, que todo el proceso de la magia se realiza habitualmente por estas cosas. Porque, ¿cómo puede alguien presentar una acusación de esta clase ya sea contra nuestro Salvador, o contra sus discípulos, o contra aquellos que, incluso en estos tiempos, son guiados por su doctrina? ¿Hay alguien que pueda presentar una acusación como esta contra ellos? ¿No es evidente, incluso para los ciegos, que estamos dispuestos a todo lo contrario de estas cosas? ¿Y que nos atrevemos a entregarnos a la muerte en un instante? ¡Pero que no queremos sacrificar a los demonios! ¡Que nos sometemos instantáneamente a ser eliminados de la vida, pero no nos sometemos a los demonios! ¿Y quién es aquel que no sabe cuán delicioso es para nosotros que, por el nombre de nuestro Salvador, (acoplado) con oraciones que son puras, expulsemos toda clase de demonios? Y así, la palabra de nuestro Salvador, y la doctrina que proviene de él, nos han hecho a todos muy superiores al poder que es invisible e impermeable a la investigación; y de tal manera que estamos dispuestos a ser enemigos y odiadores de los demonios, pero no a ser amigos o seguidores de (sus) costumbres; mucho menos a estar sujetos y obedientes (a ellos). ¿Cómo pudo entonces haber sido esclavo de los demonios, quien entregó tales cosas a aquellos que eran devotos de él? ¿Y cómo pudo haber sacrificado a los espíritus malignos? O ¿cómo pudo haber llamado a los demonios (como sus) asistentes y ayudantes, cuando todos los demonios y espíritus impuros han sido agitados, como por algún tormento o castigo incluso ahora mismo, a la mención de Su nombre? (y) se han ido y han huido ante su poder, como sucedió en tiempos pasados, cuando él conversaba con los hombres, cuando estos no podían soportar verlo; (uno y) otro, gritando desde otro lugar, y diciendo: "¿Qué tienes que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido a atormentarnos antes de tiempo?".

XVI

Ahora bien, ¿no es el hombre cuya mente se dedica únicamente a la magia y es totalmente adicto a cosas (de este modo) bajas, en su carácter abiertamente odioso, vil, corrupto, inicuo, impío e impío? Y siendo así, ¿de dónde y cómo puede enseñar a los demás, ya sea las cosas que pertenecen al culto de Dios, o las que respetan la pureza, o las que conciernen al conocimiento de Dios, o las que se refieren a la inmortalidad del alma, o las que inculcan la justicia y el juicio de Dios que está sobre todas las cosas? ¿No sería un embajador de las cosas que se oponen a todas estas? ¿Perseverando en aquellas que favorecen el odio y la negación de Dios, y desarraigando como fabulosa la (doctrina de una) providencia general de Dios, y riéndose de las palabras que tratan de la virtud y (afirman) que el alma es inmortal? Si se hubiera visto que se había dado testimonio de estas cosas, no habría nada que pudiéramos decir en contra de este nuestro Maestro. Pero si en todas sus palabras y acciones se vio que invocaba a Dios, que está sobre todas las cosas y es Rey de todas las cosas, y que preparaba a sus discípulos para serlo; si era un hombre sobrio y maestro de la templanza; si también era un hacedor y predicador de la justicia, de la verdad, de la misericordia y de toda virtud; y si mostraba el culto a Dios, el rey de todas las cosas, ¿cómo no se sigue de estas cosas que debemos pensar que ninguno de los actos maravillosos que realizó fue obra de magia y confesar que, en verdad, fue por el poder invisible de Dios? Estas cosas, pues, están dirigidas contra aquellos que se atreven, con bocas impías, a blasfemar contra él. Pero si cambian y confiesan que él fue un maestro de pureza y sobriedad de vida, y un introductor de la doctrina de la adoración (verdadera) de Dios; pero que no fue hacedor de esas obras maravillosas, poderosas y milagrosas que se registran de él, ni de esas acciones divinas que son superiores a las del hombre; y que sus discípulos las han inventado; ahora es tiempo de que también nosotros nos enfrentemos a esta acusación.

XVII

Si se dijera de Jesús que no hizo ningún milagro perfecto, ni ninguna de aquellas maravillas de las que dieron testimonio sus discípulos, sino que sus discípulos las han afirmado falsamente, y han mentido con el fin de hacer relatos milagrosos acerca de él, veamos si la palabra de éstos debe ser considerada satisfactoria, pues no hay ninguna causa terrenal que puedan señalar por la que ellos, los discípulos, y él, su maestro, salieron al mundo. Pues el que enseña, da una promesa de alguna doctrina, y ellos, a su vez, aman tanto los preceptos como las doctrinas, como si (transmitieran) algún (valioso) arte , y se entregan (en consecuencia) al Maestro. ¿Qué razón puede haber, pues, para que alguien hable contra los discípulos de nuestro Salvador, a causa de su conversación con él? ¿Y qué pudo haberlos impulsado a preocuparse tanto por él, y a que lo registraran como el maestro de tales doctrinas para sí mismos? O ¿no está claro esto? Porque las cosas que aprendieron de él, también las declararon plenamente a los demás: y estos fueron los propósitos de esta su filosofía. Ellos también fueron los primeros embajadores de Dios que está sobre todo, de la providencia de Dios, del juicio justo (de Dios), de la inmortalidad del alma, de la distinción entre la vida de los buenos y los malos, y de otras cosas de este tipo, que están escritas en su Escritura. También fue un precepto perteneciente a la vida de esta filosofía, el que les dio cuando dijo: "No tengáis oro ni plata en vuestros bolsos, ni alforja para el camino", con otras cosas similares; pero (su gran precepto fue) que debían entregar sus almas, sólo al cuidado providencial del Gobernador de todo, y no estar ansiosos por causa de la necesidad. Y les instruyó de tal manera que debían considerar (sus preceptos) mucho mejores que los que Moisés entregó a los judíos. Porque estableció una ley para ellos (como para hombres a quienes el asesinato sería fácil), recordándoles que no debían matar. Y de la misma manera, que no debían cometer adulterio, como hombres disolutos y adúlteros. Y también, que no debían robar, como hombres a quienes la esclavitud sería adecuada; y que no debían dañar, como hombres que eran fraudulentos. Pero de éstos, él sabía que era deseable que no necesitaran tales leyes; que esto debería ser sobre todo precioso a sus ojos (a saber, que su alma no estuviera sujeta a ninguna pasión mala); que desarraigaran y expulsaran desde el fondo de su corazón, como de su raíz, el germen de (todo) vicio; y que fueran superiores a la ira y a todo deseo bajo; es decir, que ni siquiera se enojaran, debido a la superioridad de su alma, por estar libre de pasión; que no miraran a una mujer con malos deseos; que trabajaran contra el robo de tal manera que dieran de lo suyo a quienes lo necesitaran; y además, que no se gloriaran en esto de no dañar a nadie, sino (más bien) en esto de que quienes quisieran dañarlos, los soportaran sin ira. Pero ¿qué necesidad hay de que recopile todas las cosas que él y ellos enseñaron? También les aconsejó, junto con todas estas cosas, que se confirmaran en la verdad de tal manera que no estuvieran en necesidad de prestar ni siquiera un juramento verdadero, y mucho menos uno falso, sino que formaran su carácter de tal manera que en él, aparte de todo tipo de juramento, aparecieran como verdaderos, y no fueran más allá de , y aplicaran esto verdaderamente en su conversación.

XVIII

Por tanto, podemos preguntar si hay algo, sea lo que fuere, contra aquellos que fueron oyentes de estas cosas y que inmediatamente se levantaron como maestros de ellas a otros discípulos, (de donde podemos suponer que inventaron todas las cosas, que atestiguaron que su Maestro había hecho. Y ¿qué hay en esto que nos lleva a suponer que todos mintieron completamente? Eran, en número, los doce que habían sido elegidos, y los setenta restantes, de quienes se dice que él los envió delante de él, de dos en dos, a todos los lugares y partes a donde estaba por ir. Pero, no hay ni una palabra que pueda decirse de todo este grupo, (que muestre) que lo desmintieron: hombres, que amaban la vida que era pura y el culto del (verdadero) Dios, que se preocupaban muy poco por todos los hijos de sus propias familias; y quienes en lugar de sus amigos, de sus esposas, digo, de sus hijos y de todo lo que les pertenecía, tomaron la vida que no tenía posesiones; y dieron plenamente su testimonio de su Señor, como de una sola boca, entre toda la humanidad.

XIX

Ésta es, pues, la razón principal, primera y verdadera. Investiguemos también lo que se opone a ella. Por tanto, consideremos a él como Maestro y a ellos como discípulos; y así, por así decirlo, en una relación de hipótesis, no enseñó ninguna de las cosas ya mencionadas, sino las que se oponen a ellas: que se conviertan inmediatamente en transgresores de la ley; que actúen impíamente, injustamente, fraudulentamente y falsamente; que juren en falso y cometan (muchas) cosas odiosas, y si hay algún otro vicio que pueda nombrarse. Ahora bien, todas estas cosas son completamente ajenas a las doctrinas de nuestro Salvador; se oponen (a ellas) y serían (hijos) de la arrogancia y la impudicia. Y no sólo se oponen a sus palabras y doctrinas, sino también al modo de vida que hasta ahora ha sido entregado a todas las naciones y que se practica en toda su Iglesia. Pero, aunque el asunto sea (totalmente) falso, entonces no se puede alegar algo parecido (es decir, que hayamos sido una raza tan negligente que ni siquiera hayamos examinado las cosas que ahora tenemos ante nosotros). Supongamos, pues, que él fue el Maestro de todos los vicios e iniquidades, y que el principal cuidado fue que, después de todo, estas cosas permanecieran ocultas. Y tal costumbre se oculta con la mayor sabiduría bajo la forma de una doctrina que es pura y que propone un nuevo (modo) de adoración. Entonces, estos fueron llevados por tales cosas, y por otras aún peores. Porque el vicio previamente engaña y constituye la enseñanza en sí mismo. Entonces exaltaron a su Maestro a un estado de grandeza con palabras mentirosas, y no escatimaron ni una expresión de falsedad; y falsamente le atribuyeron toda clase de milagros y obras maravillosas, para que (los hombres) pudieran maravillarse de ellos y felicitarlos por ser dignos de ser discípulos de tal Maestro.

XX

Ahora, pues, veamos si, si realmente lo fueron, era posible que se hubiera podido establecer lo que intentaron hacer por él. Pues dicen que "el mal es amigo del mal, pero no del bien". ¿De dónde, pues, se descubre esta concordancia en el vicio en la multitud de todos estos hombres? ¿De dónde, pues, este testimonio de que el objetivo de todos ellos era unánime? ¿De dónde, pues, esta doctrina sobre los mandatos divinos y la enseñanza de la (verdadera) filosofía? ¿De dónde, asimismo, el ánimo (destinado) a la vida de virtud? ¿De dónde, pues, la doctrina (que inculca) la huida de todo vicio? ¿De dónde, asimismo, el conocimiento y la constatación de tales preceptos? ¿De dónde, pues, la gloria de la conducta y la conducta que transmitieron a lo largo de toda la creación del hombre? ¿De dónde, asimismo, todo este poder? ¿De dónde, pues, este valor? ¿De dónde, pues, esta confianza? ¿De dónde viene esta resignación hasta la muerte? ¿Quién, en un principio, hubiera respetado a un hombre que enseñaba el vicio y la amargura, como se dice aquí, y que prometía tales cosas? Seguramente dirían que eran magos. Pero los discípulos de este líder no eran malos en nada. ¿No debían haber comprendido estas cosas al final de su maestro? ¿Y qué clase de muerte le afectó? ¿Por qué, entonces, después de un final tan vergonzoso, continuaron en estas cosas y afirmaron que Aquel que estaba entre los muertos era Dios, a menos que pensaran que era algo sin importancia que ellos mismos sufrieran cosas similares? Ahora bien, ¿quién es el que ha elegido voluntariamente y abiertamente el castigo por nada provechoso? Porque, si hubieran deseado posesiones, también habrían deseado ganancias; y si hubieran sido abominables en su carácter, habrían sido lujuriosos. Podemos pensar, pues, que ellos se habían comportado de esta manera por estas cosas, y se habían expuesto intrépidamente hasta la muerte. Pero si predicaban lo que era contrario a estas cosas, y lo proclamaban plenamente a oídos de todas las congregaciones (de cristianos); y además, instruían (a los hombres) inmediatamente en la doctrina de las Escrituras. Es decir, que debían huir de todo deseo vicioso y bajo; debían evitar todo lo fraudulento; debían vencer toda clase de lujuria y el amor al dinero; y que además enseñaron esto a quienes se convirtieron en sus discípulos, es probable que no tuvieran ningún comercio, no acumularan riquezas, y no participaran en una vida ni de comodidad ni de placer. Por lo tanto, dado que no se dejaron llevar por ninguna de estas cosas, ¿cómo podrían haber sido inducidos a sufrir, sin ningún objeto, los peores castigos y venganzas, por el testimonio dado por su Maestro, que, a su vez, no tenía fundamento en la realidad?

XXI

Admitamos que a Jesús lo honraron mientras estaba con ellos, y conversaron con ellos, y los extraviaron con engaños, como se ha afirmado. ¿Cómo fue entonces que, incluso después de su muerte, y mucho más enérgicamente que antes, continuaron llamándolo Dios? Porque mientras estaba aún entre los hombres, se dice que incluso lo abandonaron y lo negaron, cuando sus engañadores estaban listos (para atraparlo). Pero después de su partida de entre los hombres, prefirieron con alegría la muerte, antes que renunciar al buen testimonio que habían dado acerca de él. Por lo tanto, aquellos (discípulos) que anteriormente no conocían nada bueno de su Maestro, ni la vida, los hechos, la doctrina ni la obra que fueran dignos de alabanza, y que no habían recibido de él ningún beneficio, excepto ciertamente el vicio y el extravío de los hombres, ¿cómo es posible que se entregaran tan fácilmente a la muerte, no por ser culpables en nada, sino por haber dado testimonio de cosas tan gloriosas y loables de Dios, cuando cada uno de ellos podía vivir seguro y llevar una vida cómoda en casa con sus amigos? Además, ¿cómo podían hombres engañados y engañadores someterse voluntariamente a la muerte por otro que, como ellos sabían con certeza y mejor que todos, no había sido en nada causa de su bien, sino, como dicen, maestro de todo mal? Un hombre dotado de inteligencia y virtud puede, sin duda, someterse a la muerte por alguna noble conquista o por alguna persona excelente, a veces con propiedad e incluso con gloria; pero aquel que es tan vil en su carácter que sólo persiguió las cosas de una vida temporal y el disfrute de los deseos, nunca ha elegido la muerte antes que la vida; ni ha sufrido castigos severos por el bien de sus amigos, mucho menos por un convicto de vicio. ¿Cómo, entonces, los discípulos de la mencionada persona, que no podían ignorar que era un engañador y mago, si realmente lo hubiera sido, y que incluso conservaban en sí todos los vicios que eran odiosos, habrían soportado voluntariamente toda especie de tormento y castigo de sus compatriotas, a causa del testimonio que habían dado de él? Pero esta no es, de ninguna manera, la disposición de los viciosos. Yo mismo he visto a muchos que, habiendo mantenido fielmente la sociedad y el juramento con los vivos, en cuanto éstos morían, disolvían todos los pactos de este tipo que habían celebrado entre ellos. Y todos sabemos con exactitud cómo los sofistas, reunidos en las ciudades (por lo general) y que gozan de una gloriosa reputación por su erudición y ostentación de palabras, colman de alabanzas a los gobernantes y a los que están investidos de gran poder y autoridad, mientras conservan este poder; pero en cuanto se produce algún cambio (en este aspecto) en ellos, también cambian sus palabras y ya no están dispuestos a recordar a los que antes recordaban, simplemente por temor a los que (ahora) están en el poder.

XXII

Si los discípulos de nuestro Salvador fueron engañados y engañaron, yo añadiría también que eran ignorantes y completamente analfabetos (es decir, eran incluso bárbaros y no entendían otra lengua que el siríaco). ¿Cómo, pues, después de la partida de su Señor de entre los hombres, salieron a toda la creación y dieron su testimonio de su divinidad? ¿Y con qué clase de consejo se les indujo a intentarlo? ¿Con qué poder, además, llevaron a cabo lo que se propusieron? Podría haber sucedido, en efecto, que algunos campesinos en sus propias casas se pervirtieran y se extraviaran. Pero si ellos (los discípulos) fueran enviados a países extranjeros, y no renunciaran a su objetivo por negligencia, sino que predicaran el nombre de nuestro Salvador a todos los hombres, junto con sus obras maravillosas, Y no sólo esto, sino también enseñar sus mandamientos tanto en las aldeas como en las ciudades; algunos de ellos al poder romano (en sí mismo), y (así) asignarse esta ciudad del imperio; otros también, a los persas; otros, a los armenios; otros, a la nación de los partos; y nuevamente, también a la de los escitas. Algunos de ellos se alejaron hasta los extremos de la creación, y llegaron al país de los hindúes; otros pasaron a las islas más allá del océano, y que se llaman Britania. Y esto no pudo ser, según creo yo, haber sido cosa de hombres. ¿Cuánto menos, de los deficientes e iletrados? ¿Cuánto menos, de los engañadores y magos?

XXIII

¿Cómo, entonces, aquellos que habían experimentado que su Maestro era malvado y pervertidor, y que habían presenciado con sus propios ojos su partida por la muerte, pudieron haber usado tales términos entre sí, a saber, para mentir unánimemente acerca de él? Porque todos ellos atestiguaron con una sola boca la limpieza de leprosos, la expulsión de demonios, la resurrección de muertos, la restauración de la vista a ciegos y muchos otros casos de curación que fueron efectuados por él. Y después de esto, ¿su resurrección después de la muerte, de la que ya habían sido testigos? Si tales cosas no sucedieron ni se oyeron en su tiempo, ¿cómo pudieron dar testimonio a una sola voz y convencerse de que habían sucedido, y continuar creyendo en su testimonio hasta la muerte? ¿O fue que se reunieron y juraron hacerlo, y que se pusieron de acuerdo entre sí para inventar y presentar falsamente cosas que nunca sucedieron? ¿Y diremos que utilizaron términos como este para pretextar tal pacto? ¿O tal vez algo como esto? ¡Hombres, amigos nuestros! Aquel que fue, por así decirlo, un engañador y maestro del error, que sufrió un castigo extremo ante los ojos de todos nosotros, nosotros sabemos mejor y con más exactitud que nadie hasta qué punto se destacó, porque fuimos discípulos de sus misterios secretos. Él se mostró puro a muchos y pensó que poseía algo mejor que muchos. Pero él no poseía nada grande, ni tampoco nada digno de (esa) resurrección; A menos que alguien diga que él era astuto e impuro en su carácter, y que esas eran perversiones que él nos enseñó, y las falsas jactancias que favorecían tales cosas; venga, démonos la mano derecha unos a otros, y entremos de una vez en un pacto entre nosotros, que unánimemente presentaremos, ante toda la humanidad, la falsedad con respecto a él, y diremos, que vimos "dar la vista a los ciegos", algo de lo que ninguno (de nosotros) jamás ha oído hablar; y que " limpió a los leprosos" y "resucitó a los muertos". Y afirmaremos en conjunto, que fueron hechas por él cosas que (de hecho) nunca vimos; y fueron dichas (por él) cosas que igualmente nunca oímos. También aquellas cosas que fueron hechas, por así decirlo en realidad, las defenderemos (como tales). Y si este su último fin ha sido publicado, y él recibió su muerte tan abiertamente que nadie puede ocultarlo, sin embargo, descaradamente lo invalidaremos, atestiguando pertinazmente que resucitó de entre los muertos; que también estuvo con todos nosotros y nos acompañó tanto en la conversación como en las comidas habituales. ¡Que esto, pues, se mantenga con pertinacia y desvergüenza en todas estas cosas, y permanezca con nosotros de tal manera que persistamos en ello hasta la muerte! Pues ¿por qué no podríamos exponernos a la muerte por nada? ¿Y por qué nos debería molestar recibir voluntariamente azotes y tormentos en nuestras personas por nada que sea necesario? Y si se requiere que suframos prisión, injurias y aflicciones por nada que sea verdad, nos sometemos instantáneamente a esto; todos juntos mentimos de común acuerdo y difundimos falsedades sin ningún beneficio, ni para nosotros mismos ni para aquellos que puedan ser engañados por nosotros; o para Aquel de quien hemos dicho estas mentiras, afirmando que él es Dios; y que extendiéramos esta falsedad, no sólo a nuestro propio pueblo, sino que también se extendiera entre toda la humanidad y llenara toda la creación con las cosas que (así) hemos establecido con respecto a él; y de allí procediéramos inmediatamente a hacer leyes para todas las naciones, subversivas de las opiniones con respecto a los dioses de sus antepasados; aquellos que desde tiempos antiguos habían sido establecidos entre ellos, y que primeramente deberíamos imponer nuestros mandatos a los romanos, de no adorar a aquellos que sus antepasados supusieron que eran dioses; que luego también deberíamos pasar a los griegos, y predicar lo que también es adverso a sus sabios: que no deberíamos descuidar a los egipcios, sino también contender con sus deidades, pero no deberíamos sacar a relucir contra ellos las cosas de Moisés, que en tiempos anteriores les eran adversas, sino poner contra ellos la muerte de nuestro Maestro como algo terrible: y destruir esa fama respecto a los Dioses, que anteriormente salió de entre ellos a toda la humanidad, no por meras palabras e historias, sino por el poder de nuestro Señor, de Aquel que fue crucificado; y que volviéramos a los confines de la tierra de los bárbaros y subvirtiéramos las cosas que prevalecen en todos los hombres; y para este propósito ninguno de nosotros debería faltar; porque la recompensa correspondiente a las cosas que intentamos no sería pequeña, ya que los triunfos a los que nos presentaríamos no serían simples; sino, como es probable, (serían) castigos otorgados por las leyes de cada lugar: cadenas abiertas, tormentos, prisiones, fuego, espada, (muerte por) la cruz y (por) fieras; pero, porque adquiriríamos una semejanza con nuestro Maestro, preferiríamos voluntariamente, y con alegría todos, continuar (participando) en estas calamidades. Porque ¿qué puede haber mejor que esto, que seamos considerados enemigos tanto de Dios como de los hombres, sin nada provechoso? Y también, que no obtengamos nada de comodidad, ni veamos a nuestros amigos, ni aumentemos de ninguna manera nuestra riqueza. ¿Ni siquiera tienen la esperanza de algún bien para la perfección?, sino que, por el contrario, errarán en vano y sin ningún objeto. ¿Por qué, pues, no nos engañemos a nosotros mismos, sino que también hagamos que otros se extravíen? Pues lo que conviene es que nos opongamos a todas las naciones y que luchemos contra los dioses que todos los hombres han confesado desde la antigüedad; que prediquemos que Aquel que fue nuestro Maestro y murió ante nuestros ojos era Dios e Hijo de Dios; que nosotros mismos estemos dispuestos a morir por él, sin haber aprendido de él nada verdadero ni provechoso; que le honremos especialmente, porque no nos ayudó en nada excelente; que hagamos todo lo posible por glorificar su nombre; que suframos toda clase de injurias y venganzas y que aceptemos de buen grado toda forma de castigo por nada que sea verdadero. Pues el mal es, sin duda, la verdad, y la mentira tiene lo que se opone al vicio. Por eso decimos que "él resucitó a los muertos, limpió a los leprosos, expulsó a los demonios y realizó otras obras maravillosas", cuando no sabemos de ninguna de esas cosas que él haya hecho, sino que las hemos inventado nosotros mismos y, de ese modo, hemos engañado a todos los que hemos podido convencer. Pero si alguien no se deja convencer, nosotros mismos, por causa de las cosas que habíamos pactado entre nosotros, habríamos creado sobre nosotros las cosas dignas de tal sistema de error.

XXIV

¿Te parecen convincentes estas cosas? ¿Puedes persuadirte de que ellos (sus discípulos) propusieron falsamente cosas como estas? ¿Y de que hombres tan deficientes e iletrados hicieron realmente tales pactos entre ellos y pasaron triunfantemente por encima del poder de los romanos? ¿Podría la naturaleza humana, poseída como está por el amor a la vida, haberse sometido alguna vez, sin ningún propósito y por su propia voluntad, a la muerte? ¿O podrían los discípulos de nuestro Salvador haber sido llevados a tal exceso de locura, que de inmediato, sin haber visto ningún acto de carácter milagroso realizado por él, propusieron falsamente tales cosas mediante pactos? Además, ¿podrían haber elaborado declaraciones tan falsas acerca de él, y luego haberse sometido fácilmente a la muerte en apoyo de ellas? Pero no se pusieron de acuerdo para predicarle, ni tampoco lo hicieron entre ellos. ¿De dónde, pues, tenían ese acuerdo perfecto de testimonio acerca de sus obras? ¿No es posible que lo hicieran viendo las cosas que hacía? Pues es necesario que se dé una de estas dos cosas: o bien se pusieron de acuerdo entre ellos y mintieron, o bien dieron testimonio de lo que habían visto con sus ojos. Si vieron realmente las cosas y las predicaron a todos, fueron dignos de crédito cuando dijeron de nuestro Salvador que era Dios y que les permitió ver con sus ojos los poderes divinos, los milagros y las obras maravillosas. Pero si realmente no vieron nada de lo que se narra, sino que inventaron declaraciones falsas, y, en consecuencia, hicieron juramento y pacto sobre esto, (a saber) que no dirían nada verdadero, y luego mintieron, y dieron testimonio de su Señor lo que era falso. ¿Cómo podrían en realidad haberse sometido a la muerte, por nada verdadero, y que ni el fuego, ni la espada, ni las bestias feroces, ni la profundidad del mar, podrían hacerles falsificar las cuentas, que (así) falsamente habían presentado con respecto a su Señor?

XXV

¿Cómo puedes decir que no esperaban ni esperaban que les sobrevendría ninguna calamidad por este testimonio que dieron acerca de él, y que por eso salieron, incluso con valentía, a predicar acerca de él? Al contrario, era imposible que no esperaran que les sobrevendría toda clase de calamidades, pues provocaron la destrucción de los dioses, tanto de los romanos, como de los griegos y de los bárbaros. Ahora bien, el mismo libro que habla de ellos muestra claramente que después de la muerte de su Señor, algunos hombres, enemigos de la palabra y que la acechaban, les echaron mano; primero los entregaron a prisión y luego les ordenaron estrictamente que no hablaran a nadie en el nombre de Jesús. Y cuando los encontraron después enseñando abiertamente a las multitudes cosas acerca de él, los agarraron violentamente, los azotaron y les prohibieron enseñar así; Simón Pedro les respondió: "Es justo que escuchemos más a Dios que a los hombres". Después de esto, Esteban fue apedreado y murió, porque había hablado abiertamente de él en la asamblea de los judíos. Y se desató una persecución no pequeña contra los que eran embajadores del nombre de Jesús. En otra ocasión, cuando Herodes, el rey de los judíos, mató a espada a Santiago, el hermano de Juan, él mismo encarceló a Simón Pedro, como está escrito en los Hechos de los Apóstoles. Y mientras éstos sufrían estas cosas, el resto de los discípulos perseveraban, se fortalecían y permanecían en la doctrina de nuestro Salvador, y predicaban de nuevo a todos los hombres más particularmente acerca de él y sus maravillas. Después de estas cosas, Santiago, a quien los que antes residían en Jerusalén llamaban "el Justo" a causa de su gran excelencia, fue interrogado por los sumos sacerdotes y doctores del pueblo judío sobre lo que pensaba de Jesús; y, cuando les respondió que "él era el Hijo de Dios", también fue apedreado por ellos. También Simón Pedro fue crucificado en Roma después de su cabeza (es decir, Cristo). Pablo también fue asesinado, y Juan fue enviado a la isla de Patmos en destierro. Y mientras estos sufrieron estas cosas, ninguno de los judíos fue apedreado. Otros abandonaron la doctrina de Cristo, y todos oraron para que les sucediera lo mismo, para que, en aras del culto de Dios, fueran como los que ya hemos mencionado. Por eso dieron aún más testimonio de nuestro Salvador y de sus obras maravillosas.

XXVI

Si las cosas que predicaban acerca de Jesús eran mentiras, y las habían inventado mediante pacto, deberíamos preguntarnos cómo toda esta compañía pudo haber cumplido este acuerdo, en lo que habían inventado, incluso hasta la muerte. Y ninguno de ellos mostró jamás temor alguno por lo que había sucedido a los que habían sido asesinados anteriormente, ni abandonó su compañía, ni predicó algo que se oponía a lo que su compañero había dicho, ni sacó a la luz las cosas que habían acordado. Pero incluso aquel que, lleno de amor al dinero, se atrevió a entregarlo a sus enemigos, inmediatamente y con sus propias manos se infligió el castigo. ¿No es asombroso que unos hombres que eran engañadores e iletrados, que no sabían hablar ni entender otra lengua que la de sus padres, no sólo se atrevieran a ir a todas las naciones, sino que también salieran y llevaran a cabo su propósito? ¡Y que se tenga en cuenta también que ninguno de ellos pronunció jamás una palabra contraria a las maravillosas obras de su Señor! Si, pues, basta el acuerdo de los testigos para resolver cualquiera de esas cosas sobre las que hay duda y que comúnmente se discuten en los tribunales (y la ley de Dios ha declarado que "en boca de dos o tres testigos se establecerá todo asunto"), ¿ no será también la verdad establecida por estos que fueron los doce escogidos, y los setenta discípulos en número, y miles más además de éstos, todos los cuales a la vez mostraron (tan) maravilloso acuerdo, y (de este modo) dieron su testimonio de las cosas hechas por nuestro Salvador? Esto también lo hicieron, no sin aflicción, sino sufriendo tormentos y toda clase de injurias, azotes, cárceles y muertes. Por esta razón fueron creídos por Dios, para que (él) pudiera confirmar en todas partes la palabra predicada, por medio de ellos, en todo el mundo habitable, incluso hasta el día de hoy.

XXVII

Consideremos que hemos concedido estas cosas por connivencia con un principio injusto, pues para que alguien pudiera imaginar algo contrario a la Escritura y para que dijéramos del Salvador común de todos que no era Maestro de preceptos justos, sino de los vicios, fraudes y toda clase de abominaciones, y que estos discípulos suyos aprendieron lo mismo de él y eran todos lujuriosos y viciosos en todo, más que todos los hombres que han existido jamás, hemos concedido, por connivencia, según la declaración (supuesta), lo que es lo más impropio de todo. Porque esto sería como si alguien acusara injuriosamente a Moisés, que dijo en la ley: "No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio", y dijera que dijo estas cosas por ironía e hipocresía. ¡Pero no hay nada más desvergonzado que esto! De la misma manera, cualquiera podría poner en tela de juicio la posición de los filósofos griegos, cuya vida y palabras eran de paciencia, y decir que se oponían a lo que escribían, y demostrar que habían adoptado una actitud hipócrita hacia la vida que pertenece a la filosofía. De la misma manera, afirmamos, cualquiera podría poner en tela de juicio todos los escritos de los antiguos y mostrar motivos contra la verdad que contienen, y podría aceptar lo que es diametralmente opuesto a ellos. Pero como no puede ser difícil para alguien que posea sentido común pronunciarse sobre esto como una locura, Así también, si alguien pervirtiera la verdad que se encuentra en los preceptos de nuestro Salvador y de sus discípulos y luego intentara atribuirle cosas diametralmente opuestas a su enseñanza, ¿no sería lógico que se admitiera lo que la declaración misma exige? ¿Cuánto más se verá entonces que la afirmación del oponente no puede sostenerse, por estar basada en una concesión que no es correcto admitir?

XXVIII

Refutadas estas cosas, examinemos también el testimonio de las Escrituras sobre la divinidad y la conducta inmaculada y amante de la verdad de los discípulos de nuestro Salvador. Por tanto, cualquiera que elija (ejercer) una mente sana, puede ver de aquí que eran dignos de toda dignidad, ya que confesaron que eran mezquinos e iletrados en su discurso y se entregaron al amor por la doctrina del culto a Dios y la filosofía. También deseaban la vida capaz de someterse a los sufrimientos y afligidos por el ayuno, (por) la abstinencia de vino y de carne, (por) muchas otras cosas humillantes del cuerpo; por la oración y súplica a Dios, y más particularmente por la templanza y la suprema santidad del cuerpo. ¿Quién no se asombra de que, por la excelencia de la sabiduría, se hayan separado de las esposas que les habían sido dadas legítimamente, y de que no se hayan dejado llevar por ningún deseo natural ni se hayan dejado dominar por el amor a los hijos, pues no deseaban los hijos mortales, sino los inmortales? ¿Cómo no se extraña de que no desearan dinero, o de que no huyeran, sino que amaran, a un Maestro que despreciaba las posesiones de oro y plata, y al Legislador que les había ordenado que no aumentaran sus posesiones ni siquiera a dos abrigos? Cualquiera que lo oyera, sin duda buscaría excusa de sus severas exigencias, mientras que se les vio cumplirlas al pie de la letra. En cierta ocasión, un hombre cojo, uno de los que mendigaban por la extrema duda de no tener nada que comer, pidió limosna a los que estaban cerca de Simón Pedro. Y como Simón Pedro no tenía nada que dar, confesó que estaba desprovisto de toda clase de posesión de plata y oro, y dijo: "No tengo plata ni oro". Después pronunció el precioso nombre, que es el más precioso de todas las cosas, y dijo: "Esto que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo, levántate y anda".

XXIX

Cuando los discípulos acudieron a su maestro, Jesús les advirtió sobre las cosas dolorosas que les habían de suceder con estas palabras: "En el mundo tendréis tribulaciones"; y otra vez: "Lloraréis y lamentaréis, pero el mundo se alegrará". ¡Cómo no se manifestó claramente la firmeza y la sinceridad de su carácter, ya que no huyeron de estos ejercicios del alma ni se entregaron a las cosas de los deseos! Además, su Señor no los sedujo por medio del engaño ni los hizo suyos prometiéndoles cosas que les proporcionarían tranquilidad y consuelo, sino que les predijo con verdad y franqueza lo que les sucedería y les permitió elegir por sí mismos el tipo de conducta que él les había establecido. De esta clase eran las cosas que predijo y testificó acerca de las persecuciones que les sobrevendrían por causa de su nombre, a saber: que serían llevados ante gobernadores y hasta reyes, y que sufrirían toda clase de castigos y venganzas, no por algo odioso ni por ninguna otra causa justa, sino sólo por su testimonio acerca de él, lo cual, de hecho, hemos visto con nuestros propios ojos, ha sucedido hasta ahora. Su predicción es además digna de nuestra admiración, pues el testimonio dado acerca del nombre de nuestro Salvador y la confesión de él, tuvieron generalmente el efecto de inflamar la ira de los gobernantes. Y aunque nadie que confesara a Cristo cometiera ningún acto detestable, lo castigaban y lo trataban injuriosamente por causa de su nombre, como si fuera malo y más malo que cualquier otra cosa; pero si alguien no confesaba su nombre, sino que negaba ser discípulo de Cristo, era puesto inmediatamente en libertad, aunque estuviera implicado en muchas cosas abominables. Pero ¿qué necesidad hay de que recopile y trate de registrar las muchas cosas relacionadas con las vidas de los discípulos de nuestro Salvador, cuando las cosas que ya he expuesto serán prueba suficiente de todo lo que tenemos ante nosotros? A estas cosas, sin embargo, añadiremos de nuevo las cosas que siguen, aquí en su lugar, y con ellas concluiremos nuestra discusión.

XXX

En cuanto al apóstol Mateo, su antigua manera de vivir no era la mejor; por el contrario, era uno de aquellos que se dedicaban a la recaudación de impuestos y al fraude. Sin embargo, ninguno de los demás apóstoles nos ha revelado esto, ni Juan, el apóstol que estaba con él, ni Lucas, ni Marcos, los escritores del resto de los evangelios; sino que Mateo, al registrar su propia manera de vivir, se ha convertido en su propio acusador. Escuchemos, pues, con qué franqueza ha recordado su propio nombre contra sí mismo en sus propios escritos, y ha hablado así: "Pasando Jesús de allí, vio a un hombre sentado entre los publicanos, llamado Mateo, y le dijo: Sígueme. Y él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando sentado en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores estaban sentados con Jesús y con sus discípulos". Y otra vez, después de estas cosas, al pasar, y recitando el número de los demás discípulos, añadió respecto de sí mismo el nombre de publicano, y dijo así: "Los nombres de los doce apóstoles son éstos: El primero, Simón llamado Cefas, y Andrés su hermano, Santiago el hijo de Zebedeo y Juan su hermano, Felipe y Bartolomé, y Tomás y Mateo el publicano". Así pues, Mateo demuestra, por la grandeza de su humildad, su carácter amante de la verdad, se llama a sí mismo publicano. No oculta su antigua vida y se cuenta entre los pecadores. También se considera segundo después del apóstol que estaba con él, pues se asoció con Tomás, como Simón con Andrés, Santiago con Juan y Felipe con Bartolomé, colocando a Tomás en primer lugar y honrándolo como el apóstol más excelente que él, mientras que los demás evangelistas han hecho lo contrario. Escucha, pues, cómo Lucas habla de Mateo, no dándole el apelativo de recaudador de impuestos ni colocándolo después de Tomás, sino que, porque lo consideró más digno, lo contó primero y colocó a Tomás después de él, tal como lo hizo Marcos. Sus palabras, pues, son estas: "Cuando era de día, llamó a sus discípulos y escogió a doce de ellos, a los que llamó apóstoles: Simón, a quien llamó Cefas; y Andrés su hermano, Santiago y Juan, y Felipe y Bartolomé, y Mateo y Tomás". Así pues, Lucas honró a Mateo, tal como le habían transmitido los que desde el principio habían sido testigos oculares y oidores de la palabra. Y así Mateo, por su humildad, se hizo pequeño, confesó que era recaudador de impuestos y se consideró el segundo (en orden), después del apóstol que estaba (nombrado) con él. También comprobaréis que Juan es como Mateo en este aspecto, pues en su epístola ni siquiera se menciona a sí mismo, ni se llama anciano, apóstol o evangelista. También en el evangelio que él escribió dice de sí mismo que Jesús lo amaba, pero no revela su propio nombre.

XXXI

Simón Pedro, por su gran temor, no se atrevió a escribir un evangelio. Pero Marcos, que era muy conocido por él y por su discípulo, registró las declaraciones de Simón acerca de las obras de nuestro Salvador. Cuando se dedicó a escribir estas cosas (a saber, cuando Jesús preguntó qué decían de él los hombres y los discípulos qué pensaban de él), Simón le respondió: "Tú eres el Cristo". Marcos escribió estas cosas, aunque no estaba presente con Jesús cuando las dijo, pero las había oído de Pedro cuando las enseñó. Pero Pedro no quiso decir lo que Jesús le había dicho a él o acerca de él como testimonio. Pero, las cosas que se dijeron de él son estas, (las cuales) Mateo ha expuesto en estas (palabras): "Vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Simón le dijo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Y Jesús le respondió y le dijo: "Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y las trancas de la puerta del infierno no prevalecerán contra ella. Y a ti te doy las llaves del reino de los cielos; y todo el que ates en la tierra, quedará atado en los cielos; y todo el que desates en la tierra, quedará desatado en los cielos". Cuando (por lo tanto), todas estas cosas fueron dichas a Simón Pedro por Jesús, Marcos no registró ni una sola de ellas; porque, como es probable, tampoco Pedro las mencionó en su enseñanza. Simón Pedro guardó silencio sobre estas cosas, y Marcos las omitió. Pero las cosas de su negación (de Cristo) las predicó a todos los hombres, y (de esta manera) provocó que se registrara una acusación contra él mismo. También lloró amargamente por esto, como Marcos lo registró en estas (palabras): "Mientras Pedro estaba en el patio, una de las sirvientas del sumo sacerdote se acercó a él; y al ver que se estaba calentando, lo miró y le dijo: Tú también estabas con Jesús el Nazareno. Pero él negó y dijo: No lo conozco, ni entiendo lo que dices. Y salió al patio exterior; y cantó el gallo. Y de nuevo lo vio una sirvienta, y comenzó a decir a los que estaban allí (al lado): Este también es uno de ellos. Y volvió a negar. Y un poco después, los que estaban allí dijeron de nuevo a Simón: Verdaderamente tú eres uno de ellos, pues también eres galileo. Pero él comenzó a maldecir y a decir: No conozco a este hombre de quien habláis. Y en seguida el gallo cantó por segunda vez". Estas cosas escribió Marcos; y Simón Pedro las testificó contra sí mismo. Porque todas estas cosas de Marcos son, dicen, los memoriales de las declaraciones del mismo Pedro.

XXXII

De los que se excusaron de decir cosas que contribuían a su buena fama y se acusaron a sí mismos de cosas que nunca se pueden olvidar, acusándose de su propia necedad, en cosas que ninguno de los que vinieron después podría haber sabido, si no las hubieran escrito ellos mismos, ¿cómo no afirmaremos que estaban libres de todo sentimiento de amor propio y de declaraciones mentirosas? Y con justicia confesaremos de ellos que abiertamente y claramente dieron prueba de un ardiente amor a la verdad. Por lo tanto, aquellos que mostraron un carácter como éste, a quienes los hombres pensaron que eran autores de falsedad y de mentira, y a quienes se intentó difamar como engañadores, ¿cómo no se los encuentra ahora como un hazmerreír, amantes del odio y la envidia, y enemigos de la verdad? Pues ¿cómo no iban a serlo aquellos que insistían en cosas que eran inocentes y de una observancia no odiosa? Estos mismos, digo, cuyos caracteres eran verdaderos y puros, y que mostraban sus disposiciones habituales con sus palabras; no para que se diga que eran astutos y tramposos sofistas, inventores de cosas que no existían, y que le adjudicaban a su Señor, como forma de favor, cosas que él nunca hizo. Me parece que podemos preguntarles si es justo dar crédito a los discípulos de nuestro Salvador o no. Y si no debemos dar crédito solo a ellos, ¿deberíamos hacerlo también a todos aquellos que desde hace mucho tiempo han predicado el recuerdo de su conducta y preceptos, tanto entre los griegos como entre los bárbaros, y han puesto por escrito una y otra vez las victorias que esto acompañó? Y también si es justo dar crédito a otros, pero negárselo solo a ellos. ¡Cuán claramente no se ve la malicia de tales oponentes!

XXXIII

Pero ¿por qué mentirían éstos acerca de ese hombre llamado Jesús, y escribirían en sus escritos cosas que no existían, como si hubieran sucedido realmente? ¿Por qué dirían falsamente acerca de él los sufrimientos y las cosas dolorosas que soportó? ¿Su traición por una palabra de su discípulo (Judas)? ¿La acusación de quienes lo incriminaron? ¿El ridículo? ¿El desprecio de la sentencia dictada sobre él? ¿El oprobio? ¿Los golpes en el rostro? ¿Los azotes que le pusieron en la espalda? ¿La corona de espinas que le pusieron en oprobio? ¿El manto púrpura que le pusieron a modo de manto? Y por último, ¿el hecho de que le pusieran la cruz, señal de su victoria? ¿Que le clavaran en ella? ¿Que le perforaran las manos y los pies? ¿Que le dieran a beber vinagre? ¿Es justo, digo, que sus discípulos hayan dicho mentiras sobre él y sobre muchas otras cosas similares que están escritas sobre él? ¿O que creamos que dijeron con verdad estas cosas (deshonrosas), pero que no demos crédito a las que son honorables (para él)? Pero ¿cómo se puede sostener este sistema de contradicciones? Pues que ( los hombres) afirmen que estas mismas personas son verdaderas y que sean falsas, no sería otra cosa que afirmar de ellas lo que es en sí mismo contradictorio. ¿De qué clase, entonces, se debe reprender a estos? Pues si se les debe poner este estigma (es decir, que propagaron la falsedad, exaltaron a su Señor con declaraciones mentirosas y lo adornaron con milagros fabricados), ellos nunca habrían escrito las cosas que ya se han dicho y que les eran adversas, ni habrían hecho saber a los que vendrían después que aquel a quien ellos eran embajadores estaba "angustiado y muy triste" y con el alma turbada, o que ellos "lo abandonaron y huyeron", o que aquel que fue el elegido de todos los apóstoles y su discípulo, el mismo Simón Pedro, de quien se predica, lo negó tres veces sin pena ni amenaza de tormento. Porque estas cosas, aunque las dijeran otros, era necesario que las negaran, ellos que no se dedicaron a otra cosa que a inventar falsas declaraciones favorables a él y a magnificarse a sí mismos y a su Señor.

XXXIV

Si en las historias dolorosas que hacen de Jesús, sus discípulos parecen amantes de la verdad, mucho más lo son en las gloriosas. En efecto, quienes escogieron mentir en alguna ocasión, evitaron con mayor razón las cosas que les causaban dificultad, ya sea callándolas o negándolas, porque los que vendrían después no tendrían poder para censurar las cosas que habían callado. ¿Por qué, pues, no mintieron y dijeron que Judas, el que lo traicionó, se convirtió inmediatamente en piedra cuando se atrevió a darle el beso, señal de la traición? ¿Y que al que se atrevió a golpearlo en la mejilla, se le secó inmediatamente la mano derecha? ¿Y el sumo sacerdote de los judíos, por haber corrido con los que lo incriminaban, se quedó ciego de ojos? Pero ¿por qué no mintieron todos y dijeron que, en verdad, no le ocurrió ningún agravio? ¿Por qué no se debe considerar más glorioso esto que el hecho de que hayan dicho que no le sucedió nada humano ni mortal, sino que todo lo hizo por el poder divino, es decir, que ascendió al cielo en la gloria divina? Pues quienes dieron crédito a sus otros relatos no pudieron negar su fe a éstos. ¿Cómo, entonces, se debe considerar que están exentos de toda sospecha de vicio aquellos que no ocultaron nada de la verdad sobre las dificultades y calamidades que sucedieron, y tampoco dignos de todo crédito por los otros hechos milagrosos que atestiguaron acerca de él? Por tanto, el testimonio de estos hombres acerca de nuestro Salvador es suficiente.

XXXV

Nada impide que nos valgamos del testimonio hebreo de Josefo, quien, en el libro XVIII de sus Antigüedades Judías, escribiendo las cosas que pertenecían a los tiempos de Pilato, conmemora a nuestro Salvador con estas palabras: "En esta época, pues, Jesús era un hombre sabio, si es justo llamarlo hombre, pues hizo obras maravillosas y fue el maestro de aquellos que con gusto lo recibieron en la verdad. Reunió a muchos judíos y a muchos profanos. Éste era el Mesías. Y cuando Pilato, a sugerencia de los principales hombres antiguos entre nosotros, le impuso el castigo de la cruz, los que antes lo amaban no se quedaron callados. Porque se les apareció de nuevo al tercer día, vivo, cosas que, con muchas otras, los profetas habían dicho acerca de él, de modo que desde entonces y hasta ahora, la raza de los cristianos no le ha faltado".

XXXVI

Como atestigua Flavio Josefo, Jesús hizo obras maravillosas, y no sólo a los doce apóstoles o a los setenta discípulos, sino también a miles de judíos y gentiles. Luego es evidente que poseía algo excelente que superaba al resto de la humanidad. ¿Cómo habría podido atraer a muchos judíos y gentiles a menos que se hubiera servido de milagros y hechos asombrosos y de doctrinas hasta entonces desconocidas? El libro de los Hechos de los Apóstoles también atestigua que había muchos miles de judíos que estaban persuadidos de que él era el Cristo de Dios, del que habían predicado los profetas. También consta que había una gran Iglesia de Cristo en Jerusalén, que se había reunido entre los judíos hasta los tiempos de su reducción por Adriano. Se dice que los primeros obispos que estuvieron allí fueron, uno tras otro, quince judíos, cuyos nombres se han hecho públicos a los habitantes de aquel lugar hasta el día de hoy, de modo que por ellos se puede deshacer toda acusación contra los discípulos, ya que, lo que les precedió e independientemente de su testimonio, ellos dan testimonio de él, es decir, que él, el Cristo de Dios, por medio de estas obras maravillosas que realizó, sometió a muchos, tanto judíos como gentiles, a su poder.

XXXVII

También conoceréis la divinidad de su poder si consideráis de qué naturaleza era y cómo fue que toda esta superioridad del poder divino (operó) en la superación de cosas que excedían toda descripción. Porque pensemos que nadie, que quisiera difundir sus leyes o cualquier doctrina extraña entre todas las naciones y que quisiera mostrarse como Maestro del culto del único Dios supremo a todas las razas de hombres, estaría dispuesto a utilizar como ministros de su voluntad a aquellos que fueran los más rústicos y deficientes de todos los hombres. Y es probable que intentara esto con la mayor impropiedad, pues ¿cómo podrían aquellos que apenas podían abrir los labios ser maestros de un solo hombre, y mucho menos de multitudes? ¿Cómo podrían ellos, desprovistos de toda erudición, dirigirse a asambleas enteras, si no fuera con ello una manifestación de la voluntad de Dios? Pues él los llamó, como ya hemos demostrado, y les dijo en primer lugar: "Seguidme, y os haré pescadores de hombres". Y como desde entonces los hizo suyos y ellos se adhirieron a él, insufló en ellos el poder divino y los llenó de fuerza y valor; y como él era en verdad y el Hacedor de todos estos milagros, los hizo pescadores de almas intelectuales y razonables; añadiendo a la expresión "seguidme y os haré", convirtiéndolos a la vez en hacedores y maestros del culto de su Dios. Y así los envió a todas las naciones de toda la creación, y demostró que eran los predicadores de su doctrina. ¿Quién no se asombra y se muestra incrédulo ante este milagro, que difícilmente se podría haber imaginado? Porque ninguno de los que han sido eminentes ha sido recordado por haber recurrido a algo semejante o haber llegado a algo parecido. Porque cada uno de ellos ha querido establecer algo prometedor para sí mismo, sólo en su propia tierra, o poder establecer leyes que le pareciera bueno en algún pueblo de su propia tierra. Pero observad cómo Aquel que no se valió de nada humano ni mortal, en realidad, volvió a exponer la palabra de Dios en el precepto que dio a sus discípulos impotentes, a saber: "Id y haced discípulos a todas las naciones". Es probable también que sus discípulos se dirigieran a su Señor de esta manera, a modo de respuesta: ¿Cómo podemos hacer esto? Porque ¿cómo podemos predicar a los romanos? ¿Y cómo podemos conversar con los egipcios? ¿Qué dicción podemos usar contra los griegos, habiendo sido educados sólo en la lengua siria? ¿Cómo podemos persuadir a los persas, los armenios, los caldeos, los escitas, los hindúes y otras naciones llamadas bárbaras, de que abandonen a los dioses de sus antepasados y adoren al único Creador de todas las cosas? ¿Y en qué superioridad de palabras podemos confiar para tener éxito en esto? O ¿cómo podemos esperar que prevaleceremos en las cosas que intentamos? (a saber, que legislaremos para todas las naciones, en oposición directa a las leyes establecidas desde los tiempos antiguos, (y esto) en contra de sus dioses? ¿Y en qué poder tenemos en el que confiar para tener éxito en esta empresa? Estas cosas, pues, habrían pensado o dicho los discípulos de nuestro Salvador. Pero Aquel que era su Señor resolvió, con una palabra adicional, el conjunto de las cosas de las que dudaban, y los prometió diciendo: "Venceréis en mi nombre". Porque no fue que les ordenó, simple e indiscriminadamente, que fueran e hicieran discípulos de todas las naciones, sino con esta excelente adición que pronunció, a saber: "En mi nombre". Porque fue por el poder de Su nombre que todo esto sucedió; como dijo el apóstol, "Dios le ha dado un nombre, que es superior a todo nombre: para que, en el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra". Es probable, por tanto, que él mostrara la excelencia del poder invisible, que estaba oculto a la mayoría, por Su nombre; y en consecuencia, hizo la adición: "En mi nombre". De esta manera, predijo con precisión, además, algo que sucedería, cuando dijo: "Es conveniente que este mi evangelio sea proclamado en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones". Ahora bien, este asunto fue declarado en un rincón de la tierra, de modo que sólo los que estaban cerca pudieron haberlo oído. Pero ¿cómo podrían haberle creído cuando él dijo esto, a menos que hubieran tomado la experiencia de la verdad de sus palabras, de los otros actos divinos que fueron realizados por él? Por lo tanto, estás obligado a confesar cuando se considera, que dieron crédito a lo que él dijo. Porque cuando él les dio la orden, ni siquiera uno buscó excusarse, sino que confiaron en lo que él había insinuado y, tal como sus promesas habían sido, así hicieron discípulos de toda la raza de los hombres. Salieron de su propia tierra a todas las naciones y, en poco tiempo, sus palabras se vieron en efecto. Su evangelio, por lo tanto, fue predicado en poco tiempo, en toda la creación, para el testimonio de todas las naciones, de modo que los bárbaros y los griegos recibieron las Escrituras, con respecto al Salvador común de todos, en la escritura de sus progenitores y en las palabras de sus padres espirituales.

XXXVIII

Por tanto, es posible que alguien dude de cuál era la forma de la doctrina de los discípulos de nuestro Salvador; cómo iban por el centro de las ciudades y la proclamaban en medio de las calles, alzando la voz, llamando a los que se encontraban y desde allí conversando con el pueblo; también, en qué lenguaje se dirigían a ellos, de modo que podemos suponer que los oyentes se convencieran de ello; y (además), cómo (tales) hombres, inexpertos en palabras y alejados de toda clase de erudición, podían hablar ante el pueblo; y (esto), si no en grandes asambleas, al menos con los pocos con los que se encontraban y luego se dirigían; y de qué y con qué clase de términos se servían para persuadir a (sus) oyentes. Su esfuerzo no era pequeño, ya que de ninguna manera negaban la muerte ignominiosa de Aquel a quien predicaban. Aunque ocultaran esto y no confesaran delante de todos qué y cuántas cosas padeció de los judíos, sino que expusieran sólo aquellas cosas espléndidas y gloriosas, sus obras maravillosas, sus operaciones milagrosas y sus doctrinas de la (verdadera) filosofía, aun así, no sería fácil de hacer, a saber, cómo podrían hacer que quienes los escucharan cedieran fácilmente a sus declaraciones, porque su lenguaje sería extraño. También ellos estarían escuchando ahora declaraciones completamente nuevas, (viniendo) de hombres que no poseían nada digno de verdad, como testimonio de las cosas afirmadas por ellos.

XXXIX

Supongamos que los argumentos que se presentan ahora son los siguientes: que sus embajadores predicaron en un tiempo que él era Dios, que en cuerpo era hombre y que en su naturaleza no era otra cosa que la Palabra de Dios, por lo que también hizo todos estos milagros y manifestó estos poderes; pero que en otro tiempo sufrió oprobio e infamia y, finalmente, el castigo capital y vergonzoso de la cruz, que se inflige sólo a los que en sus obras son los peores de todos los hombres. ¿Quién, entonces, no los trataría ahora con razón como si afirmaran cosas opuestas entre sí? ¿Y quién es aquel cuyo intelecto participaría de tanta piedra como para creerles fácilmente cuando dijeron que lo vieron después de su muerte? ¿Quién, pues, se dejaría persuadir por hombres tan iletrados y deficientes como éstos, cuando dijeran: Despreciáis las cosas de vuestros antepasados; tacháis de locura las de los sabios de los tiempos antiguos; dejaos persuadir sólo por nosotros y obedeced a los preceptos de Aquel que fue crucificado, pues sólo él es el amado y el unigénito de aquel Dios único, que está sobre todas las cosas?

XL

Yo mismo, sin embargo, si investigara por mí mismo con esfuerzo y amor a la verdad esta misma cosa (una por una), no percibiría en ella ninguna virtud (que la hiciera) creíble, ni siquiera algo grande o digno de fe, ni tan persuasivo, que fuera adecuado para persuadir incluso a una persona analfabeta, mucho menos a hombres sabios e intelectuales. Sin embargo, cuando vuelvo a ver su poder y el resultado de sus acciones, cómo las muchas miríadas le han dado su asentimiento, y cómo estas personas muy deficientes y rústicas han reunido iglesias de decenas de miles de hombres; no que estas se construyeron en lugares oscuros, ni en los que son desconocidos, sino más bien en las ciudades más grandes, digo en la ciudad imperial de Roma misma, en Alejandría, en Antioquía, en todo Egipto, en Libia, en Europa, en Asia, tanto en las aldeas como en (otros) lugares, y entre todas las naciones; Me veo obligado a volver a la cuestión de la causa de esta obra y a confesar que no habrían podido emprenderla de otro modo que con un poder divino que supera al del hombre y con la ayuda de Aquel que les había dicho: "Id y haced discípulos a todas las naciones". Diciéndoles esto, les añadió la promesa de que se sentirían tan animados que se entregarían con tanta facilidad a lo que se les había ordenado, pues les dijo: "Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Además, se afirma que insufló en ellos el Espíritu Santo con el poder divino, dándoles así el poder de obrar milagros, diciéndoles una vez: "Recibid el Espíritu Santo"; y en otro, mandándoles: "Sanad a los enfermos, limpiad a los leprosos y echad fuera demonios. Gratis los recibisteis, dadlo gratis".

XLI

Tú mismo ves cómo se cumplió esta palabra de ellos, pues el mismo libro de los Hechos de los Apóstoles da testimonio de cosas semejantes y que concuerdan con ellas. Por ejemplo, cuando se escribe sobre aquellos que realizaron milagros en nombre de Jesús, los que estaban presentes y vieron se quedaron atónitos. Se asombraron, como debe parecer, de quienes antes habían visto (este poder) mediante hechos y que luego les hicieron (es decir, a los sumos sacerdotes) preguntar con prontitud: ¿Quién era éste, por cuyo poder y nombre se había realizado el milagro? Y así, mientras enseñaban, descubrieron que éstos se habían adelantado en la fe a su instrucción. Porque no fueron persuadidos por palabras, sino por los hechos que los precedieron, por los que se convencieron fácilmente de lo que se les decía. Se dice también que de repente los hombres les ofrecieron sacrificios y libaciones como si fueran dioses, pensando que uno de ellos era Mercurio y el otro Júpiter. Todo este asombro fue para ellos una demostración de que las obras realizadas eran milagrosas. Y como todos los que predicaban acerca de nuestro Salvador eran tales, desde entonces fueron rápidamente y con propiedad aceptados. No dieron su testimonio de su resurrección de entre los muertos con meras palabras y sin pruebas, sino que con su poder y con hechos persuadieron y mostraron las obras del Dios viviente.

XLII

Si los discípulos predicaban que Jesús era Dios, Hijo de Dios, y que estaba con el Padre antes de venir entre los hombres, ¿por qué no habrían añadido a esto, sobre todo, que creían que lo que les era adverso era imposible e increíble? Pues con razón habrían creído imposible que estas acciones pudieran haber sido de los hombres, sino, por el contrario, de Dios, tanto más cuanto que nadie lo hubiera dicho. Y esto, y no otra cosa, es en verdad lo que se requiere, a saber: con qué poder los discípulos de nuestro Salvador ganaron crédito de aquellos que desde el principio los habían escuchado; y cómo persuadieron tanto a los griegos como a los bárbaros a pensar en él como la Palabra de Dios; y cómo establecieron en medio de las ciudades y en todos los pueblos, casas (apropiadas para) la doctrina del culto al Dios supremo. Y ¿quién no se asombra también de esto, cuando considera consigo mismo y se siente convencido de que esto no pudo haber sido por el hombre; que nunca en ningún tiempo anterior, muchas naciones de toda la creación estuvieron sujetas al único gobierno soberano de los romanos, excepto solo desde el tiempo de nuestro Salvador? Porque sucedió, inmediatamente después de su paso entre los hombres, que los asuntos de los romanos se volvieron grandes; y en ese momento, Augusto era principalmente el único soberano de muchas naciones. En efecto, desde entonces y hasta ahora, el reino que existía desde tiempos antiguos y, por así decirlo, el germen antiguo de los hombres que se estableció en Egipto, ha sido desarraigado. Desde entonces también el pueblo judío ha estado sujeto a los romanos, al igual que los sirios, los capadocios, los macedonios, los bitinios y los griegos, y para hablar en conjunto, todos los demás sujetos al gobierno de los romanos. Y esto no sucedió sin tener en cuenta la enseñanza divina de nuestro Salvador. ¿Quién no confesará, cuando él haya considerado que no hubiera sido fácil para sus discípulos ser enviados y pasar a tierras extranjeras, cuando todas las naciones estaban divididas unas contra otras? ¿Y cuando no había ningún elemento unificador entre ellos, a causa de los muchos sátrapas (estacionados) en cada lugar y en cada ciudad? En la extirpación de estos, inmediatamente, sin miedo y con placer, se pusieron los discípulos a hacer lo que se les había encomendado; porque Dios, que está sobre todo, había hecho previamente pacífica su conducta y había reprimido la ira de los adoradores de los demonios en las ciudades, por el temor del gran Imperio. Consideremos, entonces, cómo habrían luchado contra la doctrina de Cristo si no hubiera habido algo que reprimiera a los que habían sido estupefactos con el error de una pluralidad de dioses. Porque, sin duda, habrías visto en cada ciudad y aldea conmociones (provocadas) entre sí, con persecuciones y guerras de no poca descripción, si los adoradores de los demonios poseyeran el gobierno soberano sobre nosotros. Pero ahora, esto también es una obra del Dios que está sobre todo, para poder someter a los enemigos de su palabra, por el temor mayor de un reino superior. Porque era su voluntad, que (su palabra) aumentara cada día y se extendiera a toda la humanidad; y además, de tal manera, que no se pensara que fue por la connivencia de los gobernantes, y no por el poder superior de Dios, que tuvo efecto. Cuando alguno de los tiranos estaba tan exaltado por la maldad, que se dispuso a resistir la palabra de Cristo, el Dios de todos incluso permitió que de inmediato hiciera su voluntad; porque él proporcionaría prueba a aquellos combatientes por (establecer) el culto de Dios, y también para que pudiera verse claramente por todos los hombres, que no fue por la voluntad del hombre como se estableció la palabra, sino por el poder mismo de Dios. ¿Y quién no se sorprende instantáneamente de las cosas que suelen suceder en tiempos como estos? Porque, aquellos antiguos combatientes de entre los hombres por el culto de Dios, mantuvieron en secreto la naturaleza de su superioridad. En aquel tiempo, ellos fueron conocidos y vistos por todos, cuando fueron adornados con las victorias que eran de Dios; mientras que aquellos, que eran enemigos del culto de Dios, recibieron los castigos que les correspondían con justicia: castigados (como lo fueron) con golpes enviados por Dios, y sus cuerpos enteros consumidos por enfermedades dolorosas e incurables, de modo que se vieron rápidamente obligados a confesar su maldad al oponerse a nuestro Salvador! Pero estos, el resto de todos los que eran dignos del nombre divino (cristianos), y que se gloriaban en pensar en las cosas que pertenecían a Cristo, mostraron en poco tiempo, habiendo pasado por pruebas, la pureza y el refinamiento de sus mentes, y que así también habían obtenido la libertad para sus almas. Y pronto Dios hizo que, por medio de ellos, el Salvador surgiera (como el sol) sobre decenas de millares de personas.