HILARIO DE POITIERS
Sobre la Trinidad

LIBRO II

I

Los creyentes siempre han encontrado su satisfacción en esa expresión divina, que nuestros oídos oyeron recitada del evangelio en el momento en que ese poder, que es su testimonio, nos fue otorgado: "Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Y enseñándoles que guarden todas las cosas que yo os mando. Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). ¿Qué elemento del misterio de la salvación del hombre no está incluido en esas palabras? ¿Qué se ha olvidado, qué se ha dejado en la oscuridad? Todo está lleno, como si viniera de la plenitud divina; perfecto, como si viniera de la perfección divina. El pasaje contiene las palabras exactas que se deben usar, los actos esenciales, la secuencia de procesos, una visión de la naturaleza divina. Les mandó bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (es decir, con la confesión del Creador, del Unigénito y del Don). Porque uno es Dios Padre, de quien proceden todas las cosas; y uno es nuestro Señor Jesucristo, el Unigénito, por quien proceden todas las cosas; y uno es también el Espíritu, don de Dios para nosotros, que penetra todas las cosas. Así, todos están ordenados según los poderes que poseen y los beneficios que reciben: el único poder de quien todo procede, el único vástago por quien todo procede, el único don que nos da una esperanza perfecta. Nada puede faltar en esa unión suprema que abraza, en Padre, Hijo y Espíritu Santo, la infinitud en el Eterno, su semejanza en su imagen expresa, nuestro gozo de él en el don.

II

Los errores de los herejes y blasfemos nos obligan a tratar asuntos ilícitos, a escalar alturas peligrosas, a pronunciar palabras inefables, a traspasar terrenos prohibidos. La fe debe cumplir en silencio los mandamientos, adorando al Padre, reverenciando con él al Hijo, abundando en el Espíritu Santo, pero debemos forzar los pobres recursos de nuestro lenguaje para expresar pensamientos demasiado grandes para las palabras. El error de los demás nos obliga a equivocarnos al atrevernos a encarnar en términos humanos verdades que deberían estar ocultas en la veneración silenciosa del corazón.

A
La mala interpretación de la Escritura, causante de la herejía

III

Han surgido muchos que han dado a las palabras claras de la Sagrada Escritura una interpretación arbitraria de su propia cosecha, en lugar de su verdadero y único sentido, y esto en desafío del claro significado de las palabras. La herejía reside en el sentido asignado, no en la palabra escrita, y por ello la culpa es del expositor y no del texto. ¿No es la verdad indestructible? Cuando oímos el nombre Padre, ¿no está implicada la filiación en ese nombre? El Espíritu Santo es mencionado por su nombre, así que ¿no debe existir? No podemos separar la paternidad del Padre ni la filiación del Hijo, así como no podemos negar la existencia en el Espíritu Santo de ese don que recibimos. Sin embargo, los hombres de mente distorsionada sumergen todo el asunto en la duda y la dificultad, invirtiendo fatuamente el claro significado de las palabras y privando al Padre de su paternidad porque desean despojar al Hijo de su filiación, y quitar la paternidad al afirmar que el Hijo no es Hijo por naturaleza. En efecto, el hijo no es de la naturaleza del padre cuando el engendrador y el engendrado no tienen las mismas propiedades, y no es hijo aquel cuyo ser es diferente del del padre y distinto de él. Pero ¿en qué sentido es Dios Padre (tal como lo es), si no ha engendrado en su Hijo esa misma sustancia y naturaleza que son suyas?

IV

Estos herejes, como no pueden hacer ningún cambio en los hechos registrados, introducen nuevos principios y teorías de la invención del hombre para aplicarlos. Sabelio, por ejemplo, hace del Hijo una extensión del Padre, y la fe en este sentido una cuestión de palabras más que de realidad, porque hace una y la misma persona, Hijo para sí mismo y también Padre. Hebión no admite ningún comienzo para el Hijo de Dios excepto a partir de María, y lo representa no como primero Dios y luego hombre, sino como primero hombre y luego Dios. Declara que la Virgen no recibió en sí a Uno previamente existente, y que no había sido en el principio Dios el Verbo que moraba con Dios, sino que por medio del Verbo ella dio a luz la carne. El Verbo significa, en su opinión, no la naturaleza del Dios Unigénito preexistente, sino solo el sonido de una voz elevada. De manera similar, ciertos maestros de nuestros días afirman que la imagen, la sabiduría y el poder de Dios fueron producidos de la nada y en el tiempo. Ellos hacen esto para salvar a Dios, considerado como Padre del Hijo, de ser rebajado al nivel del Hijo. Tienen miedo de que este nacimiento del Hijo de él lo prive de su gloria, y por lo tanto vienen al rescate de Dios llamando a su Hijo una criatura hecha de la nada, para que Dios pueda vivir en la perfección solitaria sin un Hijo nacido de él y que participe de su naturaleza. ¿Qué maravilla que su doctrina del Espíritu Santo sea diferente de la nuestra, cuando pretenden someter al dador de ese Espíritu Santo a la creación, al cambio y a la no existencia? De esta manera destruyen la consistencia y la integridad del misterio de la fe. Rompen la unidad absoluta de Dios al asignar diferencias de naturaleza donde todo es claramente común a cada uno. Niegan al Padre al robarle al Hijo su verdadera filiación. Niegan al Espíritu Santo en su ceguera a los hechos de que lo poseemos y que Cristo lo dio. Traicionan a las almas mal entrenadas a la ruina al jactarse de la perfección lógica de su doctrina. Engañan a sus oyentes vaciando los términos de su significado, aunque los nombres permanecen para dar testimonio de la verdad. Paso por alto las trampas de otras herejías, la valentiniana, la marcionita, la maniquea y el resto. De vez en cuando llaman la atención de algunas almas tontas, y resultan fatales por la misma infección de su contacto. Todos ellos son, pues, una plaga, tan destructiva como cualquier otra cuando el veneno de su enseñanza ha encontrado su camino en los pensamientos del oyente.

B
El lenguaje humano, inapropiado para hablar de Dios, pero necesario

V

La traición de los herejes nos coloca en la difícil y peligrosa posición de tener que hacer un pronunciamiento definitivo, más allá de las declaraciones de la Escritura, sobre este asunto grave y abstruso. El Señor dijo que las naciones debían ser bautizadas "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Las palabras de la fe son claras. Los herejes hacen todo lo posible por poner en duda el significado. No podemos por ello añadir nada a la forma señalada, pero debemos poner un límite a su licencia de interpretación. Puesto que su malicia, inspirada por la astucia del diablo, vacía la doctrina de su significado mientras retiene los nombres que transmiten la verdad, debemos enfatizar la verdad que transmiten esos nombres. Debemos proclamar, exactamente como las encontraremos en las palabras de la Escritura, la majestad y las funciones del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y así impedir que los herejes despojen a estos nombres de su connotación de carácter divino, y obligarlos por medio de estos mismos nombres a limitar el uso de los términos a su significado apropiado. No puedo concebir qué clase de mente tienen nuestros oponentes, que pervierten la verdad, oscurecen la luz, dividen lo indivisible, desgarran lo inquebrantable, disuelven la unidad perfecta. Puede parecerles una cosa ligera romper la perfección, hacer leyes para la omnipotencia, limitar la infinitud; en cuanto a mí, la tarea de responderlas me llena de ansiedad. Mi cerebro da vueltas, mi intelecto está aturdido, mis mismas palabras deben ser una confesión, no de que soy débil para hablar, sino de que soy mudo. Sin embargo, el deseo de emprender la tarea se me impone; significa resistir al orgulloso, guiar al errante, advertir al ignorante. Pero el tema es inagotable, y no veo límites a mi aventura de hablar acerca de Dios en términos más precisos que los que él mismo ha usado. Él ha asignado los nombres (Padre, Hijo y Espíritu Santo) que son nuestra información sobre la naturaleza divina. Las palabras no pueden expresar, ni los sentimientos abarcar, ni la razón aprehender los resultados de una investigación llevada más allá; todo es inefable, inalcanzable, incomprensible. El lenguaje se agota por la magnitud del tema, el esplendor de su refulgencia ciega al ojo que mira, el intelecto no puede abarcar su extensión ilimitada. Sin embargo, bajo la necesidad que se nos impone, con una oración para pedir perdón a Aquel cuyos atributos son estos, nos aventuraremos, preguntaremos y hablaremos. Además (y ésta es la única promesa que, en un asunto tan grave, nos atrevemos a hacer), aceptaremos cualquier conclusión que él indique.

C
Noción de Dios Padre

VI

Es el Padre a quien toda existencia debe su origen. En Cristo y por medio de Cristo, él es la fuente de todo. A diferencia de todo lo demás, él es autoexistente. Él no obtiene su ser de fuera, sino que lo posee de sí mismo y en sí mismo. Él es infinito, porque nada lo contiene y él contiene todas las cosas. Él es eternamente incondicionado por el espacio, porque es ilimitable. Él es eternamente anterior al tiempo, porque el tiempo es su creación. Deja que la imaginación se extienda hasta lo que puedes suponer que es el límite máximo de Dios, y lo encontrarás presente allí; por mucho que te esfuerces, siempre hay un horizonte más amplio hacia el cual esforzarte. La infinitud es su propiedad, así como el poder de hacer tal esfuerzo es tuyo. Las palabras te fallarán, pero su ser no se verá limitado. O de nuevo, vuelve atrás en las páginas de la historia y lo encontrarás siempre presente. Aunque los números no puedan expresar la antigüedad en la que has penetrado, sin embargo, la eternidad de Dios no se ve disminuida. Prepara tu intelecto para comprenderlo como un todo. El Padre se te escapa, mas en su totalidad ha dejado algo a tu alcance, y ese algo está inextricablemente involucrado en su totalidad. Así, te has perdido el todo, ya que es sólo una parte lo que queda en tus manos. Más aún, ni siquiera una parte, porque estás tratando con un todo que no has logrado dividir. Porque una parte implica división, un todo es indiviso, y Dios está en todas partes y completamente presente dondequiera que esté. La razón, por lo tanto, no puede lidiar con él, ya que no se puede encontrar ningún punto de contemplación fuera de él mismo y ya que la eternidad es eternamente suya. Esta es una declaración verdadera del misterio de esa naturaleza insondable que se expresa por el término Padre: Dios invisible, inefable e infinito. Confesemos con nuestro silencio que las palabras no pueden describirlo, y admitamos que el sentido se ve frustrado en el intento de aprehenderlo, y la razón en el esfuerzo de definirlo. Sin embargo, él tiene en Padre un término para indicar su naturaleza. Él es un Padre incondicionado. Él no recibe, como los hombres, el poder de la paternidad de una fuente externa. Él es ingénito, eterno, inherentemente eterno. Sólo el Hijo lo conoce, porque "nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar, ni el Hijo sino el Padre" (Mt 11,27). Cada uno tiene un conocimiento perfecto y completo del Otro. Por lo tanto, ya que nadie conoce al Padre sino el Hijo, que nuestros pensamientos sobre el Padre sean uno con los pensamientos sobre el Hijo, el único testigo fiel, que nos lo revela.

VII

Me resulta más fácil sentir esto acerca del Padre que decirlo. Sé muy bien que no hay palabras adecuadas para describir sus atributos. Sentimos que él es invisible, incomprensible y eterno, pero decir que él es autoexistente, que se origina por sí mismo y que se sustenta por sí mismo, o que es invisible, incomprensible e inmortal... todo esto no es sino un reconocimiento de su gloria, y una insinuación de lo que queremos decir, y un esbozo de nuestros pensamientos. ¿Por qué? Porque el habla es incapaz de decirnos lo que es Dios, y las palabras no pueden expresar la realidad. Se oye decir que él es autoexistente, mas la razón humana no puede explicar tal independencia. Podemos encontrar objetos que sostienen y objetos que son sostenidos, pero lo que existe así es obviamente distinto de lo que es la causa de su existencia. Además, si se oye decir que él se origina por sí mismo, no se puede encontrar ningún ejemplo en el que el dador del don de la vida sea idéntico a la vida que se da. Si oyes que él es inmortal, entonces hay algo que no proviene de él y con lo que, por su propia naturaleza, él no tiene contacto. De hecho, la muerte no es lo único que esta término inmortal afirma como independiente de Dios. Si oyes que él es incomprensible, eso es tanto como decir que él no existe, ya que el contacto con él es imposible. Si dices que él es invisible, un ser que no existe visiblemente no puede estar seguro de su propia existencia. Así, nuestra confesión de Dios falla por los defectos del lenguaje; la mejor combinación de palabras que podamos idear no puede indicar la realidad y la grandeza de Dios. El conocimiento perfecto de Dios es conocerlo de tal manera que estemos seguros de que no debemos ignorarlo, pero no podemos describirlo. Debemos creer, debemos comprender, debemos adorar. Tales actos de devoción deben sustituir a la definición.

D
Noción de Dios Hijo

VIII

Hemos cambiado los peligros de una costa sin puerto por las tormentas del mar abierto. No podemos avanzar con seguridad ni retroceder con seguridad, pero el camino que tenemos por delante tiene mayores dificultades que el que tenemos detrás. El Padre es lo que es, y como se manifiesta, así debemos creer. La mente se encoge de miedo al tratar con el Hijo, y a cada palabra tiemblo por temor a ser traicionado. Él es la descendencia del Ingénito, uno de uno, verdadero de verdadero, vivo de vivo, perfecto de perfecto, poder del poder, sabiduría de la sabiduría, gloria de la gloria, semejanza del Dios invisible, imagen del Padre ingénito. Sin embargo, ¿en qué sentido podemos concebir que el Unigénito sea la descendencia del Ingénito? Repetidas veces el Padre clama desde el cielo: "Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia". No es una separación ni una ruptura, porque el que engendró no tiene pasiones, y el que nació es la imagen del Dios invisible y da testimonio: "El Padre está en mí, y yo en el Padre" (Jn 10,38). No es una mera adopción, porque él es el verdadero Hijo de Dios y clama: "El que me ha visto a mí, también ha visto al Padre". Tampoco vino a la existencia en obediencia a un mandato como lo hicieron las cosas creadas, porque él es el unigénito del Dios único; y él tiene vida en sí mismo, así como tiene vida Aquel que lo engendró, porque dice: Como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le dio al Hijo el tener vida en sí mismo. Tampoco hay una porción del Padre residente en el Hijo, porque el Hijo da testimonio diciendo: "Todas las cosas que el Padre tiene son mías", y: "Todas las cosas que son mías son tuyas, y las tuyas son mías". También el apóstol testifica que "en él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad" (Col 2,9), y que por la naturaleza de las cosas "una porción no puede poseer el todo". Él es el Hijo perfecto del Padre perfecto, porque Aquel que lo tiene todo le ha dado todo a él. Sin embargo, no debemos imaginar que el Padre no dio, porque todavía posee, o que ha perdido, porque le dio al Hijo.

IX

La manera en que se ha producido este nacimiento es, por tanto, un secreto confinado a los dos. Si alguien atribuye a su incapacidad personal el hecho de no haber podido resolver el misterio, a pesar de la certeza de que el Padre y el Hijo se encuentran en esas relaciones, se sentirá aún más dolido por la ignorancia que confieso. Yo también estoy en la oscuridad, pero no hago preguntas. Busco consuelo en el hecho de que los arcángeles comparten mi ignorancia, que los ángeles no han oído la explicación y que los mundos no la contienen, que ningún profeta la ha espiado y ningún apóstol la ha buscado, que el propio Hijo no la ha revelado. Que cesen esas lamentables quejas. Quienquiera que seas, y que investigas estos misterios, no te pido que reanudes tu exploración de altura, anchura y profundidad. Lo que te pido es que aceptes pacientemente tu ignorancia sobre el modo de la generación divina, ya que no sabes cómo llegan a existir sus criaturas. Y si no, contéstame a esta pregunta: ¿Te dan tus sentidos alguna evidencia de que tú mismo fuiste engendrado? ¿Puedes explicar el proceso por el cual llegaste a ser padre? Como ves, no te pregunto de dónde sacaste la percepción, o cómo obtuviste la vida, o de dónde viene tu razón, o cuál es la naturaleza de tus sentidos del olfato, el tacto, la vista y el oído (porque el hecho de que tengamos el uso de todos ellos es prueba de que existen). Lo que te pregunto es: ¿Cómo se los das a tus hijos? ¿Cómo injertas los sentidos, iluminas los ojos, implantas la mente? Dímelo, si puedes. Porque si lo haces, entonces es que tienes poderes que no entiendes, o impartes dones que no puedes comprender. Eres tranquilamente indiferente a los misterios de tu propio ser, y profanamente impaciente ante la ignorancia sobre los misterios de Dios.

X

Escuchad, pues, al Padre unigénito, escuchad al Hijo unigénito, y escuchad sus palabras: "El Padre es mayor que yo", y: "Yo y el Padre somos uno", y: "El que me ha visto a mí, también ha visto al Padre", y: "El Padre está en mí, y yo en el Padre", y: "Yo salí del Padre", y: "El que está en el seno del Padre", y: "Todo lo que el Padre tiene, lo ha entregado al Hijo", y: "El Hijo tiene vida en sí mismo, como el Padre la tiene en sí mismo". Escuchad en estas palabras al Hijo, la imagen, la sabiduría, el poder y la gloria de Dios. A continuación, observad al Espíritu Santo proclamando: "¿Quién declarará su generación?" (Is 53,8). Observad la seguridad del Señor: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar" (Mt 11,27). Penetrad en el misterio, sumergíos en la oscuridad que envuelve ese nacimiento, donde estaréis solos con Dios ingénito y Dios unigénito. Empezad, continuad, perseverad. Sé que no llegaréis a la meta, pero me alegraré de vuestro progreso. Porque quien recorre con devoción un camino sin fin, aunque no llegue a ninguna conclusión, sacará provecho de sus esfuerzos. La razón fallará por falta de palabras, pero cuando llegue a una parada, será mejor por el esfuerzo realizado.

XI

El Hijo recibe su vida de aquel Padre que verdaderamente tiene vida, y por eso es el unigénito del Ingénito, descendencia del Padre, viviente del Viviente, como recuerda el apóstol: "Como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le dio al Hijo el tener vida en sí mismo" (Jn 5,26). El Hijo es perfecto a partir de Aquel que es perfecto, porque es completo a partir de Aquel que es completo. Esto no es división ni separación, porque cada uno está en el otro, y la plenitud de la deidad está en el Hijo. Incomprensible es engendrado de Incomprensible, porque nadie más los conoce, pero cada uno conoce al otro. Invisible es engendrado de Invisible, porque el Hijo es la imagen del Dios invisible, y el que ha visto al Hijo ha visto también al Padre. Hay una distinción, porque son Padre e Hijo. Pero esto no implica que su divinidad sea diferente en clase, porque ambos son uno, Dios de Dios, un Dios unigénito engendrado de un Dios ingénito. No son dos dioses, sino Uno de Uno. No hay dos ingénitos, pues el Hijo nace del Ingénito. No hay diversidad, pues la vida del Dios viviente está en el Cristo viviente. Esto es lo que he decidido decir sobre la naturaleza de su divinidad; no imaginando que he logrado hacer un resumen de la fe, sino reconociendo que el tema es inagotable. Pero la fe, me objetas tú, hereje, no tiene ningún servicio que prestar, ya que no hay nada que pueda comprender. No es así, sino que el servicio propio de la fe es captar y confesar la verdad de que es incompetente para comprender su objeto.

E
Realidad histórica y misterio oculto de Jesucristo

XII

Queda por decir algo más sobre la misteriosa generación del Hijo. O mejor dicho, este algo más lo es todo. Tiemblo, me detengo, mis fuerzas fallan, no sé por dónde empezar. No puedo decir el tiempo del nacimiento del Hijo, porque sería impío no estar seguro del hecho. ¿A quién rogaré, pues? ¿A quién llamaré en mi ayuda? ¿De qué libros tomaré prestados los términos necesarios para plantear un problema tan difícil? ¿Rebuscaré en la filosofía de Grecia? ¡No!, porque he leído que el apóstol decía: "¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el investigador de este mundo?" (1Cor 1,20). En este asunto, pues, los filósofos del mundo, los sabios del paganismo, son mudos: porque han rechazado la sabiduría de Dios. ¿Me volveré al escriba de la ley? Él está en tinieblas, porque la cruz de Cristo es una ofensa para él. ¿Acaso debo pedirles que cierren los ojos ante la herejía y la pasen en silencio, con el argumento de que se muestra suficiente reverencia hacia Aquel a quien predicamos si creemos que los leprosos fueron limpiados, los sordos oyeron, los cojos corrieron, los paralíticos se pusieron de pie, los ciegos (en general) recibieron la vista, a los ciegos de nacimiento se les dieron ojos, los demonios fueron derrotados, los enfermos se recuperaron, los muertos vivieron? Los herejes confiesan todo esto y perecen.

XIII

Observad ahora algo no menos milagroso que cojos corriendo, ciegos viendo, los demonios huyendo, la vida de entre los muertos. Allí está a mi lado, para guiarme a través de las dificultades que he enunciado, un pobre pescador, ignorante , sin educación, con sedal en la mano, ropa chorreando, pies embarrados, cada centímetro un marinero. Considera y decide si fue la hazaña más grande resucitar a los muertos o impartir a una mente inexperta el conocimiento de misterios tan profundos como los que revela al decir que "en el principio era el Verbo" (Jn 1,1). ¿Qué significa esto de que "en el principio era"? Esto mismo: que él se remonta a los espacios de tiempo, donde los siglos se dejan atrás y las edades se cancelan. Fija en tu mente qué fecha quieres para este comienzo, mas yo te digo: Te equivocas, porque incluso entonces, Aquel de quien estamos hablando, era. Examina el universo, pero nota bien lo que está escrito de él: "En el principio Dios hizo los cielos y la tierra" (Gn 1,1). La palabra comienzo fija el momento de la creación. Por supuesto, tú puedes asignar su fecha a un evento que se afirma con certeza que ocurrió en el principio. Pero éste del que hablo, pecador mío, iletrado e inculto, no está limitado por el tiempo, ni se amilana ante su inmensidad, sino que penetra más allá del principio, porque su ser no tiene límite de tiempo ni comienzo. Pues bien, fue así como la Palabra increada estaba en el principio.

F
Objeciones y herejías actuales

XIV

Quizás descubramos que nuestro pecador ha cometido un error, al apartarse de los términos del problema propuesto para su solución. Sí, él ha liberado a la Palabra de las limitaciones del tiempo, pues lo que es libre vive su propia vida y no está sujeto a ninguna obediencia. Prestemos, por tanto, la mayor atención a lo que sigue: "Y la Palabra estaba con Dios". Veamos qué es "con Dios", porque esa Palabra, que era antes del principio, existe sin estar condicionada por el tiempo. La Palabra, que era, ahora "está con Dios". Aquel que está ausente, cuando buscamos su origen en el tiempo, está presente todo el tiempo (con el Creador del tiempo). Como se ve, una vez que nuestro pecador ha escapado, quizás sucumba a las dificultades que le aguardan.

XV

Me argumentará ahora dicho pecador que una palabra es el sonido de una voz, y un término de cosas, y una expresión de pensamientos. Pues bien, a él le digo, con el apóstol Juan: esta Palabra "estaba con Dios" y "existía en el principio". Con ello, la expresión de los pensamientos del Pensador eterno debe ser eterna. Por ahora te daré una breve respuesta propia en nombre del pecador, hasta que veamos qué defensa tiene que hacer de su propia simplicidad. La naturaleza, entonces, de una palabra es que primero es una potencialidad, luego un evento pasado; una cosa existente solo mientras se escucha. ¿Cómo podemos decir que "en el principio era la Palabra", cuando una palabra no existe antes ni vive después de un punto definido en el tiempo? ¿Podemos siquiera decir que hay un punto en el tiempo en el que existe una palabra? No solo las palabras en la boca de un hablante no existen hasta que son pronunciadas, y perecen en el instante en que son pronunciadas, sino que incluso en el momento de la pronunciación hay un cambio desde el sonido que comienza hasta el que termina una palabra. Tal es la respuesta que se me ocurre como espectador. Pero tu oponente, oh pecador, tiene una respuesta propia. Comenzará por reprocharte tu falta de atención. Aunque tu oído inexperto no haya captado la primera cláusula ("en el principio era el Verbo"), ¿por qué quejarte de la siguiente, que dice que "el Verbo estaba con Dios"? ¿Fue "el Verbo estaba en Dios" lo que escuchaste, o el dictamen de alguna profunda filosofía? ¿O es que tu dialecto provincial no hace distinción entre en y con? La afirmación es que "lo que era en el principio" era con (no en) otro. Pero no discutiré desde el principio de la oración, pues la continuación puede encargarse de sí misma. Escucha ahora el rango y el nombre del Verbo: "Y el Verbo era Dios". Con ello, tu argumento de que el Verbo es el sonido de una voz, y la expresión de un pensamiento, oh pecador, se cae al suelo. El Verbo es una realidad, no un sonido; es un Ser, no un discurso; es Dios, no una nada.

XVI

Yo tiemblo al decirlo, y la audacia me hace vacilar, cuando oigo: "Y el Verbo era Dios". Yo, a quien los profetas han enseñado que Dios es uno. Para ahorrarme más temores, dame, amigo pecador, una impartición más completa de este gran misterio. Muestra que estas afirmaciones son consistentes con la unidad de Dios, y que no hay blasfemia en ellas, y ninguna explicación, y ninguna negación de la eternidad. Mas continuemos, porque sigue diciendo el apóstol: "Él estaba en el principio con Dios". Este "él estaba en el principio" elimina el límite del tiempo, y la palabra Dios muestra que él es más que una voz. Por su parte, este "él está con Dios" prueba que él no invade ni es invadido, y que su identidad no es absorbida por la de otro, y que él está presente con el Dios único e ingénito como su Hijo único y unigénito.

XVII

Todavía estamos esperando, oh pecador, que nos des una descripción completa del Verbo. Puede decirse que él estaba en el principio, pero quizás no antes del principio. A esto también daré una respuesta, en nombre de mi pecador: el Verbo no podía ser otro que lo que él era, incondicional e ilimitado. Pero ¿qué dice él por sí mismo? Esto mismo: que "todas las cosas fueron hechas por él". Así, puesto que nada existe aparte de él, por medio de quien el universo llegó a existir, él, como autor de todas las cosas, debe tener una existencia inmensurable. Efectivamente, el tiempo es una medida cognoscible y divisible de extensión, pero no en el espacio sino en la duración. Todas las cosas son de él, sin excepción. Por consiguiente, el tiempo mismo es su criatura.

XVIII

Se opondrá a esto el lenguaje temerario y extravagante, y me diréis que todas las cosas fueron hechas por medio de él necesita una calificación. Está el Innato, hecho de nadie; está también el Hijo, engendrado del Padre innato. La afirmación "de todas las cosas" es una declaración descuidada, que no admite excepciones. Mientras nosotros guardamos silencio, sin atrevernos a responder o tratando de pensar en alguna réplica, ¿interrumpes tú con que "sin él nada fue hecho"? Has restaurado al Autor de la deidad a su lugar, mientras proclamas que él tiene un compañero. De tu afirmación de que "nada fue hecho sin él", aprendo que él no estaba solo. Aquel por medio de quien la obra fue hecha es uno; aquel sin quien no fue hecha es otro, y se establece así una distinción entre Creador y compañero.

XIX

La reverencia hacia el Creador único e ingénito me angustiaba, no fuera que en tu afirmación general de que todas las cosas fueron hechas por la Palabra lo hubieras incluido a él. Has desterrado mis temores con tu sin él nada fue hecho. Sin embargo, este mismo sin él nada fue hecho trae problemas y distracciones. Hubo, entonces, algo hecho por ese Otro, que no hubiera sido hecho sin él. Si ese Otro hizo algo, aunque la Palabra estuvo presente en la creación, entonces es falso que a través de él todas las cosas fueron hechas. Una cosa es ser compañero del Creador, y otra muy distinta ser el Creador mismo. Podría encontrar respuestas propias a las objeciones anteriores. En este caso, sólo puedo recurrir de inmediato a las palabras: "Todas las cosas fueron hechas a través de él". Es lo que nos dice el apóstol, iluminativamente: "Cosas visibles e invisibles, ya sean tronos o dominios o principados o potestades, todo es por medio de él y en él" (Col 1,16).

XX

Puesto que todas las cosas fueron hechas por medio de él, ven en nuestra ayuda y dinos qué fue lo que no fue hecho sin él. Lo que fue hecho en él es vida. Lo que fue hecho en él no fue hecho sin él, porque lo que fue hecho en él también fue hecho por medio de él, ya que "todas las cosas fueron creadas en él y por medio de él" (Col 1,16). Fueron creadas en él, porque él nació como Dios Creador. Además, nada de lo que fue hecho en él fue hecho sin él, porque Dios el Engendrado era vida, y nació como vida (no hecho vida después de su nacimiento) porque no hay dos elementos en él, uno innato y otro conferido después. No hay intervalo en su caso entre el nacimiento y la madurez. Nada de lo que fue creado en él fue hecho sin él, porque él es la vida que hizo posible su creación. Además, Dios, el Hijo de Dios, se hizo Dios en virtud de su nacimiento, no después de su nacimiento. Naciendo el Viviente de lo viviente, el Verdadero de lo verdadero, el Perfecto de lo perfecto, nació en plena posesión de sus poderes. No necesitó aprender en el tiempo posterior lo que fue su nacimiento, sino que fue consciente de su divinidad por el hecho mismo de que nació como Dios de Dios. "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30) son las palabras del Hijo unigénito del Inengendrado. Es la voz del Dios único proclamándose Padre e Hijo, la del Padre hablando en el Hijo e Hijo en el Padre. Por lo tanto, también "el que me ha visto a mí, ha visto al Padre", y "todo lo que el Padre tiene, se lo ha dado al Hijo", y "como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo", y "nadie conoce al Padre sino el Hijo, ni al Hijo sino el Padre" (Mt 11,27). Por lo tanto, en él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad.

XXI

Esta vida es la "luz de los hombres", la luz que "ilumina las tinieblas". Para consolarnos de esa impotencia para describir su generación de la que habla el profeta Isaías (Is 53,8), el propio Hijo añade que "las tinieblas no lo comprendieron" (Jn 1,4). El lenguaje de la razón sin ayuda fue desconcertado y silenciado, pero el que yacía en el seno del Señor (Juan) fue enseñado a expresar el misterio. Su lenguaje no es el lenguaje del mundo, porque trata con cosas que no son del mundo. Háganos saber cuál es, si hay alguna enseñanza que pueda extraer de sus palabras, más de lo que transmite su sentido sencillo. Si puede traducir a otros términos la verdad que hemos obtenido, publíquelos por todos lados. Si no hay ninguno (de hecho, porque no hay ninguno) aceptemos con reverencia esta enseñanza del pescador, y reconozcamos en sus palabras los oráculos de Dios. Aferrémonos en adoración a la verdadera confesión del Padre y del Hijo, ingénito y unigénito inefablemente, cuya majestad desafía toda expresión y toda percepción. Recostémonos, como Juan, en el seno del Señor Jesús, para que también nosotros podamos comprender y proclamar el misterio.

XXII

Esta fe, y cada parte de ella, está impresa en nosotros por la evidencia de los evangelios, por la enseñanza de los apóstoles, por la futilidad de los ataques traicioneros que los herejes lanzan por todos lados. El fundamento se mantiene firme e inquebrantable frente a vientos, lluvias y torrentes; las tormentas no pueden derribarlo, ni las aguas goteantes ahuecarlo, ni las inundaciones arrastrarlo. Su excelencia está probada por el fracaso de innumerables ataques para dañarlo. Ciertos remedios están compuestos de tal manera que son valiosos no solo contra una enfermedad en particular sino contra todas; son de eficacia universal. Lo mismo sucede con la fe católica. No es una medicina para alguna enfermedad especial, sino para todos los males. Además, ni la virulencia puede dominarla, ni los números vencerla, ni la complejidad desconcertarla, y por sí misma enfrenta y conquista a todos sus enemigos. Es maravilloso que una forma de palabras contenga un remedio para cada enfermedad, una declaración de verdad para enfrentar cada artimaña de falsedad. Que la herejía reúna sus fuerzas y todas las sectas salgan a la batalla, y que nuestra respuesta a su desafío sea que hay un solo Dios Padre ingénito y un solo Hijo unigénito de Dios, descendencia perfecta de un Padre perfecto. Defendamos que el Sol fue engendrado sin ninguna disminución del Padre ni sustracción de su sustancia, sino que aquel que posee todas las cosas engendró un Hijo que todo lo posee. Defendamos a un Hijo que no emana ni procede del Padre, sino que es compacto e inherente a toda la divinidad de aquel que dondequiera que está presente está presente eternamente. Defendamos a uno que es libre del tiempo e ilimitado en duración, ya que por él fueron hechas todas las cosas. De hecho, él no podía ser confinado dentro de un límite creado por sí mismo. Tal es la fe católica y apostólica que el evangelio nos ha enseñado y nosotros profesamos.

G
Resolución de las objeciones y herejías

XXIII

Sabelio confunde Padre e Hijo como dos nombres con un solo significado, haciendo de ellos no una unidad sino una persona. No obstante, este hereje tendrá una pronta respuesta de los evangelios, y no una o dos veces, sino repetidamente y a menudo, con frases como "éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia", "el Padre es mayor que yo", y "voy al Padre", y "Padre, te doy gracias", y "glorifícame, Padre", y "tú eres el Hijo de Dios vivo". Respecto a Hebión, éste intenta minar la fe, al no permitir al Hijo de Dios tener vida antes del vientre de la Virgen, y ver en él al Verbo sólo después de que su vida como carne hubiera comenzado. Le pediremos a éste que lea de nuevo las frases "Padre, glorifícame al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese", y "en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios", y "todas las cosas por medio de él fueron hechas", y "él estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de él, y el mundo no lo conoció". Que los predicadores cuyo apostolado es de la última moda (un apostolado del Anticristo) se presenten y derramen su burla e insulto sobre el Hijo de Dios. Y que escuchen las frases "yo salí del Padre", y "el Hijo está en el seno del Padre", y "yo y el Padre somos uno", y "yo en el Padre, y el Padre en mí". Por último, si están enojados, como lo estuvieron los judíos, porque Cristo "reclamaba a Dios como su propio Padre, haciéndose igual a Dios", deben aceptar la respuesta que dio a los judíos: "Creed en mis obras, que el Padre está en mí y yo en el Padre". Así pues, nuestro único fundamento inamovible, nuestra única y dichosa roca de fe, es la confesión de boca de Pedro: "Tú eres el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16). En ella podemos fundamentar una respuesta a toda objeción con que la ingenuidad pervertida o la traición amargada puedan atacar la verdad.

H
Abajamiento y condescendencia de Dios Hijo

XXIV

En lo que resta, tenemos a la vista que fue designio y voluntad del Padre que hubiese una virgen, un nacimiento, un cuerpo, una cruz, la muerte, la visita al mundo inferior... Estas cosas fueron previstas por el Padre para nuestra salvación. Por el bien de la humanidad, el Hijo de Dios nació de la Virgen y del Espíritu Santo. En este proceso, él se ministró a sí mismo. Por su propio poder (el poder de Dios) que la cubrió con su sombra, sembró el comienzo de su cuerpo, y entró en la primera etapa de su vida en la carne. Lo hizo para que por su encarnación pudiera tomar para sí de la Virgen la naturaleza carnal, y que a través de esta mezcla pudiera llegar a existir un cuerpo sagrado de toda la humanidad; para que así, a través de ese cuerpo que él se complació en asumir, toda la humanidad pudiera ocultarse en él, y él a su vez, a través de su existencia invisible, se reprodujera en todos. Así, la imagen invisible de Dios no despreció la vergüenza que marca los comienzos de la vida humana. Pasó por todas las etapas, a través de la concepción, el nacimiento, el llanto, la cuna y cada humillación sucesiva.

XXV

¿Qué recompensa digna podemos dar por tan grande condescendencia? El unigénito Dios, inefablemente nacido de Dios, entró en el seno de la Virgen y creció y tomó la forma de la pobre humanidad. Aquel que sostiene el universo, en quien y por quien existen todas las cosas, fue engendrado por un parto común. Aquel a cuya voz tiemblan los arcángeles y los ángeles, y se derriten el cielo y la tierra y todos los elementos de este mundo, fue escuchado en un gemido infantil. El invisible e incomprensible, a quien la vista, el tacto y el tacto no pueden medir, fue envuelto en una cuna. Si alguien considera que todo esto es indigno de Dios, tanto mayor debe reconocer su deuda por el beneficio conferido cuanto menos tal condescendencia corresponde a la majestad de Dios. Aquel por quien fue hecho el hombre no tenía nada que ganar haciéndose hombre, y fue ganancia nuestra que Dios se encarnara y habitara entre nosotros (haciendo de toda carne su hogar al tomar sobre sí la carne de uno). Nosotros fuimos elevados porque él fue humillado, y la vergüenza que él sufrió fue gloria para nosotros. Él, siendo Dios, hizo de la carne su residencia, y por ella nosotros fuimos elevados de la carne a Dios.

I
Nacimiento y vida terrena de Jesucristo

XXVI

Para que las mentes fastidiosas no se agobien con la cuna y el llanto, el nacimiento y la concepción, debemos rendir a Dios la gloria que cada una de ellas contiene, para que podamos acercarnos a su humillación con almas debidamente llenas de su derecho a reinar, y no olvidar su majestad en su condescendencia. Observemos, pues, quiénes asistieron a su concepción. Un ángel habla a Zacarías, se da la fertilidad a la estéril, el sacerdote sale mudo del lugar del incienso, Juan prorrumpe en palabras mientras aún está confinado en el vientre de su madre, un ángel bendice a María y le promete que ella será la madre del Hijo de Dios. Consciente de su virginidad, la Virgen se angustia por esta dura cosa, mas el ángel le explica la poderosa obra de Dios, diciendo: "El Espíritu Santo descenderá de lo alto sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1,35). El Espíritu Santo, descendiendo de lo alto, santificó el vientre de la Virgen, y soplando en él (pues el Espíritu sopla donde quiere; Jn 3,8) se mezcló con la naturaleza carnal del hombre, y anexó por la fuerza y el poder ese dominio extraño. Para que por la debilidad de la estructura humana no sobreviniera el fracaso, el poder del Altísimo cubrió con su sombra a la Virgen, fortaleciendo su debilidad en semejanza de una nube proyectada alrededor de ella, para que la sombra, que era el poder de Dios, pudiera fortificar su estructura corporal para recibir el poder procreador del Espíritu. Tal es la gloria de la concepción.

XXVII

Pensemos ahora en la gloria que acompaña al nacimiento, a los gemidos y a la cuna. El ángel anuncia a José que la Virgen dará a luz un hijo, y que ese hijo se llamará Enmanuel (es decir, Dios con nosotros). El Espíritu lo predice por medio del profeta, el ángel da testimonio: "El que ha nacido es Dios con nosotros". La luz de una nueva estrella brilla para los magos, y una señal celestial acompaña al Señor del cielo. Un ángel trae a los pastores la noticia de que ha nacido Cristo el Señor, el Salvador del mundo. Una multitud de la milicia celestial se reúne para cantar la alabanza de ese parto, y el regocijo de la compañía divina proclama el cumplimiento de la obra poderosa. Entonces se anuncia la gloria a Dios en el cielo y la paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Y unos magos vienen a adorarle envueltos en pañales, y tras una vida dedicada a ritos místicos (de vana filosofía) doblan la rodilla ante un niño acostado en su cuna. Así, los magos se inclinan a reverenciar las debilidades de la infancia, y sus gritos son saludados por la alegría celestial de los ángeles, y por el Espíritu que inspiró al profeta, el ángel anunciador, y por la luz de la nueva estrella, al tiempo que todos ministran a su alrededor. Tal fue el descenso del Espíritu Santo y el poder del Altísimo que lo cubrió con su sombra, cuando lo llevaron a su nacimiento. Con todo, la realidad interior es muy diferente de la apariencia exterior, pues el ojo ve una cosa, el alma otra. Una virgen da a luz, pero su hijo es de Dios. Un niño llora, pero se oye a los ángeles en alabanza. Hay pañales burdos, pero se está adorando a Dios. La gloria de su majestad no se pierde cuando él asume la humildad de la carne.

XXVIII

Así sucedió también durante su vida terrenal. Todo el tiempo que pasó en forma humana lo dedicó a las obras de Dios. No tengo espacio para los detalles, pero basta con decir que, en todos los variados actos de poder y sanación que realizó, es evidente que era hombre en virtud de la carne que había tomado, y Dios por la evidencia de las obras que realizó.

J
Noción y doctrina de Dios Espíritu Santo

XXIX

No debo callarme acerca del Espíritu Santo. Sobre esto no tengo necesidad de hablar, mas a causa de los que están en la ignorancia, no puedo dejar de hablar. No hay necesidad de hablar, porque estamos obligados a confesarlo, pues procede del Padre y del Hijo. Por mi parte, creo que es incorrecto discutir la cuestión de su existencia. Él existe, en cuanto que es dado, recibido y retenido. Él está unido al Padre y al Hijo en nuestra confesión de fe, y no puede ser excluido de una verdadera confesión del Padre y del Hijo. Si se quita una parte, se estropea toda la fe. Y si alguien pregunta qué significado le damos a esta conclusión, que lea las palabras del apóstol: "Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama Abba, Padre" (Gál 4,6), y: "No contristéis al Espíritu Santo de Dios, en el cual fuisteis sellados" (Ef 4,30), y: "Nosotros no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que es de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha dado" (1Cor 2,12) y: "Vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios está en vosotros. Mas si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es suyo" (Rm 8,9), y: "Si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por causa de su Espíritu que mora en vosotros". Por tanto, puesto que él es, es dado, es poseído y es de Dios, que sus calumniadores se refugien en silencio. Cuando preguntan ¿por medio de quién es?, ¿para qué existe?, ¿de qué naturaleza es?, respondamos que él es por medio de quien existen todas las cosas y de quien son todas las cosas, y que él es el Espíritu de Dios, don de Dios a los fieles. Si nuestra respuesta les desagrada, su desagrado debe recaer también sobre los apóstoles y los profetas, que hablaron de él exactamente como hemos hablado nosotros. Además, el Padre y el Hijo deben incurrir en el mismo desagrado.

XXX

Creo que la razón por la que algunas personas continúan en la ignorancia o en la duda es que ven que este tercer nombre, el del Espíritu Santo, se usa a menudo para significar al Padre o al Hijo. No hay necesidad de hacer objeción a esto; ya sea Padre o Hijo, él es espíritu y es santo.

XXXI

Las palabras del evangelio, de que "Dios es Espíritu" (Jn 4,24), necesitan un examen cuidadoso en cuanto a su sentido y su propósito. Porque cada dicho tiene una causa antecedente y un fin que debe determinarse mediante el estudio del significado. Debemos tener esto en cuenta para que, sobre la fuerza de las palabras, Dios es Espíritu, no neguemos no sólo el nombre, sino también la obra y el don del Espíritu Santo. El Señor estaba hablando con una mujer de Samaria, porque había venido para ser el Redentor de toda la humanidad. Después de haber hablado largamente del agua viva, y de sus cinco maridos, y de aquel que ella tenía entonces que no era su marido, la mujer respondió: "Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, pero vosotros decís que en Jerusalén es donde se debe adorar". El Señor respondió: "Mujer, créeme, la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis. Nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad", porque el Padre busca a tales que le adoren. Porque Dios es Espíritu, y los que le adoran deben adorar en espíritu y en verdad, porque "Dios es Espíritu". Vemos que la mujer, con su mente llena de tradición heredada, pensó que Dios debía ser adorado en una montaña, como en Samaria, o en un templo, como en Jerusalén; porque Samaria, en desobediencia a la ley, había elegido un sitio en la montaña para adorar, mientras que los judíos consideraban el templo fundado por Salomón como el hogar de su religión, y los prejuicios de ambos confinaban al Dios omniabarcante e ilimitado a la cima de una colina o la bóveda de un edificio. Dios es invisible, incomprensible, inmensurable; el Señor dijo que había llegado el momento en que Dios no debería ser adorado ni en la montaña ni en el templo. Porque el Espíritu no puede ser encerrado ni confinado; es omnipresente en el espacio y el tiempo, y en todas las condiciones está presente en su plenitud. Por lo tanto, dijo que "son los verdaderos adoradores los que adorarán en el Espíritu y en verdad", y los que deben adorar a Dios Espíritu en el espíritu. Uno será el medio, y el otro el objeto de su reverencia, pues cada uno de los Dos se encuentra en una relación diferente con el adorador. Las palabras, Dios es Espíritu, no alteran el hecho de que el Espíritu Santo tiene un nombre propio, y que él es el Don para nosotros. A la mujer que confinó a Dios en la colina o en el templo se le dijo que Dios contiene todas las cosas y es autosuficiente: que él, el invisible e incomprensible, debe ser adorado por medios invisibles e incomprensibles. El don impartido y el objeto de la reverencia se mostraron claramente cuando Cristo enseñó que Dios, siendo Dios Espíritu, debe ser adorado en el espíritu, y reveló qué libertad y conocimiento, qué alcance ilimitado para la adoración, yacía en esta adoración de Dios Espíritu, en el espíritu.

XXXII

Las palabras del apóstol tienen el mismo sentido: "El Señor es Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad" (2Cor 3,17). Para aclarar su significado, ha distinguido entre el Espíritu, que existe, y aquel cuyo Espíritu es propietario y propiedad. Los términos él y suyo son diferentes en sentido. Así, cuando dice que "el Señor es Espíritu", revela la infinitud de Dios, sobre todo cuando añade que "donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad". Esto indica a Aquel que pertenece a Dios, y que él es el Espíritu del Señor, y que "donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad". El apóstol hace esta afirmación no por necesidad de su propio argumento, sino en interés de la claridad. Porque el Espíritu Santo es uno en todas partes, iluminando a todos los patriarcas y profetas y a toda la compañía de la ley, inspirando a Juan incluso en el vientre de su madre, dado a su debido tiempo a los apóstoles y otros creyentes, para que pudieran reconocer la verdad que se les concedió.

XXXIII

Escuchemos de las propias palabras de nuestro Señor cuál es la obra del Espíritu Santo en nosotros. En efecto, él dice: "Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Con todo, os conviene que yo me vaya, porque si me voy os enviaré al Consolador. Yo rogaré al Padre, y él os enviará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad. Él os guiará a toda la verdad, y no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os hará saber las cosas que han de venir. Él me glorificará, porque tomará de lo mío" (Jn 16,12). Estas palabras fueron dichas para mostrar cómo las multitudes entrarían en el reino de los cielos, y contienen una garantía de la buena voluntad del Dador, y del modo y los términos del Don. Nos cuentan cómo, puesto que nuestras débiles mentes no pueden comprender al Padre ni al Hijo, nuestra fe, que encuentra difícil creer en la encarnación de Dios, será iluminada por el don del Espíritu Santo, vínculo de unión y fuente de luz.

XXXIV

El siguiente paso es, naturalmente, escuchar el relato del apóstol sobre los poderes y funciones de este don. En efecto, Pablo dice: "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos Abba, Padre" (Rm 8,14-15), y: "Nadie por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús, y nadie puede decir Jesús es Señor, sino por el Espíritu Santo" (1Cor 12,3), y: "Hay diversidad de dones, pero el mismo Espíritu; y diversidad de ministerios, pero el mismo Señor; y diversidad de operaciones, pero un mismo Dios, que obra todas las cosas en todos. A cada uno le es dada la iluminación del Espíritu para provecho. Así, a uno le es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe en el mismo Espíritu; a otro, dones de sanidades por un solo Espíritu; a otro, operaciones de milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, géneros de lenguas; a otro, interpretación de lenguas. Pero todo esto lo hace uno y el mismo Espíritu". Aquí tenemos una declaración del propósito y los resultados del Don; y no puedo concebir qué duda puede quedar, después de una definición tan clara de su origen, su acción y sus poderes.

XXXV

Aprovechemos, pues, este gran beneficio, y busquemos la experiencia personal de este Don tan necesario, porque el apóstol dice que "no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que es de Dios, para que conozcamos las cosas que Dios nos ha dado". Lo recibimos, pues, para que conozcamos. Las facultades del cuerpo humano, si se les niega su ejercicio, permanecerán dormidas. El ojo sin luz, natural o artificial, no puede cumplir su función; el oído ignorará su función a menos que se oiga alguna voz o sonido; las fosas nasales ignorarán su propósito a menos que se respire algún olor. No es que la facultad esté ausente, porque nunca se la ponga en uso, sino que no habrá experiencia de su existencia. Así también, el alma del hombre, a menos que por la fe se haya apropiado del don del Espíritu, tendrá la facultad innata de aprehender a Dios, pero estará desprovista de la luz del conocimiento. Ese Don, que está en Cristo, es uno, pero se ofrece plenamente a todos. No se le niega a nadie, y se da a cada uno según la medida de su voluntad de recibirlo. Sus riquezas son más ricas cuanto más ferviente es el deseo de ganarlas. Este Don está con nosotros hasta el fin del mundo, él es el consuelo de nuestra espera, y la seguridad de nuestra esperanza, y la luz de nuestras mentes, y el sol de nuestras almas. Debemos buscar y ganar este Espíritu Santo, y aferrarnos a él por la fe y la obediencia a los mandamientos de Dios.