HILARIO DE POITIERS
Sobre la Trinidad

LIBRO IV

A
Comienzo del ataque contra el arrianismo

I

Los primeros libros de este tratado, escritos hace algún tiempo, contienen una prueba invencible de la fe que sostenemos y profesamos en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que es enseñada por los evangelistas y apóstoles, y establecen que no es posible ningún comercio entre nosotros y los herejes, en cuanto que ellos niegan la divinidad de Jesucristo de forma incondicional, irracional e imprudente. Sin embargo, quedan ciertos puntos que me he sentido obligado a incluir en este libro y en los siguientes, para hacer nuestra seguridad de la fe aún más segura mediante la exposición de cada una de sus falsedades y blasfemias. En consecuencia, investigaré cuáles son los peligros de la enseñanza arriana, y los riesgos involucrados por tal irreverencia. A continuación, investigaré qué principios sostienen y qué argumentos presentan contra la fe apostólica a la que nos adherimos nosotros, y con qué juego de palabras imponen a la franqueza de sus oyentes. Por último, expondré mediante qué método de comentario despojan los herejes a la Escritura de su fuerza y significado.

B
El lenguaje humano, dificultado para lidiar con lo infinito

II

Sabemos muy bien que ni el lenguaje de los hombres ni la analogía de la naturaleza humana pueden darnos una visión completa de las cosas de Dios. Lo inefable no puede someterse a los límites de la definición, y lo que es espiritual es distinto de toda clase o instancia de cosas corporales. Sin embargo, dado que nuestro tema es el de las naturalezas celestiales, debemos emplear las naturalezas ordinarias y el lenguaje ordinario como nuestros medios para expresar lo que nuestra mente aprehende. Se trata de un medio, sin duda, indigno de la majestad de Dios, pero que nos impone la debilidad de nuestro intelecto, que solo puede usar nuestras propias circunstancias y nuestras propias palabras para transmitir a los demás nuestras percepciones y nuestras conclusiones. Esta verdad ya ha sido reforzada en el libro I, pero ahora se repite para que, en cualquier analogía de los asuntos humanos que aduzcamos, no se suponga que pensamos de la naturaleza Dios algo semejante a las naturalezas encarnadas, o que comparamos a los seres espirituales con nuestros seres pasibles, sino que se nos considere más bien como si presentáramos la apariencia externa de las cosas visibles como una clave para el significado interno de las cosas invisibles.

C
Negación arriana de la eterna filiación de Cristo

III

Los herejes dicen que Cristo no procede de Dios. Es decir, que el Hijo no nace del Padre, que no es Dios por naturaleza (sino por designación), que recibió una adopción que consiste en la concesión de un nombre, que es Hijo de Dios en el sentido en que muchos son hijos de Dios, y que la majestad de Cristo es una evidencia de la amplia generosidad de Dios, siendo Dios en el sentido en que hay muchos dioses. Según estos herejes, en la adopción y nombramiento de Cristo como Dios se mostró un afecto más liberal que en otros casos (siendo su adopción la primera en orden de tiempo, y él mayor que otros hijos adoptivos, y primero en rango entre las criaturas a causa del mayor esplendor que acompañó a su creación). Algunos añaden, para confesar la omnipotencia de Dios, que él fue creado a semejanza de Dios, y que de la nada fue elevado (como las demás criaturas) a imagen del Creador eterno, ordenado en una palabra a surgir de la no existencia al ser por el poder de Dios (el cual puede crear de la nada la semejanza de sí mismo).

D
Introducción eclesial del término homoousion, y su sentido

IV

Los herejes, además, utilizan su conocimiento del hecho histórico de que los obispos de un tiempo pasado han enseñado que el Padre y el Hijo son de una sola sustancia, para subvertir la verdad con el ingenioso argumento de que se trata de una noción herética. Dicen que la expresión "de una sola sustancia" (en griego homoousion) se usa para significar y expresar que el Padre es el mismo que el Hijo. Es decir, que se extendió desde el infinito en la Virgen, y tomó un cuerpo de ella, y se dio a sí mismo, en el cuerpo que había tomado, el nombre de Hijo. Ésta es su primera mentira sobre el homoousion. Su siguiente mentira es que esta palabra homoousion implica que el Padre y el Hijo participan en algo anterior a uno y distinto de ambos, y que una cierta sustancia imaginaria (u ousia), anterior a toda materia, ha existido hasta ahora y ha sido dividida y distribuida completamente entre los dos. Según ellos, esto probaría que cada uno de los dos es de una naturaleza proexistente a sí mismo, y cada uno idéntico en materia al otro. Por eso, pretenden condenar la confesión del homoousion, basándose en que ese término no distingue entre Padre e Hijo, y hacen que el Padre sea posterior en el tiempo a la materia que tiene en común con el Hijo. Y hasta han ideado esta tercera objeción a la palabra homoousion. Su significado, tal como lo explican, es que el Hijo deriva su origen de una partición de la sustancia del Padre, como si un objeto hubiera sido cortado en dos y él fuera la porción cortada. El significado de "una sustancia", dicen, es que la parte cortada del todo continúa compartiendo la naturaleza de aquello de lo que ha sido cortada. Mas Dios, al ser impasible, no puede ser dividido, porque si debe someterse a ser disminuido por la división, está sujeto a cambios y se volverá imperfecto si su sustancia perfecta lo deja residir en la porción cortada.

V

Los herejes creen también que tienen una refutación compendiosa de los profetas, evangelistas y apóstoles por igual, en su afirmación de que el Hijo nació dentro del tiempo. Y hasta nos declaran ilógicos al decir que el Hijo ha existido desde la eternidad. Como rechazan la posibilidad de su eternidad, se ven obligados a creer que nació en un punto en el tiempo. Porque si no ha existido siempre, hubo un tiempo en que no existía, y si hay un tiempo en que no existía, el tiempo era anterior a él. Así, aquel que no ha existido eternamente comenzó a existir dentro del tiempo, mientras que aquel que está libre de los límites del tiempo es necesariamente eterno. La razón que dan para su rechazo de la eternidad del Hijo es que su existencia eterna contradice la fe en su nacimiento (como si al confesar que ha existido eternamente, hiciéramos imposible su nacimiento).

VI

¡Qué temores necios e impíos! ¡Qué ansiedad impía por Dios! Sobre todo porque el significado que profesan descubrir los herejes en la palabra homoousion, y su concepto de eternidad del Hijo, es detestado, rechazado y denunciado por la Iglesia. La Iglesia confiesa un solo Dios, de quien son todas las cosas. Y confiesa un solo Señor nuestro Jesucristo, por quien son todas las cosas fueron hechas. Confiesa a uno de quien, a uno por quien, a uno que es la fuente de todo, a uno que es el agente por quien todo fue creado. Confiesa a aquel a quien todas las cosas reconocen la majestad que no tiene principio, y a aquel a quien todas las cosas reconocen un poder coigual a su fuente. Confiesa que ambos son conjuntamente supremos en la obra de la creación y en el gobierno sobre las cosas creadas. En el Espíritu reconoce a Dios como Espíritu, impasible e indivisible, porque ha aprendido del Señor que "el Espíritu no tiene carne ni huesos" (Lc 24,39). Ésta es una advertencia para salvar la de suponer que Dios, siendo Espíritu, podría ser agobiado por el sufrimiento y la pérdida corporal. La Iglesia reconoce a un solo Dios, no nacido desde la eternidad. Reconoce también a un Hijo unigénito de Dios. Confiesa al Padre eterno y sin principio, y que el comienzo del Hijo es desde la eternidad. No que él no tenga principio, sino que él es Hijo del Padre que no tiene ninguno. No que él se originó a sí mismo, sino que él es de aquel que es no engendrado desde la eternidad; nacido desde la eternidad (es decir, recibiendo su nacimiento desde la eternidad del Padre). Así, nuestra fe está libre de las conjeturas de la perversidad herética, y se expresa en términos fijos y publicados, aunque hasta ahora no se ha presentado ninguna defensa razonada de nuestra confesión.Para que no quede ninguna sospecha en torno al sentido en que los padres han usado la palabra homoousion, y en torno a nuestra confesión de la eternidad del Hijo, he expuesto las pruebas por las cuales podemos estar seguros de que el Hijo permanece siempre en esa sustancia en la que fue engendrado del Padre, y que el nacimiento de su Hijo no ha disminuido nada de esa sustancia en la que el Padre estaba habitando. Los hombres santos, inspirados por la enseñanza de Dios, cuando dijeron que el Hijo es homoousios con el Padre, no señalaron fallas o defectos como los que he mencionado. Mi propósito ha sido contrarrestar la impresión de que esta ousia (lit. naturaleza) y esta afirmación de que él es homoousios (lit. de la misma sustancia) con el Padre, es una negación de la natividad del Hijo unigénito.

VII

Para cerciorarnos de la necesidad de estas dos frases, adoptadas y empleadas como la mejor de las salvaguardas contra la chusma herética de aquellos días, creo que lo mejor es responder a la obstinada incredulidad de nuestros herejes actuales y refutar su enseñanza vana y pestilente con el testimonio de los evangelistas y apóstoles. En efecto, se lisonjean los herejes de que pueden proporcionar una prueba para cada una de sus proposiciones. De hecho, han añadido a cada una de ellas algunos pasajes u otros de las Sagradas Escrituras, pasajes tan groseramente malinterpretados que sólo atrapan a los iletrados con la apariencia de verdad con la que el ingenio pervertido ha enmascarado su explicación.

E
Necesidad del término homoousion, para combatir los torcimientos arrianos

VIII

Los herejes intentan también, alabando sólo la divinidad del Padre, privar al Hijo de su divinidad, alegando que está escrito que "el Señor tu Dios es uno" (Dt 6,4) y que el Señor repite esto en su respuesta al doctor de la ley, cuando éste le preguntó cuál era el mayor mandamiento de la ley, respondiendo: "Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno" (Mc 12,29). Además, dicen que Pablo proclama que "hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres" (1Tm 2,5). E insisten en que solo Dios es sabio, para no dejar sabiduría para el Hijo, apoyándose en las palabras del apóstol que dijo: "Aquel que es poderoso para confirmaros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ahora se ha manifestado por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, el cual se dio a conocer a todas las naciones para que obedezcan a la fe; al único Dios sabio, por medio de Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos" (Rm 16,25-27). Argumentan también que solo él es verdadero, pues Isaías dice "te bendecirán, Dios verdadero" (Is 65,16), y el Señor mismo ha dado testimonio en el evangelio, cuando dijo: "Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (Jn 17,3). Otra vez razonan que sólo él es bueno, para no dejar bondad alguna para el Hijo, porque por medio de él se ha dicho que "no hay nadie bueno sino uno solo, Dios" (Mc 10,18). Y que sólo él tiene poder, porque Pablo ha dicho que "a su debido tiempo lo mostrará el bienaventurado y solo soberano, rey de reyes y señor de señores" (1Tm 6,15). Además, profesan estar seguros de que en el Padre no hay cambio ni variación, porque él ha dicho por medio del profeta: "Yo soy el Señor vuestro Dios, y yo no he cambiado" (Mal 3,6), y por medio del apóstol Santiago: "Con quien no hay cambio". Cierto también que él es el Juez justo, porque escrito está que "Dios es el Juez justo, fuerte y paciente". Y que cuida de todos, porque el Señor ha dicho, hablando de las aves: "Vuestro Padre celestial las alimenta" (Mt 6,26), y: "¿No se venden dos gorriones por un cuarto? Y ni uno de ellos cae a tierra sin la voluntad de vuestro Padre; pues aun vuestros cabellos están contados". Dicen también que el Padre tiene presciencia de todas las cosas, como recuerda la bienaventurada Susana: "Oh Dios eterno, que conoces los misterios, y sabes todas las cosas antes de que sean". Y que él es incomprensible, como está escrito: "El cielo es mi trono, y la tierra el estrado de mis pies. ¿Qué casa me edificaréis, o cuál es el lugar de mi reposo? Porque mi mano hizo estas cosas, y todas estas cosas son mías". Y que él contiene todas las cosas, como Pablo testimonia al decir: "En él vivimos, nos movemos y somos" (Hch 17,28), o el msmo salmista: "¿A dónde me iré de tu Espíritu, y a dónde huiré de tu rostro? Si subo a los cielos, allí estás tú; si desciendo al hades, estás presente. Si tomo mis alas antes de la luz y habito en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano y me asirá tu diestra". Y que él es sin cuerpo, porque escrito está: "Dios es Espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren" (Jn 4,24). Y que él es inmortal e invisible, como dice Pablo: "El único que tiene inmortalidad, y habita en luz inaccesible, a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver" (1Tm 6,16), y el mismo evangelista: "Nadie ha visto jamás a Dios, sino el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre" (Jn 1,18). Y que él solo permanece eternamente no nacido, porque está escrito: Yo soy el que soy", y: "Yo Soy me envió a vosotros" (Ex 3,14), y: "Oh Señor, que eres Señor", según recuerda Jeremías.

F
Deshonestidades arrianas, respecto a las Escrituras

IX

¿Quién no se da cuenta de que estas afirmaciones están llenas de fraude y falacia? Porque por muy hábilmente que los herejes hayan mezclado los temas y combinado los textos, la malicia y la necedad son el carácter indeleblemente impreso en este laborioso esfuerzo de astucia y torpeza. Por ejemplo, entre sus puntos de fe han incluido éste: que confiesan que sólo el Padre es no nacido, como si alguien de nuestro lado pudiera suponer que aquel que engendró a aquel por quien son todas las cosas, haya derivado su ser de alguna fuente externa. El hecho mismo de que él lleve el nombre de Padre lo revela como la causa de la existencia de su Hijo. Ese nombre de Padre no da ninguna indicación de que aquel que lo lleva descienda de otro, mientras que nos dice claramente de quién es engendrado el Hijo. Dejemos, pues, al Padre su propiedad especial e incomunicable, confesando que en él residen los poderes eternos de una omnipotencia sin principio. Estoy seguro de que nadie puede dudar de que la razón por la que, en su confesión de Dios Padre, se hace hincapié en ciertos atributos como peculiares e inalienablemente suyos, es para dejarlo en posesión aislada de ellos. Porque cuando dicen que sólo él es verdadero, sólo es justo, sólo es sabio, sólo es invisible, sólo es bueno, sólo es poderoso, sólo es inmortal, están levantando esta palabra sólo como una barrera para separar al Hijo de su parte en estos atributos. El que está solo, dicen los herejes, no tiene socio en sus propiedades. Pero si suponemos que estos atributos residen sólo en el Padre, y no también en el Hijo, entonces debemos creer que Dios Hijo no tiene ni verdad ni sabiduría, y que es un ser corporal compacto de elementos visibles y materiales, mal dispuesto y débil y carente de inmortalidad. De esta manera, lo excluiríamos de todos estos atributos de los que hacemos al Padre el único poseedor.

X

Los católicos, que nos proponemos hablar de la majestad más perfecta y de la divinidad más plena que pertenece al Hijo unigénito de Dios, no tememos que nuestros lectores piensen que la amplitud de las frases al hablar del Hijo es una detracción de la gloria de Dios Padre, como si toda alabanza asignada al Hijo se le hubiera retirado previamente. Por el contrario, la majestad del Hijo es gloria al Padre, y la fuente debe ser gloriosa de la que proviene aquel que es digno de tal gloria. El Hijo no tiene nada más que en virtud de su nacimiento, mientras que el Padre comparte toda la veneración recibida por ese derecho de nacimiento. Así, la sugerencia de que disminuyamos el honor del Padre se silencia, porque toda la gloria que es inherente al Hijo (y que nosotros profesamos), se reflejará de vuelta, para mayor gloria de aquel que ha engendrado un Hijo tan grande.

G
Núcleo de la herejía arriana

XI

He expuesto ya el plan de los herejes para empequeñecer al Hijo, bajo el pretexto de magnificar al Padre. El siguiente paso es escuchar los términos exactos en que expresan su propia creencia acerca del Hijo. Para responder sucesivamente a cada una de sus alegaciones, y mostrar con la evidencia de la Sagrada Escritura la impiedad de sus doctrinas, agreguemos, a lo que dicen del Padre, las decisiones que han registrado acerca del Hijo, para que mediante una comparación de su confesión del Padre con su confesión del Hijo podamos seguir un orden uniforme en nuestra solución de las cuestiones a medida que surgen. Los herejes afirman como su veredicto, en efecto, que el Hijo no se deriva de ninguna materia preexistente (porque "por medio de él fueron creadas todas las cosas"), ni tampoco engendrado de Dios (porque nada puede ser retirado de Dios), sino que fue hecho de lo que era inexistente (es decir, que es una criatura perfecta de Dios, aunque diferente de sus otras criaturas). Ellos argumentan que él es una criatura, porque está escrito: "El Señor me ha creado como principio de sus caminos" (Prov 8,22). Respecto que él es la obra perfecta de Dios, aunque diferente de sus otras obras, lo prueban por lo que Pablo escribe a los hebreos: "Siendo hecho tanto mejor que los ángeles, cuanto posee un nombre más excelente que ellos" (Hb 1,4), y: "Considerad al sumo sacerdote de nuestra profesión, Jesucristo, el cual es fiel al que lo hizo". Para su depreciación del poder y la majestad y la divinidad del Hijo, se basan principalmente en las palabras "el Padre es mayor que yo" (Jn 14,28). Pero admiten que él no es uno del rebaño común de criaturas, sobre la evidencia de que "todas las cosas fueron hechas por medio de él" (Jn 1,3). Y así, resumen toda su enseñanza blasfema en estas palabras que siguen:

H
Principales fórmulas arrianas

XII

"Confesamos un solo Dios, el único increado, el único eterno, el único sin origen, el único verdadero, el único que posee la inmortalidad, el único bueno, el único poderoso, Creador, ordenador y dispositor de todas las cosas, inmutable e inalterable, justo y bueno, de la ley y los profetas y del Nuevo Testamento. Creemos que este Dios dio a luz al Hijo unigénito antes de todos los mundos, por medio de quien hizo el mundo y todas las cosas. Creemos que lo dio a luz no en apariencia, sino en verdad, siguiendo su propia voluntad, de modo que es inmutable e inalterable, criatura perfecta de Dios. Pero no como una de sus otras criaturas, obra de sus manos, ni como sostenía Valentín (que el Hijo es un desarrollo del Padre), ni como Maniqueo ha declarado del Hijo (como una parte consustancial del Padre), ni como Sabelio (que hace dos de uno, Hijo y Padre a la vez), ni como Hieracas (que lo hace luz de otra luz, y no lámpara de dos llamas), ni como si antes hubiera existido y después naciera o fuera creado de nuevo para ser Hijo. Creemos que fue creado por la voluntad de Dios antes de los tiempos y de los siglos, y que tiene su vida y su existencia por el Padre, quien lo dio para que participara de sus propias perfecciones gloriosas. Porque, cuando el Padre le dio la herencia de todas las cosas, no se privó por ello de los atributos que son suyos sin origen, siendo él la fuente de todas las cosas".

XIII

"Por tanto, hay tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios es la causa de todas las cosas, absolutamente inoriginado y separado de todo. El Hijo fue puesto por el Padre fuera del tiempo, y creado y establecido antes de los mundos, pues no existía antes de nacer, sino que, habiendo nacido fuera del tiempo antes de los mundos, llegó a existir como Hijo único del Padre único. Pues él no es eterno, ni coeterno, ni co-increado con el Padre, ni tiene una existencia colateral con el Padre, como dicen algunos, postulando dos principios no nacidos. Pero Dios es anterior a todas las cosas, como indivisible y el principio de todo. Por lo tanto, él es también anterior al Hijo, como de hecho hemos aprendido de ti en tu predicación pública. Por tanto, puesto que él tiene su ser de Dios, y sus gloriosas perfecciones, y su vida, y está confiado con todas las cosas, por esta razón Dios es su fuente, y tiene dominio sobre él, como siendo su Dios, ya que él es antes de él. En cuanto a frases como de él, como "desde el vientre, yo salí del Padre y he venido", si se entienden como que denotan que el Padre extiende una parte, y como un desarrollo de esa única sustancia, entonces el Padre será de naturaleza compuesta y divisible y cambiante y corpóreo, según ellas. Así, en lo que respecta a sus palabras, el Dios incorpóreo estaría sujeto a las propiedades de la materia".

I
Contradicciones en la doctrina arriana

XIV

Tal es el error de los herejes, tal es su enseñanza pestilente, que para apoyarla toman prestadas las palabras de la Escritura, pervirtiendo su significado y usando la ignorancia de los hombres como su oportunidad de ganar crédito para sus mentiras. Sin embargo, es ciertamente por estas mismas palabras de Dios que debemos llegar a entender las cosas de Dios. Porque la debilidad humana no puede alcanzar con ninguna fuerza propia el conocimiento de las cosas celestiales; las facultades que tratan con asuntos corporales no pueden formarse una noción del mundo invisible. Ni nuestra sustancia corporal creada, ni la razón dada por Dios para los propósitos de la vida ordinaria, son capaces de determinar y pronunciarse sobre la naturaleza y la obra de Dios. Nuestro ingenio no puede elevarse al nivel del conocimiento celestial, y nuestros poderes de percepción carecen de la fuerza para aprehender ese poder ilimitado. Debemos creer, por tanto, la palabra de Dios acerca de él mismo, y aceptar humildemente la comprensión que él se digna darnos. Debemos hacer nuestra elección entre rechazar su testimonio (como hacen los paganos), o creer en él como él es. Y esto de la única manera posible, pensando en él en el aspecto en que él se nos presenta. Por lo tanto, cese el juicio privado; que la razón humana se abstenga de cruzar las barreras divinamente establecidas. En este espíritu, evitemos toda afirmación blasfema e imprudente sobre Dios, y aferrémonos a la letra misma de la revelación. Cada punto de nuestra investigación será considerado a la luz de su instrucción, quien es nuestro tema, y no habrá una combinación de frases aisladas cuyo contexto se suprime para engañar y desinformar al oyente inexperto. El significado de las palabras se determinará considerando las circunstancias bajo las cuales fueron pronunciadas. Las palabras deben explicarse por las circunstancias, no por circunstancias forzadas para que se ajusten a las palabras. En cualquier caso, trataremos nuestro tema completamente, e indicaremos tanto las circunstancias bajo las cuales se pronunciaron las palabras como el verdadero significado de las mismas. Cada punto será considerado en secuencia ordenada.

J
Sobre la expresión "oh Israel, el Señor tu Dios es Uno"

XV

El punto de partida de los herejes es éste: "Confesamos que hay un solo Dios", porque Moisés dice: "Escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno" (Dt 6,4). Pero ¿es ésta una verdad que alguien se haya atrevido a dudar? ¿O se ha sabido de algún creyente que haya confesado otra cosa que la de que hay un solo Dios de quien proceden todas las cosas, una majestad que no tiene nacimiento y que él es ese poder sin origen? Sin embargo, este hecho de la unidad de Dios no ofrece ninguna posibilidad de negar la divinidad de su Hijo. Pues Moisés, o mejor dicho, Dios por medio de Moisés, estableció como su primer mandamiento a ese pueblo, entregado tanto en Egipto como en el desierto a los ídolos y al culto de dioses imaginarios, que debían creer en un solo Dios. Había verdad y razón en el mandamiento, pues Dios, de quien proceden todas las cosas, es uno. Pero veamos si este Moisés no ha confesado que Aquel por quien proceden todas las cosas, es también Dios. Dios no es despojado, sigue siendo Dios, si su Hijo participa de la divinidad. Porque se trata de Dios de Dios, uno de uno, de Dios que es uno porque Dios es de él. Y a la inversa, el Hijo no es menos Dios porque Dios Padre sea uno, porque es el Hijo unigénito de Dios; no eternamente innacido, como para privar al Padre de su unicidad, ni tampoco diferente de Dios, porque nació de él. No debemos dudar de que él es Dios en virtud de ese nacimiento de Dios que prueba a nosotros, los que creemos, que Dios es uno. Mas veamos si Moisés, quien anunció a Israel "el Señor tu Dios es uno", también ha proclamado la divinidad del Hijo. Para hacer válida nuestra confesión de la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, debemos emplear el testimonio de ese mismo testigo en el que se basan los herejes para la confesión de un solo Dios, que creen que implica la negación de la divinidad del Hijo.

K
Dios, no representado como una sola persona en la Escritura

XVI

Las palabras del apóstol ("un solo Dios Padre, de quien proceden todas las cosas, y un solo Jesucristo, nuestro Señor, por quien son todas las cosas"; 1Cor 8,6) forman una confesión exacta y completa acerca de Dios. Por tanto, veamos lo que Moisés tiene que decir acerca del comienzo del mundo. Sus palabras son: "Y dijo Dios: Haya un firmamento en medio de las aguas, y separe las aguas de las aguas. Y fue así, e hizo Dios el firmamento, y separó Dios las aguas por en medio" (Gn 1,6-7). Aquí, pues, tienes al Dios de quien procede y al Dios por medio de quien. Si lo niegas, debes decirnos por medio de quién fue que se hizo la obra de Dios en la creación, o bien apunta para tu explicación a una obediencia en cosas aún no creadas, que, cuando Dios dijo "haya un firmamento", impulsó al firmamento a establecerse por sí mismo. Tales sugerencias son incompatibles con el sentido claro de la Escritura. Porque todas las cosas, como dice el profeta (2Mac 7,28), fueron hechas de la nada. Es decir, no fue una transformación de las cosas existentes, sino la creación en una forma perfecta de lo inexistente. ¿Por medio de quién? Escucha al evangelista: "Todas las cosas fueron hechas por medio de él". Si preguntas quién es éste, el mismo evangelista te dirá: "En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios, y todas las cosas fueron hechas por medio de él" (Jn 1,1-3). Si estás dispuesto a combatir la opinión de que fue el Padre quien dijo "sea un firmamento", el profeta te responderá: "Él habló, y fueron hechos; él ordenó, y fueron creados". Las palabras "sea un firmamento" nos revelan que el Padre habló. Pero en las palabras que siguen ("y fue así"), en la declaración de que Dios hizo esto, debemos reconocer la persona del agente. Es decir, que "él habló, y fueron hechos". La Escritura no dice que él lo quiso y lo hizo, sino que "él ordenó y fueron creados". Observa que no dice que llegaron a existir porque fue su voluntad. En ese caso no habría oficio de mediador entre Dios y el mundo que estaba esperando su creación. Dios, de quien proceden todas las cosas, da el orden para la creación que Dios ha dado, por quien son todas las cosas, ejecuta. Bajo un mismo y único nombre confesamos a aquel que dio y a aquel que cumplió el mandato. Si te atreves a negar que Dios hizo se habla del Hijo, ¿cómo explicas que "todas las cosas fueron hechas por él"? ¿O las palabras del apóstol "un solo Jesucristo, nuestro Señor, por quien son todas las cosas"? ¿O "él habló, y fueron hechas"? Si estas palabras inspiradas logran convencer a tu mente obstinada, dejarás de considerar el texto "escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno" como una negación de la divinidad al Hijo de Dios, ya que en la misma fundación del mundo, aquel que lo habló proclamó que su Hijo también es Dios. Pero veamos qué aumento de provecho podemos sacar de esta distinción de Dios que manda y Dios que ejecuta. Porque aunque es repugnante incluso para nuestra razón natural suponer que en las palabras "él mandó y fueron hechos" se quiere decir una persona única y aislada, sin embargo, para evitar toda duda, debemos exponer los acontecimientos que siguieron a la creación del mundo.

XVII

Cuando el mundo estuvo completo y se creó a sus habitantes, Dios dijo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gn 1,26). Os pregunto: ¿Pensáis que Dios se dijo a sí mismo estas palabras? ¿No es evidente que no se estaba dirigiendo a sí mismo, sino a otro? Si respondéis que estaba solo, entonces os refuta con su propia boca, pues dice: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza). Dios nos ha hablado por medio del Legislador de una manera que nos resulta inteligible (es decir, nos da a conocer su acción por medio del lenguaje, la facultad con la que se ha complacido en dotarnos). Hay, en efecto, una indicación del Hijo de Dios, por medio de quien todas las cosas fueron hechas, en las palabras "dijo Dios: Sea un firmamento", y en, "e hizo Dios el firmamento" que sigue. Mas para que no pensáramos que estas palabras de Dios fueron inútiles y sin sentido, suponiendo que él se dio a Sí mismo el mandato de la creación, y él mismo lo obedeció (pues ¿qué noción podría estar más alejada del pensamiento de un Dios solitario que la de darse una orden verbal a sí mismo, cuando nada era necesario excepto un ejercicio de su voluntad?). Él decidió darnos una seguridad más perfecta de que estas palabras se refieren a otro además de él. Cuando dijo "hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza", su indicación de un socio derriba la teoría de su aislamiento. Porque un ser aislado no puede ser socio de sí mismo. Nuevamente, la expresión hagamos es inconsistente con la soledad, mientras que nuestro no puede usarse excepto para un compañero. Ambas palabras (nosotros y nuestro), son incompatibles con la noción de un Dios solitario que habla consigo mismo, e igualmente incompatibles con la idea de que el discurso se dirige a un extraño que no tiene nada en común con el que habla. Si interpretas el pasaje en el sentido de que él está aislado, te pregunto si supones que estaba hablando consigo mismo. Si no entiendes que estaba hablando consigo mismo, ¿cómo puedes suponer que estaba aislado? Si estuviera aislado, lo encontraríamos descrito como aislado; si tuviera un compañero, entonces como no aislado. Yo y mío describirían el primer estado, mientras que el segundo está indicado por nosotros y nuestro.

XVIII

Cuando leemos "hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza", las palabras nosotros y nuestro revelan que no hay un Dios aislado, ni tampoco un Dios en dos personas disímiles. Por eso, nuestra confesión debe estar enmarcada en armonía con la segunda verdad, así como con la primera. La expresión "a nuestra imagen" (no a nuestras imágenes) prueban que hay una única y misma naturaleza poseída por ambos. Pero un argumento a partir de palabras es una prueba insuficiente, a menos que su resultado sea confirmado por la evidencia de los hechos; y en consecuencia está escrito: "E hizo Dios al hombre, a imagen de Dios lo hizo" (Gn 1,27). Si las palabras que pronunció, pregunto, fueran el soliloquio de un Dios aislado, ¿qué significado le daremos a esta última declaración? Porque en ella veo una triple alusión, al Hacedor, al ser hecho y a la imagen. El ser hecho es el hombre, Dios lo hizo, y lo hizo a imagen de Dios. Si el Génesis estuviera hablando de un Dios aislado, ciertamente habría sido "y lo hizo a su propia imagen". Pero como el libro prefiguraba el misterio del evangelio, no hablaba de dos dioses, sino de Dios y Dios, pues hablaba del hombre hecho por Dios "a imagen de Dios". Así vemos que Dios hizo al hombre a imagen y semejanza común a él y a Dios. Que la mención de un agente nos prohíbe suponer que él fue aislado; y que la obra, hecha a imagen y semejanza de ambos, prueba que no hay diferencia de naturaleza entre la divinidad de uno y la del otro.

XIX

Puede parecer una pérdida de tiempo presentar más argumentos, pues las verdades acerca de Dios no ganan fuerza con la repetición; una sola declaración basta para establecerlas. Sin embargo, es bueno que conozcamos todo lo que se ha revelado sobre el tema, porque aunque no seamos responsables de las palabras de la Escritura, sin embargo tendremos que dar cuenta del sentido que les hemos asignado. Uno de los muchos mandamientos que Dios dio a Noé es: "El que derrame sangre de hombre, su sangre será derramada, porque a imagen de Dios es hecho el hombre". Aquí nuevamente está la distinción entre semejanza, criatura y Creador. Dios da testimonio de que hizo al hombre "a imagen de Dios". Cuando estaba a punto de crear al hombre, porque estaba hablando de sí mismo, pero no para sí mismo, Dios dijo "a nuestra imagen". Y nuevamente, después de que el hombre fue hecho, Dios lo hizo "a imagen de Dios". No habría sido una inexactitud de lenguaje si, dirigiéndose a sí mismo, hubiera dicho "he hecho al hombre a mi imagen", y habría demostrado que las personas son una en naturaleza al decir "hagamos al hombre a nuestra imagen". Mas para eliminar más perfectamente toda duda, sobre si Dios es o no un ser solitario, cuando Dios hizo al hombre, lo hizo "a imagen de Dios".

XX

Si todavía quieres afirmar que Dios Padre en la soledad se dijo estas palabras a sí mismo, puedo ir contigo hasta el punto de admitir la posibilidad de que él en la soledad pudiera haber hablado consigo mismo como si estuviera conversando con un compañero, y que es creíble que él quisiera que las palabras "he hecho al hombre a imagen de Dios" fueran equivalentes a "he hecho al hombre a mi propia imagen". Pero tu propia confesión de fe te refutará. Porque has confesado que todas las cosas son del Padre, y todo por medio del Hijo, mientras que las palabras "hagamos al hombre" muestran que la fuente de quien son todas las cosas es aquel que habló así, así como que Dios lo hizo "a imagen de Dios" señala claramente a aquel por medio de quien se hizo la obra.

XXI

Para que todo engaño propio sea ilegal, esa sabiduría, que tú mismo has confesado que es Cristo, te confrontará con las palabras: "Cuando él establecía las fuentes bajo el cielo, cuando él estaba afirmando los cimientos de la tierra, yo estaba con él, ordenándolos. Era por mí, por quien él se regocijaba. Además, diariamente me regocijaba en su vista, todo el tiempo que él se regocijaba en el mundo que había hecho, y en los hijos de los hombres" (Prov 8,28-31). Así, toda dificultad es eliminada, y el error mismo debe reconocer la verdad. Hay con Dios una Sabiduría, engendrada antes de los mundos, y no sólo presente con él sino poniendo orden, porque "ella estaba con él, poniéndolos en orden". Fíjate en esta obra de "poner en orden", o arreglar. El Padre, por sus mandamientos, es la causa; el Hijo, por su ejecución de las cosas ordenadas, pone en orden. La distinción entre las personas está marcada por la obra asignada a cada una. Cuando dice hagamos, la creación se identifica con la palabra de mando, mas cuando dice "yo estaba con él, ordenándolos", Dios revela que él no hizo la obra en forma aislada. Porque "se regocijaba delante de él" quien se regocijaba a cambio. Además, en la expresión completa ("yo me regocijaba diariamente en su vista, todo el tiempo que él se regocijaba en el mundo que había hecho, y en los hijos de los hombres"), la sabiduría nos ha enseñado la razón de su alegría. Ella se regocijaba por la alegría del Padre, quien se regocija por la terminación del mundo y por los hijos de los hombres, porque "vio Dios que eran buenos". Ella se regocija porque Dios está muy complacido con su obra, que ha sido hecha a través de ella, por su orden. Ella confiesa que su alegría resulta de la alegría del Padre por el mundo terminado y por los hijos de los hombres; sobre los hijos de los hombres, porque en un solo hombre, Adán, toda la raza humana había comenzado su camino. Así, en la creación del mundo no hay un mero soliloquio de un Padre aislado, sino que su Sabiduría es su socia en la obra, y se regocija con él cuando termina su labor conjunta.

XXII

Sé que la explicación completa de estas palabras implica la discusión de muchos y graves problemas. No los eludo, sino que los aplazo por ahora, reservando su consideración para etapas posteriores de la investigación. Por ahora me dedico a ese artículo de la fe, o más bien de la infidelidad de los blasfemos, que afirma que Moisés proclama la soledad de Dios. No olvidamos que la afirmación es verdadera en el sentido de que hay un solo Dios, de quien proceden todas las cosas. Mas tampoco olvidamos que esta verdad no es excusa para negar la divinidad del Hijo, ya que Moisés a lo largo de sus escritos indica claramente la existencia de Dios y de Dios. Debemos examinar cómo la historia de la elección de Dios y de la entrega de la ley proclama que Dios está coordinado con Dios.

L
El Dios de Abraham

XXIII

Después que Dios hubo hablado muchas veces con Abraham, Sara se enfureció contra Agar, celosa de que ella (Sara) era estéril y su sierva había concebido un hijo. Entonces, cuando Agar se había apartado de su vista, el Espíritu le habló así: "Vuelve a tu señora, y ponte en sus manos", y el ángel del Señor le dijo: "Multiplicaré muchísimo tu descendencia, y no será contada por la multitud", e invocó el nombre del Señor que hablaba con ella, diciendo: "Tú eres Dios, que me has visto". Es el ángel de Dios quien habla, y habla de cosas que están mucho más allá de los poderes que un mensajero, pues ese es el significado de la palabra, podría tener. Él dice: "Multiplicaré tu descendencia, y no será contada por la multitud". El poder de multiplicar naciones está fuera del ministerio de un ángel, y ¿qué dice la Escritura de aquel que es llamado "el ángel de Dios" y habla palabras que pertenecen sólo a Dios? Porque ella lo llamó "el nombre del Señor", cuando dijo: "Tú eres Dios, que me has visto". En primer lugar, él es "el ángel de Dios", en segundo lugar es "el Señor", y en tercer lugar es Dios, porque "tú eres Dios, que me has visto". Aquel que es llamado "el ángel de Dios" es también Señor y Dios. El Hijo de Dios es también, según el profeta, el ángel del gran consejo. Para distinguir claramente entre las personas, él es llamado el ángel de Dios. Aquel que es Dios de Dios es también el ángel de Dios, pero, para que pueda tener el honor que le corresponde, se le llama también Señor y Dios.

XXIV

En este pasaje, la única deidad es primero el ángel de Dios, y luego, sucesivamente, Señor y Dios. Pero para Abraham él es sólo Dios. Porque cuando se hizo por primera vez la distinción de personas, como una salvaguardia contra el engaño de que Dios es un ser solitario, entonces su nombre verdadero e incondicional podía pronunciarse con seguridad. Así, está escrito que Dios dijo a Abraham: "Tu mujer Sara te dará a luz un hijo, y tú lo llamarás Isaac. Yo estableceré mi pacto con él como pacto eterno, y con su descendencia después de él. En cuanto a Ismael, yo te he escuchado y lo he bendecido, y lo multiplicaré en gran manera; engendrará doce naciones, y haré de él una gran nación" (Gn 17,19-20). ¿Es posible dudar de que aquel que antes fue llamado "el ángel de Dios" sea mencionado aquí, en la secuela, como Dios? En ambos casos está hablando de Ismael, y en ambos es la misma persona quien lo multiplicará. Para evitar que supongamos que se trataba de un orador diferente del que se había dirigido a Agar, las palabras divinas atestiguan expresamente la identidad, diciendo "yo lo bendeciré, y lo multiplicaré". La bendición se repite de una ocasión anterior, porque ya se había dirigido a Agar. La multiplicación se promete para un día futuro, porque ésta es la primera palabra de Dios a Abraham concerniente a Ismael. Ahora es Dios quien habla a Abraham, mientras que a Agar le había hablado "el ángel de Dios". Así, Dios y "el ángel de Dios" son uno, y aquel que es el ángel de Dios es también Dios el Hijo de Dios. Se le llama "el ángel" porque es "el ángel del gran consejo", mas después se habla de él como Dios, para que no supongamos que aquel que es Dios es sólo un ángel. Repitamos ahora los hechos en orden. El ángel del Señor habló a Agar, y también habló a Abraham como Dios. Un orador se dirigió a ambos. La bendición fue dada a Ismael, y la promesa de que crecería hasta convertirse en un gran pueblo.

XXV

En otro caso, la Escritura revela a través de Abraham que fue Dios quien habló. Recibe la promesa adicional de un hijo, Isaac. Después se le aparecen tres hombres. Abraham, aunque ve a tres, adora a uno y lo reconoce como Señor. Tres estaban de pie ante él, dice la Escritura, pero él sabía bien a quién debía adorar y confesar. No había nada en la apariencia exterior que los distinguiera, pero por el ojo de la fe, la visión del alma, conocía a su Señor. Más tarde, la Escritura continúa: "Y le dijo: Volveré a ti en este tiempo futuro, y tu esposa Sara tendrá un hijo" (Gn 18,10). Poco después, el Señor le dijo: "No ocultaré a mi siervo Abraham lo que haré". Y otra vez dijo: "El clamor de Sodoma y Gomorra se ha llenado, y sus pecados son sobremanera grandes". Después de un largo discurso, que por razones de brevedad se omitirá, Abraham, angustiado por la destrucción que esperaba tanto a los inocentes como a los culpables, dijo: "De ninguna manera tú, que juzgas la tierra, ejecutarás este juicio". El Señor dijo: "Si encuentro en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, entonces perdonaré a todo el lugar por amor a ellos". Después, cuando terminó la advertencia a Lot, el hermano de Abraham, la Escritura dice: "El Señor hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte del Señor desde el cielo". Y después de un tiempo, añade: "El Señor visitó a Sara como había dicho, e hizo con Sara como había hablado, y Sara concibió y dio a luz a Abraham un hijo en su vejez, en el tiempo señalado que Dios le había dicho". Después, cuando la sierva con su hijo fue expulsada de la casa de Abraham, y temía que su hijo muriera en el desierto por falta de agua, la misma Escritura dice: "El Señor Dios oyó la voz del muchacho, donde estaba, y el ángel de Dios llamó a Agar desde el cielo, y le dijo: ¿Qué pasa, Agar? No temas, porque Dios ha oído la voz del muchacho desde el lugar donde está. Levántate, toma al muchacho y sostenle la mano, porque yo haré de él una gran nación".

XXVI

¡Qué ciega infidelidad, qué torpeza de corazón incrédulo, qué testaruda impiedad, permanecer en la ignorancia de todo esto, o bien saberlo y, sin embargo, descuidarlo! Seguramente está escrito precisamente con el propósito de que el error o el olvido no impidan el reconocimiento de la verdad. Si, como probaremos, es imposible escapar del conocimiento de los hechos, entonces debe ser nada menos que blasfemia negarlos. Este relato comienza con el discurso del ángel a Agar, su promesa de multiplicar a Ismael en una gran nación y darle una descendencia incontable. Ella escucha, y por su confesión revela que él es Señor y Dios. La historia comienza con su aparición como el "ángel de Dios". Al final de la misma, él se confiesa como "Dios mismo". Así, aquel que, mientras ejecuta el ministerio de declarar que su gran consejo es el ángel de Dios, es él mismo en nombre y naturaleza Dios. El nombre corresponde a la naturaleza; la naturaleza no es falsificada para hacerla conforme al nombre. Nuevamente, Dios habla a Abraham sobre este mismo asunto, y le dice que Ismael ya ha recibido una bendición y que se convertirá en una nación. "Yo lo he bendecido", dice Dios. Esto no es un cambio con respecto a la persona indicada anteriormente, sino que muestra que era él quien ya había dado la bendición. La Escritura obviamente ha sido consistente en todo momento en su progreso desde el misterio hasta la revelación clara. Comenzó con el ángel de Dios, y continúa revelando que era Dios mismo quien había hablado sobre este mismo asunto.

XXVII

El curso de la narración divina va acompañado de un desarrollo progresivo de la doctrina. En el pasaje que hemos analizado, Dios habla a Abraham y le promete que Sara dará a luz un hijo. Después, tres hombres están junto a él; adora a uno y lo reconoce como Señor. Después de esta adoración y reconocimiento por parte de Abraham, el uno promete que volverá más tarde en la misma época, y que entonces Sara tendrá su hijo. Abraham vuelve a ver a este uno "bajo la apariencia de un hombre" y lo saluda con la misma promesa. El cambio es sólo de nombre, mas el reconocimiento de Abraham en cada caso es el mismo. Era un hombre a quien vio, sin embargo, Abraham lo adoró como Señor; contemplando el misterio de la encarnación venidera. Una fe tan fuerte no ha dejado de reconocerlo; el Señor dice en el evangelio: "Abraham vuestro padre se regocijó de ver mi día. Lo vio y se alegró" (Jn 8,56). Para continuar la historia: "El hombre que vio prometió que volvería en el mismo momento". Observa el cumplimiento de la promesa, recordando mientras tanto que fue un hombre quien la hizo. ¿Qué dice la Escritura? Y el Señor visitó a Sara. Así que este hombre es el Señor, cumpliendo su propia promesa. ¿Qué sigue a continuación? Esto mismo: "Hizo Dios con Sara como había dicho". La narración llama a sus palabras "las de un hombre", relata que Sara "fue visitada por el Señor", proclama que el resultado "fue obra de Dios". Estás seguro de que fue un hombre quien habló, porque Abraham no sólo lo oyó, sino que lo vio. ¿Puedes estar menos seguro de que él era Dios, cuando la misma Escritura, que lo había llamado hombre, lo confiesa Dios? Porque sus palabras son: "Sara concibió, y dio a luz a Abraham un hijo en su vejez, y en el tiempo señalado que Dios le había dicho". Pero fue el hombre quien había prometido que vendría. Cree que él no era nada más que un hombre, a menos que, de hecho, el que vino fuera Dios y Señor. Conecta los incidentes. Fue, sin duda, el hombre quien prometió que vendría para que Sara pudiera concebir y dar a luz un hijo. Y ahora acepta la instrucción y confiesa la fe: "Fue el Señor Dios quien vino para que ella pudiera concebir y dar a luz". El hombre hizo la promesa en el poder de Dios; por el mismo poder Dios cumplió la promesa. Así Dios se revela tanto en palabra como en obra. A continuación, dos de los tres hombres que Abraham vio partir, y aquel que se queda atrás es "Señor y Dios". Y no sólo "Señor y Dios", sino también Juez, porque Abraham se puso delante del Señor y dijo: "De ninguna manera harás esto de matar al justo con el impío, porque entonces el justo será como el impío. De ninguna manera tú que juzgas a toda la tierra, ejecutarás este juicio" (Gn 18,25). Así, con todas sus palabras, Abraham nos instruye en esa fe por la cual fue justificado; reconoce al Señor entre los tres, le adora solo a él, y confiesa que él es Señor y Juez.

XXVIII

Para que no caigáis en el error de suponer que este reconocimiento del uno era un pago de honor a todos los tres que Abraham vio en compañía, observad las palabras de Lot cuando vio a los dos que se habían ido: "Cuando Lot los vio, se levantó a recibirlos, y se inclinó con el rostro en tierra y dijo: He aquí, mis señores, volved a la casa de vuestro siervo". Aquí el plural señores muestra que esto no era más que una visión de ángeles. En el otro caso, el fiel patriarca paga el honor debido a uno solo. Así, la narración sagrada deja claro que dos de los tres eran meros ángeles, y que había proclamado previamente al uno como "Señor y Dios" con las palabras. Además, el Señor dijo a Abraham: "¿Por qué se rió Sara, diciendo ¿tendré un hijo?, pues soy vieja. ¿Hay algo imposible de Dios? En este tiempo volveré a ti más tarde, y Sara tendrá un hijo". La Escritura es exacta y consistente, y no detectamos ninguna confusión como la que se usa en plural para referirse al único Dios y Señor, ni tampoco honores divinos rendidos a los dos ángeles. Lot, sin duda, los llama señores, mientras que la Escritura los llama ángeles. Lo primero es reverencia humana, lo segundo es verdad literal.

XXIX

En efecto, la venganza de un juicio justo cayó sobre Sodoma y Gomorra. Me diréis: ¿Y qué podemos aprender de ello para los fines de nuestra investigación? Esto mismo: que "el Señor hizo llover azufre y fuego de parte del Señor". Es decir, que estamos hablando del Señor del Señor, y que la Escritura no hace distinción (por diferencia de nombre) entre sus naturalezas, sino que los discrimina entre sí mismos. Es lo que leemos en el evangelio: "El Padre no juzga a nadie, sino que ha dado todo juicio al Hijo" (Jn 5,22). Así que lo que el Señor dio, el Señor lo había recibido del Señor.

XXX

Con esto, habéis tenido evidencia de que Dios, el Juez, es Señor y Señor. Aprended a continuación que existe la misma copropiedad del nombre en el caso de Dios y Dios. Jacob, cuando huyó por miedo a su hermano, vio en su sueño una escalera que descansaba sobre la tierra y llegaba al cielo, y los ángeles de Dios subiendo y bajando por ella, y descansando sobre ella al Señor (quien le dio todas las bendiciones que había otorgado a Abraham e Isaac). Más tarde, Dios le habló así: "Levántate, sube al lugar de Betel, mora allí y haz allí un altar a Dios, que se te apareció cuando huías de la presencia de tu hermano" (Gn 35,1). Dios exige honor para Dios, y deja claro que la demanda es en nombre de otro que no es él mismo. Aquel que se te apareció cuando huías son sus palabras: él se guarda cuidadosamente de cualquier confusión de las personas. Es Dios quien habla, y Dios de quien habla. Su majestad se afirma mediante la combinación de ambos bajo su verdadero nombre de Dios, mientras que las palabras declaran claramente Su existencia separada.

XXXI

A este respecto, se me ocurren algunas consideraciones que deben tenerse en cuenta para un tratamiento completo del tema. Pero el orden de la defensa debe adaptarse al orden del ataque, y reservo estas cuestiones pendientes para el próximo libro. Por ahora, en lo que respecta a Dios que exigió honor para Dios, me bastará señalar que aquel que era "el ángel de Dios", cuando habló con Agar, era "Dios y Señor" cuando habló del mismo asunto con Abraham. Y que el hombre que habló con Abraham era también "Dios y Señor", mientras que los dos ángeles que fueron vistos con el Señor, y que éste envió a Lot, son descritos por el profeta como ángeles, y nada más. Y no fue sólo a Abraham a quien Dios se le apareció en forma humana, sino que también se le apareció como hombre a Jacob. Y no sólo se le apareció, sino que con él, según se nos dice, luchó. Y no sólo luchó, sino que fue vencido por su adversario. Ni el tiempo de que dispongo ni el tema me permiten tratar el sentido típico de esta lucha. Ciertamente fue Dios quien luchó, pues Jacob prevaleció contra Dios e Israel vio a Dios.

M
El Dios de Moisés

XXXII

Investiguemos también si en otro lugar, aparte del caso de Agar, se ha descubierto que "el ángel de Dios" es Dios mismo. Se ha descubierto que no sólo es Dios, sino "el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob". Pues el ángel del Señor se le apareció a Moisés desde la zarza, y ¿de quién pensáis que debemos suponer que se oyó? ¿La voz de aquel que fue visto o la de otro? No hay lugar para el engaño; las palabras de la Escritura son claras: "El ángel del Señor se le apareció en una llama de fuego desde una zarza", y "el Señor lo llamó desde la zarza, diciendo: Moisés, Moisés", y Moisés le respondió: "¿Qué es esto?", y el Señor le dijo: "No te acerques acá, quítate las sandalias de tus pies, porque el lugar en que estás es tierra santa", y: "Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". El que apareció en la zarza habla desde la zarza, el lugar de la visión y de la voz es uno, el que habla no es otro que aquel que fue visto. Aquel que es "el ángel de Dios" cuando el ojo lo contempla es el Señor cuando el oído lo escucha, y "el Señor" cuya voz es escuchada es reconocido como "el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob". Cuando se le llama "ángel de Dios", se revela que no es un ser autónomo y solitario, pues es el ángel de Dios. Cuando se le designa "Señor y Dios", recibe el título completo que se debe a su naturaleza y su nombre. Tenemos, pues, en el ángel que apareció de la zarza a aquel que es "Señor y Dios".

XXXIII

Si estudiáis el testimonio dado por Moisés, notaréis con qué diligencia aprovecha cada oportunidad de proclamar al Señor y Dios. Tomad nota del pasaje "escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno" (Dt 6,4), y observad también las palabras de ese canto divino suyo: "Mira que yo soy el Señor, y no hay Dios fuera de mí". Si bien Dios ha sido el Orador a lo largo de todo el poema, termina con: "Regocijaos, cielos, junto con él y que todos los hijos de Dios lo alaben. Regocijaos, oh naciones, con su pueblo, y que todos los ángeles de Dios le rindan honor". Dios ha de ser glorificado por los ángeles de Dios, porque "yo soy el Señor, y no hay Dios fuera de mí". Porque él es Dios el Unigénito, y el título de Unigénito excluye toda asociación en ese carácter, así como el título Inoriginado niega que haya alguien que comparta el carácter del Padre Inoriginado. El Hijo es uno de uno. No hay nadie inoriginado excepto Dios el Inoriginado, y así también no hay ningún unigénito excepto Dios el Unigénito. Ambos son uno solo y único, siendo respectivamente el Unigénito y el Unigénito. Y así ellos dos son un Dios, pues entre el uno y el uno que es su descendencia no hay abismo de diferencia de naturaleza en la Deidad eterna. Por lo tanto, él debe ser adorado por los hijos de Dios y glorificado por los ángeles de Dios. Se exige honor y reverencia para Dios de los hijos y de los ángeles de Dios. Observa quién es el que recibirá este honor, y por quién debe ser pagado. Es Dios, y ellos son los hijos y ángeles de Dios. Y para que no penséis que no se exige honor a Dios que comparte nuestra naturaleza, sino que Moisés está pensando aquí en la reverencia debida a Dios Padre (aunque, de hecho, es en el Hijo que el Padre debe ser honrado), examinad las palabras de la bendición otorgada por Dios a José, al final del mismo libro: "Que las cosas que le son agradables, que aparecieron en la zarza, vengan sobre la cabeza y la corona de José" (Dt 33,16). Así, Dios debe ser adorado por los hijos de Dios como Dios, y debe ser adorado por los hijos de Dios como Hijo de Dios. Y Dios debe ser reverenciado por los ángeles de Dios, pues él mismo es "el ángel de Dios". Porque Dios apareció de la zarza como "el ángel de Dios", y la oración por José es que reciba las bendiciones que le plazca. No es menos Dios porque es "el ángel de Dios", y no es menos ángel de Dios porque es Dios. Se da así una indicación clara de las personas divinas, y se traza definitivamente la línea entre el Ingénito y el Engendrado. Se concede también una revelación de los misterios del cielo, y se nos enseña a no soñar con Dios como morando en soledad, cuando los ángeles y los hijos de Dios adoran a quien es "el ángel de Dios" y su Hijo.

XXXIV

Tomemos esto como nuestra respuesta de los libros de Moisés, o más bien como la respuesta del propio Moisés. Los herejes imaginan que pueden usar su afirmación de la unidad de Dios para refutar la divinidad de Dios Hijo, pero esta blasfemia desafía la clara advertencia de su propio testigo (pues siempre que confiesa que Dios es uno, nunca deja Moisés de enseñar la divinidad del Hijo). Nuestro siguiente paso debe ser aducir las múltiples declaraciones de los profetas, acerca del mismo Hijo.

N
El Dios de los profetas

XXXV

¿Conocéis ya las palabras: "Escucha, Israel, el Señor tu Dios es sólo uno"? ¡Ojalá las conocierais correctamente! Mientras las interpretáis, yo busco en vano su sentido, pero leo lo que se dice en los salmos: "El Señor, tu Dios, te ha ungido" (Sal 45,7). Pues bien, imprimid la distinción entre el ungidor y el ungido; discriminad entre el y el tuyo, y dejad claro a quién y de quién se dicen las palabras. Porque esta confesión definitiva es la conclusión del pasaje precedente, que dice así: "Tu trono, oh Dios, es por los siglos de los siglos; el cetro de tu reino es un cetro de justicia. Has amado la justicia y aborrecido la iniquidad". Y luego continúa: "Por eso el Señor, tu Dios, te ha ungido". Así, el Dios del reino eterno, en recompensa por su amor a la justicia y odio a la iniquidad, es ungido por su Dios. ¿Se traza alguna amplia diferencia, alguna brecha demasiado amplia para nuestra capacidad mental, entre estos nombres? No, pues la distinción de personas está indicada por vosotros y vuestros, pero nada sugiere una diferencia de naturaleza. La palabra vuestros señala al autor, y vosotros a aquel que es la descendencia del autor. Porque él es Dios de Dios, como declaran estas mismas palabras del profeta: "El Señor, vuestro Dios, os ha ungido". Y sus propias palabras dan testimonio de que no hay Dios anterior a Dios el Inoriginado: "Sed mis testigos, y yo soy testigo, dice el Señor Dios, y mi Siervo a quien yo escogí, para que sepáis y creáis y entendáis que yo soy, y antes de mí no hay otro Dios, ni lo habrá después de mí" (Is 43,10). Así se declara la majestad de aquel que no tiene principio, y se salvaguarda la gloria de aquel que es del Inoriginado; porque Dios, vuestro Dios, os ha ungido. La palabra vuestro declara su nacimiento, pero no contradice su naturaleza. La expresión "tu Dios" significa que el Hijo nació de él para compartir la deidad. Pero el hecho de que el Padre sea Dios no es obstáculo para que el Hijo sea Dios también, porque "el Señor, tu Dios, te ha ungido". Se hace mención tanto del Padre como del Hijo, y el título "único de Dios" transmite la seguridad de que en carácter y majestad son uno.

XXXVI

Para que las palabras del Señor ("yo soy, y antes de mí no hay otro Dios, ni lo habrá después de mí") no se conviertan en un pretexto para la presunción blasfema, como prueba de que el Hijo no es Dios, ya que después del Dios, a quien ningún Dios precede, no sigue otro Dios, debe considerarse el propósito del pasaje. Dios es su propio mejor intérprete, pero su Siervo elegido se une a él para asegurarnos que no hay Dios antes de él, ni lo habrá después de él. Su propio testimonio acerca de Sí mismo es, ciertamente, suficiente, pero ha añadido el testimonio del Siervo a quien ha elegido. Así tenemos el testimonio unido de los Dos, de que no hay Dios antes de él; aceptamos la verdad, porque todas las cosas son de él. Tenemos también su testimonio de que no habrá Dios después de él; pero no niegan que Dios haya nacido de él en el pasado. Ya estaba el Siervo hablando así, y dando testimonio del Padre; el Siervo nacido en aquella tribu de la que debía surgir el elegido de Dios. Él también expone la misma verdad en los evangelios: "He aquí mi Siervo a quien he escogido, mi amado en quien mi alma se complace" (Mt 12,18). Este es el sentido, entonces, en el que Dios dice: "No hay otro Dios antes de mí, ni lo habrá después de mí". Él revela la infinitud de su eterna e inmutable majestad con esta afirmación de que no hay Dios antes ni después de él. Pero él le da a "su Siervo" una parte tanto en el dar testimonio como en la posesión del nombre de Dios.

XXXVII

El hecho es evidente por sus propias palabras. Porque dice al profeta Oseas: "No tendré más compasión de la casa de Israel, sino que seré su enemigo. Pero tendré compasión de los hijos de Judá, y los salvaré en el Señor su Dios" (Os 1,6-7). Aquí Dios el Padre da el nombre de Dios, sin ninguna ambigüedad, al Hijo, en quien también nos escogió antes de los siglos incontables. Dice "su Dios" porque mientras que el Padre, siendo inoriginado, es independiente de todo, nos ha dado por herencia a su Hijo. De la misma manera leemos: "Pídeme, y te daré por herencia las naciones". Nadie puede ser Dios para aquel de quien son todas las cosas, porque él es eterno y no tiene principio; pero el Hijo tiene a Dios, de quien nació, por Padre. Sin embargo, para nosotros el Padre es Dios y el Hijo es Dios. El Padre nos revela que el Hijo es nuestro Dios, y el Hijo nos enseña que el Padre es Dios sobre nosotros. Lo que debemos recordar es que en este pasaje el Padre da al Hijo el nombre de Dios, el título de su propia majestad inoriginal. Pero ya he comentado suficientemente estas palabras de Oseas.

XXXVIII

¡Qué clara es la declaración que Dios Padre hace por medio de Isaías acerca de nuestro Señor! En concreto, esto es lo que dice:

"Así dice el Señor, el Dios santo de Israel, que hizo lo por venir: Preguntadme por vuestros hijos y vuestras hijas, y mandadme acerca de las obras de mis manos. Yo hice la tierra y al hombre que hay sobre ella, yo mandé a todas las estrellas, suscité un Rey con justicia, y todos sus caminos son rectos. Él edificará mi ciudad y hará volver a la cautividad de mi pueblo, no por precio ni por dones, dice el Señor de los ejércitos. Egipto trabajará, y la mercadería de los etíopes y sabeos. Hombres de estatura se pasarán a ti y serán tus siervos, y te seguirán encadenados, y te adorarán y te suplicarán, porque Dios está en ti y no hay Dios fuera de ti. Porque tú eres Dios, y nosotros no lo conocíamos, oh Dios de Israel, Salvador. Todos los que le resisten serán avergonzados y confundidos, y andarán confundidos" (Is 45,11-16).

¿Queda alguna oportunidad para contradecir, o excusa para la ignorancia? Si la blasfemia continúa, ¿no es en desafío descarado que sobrevive? Dios de Quien son todas las cosas, quien hizo todo por su mandato, afirma que él es el autor del universo, porque, si él no hubiera hablado, nada habría sido creado. Afirma que ha levantado un Rey justo, que construye para sí mismo (es decir, para Dios) una ciudad, y hace volver la cautividad de su pueblo, sin don ni recompensa, porque todos somos salvados gratuitamente. A continuación, él dice cómo después de los trabajos de Egipto, y después del tráfico de etíopes y sabeos, hombres de estatura se pasarán a él. ¿Cómo debemos entender estos trabajos en Egipto, este tráfico de etíopes y sabeos? Recordemos cómo los magos de Oriente adoraban y pagaban tributo al Señor. Evaluemos el cansancio de aquella larga peregrinación a Belén de Judá. En el penoso viaje de los príncipes magos vemos los trabajos de Egipto a los que alude el profeta. Porque cuando los magos cumplieron, en su forma espuria y material, el deber que les había ordenado el poder de Dios, todo el mundo pagano ofrecía en su persona la más profunda reverencia de que era capaz su culto. Y estos mismos magos, los reyes de Tarsis, le ofrecerán presentes, y los reyes de Arabia y de los sabeos le traerán presentes, y se le dará del oro de Arabia. Los magos y sus ofrendas representan el trabajo de Egipto y las mercancías de los etíopes y de los sabeos; los magos adoradores representan al mundo pagano, y ofrecen los regalos más selectos de los gentiles al Señor a quien adoran.

XXXIX

En cuanto a los hombres de estatura que se acercarán a él y lo seguirán encadenados, no hay duda de quiénes son. Pasemos a los evangelios; Pedro, cuando va a seguir a su Señor, está ceñido. Leamos a los apóstoles, cuando dicen: "Pablo, el siervo de Cristo, se jacta de sus cadenas". Y veamos si este "prisionero de Jesucristo" se ajusta en su enseñanza a las profecías pronunciadas por Dios acerca de Dios su Hijo. Dios había dicho: "Orarán, porque Dios está en ti". Ahora notad y digerid estas palabras del apóstol: "Dios estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo mismo" (2Cor 5,19). Más adelante, la profecía continúa diciendo: "Y no hay Dios fuera de ti". El apóstol inmediatamente hace coincidir esto con esto otro: "Hay un solo Jesucristo nuestro Señor, por medio de quien son todas las cosas" (1Cor 8,6). Obviamente, no puede haber otro sino él, porque él es uno. La tercera declaración profética es: "Tú eres Dios, y nosotros no lo sabíamos". Pero Pablo, que en otro tiempo fue perseguidor de la Iglesia, dice: "¿De quiénes son los patriarcas, de quién es Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas?" (Rm 9,5). Tal será el mensaje de estos hombres encadenados. Hombres de estatura, en verdad, serán, y se sentarán en doce tronos para juzgar a las tribus de Israel, y seguirán a su Señor, dando testimonio de él en la enseñanza y en el martirio.

XL

Así pues, Dios está en Dios, y es Dios en quien Dios mora. Pero ¿cómo es cierto que no hay Dios fuera de ti si Dios está dentro de él? ¡Hereje! En apoyo de tu confesión de un Padre solitario empleas las palabras: no hay Dios fuera de mí; ¿qué sentido puedes asignar a la solemne declaración de Dios Padre ("no hay Dios fuera de ti") si tu explicación de "no hay Dios fuera de mí" es una negación de la divinidad del Hijo? ¿A quién, en ese caso, puede haber dicho Dios "no hay Dios fuera de ti"? No puedes sugerir que este ser solitario se lo haya dicho a sí mismo. Fue al Rey a quien convocó a quien el Señor dijo, por boca de los hombres de estatura que adoraron y suplicaron, "Dios está en ti". Los hechos son incompatibles con la soledad. "En ti" implica que había uno presente al alcance, si se me permite decirlo, de la voz del orador. La frase completa, "Dios está en ti", revela no sólo a Dios presente, sino también a Dios morando en aquel que está presente. Las palabras distinguen al morador interno de aquel en quien él mora, pero es una distinción de persona solamente, no de carácter. Dios está en él, y aquel en quien Dios está, es Dios. La residencia de Dios no puede estar dentro de una naturaleza extraña y ajena a la suya. Él mora en aquel que es suyo, nacido de sí mismo. Dios está en Dios, porque Dios es de Dios. Porque tú eres Dios, y nosotros no lo sabíamos, oh Dios de Israel, Salvador.

XLI

Mi próximo libro está dedicado a refutar a los herejes por negar que Dios está en Dios; pues el profeta continúa: "Todos los que le resistan serán avergonzados y confundidos, y andarán en confusión". Ésta es la sentencia de Dios, pronunciada sobre vuestra incredulidad. Os ponéis en oposición a Cristo, y es por él que la voz del Padre se alza en solemne reproche, porque aquel cuya divinidad negáis, es Dios. Y lo negáis bajo el manto de la reverencia a Dios, porque él dice: "No hay otro Dios fuera de mí". Sométete a la vergüenza y la confusión, pues el Dios sin origen no tiene necesidad de la dignidad que le ofrecéis, y él nunca ha pedido esta majestad de aislamiento que le atribuís. Él repudia vuestra interpretación oficiosa que distorsionaría sus palabras "no hay otro Dios fuera de mí", convirtiéndolas en una negación de la divinidad del Hijo que él engendró de sí mismo. Para frustrar vuestro propósito de demoler la divinidad del Hijo, asignándole la divinidad en algún sentido especial a él mismo, él redondea las glorias del Unigénito con la atribución de la divinidad absoluta, diciendo: "No hay Dios fuera de ti". ¿Por qué hacer distinciones entre equivalentes exactos? ¿Por qué separar lo que es perfectamente compatible? Es la característica peculiar del Hijo de Dios que no hay Dios fuera de él; la característica peculiar de Dios Padre es que no hay Dios aparte de él. Usa sus palabras acerca de él mismo; confiésalo en sus propios términos, y suplícale como rey "Dios está en ti", y "no hay Dios fuera de ti", así como "tú eres Dios, y nosotros no lo sabíamos, oh Dios de Israel, el Salvador". Una confesión expresada en palabras tan reverentes está libre de la mancha de la presunción, y sus términos no pueden excitar repugnancia. Sobre todo, debemos recordar que rechazarla significa vergüenza e ignominia. Meditad sobre estas palabras de Dios. Utilizadlas en vuestra confesión de él, y así escaparéis de la vergüenza amenazada. Porque si negáis la divinidad del Hijo de Dios, no estaréis aumentando la gloria de Dios (adorándolo en majestad solitaria) y estaréis menospreciando al Padre, al negaros a reverenciar al Hijo. En fe y veneración, confesad del Dios no originado que no hay Dios fuera de él. Reclamad para Dios el Unigénito que aparte de él no hay Dios.

XLII

Así como ya habéis escuchado a Moisés e Isaías, escuchad ahora a Jeremías, que inculca la misma verdad que ellos: "Éste es nuestro Dios, y no habrá otro semejante a él, que ha descubierto todo el camino del conocimiento, y se lo ha dado a Jacob su siervo y a Israel su amado". Después se mostró sobre la tierra y habitó entre los hombres, pero antes había dicho: "Y es hombre, y ¿quién lo conocerá?". Así, habéis visto a Dios en la tierra y habitando entre los hombres. Ahora os pregunto qué sentido daríais a "nadie ha visto a Dios en ningún tiempo, salvo el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre" (Jn 1,18), cuando Jeremías proclama que Dios es visto en la tierra y habita entre los hombres. El Padre, confesamente, no puede ser visto excepto por el Hijo; ¿Quién es, pues, éste que fue visto y habitó entre los hombres? Él debe ser nuestro Dios, porque es Dios visible en forma humana, a quien los hombres pueden tocar. Y toma en serio las palabras del profeta, cuando dice: "No habrá otro semejante a él". Si preguntas cómo puede ser esto, escucha el resto de la oración, para que no te sientas tentado a negar al Padre su parte de la confesión "escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno". Todo el pasaje es:

"No habrá nadie semejante a él, que ha descubierto todo el camino del conocimiento, y lo ha dado a Jacob su siervo y a Israel su amado. Después se mostró a sí mismo en la tierra y habitó entre los hombres. Porque hay un solo mediador entre Dios y los hombres, que es a la vez Dios y hombre, mediador tanto en dar la ley como en tomar nuestro cuerpo".

Por lo tanto, nadie puede ser semejante a él, porque él es uno, nacido de Dios en Dios, y fue por medio de él que todas las cosas fueron creadas en el cielo y la tierra, por medio de él se hicieron los tiempos y los mundos. Todo, en definitiva, lo que existe debe su existencia a su acción. Él es quien instruye a Abraham, quien habla con Moisés, quien da testimonio a Israel, quien permanece en los profetas, quien nació a través de la Virgen del Espíritu Santo, quien clava en la cruz de su pasión a los poderes que son nuestros enemigos, quien mata a la muerte en el infierno, quien fortalece la seguridad de nuestra esperanza por su resurrección, quien destruye la corrupción de la carne humana por la gloria de su cuerpo. Por lo tanto, nadie será semejante a él. Éstos son los poderes peculiares de Dios el Unigénito, el único nacido de Dios, el bendito poseedor de tan grandes prerrogativas. Y ningún segundo dios puede ser comparado a él, porque él es Dios de Dios, no nacido de ningún ser extraño. No hay nada nuevo o extraño o moderno creado en él. Cuando Israel escucha que su Dios es uno, y que ningún segundo dios es comparado, para que los hombres puedan considerarlo Dios (al Dios que es el Hijo de Dios), la revelación significa que Dios el Padre y Dios el Hijo son uno completamente, y no por confusión de personas sino por unidad de sustancia.