HILARIO DE POITIERS
Sobre la Trinidad
LIBRO VIII
A
La herejía, maestra del engaño
La doctrina católica, combativa contra la herejía
I
El bienaventurado apóstol Pablo, al establecer la forma de designar a un obispo y crear con sus instrucciones un tipo completamente nuevo de miembro de la Iglesia, nos ha enseñado con estas palabras el resumen de todas las virtudes perfeccionadas en él: "Retener la palabra según la doctrina de la fe para que sea capaz de exhortar a la sana doctrina y convencer a los contradictores. Porque hay muchos hombres rebeldes, habladores de vanidades y engañadores" (Tt 1,9-10). De esta manera, muestra Pablo las normas esenciales del orden y las costumbres, que sólo son útiles para el buen servicio en el sacerdocio si al mismo tiempo no le faltan las cualidades necesarias para saber cómo enseñar y conservar la fe. En efecto, un hombre no se convierte inmediatamente en un sacerdote bueno y útil por una vida meramente inocente o un mero conocimiento de la predicación, sino que es útil sólo si él mismo es instruido y tiene en qué apoyar su enseñanza. En efecto, las palabras del apóstol no sólo preparan al hombre para la vida en este mundo con preceptos de honestidad y rectitud, y no sólo educan en la pericia de la enseñanza a un simple escriba de la sinagoga para la exposición de la ley, sino que están preparando a un líder de la Iglesia, perfeccionado por el perfecto cumplimiento de las mayores virtudes, de modo que su vida pueda ser adornada por su enseñanza, y su enseñanza por su vida. En consecuencia, Pablo proporciona a Tito un mandato sobre la perfecta práctica de la religión, en este sentido: "Muéstrate en todo como un ejemplo de buenas obras, enseñando con gravedad palabras sanas e irreprochables, para que el adversario se avergüence, al no tener nada vergonzoso o malo que decir de nosotros" (Tt 2,7-8). Este maestro de los gentiles y doctor electo de la Iglesia, por su conciencia de Cristo que hablaba y moraba dentro de él, sabía bien que la infección del lenguaje contaminado se extendería por todas partes, y que la corrupción de la doctrina pestilente se enfurecería furiosamente contra la forma sana de las palabras fieles, e infundiendo el veneno de sus propios principios malignos en el alma más íntima, se arrastraría con un mal profundamente arraigado. Según Pablo, es de estos que se dice "cuya palabra se extiende como un cáncer" (2Tm 2,17), porque contaminan la salud de la mente, invadiéndola con un contagio secreto y sigiloso. Por esta razón, quería que en el obispo hubiera la enseñanza de las palabras sanas, una buena conciencia en la fe y la pericia en la exhortación para resistir las contradicciones malvadas, falsas y salvajes. Porque hay muchos que pretenden la fe, pero no están sujetos a la fe, y más bien establecen una fe para sí mismos que recibir lo que se les da, hinchados con los pensamientos de la vanidad humana, sabiendo las cosas que desean saber y no queriendo saber las cosas que son verdaderas (ya que una señal de verdadera sabiduría es a veces saber lo que no nos gusta). Sin embargo, esta sabiduría voluntaria es seguida por la predicación necia, porque lo que se aprende neciamente necesariamente debe ser predicado neciamente. ¡Cuánto mal es para los que escuchan la predicación necia, cuando son engañados a opiniones necias por la vanidad de la sabiduría! De ahí que esta causa fue descrita por el apóstol así: "Hay muchos ingobernables, habladores vanos y engañadores" (Tt 1,9). Por eso, es necesario que alcemos nuestra voz contra la arrogancia malvada, contra la arrogancia jactanciosa y contra la jactancia seductora. Sí, debemos hablar contra tales cosas mediante la sana doctrina, la verdad de nuestra fe, la sinceridad de nuestra predicación, para que tengamos la pureza de la verdad y la verdad de la sana doctrina.
II
La razón por la que acabo de mencionar esta declaración del apóstol es la siguiente: los hombres de mente torcida y falsas profesiones, carentes de esperanza y venenosos en el habla, imponen la necesidad de despotricar, y bajo el disfraz de la religión inculcan doctrinas mortales, pensamientos contagiosos y deseos corruptos en las mentes simples de sus oyentes. Esto lo hacen con un desprecio absoluto por el verdadero sentido de la enseñanza apostólica, de modo que dicen que el Padre no es un Padre, ni el Hijo un Hijo, ni la fe la fe. Para resistir sus descabelladas falsedades, hemos ampliado el curso de nuestra respuesta, hasta el punto de que, después de demostrar con la ley que Dios y Dios eran distintos y que Dios mismo estaba en Dios mismo, demostramos a partir de la enseñanza de los evangelistas y apóstoles el nacimiento perfecto y verdadero del Dios unigénito. Por último, hemos señalado en el curso de nuestra argumentación que el Hijo de Dios es Dios mismo y de una naturaleza idéntica a la del Padre, de modo que la fe de la Iglesia no debe confesar que Dios es único ni que hay dos dioses, pues ni el nacimiento de Dios permitiría que Dios fuera solitario, ni un nacimiento perfecto permitiría que se atribuyan diferentes naturalezas a dos dioses. Ahora bien, al refutar sus vanas palabras tenemos un doble objetivo. Nuestro primer objetivo es que podamos enseñar lo que es santo, perfecto y sano, y que nuestro discurso no parezca más bien que busca la verdad en lugar de declararla, yendo por caminos tortuosos y sinuosos y luchando por salir de túneles tortuosos y sinuosos. Nuestro segundo objetivo es revelar a la convicción de todos los hombres la necedad y absurdo de esos argumentos astutos de sus opiniones vanas y engañosas que se adaptan a una demostración plausible de verdad seductora. Porque no nos basta con haber indicado qué cosas son buenas, a menos que se entiendan como absolutamente buenas mediante nuestra refutación de sus opuestos.
III
Así como es propio de la naturaleza y del esfuerzo de los buenos y sabios prepararse por completo para conseguir la realidad o la oportunidad de alguna preciosa esperanza, para que su preparación no se quede corta en algún aspecto de lo que esperan, así también los que están llenos de la locura del frenesí herético hacen de su mayor ansiedad trabajar con todo el ingenio de su impiedad contra la verdad de la fe piadosa, para que contra los que son religiosos puedan establecer su propia irreligión, para que puedan superar la esperanza de nuestra vida en la desesperanza de la suya propia, y para que puedan dedicar más pensamiento a la falsa enseñanza de lo que nosotros dedicamos a la verdadera. Pues contra las piadosas afirmaciones de nuestra fe han ideado cuidadosamente tales objeciones de su impía incredulidad, como preguntar primero si creemos en un solo Dios, después si Cristo también es Dios, y por último si el Padre es mayor que el Hijo, para que cuando nos oigan confesar que Dios es uno, puedan usar nuestra respuesta para demostrar que Cristo no puede ser Dios. En efecto, no preguntan si el Hijo es Dios, sino que, al preguntar por Cristo, sólo quieren demostrar que no es Hijo, para, engañando a los creyentes ingenuos, desviarlos de la fe en Cristo como Dios, creyendo que Dios ya no es uno si también Cristo debe ser reconocido como Dios. Además, ¿con qué sutileza de sabiduría mundana argumentan cuando dicen: Si Dios es uno, quienquiera que se demuestre que ese otro es, no será Dios? Pues si hay otro Dios, ya no puede ser uno, ya que la naturaleza no permite que donde hay otro haya uno solo, o que donde hay uno solo haya otro. Después, cuando con la astuta astucia de este insidioso argumento han engañado a los que están dispuestos a creer y escuchar, entonces aplican esta proposición (como si ahora pudieran establecerla por un método más fácil), que Cristo es Dios más bien en nombre que en naturaleza, porque este nombre genérico en él no puede destruir en nadie esa única creencia verdadera en un solo Dios. Por ello, los herejes sostienen que el Padre es mayor que el Hijo, porque, siendo diferentes las naturalezas, como hay un solo Dios, el Padre es mayor por el carácter esencial de su naturaleza. Y que el otro solo se llama Hijo mientras que él es realmente una criatura que subsiste por la voluntad del Padre, porque es menor que el Padre. Y también que no es Dios, porque Dios, siendo uno, no admite otro Dios, ya que el que es menor debe necesariamente ser de una naturaleza ajena a la de la persona que es mayor. Además, ¡cuán necios son en sus intentos de establecer una ley para Dios cuando sostienen que ningún nacimiento puede tener lugar de un solo ser! Sobre todo porque en todo el universo el nacimiento surge de la unión de dos, y porque el Dios inmutable no puede dar nacimiento de sí mismo a uno que nace, y porque lo que es inmutable no puede agregarse, y porque la naturaleza de un ser solitario y único no puede contener en sí misma la propiedad de la generación.
IV
Nosotros, por el contrario, habiendo llegado por la doctrina espiritual a la fe de los evangelistas y apóstoles, y siguiendo la esperanza de la bienaventuranza eterna por nuestra confesión del Padre y del Hijo, y habiendo probado por la ley el misterio de Dios y de Dios, sin traspasar los límites de nuestra fe en un solo Dios, ni dejar de proclamar que Cristo es Dios, hemos adoptado este método de respuesta de los evangelios, que declaramos la verdadera natividad de Dios unigénito de Dios Padre, porque por esto él era a la vez verdadero Dios y no ajeno a la naturaleza del uno verdadero Dios, y por lo tanto ni su divinidad podía ser negada ni él mismo ser descrito como otro Dios, porque si bien el nacimiento lo hizo Dios, la naturaleza dentro de él de un Dios de Dios no lo separó como otro Dios. Y aunque nuestra razón humana nos llevó a esta conclusión, que los nombres de distintas naturalezas no podrían reunirse juntos en la misma naturaleza, y no ser uno, donde la esencia de cada uno no difiere en especie. Sin embargo, nos pareció bien que lo demostráramos por las palabras expresas de nuestro Señor, quien, después de haber dado a conocer con frecuencia que el Dios de nuestra fe y esperanza era uno, para afirmar el misterio del Dios único, al mismo tiempo que declaraba y probaba su propia divinidad, dijo: "Yo y el Padre somos uno", y: "Si me conocierais, conoceríais también a mi Padre", y: "El que me ha visto a mí, ha visto también al Padre", y: "Creedme, que el Padre está en mí y yo en el Padre", y: "Si no, creed por las mismas obras". Ha significado su propio nacimiento en el nombre Padre, y declara que en el conocimiento de sí mismo se conoce al Padre. Confiesa la unidad de naturaleza, cuando quienes le ven ven al Padre. Da testimonio de que es indivisible del Padre, cuando habita en el Padre que habita en él. Posee la confianza del autoconocimiento, cuando él exige crédito por sus palabras a partir de las operaciones de su poder. Así, en esta fe bendita del nacimiento perfecto, todo error, tanto el de dos Dioses como el de un solo Dios, queda abolido, ya que aquellos que son uno en esencia no son una persona, y aquel que no es una persona con aquel que es, está sin embargo tan libre de diferencias con él que ellos dos son un solo Dios.
B
La herejía arriana, falaz respecto a la Escritura
V
Como los herejes no pueden negar estas cosas, porque están tan claramente expresadas y entendidas, por ello las pervierten con las mentiras más necias y perversas para luego negarlas. En efecto, las palabras de Cristo "yo y el Padre somos uno" tratan de referirse a una mera concordia de unanimidad, de modo que pueda haber en ellos una unidad de voluntad no de naturaleza (es decir, que puedan ser uno no por esencia de ser, sino por identidad de voluntad), y aplican en apoyo de su caso el pasaje de los Hechos de los Apóstoles: "De la multitud de los que creyeron, el corazón y el alma eran uno" (Hch 4,32), para demostrar que una diversidad de almas y corazones puede unirse en un solo corazón y alma mediante una mera conformidad de voluntad. O bien citan aquellas palabras a los corintios: "El que planta y el que riega son uno" (1Cor 3,8), para mostrar que, puesto que son uno en su obra por nuestra salvación, y en la revelación de un misterio, su unidad es una unidad de voluntades. O también, citan la oración de nuestro Señor por la salvación de las naciones que deberían creer en él: "Como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros" (Jn 17,20-21), para mostrar que puesto que los hombres no pueden, por así decirlo, volver a fundirse en Dios o unirse ellos mismos en una masa indistinguible, esta unidad debe surgir de la unidad de voluntad, mientras que todos realizan acciones agradables a Dios, y se unen unos con otros en el acuerdo armonioso de sus pensamientos, y que así no es la naturaleza la que los hace uno, sino la voluntad.
VI
Es evidente que no conoce la sabiduría quien no conoce a Dios. Y puesto que Cristo es la sabiduría, necesariamente está fuera de los límites de la sabiduría quien no conoce a Cristo o lo odia. Es lo que hacen quienes pretenden que el Señor de la gloria, rey del universo y Dios unigénito es una criatura de Dios y no su Hijo, y además de estas mentiras tontas muestran una astucia aún más tonta en la defensa de su falsedad. Porque incluso dejando de lado por un momento ese carácter esencial de unidad que existe en Dios Padre y Dios Hijo, pueden ser refutados a partir de los mismos pasajes que aducen.
C
La unidad entre Cristo y los cristianos, natural o de voluntad
VII
En cuanto a los que tenían una sola alma y un solo corazón, pregunto: ¿Eran uno por la fe en Dios? Sí, ciertamente, por la fe, porque por ella el alma y el corazón de todos eran uno. Otra vez pregunto: ¿Es una sola la fe o hay una segunda fe? Una, sin duda, y eso con la autoridad del mismo apóstol, quien proclama "una sola fe, un solo Señor, un solo bautismo, una sola esperanza y un solo Dios" (Ef 4,4-5). Por tanto, si es por la fe (esto es, por la naturaleza de una sola fe) que todos son uno, ¿cómo es que no entendéis una unidad natural en el caso de los que por la naturaleza de una sola fe son uno? Porque todos nacieron de nuevo para la inocencia, para la inmortalidad, para el conocimiento de Dios, para la fe de la esperanza. Y si estas cosas no pueden diferir en sí mismas, porque hay una sola esperanza y un solo Dios, como también hay un solo Señor y un solo bautismo de regeneración. Si estas cosas son una más bien por acuerdo que por naturaleza, atribuyamos una unidad de voluntad también a aquellos que han nacido de nuevo en ellas. Sin embargo, si han sido engendrados de nuevo en la naturaleza de una vida y eternidad, entonces, en cuanto que su alma y su corazón son uno, la unidad de voluntad no explica el caso de aquellos que son uno por regeneración en la misma naturaleza.
VIII
No son conjeturas nuestras las que ofrecemos, ni juntamos falsamente nada de esto para engañar los oídos de nuestros oyentes pervirtiendo el significado de las palabras. Al contrario, aferrándonos a la forma de la sana doctrina, conocemos y predicamos lo que es verdadero. Sobre todo, porque el apóstol muestra que esta unidad de los fieles surge de la naturaleza de los sacramentos, cuando escribe a los gálatas: "Todos los que fueron bautizados en Cristo se revistieron de Cristo. Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay varón ni mujer; porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús" (Gál 3,27-28). El que estos sean uno en medio de tan grandes diversidades de raza, condición y sexo, ¿se debe a un acuerdo de voluntad o a la unidad del sacramento, ya que estos tienen un solo bautismo y todos se han revestido de un solo Cristo? ¿De qué servirá, pues, una concordia de mentes aquí cuando son uno en cuanto se han revestido de un solo Cristo mediante la naturaleza de un solo bautismo?
IX
Ahora pregunto yo: Puesto que el que planta y el que riega son uno, ¿no son uno, porque, habiendo nacido ellos mismos de nuevo en un solo bautismo, forman un ministerio de un solo bautismo regenerador? ¿No hacen lo mismo? ¿No son uno en uno? Así pues, los que son uno por una misma cosa, son uno también por naturaleza, no sólo por voluntad, en cuanto que ellos mismos han sido hechos una misma cosa y son ministros de una misma cosa y de un mismo poder.
D
La unidad entre el Padre y el Hijo, natural y no de voluntad
X
La contradicción de los necios siempre sirve para demostrar su necedad, porque en cuanto a las faltas que urden contra la verdad con las artimañas de un entendimiento necio o torcido, mientras ésta permanece inquebrantable e inamovible, las cosas que se le oponen deben necesariamente considerarse falsas y necias. En efecto, los herejes, en su intento de engañar a los demás con las palabras "yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30), para que no se reconozca en ellos la unidad y la esencia de la deidad, sino sólo una unidad que surge del amor mutuo y de un acuerdo de voluntades, estos herejes, digo, han presentado un ejemplo de esa unidad, como hemos demostrado anteriormente, incluso con las palabras de nuestro Señor: "Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti. Que también ellos sean uno en nosotros". Todo hombre está fuera de las promesas del evangelio quien está fuera de la fe en ellas, y por la culpa de un entendimiento malo ha perdido toda esperanza sencilla. Porque no saber lo que se cree no exige tanto una excusa como una recompensa, pues el mayor servicio de la fe es esperar lo que no se sabe. Pero la locura de la más consumada maldad es no creer en las cosas que se entienden o haber corrompido el sentido en que se cree.
E
Sentido de las palabras "yo y el Padre somos uno"
XI
Aunque la maldad del hombre puede pervertir sus poderes intelectuales, sin embargo las palabras conservan su significado. Nuestro Señor ruega a su Padre que quienes crean en él "sean uno", y como él está en el Padre y el Padre en él, así todos "sean uno en ellos". ¿Por qué introduces aquí una identidad de mente, por qué una unidad de alma y corazón por medio de un acuerdo de voluntad? Pues no habrían faltado palabras adecuadas para que nuestro Señor, si fuera la voluntad la que los hiciera uno, hubiera orado de esta manera: Padre, como somos uno en voluntad, que ellos también sean uno en voluntad, para que todos seamos uno por medio de un acuerdo. ¿O podría ser que él, que es la Palabra, no conocía el significado de las palabras? ¿Y que él, que es la verdad, no sabía cómo decir la verdad? ¿Y él, que es la sabiduría, se extravió en palabras necias? ¿Y él, que es poder, estaba rodeado de tal debilidad que no podía decir lo que quería que se entendiera? Él ha hablado claramente los verdaderos y sinceros misterios de la fe del evangelio. Y no sólo ha hablado para que podamos comprender, sino que también ha enseñado para que podamos creer, diciendo: "Para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros". Para aquellos, en primer lugar, está la oración de quienes se dice: "Para que todos sean uno". En segundo lugar, está la promoción de la unidad se establece mediante un modelo de unidad, cuando dice: "Como tú, Padre, estás en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros". De este modo, igual que el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre, así también por medio del modelo de esta unidad todos puedan ser uno en el Padre y el Hijo.
F
La unidad de naturaleza, clave de la encarnación y la eucaristía
XII
Es propio del Padre y del Hijo que sean uno por naturaleza, porque Dios es de Dios, y el Unigénito del Ingénito no puede subsistir en otra naturaleza que la de su origen, de modo que aquel que fue engendrado exista en la sustancia de su nacimiento, y el nacimiento no posea otra verdad de deidad diferente de aquella de la que provino. A este respecto, nuestro Señor no ha dejado lugar a dudas en cuanto a nuestra creencia, al afirmar todo un largo discurso (Jn 17) sobre la naturaleza de esta unidad completa. Algunas de las palabras que dijo son éstas: "Para que el mundo crea que tú me enviaste" (Jn 17,21). Así, el mundo debe creer que el Hijo ha sido enviado por el Padre porque todos los que crean en él serán uno en el Padre y el Hijo. Y cómo serán así se nos dice pronto: "La gloria que me has dado, yo les he dado". Ahora pregunto yo si la gloria es idéntica a la voluntad, ya que la voluntad es una emoción de la mente mientras que la gloria es un adorno o embellecimiento de la naturaleza. Así pues, la gloria recibida del Padre es la que el Hijo ha dado a todos los que creen en él, y ciertamente no la quieren. Si se hubiera dado, la fe no traería consigo ninguna recompensa, porque una necesidad de la voluntad unida a nosotros también nos impondría la fe. Sin embargo, él ha mostrado lo que se efectúa por el otorgamiento de la gloria recibida, para "que sean uno, así como nosotros somos uno" (Jn 17,22). Es con este objeto, pues, que la gloria recibida fue otorgada, para "que todos sean uno". Así que ahora todos son uno en la gloria, porque la gloria dada no es otra que la que fue recibida, ni ha sido dada por ninguna otra causa que para que todos sean uno. Y puesto que todos son uno por la gloria dada al Hijo y por el Hijo otorgada a los creyentes, pregunto yo cómo puede el Hijo ser de una gloria diferente de la del Padre, ya que la gloria del Hijo trae a todos los que creen a la unidad de la gloria del Padre. Ahora bien, puede ser que la expresión de la esperanza humana en este caso sea algo inmoderada, pero no será contraria a la fe, pues aunque esperar esto fuera presuntuoso, no haber creído es pecado, porque tenemos un mismo autor de nuestra esperanza y de nuestra fe. En su lugar trataremos este asunto con más claridad y extensión, como conviene. Mientras tanto, se ve fácilmente por nuestro argumento actual que esta esperanza nuestra no es vana ni presuntuosa. Así pues, por la gloria recibida y dada, todos son uno. Mantengo la fe y reconozco la causa de la unidad, pero aún no entiendo cómo es que la gloria dada hace que todos sean uno.
XIII
Nuestro Señor no ha dejado en duda las mentes de sus fieles seguidores, sino que ha explicado la manera en que opera su naturaleza, diciendo: "Para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectos en uno". Ahora pregunto yo, a quienes proponen una unidad de voluntad entre el Padre y el Hijo, si Cristo está en nosotros hoy por verdad de naturaleza o por acuerdo de voluntad. Porque si en verdad "el Verbo se ha hecho carne", y nosotros recibimos al Verbo hecho carne como alimento del Señor, ¿no estamos obligados a creer que él permanece en nosotros naturalmente, quien, nacido como hombre, ha asumido la naturaleza de nuestra carne ahora inseparable de él, y ha unido la naturaleza de su propia carne a la naturaleza de la eterna deidad en el sacramento por el cual su carne se nos comunica? Porque así todos somos uno, porque el Padre está en Cristo y Cristo en nosotros. Quienquiera, pues, que niegue que el Padre está en Cristo naturalmente, debe negar primero que él mismo está en Cristo naturalmente, o que Cristo está en él, porque el Padre en Cristo y Cristo en nosotros nos hacen uno en ellos. Por tanto, si Cristo tomó para sí la carne de nuestro cuerpo, y aquel hombre que nació de María era Cristo, y nosotros recibimos en un misterio la carne de su cuerpo (y por eso seremos uno, porque el Padre está en él y él en nosotros), ¿cómo puede mantenerse la unidad de la voluntad, siendo que la propiedad especial de la naturaleza recibida por el sacramento es el sacramento de una unidad perfecta?
XIV
Las palabras con las que hablamos de las cosas de Dios no deben emplearse en un sentido meramente humano y mundano, ni debe arrancarse la perversidad de una interpretación extraña e impía de la solidez de las palabras celestiales mediante una predicación violenta y testaruda. Leamos lo que está escrito, entendamos lo que leemos, y luego cumplamos las exigencias de una fe perfecta. Porque en cuanto a lo que decimos sobre la realidad de la naturaleza de Cristo dentro de nosotros, a menos que hayamos sido enseñados por él, nuestras palabras son necias e impías. Porque él mismo dice: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él" (Jn 6,55-56). En cuanto a la veracidad de la carne y la sangre, no queda lugar a dudas. Porque ahora, tanto por la declaración del Señor mismo como por nuestra propia fe, es verdaderamente carne y verdaderamente sangre. Cuando éstos se comen y se beben, hacen que suceda que estamos en Cristo y Cristo en nosotros. ¿No es esto cierto? Sin embargo, quienes afirman que Cristo Jesús no es verdaderamente Dios, pueden considerarlo falso. Por lo tanto, él mismo está en nosotros a través de la carne y nosotros en él, mientras que junto con él, nosotros mismos estamos en Dios.
G
La unidad de naturaleza, clave para llegar al Padre por el Hijo
XV
Sobre cómo es que estamos en él por el sacramento de la carne y de la sangre que nos fue otorgado, él mismo lo atestigua, diciendo: "El mundo ya no me verá, pero vosotros me veréis, porque yo vivo, y vosotros también viviréis. Yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros". Si él quería indicar una mera unidad de voluntad, ¿por qué estableció una especie de gradación y secuencia en la perfección de la unidad, a no ser que, estando él en el Padre por la naturaleza de la deidad, y nosotros por el contrario en él por su nacimiento en la carne, él quisiera hacernos creer que él está en nosotros por el misterio de los sacramentos? Así, podría enseñarse una unidad perfecta por medio de un mediador, mientras que, permaneciendo nosotros en él, él permaneció en el Padre, y como permaneciendo en el Padre, también permaneció en nosotros. Así, podríamos llegar a la unidad con el Padre, ya que en aquel que habita naturalmente en el Padre por nacimiento, también nosotros habitamos naturalmente, mientras que él mismo habita naturalmente también en nosotros.
XVI
Sobre de qué manera natural es en nosotros esta unidad, él mismo lo ha testificado de esta manera: "El que come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece, y yo en él" (Jn 6,56). Porque nadie morará en él, sino aquel en quien él mora, porque la única carne que él ha tomado para sí es la carne de los que han tomado la suya. Ahora bien, él ya había enseñado antes del sacramento de esta perfecta unidad, diciendo: "Como me envió el Padre, y yo vivo por el Padre, el que come mi carne vivirá por mí". Así pues, "él vive por el Padre", y de la misma manera nosotros vivimos por su carne. Porque toda comparación es elegida para dar forma a nuestro entendimiento, de modo que podamos comprender el tema del cual tratamos con la ayuda de la analogía que se nos presenta. Ésta es la causa de nuestra vida: que tenemos a Cristo morando dentro de nosotros a través de la carne, y viviremos por él de la misma manera que él vive por el Padre. Mas si vivimos naturalmente por medio de él según la carne (es decir, si hemos participado de la naturaleza de su carne), ¿no es necesario que él naturalmente tenga dentro de sí al Padre según el Espíritu, puesto que él mismo vive por medio del Padre? Cristo vive por medio del Padre, porque su nacimiento no ha implantado en él una naturaleza ajena y diferente, puesto que su mismo ser proviene de él. Pero no está separado de él por ninguna barrera de una desemejanza de naturaleza, pues él tiene dentro de sí al Padre por medio del nacimiento en el poder de la naturaleza.
XVII
He insistido en estos hechos porque los herejes sostienen falsamente que la unión entre el Padre y el Hijo es una unión de voluntad solamente, y se sirven de este ejemplo (de nuestra propia unión con Dios) como si estuviéramos unidos al Hijo y por medio del Hijo al Padre por mera obediencia y una voluntad devota, y nada de la verdad natural de la comunión nos fuera concedida por medio del sacramento del cuerpo y la sangre. En efecto, la gloria del Hijo fue otorgada a nosotros por medio del Hijo que permanece en nosotros según la carne, y nos unió a él corporal e inseparablemente. Por eso nos manda él que prediquemos este misterio de la verdadera y natural unidad
XVIII
He dado mi respuesta a la necedad de nuestros violentos oponentes, simplemente para demostrar la vacuidad de sus falsedades y así evitar que engañen a los incautos con el error de sus declaraciones vanas y necias. Pero la fe del evangelio no requería necesariamente nuestra respuesta. El Señor oró por nosotros por nuestra unión con Dios, pero Dios mantiene su propia unidad y permanece en ella. No es por ningún nombramiento misterioso de Dios que son uno, sino por un nacimiento de naturaleza, porque Dios no pierde nada al engendrarlo de sí mismo. Son uno, porque las cosas que no son arrebatadas de su mano no son arrebatadas de la mano del Padre (Jn 10,28-29); porque cuando él es conocido, el Padre es conocido; porque cuando él es visto, el Padre es visto; porque lo que él habla, el Padre lo habla como permaneciendo en él; porque en sus obras el Padre obra; porque él está en el Padre y el Padre en él. Esto no procede de ninguna creación, sino del nacimiento; no se produce por la voluntad, sino por el poder; no es un acuerdo del espíritu el que habla, sino que lo hace la naturaleza. Igual que ser creado y nacer no son una misma cosa, tampoco lo son querer y poder, y tampoco es lo mismo concordar y permanecer.
H
La unidad de naturaleza, clave en la obra del Espíritu Santo
XIX
Los católicos no negamos la unanimidad entre el Padre y el Hijo. Por su parte, los herejes no aceptan la concordia por sí misma como vínculo de unidad, y por eso declaran que están en desacuerdo. Por eso, que escuchen cómo es que no negamos tal unanimidad. El Padre y el Hijo son uno en naturaleza, honor y poder, y la misma naturaleza no puede querer cosas que son contrarias. Además, que escuchen el testimonio del Hijo sobre la unidad de naturaleza entre él y el Padre, pues dice: "Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí". El Paráclito vendrá y el Hijo lo enviará de parte del Padre, y él es el Espíritu de verdad que procede del Padre. Que todo el seguimiento de los herejes despierte las más agudas facultades de su ingenio. Que busquen ahora qué mentiras pueden decir a los ignorantes, y que declaren qué es lo que el Hijo envía de parte del Padre. El que envía manifiesta su poder en lo que envía. Pero en cuanto a lo que envía de parte del Padre, ¿cómo lo consideraremos, como recibido, enviado o engendrado? Porque sus palabras de que enviará de parte del Padre deben implicar uno u otro de estos modos de envío. Y enviará de parte del Padre ese "Espíritu de verdad que procede del Padre". Por lo tanto, no puede ser el receptor, ya que se revela como el enviador. Sólo queda asegurarnos de nuestra convicción sobre el punto, si hemos de creer en una salida de un ser coexistente, o en una procesión de un ser engendrado.
XX
Me abstengo de exponer la licencia especulativa de algunos de estos herejes, sosteniendo que el Espíritu Paráclito viene del Padre o del Hijo. Porque nuestro Señor no ha dejado esto en la incertidumbre, porque después de estas mismas palabras dijo así:
"Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis soportar. Cuando venga él, el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad. Él no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oiga, y os anunciará las cosas que han de venir. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará. Todo lo que tiene el Padre es mío, y por eso dije: Recibirá de lo mío y os lo anunciará" (Jn 16,12-15).
En consecuencia, recibe del Hijo, quien es enviado por él y procede del Padre. Ahora pregunto si recibir del Hijo es lo mismo que proceder del Padre. Pero si se cree que hay diferencia entre recibir del Hijo y proceder del Padre, sin duda recibir del Hijo y recibir del Padre será considerado como una sola y misma cosa. Porque nuestro Señor mismo dice: "Todo lo que el Padre tiene es mío, y por eso dije: Recibirá de lo mío y os lo hará saber". Lo que él recibirá, ya sea poder, o excelencia, o enseñanza, el Hijo ha dicho que debe recibirse de él, y nuevamente indica que esto mismo debe recibirse del Padre. Porque cuando dice que todo lo que el Padre tiene es suyo, y que por esta razón declaró que debe recibirse de los suyos, enseña también que lo que se recibe del Padre se recibe de él mismo, porque todo lo que el Padre tiene es suyo. Tal unidad no admite diferencia, ni hace diferencia alguna de quién se recibe lo que es dado por el Padre como dado por el Hijo. ¿Se presenta aquí también una mera unidad de voluntad? Todo lo que tiene el Padre es del Hijo, y todo lo que tiene el Hijo es del Padre, porque él mismo dice: "Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo es mío". No es todavía el lugar para mostrar por qué dijo "él recibirá de lo mío", pero esto apunta a un tiempo posterior, cuando se revele que él recibirá. Ahora bien, en todo caso, dice que recibirá de sí mismo, porque todo lo que el Padre tenía era suyo. Rompe, si puedes, la unidad de la naturaleza, e introduce alguna desemejanza necesaria a través de la cual el Hijo no puede existir en unidad de naturaleza. Porque el Hijo procede del Padre y es enviado por el Padre por el Hijo. Todo lo que el Padre tiene es del Hijo; y por eso, todo lo que reciba el que ha de ser enviado, lo recibirá del Hijo, porque todo lo que el Padre tiene es del Hijo. La naturaleza en todos los aspectos mantiene su ley, y porque ambos son uno, esa misma divinidad se significa como existente en ambos a través de la generación y el nacimiento; ya que el Hijo afirma que lo que el Espíritu de verdad recibirá del Padre se lo dará por sí mismo. Por lo tanto, no se debe permitir que la perversidad de los herejes se rinda sin control de creencias impías, al negarse a reconocer que esta palabra del Señor ("todo lo que el Padre tiene es suyo"). Por lo tanto "el Espíritu de verdad recibirá de él" se debe referir a la unidad de naturaleza.
XXI
Escuchemos ahora a aquel vaso escogido y maestro de los gentiles, cuando ya había elogiado la fe del pueblo de Roma por su comprensión de la verdad. Porque queriendo enseñar la unidad de naturaleza en el caso del Padre y del Hijo, dice así:
"Vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios está en vosotros. Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, pero el Espíritu vive por la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó a Cristo de entre los muertos mora en vosotros, el que levantó a Cristo de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por medio de su Espíritu que mora en vosotros" (Rm 8,9-11).
Todos somos espirituales si el Espíritu de Dios mora en nosotros. Pero este Espíritu de Dios es también el Espíritu de Cristo, y aunque el Espíritu de Cristo está en nosotros, sin embargo, también está en nosotros su Espíritu, que resucitó a Cristo de entre los muertos, y aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos vivificará también nuestros cuerpos mortales a causa de su Espíritu que habita en nosotros. Por tanto, somos vivificados a causa del Espíritu de Cristo que habita en nosotros, por medio de aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos. Y dado que el Espíritu de aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos habita en nosotros, el Espíritu de Cristo está en nosotros. Sin embargo, el Espíritu que está en nosotros no puede ser sino el Espíritu de Dios. Separa, pues, oh hereje, el Espíritu de Cristo del Espíritu de Dios, y el Espíritu de Cristo resucitado de entre los muertos del Espíritu de Dios que resucita a Cristo de entre los muertos. El Espíritu de Cristo que habita en nosotros es el Espíritu de Dios, y el Espíritu de Cristo que fue resucitado de entre los muertos es el Espíritu que está en nosotros, el cual no puede ser sino el Espíritu de Dios.
I
El Espíritu Santo, puente natural entre Dios y el hombre
XXII
Analizo ahora si en el Espíritu de Dios se significa una naturaleza o una propiedad perteneciente a una naturaleza. Porque una naturaleza no es idéntica a una cosa que le pertenece, así como tampoco lo es el hombre con lo que pertenece al hombre, ni el fuego con lo que pertenece al fuego mismo. De la misma manera, Dios no es lo mismo que lo que pertenece a Dios.
XXIII
El Hijo de Dios se revela bajo el título de Espíritu de Dios para que podamos entender la presencia del Padre en él, y que el término Espíritu de Dios puede emplearse para indicar a uno u otro, y que esto se muestra no sólo con la autoridad de los profetas sino también de los evangelistas, cuando se dice: "El Espíritu del Señor está sobre mí, y él me ha ungido" (Lc 4,18), y: "He aquí mi siervo a quien he escogido, mi amado en quien mi alma se complace. Pondré mi Espíritu sobre él" (Mt 12,18), y: "Si yo expulso los demonios con el Espíritu de Dios, entonces el reino de Dios ha llegado a vosotros". Los pasajes citados parecen denotar, sin ninguna duda, al Espíritu Santo, manifestando la excelencia de su naturaleza.
XXIV
La expresión "Espíritu de Dios" se usó con respecto a cada uno para evitar que creyéramos que el Hijo estaba presente en el Padre o el Padre en el Hijo de una manera meramente corpórea, es decir, para que no se pensara que Dios permanece en una posición y no existe en ninguna otra parte fuera de sí mismo. En efecto, un hombre o cualquier otra cosa similar, cuando está en un lugar, no puede estar en otro, porque lo que está en un lugar está confinado en el lugar donde está, y su naturaleza no le permite estar en todas partes cuando está en una posición. Pero Dios es una fuerza viva, de poder infinito, presente en todas partes y en ninguna ausente, y se manifiesta todo a través de los suyos, y significa que los suyos no son nada más que él mismo, de modo que donde están puede entenderse que él es él mismo. Sin embargo, no debemos pensar que, de manera corpórea, cuando está en un lugar deja de estar en todas partes, ya que a través de sus propias cosas todavía está presente en todos los lugares, mientras que las cosas que son suyas no son otras que él mismo. Ahora bien, estas cosas se han dicho para hacernos comprender qué se entiende por naturaleza.
XXV
Dios Padre se designa por el "Espíritu de Dios", porque nuestro Señor Jesucristo declaró que el Espíritu del Señor estaba sobre él desde que lo ungió y lo envió a predicar el evangelio. En dicho "Espíritu de Dios" se manifiesta la excelencia de la naturaleza del Padre, y se revela que el Hijo participa de su naturaleza cuando nace en la carne mediante el misterio de esta unción espiritual, y cuando en el bautismo es ratificado en su bautismo en su filiación inherente, cuando se escuchó como una voz que dio testimonio desde el cielo: "Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado". Ni siquiera él mismo puede ser entendido como descansando sobre sí mismo o viniendo a sí mismo desde el cielo, o confiriéndose a sí mismo el título de Hijo. Con todo, toda esta demostración fue para nuestra fe, para que bajo el misterio de un nacimiento completo y verdadero reconociéramos que la unidad de la naturaleza habita en el Hijo que había comenzado a ser también hombre. Así, encontramos que en el "Espíritu de Dios" se designa al Padre, y entendemos que el Hijo se indica de la misma manera, cuando dice: "Si yo expulso los demonios con el Espíritu de Dios, entonces ha llegado a vosotros el reino de Dios". Es decir, se muestra claramente que él, por el poder de su naturaleza, expulsa los demonios, y que éstos no pueden ser expulsados sino por el Espíritu de Dios. La expresión "Espíritu de Dios" denota también el Espíritu Paraclito, y eso no sólo en el testimonio de los profetas, sino también de los apóstoles, cuando se dice: "Esto es lo que fue dicho por medio del profeta: En el último día, derramaré de mi Espíritu sobre toda carne, y sus hijos y sus hijas profetizarán" (Hch 2,16-17). Aprendemos que toda esta profecía se cumplió en el caso de los apóstoles, cuando, después del envío del Espíritu Santo, todos hablaron en las lenguas de los gentiles.
J
La unidad de naturaleza, clave en las personas divinas
XXVI
He expuesto estas cosas con el fin de que, cualquiera que sea la dirección en que se dirija el engaño de los herejes, pueda mantenerse bajo control dentro de los límites de la verdad evangélica. Y he dejado claro que Cristo habita en nosotros, y donde Cristo habita, Dios habita. Cuando el Espíritu de Cristo habita en nosotros, esta inhabitación no significa que habite en nosotros otro Espíritu que el Espíritu de Dios. Pero si se entiende que Cristo habita en nosotros por medio del Espíritu Santo, debemos reconocer que este Espíritu de Dios también es el Espíritu de Cristo. Puesto que la naturaleza habita en nosotros como la naturaleza de un ser sustancial, debemos considerar la naturaleza del Hijo como idéntica a la del Padre, ya que el Espíritu Santo, que es a la vez el Espíritu de Cristo y el Espíritu de Dios, ha demostrado ser un ser de una sola naturaleza. Pregunto ahora, por tanto: ¿Cómo pueden no ser uno por naturaleza? El Espíritu de la Verdad procede del Padre, es enviado por el Hijo y recibe del Hijo. Pero todo lo que tiene el Padre es del Hijo, y por eso el que recibe de él es Espíritu de Dios, pero al mismo tiempo Espíritu de Cristo. El Espíritu es un Ser de la naturaleza del Hijo, pero el mismo ser es de la naturaleza del Padre. Es el Espíritu de aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos; pero este no es otro que el Espíritu de Cristo que así resucitó. La naturaleza de Cristo y la de Dios deben diferir en algún aspecto para no ser la misma, si se puede demostrar que el Espíritu que es de Dios no es también el Espíritu de Cristo.
XXVII
A ti me dirijo ahora, oh hereje, que mientras deliras salvajemente y te dejas llevar por el Espíritu de tu doctrina mortal, el apóstol te agarra y te constriñe, estableciendo a Cristo para nosotros como el fundamento de nuestra fe, siendo muy consciente también de esta palabra de nuestro Señor: "Si alguien me ama, también guardará mi palabra. Mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada con él" (Jn 14,23). Porque con esto testificó que mientras el Espíritu de Cristo mora en nosotros, el Espíritu de Dios mora en nosotros, y que el Espíritu de aquel que resucitó de entre los muertos no difiere del Espíritu de aquel que lo resucitó de entre los muertos. Porque ellos vienen y moran en nosotros: y pregunto si vendrán como extranjeros asociados entre sí y harán su morada, o en unidad de naturaleza. En efecto, el maestro de los gentiles sostiene que en los creyentes no están presentes dos espíritus, el de Dios y el de Cristo, sino el Espíritu de Cristo, que es también el Espíritu de Dios. No se trata de una inhabitación conjunta, sino de una única inhabitación, aunque se trata de una inhabitación bajo la misteriosa apariencia de una inhabitación conjunta, pues no es que habiten dos espíritus, ni que uno de ellos sea diferente del otro. Pues en nosotros está el Espíritu de Dios y también está en nosotros el Espíritu de Cristo, y cuando el Espíritu de Cristo está en nosotros, también está en nosotros el Espíritu de Dios. Por tanto, puesto que lo que es de Dios también es de Cristo, y lo que es de Cristo también es de Dios, Cristo no puede ser nada diferente de lo que es Dios. Por tanto, Cristo es Dios, un Espíritu con Dios.
XXVIII
El apóstol afirma que las palabras del evangelio "yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30) implican una unidad de naturaleza y no un solo ser solitario, como bien recuerda a los corintios: "Os hago saber que nadie, en el Espíritu de Dios, llama anatema a Jesús" (1Cor 12,3). ¿Entiendes ahora, oh hereje, con qué espíritu llamas criatura a Cristo? Lo haces con el espíritu de los malditos, que sirven más a la criatura más que al Creador. Así, al afirmar que Cristo es una criatura, aprende lo que eres: un maldito, porque el que el culto a una criatura es un maldito. Y si no, observa lo que sigue: "Nadie puede llamar Señor a Jesús, sino en el Espíritu Santo" (1Cor 12,3). ¿Entiendes lo que te falta, cuando niegas a Cristo lo que es suyo? Si sostienes que Cristo es Señor por su naturaleza divina, tienes el Espíritu Santo. Si Cristo es Señor sólo por un nombre de adopción, a ti te falta el Espíritu Santo, y estás animado por un espíritu de error, porque "nadie puede llamar a Jesús Señor, sino en el Espíritu Santo". Cuando dices que es una criatura y no Dios, aunque le llamas Señor, no dices que sea "el Señor". Para ti, oh hereje, Cristo es Señor como uno más de la una clase y por una adopción familiar, más que por naturaleza. Por ello, aprende de Pablo su verdadera naturaleza.
K
Los dones de Dios, donados al unísono por cada persona divina
XXIX
El apóstol continúa diciendo: "Hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de ministerios, pero el Señor es uno solo y el mismo. Hay diversidad de operaciones, pero el Dios que obra todas las cosas en todos es el mismo. A cada uno se le da la manifestación del Espíritu para lo que es útil". En este pasaje que tenemos ante nosotros percibimos una declaración cuádruple: en la diversidad de dones es el mismo Espíritu, en la diversidad de ministerios es el mismo Señor, en la diversidad de operaciones es el mismo Dios, y en la concesión de lo que es útil hay una manifestación del Espíritu. Y para que la concesión de lo que es útil pueda reconocerse en la manifestación del Espíritu, continúa diciendo Pablo: "A uno se le da la palabra por medio del Espíritu de sabiduría; a otro, la ciencia según el mismo Espíritu; a otro, la fe en el mismo Espíritu; a otro, el don de sanar en el mismo Espíritu; a otro, el hacer milagros; a otro, la profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas".
XXX
Lo que llamamos cuarta declaración, o manifestación del Espíritu en el otorgamiento de lo que es útil, tiene un significado claro. Porque el apóstol ha enumerado los dones útiles mediante los cuales tuvo lugar esta manifestación del Espíritu. Ahora bien, en estas diversas actividades se expone de manera clara ese Don del que nuestro Señor había hablado a los apóstoles cuando les enseñó a no alejarse de Jerusalén; sino que aguardaran, dijo, la promesa del Padre que oísteis de mis labios: "Ciertamente, Juan bautizó con agua. Pero vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo, que recibiréis dentro de no muchos días" (Hch 1,4-5), y: "Recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra". Les ordenó que aguardaran la promesa del Padre de la que habían oído de sus labios. Podemos estar seguros de que aquí tenemos una referencia a la misma promesa del Padre. Por lo tanto, es por estas obras milagrosas que se lleva a cabo la manifestación del Espíritu. Porque el don del Espíritu se manifiesta, donde la sabiduría hace hablar y las palabras de vida son escuchadas, y donde hay un conocimiento que viene de la intuición dada por Dios, para que, como las bestias, por ignorancia de Dios, no dejemos de conocer al Autor de nuestra vida. O por la fe en Dios, para que al no creer en el evangelio de Dios, no estemos fuera de su evangelio. O por el don de curaciones, para que por la curación de enfermedades demos testimonio de Su gracia que otorga estas cosas. O por el hecho de hacer milagros, para que lo que hacemos pueda entenderse como el poder de Dios. O por la profecía, para que a través de nuestro entendimiento de la doctrina podamos saber que somos enseñados por Dios. O por el discernimiento de espíritus, para que no seamos incapaces de saber si alguien habla con un espíritu santo o pervertido. o por géneros de lenguas, para que el hablar en lenguas sea concedido como señal del don del Espíritu Santo. O por interpretación de lenguas, para que la fe de los que oyen no sea puesta en peligro por ignorancia, ya que el intérprete de una lengua explica la lengua a los que son ignorantes. De ello, pues, en todas estas cosas distribuidas a cada uno para su provecho, se manifiesta el Espíritu, siendo evidente el don del Espíritu a través de estas maravillosas ventajas concedidas a cada uno.
XXXI
El bienaventurado apóstol Pablo, al revelar el secreto de estos misterios celestiales (los más difíciles de comprender para los hombres), ha conservado una enunciación clara y una advertencia cuidadosamente formulada para mostrar que estos diversos dones se dan por medio del Espíritu y en el Espíritu (pues ser dado por medio del Espíritu y en el Espíritu no es la misma cosa), porque la concesión de un don que se ejerce en el Espíritu se otorga por medio del Espíritu. Y resume estas diversidades de dones así: "Todas estas cosas las obra un solo y mismo Espíritu, repartiendo a cada uno como él quiere" (1Cor 12,11). Ahora, pues, pregunto: ¿Qué Espíritu obra estas cosas, repartiendo a cada uno como él quiere? ¿Es él por medio de quién o él en quién se realiza esta distribución de dones? Pero si alguno se atreve a decir que es la misma persona la que se indica, el apóstol refutará tan errónea opinión, pues dice arriba: "Hay diversidad de obras, pero un mismo Dios que obra todas las cosas en todos". Por tanto, hay uno que distribuye y otro en quien se concede la distribución. Sin embargo, sabed que siempre es Dios quien obra todas estas cosas, pero de tal manera que Cristo obra, y el Hijo en su obra realiza la obra del Padre. Y si en el Espíritu Santo confesáis que Jesús es el Señor, entended la fuerza de esta triple indicación en la carta del apóstol: "En la diversidad de dones, es el mismo Espíritu, y en la diversidad de ministerios es el mismo Señor, y en la diversidad de obras es el mismo Dios. Además, un solo Espíritu que obra todas las cosas distribuyendo a cada uno como quiere". Captad, si podéis, la idea de que el Señor en la distribución de los ministerios, y Dios en la distribución de las obras, son este mismo y único Espíritu que obra y distribuye como él quiere; porque en la distribución de los dones hay un solo Espíritu, y el mismo Espíritu obra y distribuye.
XXXII
Si este único Espíritu de una sola divinidad, uno en Dios y Señor por el misterio del nacimiento, no te agrada, entonces muéstrame qué Espíritu obra y distribuye estos diversos dones para nosotros, y en qué Espíritu lo hace. No obstante, no debes mostrarme nada que no esté de acuerdo con nuestra fe, porque el apóstol nos muestra quién debe ser entendido, diciendo: "Así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también es Cristo" (1Cor 12,12). Afirma que la diversidad de dones proviene de un solo Señor Jesucristo, que es el cuerpo de todos. En definitiva, después de haber dado a conocer al Señor en el ministerio, y a conocer también a Dios en las obras, el apóstol muestra que "un solo Espíritu" obra y distribuye todas estas cosas, distribuyendo estas variedades de sus dones gratuitos para el perfeccionamiento de un solo cuerpo.
XXXIII
A menos que pensemos que el apóstol no se mantuvo en el principio de unidad cuando dijo: "Hay diversidad de ministerios, pero el mismo Señor, y hay diversidad de operaciones, pero el mismo Dios" (1Cor 12,5-6). De modo que porque atribuyó los ministerios al Señor y las operaciones a Dios, no parece haber entendido un solo y mismo ser en los ministerios y operaciones. Aprended cómo estos miembros que ministran son también miembros que operan, cuando dice: "Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y verdaderamente miembros de él". Porque a unos puso Dios en la Iglesia, primeramente apóstoles, en quienes está la palabra de sabiduría. En segundo lugar profetas, en quienes está el don de ciencia. En tercer lugar maestros, en quienes está la doctrina de la fe. Y en cuarto lugar las obras poderosas, entre las cuales están la sanidad de enfermedades, el poder para socorrer, los gobiernos por medio de los profetas y los dones de hablar e interpretar diversos géneros de lenguas. Es evidente que éstos son los agentes del ministerio y de la obra de la Iglesia, de quienes se compone el cuerpo de Cristo, según lo ordenado por Dios. Pero tal vez sostengáis que no han sido ordenados por Cristo, porque fue Dios quien los ordenó. Pues bien, oíd lo que dice el mismo apóstol: "A cada uno de nosotros fue dada la gracia según la medida del don de Cristo. El que descendió es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Y constituyó a unos apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio". ¿No son, pues, dones del ministerio de Cristo? Y no son también dones de Dios?
XXXIV
Si la impiedad se ha creído que, por decir "un mismo Señor y un mismo Dios" (1Cor 12,5-6), no están ambos en unidad de naturaleza, apoyaré esta interpretación con argumentos que parecerán todavía más fuertes, pues el mismo apóstol dice: "Hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas y nosotros en él. Y un solo Señor, Jesucristo, por quien proceden todas las cosas y nosotros por él", y: "Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que es a la vez por todos y en todos nosotros" (Ef 4,5-6). Con las palabras "un solo Dios y un solo Señor" parece que a Dios solo se le atribuye, como a un solo Dios, la propiedad de ser Dios, ya que la propiedad de la unidad no admite asociación con otro. ¡En verdad, cuán raros y difíciles de alcanzar son estos dones espirituales! ¡Cuán verdaderamente se ve la manifestación del Espíritu en la concesión de dones tan útiles! Y con razón se ha establecido este orden en la distribución de las gracias, que la primera debe ser la palabra de sabiduría, porque es verdad, y "nadie puede llamar a Jesús Señor sino en el Espíritu Santo" (1Cor 12,3). De hecho, sin esta palabra de sabiduría Cristo no podría ser entendido como Señor. A continuación, debería seguir la palabra de entendimiento, para que pudiéramos hablar con entendimiento lo que sabemos, y pudiéramos conocer la palabra de sabiduría. Y el tercer don debería ser la fe, ya que esas gracias principales y superiores serían dones inútiles si no creyéramos que él es Dios. De modo que en el verdadero sentido de esta mayor y más noble expresión del apóstol, ningún hereje posee ni la palabra de sabiduría, ni la palabra de conocimiento, ni la fe de la religión, ya que la maldad voluntaria, al ser incapaz de entendimiento, está vacía de conocimiento de la palabra y de autenticidad de fe. Porque nadie dice lo que no sabe, ni puede creer lo que no puede decir. Así, cuando el apóstol predicó a un solo Dios (siendo como era, prosélito de la ley, y luego llamado al evangelio de Cristo), alcanzó la confesión de una fe perfecta. Para que la sencillez de una afirmación aparentemente descuidada no ofreciera a los herejes ocasión de negar mediante la predicación de un solo Dios el nacimiento del Hijo, el apóstol expuso un solo Dios, al indicar su atributo peculiar con estas palabras: "Un solo Dios Padre, de quien son todas las cosas, y nosotros en él, para que aquel que es Dios también pueda ser reconocido como Padre". Después, en la medida en que esta simple creencia en un solo Dios Padre no bastara para la salvación, añadió: "Y un solo Señor nuestro Jesucristo, por medio de quien son todas las cosas, y nosotros por medio de él". Con esto, mostró que la pureza de la fe salvadora consiste en la predicación de un solo Dios y un solo Señor, para que creamos en un solo Dios Padre y un solo Señor Jesucristo. Porque sabía muy bien lo que nuestro Señor había dicho: "Ésta es la voluntad de mi Padre: que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna" (Jn 6,40). Pero al fijar el orden de la fe de la Iglesia, y basar nuestra fe en el Padre y el Hijo, ha expresado el misterio de aquella indivisible e indisoluble unidad y fe en las palabras un solo Dios y un solo Señor.
XXXV
Ante todo, oh hereje, tú que no tienes parte en el Espíritu que habló por medio del apóstol, aprende tu necedad. Si empleas erróneamente la confesión de "un solo Dios" para negar la divinidad de Cristo, basándose en que donde existe un solo Dios, él debe ser considerado como solitario, y que "ser uno" es característico y peculiar de aquel que es uno, ¿qué sentido le darás a la afirmación de que Jesucristo es un solo Señor? Porque si, como afirmas, el hecho de que el Padre solo sea Dios no le ha dejado a Cristo la posibilidad de la divinidad, ¿es necesario también que el hecho de que Cristo sea "un solo Señor" no le deje a Dios la posibilidad de ser Señor? Porque, según tú, "ser uno" es la propiedad esencial de aquel que es uno. Por lo tanto, si niegas que el único Señor Cristo sea también Dios, necesariamente negarás que el único Dios Padre sea también Señor. ¿Y qué será la grandeza de Dios si él no es Señor, y el poder del Señor si él no es Dios, puesto que la grandeza o el poder hacen que sea Dios lo que es Señor, y hacen Señor a lo que es Dios?
L
La filiación de Cristo, surgida de la paternidad del Padre
XXXVI
El apóstol, manteniendo el verdadero sentido de las palabras del Señor ("yo y el Padre somos uno"; Jn 10,30), mientras afirma que ambos son uno, indica que ambos son uno no a la manera de la soledad de un solo ser, sino en la unidad del Espíritu. Es decir, viene a defender un solo Dios Padre y un solo Cristo Señor, siendo cada uno Señor y Dios, sin admitir dos dioses ni dos señores. Así pues, cada uno es uno, y aunque uno, ninguno es único. No podremos expresar el misterio de la fe, excepto con las palabras del apóstol "hay un solo Dios y un solo Señor". El hecho de que haya un solo Dios y un solo Señor prueba que hay a la vez señorío en Dios y divinidad en el Señor. No se puede mantener una unión de personas, haciendo así a Dios uno solo. Ni tampoco se puede dividir el Espíritu, impidiendo así que los dos sean uno. Ni en "un solo Dios y un solo Señor" se puede separar el poder, de modo que el que es Señor no sea también Dios, y el que es Dios no sea también Señor. En efecto, el apóstol, al enunciar los nombres, se ha cuidado de no predicar dos dioses ni dos señores. Y por eso ha empleado un método de enseñanza tal que en un solo Señor Cristo propone también un solo Dios, y en un solo Dios Padre propone también un solo Señor. Para no engañarnos con la blasfemia de que Dios es único (que destruiría el nacimiento del Dios unigénito), el apóstol ha confesado tanto al Padre como a Cristo.
M
La divinidad de Cristo, definida por Pablo
XXXVII
A no ser que el frenesí de la desesperación se atreva a llegar a tal extremo que, puesto que el apóstol ha llamado a Cristo Señor, nadie deba reconocerlo como otra cosa que Señor, y que porque tiene la propiedad de Señor no tiene la verdadera divinidad. Pero Pablo sabe muy bien que Cristo es Dios, y por eso dice: "¿De quién son los patriarcas y de quién es Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas?" (Rm 9,5). No es ninguna criatura la que se considera aquí como Dios. Más bien, es el Dios de las cosas creadas, el cual es Dios sobre todas las cosas.
XXXVIII
Así pues, el que es Dios sobre todas las cosas, es también Espíritu inseparable del Padre. En este sentido, aprended también de la misma palabra del apóstol de la que ahora estamos hablando. Pues cuando confesó que "hay un solo Dios Padre, de quien proceden todas las cosas, y un solo Señor Jesucristo, por quien proceden todas las cosas", ¿qué diferencia, pregunto, pretendió decir al decir que todas las cosas son de Dios y que todas las cosas son por medio de Cristo? ¿Es posible considerar a aquel de quien y por quien proceden todas las cosas como de naturaleza y espíritu separables de sí mismo? Pues todas las cosas han surgido de la nada por medio del Hijo, y el apóstol las ha referido a Dios Padre, de quien proceden todas las cosas, pero también al Hijo, por quien proceden todas las cosas. Y no encuentro aquí ninguna diferencia, pues por ambos se ejerce el mismo poder. En efecto, si en cuanto a la subsistencia del universo, fuera una afirmación exacta y suficiente que las cosas creadas provienen de Dios, ¿qué necesidad había de afirmar que las cosas que son de Dios provienen de Cristo, a menos que sea una y la misma cosa ser por medio de Cristo y ser de Dios? Pero, así como se ha atribuido a cada uno de ellos que son Señor y Dios de tal manera que cada título pertenece a ambos, también aquí se hace referencia a ambos como "de quién" y "por quién", para mostrar la unidad de ambos, no para dar a conocer la unicidad de Dios. El lenguaje del apóstol no ofrece ninguna oportunidad para un error perverso, ni su fe es demasiado exaltada para una declaración cuidadosa. Porque se ha guardado a sí mismo con esas palabras especialmente apropiadas de que no se entienda que significa dos dioses o un solo Dios, porque si bien rechaza la unidad de la persona, sin embargo no divide la unidad de la divinidad. En efecto, la expresión "de quien proceden todas las cosas, y por quien proceden todas las cosas", aunque no pusiera una deidad solitaria en posesión exclusiva de la majestad, sin embargo, debe proponer una que no sea diferente en eficiencia, ya que "de quien proceden todas las cosas, y por quien proceden todas las cosas" debe significar un autor de la misma naturaleza que se dedica a la misma obra. Afirma, además, que cada uno es propiamente de la misma naturaleza. Porque después de anunciar la profundidad de las riquezas, la sabiduría y el conocimiento de Dios, y después de afirmar el misterio de sus juicios inescrutables y confesar nuestra ignorancia de sus caminos inescrutables, se ha servido, sin embargo, del ejercicio de la fe humana, y rindió este homenaje a la profundidad de los insondables e inescrutables misterios del cielo, diciendo: "Porque de él, por él y en él son todas las cosas, y a él sea la gloria por los siglos" (Rm 11,36). Emplea para indicar la única naturaleza, aquello que no puede sino ser obra de una única naturaleza.
XXXIX
Habiendo atribuido especialmente a Dios que todas las cosas proceden de él, y habiendo asignado como propiedad peculiar a Cristo, que todas las cosas son por medio de él, y siendo ahora gloria de Dios que de él, por él y en él son todas las cosas; y siendo que el Espíritu de Dios es el mismo que el Espíritu de Cristo, o siendo que en el ministerio del Señor y en la obra de Dios, un solo Espíritu obra y distribuye, no pueden sino ser uno cuyas propiedades son las de uno, pues en el mismo Señor Hijo, y en el mismo Dios Padre, un solo y mismo Espíritu distribuye en el mismo Espíritu Santo realiza todas las cosas. ¡Cuán digno es este santo del conocimiento de los misterios exaltados y celestiales, adoptado y elegido para participar en las cosas secretas de Dios, guardando el debido silencio sobre las cosas que no se pueden pronunciar, verdadero apóstol de Cristo! Con su clara enseñanza, Pablo ha refrenado las imaginaciones de la voluntad humana, confesando "un solo Dios Padre y un solo Señor Jesucristo", de modo que nadie pueda predicar dos dioses de un solo Dios (pues aquel que no es una persona no puede multiplicarse en dos dioses), ni nadie pueda entender dos dioses como una sola persona, mostrando así la verdadera natividad de Cristo.
XL
Sacad ahora vuestras lenguas temblorosas y silbantes, víboras de la herejía, ya seáis vosotros Sabelio o vosotros Fotino, o vosotros que ahora predicáis que el Dios unigénito es una criatura. Quien niegue al Hijo, oirá hablar de "un solo Dios Padre", porque puesto que un padre se convierte en padre sólo por tener un hijo, el término Padre necesariamente connota la existencia del Hijo. Quien quite al Hijo la unidad de una naturaleza idéntica, acabará reconociendo a "un solo Señor Jesucristo", porque si por la unidad del Espíritu no es un solo Señor, no quedará lugar para que Dios Padre sea Señor. Quien sostenga que el Hijo se hizo Hijo en el tiempo y por su encarnación, que aprenda que "por él existen todas las cosas y nosotros por él", y que su infinitud sin tiempo creó todas las cosas antes de que existiera el tiempo. Mientras tanto, que lea de nuevo que hay "una sola esperanza, un solo bautismo y una sola fe". Si después de esto se opone a la predicación del apóstol, acabará siendo llamado maldito por el mismo apóstol, por haber formado doctrinas extrañas de su propia invención, sin llamada de Dios ni bautizo de los creyente, porque "en un solo Dios Padre y en un solo Señor Jesucristo reside la única fe de una sola esperanza y bautismo". Ninguna doctrina extraña podrá jactarse, por tanto, de tener un lugar entre las verdades que pertenecen a un solo Dios, y Señor, y esperanza, y bautismo, y fe.
N
La divinidad de Cristo, sellada por el Padre
XLI
La única fe, por tanto, consiste en confesar al Padre en el Hijo y al Hijo en el Padre por la unidad de una naturaleza indivisible, no confusa sino inseparable, no entremezclada sino idéntica, no unida sino coexistente, no incompleta sino perfectamente. Porque no hay nacimiento, no hay separación, no hay Hijo, no hay adopción, y él es Dios, no una criatura. Tampoco es un Dios de una especie diferente, sino que el Padre y el Hijo son uno: porque la naturaleza no fue alterada por el nacimiento de modo que fuera ajena a la propiedad de su original. Por eso el apóstol sostiene la fe del Hijo que permanece en el Padre y el Padre en el Hijo cuando proclama que para él "hay un solo Dios Padre y un solo Señor Cristo", ya que en Cristo el Señor también estaba Dios, y en Dios Padre también estaba Señor, y ellos dos son esa unidad que es Dios, y ellos dos son también esa unidad que es el Señor, porque la razón indica que debe haber algo imperfecto en Dios si no es Señor, y en el Señor si no es Dios. Y así como ambos son uno, y ambos están implicados bajo cada nombre, y ninguno existe aparte de la unidad, el apóstol no ha ido más allá de la predicación del evangelio en su enseñanza, ni Cristo, cuando habla en Pablo, difiere de las palabras que habló mientras permanecía en el mundo en forma corporal.
XLII
El Señor había dicho en los evangelios: "Trabajad no por la comida que perece, sino por la que perdura para la vida eterna, la que os dará el Hijo del hombre que ha sellado el Padre Dios". A continuación, le preguntaron a Jesús: "¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?". Y él les dijo: "Ésta es la obra de Dios: que creáis en el que él ha enviado" (Jn 6,27-29). Al exponer el misterio de su encarnación y de su deidad, nuestro Señor también ha expresado la enseñanza de nuestra fe y esperanza: que debemos trabajar por el alimento, mas no por el que perece, sino el que permanece para siempre. Y que debemos recordar que este alimento de la eternidad nos lo da el Hijo del hombre. Y que debemos conocer al Hijo del hombre como sellado por Dios Padre. Y que debemos saber que ésta es la obra de Dios (es decir, la fe en el que él ha enviado). ¿Y quién es "a quien el Padre ha enviado"? Éste mismo: aquel "a quien el Padre ha sellado". ¿Y quién es aquel a quien el Padre ha sellado? Éste mismo: el Hijo del hombre, el que "da el alimento de vida eterna". ¿Y quiénes son aquellos a quienes se lo da? Éstos mismos: los que trabajarán por el alimento que no perece. Así pues, el trabajo por este alimento es al mismo tiempo el trabajo de Dios (es decir, creer en aquel a quien él ha enviado). Pero estas palabras las pronuncia el Hijo del hombre. ¿Y cómo dará el Hijo del hombre el alimento de la vida eterna? Pues, ignora el misterio de su propia salvación, quien no sabe que el Hijo del hombre, que da el alimento para la vida eterna, ha sido sellado por Dios Padre. Llegados a este punto, pregunto ahora en qué sentido hemos de entender que el Hijo del hombre ha sido sellado por Dios Padre.
XLIII
En primer lugar, debemos reconocer que Dios no habló por sí mismo, sino por nosotros, y que moderó tanto el lenguaje de sus palabras que permitió que la debilidad de nuestra naturaleza pudiera captarlas y entenderlas. En efecto, después de haber sido reprendido por los judíos por haberse hecho igual a Dios al profesar ser Hijo de Dios, respondió que él mismo hizo todo lo que hizo el Padre y que había recibido todo juicio del Padre. Además, que debía ser honrado como el Padre. En todas estas cosas, habiéndose declarado Hijo, Cristo se hizo igual al Padre en honor, poder y naturaleza. Después dijo que, como el Padre tenía vida en sí mismo, así también había dado al Hijo el tener vida en sí mismo, con lo cual dio a entender que, en virtud del misterio del nacimiento, poseía la unidad de la misma naturaleza. Porque cuando dice que tiene lo que tiene el Padre, quiere decir que tiene a su propio Padre. En efecto, Dios no es, según la forma humana, un ser compuesto, de modo que en él haya una diferencia de especie entre el poseedor y el poseído, sino que todo lo que él es es vida, y una naturaleza completa, absoluta e infinita (no compuesta de elementos disímiles), y una sola vida que impregna todo. Y dado que esta vida fue dada de tal manera que fue poseída (aunque el hecho de que fue dada manifiestamente revela el nacimiento del receptor), no implica una diferencia de especie, ya que la vida dada fue tal como fue poseída.
XLIV
Tras esta múltiple y precisa revelación de la presencia de la naturaleza del Padre en sí mismo, continúa diciendo Jesús: "Porque a éste lo ha sellado el Padre" (Jn 6,27). La naturaleza del sello es mostrar toda la forma de la figura grabada en él, y que la impresión tomada de él la reproduzca en todo respecto. De esta manera, como recibe todo lo que se imprime, también muestra en sí mismo por completo a quien ha sido impreso en él. Sin embargo, esta comparación no es adecuada para ejemplificar el nacimiento divino, porque en los sellos hay una materia, una diferencia de naturaleza y un acto de impresión, por el cual la semejanza de naturalezas más fuertes se imprime en cosas de una naturaleza más flexible. Pero el Dios unigénito, que también fue por el misterio de nuestra salvación el Hijo del hombre, queriendo mostrarnos la semejanza de la naturaleza propia de su Padre en sí mismo, dijo que "fue sellado por Dios". Porque el Hijo del hombre iba a darnos el alimento de la vida eterna, y para que por ello percibiéramos en él el poder de dar alimento para la eternidad, pues poseía en sí toda la plenitud de la forma de su Padre (es decir, de Dios que lo selló, de modo que lo que Dios había sellado no manifestara en sí otra cosa que la forma de Dios que lo selló). Estas cosas habló el Señor a los judíos, quienes no podían recibir sus palabras a causa de la incredulidad.
XLV
El predicador del evangelio, por el Espíritu de Cristo que habló por medio de él, nos infunde el conocimiento de esta naturaleza propia, cuando dice: "El cual, siendo en forma de Dios, no consideró necesario aferrarse a ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando la forma de siervo". Porque aquel a quien Dios había sellado no podía ser otra cosa que la forma de Dios, y lo que ha sido sellado en la forma de Dios necesariamente debe presentar al mismo tiempo la imagen en sí de todo lo que Dios posee. Y por eso el apóstol enseñó que aquel a quien Dios selló es Dios que permanece en la forma de Dios. En efecto, cuando se disponía a hablar del misterio del cuerpo asumido y nacido en él, dice: "El cual, siendo en forma de Dios, no consideró necesario aferrarse a ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, tomando la forma de siervo". En cuanto a su ser "en forma de Dios", en virtud del sello de Dios sobre él, todavía permaneció Dios. Pero por cuanto había de "tomar la forma de siervo" y hacerse obediente hasta la muerte, no aferrándose a su igualdad con Dios, "se despojó a sí mismo" por la obediencia para tomar la forma de siervo, y "se despojó a sí mismo" de la forma de Dios (es decir, de aquello en que era igual a Dios). Así, no es que considerara Cristo su igualdad con Dios como algo inapropiado, sino que tenía la forma de Dios e era igual a Dios, y estaba marcado por Dios como Dios.
O
La divinidad de Cristo, antes y después de su encarnación
XLVI
En este punto, pregunto yo: el que permanece como Dios en la forma de Dios, ¿es un Dios de otra clase, como percibimos en el caso de los sellos en cuanto a las semejanzas que estampan y las que son estampadas? Pues un troquel de acero impreso sobre plomo, o una gema sobre cera, da forma a la figura tallada en él, o imprime lo que está en relieve sobre él. Si hay alguien tan necio e insensato, como para pensar que lo que perteneciente a Cristo, Dios lo modela para que sea Dios, y que el que está en la forma de Dios es en algún sentido algo más que Dios después del misterio de su encarnación y de su humildad (hecha perfecta por la obediencia hasta la muerte de cruz), oirá, por la confesión de las cosas en el cielo, en la tierra, y en los abismos, y de toda lengua, que Jesús "está en la gloria de Dios Padre". Si, pues, cuando se había hecho esclavo, moraba en tal gloria, ¿cómo, pregunto yo, moraba cuando estaba en la forma de Dios? ¿No debía Cristo, el Espíritu, estar en la naturaleza de Dios (pues esto es lo que se entiende por "en la gloria de Dios") cuando Cristo, como Jesús (es decir, nacido como hombre) existe en la gloria de Dios Padre?
XLVII
En todo lo que dice, el bienaventurado apóstol conserva la doctrina inmutable de la fe evangélica. El Señor Jesucristo es proclamado como Dios de tal manera que la fe del apóstol, al llamarlo "Dios de un orden diferente", no cae en la confesión de dos dioses, ni al hacer que Dios Hijo sea inseparable del Padre, deja lugar a la doctrina impía de un solo y solitario Dios. En efecto, cuando dice "en la forma de Dios y en la gloria del Padre", el apóstol no enseña que sean diferentes entre sí, ni permite pensar que él no existe. Porque quien está "en la forma de Dios", ni termina por convertirse en otro Dios, ni pierde él mismo su divinidad, pues no puede separarse de la forma de Dios (puesto que existe en ella), ni quien está en la forma de Dios no es Dios, así como quien está en la gloria de Dios no puede ser otra cosa que Dios. Y puesto que es Dios en la gloria de Dios, no puede ser proclamado como otro Dios y uno diferente del Dios verdadero, ya que por razón del hecho de estar en la gloria de Dios, posee naturalmente (de aquel en cuya gloria está) la propiedad de la divinidad.
P
La creación, obra conjunta del Padre y del Hijo
XLVIII
No hay peligro de que la única fe deje de serlo por la diversidad de su predicación. El evangelista había enseñado que nuestro Señor dijo: "El que me ha visto a mí, ha visto también al Padre" (Jn 14,9). Pero ¿acaso Pablo, el maestro de los gentiles, ha olvidado o retenido el sentido de las palabras del Señor, cuando dice: "¿Quién es la imagen del Dios invisible?" (Col 1,15). Pregunto si él es la semejanza visible del Dios invisible, y si el Dios infinito también puede presentarse a la vista bajo la semejanza de una forma finita. Porque una semejanza necesariamente repite la forma de aquello de lo que es semejanza. Sin embargo, quienes quieran tener una naturaleza de un tipo diferente en el Hijo, determinen qué tipo de semejanza del Dios invisible quieren que sea el Hijo. ¿Es una semejanza corporal expuesta a la mirada y que se mueve de un lugar a otro con paso y movimiento humanos? Pero que recuerden que, según los evangelios y los profetas, Cristo es Espíritu y Dios es Espíritu. Si limitan a este Cristo Espíritu a los límites de la forma y del cuerpo, ese Cristo corpóreo no será la semejanza del Dios invisible, ni una limitación finita representará lo que es infinito.
XLIX
El mismo Señor no nos dejó en duda, cuando dijo: "Quien me ha visto a mí, ha visto también al Padre". Y el apóstol no se quedó callado en cuanto a su naturaleza (que "es la imagen del Dios invisible"), sobre todo cuando escuchó que el Señor había dicho: "Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis" (Jn 10,37). Así, Jesús enseñó a ver al Padre en sí mismo, en cuanto que él hacía las obras del Padre. Lo hizo para que, percibiendo el poder de su naturaleza, pudiean entender la naturaleza de ese poder que percibían. Por lo que el apóstol, proclamando que éste "es la imagen de Dios", dice:
"Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación. Porque en él fueron hechas todas las cosas en los cielos y en la tierra, cosas visibles e invisibles, tronos, dominios, principados o potestades. Todas las cosas fueron hechas por él y en él, y él es anterior a todo, y para él todas las cosas subsisten. Él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, y él es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia. Por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, y por medio de él fuesen reconciliadas consigo todas las cosas" (Col 1,15-20).
Así que, por el poder de estas obras, es "imagen de Dios". Ciertamente, el Creador de las cosas invisibles no está obligado por ninguna necesidad inherente a su naturaleza a "ser la imagen visible del Dios invisible". Y para que no sea considerado como semejanza de la forma, y no de la naturaleza, se le llama "semejanza del Dios invisible", para que entendamos por el ejercicio de los poderes (no los atributos invisibles) su naturaleza divina, y que esa naturaleza está en él.
L
Cristo es el primogénito de toda criatura, porque en él fueron creadas todas las cosas. Y para que nadie se atreva a atribuir a otro que no sea él la creación de todas las cosas en sí mismo, dice: "Todas las cosas han sido creadas por él y en él, y él es anterior a todo, y para él todas las cosas subsisten". Así pues, todas las cosas subsisten para él, que es anterior a todas las cosas y en quien todas las cosas existen. Ahora bien, esto describe ciertamente el origen de las cosas creadas. Pero acerca de la administración por la que asumió nuestro cuerpo, añade: Y él es la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia, y es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todas las cosas tuviera la preeminencia. Porque fue el beneplácito del Padre que en él habitara toda la plenitud, y que por él todas las cosas fueran reconciliadas con él. El apóstol ha asignado a los misterios espirituales sus efectos materiales. En efecto, el que es "imagen de Dios invisible" es la "cabeza de su cuerpo", que es la Iglesia, y el que es el "primogénito de toda criatura" es al mismo tiempo "el principio", para que en todo tuviera la preeminencia, siendo para nosotros el cuerpo, a la vez que es imagen de Dios, pues el que es el "primogénito de las criaturas" es al mismo tiempo el "primogénito para la eternidad". De esta forma, así como las cosas espirituales (creadas en el primogénito) le deben el permanecer, así también todas las cosas humanas le deben el renacer en el "primogénito de entre los muertos" para la eternidad. En efecto, él es "el principio", pues como Hijo es imagen, y por ser imagen es de Dios. Además, él es el "primogénito de toda criatura", pues posee en sí mismo el origen del universo. Y a su vez es "la cabeza de su cuerpo", que es la Iglesia, y el "primogénito de entre los muertos", de modo que en todo tiene la preeminencia. Y puesto que "todas las cosas para él subsisten", agradó a la plenitud de la deidad habitar en él, pues "todas las cosas son reconciliadas por él" con aquel por quien todas las cosas fueron creadas en sí mismo.
Q
La reconciliación, obra conjunta del Padre y del Hijo
LI
¿Entiendes ahora lo que es ser "imagen de Dios"? Significa que "todas las cosas fueron creadas por él y para él". Y puesto que todas las cosas son creadas en él, entiende que él, cuya imagen es, también crea todas las cosas en él. Y puesto que todas las cosas que son creadas en él también son creadas por él, reconoce que en él, que es la imagen, está presente la naturaleza de él, cuya imagen es él. Porque por medio de sí mismo crea las cosas que son creadas en él, así como por medio de sí mismo todas las cosas son reconciliadas en él. En cuanto están reconciliadas en él, reconoce en él la naturaleza de la unidad del Padre, reconciliando todas las cosas consigo en él. En cuanto todas las cosas son reconciliadas por medio de él, percibe que él reconcilia con el Padre en sí mismo todas las cosas que él reconcilió por medio de sí mismo. Por eso, el mismo apóstol dice: "Todo proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación, en que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo" (2Cor 5,18-19). Comparad con esto todo el misterio de la fe del evangelio. Porque aquel que es visto cuando Jesús es visto, el que obra en sus obras y habla en sus palabras, también reconcilia en su reconciliación. Por eso, en él y por él hay reconciliación, porque el Padre, permaneciendo en él a través de una naturaleza similar, restauró el mundo a sí mismo mediante la reconciliación a través de él y en él.
R
La unidad consustancial, dogma de la Iglesia
LII
Por consideración a la debilidad humana, Dios no expuso la fe en simples e inciertas afirmaciones, sino que informó a nuestra razón con una revelación que explica su significado, para que pudiéramos aprender a conocer sus palabras. Por eso, el propio Jesucristo dijo: "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30). Además, decir que el Padre habla con sus palabras (las de Cristo), y obra por su obra, y juzga por su juicio, y se ve en su manifestación, y reconcilia por su reconciliación, y permanece en él, mientras que Cristo a su vez permanece en el Padre, ¿qué palabras más adecuadas, pregunto, podría haber empleado en su enseñanza para que creyéramos en su unidad, que aquellas con las que, por la verdad del nacimiento y la unidad de la naturaleza, se declara que todo lo que el Hijo hizo y dijo, el Padre lo dijo e hizo en el Hijo? Esto no dice nada de una naturaleza extraña a él, o añadida por creación a Dios, o nacida en la deidad por una partición de Dios, sino que denota la divinidad de uno que por un nacimiento perfecto es engendrado Dios perfecto, que tiene una seguridad tan confiada de su naturaleza que hasta puede decir: "Yo en el Padre y el Padre en mí", y: "Todo lo que el Padre tiene es mío". Es decir, que nada de la deidad falta en él, en cuya obra, habla y manifestación Dios obra, habla y es contemplado. No son dos dioses, que en su obra, palabras y manifestación se presentan como una unidad. Tampoco es un Dios solitario. En las obras, palabras y vista de Dios, él mismo obraba, hablaba y era visto como Dios. La Iglesia entiende esto. Los judíos no creen esto, ni la filosofía sabe que el ser Dios e Hijo uno de uno, y todo de todo, esto no ha privado al Padre de su plenitud por engendrar, ni ha privado al Hijo de su plenitud por su nacimiento. Quien quiera que sea sorprendido la esta locura de la incredulidad, o es un discípulo de los judíos o es discípulo de los paganos.
LIII
Para que podáis entender lo que dijo el Señor, cuando dijo "todo lo que tiene el Padre es mío" (Jn 16,15), aprended la enseñanza y la fe del apóstol que dijo: "Que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo y no según Cristo, porque "en él habita corporalmente la plenitud de la deidad" (Col 2,8-9). Ese hombre es del mundo y sabe a enseñanza de hombres y es víctima de la filosofía, el que no sabe que Cristo es el verdadero Dios, el que no reconoce en él la plenitud de la deidad. La mente del hombre sólo conoce lo que entiende, y los poderes de creencia del mundo son limitados, ya que juzga según las leyes de los elementos materiales que sólo es posible lo que puede ver o hacer. Los elementos del mundo han surgido de la nada, pero la continuidad de Cristo no comenzó en lo inexistente ni nunca comenzó a existir, sino que tomó desde el principio un principio que es eterno. Los elementos del mundo o están sin vida o han surgido de este estado a la vida, pero Cristo es vida, nacido para ser Dios vivo de Dios vivo. Los elementos del mundo han sido establecidos por Dios, pero no son Dios. En cambio, Cristo es él mismo todo lo que Dios es. Los elementos del mundo, ya que están en él, no pueden surgir de su estado y dejar de estar en él, pero Cristo, aunque tiene a Dios dentro de sí mismo por el misterio, es él mismo en Dios. Los elementos del universo, generando de sí mismos criaturas con una vida como la suya, ciertamente mediante el ejercicio de sus funciones corporales les otorgan desde sus propios cuerpos los principios de la vida, pero no están presentes ellos mismos como seres vivos en su descendencia. En Cristo, en cambio, está presente toda la plenitud de la deidad en forma corporal.
S
La plenitud divina, presente tanto en el Padre como en el Hijo
LIV
Ahora pregunto yo: ¿De quién es la divinidad cuya plenitud habita en él? Si no es la del Padre, ¿qué otro Dios me propones, predicador engañoso de un solo Dios, como aquel cuya divinidad habita plenamente en Cristo? Pero si es la del Padre, infórmame cómo habita corporalmente esta plenitud en él. Si sostienes que el Padre habita corporalmente en el Hijo, el Padre, mientras habita en el Hijo, no existirá en sí mismo. Si, por otra parte, y esto es más cierto, la divinidad que habita en él en forma corporal muestra en él la verdad de la naturaleza de Dios desde Dios, en cuanto que Dios está en él, no habitando ni por condescendencia ni por voluntad, sino por nacimiento, verdadera y totalmente en plenitud corporal según él es; y puesto que, en todo el ámbito de su ser, nació por su nacimiento divino para ser Dios, y dentro de la deidad no hay diferencia ni desemejanza, excepto que en Cristo habita en forma corporal, y sin embargo, todo lo que habita en él corporalmente es según la plenitud de la deidad. Mas ¿por qué seguir las doctrinas de los hombres? ¿Por qué aferrarse a la enseñanza de falsedades vacías? ¿Por qué hablar de concordia, o armonía de voluntad, o una criatura? La plenitud de la Deidad habita en Cristo corporalmente.
LV
El apóstol se mantuvo firme en este punto del canon de la fe, al enseñar que "la plenitud de la deidad habitaba en Cristo corporalmente". Lo hizo para que la enseñanza de la fe no degenerara en una profesión impía de una unidad de personas, o que el frenesí pecaminoso estallara en la creencia de dos naturalezas diferentes. Porque la plenitud de la deidad, que habita en Cristo de manera corporal, no es solitaria ni separable. Además, la plenitud en forma corporal no admite ninguna separación de la otra plenitud corporal, y la deidad que habita en nosotros no puede considerarse tampoco como la morada de la deidad. Cristo está constituido de tal manera que "la plenitud de la deidad habita en él corporalmente", luego esta plenitud debe ser considerada una en naturaleza con Cristo. Echa mano de toda oportunidad que se te presente para tus sutilezas, agudiza las puntas de tu ingenio blasfemo, y tras ello nombra, al menos, a ese ser imaginario cuya plenitud de la divinidad habita corporalmente en Cristo. ¿Por qué? Porque él es Cristo, y "en él habita corporalmente la plenitud de la divinidad".
LVI
Si quieres saber qué es habitar corporalmente, entiende qué es hablar en el que habla, ser visto en el que es visto, obrar en el que obra, ser Dios en Dios, todo del todo, uno de uno. Y así, aprende lo que significa la plenitud de Dios en forma corporal. Recuerda, también, que el apóstol no guarda silencio sobre la cuestión de quién es la divinidad que habita plenamente en Cristo corporalmente, pues "las cosas invisibles de él, desde la creación del mundo, se ven claramente y son percibidas por las cosas que son creadas, incluso su poder eterno y su divinidad" (Rm 1,20). Así que es su divinidad la que habita en Cristo corporalmente, y no en parte sino en su totalidad, y no en parcelas sino en plenitud. Lo hace habitando de tal manera que los dos son uno, y tan uno que el uno que es Dios no difiere del otro que es Dios. Ambos son igualmente divinos, como fue perfecto el nacimiento que engendró a Dios perfecto de Dios perfecto. El nacimiento existió así en su perfección, y la plenitud de la deidad habitó corporalmente en Dios nacido de Dios.