HILARIO DE POITIERS
Sobre la Trinidad

LIBRO VI

A
La herejía arriana, insidiosa y peligrosa

I

Con pleno conocimiento de los peligros y pasiones de la época me he atrevido a atacar esta herejía salvaje e impía, que afirma que el Hijo de Dios es una criatura. Multitudes de iglesias, en casi todas las provincias del Imperio Romano, ya han contraído la plaga de esta doctrina mortal. El error, inculcado persistentemente y pretendiendo falsamente ser la verdad, se ha arraigado en las mentes que vanamente imaginan que son leales a la fe. Sé cuán difícil es mover la voluntad a una retractación completa, cuando el celo por una causa equivocada es alentado por el sentido de los números y confirmado por la sanción de la aprobación general. A una multitud engañada solo se puede acercar con dificultad y peligro. Cuando la multitud se ha extraviado, aunque sepa que está equivocada, se avergüenza de volver. Reclama consideración por su número y tiene la seguridad de ordenar que su locura sea considerada sabiduría. Supone que su tamaño es evidencia de la corrección de sus opiniones. Y así, se afirma audazmente que una falsedad que ha encontrado credibilidad general ha establecido su verdad.

II

Por mi parte, no fue solamente la exigencia que mi vocación tiene sobre mí, el deber de predicar diligentemente el evangelio que, como obispo, debo a la Iglesia, lo que me ha guiado a seguir adelante. Mi afán por escribir ha aumentado con el creciente número de personas puestas en peligro y cautivadas por esta teoría herética. Había una rica perspectiva de gozo en el pensamiento de multitudes que podrían ser salvadas, si pudieran conocer los misterios de la fe correcta en Dios y abandonar los principios blasfemos de la locura humana, abandonar a los herejes y entregarse a Dios. Si abandonaran el cebo con el que el cazador atrapa a su presa, y se elevaran en libertad y seguridad, siguiendo a Cristo como líder, a los profetas como instructores, a los apóstoles como guías, y aceptando la fe perfecta y la salvación segura en la confesión del Padre y del Hijo. Así ellos, en obediencia a las palabras del Señor: "El que no honra al Hijo no honra al Padre que le envió" (Jn 5,23), se estarían disponiendo a honrar al Padre, a través del honor rendido al Hijo.

III

Últimamente se ha extendido entre la humanidad la infección de un mal mortal, cuyos estragos han causado destrucción y muerte por todas partes. La desolación repentina de las ciudades, con sus habitantes, destruidas por terremotos, la terrible matanza de guerras recurrentes, la mortalidad generalizada de una peste irresistible, nunca han causado un daño tan fatal como el avance de esta herejía por todo el mundo. Porque Dios, para quien viven todos los muertos, destruye sólo a los que se destruyen a sí mismos. De Aquel que ha de ser el juez de todos, cuya majestad atempera con misericordia el castigo asignado a los errores de la ignorancia, quienes lo niegan no pueden esperar ni siquiera el juicio, sino sólo la negación.

IV

Esta loca herejía niega el misterio de la verdadera fe con afirmaciones tomadas de nuestra confesión y que utiliza para sus propios fines impíos. La confesión de su incredulidad, que ya he citado en un libro anterior, comienza así: "Confesamos un solo Dios, el único increado, el único eterno, el único sin origen, el único verdadero, el único que posee la inmortalidad, el único bueno, el único poderoso". Así, hacen alarde de las palabras iniciales de nuestra propia confesión, cuando dicen "un solo Dios, el único increado y el único sin origen", para que esta apariencia de verdad sirva de introducción a sus añadiduras blasfemas. Porque, después de una multitud de palabras en las que se expresa una devoción igualmente insincera al Hijo, su confesión continúa afirmando "la criatura perfecta de Dios, pero no como una de sus otras criaturas, ni como sus otras obras". Y después de un intervalo en el que a veces intercalan afirmaciones verdaderas para ocultar su impío propósito de alegar que "él surgió de la nada", añaden: "Él, creado y establecido antes de los mundos, no existía antes de nacer". Por último, como si cada punto de su falsa doctrina de que él no debe ser considerado ni como Hijo ni como Dios estuviera inexpugnable contra el ataque, continúan: "En cuanto a frases como de él, y del vientre, y salí del Padre y he venido, si se entienden como que denotan que el Padre extiende una parte, y un desarrollo de esa única sustancia, entonces el Padre será de naturaleza compuesta y divisible y cambiante y corpóreo, y el Dios incorpóreo estará sujeto a las propiedades de la materia". No obstante, como ahora voy a cubrir todo el terreno una vez más, empleando esta vez el lenguaje de los evangelios como nuestra arma contra esta herejía tan impía, me ha parecido mejor repetir aquí, en el libro VI, todo el documento herético (aunque ya hemos dado una copia completa de él en el cuarto), para que nuestros oponentes puedan leerlo nuevamente y compararlo, punto por punto, con nuestra respuesta, y así verse obligados, por renuentes y argumentativos que sean, por la clara enseñanza de los evangelistas y apóstoles, a reconocer la verdad. La confesión herética es la siguiente:

B
Postulados de la herejía arriana

V

"Confesamos un solo Dios, el único increado, el único eterno, el único sin origen, el único que posee la inmortalidad, el único bueno, el único poderoso, Creador, ordenador y dispositor de todas las cosas, inmutable e inalterable, justo y bueno, de la ley y los profetas y del Nuevo Testamento. Creemos que este Dios dio a luz al Hijo unigénito antes de todos los mundos, por medio de quien hizo el mundo y todas las cosas, que lo dio a luz no en apariencia, sino en verdad, siguiendo su propia voluntad, de modo que es inmutable e inalterable, la criatura perfecta de Dios, pero no como una de sus otras criaturas, obra suya, pero no como sus otras obras. No como afirma Valentín (que el Hijo es un desarrollo del Padre), ni como afirma Maniqueo (que el Hijo es parte consustancial del Padre), ni como afirma Sabelio (que hace dos de uno, Hijo y Padre a la vez), ni como afirma Hieracas (que hace una luz de otra luz, o una lámpara con dos llamas), ni como si antes hubiera existido y después naciera o fuera creado de nuevo para ser Hijo. Como hemos afirmado, creemos que fue creado por la voluntad de Dios antes de los tiempos y de los mundos, y que tiene su vida y su existencia del Padre, que lo dio para compartir sus propias perfecciones gloriosas. Porque, cuando el Padre le dio la herencia de todas las cosas, no se privó por ello de los atributos que son suyos sin origen, siendo él la fuente de todas las cosas".

VI

"Así pues, hay tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios, por su parte, es la causa de todas las cosas, absolutamente inoriginado y separado de todo; mientras que el Hijo, puesto por el Padre fuera del tiempo, y creado y establecido antes de los mundos, no existía antes de nacer, sino que, habiendo nacido fuera del tiempo antes de los mundos, llegó a existir como Hijo unigénito del Padre unigénito. Pues él no es eterno, ni coeterno, ni co-increado con el Padre, ni tiene una existencia colateral con el Padre, como dicen algunos que postulan dos principios no nacidos. Pero Dios es anterior a todas las cosas, como indivisible y el principio de todo. Por tanto, él es también anterior al Hijo, como de hecho hemos aprendido de ti en tu predicación pública. Por tanto, puesto que él tiene su ser de Dios, y sus gloriosas perfecciones, y su vida, y se le confían todas las cosas, por eso Dios es su fuente. Porque él gobierna sobre él, como su Dios, ya que es anterior a él. En cuanto a frases como de él, y del vientre, y salí del Padre y he venido, si se entienden como que denotan que el Padre extiende una parte y un desarrollo de esa única sustancia, entonces el Padre será de naturaleza compuesta y divisible y cambiante y corpóreo, según ellas. Así, en lo que respecta a sus palabras, el Dios incorpóreo estará sujeto a las propiedades de la materia".

C
Necesidad de combatir la herejía arriana

VII

¿Quién no ve aquí las viscosas sinuosidades de la serpiente? ¿Cómo la víbora enroscada, con sus fuerzas concentradas para saltar, esconde entre sus pliegues el arma mortal de sus colmillos venenosos? Ahora la extenderemos y la examinaremos, y descubriremos el veneno de esta cabeza oculta. Porque su plan es primero impresionar con ciertas afirmaciones sólidas, y luego infundir el veneno de su herejía. Nos hablan bien para causarnos un daño secreto. Sin embargo, en medio de todas sus profesiones engañosas, en ninguna parte oigo que se le dé el nombre de Dios al Hijo de Dios, y nunca oigo que se le atribuya la filiación al Hijo. Dicen mucho sobre que él tiene el nombre de Hijo, pero nada acerca de que tiene la naturaleza. Eso se mantiene fuera de la vista, para que parezca que él no tiene derecho ni siquiera al nombre. Hacen un espectáculo de desenmascarar otras herejías para ocultar el hecho de que ellos mismos son herejes. Afirman enérgicamente que hay un solo Dios verdadero, hasta el punto de despojar al Hijo de Dios de su verdadera y personal divinidad.

VIII

Aunque en los dos últimos libros he demostrado, a partir de la enseñanza de la ley y de los profetas, que Dios y Dios, Dios verdadero y Dios verdadero, Dios verdadero Padre y Dios verdadero Hijo, deben ser confesados como un solo Dios verdadero, por unidad de naturaleza y no por confusión de personas, sin embargo, para la exposición completa de la fe, debo también aducir la enseñanza de los evangelistas y apóstoles. Debo demostrar con ellos que el Dios verdadero, el Hijo de Dios, no es de una naturaleza diferente y ajena a la del Padre, sino que posee la misma divinidad, aunque tiene una existencia distinta a través de un verdadero nacimiento. De hecho, no puedo pensar que exista alma tan tonta como para creer que, aunque conocemos las autorrevelaciones de Dios, no podemos entenderlas; o que, si se pueden entender, no querríamos entenderlas; o que la razón humana puede idear mejoras sobre ellas. No obstante, antes de empezar a discutir los hechos contenidos en estos misterios salvadores, debo primero humillar el orgullo con el que estos herejes reprenden los nombres de otras herejías. Por ello, levantaré a la luz este ingenioso manto para su propia impiedad. Demostraré que este mismo medio de ocultar la letalidad de sus enseñanzas sirve más bien para revelarla y traicionarla, y es una advertencia ampliamente eficaz del verdadero carácter de este veneno meloso.

D
Principales herejías de Valentín, Maniqueo, Sabelio y Hieracas

IX

Estos herejes pretenden que el Hijo de Dios no procede de Dios, que Dios no ha nacido de Dios a partir de Dios y en su naturaleza. Por eso, cuando han dado solemne testimonio de un solo Dios, el único verdadero, se abstienen de añadir el Padre. Y luego, para evitar la confesión de una única y verdadera divinidad del Padre y del Hijo negando el verdadero nacimiento, proceden, no como sostenía Valentín, diciendo que el Hijo es un desarrollo del Padre. De este modo, pretenden desacreditar el nacimiento de Dios a partir de Dios llamándolo un desarrollo, como si fuera una forma de la herejía valentiniana. Pues Valentín fue el autor de imaginaciones inmundas y necias; además del Dios principal, inventó toda una familia de deidades e innumerables poderes llamados eones, y enseñó que nuestro Señor Jesucristo fue un desarrollo producido misteriosamente por una acción secreta de la voluntad. La fe de la Iglesia, la fe de los evangelistas y los apóstoles, nada sabe de este desarrollo imaginario, surgido del cerebro de un soñador temerario e insensato. No sabe nada de la profundidad y el silencio y los tres diez eones de Valentín. No conoce a nadie más que a un solo Dios Padre, de quien son todas las cosas, y a un solo Jesucristo, nuestro Señor, por quien son todas las cosas, que es Dios nacido de Dios. Pero se les ocurrió que él, al nacer como Dios de Dios, no retiró nada de la divinidad de su autor ni nació él mismo de otro modo que Dios, y que se convirtió en Dios no por un nuevo comienzo de la deidad (sino por el nacimiento del Dios existente), y que todo nacimiento parece ser un desarrollo, de modo que incluso ese nacimiento podría considerarse un desarrollo. Estas consideraciones los han inducido a atacar la herejía valentiniana del desarrollo como un medio para destruir la fe en el verdadero Dios y el nacimiento del Hijo, pues la experiencia de la vida común lleva a la sabiduría mundana a suponer que no hay gran diferencia entre un nacimiento y un desarrollo. La mente del hombre, torpe y lenta para captar las cosas de Dios, necesita que se le recuerde constantemente el principio, que he enunciado más de una vez, de que las analogías extraídas de la experiencia humana no son de aplicación perfecta a los misterios del poder divino; que su único valor es que esta comparación con los objetos materiales imparte al espíritu una noción tal de las cosas celestiales que podemos subir, como por una escalera de la naturaleza, a una comprensión de la majestad de Dios. Pero el nacimiento de Dios no debe juzgarse por el desarrollo que tiene lugar en los nacimientos humanos. Cuando uno nace de uno, Dios nace de Dios, las circunstancias del nacimiento humano nos permiten comprender el hecho. Pero un nacimiento que presupone relaciones sexuales y concepción y tiempo y dolores de parto no puede darnos ninguna pista sobre el método divino. Cuando se nos dice que Dios nació de Dios, debemos aceptarlo como cierto y contentarnos con ello. Sin embargo, en el momento adecuado hablaremos de la verdad del nacimiento divino, tal como lo exponen los evangelios y los apóstoles. Nuestro deber actual ha sido exponer este artificio de ingenio herético, este ataque al verdadero nacimiento de Cristo, oculto bajo la forma de un ataque a un supuesto desarrollo.

X

En continuación con este mismo asalto fraudulento a la fe, la confesión de los herejes procede así: "No como Maniqueo, que declaró al Hijo una parte consustancial del Padre". Ya han negado que él es un desarrollo (para escapar de la admisión de su nacimiento), y ahora introducen la doctrina de que el Hijo es una porción de la única sustancia divina (bajo la excusa de Maniqueo) para negarla y subvertir la creencia en Dios de Dios. Porque Maniqueo, el furioso adversario de la ley y los profetas, el tenaz campeón de la causa del diablo y ciego adorador del sol, enseñó que lo que estaba en el vientre de la Virgen era una porción de la única sustancia divina, y que por Hijo debemos entender una cierta parte de la sustancia de Dios que fue cortada, y hizo su aparición en la carne. Por eso, se aprovechan de esta herejía de que en el nacimiento del Hijo hubo una división de la única sustancia y la utilizan como un medio para evadir la doctrina del nacimiento del Unigénito y el nombre mismo de la unidad de la sustancia. Como es una blasfemia hablar de un nacimiento resultante de la división de la única sustancia, niegan todo nacimiento; todas las formas de nacimiento se unen en la condenación que hacen de la noción maniquea del nacimiento por separación. Además, anulan la unidad de la sustancia, tanto el nombre como la cosa, porque los herejes sostienen que la unidad es divisible; y niegan que el Hijo sea Dios de Dios, al negarse a creer que él posee verdaderamente la naturaleza divina. ¿Por qué esta loca herejía profesa una reverencia ficticia, una ansiedad insensata? La fe de la Iglesia, como nos recuerdan estos insanos proponentes del error, condena a Maniqueo, porque no sabe nada del Hijo como una porción. La Iglesia lo conoce como Dios completo de Dios completo, como uno de uno, no separado sino nacido. La Iglesia está segura de que el nacimiento de Dios no implica ni empobrecimiento del engendrador ni inferioridad del engendrado. Si esto es imaginación de la propia Iglesia, reprochémosle las locuras de una sabiduría falsamente proclamada; pero si lo ha aprendido de su Señor, confiese que el engendrado conoce la manera en que fue engendrado. La Iglesia ha aprendido de Dios el Unigénito estas verdades: que el Padre y el Hijo son uno, y que en el Hijo habita la plenitud de la deidad. Y por eso aborrece esta atribución al Hijo de una porción de la única sustancia; y, porque sabe que él verdaderamente nació de Dios, adora al Hijo como legítimo poseedor de la verdadera divinidad. Mas por ahora, aplacemos nuestra respuesta completa a estas diversas alegaciones y apresuremos el resto de sus denuncias.

XI

Lo que sigue es lo siguiente: "No como Sabelio, que hace dos de uno, Hijo y Padre a la vez". Sabelio sostiene esto con ceguera voluntaria ante la revelación de los evangelistas y apóstoles. Pero lo que vemos aquí no es un hereje denunciando honestamente a otro. Es el deseo de no dejar ningún punto de unión entre el Padre y el Hijo lo que los impulsa a reprochar a Sabelio la división de una persona indivisible (una división que no resulta en el nacimiento de una segunda persona, sino que corta a la persona una en dos partes, una de las cuales entra en el seno de la Virgen). Pero nosotros, dicen los arrianos:

"Confesamos un nacimiento, rechazamos esta confusión de dos personas en una, nos aferramos a la unidad divina. Es decir, sostenemos que Dios de Dios significa unidad de naturaleza, porque ese Ser que, por un verdadero nacimiento de Dios, se convirtió en Dios, no puede tomar su sustancia de otra fuente que la divina. Además, como continúa tomando su ser (como lo tomó al principio) de Dios, debe seguir siendo verdadero Dios para siempre, y por tanto ellos dos son uno, porque él (quien es Dios de Dios) no tiene otra que la naturaleza divina, y no tiene otro que el origen divino".

La razón por la cual esta blasfema confusión sabeliana de dos personas en una es condenada aquí es que ellos desean robar a la Iglesia su verdadera fe en dos personas en un Dios. Mas ahora debo examinar los ejemplos restantes de este ingenio pervertido, para salvarme de la reputación de un juez censurador de investigadores sinceros, movido más por el desagrado que por el miedo genuino. Mostraré, por los términos en que terminan su confesión, cuál es la conclusión mortal que han ideado hábilmente y que será su resultado inevitable.

XII

La siguiente cláusula herética es: "No como Hieracas, una luz de otra luz, o una lámpara con dos llamas, ni como si él hubiera existido previamente, y luego nacido, o creado de nuevo, para ser un Hijo". Hieracas ignora el nacimiento del Unigénito y, en completa inconsciencia del significado de las revelaciones del evangelio, habla de dos llamas de una lámpara. Este par simétrico de llamas, alimentadas por el suministro de aceite contenido en un recipiente, es su ilustración de la sustancia del Padre y del Hijo. Es como si esa sustancia fuera algo separado de cada persona, como el aceite en la lámpara, que es distinto de las dos llamas, aunque dependen de él para su existencia; o como la mecha, de un solo material en todas partes y que arde en ambos extremos, que es distinta de las llamas, sin embargo las provee y las conecta entre sí. Todo esto es un mero engaño de la necedad humana, que ha confiado en sí misma, y no en Dios, para el conocimiento. Pero la verdadera fe afirma que Dios nació de Dios, como luz de luz, que se derrama sin disminuirse a sí misma, dando lo que tiene y teniendo lo que dio. Afirma que por su nacimiento él era lo que es (porque tal como es, así nació), y que su nacimiento fue el don de la vida existente (un don que no disminuyó el depósito del que fue tomado), y que los dos son uno (porque aquel de quien nació es como él mismo), y que aquel que nació no tiene otra fuente ni otra naturaleza (porque es luz de luz). Es para apartar la fe de los hombres de ésta, la verdadera doctrina, que esta linterna o lámpara de Hieracas se lanza a los dientes de aquellos que confiesan luz de luz. Como la frase ha sido utilizada en un sentido herético y condenada tanto ahora como en días anteriores, quieren persuadirnos de que no hay un sentido verdadero en el que pueda emplearse. Que la herejía abandone inmediatamente estos temores infundados y se abstenga de pretender ser el protector de la fe de la Iglesia a causa de una reputación de celo ganada tan deshonestamente. Porque no admitimos que nada corporal, nada inerte, tenga un lugar entre los atributos de Dios; todo lo que es Dios es Dios perfecto. En él no hay nada más que poder, vida, luz, bienaventuranza, espíritu. Esa naturaleza no contiene elementos insulsos, materiales; siendo inmutable, no tiene incongruencias en su interior. Dios, porque él es Dios, es inmutable, y el Dios inmutable engendró a Dios. Su vínculo de unión no es, como el de dos llamas, dos mechas de una lámpara, algo exterior a ellos mismos. El nacimiento del Hijo unigénito de Dios no es una prolongación en el espacio, sino un engendramiento; no una extensión, sino luz de luz. Porque la unidad de luz con luz es una unidad de naturaleza, no una continuación ininterrumpida.

E
Condena eclesial de las doctrinas heréticas

XIII

¡Qué maravilloso ejemplo de ingenio herético es éste! ¡No como si él hubiera existido previamente, y luego nacido, o creado de nuevo, para ser un Hijo! Dios, puesto que nació de Dios, ciertamente no nació de la nada ni de cosas inexistentes. Su nacimiento fue el de la naturaleza eternamente viviente. Sin embargo, aunque él es Dios, no es idéntico al Dios preexistente. En este sentido, el propio Dios nos enseñó cómo hablar, a la hora de confesar el nacimiento divino en el sentido revelado por Dios. En esta unidad de naturaleza en el Padre y en el Hijo, por tanto, es donde este misterio inefable del nacimiento viviente se hace entendible, y no en la locura de esa herejía que lucha por desterrar la creencia, cuando dice: "No como si él hubiera existido previamente, y luego naciera, o fuera creado de nuevo, para ser un Hijo". Ahora bien, ¿quién es lo suficientemente insensato como para suponer que el Padre dejó de ser él mismo; que la misma persona que había existido previamente nació después, o fue creada de nuevo, para ser el Hijo? ¿Que Dios desapareció, y que su desaparición fue seguida por una emergencia en el nacimiento, cuando, de hecho, ese nacimiento es evidencia de la existencia continua de su autor? ¿O quién es tan loco como para suponer que un Hijo puede venir a la existencia de otra manera que a través del nacimiento? ¿Quién tan falto de razón como para decir que el nacimiento de Dios resultó en algo diferente que el nacimiento de Dios? El Dios permanente no nació, sino que Dios nació del Dios permanente; la naturaleza otorgada en ese nacimiento fue la naturaleza misma del engendrador. Y Dios, por su nacimiento, que fue de Dios a Dios, recibió, porque el suyo fue un verdadero nacimiento, no cosas de nueva creación, sino cosas que eran y son posesión permanente de Dios. Por lo tanto, no es el Dios preexistente el que nació. Sin embargo, Dios nació y comenzó a existir a partir de y con las propiedades de Dios. Así, vemos cómo la herejía, a lo largo de este largo preludio, ha estado conduciendo traicioneramente a esta doctrina más blasfema. Su objetivo es negar al Dios unigénito, comenzando con lo que pretende ser una defensa de la verdad, y continuando con la afirmación de que Cristo no nace de Dios sino de la nada, y que su nacimiento se debe al consejo divino de creación de lo inexistente.

F
La herejía arriana, negadora de la coeternidad y consustancialidad del Hijo

XIV

Tras un intervalo diseñado para prepararnos para lo que viene, su herejía lanza este asalto: "Mientras que el Hijo, puesto fuera del tiempo, y creado y establecido antes de los mundos, no existía antes de nacer". Que este él no existía antes de nacer es una forma de palabras con la que la herejía se lisonjea de que obtiene dos fines: apoyo para su blasfemia, y una pantalla por si su doctrina es acusada. Un apoyo para su blasfemia, porque si él no existía antes de nacer, no puede ser de una naturaleza con su origen eterno (debe tener su comienzo de la nada, si no tiene poderes que sean coetáneos a su nacimiento). Y una pantalla para su herejía, porque si esta declaración es condenada, proporciona una respuesta inmediata (que el que existió no pudo nacer, pues siendo ya existente, no podría posiblemente venir a la existencia pasando por el proceso del nacimiento, porque el significado mismo del nacimiento es la entrada a la existencia del ser que nace). ¡Necio y blasfemo! ¿Quién sueña con el nacimiento en el caso de aquel que es el no nacido y eterno? ¿Cómo podemos pensar en Dios, quien es (Ex 3,14) naciendo, cuando nacer implica el proceso del nacimiento? Es el nacimiento de Dios el Unigénito de Dios su Padre lo que estás tratando de refutar, y era tu propósito escapar a la confesión de esa verdad por medio de esto: él no existía antes de nacer; la confesión de que Dios, de quien nació el Hijo de Dios, existió eternamente, y que es de su naturaleza permanente que Dios el Hijo obtiene su existencia a través del nacimiento. Si, entonces, el Hijo nace de Dios, debes confesar que su nacimiento es un nacimiento de esa naturaleza permanente; no un nacimiento del Dios preexistente, sino un nacimiento de Dios a partir de Dios preexistente.

XV

El celo ardiente de esta herejía es tal que no puede contenerse de estallar en ira. En su esfuerzo por demostrar, de conformidad con su afirmación de que él no existía antes de nacer, que el Hijo nació de lo inexistente (es decir, que no nació de Dios Padre para ser Dios Hijo, mediante un nacimiento verdadero y perfecto), termina su confesión elevándose en rabia y odio al grado más alto de blasfemia posible: "En cuanto a frases como de él, y del vientre, y salí del Padre y he venido, si se entienden como que el Padre extiende una parte y un desarrollo de esa única sustancia, entonces el Padre será de naturaleza compuesta y divisible, y cambiante y corpóreo, y el Dios incorpóreo estará sujeto a las propiedades de la materia". La defensa de la verdadera fe contra las falsedades de la herejía sería, en verdad, una tarea ardua y difícil si fuera necesario que siguiéramos los procesos del pensamiento hasta donde se han hundido en las profundidades de la impiedad. Afortunadamente para nuestro propósito, es la superficialidad del pensamiento lo que ha engendrado su afán por blasfemar. Por eso, si bien es fácil refutar la locura, es difícil enmendar al necio, porque no pensará en conclusiones correctas por sí mismo ni las aceptará cuando se las ofrezca otro. Sin embargo, confío en que quienes en una piadosa ignorancia, no en una locura voluntaria engendrada por la vanidad, están encadenados por el error, darán la bienvenida a la corrección, porque nuestra demostración de la verdad proporcionará una prueba convincente de que la herejía no es otra cosa que una locura.

G
La herejía arriana, contraria a la Escritura

XVI

Los herejes dicen en su irracionalidad, y todavía repiten hoy, ignorando que su sabiduría es un desafío a Dios: "En cuanto a frases como de él, y del vientre, y salí del Padre y he venido, ¿son estas frases, o no, palabras de Dios? Ciertamente son suyas, y son dichas por Dios acerca de sí mismo, por lo que estamos obligados a aceptarlas exactamente como fueron dichas". En cuanto a las frases mismas, y la fuerza precisa de cada una, hablaremos en el lugar apropiado. Por el momento, solo plantearé esta pregunta a la inteligencia de cada lector: Cuando vemos de sí mismo, ¿debemos tomarlo como equivalente a "de alguien más", o a "de la nada", o debemos aceptarlo como la verdad? No es "de alguien más", porque es de sí mismo (es decir, su divinidad no tiene otra fuente que Dios). No es "de la nada", porque es de sí mismo (una declaración de la naturaleza de la que es su nacimiento). No es "él mismo", sino de sí mismo (una declaración de que están relacionados como Padre e Hijo). Y luego, cuando se hace la revelación "desde el vientre", pregunto si podemos creer que él nació de la nada, cuando la verdad de su nacimiento está claramente indicada en términos tomados de las funciones corporales. No es porque él tenga miembros corporales que Dios registra la generación del Hijo en las palabras "te di a luz desde el vientre antes del lucero de la mañana". Él usa un lenguaje que ayuda a nuestra comprensión para asegurarnos que su Hijo unigénito nació inefablemente de su propia y verdadera deidad. Su propósito es educar las facultades de los hombres hasta el conocimiento de la fe, revistiendo las verdades divinas con palabras descriptivas de las circunstancias humanas. Así, cuando él dice "desde el vientre", nos está enseñando que su Unigénito nació en el sentido divino, y no llegó a existir por medio de la creación de la nada. Por último, cuando el Hijo dijo "salí del Padre y he venido", ¿dejó en duda si su divinidad provenía o no del Padre? Salió del Padre (es decir, tuvo un nacimiento), y el Padre, y ningún otro, le dio ese nacimiento. Él da testimonio que aquel de quien dice "haber salido" es el autor de su ser. La prueba e interpretación de todo esto se dará más adelante.

XVII

Veamos ahora qué fundamento tienen estos hombres para prohibir aceptar como verdaderas las palabras de Dios acerca de sí mismo, palabras cuya autenticidad no niegan. ¿Qué insulto más grave podría lanzar la necedad e insolencia humana contra la autorrevelación de Dios, que una condenación de ella, mostrada en corrección? Porque ni siquiera la duda y la crítica los satisfacen. ¿Qué más grave que esta manipulación y disputa profana de la naturaleza y el poder de Dios? ¿Que la presunción de decir que, si el Hijo es de Dios, entonces Dios es mutable y corpóreo, ya que ha extendido o desarrollado una parte de sí mismo para ser su Hijo? ¿De dónde este afán por demostrar la inmutabilidad de Dios? Confesamos el nacimiento, proclamamos al Unigénito, porque así nos lo ha enseñado Dios. Vosotros, para desterrar el nacimiento y el Unigénito de la fe de la Iglesia, nos enfrentáis a un Dios inmutable, incapaz, por su naturaleza, de prolongación o desarrollo. Podría citar ejemplos de nacimientos, incluso en naturalezas pertenecientes a este mundo, que refutarían esa miserable ilusión de que todo nacimiento debe ser una prolongación. Y podría ahorraros el error de que un ser puede llegar a existir sólo a costa de la pérdida de lo que lo engendra, pues hay muchos ejemplos de vida transmitida, sin relación corporal, de un ser vivo a otro. Pero sería impío tratar con evidencias, cuando Dios mismo ha hablado. Además, el mayor exceso de locura es negar su autoridad para darnos una fe, cuando nuestro culto es una confesión de que sólo él puede darnos la vida. Porque si la vida viene sólo por él, ¿no debe ser él el autor de la fe que es la condición de esa vida? Y si lo consideramos un testigo infiel acerca de sí mismo, ¿cómo podemos estar seguros de la vida que es su don?

H
La herejía arriana, partidaria de hacer de Cristo una criatura

XVIII

Vosotros, los más impíos de los herejes, atribuís el nacimiento del Hijo a un acto de la voluntad creadora, y decís que no nació de Dios, sino que fue creado y llegó a existir por elección del Creador. Y la unidad de la divinidad, tal como la interpretáis, no le permite ser Dios, pues, puesto que Dios sigue siendo uno, el Hijo no puede conservar su naturaleza original en el estado en que ha nacido. Ha sido dotado, por la creación, decís, de una sustancia diferente de la Divina, aunque, siendo en cierto sentido el Unigénito, es superior a las demás criaturas y obras de Dios. Decís que fue resucitado para que a su vez pudiera realizar la tarea que se le había encomendado de resucitar el mundo creado, pero también que su nacimiento no le confirió la naturaleza divina. Nació, según vosotros, en el sentido de que llegó a existir de la nada. Vosotros lo llamáis Hijo, pero no porque nació de Dios sino porque fue creado por Dios. Pues recordáis que Dios ha considerado también a los hombres santos dignos de este título, y consideráis que se le asigna al Hijo exactamente en el mismo sentido en que se dijeron las palabras "vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo", que lleva el nombre por condescendencia del dador, y no por derecho de naturaleza. Así, a vuestros ojos, él es Hijo por adopción, Dios por don del título, unigénito por gracia, primogénito en fecha, en todo sentido una criatura y en ningún sentido Dios. Además, sostenéis que su generación no fue un nacimiento de Dios, en el sentido natural, sino el comienzo de la vida de una sustancia creada.

I
La doctrina católica, defensora de la divinidad de Cristo

XIX

Ahora, Dios todopoderoso, debo pedirte en primer lugar que perdones mi exceso de indignación y me permitas dirigirme a ti. Y después, que me concedas, a mí, polvo y ceniza como soy, pero ligado a ti en leal devoción, libertad de expresión en este debate. Hubo un tiempo en que yo, pobre desgraciado, no existía; antes de que mi vida, mi conciencia y mi personalidad comenzaran a existir. Es a tu misericordia a quien debo mi vida, y no dudo de que tú, en tu bondad, me diste el nacimiento para mi bien, pues tú, que no tienes necesidad de mí, nunca hubieras hecho que el comienzo de mi vida fuera el comienzo del mal. Y luego, cuando me insuflaste el aliento de vida y me dotaste con el poder del pensamiento, me instruiste en el conocimiento de ti mismo, por medio de los volúmenes sagrados que nos diste a través de tus siervos Moisés y los profetas. De ellos aprendí tu revelación de que no debemos adorarte como a un Dios solitario. Pues sus páginas me enseñaron acerca de Dios, no diferente de ti en naturaleza, sino uno contigo en misteriosa unidad de sustancia. Aprendí que tú eres Dios en Dios, sin mezcla ni confusión, sino por tu misma naturaleza, ya que la divinidad que eres tú mismo habita en aquel que es de ti. Pero la verdadera doctrina del nacimiento perfecto reveló que tú, el habitado, y tú, el morador, no son una persona, sin embargo, habitas en aquel que es de ti. Las voces de los evangelistas y apóstoles repiten la lección, y las mismas palabras que salieron de la santa boca de tu Unigénito están registradas, contando cómo tu Hijo, el Dios unigénito de ti, el Dios ingénito, nació de la Virgen como hombre para cumplir el misterio de mi salvación; cómo tú habitas en él, en virtud de su verdadera generación de ti, y él en ti, debido a la naturaleza dada en su permanente nacimiento de ti.

XX

¿Qué es este atolladero de error en el que me has hundido? Porque todo esto lo he aprendido y lo he creído, y esta fe está tan arraigada en mi mente que no tengo ni el poder ni el deseo de cambiarla. ¿Por qué este engaño de un hombre infeliz, esta ruina de un pobre desgraciado en cuerpo y alma, engañándolo con falsedades acerca de ti? Después de que se dividió el Mar Rojo, el esplendor del rostro de Moisés, al descender del monte, me engañó. Había contemplado, en tu presencia, todos los misterios del cielo, y yo creí en sus palabras, dictadas por ti, acerca de ti. Y David, el hombre que fue hallado según tu corazón, me ha traicionado a la destrucción. Y Salomón, que fue considerado digno del don de la sabiduría divina. E Isaías, que vio al Señor Sabaot y profetizó. Y Jeremías, consagrado en el vientre, antes de ser formado, para ser el profeta de las naciones que serían desarraigadas y plantadas. Y Ezequiel, el testigo del misterio de la resurrección. Y Daniel, el hombre amado, que tenía conocimiento de los tiempos. Y toda la sagrada banda de los profetas. Y también Mateo, escogido para proclamar todo el misterio del evangelio, primero publicano y luego apóstol. Y Juan, amigo familiar del Señor, y por tanto digno de revelar los secretos más profundos del cielo. Y el bienaventurado Pedro, quien después de su confesión del misterio fue puesto para ser la piedra fundamental de la Iglesia, y recibió las llaves del reino de los cielos. Y todos sus compañeros que hablaron por el Espíritu Santo. Y Pablo, el vaso escogido, cambiado de perseguidor a apóstol, quien, como hombre vivo permaneció bajo el mar profundo y ascendió al tercer cielo (2Cor 11,25), quien estaba en el paraíso antes de su martirio, cuyo martirio fue la ofrenda perfecta de una fe impecable. Todos me han engañado.

XXI

Éstos son los hombres que me han enseñado las doctrinas que sostengo, y estoy tan profundamente impregnado de su enseñanza que ningún antídoto puede liberarme de su influencia. Perdóname, oh Dios todopoderoso, mi impotencia para cambiar, mi voluntad de morir en esta creencia. Estos propagadores de la blasfemia, así me parecen, son un producto de estos últimos tiempos, demasiado modernos para que me sirvan. Es demasiado tarde para que corrijan la fe que recibí de ti. Antes de haber oído sus nombres, había puesto mi confianza en ti, había recibido de ti la regeneración y me había convertido en tuyo, como lo soy todavía. Sé que tú eres omnipotente, y no espero que me reveles el misterio de ese nacimiento inefable que es secreto entre tú y tu Unigénito. Nada es imposible para ti, y no dudo de que al engendrar a tu Hijo ejerciste tu plena omnipotencia. Dudar de ello sería negar que tú eres omnipotente. Porque mi propio nacimiento me enseña que tú eres bueno, y por eso estoy seguro de que en el nacimiento de tu Unigénito no le escatimaste ningún bien. Creo que todo lo que es tuyo es suyo, y todo lo que es suyo es tuyo. La creación del mundo es evidencia suficiente para mí de que tú eres sabio; y estoy seguro de que tu sabiduría, que es como tú, debe haber sido engendrada de ti mismo. Y tú eres un solo Dios, en verdad, a mis ojos, y nunca creeré que en él, que es Dios de ti, haya algo que no sea tuyo. Júzgame en él, si es pecado en mí el que, por medio de tu Hijo, haya confiado demasiado en la ley, los profetas y los apóstoles.

J
La doctrina católica, defensora de la filiación divina de Cristo

XXII

Esta charla descabellada debe cesar, y la retórica de exponer la locura herética debe dar paso al trabajo pesado de formular argumentos. Así, confío en que aquellos de entre ellos que sean capaces de ser salvados pondrán sus ojos en la verdadera fe enseñada por los evangelistas y apóstoles, y reconocerán a aquel que es el verdadero Hijo de Dios, no por adopción sino por naturaleza. Porque el plan de nuestra respuesta debe ser el de probar primero que él es el Hijo de Dios, y por lo tanto plenamente dotado de esa naturaleza divina en cuya posesión consiste su filiación. Porque el objetivo principal de la herejía, que estamos considerando, es negar que nuestro Señor Jesucristo sea verdadero Dios y verdaderamente el Hijo de Dios. Muchas evidencias nos aseguran que nuestro Señor Jesucristo es, y se revela, como Dios unigénito y verdadero Hijo de Dios. Su Padre lo atestigua, él mismo lo afirma, los apóstoles lo proclaman, los fieles lo creen, los demonios lo confiesan, los judíos lo niegan, los paganos lo reconocieron en su pasión. El nombre de Dios le es dado en derecho de propiedad absoluta, no porque haya sido admitido al uso conjunto con otros del título. Toda obra y palabra de Cristo transciende el poder de aquellos que llevan el título de hijos. La lección más importante que aprendemos de todo lo más destacado de su vida es que él es el Hijo de Dios, y que no tiene el nombre de Hijo como un título compartido con una amplia compañía de amigos.

XXIII

No debilitaré la evidencia de esta verdad mezclando palabras mías. Oigamos al Padre, cuando se realizó el bautismo de Jesucristo, hablando acerca de su Unigénito, para salvarnos de ser engañados por su cuerpo visible y no reconocerlo como el Hijo. Sus palabras son: "Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia" (Mt 3,17). ¿Se presenta la verdad aquí con contornos oscuros? ¿Se hace la proclamación en tonos inciertos? La promesa del nacimiento virginal traída por el ángel del Espíritu Santo, la estrella guía de los magos, la reverencia que se le rindió en su cuna, la majestad atestiguada por el Bautista, de aquel que se dignó ser bautizado... todo esto se considera un testimonio insuficiente de su gloria. El Padre mismo habla desde el cielo, y sus palabras son: "Éste es mi Hijo". ¿Qué significa esta evidencia, no de títulos, sino de pronombres? Los títulos pueden añadirse a los nombres a voluntad, pero los pronombres son una indicación segura de las personas a las que se refieren. Así que aquí tenemos, en éste y mi, la más clara de las indicaciones. Nótese el verdadero significado y el propósito de las palabras "yo he engendrado hijos, y los he levantado" (Is 1,2), porque él mismo había engendrado esos hijos por división entre los gentiles, y del pueblo de su herencia. Mas para que no supongamos que el nombre Hijo fue dado como un título adicional a Dios el Unigénito, y para significar su parte por adopción en alguna herencia conjunta, su verdadera naturaleza se expresa por el pronombre que da el sentido indudable de propiedad: "mi Hijo". Te permitiré interpretar la palabra Hijo, si lo deseas, como significando que Cristo es uno de un número. Pero lo que dice el Padre es "éste es mi Hijo". Si, por otra parte, "éste es mi Hijo" es su designación peculiar, ¿por qué acusar al Padre, cuando afirma su propiedad, de hacer una afirmación infundada? Cuando dice "éste es mi Hijo", ¿no podríamos parafrasear su significado de esta manera: "Él ha dado a otros el título de hijos, pero él mismo es mi propio Hijo. Yo he dado el nombre a multitudes por adopción, pero este Hijo es mi propio Hijo". No busques a otro para que no pierdas tu fe en que éste es él. Con el gesto y la voz, por éste, y mi, e Hijo, te lo declaro. Y ahora, ¿qué excusa razonable queda para la falta de fe? Esto, y nada menos que esto, fue lo que proclamó la voz del Padre. Él quiso que no quedáramos en la ignorancia de la naturaleza de aquel que vino a ser bautizado. ¿Para qué? Para que pudiera cumplir toda justicia, para que por la voz de Dios pudiéramos reconocer como Hijo de Dios a aquel que se hizo visible como hombre, para realizar el misterio de nuestra salvación.

XXIV

Como la vida de los creyentes estaba en juego en la confesión de esta fe (pues no hay otro camino para la vida eterna que la certeza de que Jesucristo, el Dios unigénito, es el Hijo de Dios), los apóstoles oyeron una vez más la voz del cielo que repetía el mismo mensaje, para fortalecer esta creencia vivificante, cuya negación es la muerte. Cuando el Señor, revestido de esplendor, estaba de pie sobre la montaña, con Moisés y Elías a su lado, y las tres Columnas de las iglesias que habían sido elegidas como testigos de la verdad de la visión y de la voz, el Padre habló así desde el cielo: "Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia. Escuchadlo" (Mt 17,5). La gloria que vieron no fue suficiente testimonio de su majestad; la voz proclama: "Éste es mi Hijo". Los apóstoles no pueden enfrentarse a la gloria de Dios; los ojos mortales se oscurecen en su presencia. La confianza de Pedro, Santiago y Juan les falla, y están postrados de miedo. Pero esta solemne declaración, pronunciada desde el conocimiento del Padre, llega para su alivio. Él se revela como el verdadero Hijo de su Padre. Además, del testimonio de éste y mi (de su verdadera filiación) se pronuncian las palabras: "Escuchadlo". Es el testimonio del Padre desde el cielo, en confirmación del testimonio dado por el Hijo en la tierra; porque se nos ordena que lo escuchemos. Aunque este reconocimiento del Hijo por parte del Padre elimina toda duda, se nos ordena también que aceptemos la autorrevelación del Hijo. Cuando la voz del Padre nos ordena que mostremos nuestra obediencia escuchándolo, se nos ordena que depositemos una confianza absoluta en las palabras del Hijo. Por lo tanto, ya que el Padre ha manifestado su voluntad en este mensaje para que escuchemos al Hijo, escuchemos lo que el Hijo nos ha dicho acerca de sí mismo.

XXV

No puedo concebir a ningún hombre tan desprovisto de razón ordinaria como para reconocer en cada uno de los evangelios confesiones del Hijo de la humillación a la que se ha sometido al tomar un cuerpo sobre sí (como, por ejemplo, sus palabras: "Padre, glorifícame", y: "Verás al Hijo del hombre", y: "El Padre es mayor que yo", y: "Mi alma muy turbada", y: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" y muchas más, de las que hablaré a su debido tiempo) y sin embargo, frente a estas constantes expresiones de su humildad, acusarlo de presunción porque llama a Dios su Padre, como cuando dice: "Toda planta que mi Padre celestial no ha plantado será desarraigada", o: "Habéis hecho de la casa de mi Padre una casa de comercio". No puedo concebir a nadie lo suficientemente tonto como para considerar su afirmación, hecha constantemente, de que Dios es su Padre, no como la simple verdad sinceramente declarada a partir de un conocimiento cierto, sino como una afirmación audaz y sin fundamento. No podemos denunciar esta humildad constantemente profesada como una demanda insolente de los derechos de otro, una imposición de manos sobre lo que no es suyo, una apropiación de poderes que sólo Dios puede ejercer. Ni tampoco cuando se llama a sí mismo el Hijo, como en "Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él", y en: "¿Crees en el Hijo de Dios?". ¿Podemos acusarlo de lo que sería una presunción igual a la de llamar a Dios su Padre? Y ¿qué otra cosa es que tal acusación, si le permitimos a Jesucristo el nombre de Hijo solo por adopción? ¿No lo acusamos, cuando llama a Dios su Padre, de atreverse a hacer una afirmación sin fundamento? La voz del Padre desde el cielo dice: "Escuchadlo". Le oís decir "Padre, te doy gracias" (Jn 11,41), y ¿decís que blasfemó, porque dijo "soy Hijo de Dios"? Si no creéis en estos nombres, y supongo que significan lo que afirman, ¿cómo podéis confiar y entender? No se da ninguna pista de un significado alternativo. El Padre da testimonio desde el cielo: "Éste es mi Hijo". Y el Hijo, por su parte, habla de "la casa de mi Padre", y de "mi Padre". La confesión de ese nombre da salvación, sobre todo cuando se exige fe en la pregunta: "¿Crees en el Hijo de Dios?". El pronombre indica que el sustantivo que sigue pertenece al hablante. ¿Qué derecho tenéis vosotros, herejes, para suponer lo contrario? Porque contradecís tanto la palabra del Padre como la afirmación del Hijo; vacían el lenguaje de su significado y distorsionan las palabras de Dios en un sentido que no pueden soportar. Sobre vosotros sólo pesa la culpa de esta blasfemia descarada, al decir que Dios ha mentido acerca de sí mismo.

K
Los milagros de Cristo, evidencias de su divinidad

XXVI

Aunque nada más que una creencia sincera, de que estos nombres son verdaderamente significativos (cuando leemos "éste es mi Hijo" y "mi Padre"), y las palabras realmente indican personas (de quienes, y a quienes, fueron dichas), sin embargo, para que no se suponga que Hijo y Padre son títulos (uno meramente de adopción, el otro meramente de dignidad), veamos cuáles son los atributos atribuidos, por el Hijo mismo, a su nombre de Hijo. En efecto, él dice que "todas las cosas me son entregadas de mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar" (Mt 11,27). ¿Son las palabras de las que estamos hablando ("éste es mi Hijo" y "mi Padre") consistentes, o no, con "nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo"? Porque es solo por el testimonio mutuo que el Hijo puede ser conocido por medio del Padre, y el Padre por medio del Hijo. Oímos la voz del cielo, y también escuchamos las palabras del Hijo. Tenemos tan poca excusa para no conocer al Hijo como para no conocer al Padre. Además, "todas las cosas le son entregadas a él". De este todo no hay excepción, tanto si poseen un poder igual, como si comparten un conocimiento mutuo igual, u oculto para nosotros. Si estos nombres de Padre e Hijo expresan la relación entre ellos, entonces, pregunto: ¿No son en verdad lo que son en nombre, portadores de la misma omnipotencia, envueltos en el mismo misterio impenetrable? Dios no habla para engañar. La paternidad del Padre, la filiación del Hijo, son verdades literales. Y ahora aprenda cómo los hechos confirman las verdades que estos nombres revelan.

XXVII

El Hijo habla así: "Las obras que el Padre me dio para que cumpliera, y las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, y de que el Padre me ha enviado", y: "El Padre mismo que me envió, ha dado testimonio de mí" (Jn 5,36-37). Es decir, Dios el Unigénito prueba su filiación apelando no sólo al nombre, sino al poder, y las obras que él hace son evidencia de que ha sido enviado por el Padre. ¿Y cuál, pregunto yo, es el hecho que prueban estas obras? Éste mismo: que él fue enviado. El hecho de que él fue enviado se usa como prueba de su obediencia filial y de la autoridad de su Padre: porque las obras que él hace no podrían ser hechas por ningún otro que aquel que es enviado por el Padre. Sin embargo, la evidencia de sus obras no convence al incrédulo de que el Padre lo envió, por mucho que Jesucristo insista en que "el Padre que me envió ha dado testimonio de mí", y "vosotros no habéis oído su voz ni habéis visto su forma". ¿Cuál fue este testimonio del Padre acerca de él? Pasad las páginas de los evangelios y revisad su contenido. Y leednos otros testimonios dados por el Padre, además de éstos que ya hemos escuchado: "Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia", y: "Tú eres mi Hijo". Juan, que escuchó estas palabras, no las necesitaba, porque ya conocía la verdad. Fue para nuestra instrucción que el Padre habló. Pero esto no es todo. Juan en el desierto fue honrado con esta revelación; a los apóstoles no se les debía negar la misma seguridad. Les llegó en las mismas palabras, pero con un añadido que Juan no recibió. Había sido un profeta desde el vientre, y no necesitaba el mandamiento: "Escuchadlo". Sí, lo escucharé, y no escucharé a nadie más que a él y a su apóstol, quienes escucharon para mi instrucción. Aunque los libros no contenían ningún otro testimonio, dado por el Padre al Hijo, que el de que él es el Hijo, tengo, para confirmación de la verdad, la evidencia de las obras de su Padre que él hace. ¿Qué es esta calumnia moderna de que su nombre es un regalo por adopción, su divinidad una mentira, sus títulos una pretensión? Tenemos el testimonio del Padre de su filiación; por obras, iguales a las del Padre, el Hijo da testimonio de su propia igualdad con el Padre. ¿Por qué tanta ceguera ante su obvia posesión de la verdadera filiación que él tanto reclama como exhibe? No es por la bondad condescendiente de parte de Dios. El Padre es el que da a Cristo el nombre de Hijo, no por su santidad, como muchos lo han ganado soportando la dureza de la confesión de la fe. Esta filiación no es por derecho, sino por un favor digno de él mismo, que Dios concede el título. Pero lo que se indica con éste, y mi, y escuchadlo, es de una naturaleza diferente a lo otro. Es la verdadera, real y genuina filiación.

L
La divinidad de Cristo, afirmada por el evangelio

XXVIII

En verdad, el Hijo nunca se atribuye a sí mismo una pretensión inferior a la contenida en esta designación que le dio su Padre. Las palabras del Padre "éste es mi Hijo" revelan su naturaleza, y "escuchadle" es una llamada a escuchar el misterio y la fe que él bajó del cielo a traer, y a aprender que, si queremos ser salvos, nuestra confesión debe ser una copia de su enseñanza. De la misma manera, el Hijo mismo nos enseña, con palabras suyas, que él verdaderamente nació y verdaderamente vino: "Ni a mí me conocéis, ni sabéis de dónde soy, porque no he venido de mí mismo, sino que el que me envió es verdadero. A quien vosotros no conocéis, yo le conozco, porque de él soy y él me ha enviado" (Jn 7,28-29). Nadie conoce al Padre; el Hijo nos asegura esto a menudo. La razón por la que dice que nadie le conoce sino él mismo es que él es del Padre. ¿Es esto, pregunto, el resultado de un acto de creación, o de un nacimiento genuino, que él proviene de él? Si es un acto de creación, entonces todas las cosas creadas son de Dios. ¿Cómo es entonces que ninguna de ellas conoce al Padre, cuando el Hijo dice que la razón por la que tiene este conocimiento es porque él proviene de él? Si él es creado, no nacido, observaremos en él una semejanza con otros seres que son de Dios. Y dado que, en esta suposición, todos son de Dios, ¿por qué no es él tan ignorante del Padre como los demás? Pero si este conocimiento del Padre es peculiar de él, que es del Padre, ¿no debe ser también peculiar de él esta circunstancia, el ser del Padre? Es decir, ¿no debe ser él el verdadero Hijo nacido de la naturaleza de Dios? Porque la razón por la que sólo él conoce a Dios es porque sólo él es de Dios. Observas, entonces, un conocimiento, que es peculiar de él, resultante de un nacimiento que también es peculiar de él. Reconoces que no es por un acto de poder creador, sino por un verdadero nacimiento, que él proviene del Padre; y que por eso sólo él conoce al Padre, quien es desconocido para todos los demás seres que provienen de él.

XXIX

Tras lo cual, inmediatamente añade: "Yo soy de él, y él me ha enviado", para excluir la herejía de la suposición violenta de que su ser de Dios data del tiempo de su advenimiento. La revelación evangélica del misterio procede en una secuencia lógica, en que primero nace y luego es enviado. De manera similar, en la declaración anterior, se nos habló de la ignorancia, primero en cuanto a quién es él, y luego en cuanto a de dónde viene. Porque las palabras "yo soy de él, y él me ha enviado" contienen dos afirmaciones separadas, como también las palabras "no me conocéis, ni sabéis de dónde soy". Todo hombre nace en la carne; sin embargo, ¿no hace la conciencia universal que todo hombre provenga de Dios? ¿Cómo puede entonces Cristo afirmar que él, o la fuente de su ser, son desconocidos? Sólo puede hacerlo asignando su filiación inmediata al autor último de la existencia; y, cuando ha hecho esto, puede demostrar su ignorancia de Dios por su ignorancia del hecho de que él es el Hijo de Dios. Que las víctimas de este miserable engaño reflexionen sobre las palabras "no me conocéis, ni sabéis de dónde vengo". Porque ellos argumentan que todo procede de la nada, y no admiten excepción alguna. Incluso se atreven a representar erróneamente a Dios el Unigénito como si hubiera surgido de la nada. ¿Cómo podemos explicar esta ignorancia de Cristo y del origen de Cristo por parte de los blasfemos? El hecho mismo de que, como dice la Escritura, no sepan de dónde viene, es una indicación de ese origen incognoscible del que surge. Si podemos decir de una cosa que surgió de la nada, entonces no ignoramos su origen, y sabemos que fue hecha de la nada, y esto es un dato de conocimiento definitivo. Ahora bien, aquel que vino no es el autor de su propio ser; pero aquel que lo envió es verdadero, a quien los blasfemos no conocen. Fue él quien lo envió; y ellos no saben que él fue el enviador. Así, el enviado proviene del enviador, de aquel a quien no conocen como su autor. La razón por la cual no saben quién es Cristo, es que no saben de quién es. Nadie puede confesar al Hijo si niega que nació, y nadie puede entender que nació si ha formado la opinión de que proviene de la nada. En verdad, está tan lejos de haber sido hecho de la nada, que los herejes no pueden decir de dónde proviene.

XXX

Son ignorantes los que separan el nombre divino de la naturaleza divina. Son ignorantes y contentos con ser ignorantes. Por eso, que escuchen la reprensión que el Hijo inflige a los incrédulos por su falta de este conocimiento, cuando los judíos dijeron que Dios era su Padre: "Si Dios fuera vuestro Padre, ciertamente me amaríais, porque yo salí de Dios y he venido. Porque yo no he venido de mí mismo, sino que él me envió" (Jn 8,42). El Hijo de Dios no tiene aquí ninguna palabra de censura para la devota confianza de aquellos que combinan la confesión de que él es verdadero Dios, el Hijo de Dios, con su propia afirmación de ser hijos de Dios. Lo que está censurando es la insolencia de los judíos al atreverse a reclamar a Dios como su Padre, cuando mientras tanto no lo amaban a él, el Hijo: "Si Dios fuera vuestro Padre, seguramente me amaríais; porque yo salí de Dios". Todos los que tienen a Dios por Padre por la fe, lo tienen por Padre por la misma fe por la que confesamos que Jesucristo es el Hijo de Dios. Pero confesar que él es el Hijo en un sentido que abarca a toda la compañía de los santos. Decir, en efecto, que él es uno de los hijos de Dios, ¿qué tiene de fe? ¿No son todos los demás, aunque sean débiles seres creados, en ese sentido hijos? ¿En qué consiste la eminencia de una fe que ha confesado que Jesucristo es el Hijo de Dios, si él, como uno de una multitud de hijos, tiene solo el nombre, y no la naturaleza del Hijo? Esta incredulidad no tiene amor por Cristo; es una burla de la fe que estos pervertidores de la verdad afirmen que Dios es su Padre. Si él fuera su Padre, amarían a Cristo porque había salido de Dios. Mas ahora debo preguntar el significado de este salir de Dios. Su salida es obviamente diferente de su venida, pues las dos se mencionan juntas en este pasaje: "Salí de Dios y he venido". Para dilucidar los significados separados de "salí de Dios" y "he venido", él inmediatamente añade: "Ni he venido de mí mismo, sino que él me envió". Nos dice que él no es la fuente de su propia existencia en las palabras "ni yo he venido de mí mismo". En ellas nos dice que él ha procedido una segunda vez de Dios, y ha sido enviado por él. Pero cuando nos dice que aquellos que llaman a Dios su Padre deben amarlo a él porque ha salido de Dios. De esta manera, él hace de su nacimiento la razón de su amor. Salió nos retrotrae nuestros pensamientos al nacimiento incorpóreo, porque es por amor a Cristo (quien nació de él) por lo que debemos ganar el derecho de reclamar devotamente a Dios como nuestro Padre. Además, cuando el Hijo dice "el que me odia, odia también a mi Padre" (Jn 15,23), este es la afirmación de una relación con el Padre que no es compartida por nadie. Por otro lado, él condena al hombre que reclama a Dios como su Padre, y no ama al Hijo (como usando una libertad injusta con el nombre del Padre), pues quien odia al Hijo debe odiar también al Padre, y nadie puede ser devoto del Padre si no ama al Hijo. La única razón que él da para amar al Hijo es su origen del Padre. El Hijo, por tanto, proviene del Padre, mas no por su advenimiento sino por su nacimiento, y el amor al Padre sólo es posible para aquellos que creen que el Hijo proviene de él.

M
La filiación divina de Cristo, afirmada por los apóstoles

XXXI

De esto dan testimonio las palabras del Señor: "No os diré que rogaré al Padre por vosotros, porque el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado, y creéis que salí de Dios, y del Padre he venido a este mundo" (Jn 16,26-28). Una fe completa en el Hijo, que acepta y ama la verdad de que salió de Dios, tiene acceso al Padre sin necesidad de su intervención. La confesión de que el Hijo nació y fue enviado por Dios le gana audiencia directa y amor de él. Por eso, el relato de su nacimiento y venida debe tomarse en el sentido más estricto y literal. "Salí de Dios", dice Jesús, dando a entender que su naturaleza es exactamente la que le fue dada por su nacimiento. De hecho, ¿qué ser sino Dios podría salir de Dios, y entrar en la existencia por nacimiento de él? Tras lo cual, continúa diciendo Jesús: "Y he venido del Padre a este mundo". Para asegurarnos que esta salida de Dios significa el nacimiento del Padre, nos dice que vino del Padre a este mundo. La última declaración se refiere a su encarnación, la primera a su naturaleza. Además, el hecho de que primero haya dejado constancia de su salida de Dios, y luego de su venida del Padre, nos prohíbe identificar la ida con la venida. Venir del Padre y salir de Dios no son sinónimos, sino que podrían parafrasearse como nacimiento y presencia, y son tan diferentes en significado como estos. Una cosa es haber salido de Dios y haber entrado por nacimiento en una existencia sustancial; otra es haber venido del Padre a este mundo para cumplir los misterios de nuestra salvación.

XXXII

En el orden de nuestra defensa, tal como lo he dispuesto en mi mente, éste ha parecido el lugar más conveniente para probar que, en tercer lugar, los apóstoles creyeron que nuestro Señor Jesucristo era el Hijo de Dios, y no sólo de nombre sino en naturaleza, y no por adopción sino por nacimiento. Es cierto que quedan sin mencionar muchas y muy importantes palabras de Dios el Unigénito acerca de sí mismo, en las que la verdad de su nacimiento divino se expone tan claramente que acallará cualquier susurro de objeción. Sin embargo, como no sería prudente cargar la mente del lector con una acumulación de evidencia, y ya se han dado pruebas amplias de la autenticidad de su nacimiento, retendré el resto de sus declaraciones para etapas posteriores de nuestra investigación. Porque hemos dispuesto el curso de nuestro argumento de tal manera que ahora, después de escuchar el testimonio del Padre y la autorrevelación del Hijo, debemos ser instruidos ahora por la fe de los apóstoles sobre el verdaderamente nacido Hijo de Dios. Debemos ver si podrían encontrar en las palabras del Señor ("salí de Dios") algún otro significado que éste: que hubo en él un nacimiento de la naturaleza divina.

XXXIII

Tras muchas palabras oscuras, dichas en parábolas por aquel a quien ya conocían como el Cristo anunciado por Moisés y los profetas, a quien Natanael había confesado como Hijo de Dios y Rey de Israel, Jesús reprocha a Felipe su pregunta sobre el Padre, por no percibir, por las obras que hacía, que el Padre estaba en él y él en el Padre. En efecto, aunque ya les había enseñado muchas veces que él "había sido enviado del Padre", no fue hasta que le oyeron afirmar que "había salido de Dios" que confesaron, con las palabras que siguen inmediatamente en el evangelio, en que sus discípulos le dijeron: "Ahora hablas claramente y no dices proverbios. Ahora, pues, estamos seguros de que lo sabes todo, y no necesitas que nadie te pregunte; por esto creemos que has salido de Dios" (Jn 16,29-30). ¿Qué había de maravilloso en esta forma de palabras, "salí de Dios", que había usado Jesús? ¿Habéis visto, oh hombres santos y benditos, obras tan grandes y divinas, realizadas por nuestro Señor Jesucristo, y todavía profesáis que no fue hasta que él os dijo que "había salido de Dios" que alcanzasteis el conocimiento de la verdad? Porque vísteis el agua en las bodas convertida en vino de bodas, con una naturaleza convirtiéndose en otra naturaleza (ya fuera por cambio, por desarrollo o por creación). Y vuestras manos habían partido los cinco panes en una comida para esa gran multitud, y cuando todos estuvieron satisfechos, descubrísteis que se necesitaban doce canastas para contener los fragmentos de los panes, y que una pequeña cantidad de materia (en el proceso de aliviar el hambre) se había multiplicado en una gran cantidad de materia de la misma naturaleza. Y habíais visto manos marchitas recobrar su flexibilidad, lenguas de mudos desatadas para hablar, pies de cojos acelerados para correr, ojos de ciegos dotados de visión, y vida devuelta a muertos. Lázaro, que ya apestaba, se había levantado al oír una palabra, fue llamado de la tumba y salió instantáneamente, sin pausa entre la palabra y su cumplimiento. Estuvo de pie ante vosotros un hombre vivo, mientras el aire todavía llevaba el olor de la muerte a vuestras narices. No hablo de otros esfuerzos de sus poderosos, sus poderes divinos. Y a pesar de todo esto, ¿es sólo después de que le oísteis decir "salí de Dios" que comprendisteis quién es él, y que él había sido enviado desde el cielo? ¿Es ésta la primera vez que se os ha dicho la verdad sin un proverbio? ¿La primera vez que los poderes de su naturaleza os hicieron manifiesto que él salió de Dios? Y esto ¿a pesar de su silencioso escrutinio de los propósitos de vuestra voluntad, de su necesidad de no preguntaros nada como si fuese ignorante, de su conocimiento universal? Porque todas estas cosas, hechas en el poder y en la naturaleza de Dios, son evidencia de que él debe haber salido de Dios.

XXXIV

Los apóstoles no entendieron con esto que él había salido, en el sentido de haber sido enviado, de Dios. Porque a menudo le habían oído confesar, en sus discursos anteriores, que había sido enviado; pero lo que oyen ahora es la declaración expresa de que él había salido de Dios. Esto les abre los ojos para percibir a partir de sus obras su naturaleza divina. El hecho de que él había salido de Dios les aclara su verdadera divinidad, y por eso dicen: "Ahora, pues, estamos seguros de que tú sabes todas las cosas, y no necesitas que nadie te pregunte; por esto creemos que tú saliste de Dios". La razón por la que creen que él salió de Dios es que él puede y hace las obras de Dios. Su perfecta seguridad de su naturaleza divina es el resultado de su conocimiento, no de que él ha venido de Dios, sino de que él salió de Dios. En consecuencia, encontramos que es esta verdad, ahora escuchada por primera vez, la que afianza su fe. El Señor había hecho dos declaraciones: "salí de Dios" y "he venido del Padre a este mundo". Una de estas palabras ("he venido del Padre a este mundo") la habían oído muchas veces, y no les causó sorpresa. Pero su respuesta demuestra que ahora creen y comprenden la otra ("he salido de Dios"). Su respuesta ("en esto creemos que has salido de Dios") es una respuesta a ella, y sólo a ella, pues no añaden "y has venido del Padre a este mundo". La primera afirmación es recibida con una declaración de fe, mientras la otra se pasa por alto en silencio. La confesión les fue arrancada por la presentación repentina de una nueva verdad, que convenció a su razón y los obligó a confesar su certeza. Ya sabían que él, como Dios, podía hacer todas las cosas, mas su nacimiento, que explicaba esa omnipotencia, no había sido revelado. Sabían que "había sido enviado por Dios", pero no sabían que "había salido de Dios". Ahora, finalmente, enseñados por estas palabras a comprender el inefable y perfecto nacimiento del Hijo, confiesan que les había hablado sin proverbio.

XXXV

Dios no nace de Dios por el proceso ordinario de un parto humano, pues esto no consiste en surgir un ser de otro por el ejercicio de las fuerzas naturales. Ese nacimiento es puro, perfecto e inmaculado. De hecho, debemos llamarlo más bien un proceder hacia fuera que un nacimiento. ¿Por qué? Porque consiste en uno a partir de uno (sin partición, ni retirada, ni disminución, ni eflujo, ni extensión, ni sufrimiento de cambio), y el nacimiento de la naturaleza viva de la naturaleza viva. Consiste en Dios saliendo de Dios, y no en una criatura elegida para llevar el nombre de Dios. Su existencia no tuvo su comienzo de la nada, sino que salió del Eterno, y este salir se llama nacimiento y no comienzo. En efecto, el proceder de Dios a partir de Dios es algo completamente diferente del surgimiento de una nueva sustancia. Aunque nuestra comprensión de esta verdad, que es inefable, no puede definirse con palabras, sin embargo, la enseñanza del Hijo, al revelarnos que salió de Dios, le imparte la certeza de una fe segura.

N
La filiación divina de Cristo, afirmada por Pedro

XXXVI

La creencia herética, de que el Hijo de Dios es Hijo sólo de nombre y no de naturaleza, no pertenece la fe de los evangelios y de los apóstoles. De hecho, si dicha realidad fuese un mero título, al que sólo puede aspirar Cristo por adopción, y no fuese Hijo por haber procedido de Dios, ¿de dónde salió la confesión de Pedro, cuando le dijo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16)? ¿Por haber compartido con toda la humanidad el poder de nacer como uno de los hijos de Dios mediante el sacramento de la regeneración? Si Cristo es el Hijo de Dios sólo de esta manera titular, ¿cuál fue la revelación hecha a Pedro, no por carne y sangre, sino por el Padre celestial? ¿Qué alabanza podía merecer por hacer una declaración que era de aplicación universal? ¿Qué crédito se le debía por afirmar un hecho de conocimiento general? Si es Hijo por adopción, ¿en qué consiste la bienaventuranza de la confesión de Pedro, que ofrecía un tributo al Hijo al que no tenía más derecho que cualquier miembro de la compañía de los santos? La fe del apóstol penetra en una región cerrada al razonamiento humano. Sin duda, Pedro había oído a menudo "el que a vosotros os recibe, a mí me recibe, y el que me recibe a mí, recibe al que me envió" (Mt 10,40). Por tanto, sabía bien que Cristo había sido enviado, y había oído a aquel a quien sabía que había sido enviado, hacer la siguiente declaración: "Todas las cosas me son entregadas por el Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el Hijo". ¿Cuál es, pues, esta verdad que el Padre ahora revela a Pedro, que recibe la alabanza de una bendita confesión? No puede haber sido que los términos Padre e Hijo fueran nuevos para Pedro, sino que los había oído a menudo. Sin embargo, pronuncia palabras que la lengua humana nunca había pronunciado antes: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo". Porque aunque Cristo, mientras habitaba en el cuerpo, había confesado ser el Hijo de Dios, ahora, por primera vez, la fe del apóstol había reconocido en él la presencia de la naturaleza divina. Pedro es alabado no sólo por su tributo de adoración, sino por su reconocimiento de la verdad misteriosa, y por confesar no sólo a Cristo sino a Cristo el Hijo de Dios. Claramente, hubiera bastado para mostrar reverencia el haber dicho "tú eres el Cristo", y nada más. Pero hubiera sido una confesión hueca si Pedro sólo lo hubiera aclamado como Cristo, sin confesar que era el Hijo de Dios. Así, sus palabras "tú eres" declaran que lo que se afirma de él es estricta y exactamente cierto con respecto a su naturaleza. A continuación, la expresión del Padre ("éste es mi Hijo") había revelado a Pedro lo que debía confesar ("tú eres el Hijo de Dios"), porque en las palabras "éste es", Dios el Revelador lo señala, y la respuesta "tú eres" es la bienvenida del creyente a la verdad. Ésta es la roca de la confesión sobre la que se construye la Iglesia. Pero las facultades perceptivas de la carne y la sangre no pueden alcanzar el reconocimiento y la confesión de esta verdad. Es un misterio, divinamente revelado, que Cristo no sólo debe ser nombrado, sino creído, el Hijo de Dios. ¿Fue sólo el nombre divino, no fue más bien la naturaleza divina lo que se reveló a Pedro? Si se trataba del nombre, lo había oído muchas veces del Señor, proclamándose Hijo de Dios. ¿Qué honor nuevo, entonces, merecía Pedro? El haber revelado su naturaleza, pues revelar su nombre lo había hecho ya muchas veces.

XXXVII

Esta fe es el fundamento de la Iglesia, y por ella las puertas del infierno no pueden prevalecer contra ella. Esta es la fe que tiene las llaves del reino de los cielos. Todo lo que esta fe haya desatado o atado en la tierra será desatado o atado en el cielo. Esta fe es el don del Padre por revelación; incluso el conocimiento de que no debemos imaginar un falso Cristo, una criatura hecha de la nada, sino que debemos confesarle como el Hijo de Dios, verdaderamente poseedor de la naturaleza divina. ¡Qué locura blasfema y qué necedad lastimosa es la que no quiere prestar atención a la venerable edad y fe de ese bendito mártir, el mismo Pedro, por quien se oró al Padre para que su fe no desfalleciera en la tentación! ¿Quién repitió dos veces la declaración de amor a Dios que se le exigía, y se entristeció de que se le pusiera a prueba por una tercera renovación de la pregunta, como si se tratara de una devoción dudosa y vacilante, y luego, porque esta tercera prueba lo había limpiado de sus debilidades, tuvo la recompensa de escuchar la orden del Señor "apacienta mis ovejas", repetida por tercera vez? ¿Quién, cuando todos los apóstoles estaban en silencio, fue el único que reconoció por la revelación del Padre al Hijo de Dios, y ganó la preeminencia de una gloria más allá del alcance de la fragilidad humana por su confesión de su bienaventurada fe? ¿A qué conclusiones nos obliga el estudio de sus palabras? Él confesó que Cristo es el Hijo de Dios, mientras que tú, obispo mentiroso del nuevo apostolado, nos impones tu noción moderna de que Cristo es una criatura, hecha de la nada. ¿Qué violencia es ésta, que desvirtúa tanto las gloriosas palabras? La razón misma por la que es bendecido es que confesó al Hijo de Dios. Ésta es la revelación del Padre, éste es el fundamento de la Iglesia, ésta es la seguridad de su permanencia. Por eso tiene las llaves del reino de los cielos, por eso el juicio en el cielo y el juicio en la tierra. Por medio de la revelación, Pedro aprendió el misterio escondido desde el principio del mundo, proclamó la fe, publicó la naturaleza divina, confesó al Hijo de Dios. Quien negara todo esto, y quiera reconocer la verdad y confesar a Cristo como criatura, debe negar primero el apostolado de Pedro, su fe, su bienaventuranza, su episcopado, su martirio. Y cuando haya hecho todo esto, debe saber que se ha separado de Cristo; porque fue confesándolo como Pedro ganó estas glorias.

XXXVIII

¿Crees, miserable hereje de hoy, que Pedro hubiera sido más bienaventurado ahora si hubiera dicho: Tú eres Cristo, la criatura perfecta de Dios, obra suya, aunque superior a todas sus otras obras. Tu comienzo fue de la nada, y por la bondad de Dios, que es el único bueno, se te ha dado el nombre de Hijo por adopción, aunque en realidad no hayas nacido de Dios? ¿Qué respuesta, crees, se habría dado a tales palabras, cuando el mismo Pedro, al responderle al anuncio de la pasión "lejos de ti, Señor, esto no sucederá", fue reprendido con: "Quítate de delante de mí, Satanás, eres un escándalo para mí" (Mt 16,22-23)? Sin embargo, Pedro podía alegar su ignorancia humana para atenuar su culpa, porque todavía el Padre no había revelado todo el misterio de la pasión. Sin embargo, la mera falta de fe fue castigada con esta severa condena. Ahora bien, ¿por qué el Padre no le reveló a Pedro vuestra verdadera confesión, esta fe en una criatura adoptada? Me imagino que Dios debe haberle escatimado el conocimiento de la verdad, que él quiso posponer para una época posterior, y guardarla como una novedad para vuestros predicadores modernos. Sí, podéis tener un cambio de fe, si se cambian las llaves del cielo. Podéis tener un cambio de fe, si hay un cambio en esa Iglesia contra la cual las puertas del infierno no prevalecerán. Podéis tener un cambio de fe, si hay un nuevo apostolado, atando y desatando en el cielo lo que ha atado y desatado en la tierra. Podéis tener un cambio de fe, si se predica otro Cristo, el Hijo de Dios, además del Cristo verdadero. Pero si esa fe que confiesa a Cristo como el Hijo de Dios, y esa fe solamente, recibió en la persona de Pedro todas las bendiciones acumuladas, entonces forzosamente la fe que lo proclama como una criatura, hecha de la nada, no tiene las llaves de la Iglesia y es ajena a la fe y al poder apostólicos. No es la fe de la Iglesia ni es la fe de Cristo.

O
La filiación divina de Cristo, afirmada por Juan

XXXIX

Citemos, por tanto, todos los ejemplos de la declaración de fe hecha por un apóstol. Todos ellos, cuando confiesan al Hijo de Dios, lo confiesan no como Hijo nominal y adoptivo, sino como Hijo por posesión de la naturaleza divina. Nunca lo degradan al nivel de una criatura, sino que le asignan el esplendor de un verdadero nacimiento de Dios. Háblenos Juan, mientras espera, tal como está, la venida del Señor; Juan, que fue dejado atrás y designado para un destino escondido en el consejo de Dios, porque no se le dice que "no morirá", sino solo que permanecerá. Háblenos con su propia voz familiar: "Nadie ha visto a Dios jamás, sino el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre" (Jn 1,18). Le parecía que el nombre de Hijo no exponía con suficiente distinción su verdadera divinidad, a menos que diera un apoyo externo a la peculiar majestad de Cristo indicando la diferencia entre él y todos los demás. Por eso no sólo lo llama Hijo, sino que además añade la designación de Unigénito, y de este modo elimina el último apoyo de esta adopción imaginaria, pues el hecho de que él sea Unigénito es una prueba positiva de su derecho al nombre de Hijo.

XL

Dejo para un lugar más apropiado la consideración de las palabras que está en el seno del Padre, porque mi presente investigación se centra en el sentido de Unigénito, y en la exigencia que ese sentido puede hacernos. Veamos así, pues, si la palabra significa, como tú afirmas, una criatura perfecta de Dios, y que Unigénito es equivalente a perfecto, e Hijo un sinónimo de criatura. Porque cuando Juan describió al Hijo unigénito, lo hizo como Dios, no como una criatura perfecta. Sus palabras "que está en el seno del Padre" muestran que él anticipó estas designaciones blasfemas. De hecho, él mismo había oído a su Señor decir: "De tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no perezca, sino que tenga vida eterna". Dios, que amó al mundo, dio a su Hijo unigénito como una muestra manifiesta de su amor. Si la evidencia de su amor es ésta: que dio una criatura a las criaturas, dio un ser mundano en nombre del mundo, concedió a alguien resucitado de la nada para la redención de objetos igualmente resucitados de la nada, este sacrificio barato y mezquino es una pobre garantía de su favor hacia nosotros. Los regalos de precio son la evidencia del afecto: la grandeza de la entrega de la grandeza del amor. Dios, que "amó al mundo", no dio un Hijo adoptivo, sino a su propio Hijo, su Unigénito. Aquí está el interés personal, la verdadera filiación, la sinceridad; no la creación, ni la adopción, ni la simulación. Aquí está la prueba de su amor y afecto: que dio a su propio Hijo, su Unigénito.

XLI

No apelo ahora a ninguno de los títulos que se dan al Hijo, pues no hay pérdida en la demora cuando es el resultado de una abundancia embarazosa de elección. Mi argumento actual es que un resultado exitoso implica una causa suficiente, y que algún motivo claro y convincente debe estar detrás de cada actuación eficaz. El propio evangelista nos dice que se ha visto obligado a revelar dicho motivo por escrito, así que veamos cuál es el propósito que confiesa: "Estas cosas se escribieron para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios" (Jn 20,31). La única razón que alega para escribir su evangelio es que todos puedan creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios. Si es suficiente para la salvación creer que él es el Cristo, ¿por qué añade el Hijo de Dios? Pero si la verdadera fe no es nada menos que la creencia de que Cristo no es simplemente Cristo, sino Cristo el Hijo de Dios, entonces seguramente el nombre de Hijo no se agrega a Cristo como un apéndice habitual debido a la adopción, ya que es esencial para la salvación. Si la salvación, pues, consiste en la confesión del nombre, ¿no debe el nombre expresar la verdad? Y si el nombre expresa la verdad, ¿con qué autoridad puede él ser llamado criatura? No es la confesión de una criatura, sino la confesión del Hijo, la que nos dará la salvación.

XLII

Creer que Jesucristo es el Hijo de Dios, pues, es la verdadera salvación, es el culto aceptable de una fe no fingida. Porque no tenemos amor en nosotros hacia Dios Padre sino por la fe en el Hijo. Escuchémosle hablarnos en las palabras de la epístola: "Todo aquel que ama al Padre ama al que ha nacido de él" (1Jn 5,1). ¿Qué significa, pregunto, nacer de él? ¿Puede significar, acaso, ser creado por él? ¿Miente el evangelista al decir que nació de Dios, mientras que el hereje enseña con más razón que fue creado? Escuchemos todos el verdadero carácter de este maestro de herejía, del que está escrito: "El que niega al Padre y al Hijo es el Anticristo". ¿Qué harás ahora, campeón de la criatura, inventador de un nuevo Cristo de la nada? Escucha el título que te espera, si persistes en tu afirmación. ¿O crees que tal vez puedas describir al Padre y al Hijo como Creador y criatura, y sin embargo, por una ingeniosa ambigüedad del lenguaje, evitar ser reconocido como anticristo? Si tu confesión incluye un Padre en el verdadero sentido, y un Hijo en el verdadero sentido, entonces soy un calumniador, que te ataca con un título de infamia que no has merecido. Pero si en tu confesión todos los atributos de Cristo son espurios y nominales, y no los suyos, entonces aprende del apóstol la descripción correcta de una fe como la tuya; y escucha cuál es la verdadera fe que cree en el Hijo. Las palabras que siguen son estas: "El que niega al Hijo, niega al Padre; el que confiesa al Hijo tiene tanto al Hijo como al Padre". El que niega al Hijo está destituido del Padre; el que confiesa y tiene al Hijo tiene también al Padre. ¿Qué lugar hay aquí para nombres adoptivos? ¿No habla cada palabra de la naturaleza divina? Aprende cuán completamente está presente esa naturaleza.

XLIII

Juan habla así: "Sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y se encarnó por nosotros, y sufrió, y resucitó de entre los muertos, y nos tomó para sí, y nos dio un buen entendimiento para que conozcamos al que es verdadero, y estemos en su verdadero Hijo Jesucristo". En definitiva, nos dice que él es el Verdadero, y la vida eterna y nuestra resurrección. Por tu parte, tú eres sabiduría condenada a un fin malo, vacía del Espíritu de Dios, destinada a poseer el espíritu y el nombre del Anticristo, ciega a la verdad de que el Hijo de Dios vino a cumplir el misterio de nuestra salvación, e indigna en esa ceguera de percibir la luz de ese conocimiento soberano. Porque esta sabiduría tuya afirma que Jesucristo no es un verdadero Hijo de Dios, sino una criatura suya, que lleva el nombre divino por adopción. ¿En qué oscuro oráculo de conocimiento oculto aprendiste este secreto? ¿A qué investigación debemos tu gran descubrimiento del día? ¿Fuiste tú el que yacía en el seno del Señor? ¿Tú, aquel a quien en el trato familiar del amor él reveló el misterio? ¿Fuiste tú quien lo siguió solo hasta el pie de la cruz? ¿Y mientras te ordenaba que recibieras a María como tu madre, te enseñó este secreto, como muestra de su peculiar amor por ti? ¿O corriste al sepulcro y llegaste a él antes que Pedro, y así obtuviste este conocimiento? ¿O fue en medio de multitudes de ángeles, y libros sellados cuyos cierres nadie puede abrir, y múltiples influencias de los signos del cielo, y cantos desconocidos de los coros eternos, que el Cordero, tu guía, te reveló esta doctrina piadosa, que el Padre no es Padre, el Hijo no es Hijo, ni naturaleza, ni verdad? Porque transformas todo esto en mentira. El apóstol, con ese conocimiento más excelente que le fue otorgado, habla del Hijo de Dios como verdadero. Mas tú afirmas su creación, proclamas su adopción y niegas su nacimiento. Mientras que el verdadero Hijo de Dios es vida eterna y resurrección para nosotros, para ti él no es verdadero, ni hay vida eterna ni resurrección. Ésta es la lección que enseña Juan, el discípulo amado del Señor.

P
La filiación divina de Cristo, afirmada por Pablo

XLIV

El perseguidor Pablo, que se convirtió para ser apóstol y vaso escogido, entrega el mismo mensaje. ¿Qué discurso suyo hay que no presuponga la confesión del Hijo? ¿Qué epístola suya hay que no comience con una confesión de esa misteriosa verdad? Por eso, él dice: "Fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rm 5,10), y: "Dios envió a su Hijo para que fuera semejanza de carne de pecado" (1Jn 8,3), y: "Dios es fiel, por quien fuisteis llamados a la comunión con su Hijo" (1Cor 1,9). ¿Queda alguna escapatoria para una interpretación herética? Para él, su Hijo es Hijo de Dios, y nada dice de su adopción, ni de ser criatura de Dios. El nombre expresa la naturaleza, y por eso él es el Hijo de Dios, y por lo tanto su filiación divina es verdadera. La confesión del apóstol afirma la legitimidad de la relación. No veo cómo se podría haber expresado más completamente la naturaleza divina del Hijo. Ese "vaso escogido" ha proclamado con voz no débil o vacilante que Cristo es el Hijo de aquel que, como creemos, es el Padre. El Maestro de los gentiles, el apóstol de Cristo, no nos ha dejado ninguna incertidumbre, ninguna apertura al error en su presentación de la doctrina. Es muy claro sobre el tema de los hijos por adopción, de aquellos que por la fe llegan a serlo y ser llamados así. En sus propias palabras, porque "todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios", pues "no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el Espíritu de adopción, por el cual clamamos ¡Abba, Padre!" (Rm 8,14-15). Éste es el nombre que se nos da a nosotros, los que creemos, mediante el sacramento de la regeneración; nuestra confesión de fe nos gana esta adopción. Porque nuestra obra realizada en obediencia al Espíritu de Dios nos da el título de hijos de Dios. Abba, Padre es el grito que elevamos, no la expresión de nuestra naturaleza esencial, pues esa naturaleza esencial nuestra no es tocada por ese tributo de la voz. Una cosa es que se le llame Padre a Dios, y otra cosa es que él sea el Padre de su Hijo.

XLV

Veamos ahora cuál es esa fe en el Hijo de Dios que tiene el apóstol. Aunque no hay un solo discurso, entre los muchos que pronunció sobre la doctrina de la Iglesia, en el que mencione al Padre sin hacer también una confesión del Hijo, sin embargo, para mostrar la verdad de la relación que este nombre transmite con la máxima precisión de la que es capaz el lenguaje humano, dice así: "Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros?". ¿Puede ser Hijo, por alguna otra posibilidad restante, un título recibido por adopción, cuando se le llama expresamente Hijo de Dios? En efecto, el apóstol, queriendo manifestar el amor de Dios hacia nosotros, usa una especie de comparación para que podamos estimar cuán grande es ese amor, cuando dice que fue a su propio Hijo a quien Dios no perdonó. Sugiere la idea de que no se trataba de un sacrificio de un Hijo adoptivo, en favor de aquellos a quienes se proponía adoptar, de una criatura por criaturas, sino de su Hijo por extraños, su propio Hijo por aquellos a quienes había querido dar una parte en el nombre de hijos. Buscad el pleno significado del término, para que podáis entender la extensión del amor. Considerad el significado de propio; notad la legitimidad de la filiación que implica. Porque el apóstol ahora lo describe como el propio Hijo de Dios; anteriormente había hablado a menudo de él como Hijo de Dios, o Hijo de Dios. Y aunque muchos manuscritos, por falta de comprensión por parte de los traductores, leen en este pasaje su Hijo, en lugar de su propio Hijo, sin embargo, el griego original, la lengua en la que escribió el apóstol, se traduce con mayor exactitud por propio que por su. Aunque el lector casual no pueda discernir gran diferencia entre "su propio Hijo" y "su Hijo", sin embargo, el apóstol, que en todas sus otras declaraciones había hablado de su Hijo, en este pasaje usa las palabras "quien no perdonó a su propio Hijo", indicando expresa y enfáticamente su verdadera naturaleza divina. Anteriormente había declarado que a través del Espíritu de adopción hay muchos hijos; ahora, su objetivo es señalar al propio Hijo de Dios, Dios el Unigénito.

Q
Rechazar la Escritura es propio del Anticristo

XLVI

Éste no es un error universal e inevitable; quienes niegan al Hijo no pueden echar la culpa a su ignorancia, porque la ignorancia de la verdad que niegan es imposible. Describen al Hijo de Dios como una criatura que vino a la existencia de la nada. Si el Padre nunca ha afirmado esto, ni el Hijo lo confirmó, ni los apóstoles lo proclamaron, entonces la datación que impulsa su alegación no es fruto de la ignorancia, sino del odio a Cristo. Cuando el Padre dice de su Hijo "éste es", y el Hijo dice de sí mismo "soy yo, quien habla contigo" (Jn 9,37), y cuando Pedro confiesa "tú eres", y Juan nos asegura "éste es el verdadero Dios" (1Jn 5,20), y Pablo nunca se cansa de proclamarlo como el "propio Hijo de Dios", no puedo concebir otro motivo para esta negación que el odio. La excusa de la falta de familiaridad con el tema no puede esgrimirse como atenuante de su culpa. Es la sugerencia del Maligno, expresada ahora a través de estos profetas y precursores de su venida; él mismo la expresará en el futuro cuando venga como el Anticristo. Él está usando este nuevo mecanismo de asalto para sacudirnos en nuestra confesión salvadora de la fe. Su primer objetivo es arrancar de nuestros corazones la confianza segura de la naturaleza divina del Hijo. Más adelante, él quiere llenar nuestras mentes con la noción de la adopción de Cristo, y no dejar lugar para el recuerdo de sus otras afirmaciones. Porque aquellos que sostienen que Cristo es sólo una criatura, deben considerar a Cristo como el Anticristo, ya que una criatura no puede ser el propio Hijo de Dios, y por lo tanto él debe mentir al llamarse a sí mismo el Hijo de Dios. Por lo tanto, también aquellos que niegan que Cristo es el Hijo de Dios deben tener al Anticristo como su Cristo.

R
Los coetáneos de Cristo, partidarios de su filiación divina

XLVII

¿Cuál es la esperanza que persigue esta inútil pasión tuya? ¿Cuál es la seguridad de tu salvación que te envalentona con blasfema licencia de lengua para sostener que Cristo es una criatura y no un Hijo? Era tu deber conocer este misterio, por los evangelios, y retener el conocimiento firmemente. Porque aunque el Señor puede hacer todas las cosas, sin embargo, decidió que todo aquel que ora por su ayuda eficaz debe ganarla mediante una verdadera confesión de sí mismo. No es, en verdad, que la confesión del suplicante pudiera aumentar el poder de aquel que es el poder de Dios, sino que la ganancia debía ser la recompensa de la fe. Así, cuando le preguntó a Marta, que le rogaba por Lázaro, si creía que los que habían creído en él no morirían eternamente, su respuesta expresó la confianza de su alma: "Sí, Señor, creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a este mundo" (Jn 11,27). Esta confesión es vida eterna, esta fe tiene inmortalidad. Marta, que oraba por la vida de su hermano, fue interrogada sobre si creía en esto. Ella lo creyó. ¿Qué vida espera el que niega, de quién espera recibirla, cuando esta creencia, y sólo esta, es la vida eterna? Porque grande es el misterio de esta fe, y perfecta la bienaventuranza que es el fruto de esta confesión.

XLVIII

El Señor había dado la vista a un hombre ciego de nacimiento; el Señor de la naturaleza había quitado un defecto de la naturaleza. Como este hombre ciego había nacido para la gloria de Dios, para que la obra de Dios se manifestara en la obra de Cristo, el Señor no tardó hasta que el hombre hubiera dado evidencia de su fe mediante una confesión de ella. Pero aunque en ese momento no supo quién era el que le había otorgado el gran don de la vista, sin embargo, después obtuvo el conocimiento de la fe. Porque no fue la disipación de su ceguera lo que le ganó la vida eterna. Y así, cuando el hombre ya estaba curado y había sufrido la expulsión de la sinagoga, el Señor le hizo la pregunta: "¿Crees en el Hijo de Dios?". Esto fue para salvarlo del pensamiento de pérdida, la exclusión de la sinagoga, por la certeza de que la confesión de la verdadera fe lo había restaurado a la inmortalidad. Cuando el hombre, con el alma aún no iluminada, respondió "¿quién es, Señor, para que crea en él?", la respuesta del Señor fue: "Lo has visto y es él quien habla contigo". Porque quería quitar la ignorancia del hombre a quien había devuelto la vista, y a quien ahora estaba enriqueciendo con el conocimiento de una fe tan gloriosa. ¿Exige el Señor de este hombre, como de otros que le rogaron que los sanara, una confesión de fe como precio de su recuperación? Enfáticamente no. Porque el hombre ciego ya podía ver cuando se le dirigió así. El Señor hizo la pregunta para recibir la respuesta: "Señor, creo". La fe que hablaba en esa respuesta no era para recibir la vista, sino la vida. Y ahora examinemos cuidadosamente la fuerza de las palabras. El Señor le pregunta al hombre: "¿Crees en el Hijo de Dios?". Seguramente, si una simple confesión de Cristo, dejando su naturaleza en la oscuridad, fuera una expresión completa de la fe, los términos de la pregunta habrían sido: "¿Crees en Cristo?". En los días venideros, casi todos los herejes iban a hacer alarde de ese nombre, confesando a Cristo y, al mismo tiempo, negando que él es el Hijo. Por lo tanto, él exige, como condición de la fe, que creamos en lo que es peculiar a él (es decir, en su filiación divina). ¿De qué sirve la fe en el Hijo de Dios, si es fe en una criatura, cuando él exige de nosotros fe en Cristo, no en la criatura, sino en el Hijo de Dios?

XLIX

¿Acaso los demonios no entendieron el significado completo de este nombre de Hijo? Así pues, valoremos a los herejes en su verdadero valor, y refutémoslos no ya no con la enseñanza de los apóstoles, sino con la boca de los demonios, sobre todo cuando ellos gritan: "¿Qué tengo que ver contigo, Jesús, Hijo de Dios altísimo?" (Lc 8,28). La verdad les arrancó esta confesión contra su voluntad; su obediencia renuente es un testimonio de la fuerza de la naturaleza divina dentro de él. Cuando huyen de los cuerpos que han poseído durante mucho tiempo, es su poder el que los conquista; su confesión de su naturaleza es un acto de reverencia. Estas acciones muestran a Cristo como el Hijo de Dios tanto en poder como en nombre. ¿Puedes oír, en medio de todos estos gritos de demonios que lo confiesan, a Cristo una vez llamado criatura, o la condescendencia de Dios al adoptarlo una vez nombrado?

L

Si no queréis saber quién es Cristo de los que le conocen, aprendedlo al menos de los que no le conocen. Así, la confesión que su ignorancia se ve obligada a hacer reprenderá vuestra blasfemia. Los judíos no reconocieron a Cristo, venido en cuerpo, aunque sabían que el verdadero Cristo debía ser el Hijo de Dios. Y así, cuando empleaban falsos testigos, sin una palabra de verdad en su testimonio, contra él, su sacerdote le preguntó: "¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?". No sabían que en él se había cumplido el misterio, pero sabían que la naturaleza divina era la condición de su cumplimiento. No preguntaban si Cristo era el Hijo de Dios, sino que preguntaban si él era Cristo, el Hijo de Dios. Se equivocaban en cuanto a la persona, pero no en cuanto a la filiación de Cristo. No dudaban de que Cristo fuera el Hijo de Dios. Y así, mientras preguntaban si él era el Cristo, preguntaban sin negar que el Cristo era el Hijo de Dios. ¿Qué hay, entonces, de vuestra fe, que os lleva a negar lo que incluso ellos, en su ceguera, confesaron? El conocimiento perfecto es éste: estar seguros de que Cristo, el Hijo de Dios, que existía antes de los mundos, también nació de la Virgen. Incluso ellos, que nada saben de su nacimiento de María, saben que él es el Hijo de Dios. ¡Observad la comunión con la maldad judía en la que os ha involucrado vuestra negación de la filiación divina! Porque han dejado constancia de la razón de su condena: "Según nuestra ley, él debe morir, porque se hizo Hijo de Dios" (Jn 19,7). ¿No es esta la misma acusación que blasfemamente presentáis contra él, que, mientras le declaráis criatura, él se llama a sí mismo Hijo? Él se confiesa Hijo, y ellos lo declaran culpable de muerte: vosotros también negáis que él sea el Hijo de Dios. ¿Qué sentencia le dictáis? Tenéis la misma repugnancia a su afirmación que tenían los judíos. Vosotros estáis de acuerdo con su veredicto, y por eso quiero deciros: Sabed, si queréis discutir sobre la sentencia. Vuestra ofensa, al negar que él es el Hijo de Dios, es exactamente la misma que la de ellos, aunque su culpa es menor, porque pecaron por ignorancia. No sabían que Cristo nació de María, pero nunca dudaron de que Cristo debía ser el Hijo de Dios. Vosotros sois perfectamente conscientes del hecho de que Cristo nació de María, pero le negáis el nombre de Hijo de Dios. Si llegan a la fe, les espera una salvación sin peligro, a causa de su ignorancia pasada. Toda puerta de seguridad está cerrada para vosotros, porque persistís en negar una verdad que es obvia para vosotros. Pues no ignoráis que él es el Hijo de Dios; lo sabéis tan bien que le permitís el nombre como título de adopción, y fingís que es una criatura adornada, como otras, con el derecho de llamarse Hijo. Le robáis, en la medida de lo posible, la naturaleza divina. Y si pudierais, también le privaríais del nombre divino. Pero como no podéis, divorciáis el nombre de la naturaleza. Vosotros le llamáis Hijo, pero no el verdadero Hijo de Dios.

LI

La confesión de los apóstoles, para quienes con una palabra de mando se restableció la calma del viento embravecido y del mar agitado, fue una oportunidad para ti. Porque podrías haber confesado, como hicieron ellos, que él es el verdadero Hijo de Dios. Y podrías haber tomado prestadas sus mismas palabras: "Verdaderamente, éste es el Hijo de Dios" (Mt 14,33). Pero un espíritu maligno de locura te está llevando al naufragio de tu vida, y haciendo que tu razón esté distraída y abrumada, como el océano atormentado por la furia de la tormenta.

LII

Si este testimonio de los viajeros os parece poco concluyente porque eran apóstoles, aunque a mí me parece más importante por la misma razón, y aunque me sorprende menos, aceptad al menos una corroboración dada por los gentiles. Escuchad cómo el soldado de la cohorte romana, uno de los de la severa guardia alrededor de la cruz, fue humillado a la fe. El centurión ve las poderosas obras del poder de Cristo, y éste es el testimonio que dio: "Verdaderamente, éste era el Hijo de Dios" (Mt 27,54). La verdad le fue impuesta, después de que Cristo hubo entregado el espíritu, por el velo rasgado del templo, y la tierra que tembló, y las rocas que se rasgaron, y los sepulcros que se abrieron, y los muertos que resucitaron. Ésta fue la confesión de un incrédulo, cuando los hechos le convencieron que la naturaleza de Cristo era omnipotente. Lo llamó "Hijo de Dios", porque estaba seguro de su verdadera divinidad. Tan convincente fue la prueba, y tan fuerte la convicción del hombre, que la fuerza de la verdad venció su voluntad. Y no sólo el centurión, sino hasta el que había sido clavado con Cristo en la cruz, también se vio impulsado a confesar que él es el Señor de la gloria eterna, y verdaderamente el Hijo de Dios.