HILARIO DE POITIERS
Sobre la Trinidad

LIBRO V

A
Unidad e igualdad, entre las personas divinas

I

En los libros anteriores, mis respuestas a las locas y blasfemas doctrinas de los herejes me han llevado, con los ojos abiertos, a la dificultad de que nuestros lectores incurren en un peligro igual, ya sea que refute a mis oponentes, o ya sea que me abstenga de hacerlo. Porque mientras la incredulidad con irreverencia bulliciosa nos imponía la unidad de Dios, una unidad que la fe devota y razonable no puede negar, el alma escrupulosa estaba atrapada en el dilema de que, ya sea que afirmara o negara la proposición, incurría igualmente en el peligro de la blasfemia. A la lógica humana puede parecer ridículo e irracional decir que puede ser impío afirmar, e impío negar, la misma doctrina, ya que lo que es piadoso mantener debe ser impío discutirlo; si sirve a un buen propósito demoler una afirmación, puede parecer una locura soñar que puede provenir algo bueno de apoyarla. Pero la lógica humana es una falacia en presencia de los consejos de Dios, y una locura cuando se las arregla con la sabiduría del cielo. Sus pensamientos están encadenados por sus limitaciones, su filosofía confinada por la debilidad de la razón natural. Debe ser necio a sus propios ojos antes de poder ser sabio ante Dios, y debe aprender la pobreza de sus propias facultades y buscar la sabiduría divina. Debe volverse sabio, mas no según el estándar de la filosofía humana, sino de lo que asciende hasta Dios, antes de poder entrar en su sabiduría y sus ojos se abran a la locura del mundo. Los herejes han ingeniosamente planeado que esta locura, que pasa por sabiduría, sea su motor. Emplean la confesión de un solo Dios, para lo cual apelan al testimonio de la ley y los evangelios en las palabras: "Escucha, oh Israel, el Señor tu Dios es uno". Son muy conscientes de los riesgos que implica, ya sea que su afirmación sea respondida con contradicción o pasada por alto en silencio. Y pase lo que pase, ven una apertura para promover su herejía. Si la verdad sagrada, insistentemente blasfema, se encuentra con el silencio, ese silencio se interpreta como consentimiento; como una confesión de que, puesto que Dios es uno, por lo tanto su Hijo no es Dios, y Dios mora en eterna soledad. Si, por otra parte, la herejía implicada en su audaz argumento se encuentra con una contradicción, esta oposición se tilda de alejamiento de la verdadera fe evangélica, que establece en términos precisos la unidad de Dios, o bien echan en cara al oponente que ha caído en la herejía contraria, que sólo admite una persona del Padre y del Hijo. Tal es el artificio mortal, con el aspecto de una inocencia atractiva, que la sabiduría del mundo, que es locura con Dios, ha forjado para engañarnos en este primer artículo de su fe, que no podemos confesar ni negar sin riesgo de blasfemia. Caminamos entre peligros de uno y otro lado. Por eso, la unidad de Dios no puede obligarnos a negar la divinidad de su Hijo. Y si confesamos que el Padre es Dios y el Hijo es Dios, tampoco podemos ser llevados a la herejía de interpretar la unidad del Padre y del Hijo en el sentido sabeliano. En efecto, el recurso hereje de insistir en el Dios único, o bien excluiría a la segunda persona de la divinidad, o bien destruiría la unidad al admitirlo como un segundo Dios, o bien haría que la unidad fuera meramente nominal. Porque la unidad, argumentan los herejes, excluye a un segundo, y la existencia de un segundo destruye la unidad, y dos no pueden ser uno.

B
Vida común, entre las personas divinas

II

Los católicos, que hemos alcanzado esta sabiduría de Dios (que es "locura para el mundo"), nos proponemos, mediante la sana y salvadora profesión de la verdadera fe en el Señor, desenmascarar la traición serpenteante de su enseñanza. Hemos dispuesto el plan de nuestra empresa de tal modo que obtengamos una posición ventajosa para la exhibición de la verdad sin enredarnos en los peligros de la afirmación herética. Y evitamos cuidadosamente ambos extremos. No negamos que Dios sea uno, pero exponemos claramente, sobre la evidencia de Moisés (que proclama la unidad de Dios) la verdad de que hay Dios y Dios. Enseñamos que no es por confusión de los dos que Dios es uno, y no lo despedazamos predicando una pluralidad de dioses, ni tampoco profesamos una distinción sólo de nombre. Pero lo presentamos como Dios y Dios, posponiendo por ahora para una discusión más completa en el futuro la cuestión de la unidad divina. Porque los evangelios nos dicen que Moisés enseñó la verdad cuando proclamó que Dios es uno. A su vez, Moisés, con su proclamación de un solo Dios, confirma la lección de los evangelios, que hablan de Dios y de Dios. Así, no contradecimos a nuestras autoridades, sino que basamos nuestra enseñanza en ellas, demostrando que la revelación a Israel de la unidad de Dios no sanciona el rechazo de la divinidad al Hijo de Dios. Aquel que es nuestra autoridad para afirmar que hay un solo Dios, es también nuestra autoridad para confesar la divinidad de su Hijo.

C
Una misma naturaleza, entre las personas divinas

III

Como se ve, la disposición de nuestro tratado sigue de cerca el orden de las objeciones planteadas. Puesto que el siguiente artículo de su confesión blasfema y deshonesta es "confesamos un solo Dios verdadero", todo su libro está dedicado a la cuestión de si el Hijo de Dios es verdadero Dios. Es evidente que los herejes han ideado ingeniosamente esta disposición de nombrar primero a un solo Dios y luego a un solo Dios verdadero, para separar al Hijo del nombre y la naturaleza de Dios; haciendo necesario pensar que, siendo la verdad inherente al único Dios, debe limitarse estrictamente a él. Por tanto, puesto que es evidente sin lugar a dudas que Moisés, cuando proclamó la unidad de Dios, quiso afirmar con ello la divinidad del Hijo, volvamos a los pasajes principales en los que se transmite su enseñanza y preguntemos si quiere o no que creamos que el Hijo (que, como él nos ha enseñado, es Hijo de Dios) es también verdadero Dios. Es evidente que la verdad o autenticidad de una cosa es una cuestión de su naturaleza y de sus poderes. Por ejemplo, el trigo verdadero es el que crece hasta formar una cabeza con la barba erizada a su alrededor, que se purifica de la paja y se muele hasta convertirse en harina, se mezcla para formar un pan y se toma como alimento, y produce la naturaleza y los usos del pan. Así, los poderes naturales son la evidencia de la verdad. Veamos, por esta prueba, si aquel a quien Moisés llama Dios es Dios verdadero. Aplazaremos por el momento nuestro discurso sobre este único Dios, que también es Dios verdadero, no sea que, si no acepto de inmediato su desafío y defiendo al único Dios verdadero en las dos personas del Padre y del Hijo, las almas ansiosas y ansiosas se vean oprimidas por peligrosas dudas.

D
La obra creacional, común a las personas divinas

IV

Y ahora, puesto que aceptamos como base común el hecho de que Dios reconoce a su Hijo como Dios, os pregunto: ¿Cómo refuta la creación del mundo nuestra afirmación de que el Hijo es verdadero Dios? No hay duda de que todas las cosas son por medio del Hijo, por las palabras del apóstol Pablo: "Todas las cosas son por medio de él y en él" (Col 1,16). Si todas las cosas son por medio de él, y todo fue hecho de la nada, y nada de otro modo que por medio de él, ¿en qué elemento de la verdadera deidad es defectuoso él, quien posee tanto la naturaleza como el poder de Dios? Él tenía a Su disposición los poderes de la naturaleza divina, para traer a la existencia lo inexistente y crear a su voluntad. Porque Dios vio que eran buenas.

V

La ley dice: "Dijo Dios: Hágase el firmamento", y añade: "Y Dios hizo el firmamento". Esto no introduce otra distinción que la de persona, y no indica ninguna diferencia de poder o naturaleza, y no hace cambio de nombre. Bajo el único título de Dios revela, primero, el pensamiento de aquel que habló, y luego la acción de aquel que creó. El lenguaje del narrador no dice nada que lo prive de la naturaleza y el poder divinos, así que ¿con qué precisión inculca su verdadera divinidad? El poder de dar efecto a la palabra de la creación pertenece sólo a esa naturaleza con la que hablar es lo mismo que cumplir. ¿Cómo, entonces, no es verdadero Dios el que crea, si es verdadero Dios el que manda? Si la palabra pronunciada fue verdaderamente divina, la acción realizada también fue verdaderamente divina. Dios habló y Dios creó, y si fue verdadero Dios el que habló, aquel que creó fue verdadero Dios también, a menos que, mientras la presencia de la verdadera divinidad se manifestó en la palabra del uno, su ausencia se manifestó en la acción del otro. Así, en el Hijo de Dios contemplamos la verdadera naturaleza divina. Él es Dios, él es Creador, él es Hijo de Dios, él es omnipotente . No es simplemente que él pueda hacer lo que quiera, pues la voluntad es siempre concomitante del poder; sino que él puede hacer también lo que se le ordene. El poder absoluto es aquel que su poseedor puede ejecutar como agente todo lo que sus palabras como orador puedan expresar. Cuando el poder ilimitado de expresión se combina con el poder ilimitado de ejecución, entonces este poder creativo, proporcional a la palabra que ordena, posee la verdadera naturaleza de Dios. Así, el Hijo de Dios no es un Dios falso, ni Dios por adopción, ni Dios por don del nombre, sino Dios verdadero. Nada se ganaría con la exposición de los argumentos por los que se opone su verdadera divinidad. Su posesión del nombre y de la naturaleza de Dios es una prueba concluyente. Él, por quien todas las cosas fueron hechas, es Dios. Esto es lo que la creación del mundo me dice acerca de él. Él es Dios, igual a Dios en nombre; él es Dios verdadero, igual a Dios verdadero en poder. El poder de Dios se nos revela en la palabra creadora; el poder de Dios se manifiesta también en el acto creador. Y ahora pregunto de nuevo con qué autoridad negáis, en vuestra confesión del Padre y del Hijo, la verdadera naturaleza divina de aquel cuyo nombre revela su poder, cuyo poder prueba su derecho al nombre.

VI

El lector debe tener presente que no me refiero a las objeciones actuales por olvido ni por desconfianza hacia mi causa, pues ese texto que se cita constantemente ("el Padre es mayor que yo"), y sus pasajes afines me resultan perfectamente familiares, y tengo preparada mi interpretación de ellos (lo que los convierte en testigos de la verdadera naturaleza divina del Hijo). No obstante, lo mejor para mi propósito es atenerme en la respuesta al orden de ataque, para que nuestro piadoso esfuerzo pueda seguir de cerca el progreso de su plan impío, y cuando los veamos desviarse hacia la herejía impía, podamos borrar de inmediato la pista del error. Con este fin, pospongo hasta el final de mi trabajo el testimonio de los evangelistas y apóstoles, y me uno a la batalla contra los blasfemos sobre la base de la ley y los profetas, silenciando su argumento torcido (basado en la mala interpretación y el engaño) por los mismos textos con los que se esfuerzan por engañarnos. El método sólido para demostrar una verdad es exponer la falacia de las objeciones planteadas contra ella. Así, la desgracia del engañador es completa, sobre todo si su propia mentira se convierte en una evidencia de la verdad. De hecho, la experiencia universal de la humanidad ha aprendido que la falsedad y la verdad son incompatibles, y que ambas no pueden reconciliarse ni hacerse coherentes, y que por su propia naturaleza están entre esos opuestos (que son eternamente repugnantes y nunca pueden combinarse o concordar).

VII

Siendo esto así, pregunto yo: ¿Cómo se puede hacer una distinción en las palabras "hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza", entre un Dios verdadero y uno falso. Las palabras expresan un significado, el significado es el resultado del pensamiento, y el pensamiento es puesto en movimiento por la verdad. Sigamos las palabras hasta su significado, y aprendamos del significado el pensamiento, y del pensamiento lleguemos a la verdad subyacente. Tu pregunta es si aquel a quien se dijeron las palabras "hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" no fue considerado verdadero por aquel que habló, porque indudablemente expresan el sentimiento y el pensamiento del orador. Pues bien, al decir hagamos, él indica claramente a uno que no está en desacuerdo con él, ni es un ser extraño o impotente, sino uno dotado de poder para hacer aquello de lo que habla. Sus propias palabras nos aseguran que este es el sentido en el que debemos entender que fueron dichas.

VIII

Para asegurarnos aún más plenamente de la verdadera divinidad manifestada en la naturaleza y obra del Hijo, él, que expresó su significado en las palabras que he citado, muestra que su pensamiento fue sugerido por la verdadera divinidad de aquel a quien dijo "a nuestra imagen y semejanza". ¿Cómo se llama falsamente Dios a aquel a quien el Dios verdadero dice "a nuestra imagen y semejanza"? Nuestra es incompatible con el aislamiento y con la diferencia, ya sea en propósito o en naturaleza. El hombre es creado, tomando las palabras en su sentido estricto, a Su imagen común. Ahora bien, no puede haber nada en común entre lo verdadero y lo falso. Dios, el orador, está hablando a Dios, y el hombre está siendo creado a la imagen del Padre y del Hijo. Los dos son uno en nombre y uno en naturaleza. Es sólo una imagen según la cual el hombre es hecho. Todavía no ha llegado el momento de que yo trate este asunto. A continuación, explicaré qué es esta imagen de Dios Padre y de Dios Hijo en la que fue creado el hombre. Por ahora me limitaré a la cuestión de si fue o no fue Dios verdadero aquel a quien el Dios verdadero dijo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza". Separad, si podéis, lo verdadero de lo falso en esta imagen común a ambos, y en vuestra locura herética dividid lo indivisible. Pues los dos son uno, de cuya única imagen y semejanza el hombre es la única copia.

IX

Continuemos ahora con nuestra lectura de esta Escritura, para mostrar cómo la consistencia de la verdad no se ve afectada por estas objeciones deshonestas. Las siguientes palabras son "Dios hizo al hombre; a imagen de Dios lo hizo". La imagen es común: Dios hizo al hombre a imagen de Dios. Yo preguntaría a quien niega que el Hijo de Dios es verdadero Dios, ¿a imagen de qué Dios supone que Dios hizo al hombre? Pero que ese tal tenga constantemente en mente que todas las cosas son por medio del Hijo, y que el ingenio herético no tuerza este pasaje, para que actúe por parte del Padre. Si, por lo tanto, el hombre es creado por medio de Dios el Hijo a imagen de Dios el Padre, también es creado a imagen del Hijo. De hecho, todos admiten que las palabras "a nuestra imagen y semejanza" fueron dichas al Hijo. Así, su verdadera divinidad es tan explícitamente afirmada por las palabras divinas como manifestada en la acción divina, de modo que es Dios quien modela al hombre a su imagen, y quien se revela como Dios y como Dios verdadero, pues su posesión conjunta de la imagen divina lo demuestra como Dios verdadero, mientras que su acción creadora lo muestra como Dios Hijo.

X

¡Qué locura salvaje de almas abandonadas! ¡Qué ciega audacia de blasfemia temeraria! Oís hablar de Dios y de Dios, oís hablar de nuestra imagen, y ¿sugerís que uno es y uno no es el Dios verdadero? ¿Por qué distinguir entre Dios por naturaleza y Dios de nombre? ¿Por qué, bajo el pretexto de defender la fe, destruís la fe? ¿Por qué lucháis por pervertir la revelación de un Dios, un Dios verdadero, en una negación de que Dios es uno y verdadero? Todavía no sofocaré vuestros insanos esfuerzos con las claras palabras de los evangelistas y profetas, en las que el Padre y el Hijo aparecen no como una Persona, sino como uno en naturaleza, y Cada uno como Dios verdadero. Por el momento la ley, sin ayuda, os aniquila. ¿Habla alguna vez la ley de un Dios verdadero y de uno no verdadero? ¿Habla alguna vez de uno u otro, excepto por el nombre de Dios, que es la verdadera expresión de su naturaleza? Habla de Dios y de Dios; habla también de Dios como uno. No, no se limita a describirlos así. Los manifiesta como verdadero Dios y verdadero Dios, mediante la evidencia segura de su imagen conjunta. Comienza hablando de ellos primero por su estricto nombre de Dios; luego atribuye verdadera divinidad a ambos en común. Porque cuando el hombre, su criatura, es creado a imagen de ambos, la sana razón obliga a la conclusión de que cada uno de ellos es verdadero Dios.

E
Las autorrevelaciones del Hijo, anticipaciones su encarnación

XI

Volvamos a recorrer nuestro camino de instrucción sobre las lecciones que se enseñan en la santa ley de Dios. El "ángel de Dios" habla a Agar; y este mismo ángel es Dios. Pero tal vez el hecho de que sea el "ángel de Dios" significa que no es Dios verdadero, porque este título parece indicar una naturaleza inferior. Así, donde el nombre señala una diferencia de especie, se piensa que debe estar ausente la verdadera igualdad. El libro IV ya expuso la vacuidad de esta objeción, y que el título ángel nos informa de su oficio, no de su naturaleza. Mas tengo otra evidencia profética para esta explicación: "Quien hace a sus ángeles espíritus, y a sus ministros un fuego llameante". Ese "fuego llameante" son sus ministros, y ese "espíritu que viene" son sus ángeles. Estas figuras muestran la naturaleza y el poder de sus mensajeros (o ángeles) y de sus ministros. Este espíritu es un ángel, ese "fuego llameante" o ministro de Dios. Su naturaleza los adapta para la función de mensajero o ministro. Así, la ley, o más bien Dios por medio de la ley, queriendo indicar a Dios Hijo como una persona, para no llevar el mismo nombre que el Padre, lo llama ángel (es decir, el mensajero de Dios). El título mensajero prueba que él tiene un oficio propio; que su naturaleza es verdaderamente divina se prueba cuando se le llama Dios. Pero esta secuencia, primero ángel, luego Dios, está en el orden de la revelación, no en sí mismo. Nosotros los confesamos Padre e Hijo en el sentido más estricto, en tal igualdad que el Hijo unigénito, en virtud de su nacimiento, posee verdadera divinidad del Padre ingénito. Esta revelación de ellos como enviador y como enviado es sólo otra expresión para Padre e Hijo, y no contradice la verdadera naturaleza divina del Hijo, ni cancela su posesión de la deidad como su derecho de nacimiento. Nadie puede dudar de que el Hijo por su nacimiento participa congénitamente de la naturaleza de su autor, de tal manera que del uno surge una unidad indivisible, porque uno es de uno.

XII

La fe arde con un ardor apasionado, la carga del silencio es intolerable, y mis pensamientos exigen imperiosamente una expresión. Ya en el libro IV me aparté del método pretendido de mi demostración. Estaba denunciando ese sentido blasfemo en el que los herejes hablan de un solo Dios, y exponiendo los pasajes en los que Moisés habla de Dios y Dios. Me apresuré con un celo precipitado, aunque devoto, al verdadero sentido en el que sostenemos la unidad de Dios. Ahora, de nuevo, envuelto en la búsqueda de otra investigación, me he dejado desviar del camino, pues mientras estaba ocupado en la verdadera divinidad del Hijo, el ardor de mi alma me ha apresurado, antes de tiempo, a hacer la confesión de Dios verdadero como Padre e Hijo. Pero nuestra propia fe debe esperar su lugar apropiado en el tratado. Esta declaración preliminar de ella se ha hecho como una salvaguardia para el lector, y ya en adelante se desarrollará y explicará de tal manera que frustrará los planes del contradictor.

XIII

Para reanudar el argumento, este título de oficio no indica ninguna diferencia de naturaleza, porque él, que es "el ángel de Dios", es Dios. La prueba de su verdadera divinidad será si sus palabras y actos fueron o no los de Dios. Él hace que Ismael sea un gran pueblo y promete que muchas naciones llevarán su nombre. ¿Está esto, pregunto, al alcance de un ángel? Si no, y este es el poder de Dios, ¿por qué le niegas la verdadera divinidad a aquel que, según tu propia confesión, tiene el verdadero poder de Dios? Así, él posee los poderes verdaderos y perfectos de la naturaleza divina. El verdadero Dios, en todos los tipos en los que se revela para la salvación del mundo, no es, ni puede ser nunca, otro que el verdadero Dios.

XIV

En primer lugar, pregunto: ¿Qué significan los términos "Dios verdadero" y "Dios no verdadero"? Si alguien me dice "esto es fuego, pero no fuego verdadero; agua, pero no agua verdadera", no puedo dar ningún significado inteligible a sus palabras. ¿Qué diferencia de naturaleza puede haber entre un espécimen verdadero y otro espécimen verdadero de la misma clase? Si una cosa es fuego, debe ser fuego verdadero, pues mientras su naturaleza permanezca igual, no puede perder este carácter de fuego verdadero. Priva al agua de su naturaleza acuosa, y al hacerlo así la destruirás como agua verdadera. Déjala seguir siendo agua, e inevitablemente seguirá siendo agua verdadera. La única manera en que un objeto puede perder su naturaleza es perdiendo su existencia, pues si continúa existiendo, debe ser verdaderamente él mismo. Si el Hijo de Dios es Dios, entonces es Dios verdadero; si no es Dios verdadero, entonces en ningún sentido posible es Dios en absoluto. Si no tiene la naturaleza, entonces no tiene derecho al nombre. Si, por el contrario, el nombre que indica la naturaleza es suyo por derecho inherente, entonces no puede ser que él esté desprovisto de esa naturaleza en su sentido más verdadero.

XV

Quizás se me argumente que, cuando el Ángel de Dios es llamado Dios, recibe el nombre como un favor, a través de la adopción, y en consecuencia tiene una divinidad nominal, no una verdadera. Si nos dio una revelación insuficiente de su naturaleza divina cuando fue llamado "el ángel de Dios", juzguen si no ha manifestado plenamente su verdadera divinidad bajo el nombre de una naturaleza inferior a la angélica. Porque un hombre habló a Abraham, y Abraham lo adoró como a Dios. ¡Hereje pestilente! Abraham lo confesó, pero tú lo niegas como Dios. ¿Qué esperanza hay para vosotros, pues, de las bendiciones prometidas a Abraham? Porque él es Padre de los gentiles, pero no para vosotros, pues no podéis salir de vuestra regeneración para uniros a la familia de su descendencia, a través de las bendiciones dadas a su fe. No sois hijos, resucitados de Abraham de las piedras, sino que sois una generación de víboras y un adversario de la creencia. No sois vosotros el Israel de Dios, ni los herederos de Abraham, ni justificados por la fe, porque habéis descreído de Dios, mientras que Abraham fue justificado y designado como Padre de los gentiles por la fe en la que adoró a Dios (en cuya palabra confió). A Dios era a quien adoraba entonces aquel bendito y fiel patriarca, así que observad cuán verdaderamente era Dios, a quien, en sus propias palabras, "todo es posible". ¿Hay alguien, sino sólo Dios, para quien nada es imposible? Y él, para quien todo es posible, ¿está lejos de la verdadera divinidad?

XVI

Mas ahora pregunto yo: ¿Quién es este Dios que derrocó a Sodoma y Gomorra? Porque "el Señor hizo llover del Señor" (Gn 19,24). ¿No fue el verdadero Señor del verdadero Señor? ¿Tenéis alguna alternativa a este Señor y Señor? ¿O algún otro significado para los términos, excepto que en Señor y Señor se distinguen dos personas? Tened en cuenta que aquel a quien habéis confesado como el único Dios verdadero, también lo habéis confesado como el único Juez justo. Ahora observad que el Señor que hace llover del Señor, y no mata al justo con el injusto, y juzga a toda la tierra, es a la vez Señor y también Juez justo, y también llueve del Señor. Ante todo esto, os pregunto a quién describís como el único Juez justo. Así pues, de "el Señor hace llover del Señor" no negarás que aquel que llueve del Señor es el Juez justo, pues Abraham, el Padre de los gentiles (pero no de los gentiles incrédulos) habla así: "De ninguna manera harás esto, matar al justo con el impío, porque entonces los justos serán como los impíos. De ninguna manera tú, que juzgas la tierra, ejecutarás este juicio" (Gn 18,25). Este Dios, entonces, el Juez justo, es claramente también el Dios verdadero. ¡Blasfemo! Tu propia falsedad te refuta. Todavía no presento el testimonio de los evangelios acerca de Dios el Juez; la ley me ha dicho que él es el Juez. Debes privar al Hijo de su judicatura antes de poder privarlo de su verdadera divinidad. Has confesado solemnemente que aquel que es el único Juez justo es también el único Dios verdadero; tus propias declaraciones te obligan a admitir que aquel que es el Juez justo es también Dios verdadero. Este Juez es el Señor, para quien todas las cosas son posibles, el que promete bendiciones eternas, el Juez de justos y de malvados. Él es el Dios de Abraham, adorado por él. Necio y blasfemo que eres, tu desvergonzada prontitud de la lengua debe inventar alguna nueva falacia, si quieres demostrar que él no es el verdadero Dios.

F
Los milagros de Cristo, evidencias de su divinidad

XVII

Sus misericordiosas y misteriosas revelaciones no son en modo alguno incompatibles con su verdadera naturaleza celestial; y sus santos fieles nunca dejan de penetrar la apariencia que ha asumido para que la fe pueda verlo. Los tipos de la ley anticiparon los misterios del evangelio, y permiten al patriarca ver y creer lo que de aquí en adelante el apóstol ha de contemplar y publicar. Porque, puesto que la ley es la sombra de las cosas por venir, la sombra que se vio fue un verdadero esbozo de la realidad que la proyectaba. Dios fue visto, creído y adorado como hombre, que en verdad iba a nacer como hombre en la plenitud de los tiempos. Él asume, para encontrarse con los ojos del patriarca, una semejanza que prefigura la verdad futura. En aquellos días antiguos, Dios sólo fue visto, no nació, como hombre; a su debido tiempo nació, así como fue visto. La familiaridad con la apariencia humana, que él asumió para que los hombres pudieran contemplarlo, debía prepararlos para el tiempo en que, en verdad, él nacería como hombre. Entonces fue cuando la sombra tomó cuerpo, la apariencia realidad, la visión vida. Pero Dios permaneció inmutable, ya fuera visto en la apariencia, o naciera en la realidad, de la humanidad. La semejanza era perfecta entre él, después de su nacimiento, y él mismo, tal como había sido visto en la visión. Tal como nació, así había aparecido; tal como había aparecido, así nació. Pero, como todavía no ha llegado el momento de que comparemos el relato del evangelio con el del profeta Moisés, sigamos nuestro camino elegido a través de las páginas de la ley. En lo sucesivo demostraremos con los evangelios que fue el verdadero Hijo de Dios quien nació como hombre; por ahora, estamos demostrando con la ley que fue verdadero Dios, el Hijo de Dios, quien se apareció a los patriarcas en forma humana. Porque cuando uno se apareció a Abraham como hombre, fue adorado como Dios y proclamado Juez. Y cuando el Señor llovió del Señor, sin duda la ley nos dice que el Señor llovió del Señor para revelarnos al Padre y al Hijo. Tampoco podemos suponer ni por un momento que cuando el patriarca, con pleno conocimiento, adoró al Hijo como Dios, estaba ciego al hecho de que era Dios verdadero a quien adoraba.

XVIII

A la incredulidad sin Dios le resulta muy difícil comprender la verdadera fe. Su capacidad de devoción nunca ha sido expandida por la creencia, y es demasiado estrecha para recibir una presentación completa de la verdad. Por eso, el alma incrédula no puede comprender la gran obra realizada por Dios al nacer como hombre para lograr la salvación de la humanidad; en la obra de su salvación no logra ver el poder de Dios. Piensan en el trabajo de su nacimiento, la debilidad de la infancia, el crecimiento de la niñez, la llegada a la madurez, el sufrimiento corporal y la cruz con la que terminó, y la muerte en la cruz; y todo esto oculta su verdadera divinidad a sus ojos. Sin embargo, él había creado todas estas capacidades para sí mismo, como añadiduras a su naturaleza, como capacidades que en su verdadera naturaleza divina no poseía. Las adquirió sin pérdida de su verdadera divinidad, y no dejó de ser Dios cuando se hizo hombre, ni cuando él, que es Dios eternamente, se hizo hombre en un punto del tiempo. No pueden ver un ejercicio del verdadero poder de Dios en su conversión en lo que no era antes, pero sin dejar nunca de ser su ser anterior. Sin embargo, no habría habido aceptación de nuestra débil naturaleza, si él, por la fuerza de su propia naturaleza omnipotente, sin dejar de ser lo que era, no hubiera llegado a ser lo que anteriormente no era. ¡Qué ceguera de herejía, qué necia sabiduría del mundo, que no puede ver que el reproche de Cristo es el poder de Dios, la locura de la fe, la sabiduría de Dios! Así que Cristo, a vuestros ojos, no es Dios, porque el eterno nació, y el inmutable creció con los años, y el impasible sufrió, y el viviente murió, y el muerto vive, y toda su historia contradice el curso común de la naturaleza. ¿No es todo esto simplemente decir que él, siendo Dios, era omnipotente? Los santos y venerables evangelios, página por página, demuestran que Cristo Jesús, en medio de estos cambios y sufrimientos, es Dios. La ley es la precursora de los evangelios, y la ley debe enseñarnos que, cuando Dios se revistió de debilidad, no perdió su divinidad. Los tipos de la ley son nuestra certeza convincente de los misterios de la fe evangélica.

G
Demostración de lo dicho, en Jacob

XIX

Acompáñame ahora con tu espíritu fiel y bendito, oh patriarca Jacob, para combatir los silbidos venenosos de la serpiente de la incredulidad. Prevalece una vez más en tu lucha con el hombre y, siendo el más fuerte, implora una vez más su bendición. ¿Por qué pedir lo que podrías exigir de tu oponente más débil? Tu brazo fuerte ha vencido a aquel cuya bendición pides. Tu victoria corporal está en amplio contraste con la humildad de tu alma, tus acciones con tus pensamientos. Es un hombre a quien tienes impotente en tu fuerte agarre; pero a tus ojos este hombre es verdadero Dios, y Dios no sólo de nombre, sino en naturaleza. No es la bendición de un Dios por adopción lo que reclamas, sino la bendición del verdadero Dios. Te esfuerzas con el hombre, pero cara a cara ves a Dios. Lo que ves con el ojo corporal es muy diferente de lo que contemplas con la visión de la fe. Has sentido que él era un hombre débil; pero tu alma ha sido salvada porque vio a Dios en él. Cuando luchabas, eras Jacob; ahora eres Israel, por la fe en la bendición que reclamaste. Según la carne, el hombre es inferior a ti, como un tipo de su pasión en la carne. Pero puedes reconocer a Dios en esa carne débil, como una señal de su bendición en el Espíritu. El testimonio de los ojos no perturba tu fe; su debilidad no te induce a descuidar su bendición. Aunque él es hombre, su humanidad no es un obstáculo para que sea Dios, ni su deidad es un obstáculo para que sea verdadero Dios. Siendo Dios, él debe ser verdaderamente verdadero.

XX

La ley, en su desarrollo, sigue todavía la secuencia del misterio evangélico (del cual es la sombra), y sus tipos son una anticipación fiel de las verdades enseñadas por los apóstoles. En la visión de su sueño, el bienaventurado Jacob vio a Dios. Ésta fue la revelación de un misterio, no una manifestación corporal. Y en ella se le mostró el descenso de los ángeles por la escalera, y su ascenso al cielo, y Dios descansando sobre la escalera. La visión, tal como fue interpretada, predijo que su sueño algún día se convertiría en una verdad revelada. Las palabras del patriarca ("la casa de Dios y la puerta del cielo") nos muestran la escena de su visión. Más adelante, después de un largo relato de lo que hizo, la narración continúa diciendo que Dios dijo a Jacob: "Levántate y sube al lugar de Betel, y mora allí. Y ofrece allí un sacrificio al Dios que se te apareció cuando huías de la presencia de Esaú" (Gn 35,1). Si la fe del evangelio tiene acceso por Dios Hijo a Dios Padre, y si sólo por Dios se puede comprender a Dios, oh hereje, muéstranos entonces en qué sentido no es verdadero Dios el que exige reverencia por Dios, o el que se encuentra por encima de la escalera celestial. ¿Qué diferencia de naturaleza separa a los dos, cuando ambos llevan el mismo nombre que indica la misma naturaleza? Es Dios el que fue visto, y es también Dios el que habla de Dios el que fue visto. Dios no puede ser comprendido sino por Dios, así como Dios no acepta ningún culto de nuestra parte sino por Dios. No podríamos entender que el uno debe ser reverenciado, si el otro no nos hubiera enseñado a reverenciarlo. No podríamos haber sabido que el uno es Dios, si no hubiéramos conocido la divinidad del otro. La revelación de los misterios sigue su curso señalado, y es por Dios que somos iniciados en el culto de Dios. Así, cuando un nombre, que habla de una sola naturaleza, combina al Padre con el Hijo, ¿cómo puede el Hijo caer por debajo de sí mismo, hasta ser otro que verdadero Dios?

H
Demostración de lo dicho, en Moisés

XXI

El juicio humano no debe dictar sentencia sobre Dios. Nuestra naturaleza no es tal que pueda elevarse por sus propias fuerzas a la contemplación de las cosas celestiales. Debemos aprender de Dios lo que debemos pensar de él, pues no tenemos otra fuente de conocimiento que él. Puedes estar tan cuidadosamente entrenado como quieras en la filosofía secular, oh hereje, y puedes haber vivido una vida de rectitud. Todo esto contribuirá a tu satisfacción mental, pero no te ayudará a conocer a Dios. Moisés fue adoptado como hijo de la reina e instruido en toda la sabiduría de los egipcios. Además, por lealtad a su raza había vengado el agravio del hebreo matando al egipcio, y sin embargo no conocía al Dios que había bendecido a sus padres. Porque cuando salió de Egipto por temor a que se descubriera su acción, y vivía como pastor en la tierra de Madián, vio un fuego en la zarza, y la zarza no se consumió. Entonces fue cuando oyó la voz de Dios, y preguntó su nombre, y conoció su naturaleza. De todo esto no podía saber nada sino por medio de Dios mismo. Y nosotros, de la misma manera, debemos limitarnos, en todo lo que digamos de Dios, a los términos en que él nos ha hablado acerca de sí mismo.

XXII

Fue el "ángel de Dios" quien se apareció en el fuego desde la zarza, y fue Dios quien habló desde la zarza en medio del fuego. Él se manifiesta como ángel, pues ese es su oficio, no su naturaleza. El nombre que expresa su naturaleza se os da como Dios, porque el ángel de Dios es Dios. Pero tú dices que quizás él no sea Dios verdadero. De ser así, ¿es entonces el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, un no Dios verdadero? Porque el ángel que habla desde la zarza es su Dios eternamente. Y para que no insinuéis que el nombre es suyo sólo por adopción, es el Dios absoluto quien habla a Moisés, diciendo: "Yo soy el que soy". Por su parte, Moisés dirá: "El que es me ha enviado a vosotros" (Ex 3,14). El discurso de Dios comenzó como el discurso del ángel, para revelar el misterio de la salvación humana en el Hijo. Luego aparece como el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, para que conozcamos el nombre que es suyo por naturaleza. Finalmente, es el Dios que envía a Moisés a Israel, para que tengamos plena seguridad de que en el sentido absoluto él es Dios.

XXIII

¿Qué otras ficciones puede inventar la vana locura de la blasfemia insana? ¿Aún persistís en vuestra siembra nocturna de cizaña, predestinada a ser quemada, entre el trigo puro, cuando el conocimiento de todos los patriarcas os contradice? Más aún, si creyerais a Moisés, creeríais también en Dios y en el Hijo de Dios, a menos que neguéis que fue de él de quien habló Moisés. Si os proponéis negar esto, debéis escuchar las palabras de Dios: "Si hubierais creído a Moisés, también me habríais creído a mí, porque él escribió de mí" (Jn 5,46). Moisés, en verdad, os refutará con todo el volumen de la ley, ordenada por medio de los ángeles, que recibió por mano del Mediador. Indagad si aquel que dio la ley no era verdadero Dios, pues el mediador fue el dador. ¿Y no fue para encontrarse con Dios que Moisés llevó al pueblo al monte? ¿No fue Dios quien descendió al monte? ¿O fue, tal vez, sólo por ficción o adopción, y no por derecho de naturaleza, que él, quien hizo todo esto, llevó el nombre de Dios? Observad el sonido de las trompetas, el destello de las antorchas, las nubes de humo (como de un horno) rodando sobre la montaña, el terror de la impotencia del hombre (en la presencia de Dios), la confesión del pueblo y cuándo oraron a Moisés para que fuera su portavoz, pues "a la voz de Dios morirían". ¿No es él, en vuestra opinión, Dios verdadero, cuando el simple temor de que hablara llenó a Israel con el temor de la muerte? ¿Aquel cuya voz no podía ser soportada por la debilidad humana? ¿Acaso no es él Dios a sus ojos, porque se dirigió a vosotros a través de las facultades débiles de un hombre, para que pudierais escuchar y vivir? Moisés entró en el monte, y en cuarenta días y cuarenta noches adquirió el conocimiento de los misterios del cielo, y lo puso todo en orden según la visión de la verdad que allí le fue revelada. De la relación con Dios, que hablaba con él, recibió el esplendor reflejado de esa gloria que nadie puede contemplar. Su rostro corruptible se transfiguró en la semejanza de la luz inaccesible de aquel con quien moraba. De este Dios da testimonio, de este Dios habla, convoca a los ángeles de Dios que vengan a adorarlo en medio de la alegría de los gentiles, y ruega que las bendiciones desciendan sobre la cabeza de José. Ante una evidencia como ésta, ¿se atreve alguien a decir que no tiene nada más que el nombre de Dios y negar su verdadera divinidad?

I
Recapitulación general

XXIV

Esta larga discusión ha sacado a la luz la verdad de que nunca se ha aducido un argumento sólido en favor de una distinción entre uno que es y uno que no es Dios verdadero, en aquellos pasajes donde la ley habla de Dios y Dios, de Señor y Señor. He demostrado que estos términos son incompatibles con la diferencia entre ellos en nombre o en naturaleza, y que podemos usar el nombre como una prueba de la naturaleza, y la naturaleza como una pista para el nombre. Así, he demostrado que el carácter, el poder, los atributos, y el propio nombre, son inherentes a aquel a quien la ley ha llamado Dios. He demostrado también que la ley, desplegando gradualmente el misterio del evangelio, revela al Hijo como una persona al manifestar a Dios como obediente, en la creación del mundo, a las palabras de Dios, y en la formación del hombre haciendo lo que es la imagen conjunta de Dios y de Dios. He probado que en el juicio de los hombres de Sodoma el Señor es "juez del Señor", y que en la concesión de bendiciones y ordenación de los misterios de la ley, el "ángel de Dios" es Dios. Así, en apoyo de la confesión salvadora de Dios tal como siempre se manifiesta en las personas del Padre y del Hijo, he demostrado cómo la ley enseña la verdadera deidad mediante el uso del nombre estricto de Dios, porque si bien la ley establece claramente que son dos, no arroja sombra de duda sobre la verdadera deidad de ninguno de ellos.

XXV

Ha llegado el momento, pues, de que pongamos fin a ese astuto artificio de la herejía, por el cual pervierten las enseñanzas devotas y piadosas de la ley en un apoyo para su propio engaño impío. Preceden a su negación del Hijo de Dios con las palabras "escucha, Israel, el Señor tu Dios es uno", y luego, como su blasfemia sería refutada por la identidad del nombre (ya que la ley habla de Dios y Dios), invocan la autoridad de las palabras proféticas "te bendecirán, oh Dios verdadero" para demostrar que el nombre no se usa en el verdadero sentido. Argumentan que estas palabras enseñan que Dios es uno, y que Dios, el Hijo de Dios, tiene su nombre solamente y no su naturaleza; y que, por lo tanto, debemos concluir que el Dios verdadero es una sola Persona. Pero tal vez imaginas, tonto, que contradiremos estos textos tuyos, y así negaremos que existe un solo Dios verdadero. Ciertamente, no los contradecimos con una confesión concebida según vuestros sentidos. Nuestra fe los recibe, nuestra razón los acepta, nuestras palabras los declaran. Reconocemos a un solo Dios, y a él como Dios verdadero. El nombre de Dios no tiene peligros para nuestra confesión, que proclama que en la naturaleza del Hijo está el único Dios verdadero. Aprended el significado de vuestras propias palabras, reconoced al único Dios verdadero, y entonces seréis capaces de hacer una confesión fiel de Dios, uno y verdadero. Son las palabras de nuestra fe las que estáis convirtiendo en el instrumento de vuestra blasfemia, preservando el sonido y pervirtiendo el sentido. Disfrazados con un tonto manto de sabiduría imaginaria, bajo el manto de la lealtad a la verdad, sois los destructores de la verdad. Confesáis que Dios es uno y verdadero, a costa de negar la verdad que confesáis. Vuestra lengua reclama reputación de piedad por la fuerza de su impiedad, y de verdad por la fuerza de su falsedad. Vuestra predicación de un único Dios verdadero conduce a una negación de él. ¿Por qué? Porque negáis que el Hijo sea verdadero Dios, y decís que es Dios sólo de nombre, y no de naturaleza. Si su nacimiento fuese de nombre, y no de naturaleza, entonces estaríais justificados, mas si él nació verdaderamente como Dios, ¿cómo puede entonces dejar de ser verdadero Dios en virtud de su nacimiento? Niega el hecho, y puedes negar la consecuencia, mas si admites el hecho, ¿cómo puede él ser otro que él mismo? Ningún ser puede alterar su propia naturaleza esencial. Sobre su nacimiento hablaré enseguida, pero por ahora refutaré tus falsedades blasfemas sobre su verdadera naturaleza divina con las declaraciones de los profetas. Tendré cuidado de que en nuestra afirmación del único Dios verdadero no tenga cabida la herejía sabeliana (de que el Padre es una persona con el Hijo), ni esa calumnia contra la verdadera deidad del Hijo (que tú, arriano, desarrollas a partir de la unidad del único Dios verdadero).

J
Demostración de lo dicho, en Isaías

XXVI

La blasfemia es incompatible con la sabiduría; donde falta el temor de Dios, que es el principio de la sabiduría, no sobrevive ningún atisbo de inteligencia. Un ejemplo de esto se ve en la cita que hacen los herejes de las palabras del profeta ("te bendecirán, oh Dios verdadero"), como evidencia contra la divinidad del Hijo. Primero, vemos aquí la necedad que obstruye la incredulidad en la mala interpretación o (si se entendiera) en la supresión de la parte anterior de la profecía; y de nuevo la vemos en su interpolación fraudulenta de esa pequeña palabra que no se encuentra en el libro mismo. Este procedimiento es tan estúpido como deshonesto, ya que nadie confiaría en ellos hasta el punto de aceptar su lectura sin referirse para corroborarlo al texto profético. Porque ese texto no dice "te bendecirán, el Dios verdadero", sino así: "Bendecirán al Dios verdadero" (Is 65,16). Además, no hay diferencia leve entre "tú, el Dios verdadero" y "el Dios verdadero". Si se mantiene , el pronombre de la segunda persona implica que se está hablando de otro; si se omite , el objeto de la oración es el que habla.

XXVII

Para asegurar que nuestra explicación del pasaje sea completa y segura, cito las palabras en su totalidad:

"Así dice el Señor: Los que me sirven comerán, pero vosotros tendréis hambre. Los que me sirven beberán, pero vosotros tendréis sed. Los que me sirven se gozarán de alegría, pero vosotros lloraréis por el dolor de vuestro corazón, y aullaréis por la angustia de vuestro espíritu. Vosotros dejaréis vuestro nombre por regocijo a mis escogidos, y el Señor os matará. Pero mis siervos serán llamados por un nombre nuevo, que será bendecido en la tierra. Ellos bendecirán al Dios verdadero, y los que juran sobre la tierra jurarán por el Dios verdadero".

Siempre hay una buena razón para cualquier desviación de los modos de expresión habituales, pero la novedad también se convierte en una oportunidad para la mala interpretación. La cuestión aquí es: ¿Por qué, cuando tantas profecías anteriores se han pronunciado acerca de Dios, y el nombre de Dios (solo y sin epíteto) ha bastado hasta ahora para indicar la majestad y naturaleza divinas, el Espíritu de profecía predijo ahora por medio de Isaías que el Dios verdadero iba a ser bendecido, y que los hombres en la tierra jurarían por el Dios verdadero? En primer lugar, debemos tener en cuenta que este discurso se pronunció acerca de tiempos venideros. Ahora bien, pregunto, ¿No era, en la mente de los judíos, Dios verdadero aquel a quien los hombres solían bendecir y por quien juraban? Los judíos, inconscientes del significado típico de sus misterios, e ignorantes del Dios Hijo, adoraban a Dios simplemente como Dios, y no como Padre. De hecho, si lo hubieran adorado como Padre, también habrían adorado al Hijo. Era Dios, a secas, a quien bendecían y por quien juraban. Pero el profeta testifica que es el Dios verdadero el que sería bendecido en el más allá, llamándolo "Dios verdadero" porque el misterio de su encarnación cegaba los ojos de los antiguos judíos, respecto de su verdadera divinidad. Cuando se iba a difundir la falsedad, era necesario que se dijera claramente la verdad. Y por eso habló el profeta, que ahora pasaremos a revisar cláusula por cláusula.

XXVIII

Comencemos explicando la frase "los que me sirven comerán, pero vosotros tendréis hambre; los que me sirven beberán, pero vosotros tendréis sed". Nótese que una cláusula contiene dos tiempos diferentes, para enseñar la verdad acerca de dos tiempos diferentes (sirven y comerán). La piedad presente es recompensada con un premio futuro, y de manera similar, la impiedad presente sufrirá la pena de sed y hambre futuras. Por eso, a continuación añade: "Los que me sirven, se alegrarán de alegría, pero vosotros lloraréis por el dolor de vuestro corazón y aullaréis por la angustia de vuestro espíritu". Aquí de nuevo, como antes, hay una revelación para el futuro y para el presente. Los que ahora sirven se alegrarán de alegría, mientras que los que no sirven permanecerán llorando y aullando por el dolor de corazón y la angustia de espíritu. Mas continuemos, porque el texto sigue diciendo: "Dejaréis vuestro nombre por regocijo a mis escogidos, y el Señor os matará". Estas palabras, que tratan de un tiempo futuro, están dirigidas al Israel carnal, al que se le atormenta con la perspectiva de tener que entregar su nombre a los elegidos de Dios. ¿Cuál es este nombre? Israel, por supuesto, porque a Israel estaba dirigida la profecía. Y ahora pregunto: ¿Qué es Israel hoy? El apóstol da la respuesta: "Los que viven en el espíritu, no en la letra, los que andan en la ley de Cristo, son el Israel de Dios" (Rm 2,29).

XXIX

Tras esto, pasemos a las siguientes palabras citadas arriba: "Así dice el Señor", las cuales son seguidas por: "El Señor os matará". Por el contenido de la oración siguiente ("mis siervos serán llamados por un nombre nuevo, que será bendecido en la tierra"), no cabe duda de que tanto "así dice el Señor", como "el Señor os matará", prueban que fue el Señor quien habló y también quien se propuso matar, y quien quiso recompensar (a sus siervos) y quien era bien conocido (por haber hablado a través de los profetas, y ser el juez de los justos y de los malvados). Así, el resto de esta revelación del misterio del evangelio elimina toda duda sobre el Señor, como orador y como matador. Pero continuemos, porque el texto citado arriba continúa diciendo: "Mis siervos serán llamados por un nombre nuevo, que será bendecido en la tierra". Aquí, todo está en futuro, luego ¿qué es, entonces, este "nuevo nombre", sino una religión que será bendecida en la tierra? Si alguna vez en épocas pasadas hubo una bendición sobre el nombre cristiano, no es un nombre nuevo. Pero si este nombre sagrado de nuestra devoción a Dios es nuevo, entonces este nuevo título de cristiano, otorgado a nuestra fe, es esa bendición celestial que es nuestra recompensa en la tierra.

XXX

Aporto ahora las siguientes palabras del texto anterior, en perfecta armonía con la seguridad interior de nuestra fe. Dice: "Bendecirán al Dios verdadero, y los que juran sobre la tierra jurarán por el Dios verdadero". En verdad, los que en el servicio de Dios han recibido el nuevo nombre bendecirán a Dios; y además, el Dios por Quien jurarán es el Dios verdadero. ¿Qué duda hay en cuanto a quién es este Dios verdadero, "por quien los hombres jurarán" y "a quien bendecirán", por medio de quien se dará "un nombre nuevo y bendito" a quienes lo sirven? Tengo de mi lado, en oposición a las tergiversaciones blasfemas de la herejía, la evidencia clara y definida de la fe de la Iglesia. Dicha evidencia es ésta: el testimonio del nuevo nombre de Cristo, que él otorga a los cristianos en recompensa por su servicio leal. En efecto, oh Cristo, tú eres Dios verdadero, y cada boca de los que creen dice que tú eres Dios. La fe de todo creyente jura que tú eres Dios, y confiesa, proclama, y está interiormente seguro, que tú eres verdadero Dios.

XXXI

Este pasaje de la profecía, tomado en todo su contexto, describe claramente a Dios, tanto a aquel a quien servimos (por causa del nuevo nombre) como a aquel por quien el nuevo nombre es bendecido en la tierra. Nos dice también quién es el que es bendecido como Dios verdadero, y por quién se jura como Dios verdadero. Y ésta es la confesión de fe hecha, en la plenitud de los tiempos, por la Iglesia en leal devoción a Cristo su Señor. Podemos ver cuán exactamente las palabras de la profecía se ajustan a la verdad , al abstenerse de la inserción de ese pronombre de la segunda persona. Si las palabras hubieran sido tú, el Dios verdadero, entonces podrían haber sido interpretadas como dirigidas a otro. El Dios verdadero no puede referirse a nadie más que al orador. El pasaje, tomado por sí mismo, muestra a quién se refiere. Las palabras precedentes, tomadas en conexión con él, declaran quién es el orador que hace esta confesión de Dios. Son éstas: "Me he aparecido abiertamente a los que no preguntaban por mí, me he dejado encontrar por los que no me buscaban, heme aquí a gente que no invocaba mi nombre, extendí mis manos todo el día a pueblo incrédulo y contradictor". ¿Podría un intento deshonesto de suprimir la verdad ser expuesto más completamente, o el orador ser revelado más claramente como Dios verdadero, que aquí? ¿Quién, pregunto, fue el que se apareció a los que no preguntaban por él, y fue hallado por los que no lo buscaban? ¿Qué nación es la que en otro tiempo no invocaba su nombre? ¿Quién es el que extendió sus manos todo el día a un pueblo incrédulo y contradictor? Y si no, comparad con estas palabras ese santo y divino cántico de Deuteronomio (Dt 32,21), en el que Dios, en su ira contra los que no son dioses, mueve a los incrédulos a celos contra los que no son pueblo y una nación insensata. Y si no, concluye tú mismo: ¿Quién es el que se manifiesta a los que no lo conocieron? ¿Quien, aunque un pueblo es suyo, se convierte en posesión de extraños? ¿Quién es el que extiende sus manos ante un pueblo incrédulo y contradictor, clavando en la cruz la escritura de la sentencia anterior contra nosotros (Col 2,14)? Porque el mismo Espíritu en el profeta a quien estamos considerando, procede de esta manera en el curso de esta única profecía, que está conectada en argumento así como es continua en expresión: Pero mis siervos serán llamados con un nombre nuevo, el cual será bendecido en la tierra, y bendecirán al Dios verdadero, y los que juran sobre la tierra, jurarás por el Dios verdadero.

K
Demostración de lo dicho, en San Pablo

XXXII

Si la herejía, con su locura y perversidad, intenta apartar a los ingenuos e ignorantes de la verdadera creencia de que estas palabras fueron dichas con referencia a Dios Hijo, fingiendo que son una expresión de Dios Padre acerca de sí mismo, oirá la sentencia dictada sobre la mentira por el apóstol y maestro de los gentiles. Él interpreta todas estas profecías como alusiones a la pasión del Señor y a los tiempos de la fe evangélica, cuando está reprendiendo la incredulidad de Israel, que no reconoce que el Señor ha venido en la carne. Sus palabras son:

"Todo aquel que haya invocado el nombre del Señor será salvo. Mas ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? O ¿cómo creerán en aquel de quien no han oído? Y ¿cómo oirán sin un predicador? Y ¿cómo predicarán, si han sido enviados? Como está escrito, ¡cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian cosas buenas! Pero no todos obedecen al evangelio. Porque Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio? Así que la fe es por el oír, y el oír por la palabra. Pero yo digo: ¿No han oído? Sí, en verdad, por toda la tierra ha salido su voz, y hasta los confines del mundo sus palabras. Pero yo digo: ¿No lo ha sabido Israel? Porque éstas son las palabras de Moisés: Os provocaré a celos contra un pueblo que no es pueblo, y os enojaré con una nación insensata, así como éstas son las palabras de Isaías: Me aparecí a los que no me buscaban, y fui hallado de los que no preguntaban por mí. Y a Israel, ¿qué dice ese Dios? Esto mismo: Todo el día extendí mis manos a un pueblo que no escuchaba" (Rm 10,13-21).

Así pues, oh judío, ¿quién eres tú, que subiste por los cielos sucesivos, sin saber si estabas en el cuerpo o fuera del cuerpo, y puedes explicar con mayor fidelidad que él las palabras del profeta? ¿Quién eres tú, que has oído, y no puedes decir, los misterios inefables de las cosas secretas del cielo, y has proclamado con mayor seguridad el conocimiento que Dios te concedió para revelación? ¿Quién eres tú, que has sido predestinado a una participación plena del sufrimiento del Señor en la cruz, y que has sido el primero en ser arrebatado al paraíso y has recibido enseñanzas más nobles de las Escrituras? ¿Quién es más poderoso que este vaso escogido de Dios? Si existe tal hombre, ¿acaso ignora que estas son las obras y palabras del verdadero Dios, proclamadas a nosotros por su propio apóstol verdadero y escogido para que podamos reconocer en él a su autor?

XXXIII

Se me puede argumentar que el apóstol no estaba inspirado por el espíritu de profecía cuando tomó prestadas estas palabras proféticas, y que sólo estaba interpretando al azar las palabras de otro hombre. No obstante, todo lo que el apóstol dice de sí mismo le viene por revelación de Cristo, aunque su conocimiento de las palabras de Isaías derive de haber leído el libro. Además, en el comienzo de esa declaración, en la que se dice que los siervos del verdadero Dios lo bendecirán y jurarán por él, leemos esta adoración del profeta: "Desde la eternidad no hemos oído, ni nuestros ojos han visto a Dios, sino a ti, y las obras que harás por los que esperan tu misericordia" (Is 64,4). Isaías dice que "no ha visto a ningún Dios fuera de él", porque realmente vio la gloria de Dios, y el misterio de cuya toma de carne de la Virgen predijo. Si vosotros, en vuestra herejía, no sabéis que fue a Dios el Unigénito a quien el profeta vio en aquella gloria, escuchad al evangelista: "Estas cosas dijo Isaías, cuando vio su gloria, y habló de él" (Jn 12,41). El apóstol, el evangelista, el profeta se unen para silenciar vuestras objeciones. Isaías vio a Dios; aunque está escrito: "Nadie ha visto a Dios jamás, sino el Hijo unigénito que está en el seno del Padre". Él lo ha declarado, y fue a Dios a quien el profeta vio. Como dice la Escritura, "él contempló la gloria divina, y los hombres se llenaron de envidia" ante tal honor concedido a su grandeza profética. Ésta fue la razón por la que los judíos lo sentenciaron a muerte.

L
El verdadero Dios, Padre e Hijo

XXXIV

Así nos ha hablado el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, de Dios, a quien ningún hombre ha visto. Así que, oh herejes, o bien desmentís la afirmación del Hijo, o bien creed en aquel que ha sido visto, que se apareció a quienes no lo conocían, que se hizo Dios de los gentiles que no lo invocaban y que extendió sus manos ante un pueblo que lo contradecía. Además, creed también en que quienes le sirven reciben un nombre nuevo, y que en la tierra los hombres le bendicen y juran por él como verdadero Dios. La profecía dice, el evangelio confirma, el apóstol explica, y la Iglesia confiesa que aquel que fue visto es verdadero Dios, mientras que nadie se atreve a decir que Dios Padre fue visto. Sin embargo, la locura de la herejía ha llegado a tal extremo que, mientras profesáis reconocer esta verdad, en realidad la negáis. La negáis mediante el nuevo e impío artificio de evadir la verdad, mientras hacen una estudiada simulación de adhesión a ella. Y cuando confesáis a un solo Dios, solo verdadero y solo justo, solo sabio, solo inmutable, solo inmortal y solo poderoso, le atribuís un Hijo diverso en sustancia, no nacido de Dios para ser Dios (sino adoptado por creación para ser Hijo) y que no tiene el nombre de Dios por naturaleza, sino sólo como título recibido (por adopción). Así, priváis inevitablemente al Hijo de todos aquellos atributos que acumulan sobre el Padre en su solitaria majestad.

XXXV

La mente distorsionada de la herejía es incapaz de conocer y confesar al único Dios verdadero, pues la fe sana y la razón necesarias para tal confesión son incompatibles con la incredulidad. Debemos confesar al Padre y al Hijo antes de poder comprender a Dios como uno y verdadero. Cuando hayamos conocido los misterios de la salvación del hombre, realizada en nosotros mediante el poder de la regeneración para la vida en el Padre y el Hijo, entonces podremos tener la esperanza de penetrar los misterios de la ley y los profetas. La ignorancia impía de las enseñanzas de los evangelistas y apóstoles no puede formar la idea de un único Dios verdadero. A partir de las enseñanzas de los evangelistas y apóstoles presentaremos la sana doctrina acerca de él, en exacto acuerdo con la fe de los verdaderos creyentes. Lo presentaremos de tal manera que el Unigénito, que es de la sustancia del Padre, sea conocido como indivisible e inseparable en naturaleza, no en persona. Presentaremos a Dios como uno, porque Dios es de la naturaleza de Dios. Pero también estableceremos esta doctrina de la perfecta unidad de Dios sobre las palabras de los profetas, y las haremos los fundamentos de la estructura del evangelio, probando que hay un solo Dios, con una naturaleza divina, por el hecho de que el Dios unigénito nunca es clasificado aparte como un segundo Dios. A lo largo de este libro V he seguido el mismo curso que en su predecesor, y los mismos métodos que probaron allí que el Hijo es Dios, han probado aquí que él es Dios verdadero. Confío en que nuestra explicación de cada pasaje haya sido tan convincente que ahora lo hayamos manifestado como Dios verdadero tan eficazmente como demostramos anteriormente su divinidad. El resto del libro estará dedicado a la prueba de que él, quien ahora es reconocido como Dios verdadero, no debe ser considerado como un segundo Dios. Nuestra refutación de la noción de un segundo Dios establecerá aún más la unidad; y esta verdad se mostrará como no incompatible con la existencia personal del Hijo, mientras que, sin embargo, mantiene la unidad de naturaleza en Dios y en Dios.

M
Demostración de lo dicho, en Moisés, Isaías y Jeremías

XXXVI

El verdadero método de nuestra investigación exige que comencemos con aquel por quien Dios se manifestó primero al mundo. Es decir, con Moisés, por cuya boca Dios el Unigénito se declaró así: "Yo soy Dios, y no hay Dios fuera de mí" (Dt 32,39). Que la herejía impía atribuya estas palabras a Dios, el Padre ingénito, es evidente, por el sentido del pasaje y por la evidencia del apóstol que, como ya hemos dicho, nos ha enseñado a entender todo este discurso (como hablado por Dios el Unigénito). El apóstol también señala las palabras "regocijaos, oh naciones, con su pueblo" como las del Hijo, y en corroboración cita además esto: "Habrá una raíz de Jesé, y uno que se levantará para gobernar a las naciones; en él confiarán las naciones". Así, las palabras de Moisés ("regocijaos, oh naciones, con su pueblo") indican a aquel que dijo "no hay Dios fuera de mí". El apóstol refiere las mismas palabras a "nuestro Señor Jesucristo, Dios unigénito, en cuya resurrección como rey de la raíz de Jesé, según la carne, descansa la esperanza de los gentiles". Por eso, lo que debemos ahora es considerar el significado de estas palabras, para que nosotros, que sabemos que fueron dichas por él, podamos determinar en qué sentido las pronunció.

XXXVII

La doctrina verdadera , absoluta y perfecta que forma nuestra fe es la confesión de Dios desde Dios y de Dios en Dios, sin ningún proceso corporal, sino por el poder divino, sin ninguna transfusión de naturaleza en naturaleza, sino por la obra secreta y poderosa de la naturaleza una; Dios desde Dios, no por división, extensión o emanación, sino por la operación de una naturaleza que trae a la existencia, por medio del nacimiento, una naturaleza una consigo misma. Los hechos recibirán un tratamiento más completo en el próximo libro, que se dedicará a una exposición de la enseñanza de los evangelistas y apóstoles; por el momento debemos mantener nuestra afirmación y creencia por medio de la ley y los profetas. La naturaleza con la que Dios nace es necesariamente la misma que la de su fuente. Él no puede venir a la existencia como otro que Dios, ya que su origen no es otro que Dios. Su naturaleza es la misma, mas no en el sentido de que el engendrador también fue engendrado (pues entonces el inengendrado, habiendo sido engendrado, no sería él mismo) sino en el sentido de que la sustancia del engendrado consiste en todos aquellos elementos que se resumen en la sustancia del engendrador, que es su único origen. Así pues, no se debe a ninguna causa externa que su origen sea del uno, y que su existencia participe de la unidad. Tampoco hay ningún elemento nuevo en él (porque su vida es del viviente), ni ningún elemento está ausente en él (porque el viviente lo engendró para participar de su propia vida). Por tanto, en la generación del Hijo, el Dios incorpóreo e inmutable engendra, de acuerdo con su propia naturaleza, a Dios incorpóreo e inmutable. Este nacimiento perfecto de Dios incorpóreo e inmutable de Dios incorpóreo e inmutable implica, como vemos a la luz de la revelación de Dios de Dios, ninguna disminución de la sustancia del engendrador. Y así, Dios, el Unigénito, da testimonio por medio del santo Moisés: "Yo soy Dios, y no hay otro Dios fuera de mí". Es decir, no hay una segunda naturaleza divina, y por tanto no puede haber otro Dios fuera de él, puesto que él es Dios y, por los poderes de su naturaleza, Dios también está en él. Y porque él es Dios, y Dios está en él, no hay otro Dios fuera de él. Dios, fuera del cual no hay otra fuente de deidad, está en él, y, por consiguiente, dentro de él no sólo está su propia existencia, sino el autor de esa existencia.

XXXVIII

Esta fe salvadora que profesamos está sostenida por el espíritu de profecía, que habla con una sola voz a través de muchas bocas, y nunca, a través de las largas y cambiantes eras, da un testimonio incierto de las verdades de la revelación. Por ejemplo, las palabras que, como se nos dice por medio de Moisés, fueron dichas por Dios el Unigénito, son confirmadas para nuestra mejor instrucción por el espíritu profético, hablando esta vez por medio de aquellos hombres de estatura: "Dios está en ti, y no hay Dios fuera de ti. Tú eres Dios, y no lo sabíamos, oh Dios de Israel, el Salvador". Que la herejía se lance con su máximo esfuerzo de desesperación y rabia contra esta declaración de un nombre y una naturaleza inseparablemente unidos, y rompa en dos, si sus furiosas luchas pueden, una unión perfecta en título y en hecho. Dios está en Dios y fuera de él no hay Dios. Que la herejía, si puede, divida al Dios interior del Dios interior en quien él está, y clasifique, cada uno según su especie, a los miembros de esa unión mística. Porque cuando dice que "Dios está en ti", enseña que la verdadera naturaleza de Dios Padre está presente en Dios Hijo, y que ése es el sentido de que diga "yo soy el que soy" (Ex 3,14). Cuando añade "no hay Dios fuera de ti", muestra que fuera de él no hay Dios, ya que la morada de Dios está dentro de sí mismo. La tercera afirmación, "tú eres Dios y no lo sabíamos", establece para nuestra instrucción lo que debe ser la confesión del alma devota y creyente. Cuando haya aprendido los misterios del nacimiento divino, y el nombre Enmanuel que el ángel anunció a José, debe exclamar: "Tú eres Dios, y no lo sabíamos, oh Dios de Israel, el Salvador". Debe reconocer la subsistencia de la naturaleza divina en él, en cuanto que Dios está en Dios, y la inexistencia de cualquier otro Dios excepto el verdadero. Porque, siendo él Dios y estando Dios en él, el engaño de otro Dios, de cualquier tipo, debe ser abandonado. Tal es el mensaje del profeta Isaías, quien da testimonio de la indivisible e inseparable divinidad del Padre y del Hijo.

XXXIX

Jeremías, profeta igualmente inspirado, enseñó que Dios el Unigénito es de una naturaleza idéntica a la de Dios Padre. Sus palabras son: "Éste es nuestro Dios, y no habrá otro semejante a él, que ha descubierto todo el camino del conocimiento, y se lo ha dado a Jacob su siervo, y a Israel su amado". Más adelante, fue visto sobre la tierra, y habitó entre los hombres. ¿Por qué tratar de transformar al Hijo de Dios en un segundo Dios? Aprended a reconocer y a confesar al único Dios verdadero. Ningún segundo Dios es semejante a Cristo, y por lo tanto puede afirmar ser Dios. Él es Dios de Dios por naturaleza y por nacimiento, porque la fuente de su divinidad es Dios. Y de nuevo, él no es un segundo Dios, porque ningún otro es semejante a él; la verdad que está en él no es otra cosa que la verdad de Dios. ¿Por qué unir, en pretendida devoción a la unidad de Dios, lo verdadero y lo falso, lo vil y lo genuino, lo distinto y lo distinto? El Padre es Dios y el Hijo es Dios. Dios está en Dios; fuera de él no hay Dios, y ningún otro se le asemeja para ser Dios. Si en estos dos reconocéis la unidad de Dios en lugar de la soledad, participaréis de la fe de la Iglesia, que confiesa al Padre en el Hijo. Si, ignorando el misterio celestial , insistís en que Dios es uno para imponer la doctrina de su aislamiento, entonces sois ajenos al conocimiento de Dios, porque negáis que Dios esté en Dios.

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Traducido por
Manuel Arnaldos, ed. EJC, Molina de Segura 2025

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 Act: 17/02/25    @escritores de iglesia       E N C I C L O P E D I A    M E R C A B A    M U R C I A 
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