HILARIO DE POITIERS
Sobre la Trinidad

LIBRO XII

A
Sobre "el Señor me creó para iniciar sus caminos"

I

Por fin, con el Espíritu Santo animándonos a avanzar, nos acercamos al puerto seguro y tranquilo de una fe firme. Estamos en la situación de los hombres, que han sido sacudidos durante mucho tiempo por el mar y el viento, a quienes les sucede muy a menudo que, mientras las grandes olas se amontonan y los retienen por un tiempo cerca de las costas cercanas a los puertos, al final ese mismo oleaje de las inmensas y terribles olas los empuja hacia un fondeadero seguro y bien conocido. Esto, espero, nos sucederá mientras luchamos en este libro XII contra la tormenta de la herejía, de modo que, mientras nos aventuramos a navegar en una barca segura sobre la ola de esta dolorosa impiedad, esta misma ola nos lleve al puerto de descanso que anhelamos. Porque mientras todos son arrastrados por el viento incierto de la doctrina, aquí hay pánico y allá peligro, y luego a menudo hay incluso naufragio, porque se mantiene con autoridad profética que Dios unigénito es una criatura, de modo que a él no le pertenece el nacimiento sino la creación, porque se ha dicho en el carácter de la Sabiduría: "El Señor me creó como el principio de sus caminos" (Prov 8,22). Esta es la ola más grande en la tormenta que levantan, esta es la gran ola de la tempestad arremolinada. Sin embargo, cuando la hayamos enfrentado, y haya roto sin daño a nuestro barco, nos impulsará hacia adelante incluso al puerto totalmente seguro de la costa que anhelamos.

II

Con todo, no nos quedamos en esperanzas inciertas o vanas, como los marineros que, al orientar su rumbo según su voluntad, y no por un conocimiento seguro, a veces los vientos cambiantes y caprichosos los abandonan o los desvían de su rumbo. Pero tenemos a nuestro lado al infalible Espíritu de la fe, que permanece con nosotros por el don del Dios unigénito y nos conduce por aguas tranquilas en un rumbo inquebrantable. Porque reconocemos que el Señor Cristo no es criatura, porque en realidad no lo es; ni algo creado, ya que él mismo es el Señor de todas las cosas creadas; pero lo conocemos como Dios, Dios, la verdadera generación de Dios Padre. Todos nosotros, en verdad, hemos sido llamados y adoptados como hijos de Dios, según su bondad lo ha considerado conveniente; pero él es para Dios Padre el único y verdadero Hijo, y el verdadero y perfecto nacimiento, que reside solo en el conocimiento del Padre y del Hijo. Esto, y sólo esto, es nuestra religión: confesarle como Hijo no adoptado sino nacido, no elegido sino engendrado. En efecto, nosotros no hablamos de él ni como hecho ni como no nacido, pues no comparamos al Creador con sus criaturas ni hablamos falsamente de nacimiento sin engendramiento. No existe por sí mismo el que existe por nacimiento; ni tampoco el que es el Hijo no ha nacido; ni el que es el Hijo puede llegar a existir de otro modo que naciendo, porque es el Hijo.

III

Nadie duda que las afirmaciones de impiedad siempre contradicen y se oponen a las afirmaciones de la fe religiosa, y de que no se puede sostener piadosamente lo que ya se condena como concebido impíamente. Por ejemplo, estos nuevos correctores de la fe apostólica sostienen discrepancias entre el espíritu de los evangelistas y el de los profetas, o afirman que los profetas profetizaron una cosa y los evangelistas predicaron otra, y que Salomón invitaba a adorar a una criatura, mientras que Pablo condenaba a los que servían a una criatura. Ciertamente, estos dos textos no parecen concordar entre sí, pero el apóstol, que fue instruido por la ley, y separado por mandato divino, y habló por medio de Cristo que hablaba en él, no ignoraba la profecía, ni la contradecía. Por lo tanto, sabía que Cristo no era una criatura (porque le llamó Creador), y prohibió el culto a una criatura (advirtiéndonos que sólo al Creador se debe servir). Y si no, oigámosle cuando dice: "Hubo quien cambió la verdad de Dios por la mentira, y sirvió a la criatura, pasando por alto al Creador, el cual es bendito por los siglos de los siglos" (Rm 1,23).

IV

¿Acaso Cristo, que es Dios, hablando en Pablo, no refuta esta impiedad de falsedad? ¿Acaso no condena esta perversión mentirosa de la verdad? Porque "por medio de Jesucristo todas las cosas fueron creadas" y, por lo tanto, es propio que él sea el Creador. ¿No le pertenecen tanto la realidad como el título de su poder creador? Melquisedec es nuestro testigo, declarando así que Dios es el Creador del cielo y de la tierra: "Bendito sea Abraham del Dios Altísimo, que creó los cielos y la tierra" (Gn 14,19). También el profeta Oseas es testigo, diciendo: "Yo soy el Señor tu Dios, que establezco los cielos y creo la tierra, y cuyas manos crearon todo el ejército del cielo". Pedro también es testigo, escribiendo así: "Encomendando vuestras almas como a un fiel Creador" (1Pe 4,19). ¿Por qué aplicamos el nombre de la obra al Hacedor de esa obra? ¿Por qué damos el mismo nombre a Dios y a nuestros semejantes? Él es nuestro Creador, él es el Creador de todo el ejército celestial.

V

Si, por la fe de los apóstoles y evangelistas, estas afirmaciones se refieren en su sentido al Hijo, por quien fueron hechas todas las cosas, ¿cómo podrá ser igual a las mismas obras de sus manos y estar en la misma categoría de naturaleza que todas las demás cosas? En primer lugar, nuestra inteligencia humana repudia esta afirmación de que el Creador es una criatura, ya que la creación llega a existir por medio del Creador. Pero si él es una criatura, está sujeto a la corrupción y expuesto a la suspensión de la espera, y está sujeto a la esclavitud. En efecto, el mismo bienaventurado apóstol Pablo dice: "La larga espera de la criatura aguarda la manifestación de los hijos de Dios", y: "La criatura fue sometida a la vanidad, mas no por su propia voluntad, sino por causa de Aquel que la sometió en la esperanza. Porque también la criatura misma será liberada de la esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios" (Rm 8,19-21). Si Cristo fuera criatura, sería necesario que se encontrara en incertidumbre, esperando siempre con una espera tediosa, y que su larga espera fuese más larga que la nuestra, y que estuviera sujeto a la vanidad, y a una sujeción debida a la necesidad, sin poder hacer su propia voluntad. Mas como Cristo no está sujeto por su propia voluntad, es necesario que sea también siervo. Además, como es siervo, es necesario que habite también en una naturaleza corruptible. En este sentido, el apóstol enseña que todas estas cosas pertenecen a la criatura, y que, cuando se libere de ellas por una larga espera, resplandecerá con una gloria propia del hombre. ¡Qué afirmación irreflexiva e impía es imaginar a Dios expuesto, por los insultos que soporta la criatura, a tales burlas como que debería esperar y servir, y estar bajo obligación y recibir reconocimiento, y ser liberado de aquí en adelante a una condición que es nuestra, no suya! Aunque en realidad es gracias a su don que hacemos nuestro pequeño progreso.

VI

La impiedad, por la licencia de este lenguaje prohibido, crece rápidamente con una infidelidad aún más profunda, al afirmar que, siendo el Hijo una criatura, es necesario sostener que tampoco el Padre difiere de una criatura, y que Cristo es una criatura en la forma de Dios, y que Dios nunca puede estar separado de la criatura, y que hay una criatura en la forma de Dios. Según esta impiedad, estar en la forma de Dios sólo puede entenderse como permanecer en la naturaleza de Dios, por lo que también Dios es una criatura, porque hay una criatura con su naturaleza. También es impío pensar que el que estaba en la forma de Dios no intentó ser igual a Dios, porque de la igualdad con Dios (es decir, de la forma de Dios) descendió a la forma de un siervo. Y que no podía descender de Dios al hombre, sino vaciándose como Dios y de la forma de Dios. Y que desde entonces él se habría vuelto diferente de lo que era. N obstante, el que se despojó de sí mismo (Cristo) no dejó de ser él mismo, ya que el poder de su poder permaneció incluso en el poder de despojarse de sí mismo. De igual manera, el paso a la forma de un siervo no significó la pérdida de la naturaleza de Dios, ya que el haberse despojado de la forma de Dios no fue nada menos que un acto poderoso del poder divino.

VII

Ser de esta manera ("en la forma de Dios") no es otra cosa que ser igual a Dios. Por ello, se debe igualdad de honor al Señor Jesucristo, que es "en la forma de Dios", como él mismo dice: "Para que todos honren al Hijo, así como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que lo envió" (Jn 5,23). Nunca hay una diferencia entre las cosas que no implique también un grado diferente de honor. Los mismos objetos merecen la misma reverencia, porque de lo contrario se otorgaría el honor más alto indigno a los que son inferiores, o con insulto a los superiores se haría a los inferiores igual a ellos en honor. Si el Hijo, considerado como una creación más bien que un nacimiento, es tratado con una reverencia igual a la que se le rinde al Padre, entonces no concedemos ningún honor especial al Padre, ya que nos exigimos a nosotros mismos solo la reverencia que se muestra a una criatura. Como es igual a Dios Padre, en cuanto nació de él como Dios, el Hijo es también es igual al Padre en honor, pues es Hijo y no criatura.

B
Sobre "yo te engendré desde el vientre"

VIII

También es notable la expresión que el Padre hace de él: "Desde el seno materno, antes del lucero de la mañana te engendré". Como ya hemos dicho muchas veces, en esta concesión a nuestra debilidad de entendimiento no se implica nada que sea despectivo para Dios, como si al decir que "lo engendró desde el seno materno" estuviera compuesto de partes internas y externas que se unen para formar sus miembros, y debiera su existencia a las mismas causas dentro del tiempo a las que deben la suya los cuerpos terrenos. De hecho, Aquel cuya existencia no se debe a ninguna necesidad natural, libre y perfecto, y eterno Señor de toda la naturaleza, al explicar el verdadero carácter del nacimiento de su Unigénito, indica el poder de su propia naturaleza inmutable. Aunque el Espíritu nazca del Espíritu, sin embargo su única causa para nacer está en esas causas perfectas e inmutables. Y aunque es de una causa perfecta e inmutable de la que nace, es necesario que nazca de esa causa, según el carácter verdadero de esa causa. Ahora bien, el proceso necesario del nacimiento humano está condicionado por las causas que operan sobre el seno materno. Pero como Dios no está compuesto de partes, sino que es inmutable como Espíritu, pues Dios es Espíritu, no está sujeto a ninguna necesidad natural que actúe en él. Pero como nos estaba hablando del nacimiento del Espíritu a partir del Espíritu, instruyó nuestro entendimiento con un ejemplo de causas que actúan entre nosotros. Lo hizo no para dar un ejemplo de la manera del nacimiento, sino para declarar el hecho de la generación. Y no para que el ejemplo probara que él estaba sujeto a la necesidad, sino para que pudiera iluminar nuestra mente. Si, pues, Dios unigénito es un ser creado, ¿qué sentido tiene una revelación que usa los hechos comunes del nacimiento humano para indicar que fue generado divinamente?

IX

Muchas veces, por medio de estos miembros de nuestro cuerpo, Dios nos muestra el modo de sus operaciones, iluminando nuestra inteligencia con términos comúnmente entendidos, como cuando dice: "Cuyas manos crearon todo el ejército del cielo", y: "Los ojos del Señor están sobre los justos", y: "He encontrado a David, el hijo de Jesé, un hombre conforme a mi corazón". Ahora bien, por el corazón se denota el deseo, al que David le agradó por la rectitud de su carácter. El conocimiento de todo el universo, por el cual nada está fuera del alcance de Dios, se expresa bajo el término ojos. Y su actividad creadora, por la cual nada existe que no sea de Dios, se entiende por el término manos. Por lo tanto, como Dios quiere, prevé y hace todo, y también en el uso de términos que denotan acción corporal debe entenderse que no necesita la ayuda de un cuerpo. En la afirmación de que él "engendró del vientre materno" se presenta la idea no de un origen humano (producido por un acto corporal), sino de un nacimiento espiritual, ya que en los demás casos en que se habla de miembros, esto se hace para representarnos otras potencias activas en Dios.

X

El corazón está puesto para el deseo, los ojos para la vista, y las manos para la obra realizada. No obstante, Dios no está compuesto de partes, aunque la Escritura diga que Dios desea, prevé y actúa, y realice dichas operaciones con el corazón, los ojos y la mano. De hecho, ¿no es el significado de la frase "engendró de la matriz" una afirmación de la realidad del nacimiento? No es que engendró al Hijo de su matriz, como tampoco actúa por medio de una mano, ni ve por medio de los ojos, ni desea por medio del corazón. Por el empleo de estos términos se demuestra que realmente actúa, y ve y quiere todo, así también por el término matriz estáa claro que realmente engendró de sí mismo a Aquel a quien engendró. No obstante, no es que se valió de una matriz, sino que se propuso expresar la realidad. De la misma manera, él no quiere, ni ve, ni actúa por medio de las facultades corporales, sino que usa los nombres de estos miembros para que, a través de los servicios realizados por las fuerzas corporales, podamos entender el poder de las fuerzas que no son corpóreas.

C
Sobre "tú eres la obra de mis manos"

XI

La constitución de la sociedad humana no permite, ni tampoco lo permiten las palabras de la enseñanza de nuestro Señor, que el discípulo esté por encima de su maestro, ni que el esclavo gobierne a su señor. De hecho, en estas posiciones contrastantes, la subordinación al conocimiento sería el estado apropiado de la ignorancia, y la sumisión incondicional la suerte designada de la servidumbre. Siendo así que el juicio común de todos es que esto es así, ¿quién nos inducirá ahora a decir o pensar que Dios es una criatura, o que el Hijo ha sido hecho? Porque en ninguna parte encontramos que nuestro maestro y Señor haya hablado así de sí mismo a sus siervos y discípulos, o que haya enseñado que su nacimiento fue una creación o una creación. Además, el Padre nunca dio testimonio de él como algo más que un Hijo, ni el Hijo confesó que Dios fuera algo más que su propio y verdadero Padre, afirmando con certeza que él nació, no fue hecho ni creado, como dice: "Todo aquel que ama al Padre, ama también al Hijo que ha nacido de él" (1Jn 5,1).

XII

Por otra parte, sus obras en la creación son actos de hacer, y no un nacimiento por generación, pues el cielo no es un hijo, ni la tierra es un hijo, ni el mundo es un nacimiento. No obstante, de todo esto dice la Escritura que "todas las cosas fueron hechas por medio de él", y que "los cielos son obras de tus manos", y "no descuides las obras de tus manos". ¿Es el cuadro hijo del pintor, o la espada hijo del herrero, o la casa hijo del arquitecto? Estas son las obras de su creación, pero sólo él es el Hijo del Padre, o nacido del Padre.

XIII

Nosotros, en verdad, somos hijos de Dios, pero somos hijos porque el Hijo nos ha hecho tales. En otro tiempo éramos hijos de la ira, pero hemos sido hechos hijos de Dios por medio del Espíritu de adopción, y hemos ganado ese título por gracia, no por derecho de nacimiento. Como todo lo que es hecho, antes de ser hecho, no era, así nosotros, aunque no éramos hijos, hemos sido hechos lo que somos. En otro tiempo no éramos hijos; pero después de haber ganado el nombre, lo somos. Además, no hemos nacido, sino hechos; no hemos sido engendrados, sino comprados. Dios compró un pueblo para sí, y por este acto lo engendró, pero nunca decimos que Dios engendró hijos en el sentido estricto del término. De hecho, él no dice "he engendrado y criado a mis hijos", sino solamente "he engendrado y criado hijos".

XIV

Tal vez, cuanto se dice "mi primogénito Israel" (Ex 4,22), alguien interpretará el hecho privando al Hijo de la propiedad de la característica del nacimiento, o diciendo que, porque Dios también aplicó a Israel el epíteto mío, la adopción de aquellos que "han sido hechos hijos" fuera un nacimiento real, de igual forma que Jesucristo (del que dijo "éste es mi Hijo amado"; Mt 17,5) y a forma de compartir el epíteto mío con aquellos que claramente no nacieron hijos. De hecho, ni siquiera a su pueblo aplica Dios el epíteto mío, pues esto es lo que se dice: "Un pueblo que nacerá, que el Señor ha hecho".

XV

Por tanto, el pueblo de Israel nace de tal manera que es hecho. Es decir, es hijo por adopción, y no por generación. Las palabras "mi primogénito" están escritas de él, pero hay una gran y amplia diferencia entre "mi Hijo amado" y "mi primogénito". Donde hay nacimiento, allí vemos la expresión "mi Hijo amado", y donde hay una mera elección entre las naciones, y adopción por un acto de voluntad, allí está la expresión "mi primogénito". Aquí, el pueblo es de Dios, con respecto a su carácter de primogénito. En el primer caso, el hecho de que él es de Dios, se relaciona con su carácter de Hijo. Además, en un caso de nacimiento, la propiedad del padre viene primero, y luego su amor. En un caso de adopción, el hecho primario es que el hijo es hecho primogénito, y luego viene la propiedad. Así, a Israel, adoptado como hijo de entre todos los pueblos de la tierra, le correspondía propiamente el carácter de primogénito, pero sólo a aquel que nació Dios le corresponde propiamente el carácter de Hijo. Por tanto, no hay nacimiento verdadero y completo donde se imputa más la filiación que la real, pues no es dudoso que ese pueblo que nace en estado de filiación también es creado. Pero como no habría sido lo que ahora es, y puesto que su nacimiento es sólo un nombre para su creación, no tiene verdadero nacimiento, ya que era otra cosa antes de nacer. Y por eso no era antes de nacer. Es decir, antes de ser hecho, porque lo que es hijo de entre las naciones era nación antes de ser hijo; y, por tanto, no es verdaderamente hijo, porque no siempre fue hijo. Pero Dios unigénito no fue en ningún momento no Hijo, ni fue nada antes de ser Hijo, ni es él mismo nada más que Hijo. Y así, aquel que es siempre Hijo, ha hecho imposible para nosotros pensar que hubo un tiempo en que no existía.

XVI

Los nacimientos humanos implican una no existencia previa, porque todos nacen de aquellos que antes no eran. En efecto, aunque cada uno que nace tiene su origen en uno que ha sido, sin embargo, ese mismo padre, del que nace, no existía antes de que él naciera. Además, el que nace, nace después de que no era, pues el tiempo existía antes de que él naciera. En efecto, si nace hoy, en el tiempo que era ayer, no era, y ha llegado al estado de ser desde el estado de no ser, y nuestra razón obliga a que lo que nace hoy no era ayer. Por lo tanto, queda que su nacimiento, en virtud del cual es, tuvo lugar después de un estado de no ser, ya que necesariamente hoy implica la existencia previa de ayer, de modo que es cierto que hubo un tiempo en que no era. Lo mismo se puede decir del origen de todo lo que se refiere al hombre: todo tiene un principio, antes del cual no había existido, primero en el tiempo y luego en la causa. En cuanto al tiempo, no cabe duda de que las cosas que ahora comienzan a existir, antes no existían; y esto es cierto también en cuanto a la causa, pues es cierto que su existencia no se deriva de una causa dentro de ellas. Pues piensa en todas las causas de los comienzos y dirige tu entendimiento a sus antecedentes: encontrarás que nada comenzó por causa propia, ya que nada nace por el acto libre del padre, sino que todas las cosas son creadas tal como son por el poder de Dios. De donde también es una propiedad natural de cada clase de cosas en virtud de la herencia actual, que una vez no era y luego comenzó a ser, comenzando después del comienzo del tiempo y existiendo dentro del tiempo. Y aunque todas las cosas existentes tienen un origen posterior al tiempo, también sus causas, a su vez, fueron una vez inexistentes, naciendo de cosas que una vez no eran. También Adán, el primer padre del género humano, fue formado de la tierra, que fue hecha de la nada y después del tiempo. Es decir, después del cielo y de la tierra, del día, del sol, de la luna y de las estrellas, y no tuvo ningún principio en nacer, y comenzó a ser cuando antes no había sido.

D
Los pasajes anteriores, ajenos a la filiación de Cristo

XVII

En el caso de Dios unigénito, que no tiene antecedente de tiempo alguno, se excluye la posibilidad de que en algún momento no existiera, puesto que así algún tiempo se vuelve anterior a él. Además, la afirmación de que no existió implica la noción de tiempo, por lo que el tiempo no comenzará a existir después de él, sino que él mismo comenzará a existir después del tiempo. Y puesto que no existía antes de nacer, el mismo tiempo en que no existía le precederá. Además, quien nace de aquel que realmente es, no puede entenderse que haya nacido de lo que no era, ya que aquel que realmente es es la causa de su existencia, y su nacimiento no puede tener su origen en lo que no es. Por lo tanto, como en el caso del Dios unigénito no es cierto ni respecto del tiempo que él nunca existió, ni respecto del Padre (el autor de su ser) que él haya venido a la existencia de la nada, no ha dejado ninguna posibilidad respecto de sí mismo ni de su nacimiento de la nada, ni de su no existencia antes de nacer.

XVIII

No ignoro que la mayoría de aquellos cuya mente, embotada por la impiedad, no acepta el misterio de Dios, o que por la fuerte influencia de un espíritu hostil están dispuestos a manifestar, bajo el manto de la reverencia, una loca pasión por menospreciar a Dios, suelen hacer afirmaciones extrañas a oídos de hombres de mente simple. Afirman que, puesto que decimos que el Hijo siempre ha sido, y que nunca ha sido algo que no haya sido siempre, estamos declarando que él no tiene nacimiento, puesto que siempre ha sido; ya que, según las operaciones de la razón humana, lo que siempre ha existido no puede posiblemente haber nacido; ya que (así argumentan) la causa de que algo nazca, es que algo, que no era, pueda venir a existir, mientras que el venir a existir de algo que no era, según el juicio del sentido común, no significa otra cosa que su nacimiento. Pueden agregar estos argumentos, bastante sutiles y agradables de escuchar: Si nació, comenzó a existir; en el tiempo en que comenzó a existir, no existía; cuando no existía, no puede ser que existiera. Con tales pruebas, que sostengan que es lenguaje de piedad razonable decir: No existía antes de nacer, porque para que pudiera llegar a existir, nació uno que no era, no uno que era; y tampoco necesitó el que era un nacimiento, aunque el que no era nació para poder llegar a existir.

E
La verdad no se alcanza con palabras, sino con argumentos y hechos

XIX

Los hombres que profesan un conocimiento devoto de las cosas divinas, en aquellas materias en las que la verdad predicada por los evangelistas y los apóstoles mostró el camino, debieron haber dejado de lado las intrincadas cuestiones de una filosofía astuta, y haber seguido más bien la fe que se basa en Dios, porque la sofistería de una pregunta silogística desarma fácilmente a un entendimiento débil de la protección de su fe, ya que la afirmación traidora atrae al defensor inocente, que intenta apoyar su caso con la investigación de los hechos, hasta que finalmente lo despoja de su certeza, de modo que el que responde ya no retiene en su conciencia una verdad que con su confesión ha entregado. En efecto, ¿qué respuesta se ajusta mejor al propósito del interrogador, como la confesión por parte nuestra, cuando se nos pregunta: ¿Existe algo antes de nacer? ¿Que lo que nace no existía antes? Pues es contrario a la naturaleza y a la razón necesaria que nazca una cosa que ya existe, y es necesario que una cosa nazca para que pueda llegar a ser, y no porque ya exista. No obstante, cuando hemos hecho esta concesión, porque está hecha correctamente, perdemos la certeza de nuestra fe y, atrapados, caemos en sus designios impíos y anticristianos.

XX

El bienaventurado apóstol Pablo, tomando precauciones contra esto, como hemos mostrado a menudo, nos advirtió que estuviéramos en guardia, diciendo: "Que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres , conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo, en quien habita corporalmente toda la plenitud de la deidad" (Col 2,8-9). Por lo tanto, debemos estar en guardia contra la filosofía y los métodos que se basan en tradiciones de hombres que no debemos tanto evitar como refutar. Cualquier concesión que hagamos debe implicar no que estamos superados en argumentos, sino que estamos confundidos, porque es justo que nosotros, que declaramos que Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, no huyamos de las doctrinas de los hombres, sino más bien las derribemos. Así pues, debemos restringir e instruir a los ingenuos para que no sean estropeados por estos maestros. En efecto, puesto que Dios puede hacer todas las cosas, y puede hacerlas sabiamente, y su propósito no está desarmado de poder y propósito, corresponde a quienes anuncian a Cristo hacer frente a las doctrinas irreverentes y defectuosas del mundo, con el conocimiento impartido por esa sabia omnipotencia y según las palabras del bendito apóstol que dice: "Nuestras armas no son carnales, sino poderosas para Dios, para derribar fortalezas, derribar razonamientos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios". El apóstol no nos dejó una fe desnuda y carente de razón; porque, aunque una fe desnuda puede ser muy poderosa para la salvación, sin embargo, a menos que se entrene mediante la enseñanza, aunque tendrá un refugio seguro al que retirarse en medio de los enemigos, sin embargo será incapaz de mantener una posición segura y fuerte para la resistencia. Su posición será como la que ofrece un campamento a una fuerza débil después de una huida; no como el coraje inquebrantable de los hombres que tienen un campamento que defender. Por eso es necesario derribar los argumentos insolentes que se levantan contra Dios, destruir las fortalezas del razonamiento falacia y aplastar los intelectos astutos que se lanzan a la impiedad, con armas no carnales sino espirituales, no con conocimiento terrenal sino con sabiduría celestial; de modo que en la proporción en que las cosas divinas difieren de las humanas, así la filosofía del cielo pueda superar la rivalidad de la tierra.

F
La filiación de Cristo, surgida del Padre y no de la nada

XXI

Que la incredulidad cese en sus esfuerzos y no piense, por no entender, que negamos una verdad que, en realidad, sólo nosotros entendemos y creemos correctamente. Aunque decimos con tantas palabras que él nació, no afirmamos, sin embargo, que él nunca haya nacido. En efecto, no es lo mismo no haber nacido que haber nacido, pues el último término expresa el origen que viene de otro, mientras que el primero no lo ha tenido de nadie. Y una cosa es existir siempre, como el Eterno, sin ninguna fuente de ser, y otra es ser coeterno con un Padre, teniéndolo por fuente de ser. En efecto, donde un padre es fuente de ser, también hay nacimiento. Además, donde la fuente de ser es eterna, también el nacimiento es eterno, y puesto que el nacimiento viene de la fuente de ser, el nacimiento que viene de una fuente eterna de ser debe ser eterno. Ahora bien, todo lo que siempre existe, también es eterno. Sin embargo, no todo lo que es eterno es no nacido, pues lo que nace de la eternidad tiene eternamente el carácter de haber nacido, mas lo que no nace es ingenerado y eterno. Pero si lo que nace del Eterno no nace eterno, se seguirá que el Padre tampoco es una fuente eterna del ser. Por lo tanto, si a aquel que nació del Padre eterno le falta alguna medida de eternidad, es evidente que esa misma medida le falta al autor de su ser, pues lo que pertenece en grado infinito a aquel que engendra, pertenece también en grado infinito a aquel que nace. En efecto, ni la razón ni el entendimiento admiten intervalo alguno entre el nacimiento de Dios Hijo y la generación por Dios Padre, pues la generación consiste en el nacimiento y el nacimiento en la generación. De modo que cada uno de estos acontecimientos coincide exactamente con el otro; ninguno tuvo lugar a menos que ambos tuvieran lugar. Por lo tanto, lo que debe su existencia a ambos acontecimientos no puede ser eterno a menos que ambos sean eternos, ya que ninguno de los dos correlatos, aparte del otro, tiene realidad alguna, porque es imposible que uno exista sin el otro.

XXII

Quizás habrá alguno que no pueda recibir este divino misterio, y que por ello diga: Todo lo que ha nacido, en otro tiempo no era, pues nació para poder venir a la existencia.

XXIII

Pues bien, a ese tal le pregunto yo: ¿Alguien duda de que todos los hombres que han nacido no lo fueron en un tiempo? Porque una cosa es nacer de alguien que no fue y otra nacer de alguien que siempre es. En efecto, toda infancia, puesto que antes no existía, comenzó en algún momento, y ésta, al crecer hasta la infancia, impulsa más tarde a la juventud a la paternidad. Sin embargo, el hombre no siempre fue padre, pues pasó a la juventud por la niñez y a la niñez por la infancia original. Por lo tanto, quien no siempre fue padre, tampoco siempre engendró, sino que donde el Padre es eterno, también lo es el Hijo. Por tanto, si sostienes, ya sea por argumento o por instinto, que Dios, en el misterio de nuestro conocimiento, de quien una propiedad es ser Padre, no fue siempre el Padre del Hijo engendrado, sostienes también, como asunto de entendimiento y de conocimiento, que el Hijo, que fue engendrado, no siempre existió. Mas si la propiedad de la paternidad es coeterna con el Padre, entonces necesariamente también la propiedad de la filiación debe ser coeterna con el Hijo. ¿Y cómo se compadecerá con nuestro lenguaje o nuestro entendimiento sostener que él no era antes de nacer, cuya propiedad es que siempre fue lo que ha nacido?

G
La filiación de Cristo, eterna e incondicionada

XXIV

El Dios unigénito, que contiene en sí la forma e imagen del Dios invisible, en todas las cosas que son propiedades de Dios Padre es igual a él, en virtud de la plenitud de la verdadera divinidad en sí mismo. En cuanto a poder y veneración es tan poderoso y digno de honor como el Padre, así también, puesto que el Padre es siempre Padre, también él, puesto que es el Hijo, posee la misma propiedad de ser siempre el Hijo. Según las palabras dichas a Moisés ("el que es me ha enviado a vosotros"), obtenemos la concepción inequívoca de que el ser absoluto pertenece a Dios, ya que "lo que es" no puede pensarse ni hablarse como no-ser. En efecto, el ser y el no-ser son contrarios, y no pueden mutuamente ser simultáneamente verdaderas de un mismo objeto, pues mientras uno está presente, el otro debe estar ausente. Por lo tanto, donde algo es, ni concepto ni lenguaje admitirán su no-ser. Cuando nuestros pensamientos se vuelven hacia atrás. y son continuamente llevados más y más atrás para comprender la naturaleza de Aquel que es, este solo hecho acerca de él, que él es, permanece siempre anterior a nuestros pensamientos. Esa cualidad, que está infinitamente presente en Dios, siempre se retira a la mirada hacia atrás de nuestros pensamientos, aunque éstos se remonten a una distancia infinita. El resultado es que el esfuerzo hacia atrás de nuestros pensamientos nunca puede captar nada anterior a la propiedad de Dios de la existencia absoluta, ya que nada se presenta para permitirnos comprender la naturaleza de Dios, aunque sigamos buscando la eternidad (excepto el hecho de que Dios siempre es). Entonces, aquello que ha sido declarado acerca de Dios por Moisés, aquello de lo cual nuestra inteligencia humana no puede dar mayor explicación; esa misma cualidad los evangelios atestiguan que es una propiedad de Dios unigénito; ya que "en el principio era el Verbo", y ya que "el Verbo estaba con Dios", y ya que "él era la luz verdadera", y ya que "Dios unigénito está en el seno del Padre", y ya que "Jesucristo es Dios sobre todo" (Rm 9,5).

H
La filiación de Cristo, atemporal

XXV

Cristo era y es, ya que proviene de Aquel que siempre es lo que es. Ser de Aquel (es decir, ser del Padre) implica nacimiento, y ser siempre de aquel que siempre es implica eternidad. Esta eternidad no proviene de él, sino del Eterno. Del Eterno nada puede surgir sino lo que es eterno, porque si la descendencia no es eterna, tampoco lo es el Padre, que es el origen de la generación. Ahora bien, como lo propio de su ser es que su Padre siempre existe y que él siempre es su Hijo, y como la eternidad se expresa en el nombre de Aquel que es, por lo tanto, como posee un ser absoluto, posee también un ser eterno. Además, nadie duda de que la generación implica el nacimiento, y que el nacimiento indica a alguien que existe desde entonces en adelante, y no a alguien que no continúa. Además, no puede haber duda de que nadie que ya existiera podría nacer. En efecto, a aquel que por sí mismo permanece eterno no le puede corresponder ninguna causa de nacimiento. Pero Dios unigénito, que es la sabiduría de Dios, el poder y la palabra de Dios, desde que nació, da testimonio de que el Padre es la fuente de su ser. Puesto que nació de uno, que existe eternamente, no nació de la nada. Puesto que nació antes de los tiempos eternos, su nacimiento debe ser necesariamente anterior a todo pensamiento. No hay lugar para la sutileza verbal de que no existía antes de nacer. Si está dentro del alcance de nuestro pensamiento, en el sentido de que no existía antes de nacer, entonces tanto nuestro pensamiento como nuestro tiempo son anteriores a su nacimiento, ya que todo lo que una vez no fue está dentro del alcance del pensamiento y del tiempo (por el mismo significado de la afirmación de que una vez no fue, que separa, dentro del tiempo, un período en el que no existía). En definitiva, Cristo él es del Eterno, y por eso siempre ha sido. No es ingenerado, pero nunca fue inexistente, pues haber sido siempre trasciende el tiempo, y haber nacido es nacimiento.

XXVI

El Dios unigénito nació antes de los tiempos eternos. Esto está dentro de la predicación expresa de los apóstoles y profetas, aunque el pensamiento humano no pueda captar ninguna idea inteligible de nacimiento fuera del tiempo, porque es incompatible con la naturaleza de los seres terrenos que alguno de ellos haya nacido antes de todos los tiempos. Cuando hacemos esta afirmación, ¿cómo podemos conciliar con ella, como parte de la misma doctrina, la afirmación contradictoria de que antes de su nacimiento no existía, cuando según el apóstol él es Dios unigénito antes de los tiempos eternos? Si la creencia de que él nació antes de los tiempos eternos no es sólo la conclusión razonable de la inteligencia humana, sino la confesión de una fe reflexiva, entonces, puesto que el nacimiento implica algún autor del ser, y lo que supera todo tiempo es eterno, y lo que nace antes de los tiempos eternos trasciende la percepción terrena, ciertamente estamos exaltando por impía voluntad propia una noción de la razón humana, si sostenemos en un sentido carnal que antes de que él naciera, puesto que nació eterno, no estaba más allá de la percepción humana o de la inteligencia carnal. Además, todo lo que trasciende el tiempo es eterno.

XXVII

Podemos abarcar todo el tiempo en la imaginación o en el conocimiento, puesto que sabemos que lo que es hoy no existía ayer, porque lo que era ayer no es ahora. Por otra parte, lo que es ahora, es sólo ahora y tampoco era ayer. Por la imaginación podemos abarcar el pasado de tal manera que no tengamos duda que, antes de que se fundara una ciudad, existió un tiempo en el que esa ciudad no había sido fundada. Por tanto, puesto que todo el tiempo es la esfera del conocimiento o de la imaginación, lo juzgamos por las percepciones de la razón humana. Con ello, hemos afirmado razonablemente acerca de algo que no era, antes de que naciera, ya que el tiempo anterior es anterior al origen de cada cosa. Por otra parte, puesto que en las cosas de Dios (es decir, en lo que se refiere al nacimiento de Dios) no hay nada que no sea antes de los tiempos eternos, es ilógico usar de él la frase "antes de que naciera", o suponer que aquel que posee antes de los tiempos eternos la promesa eterna está meramente (en el lenguaje del bienaventurado apóstol) en la esperanza de la vida eterna (que Dios, que no puede mentir, ha prometido antes de los tiempos eternos), o decir que una vez no existía. Porque la razón rechaza la noción de que comenzó a existir después de algo aquel que existía antes de los tiempos eternos.

XXVIII

Podemos admitir que el hecho de que algo nazca antes de los tiempos eternos no es propio de la naturaleza humana, ni algo que podamos entender. Sin embargo, en esto creemos las declaraciones de Dios acerca de sí mismo. ¿Cómo, pues, afirmar la infidelidad de nuestros días, según las concepciones de la inteligencia humana, que aquello que la fe apostólica nos dice que nació siempre, y existió antes de los tiempos eternos, no existía antes de nacer? En efecto, lo que nace antes del tiempo nace siempre, y lo que existe antes del tiempo eterno existe siempre. En cambio, lo que siempre ha nacido no puede no haber existido en ningún momento, pues la no existencia en un momento dado es directamente contraria a la eternidad de la existencia. Además, existir siempre excluye la idea de no haber existido siempre. Al excluirse siempre la idea de no haber existido por el postulado de que siempre ha nacido, no podemos concebir la suposición de que no haya existido antes de nacer. Pues es evidente que aquel que nació antes de los tiempos eternos, siempre ha nacido, aunque no podemos formar una concepción positiva de que algo haya nacido antes de todos los tiempos. Pues si debemos confesar (como es evidentemente necesario) que aquel que siempre existe por el hecho mismo de haber nacido así, nació antes de toda criatura, ya sea invisible o corpórea, y antes de todos los siglos y tiempos eternos, y antes de toda percepción, entonces, por ningún tipo de pensamiento puede concebirse que antes de nacer, no existiera, ya que aquel que nació antes de los tiempos eternos es anterior a todo pensamiento, y nunca podemos pensar que alguna vez no existió, cuando tenemos que confesar que siempre existe.

I
La filiación de Cristo, desde siempre

XXIX

Nuestro adversario hereje nos pone ahora esta objeción burlona, diciendo que, si es inconcebible que Cristo no existiera antes de nacer, debe ser concebible que uno que ya existía haya nacido.

XXX

A este objetor le preguntaré si recuerda que a Cristo lo llamé de otra manera que nacido, y que la existencia antes de los tiempos eternos, y el nacimiento, no tienen el mismo significado en el caso de Aquel que fue. En efecto, el nacimiento de uno que ya existe no es realmente nacimiento, sino un cambio auto-forjado a través del nacimiento, y la existencia eterna de aquel que nace significa que en su nacimiento él es anterior a cualquier concepción del tiempo, y que no hay lugar para que la mente suponga que en algún momento él no nació. Por lo tanto, un nacimiento eterno antes de los tiempos eternos no es lo mismo que la existencia antes de nacer. En cambio, haber nacido antes de los tiempos eternos excluye la posibilidad de no haber tenido existencia antes del nacimiento.

XXXI

Este mismo hecho excluye la posibilidad de decir que él existió antes de nacer, porque aquel que trasciende la percepción la trasciende en todos los aspectos. Pues si la noción de haber nacido, aunque exista siempre, trasciende el pensamiento, es igualmente imposible que la noción de que él no existió antes de nacer sea objeto de pensamiento. Y así, puesto que debemos confesar que haber nacido siempre no significa para nosotros nada más que el hecho del nacimiento, la cuestión de si él existió o no antes de nacer no puede determinarse bajo nuestras condiciones de pensamiento, ya que este solo hecho de que nació antes de los tiempos eternos escapa siempre a la comprensión de nuestro pensamiento. Así pues, él nació y siempre ha existido, y él no permite que se entienda o diga nada más acerca de él que el hecho de que nació. Puesto que él es anterior al tiempo mismo en el que existe el pensamiento (ya que el tiempo eterno es anterior al pensamiento), impide al pensamiento determinar acerca de él si él era o no era antes de nacer, ya que la existencia antes del nacimiento es incompatible con la idea del nacimiento, y la no existencia previa implica la idea del tiempo. Mientras que la infinitud de los tiempos eternos es fatal para cualquier explicación que implique la idea del tiempo (es decir, para la noción de que él no existió), su nacimiento prohíbe igualmente cualquier otra que sea incompatible con ella, es decir, la noción de que él existió antes de nacer. Porque si la cuestión de su existencia o su no existencia puede determinarse bajo nuestras condiciones de pensamiento, entonces el nacimiento mismo debe ser posterior al tiempo; porque aquel que no siempre existe debe, por necesidad, haber comenzado a existir después de algún punto dado en el tiempo.

XXXII

La conclusión a la que se llega por la fe, y su argumentación y pensamiento es éste: que el Señor Jesús nació y siempre existió. Si la mente examina el pasado en busca del conocimiento acerca del Hijo, este único hecho y ningún otro, estará constantemente presente a la percepción del investigador que nació y siempre existió. ¿Por qué? Porque como es una propiedad de Dios Padre existir sin nacimiento, así también debe pertenecer al Hijo existir siempre mediante el nacimiento. El nacimiento no puede declarar nada más que hay un Padre, y el título de Padre nada más que hay un nacimiento. En efecto, ni estos nombres ni la naturaleza del caso admiten ninguna posición intermedia. En efecto, o no fue siempre Padre (a menos que siempre haya habido también un Hijo), o si siempre fue Padre, siempre hubo también un Hijo (porque cualquier período de tiempo que se niegue al Hijo, para hacer que su filiación no sea eterna, tanto le falta al Padre de haber sido siempre Padre). De este modo que, aunque siempre fue Dios, siempre fue Padre, durante la misma infinitud durante la cual es Dios.

XXXIII

Las declaraciones de impiedad llegan incluso a atribuir no sólo al Hijo el nacimiento en el tiempo, sino también al Padre la generación en el tiempo, aludiendo a que el proceso de la generación y el nacimiento tuvieron lugar dentro de un mismo período.

XXXIV

A ti, pues, te pregunto, hereje: ¿Consideras que es piadoso y devoto confesar que Dios, en verdad, siempre ha existido, pero no siempre ha sido Padre? Si es piadoso para ti pensar así, entonces debes condenar a Pablo por impiedad, cuando dice que "el Hijo existía antes de los tiempos eternos" (Tit 1,2). Y también debes acusar a la Sabiduría misma, cuando da testimonio de sí misma de que "fue establecida antes de los siglos", porque "estaba presente con el Padre cuando él estaba preparando el cielo". Para que puedas asignar a Dios un comienzo de su ser Padre, determina primero el punto de partida en el que deben haber comenzado los tiempos. Porque si tuvieron un comienzo, el apóstol es un mentiroso al declarar que son eternos. Todos nosotros estamos acostumbrados a contar los tiempos desde la creación del sol y la luna, ya que está escrito de ellos "sean señales para tiempos y para años" (Gn 1,14). En cambio, Aquel que es antes del cielo, que en tu opinión es incluso antes del tiempo, también es "antes de los siglos". No sólo es "antes de los siglos", sino también antes de las generaciones de generaciones que preceden a los siglos. ¿Por qué limitas las cosas divinas e infinitas por lo que es perecedero, terrenal y estrecho? Con respecto a Cristo, Pablo no sabe nada más que una eternidad de tiempos, y la Sabiduría no dice que sea después de algo, sino "antes de todo". En nuestro juicio, los tiempos fueron establecidos por el sol y la luna, pero David muestra que Cristo permanece antes del sol, diciendo: "Su nombre es antes del sol". Y para que no pienses que las cosas de Dios comenzaron con la formación de este universo, dice nuevamente "por generaciones de generaciones, antes de la luna". Estos grandes hombres considerados dignos de inspiración profética miran hacia el tiempo: toda abertura está bloqueada por la que la percepción humana podría penetrar más allá del nacimiento, que trasciende los tiempos eternos. Pero que la fe de una imaginación devota acepte esto como límite de sus especulaciones, recordando que el Señor Jesucristo, Dios unigénito, nace de una manera que debe ser reconocida como un nacimiento perfecto, y en la reverencia tributada a su divinidad, sin olvidar que él es eterno.

J
La sabiduría de Cristo, anterior a la creación

XXXV

Se nos acusa de mentir, y con nosotros se ataca la doctrina predicada por el apóstol, porque mientras confiesa el nacimiento, afirma la eternidad de ese nacimiento. De esto resulta que, mientras el nacimiento da testimonio de un Autor del ser, la afirmación de la eternidad en el misterio del nacimiento divino trasgrede los límites del pensamiento humano. En efecto, al pensamiento humano se opone la declaración de la Sabiduría acerca de sí misma, cuando enseñó que fue creada con estas palabras: "El Señor me creó para el comienzo de sus caminos".

XXXVI

¡Oh, miserable hereje!, tú vuelves las armas concedidas a la Iglesia contra la sinagoga, contra la fe en la predicación de la Iglesia y desvirtúas contra la salvación común de todos el sentido seguro de una doctrina salvadora. Con estas palabras afirmas que Cristo es una criatura, en lugar de acallar al judío, que niega que Cristo fue Dios antes de los siglos eternos y que su poder está activo en todas las obras y enseñanzas de Dios, a través de las palabras de la Sabiduría viviente. En efecto, la Sabiduría ha afirmado que había sido creada para el comienzo de los caminos de Dios y para sus obras desde el principio de los siglos (para que no se supusiera acaso que no existía antes de María), pero no ha empleado el término creó para significar que su nacimiento fue una creación, ya que fue creada para el comienzo de los caminos de Dios y para sus obras. Más bien, para que nadie pensara que este principio de los caminos, que es en verdad el punto de partida para el conocimiento humano de las cosas divinas, debía subordinar un nacimiento infinito a las condiciones del tiempo, la Sabiduría se declaró establecida "antes de los siglos". En efecto, como una cosa es ser creada para el principio de los caminos y para las obras de Dios, y otra cosa es ser establecida antes de los siglos, se quiso entender que la creación era anterior a la creación. El hecho mismo de ser establecida para las obras de Dios antes de los siglos quería indicar el misterio de la creación, ya que la creación es anterior a los siglos, pero la creación para el principio de los caminos y para las obras de Dios es posterior al comienzo de los siglos.

XXXVII

Para que los términos creación y establecimiento no sean un obstáculo para la creencia en el nacimiento divino, sigue la Sabiduría viviente diciendo lo siguiente: "Antes de que él hiciera la tierra, antes de que estableciera los montes, antes de todos los collados, él me engendró". Así, él es engendrado antes de la tierra, él es establecido antes de los siglos; y no sólo antes de la tierra, sino también antes de los montes y los collados. En realidad, en estas expresiones, ya que la Sabiduría habla de sí misma, se quiere decir más de lo que se dice. En efecto, todos los objetos que se usan para expresar la idea de infinito deben ser de tal clase que no sean posteriores en el tiempo a ninguna cosa ni a ninguna clase de cosas. En cambio, las cosas existentes en el tiempo no pueden ser adecuadas para indicar la eternidad, porque por el hecho mismo de ser posteriores a otras cosas son incapaces de sugerir la idea de infinito como un principio, ya que tienen su propio principio en el tiempo. ¿Por qué, pues, es de extrañar que Dios engendrara al Señor Cristo antes de la tierra, cuando se descubre que el origen de los ángeles es anterior a la creación de la tierra? ¿O por qué se dice que Aquel que fue engendrado antes de la tierra, también se dice que nació antes de las montañas, y no sólo antes de las montañas, sino también antes de las colinas, siendo mencionadas las colinas, como una ocurrencia posterior, después de las montañas, y la razón exige que haya habido un mundo antes de que pudieran existir las montañas? Por tales razones no se puede suponer que estas palabras se usaron simplemente para que se pudiera entender que Aquel que supera por la eternidad de su propia infinitud a las cosas que son anteriores a la tierra, a las montañas y a las colinas.

XXXVIII

Este divino discurso no ha dejado sin luz nuestro entendimiento, pues explica la razón de la frase en lo que sigue:

"Dios hizo las regiones, tanto las partes inhabitables como las alturas que están habitadas bajo el cielo. Cuando estaba preparando el cielo, yo estaba con él, y también cuando estaba apartando su propio asiento. Cuando por encima de los vientos hizo enormes las nubes en el aire superior, y cuando colocó firmemente las fuentes bajo el cielo, y cuando hizo firmes los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, uniendo todas las cosas".

¿Qué período en el tiempo es aquí? O ¿hasta dónde se permite que lleguen las concepciones de la inteligencia humana más allá del nacimiento infinito de Dios unigénito? Por medio de las cosas cuya creación podemos concebir en nuestra mente, no es posible entender la generación de Aquel que es anterior a todas estas cosas. Por tanto, no podemos sostener que él vino primero en el tiempo pero no fue infinito, ya que el único privilegio concedido a él fue un nacimiento anterior a las cosas temporales. En ese caso, puesto que ellos, por su constitución, están sujetos a las condiciones del tiempo, él, aunque anterior a todos ellos, estaría igualmente sujeto a las condiciones del tiempo, porque su creación dentro del tiempo definiría el tiempo de su nacimiento (es decir, que él nació antes de entonces), pues lo que es anterior a las cosas temporales está en la misma relación con el tiempo que ellas.

K
La sabiduría de Cristo, coeterna en Dios

XXXIX

La voz de Dios, verdadera instrucción en la verdadera sabiduría, habla lo que es perfecto y expresa la verdad absoluta, cuando enseña que ella misma es anterior no sólo a las cosas temporales, sino incluso a las infinitas. En concreto, éstas son sus palabras: "Cuando el cielo se estaba preparando, yo estaba presente con Dios". ¿Es la preparación del cielo un acto de Dios dentro del tiempo, de modo que un impulso del pensamiento sorprendió de repente su mente, como si hubiera sido embotada e inerte, y a la manera de los hombres buscara materiales e instrumentos para modelar el cielo? Más bien, la concepción del profeta sobre la obra de Dios es muy diferente, cuando dice: "Por la palabra del Señor fueron establecidos los cielos, y todo su poder por el aliento de su boca". Sin embargo, los cielos necesitaban el mandato de Dios para que pudieran ser establecidos, porque su disposición y excelencia en esta constitución firme e inquebrantable no surgió de la mezcla y combinación de algún tipo de materia, sino del aliento de la boca de Dios. ¿Qué significa, pues, que la Sabiduría engendrada por Dios estaba presente con él cuando preparaba el cielo? Pues ni la creación del cielo consiste en una preparación de la materia, ni es propio de la naturaleza de Dios detenerse en pensamientos preliminares acerca de su obra. Significa esto mismo: que todo lo que hay en las cosas creadas, siempre estuvo con Dios; y que aunque estas cosas (en cuanto a su creación) tienen un principio, sin embargo no tienen principio en cuanto a la ciencia y al poder de Dios. Aquí el profeta es nuestro testigo, diciendo: "Oh Dios, que has hecho todas las cosas que serán". En efecto, aunque las cosas futuras, en cuanto a ser creadas, aún están por hacerse, sin embargo, para Dios, con quien nada nuevo ni repentino en la creación, ya han sido hechas, porque hay una dispensación de tiempos para su creación, y en la operación presciente del poder divino ya han sido hechas. Aquí, pues, la Sabiduría, al enseñar que "nació antes de los siglos", enseña que no sólo es anterior a las cosas que han sido creadas, sino que es incluso coeterna con lo que es eterno (es decir, con la preparación del cielo y la instauración de la morada de Dios). Esta morada no fue separada en el momento en que realmente fue hecha, pues separar y formar una morada son cosas diferentes. Tampoco el cielo fue formado en el momento en que fue (idealmente) preparado, porque la Sabiduría estaba con Dios tanto cuando él preparó como cuando separó el cielo. Estuvo formando el cielo al lado del Dios quien lo formó, y esto prueba su eternidad (por su presencia con él mientras él prepara) y revela sus funciones (cuando forma al lado de Dios quien lo forma). Por eso, en el pasaje que tenemos ante nosotros dijo que "fue engendrado antes de la tierra, las montañas y las colinas", porque quería enseñar que estaba presente en la preparación del cielo. Cuando el cielo estaba siendo preparado, esta Sabiduría viviente ya estaba terminada en el consejo de Dios, porque para él no hay nada nuevo.

L
La sabiduría de Cristo, copartícipe de la creación

XL

La preparación de la creación fue perpetua y eterna, y la estructura de este universo no fue hecha por actos aislados de pensamiento (como cuando primero se pensó en el cielo y luego vino a la mente de Dios un pensamiento y un plan acerca de la tierra), sino que Dios pensó en cada parte individualmente. De esta forma, primero la tierra se extendió como una llanura, y luego (mediante mejores consejos) se elevó en montañas, y luego se diversificó con colinas, y en cuarto lugar  se hizo habitable incluso en las alturas. De este modo, el cielo fue preparado, y la morada de Dios quedó separada, y grandes nubes en el aire superior retuvieron las exhalaciones recogidas por los vientos. Más tarde comenzaron a correr fuentes seguras bajo el cielo, y por último la tierra fue hecha firme con fuertes cimientos. No obstante, la Sabiduría viviente declara que es "anterior a todas estas cosas". Como todas las cosas bajo el cielo fueron hechas por Dios, y Cristo estuvo presente en la formación del cielo, y precedió incluso a la eternidad del cielo que fue preparado, este hecho no nos permite pensar con respecto a Dios en pensamientos inconexos sobre los detalles, ya que toda la preparación de estas cosas es coeterna con Dios. Como enseña Moisés, cada acto de la creación tuvo su propio orden (la solidificación del firmamento, la puesta al descubierto de la tierra seca, la reunión del mar, el ordenamiento de las estrellas, la generación por las aguas y la tierra cuando produjeron criaturas vivientes de sí mismas). Sin embargo, la creación del cielo y la tierra, y de otros elementos, no está separada por el más mínimo intervalo en la obra de Dios, ya que su preparación se había completado en una infinitud similar de eternidad en el consejo de Dios.

XLI

Aunque Cristo estuvo presente en Dios con estos decretos infinitos y eternos, no nos ha concedido nada más que el conocimiento del hecho de su nacimiento. Lo ha hecho así para que, así como la aprehensión del nacimiento es el medio que conduce a la fe en Dios, así también el conocimiento de la eternidad de su nacimiento pudiera servir para sostener la piedad. Lo ha hecho así para que, ni la razón, ni la experiencia, permitan hablar de otro que de un Hijo eterno procedente de un Padre eterno.

M
La sabiduría de Cristo, diseñadora de la creación

XLII

Quizás el término creación, y el uso que se le da, pueda ser inquietante. Ciertamente, el término creación nos inquietaría si no se afirmara que Cristo nació antes de los siglos, y que fue creado tan sólo para el comienzo de los caminos de Dios y para sus obras. En efecto, no puede entenderse que el nacimiento denota creación, ya que el nacimiento precede a la causalidad, pero la creación se realiza por causalidad. En efecto, antes de la preparación del cielo, y antes del comienzo de los siglos, fue establecido Cristo, aún antes del comienzo de los caminos de Dios y de sus obras. ¿Es posible, pues, que "ser creado para el comienzo de los caminos de Dios y para sus obras" signifique lo mismo que "nacer antes de todas las cosas"? Por supuesto que no, pues una de estas ideas se relaciona con el tiempo (empleado en la acción) y la otra no tiene relación con el tiempo.

XLIII

Tal vez queráis que la afirmación de que fue creado para las obras se entienda en el sentido de que fue creado a causa de las obras; en otras palabras, que Cristo fue creado para realizar las obras. En ese caso, existe como siervo y constructor del universo, y no nació como Señor de la Gloria; fue creado para el servicio de formar los siglos, y no fue siempre el Hijo amado y el Rey de los siglos. Pero, aunque la comprensión general de los cristianos contradice este pensamiento impío vuestro, reconociendo que una cosa es ser creado para el comienzo de los caminos de Dios y para sus obras, y otra es nacer antes de los siglos, sin embargo, este mismo pasaje frustra vuestro propósito de afirmar falsamente que el Señor Cristo fue creado, a causa de la formación del universo, ya que muestra que Dios Padre es el creador y formador del universo, y lo muestra convincentemente, ya que Cristo mismo estaba presente modelando al lado de aquel que estaba formando todas las cosas. No obstante, mientras que toda la Escritura fue diseñada para hablar de nuestro Señor Jesucristo como creador del universo, la Sabiduría viviente, para destruir toda ocasión de impiedad, ha declarado que, aunque Dios Padre fue el constructor del universo, ella misma estuvo "allí presente mientras él lo creaba", y que "estaba presente con él cuando lo estaba preparando" de antemano, y que "cuando Dios formó el universo, yo también estaba allí, modelándolo al lado de Aquel que lo formó", y que "estaba presente con él cuando lo preparó". La Sabiduría viviente quiere hacernos entender, pues, que no fue creada a causa de las obras de Dios, por el hecho mismo de que había estado presente en la preparación eterna de las obras que aún estaban por venir. Con esto se demuestra que la Escritura no es falsa, por el hecho de que ella (la Sabiduría viviente, el Hijo) modeló el universo al lado de Dios, cuando él lo formó.

XLIV

Aprende, pues, hereje, de la revelación de la doctrina católica, y qué significa aquello de que Cristo fue creado "para el comienzo de los caminos de Dios y para sus obras". Aprende también, por las palabras de la misma Sabiduría, la necedad de tu impía torpeza. PEn efecto, así dice la Sabiduría viviente: "Si os declarare las cosas que se hacen cada día, me acordaré de relatar las cosas que son de antaño", y: "Yo hago oír mi voz a los hijos de los hombres. Oh simples, entended la sutileza, y vosotros, ignorantes, aplicad vuestro corazón", y: "Por mí reinan los reyes, y los poderosos decretan la justicia", y: "Por mí se engrandecen los príncipes, y por mí los déspotas poseen la tierra", y: "Camino por los caminos de la equidad, y me muevo por medio de los senderos de la justicia, para repartir bienes a los que me aman, y llenar sus tesoros de bienes". La Sabiduría viviente, pues, no calla su trabajo diario, sino que exhorta a todos los hombres a que entiendan la sutileza, y a los ignorantes a que apliquen su corazón, para que un lector celoso y diligente pueda reflexionar sobre los diferentes y separados significados de las palabras. También enseña que, por sus métodos y ordenanzas, se logra todo éxito, conocimiento, fama o riqueza. También muestra que en ella se contienen los reinos de los reyes y la prudencia de los poderosos, las obras famosas de los príncipes y la justicia de los déspotas que poseen la tierra. También enseña que ella (la Sabiduría, el Hijo) no se mezcla con las malas acciones, y no tiene parte en los actos de injusticia, y que todo lo hace la sabiduría para proporcionar a los que le aman una riqueza de vida eterna. La Sabiduría, por tanto, después de haber dicho que narrará las cosas que se hacen cada día, promete que también se ocupará de contar las cosas que son antiguas. ¡Qué ceguera es pensar que se han hecho cosas antes del principio de los siglos, cuando se dice que son sólo del principio de los siglos! Pues toda obra que se hace desde el principio de los siglos es posterior a ese principio; al contrario, las cosas que son anteriores al principio de los siglos preceden a la ordenación de los siglos, que es posterior a ellas. Por eso, la Sabiduría, después de haber dicho que se ocupará de las cosas que se hacen desde el principio de los siglos, dice: "El Señor me creó para el principio de sus caminos y para sus obras". Con estas palabras se hace referencia a las cosas que se han hecho desde el principio de los siglos. Así pues, la enseñanza de la Sabiduría no se refiere a una generación que se dice que es anterior a los siglos, sino a una dispensación que comenzó con los mismos siglos.

N
La creación, evento separado de la generación eterna

XLV

También hay que investigar qué significa decir que Dios, nacido antes de los siglos, fue creado de nuevo para el comienzo de los caminos de Dios y para sus obras. Esto se dice, sin duda, porque donde hay un nacimiento antes del comienzo de los siglos, hay la eternidad de una generación sin fin; pero donde el mismo nacimiento se presenta como una creación desde el comienzo de los siglos, para los caminos de Dios y para sus obras, se aplica como la causa creadora a las obras y a los caminos. En primer lugar, puesto que Cristo es la Sabiduría, hay que ver si él mismo es el comienzo del camino de las obras de Dios. De esto, creo, no hay duda, porque él mismo dice: "Yo soy el camino", y: "Nadie viene al Padre sino por mí" (Jn 14,6). El camino es la guía de los que van, la ruta marcada para los que se apresuran, la salvaguardia de los ignorantes, un maestro de cosas desconocidas y anheladas. Por eso, él fue creado "para el comienzo de los caminos y para las obras de Dios", porque él es el camino y conduce a los hombres al Padre. No obstante, debemos buscar el propósito de esta creación, que es "desde el principio de los siglos". Éste es el misterio de la dispensación, en la que Cristo fue "creado de nuevo" en forma corporal, y declaró que él era el camino de las obras de Dios. Nuevamente, él fue creado "para los caminos de Dios" desde el principio de los siglos, cuando, sometiéndose a la forma visible de una criatura, tomó la forma de un ser creado.

XLVI

Veamos, pues, por qué caminos y obras de Dios fue creada la Sabiduría "desde el principio de los siglos", aunque nació de Dios "antes de todos los siglos". Adán oyó la voz de uno que caminaba en el paraíso. ¿Crees que su llegada podría haber sido oída si no hubiera asumido la apariencia de un ser creado? ¿No es el hecho de que se le oyera mientras caminaba una prueba de que estaba presente en una forma creada? No pregunto bajo qué apariencia habló a Caín, Abel y Noé, ni bajo qué apariencia estuvo también cerca de Enoc, bendiciéndole. Un ángel habla a Agar, y ciertamente él también es Dios. ¿Tiene la misma forma, cuando aparece como un ángel, que la que tiene en esa naturaleza, en virtud de la cual es Dios? Ciertamente, la forma de un ángel se revela, donde luego se hace mención de la naturaleza de Dios. Con todo, ¿por qué debería hablar de un ángel? Porque también él viene, como un hombre, a Abraham. Bajo la apariencia de hombre, en la forma de ese ser creado, ¿no está Cristo presente en esa naturaleza, que posee como siendo también Dios? Un hombre habla, y está presente en el cuerpo, y es alimentado con alimentos; y sin embargo, Dios es adorado. Seguramente, aquel que era un ángel es ahora también hombre, para evitarnos la suposición de que cualquiera de estos diversos aspectos de un estado, el de la criatura, es su forma natural como Dios. Nuevamente, él viene a Jacob en forma humana, e incluso lo agarra para luchar, y lo agarra con sus manos, y lucha con sus miembros, y dobla sus flancos, y adopta cada movimiento y gesto nuestro. Nuevamente, también el se revela a Moisés, y lo hace como fuego, para que puedas aprender a creer que esta naturaleza creada fue para proporcionarle una apariencia externa, y no para encarnar la realidad de su naturaleza. Él poseía el poder de quemar, pero no asumió la propiedad destructiva que es inherente a la naturaleza del fuego, pues el fuego evidentemente quemaba y, sin embargo, la zarza no resultó dañada.

XLVII

Echad una mirada a todo el tiempo pasado, y pensad en qué forma se apareció Cristo a Josué (hijo de Nun, y profeta que lleva su nombre), o a Isaías (que relata haberlo visto, como atestigua también el evangelio; Jn 12,41), o a Ezequiel (que fue admitido incluso al conocimiento de la resurrección), o a Daniel (que confiesa al Hijo del hombre en el reino eterno de los siglos), o a todos los demás a quienes se presentó en la forma de diversos seres creados, para los caminos de Dios y para las obras de Dios (es decir, para enseñarnos a conocer a Dios y para aprovechar nuestro estado eterno). ¿Por qué este método, expresamente diseñado para la salvación humana, produce en el tiempo presente un ataque tan impío a su nacimiento eterno? La creación data del principio de los siglos, pero su nacimiento es anterior a los siglos. Sostengamos por todos los medios que estamos haciendo violencia a las palabras, si un profeta, o el Señor, o un apóstol, o cualquier oráculo, ha descrito con el término creación el nacimiento de su divinidad eterna. En todas estas manifestaciones, Dios está presente (como fuego consumidor...) como parte de la creación, pero no es parte de esa creación sino su Creador. Así mismo, el Hijo se encarnó en un hombre (parte de la creación), pero sin ser parte de esa creación sino su Creador. En este caso, Cristo asumió la creación, para destruir en ella lo malo (el pecado, la muerte...) y volver a crear lo bueno (la resurrección, la vida eterna).

XLVIII

El bendito y verdadero nacimiento en la carne (concebido de la Virgen) de Cristo es llamado por el apóstol creación, porque nació tanto a la naturaleza como a la forma de nuestro ser creado. Sin duda, el término creación se aplicaba al verdadero nacimiento de Cristo como hombre, ya que Pablo dice que "Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para que redimiera a los que estaban bajo la ley, para que obtuviéramos la adopción de hijos" (Gál 4,4-5). Por lo tanto, el propio Hijo de Dios quedó hecho verdadero hombre. Y no sólo fue hecho hombre, sino que también fue creado hombre, como recuerda Pablo: "Revestíos del hombre nuevo, creado según Dios" (Ef 4,21-24). El que era Hijo de Dios, pues, nació Hijo del hombre. No obstante, no por ello nació la divinidad, sino la creación de la carne. El nuevo hombre tomó el título de la raza humana, y fue creado según Dios, pero él ya había nacido antes de los siglos. Sobre cómo fue creado el nuevo hombre según Dios, lo explica a continuación Pablo, al decir que lo hizo "en justicia, en santidad y en verdad". Es decir, que no hubo engaño en él, y nos fue hecho justicia y santificación, y es él mismo la verdad. Éste, pues, es el Cristo, creado nuevo hombre según Dios, de quien nos revestimos nosotros.

XLIX

Si bien la Sabiduría viviente dice que se acordaba de las cosas que se habían hecho "desde el principio de los siglos", y que había sido "creada para las obras de Dios y para los caminos de Dios", también dice que "fui establecida antes de los siglos". Con ello pudo estar aludiendo al misterio de esa forma creada, tan variada y frecuentemente asumida, o incluso a algún cambio en su apariencia. No obstante, con rotunda firmeza dice "fui establecida", para declarar que estas asunciones no permitían, en ningún caso, perturbación que la derribara, o para que no pareciera que la creación significaba algo menos que el nacimiento. Por eso la Sabiduría se declaró "engendrada antes de todas las cosas". Y si no, ¿por qué se aplica el término creación al nacimiento en la carne, y no a su nacimiento antes de los siglos? Por esto mismo: porque lo que fue establecido "antes de los siglos" fue creado después, "para el comienzo de los caminos de Dios y para sus obras". En este sentido debemos entender la diferencia entre su creación (desde el principio de los siglos) y su nacimiento (que precede a los siglos y a todas las cosas). La impiedad hereje, por tanto, no tiene ya excusas, y no puede alegar ignorancia a su profanidad.

L

Aunque la debilidad del entendimiento pudiera impedir la percepción de un hombre dispuesto devotamente, de modo que, incluso después de esta explicación, no pudiera comprender el significado de la creación, sin embargo, lo dicho por el apóstol, cuando aplica el término hacer a un nacimiento verdadero, debería haber bastado para una creencia sincera, e inteligente, de que el término crear estaba destinado a conducir a una creencia en la generación. En efecto, cuando el apóstol quiso afirmar el nacimiento de uno de un Padre (es decir, el nacimiento del Señor de una virgen, sin una concepción debida a las pasiones humanas), claramente tenía un propósito definido al llamarlo "hecho de una mujer", a quien conocía y había afirmado con frecuencia que había nacido. Quería que el nacer indicara la realidad de la generación, y el hacer testificara el nacimiento de Uno de un Padre. El término hacer, por tanto, excluye la idea de una concepción por medio de una relación humana, ya que se afirma expresamente que "fue hecho de una virgen", aunque es igualmente cierto que nació y no fue hecho. Mira, oh hereje, cuán impío eres, porque ninguna frase de profeta, evangelista o apóstol, ha dicho que Jesucristo fue creado de Dios, en lugar de nacer de él. Sin embargo, tú niegas el nacimiento y afirmas la creación, y no según el significado del apóstol (cuando dijo que "fue hecho" para que no haya ninguna duda de que nació como uno de un Padre). Haces tu afirmación en un sentido muy impío, implicando que Dios no derivó su ser por medio del nacimiento que transmite la naturaleza; aunque una criatura hubiera preferido haber llegado a existir de la nada. Ésta es la infección primaria en tu infeliz mente, no que llames nacimiento una creación, sino que adaptes tu fe a la idea de creación en lugar de nacimiento. Sin embargo, aunque sería una señal de pobre intelecto, no sería una señal de que el hombre es completamente indevoto, si hubieras llamado a Cristo creado, para que los hombres pudieran reconocer su nacimiento imposible de Dios, como el de uno a partir de uno.

O
Apelación de Hilario a Dios, ante su debilidad

LI

La fe apostólica no admite ninguna de estas expresiones, pues sabe en qué dispensación del tiempo fue creado Cristo y en qué eternidad de tiempos nació. Además, nació Dios de Dios, y la divinidad de su verdadero nacimiento, y de su generación perfecta, no es dudosa. En relación con Dios sólo reconocemos dos modos de ser, el nacimiento y la eternidad. Reconocemos el nacimiento no después de algo, sino "antes de todas las cosas", de modo que el nacimiento sólo da testimonio de una fuente de ser, y no predica ninguna incongruencia entre la prole y la fuente de ser. Por admisión común, este nacimiento, por ser de Dios, implica una posición con respecto a la fuente de ser, y no puede separarse de esa fuente, ya que cualquier intento del pensamiento de ir más allá de la aceptación del hecho del nacimiento también debe penetrar necesariamente en el misterio de la generación. Por lo tanto, éste es el único lenguaje piadoso que se puede usar acerca de Dios: conocerlo como Padre, y con él conocer también a aquel que es el Hijo nacido de él. No se nos enseña nada acerca de Dios, excepto que él es el Padre de Dios, el Unigénito, el Creador. Por tanto, no permitamos que la debilidad humana se exceda, y haga esta única confesión, en la que únicamente está su salvación: que, antes del misterio de la encarnación, siempre está segura, acerca del Señor Jesucristo, de este único hecho: que él había nacido.

LII

Por mi parte, mientras tenga el poder por medio de este Espíritu que me has concedido, Padre santo, Dios todopoderoso, te confesaré no sólo eternamente Dios, sino también eternamente Padre. Jamás cometeré tal locura e impiedad que me haga juez de tu omnipotencia y de tus misterios, ni este débil entendimiento buscará con arrogancia más que esa devota creencia en tu infinitud y fe en tu eternidad, que me han sido enseñadas. No afirmaré que siempre estuviste sin tu sabiduría, tu poder y tu palabra, sin Dios unigénito, mi Señor Jesucristo. El lenguaje débil e imperfecto, al que está limitada nuestra naturaleza, no domina mis pensamientos acerca de ti, de modo que mi pobreza de expresión ahogue la fe en el silencio. Aunque tenemos una palabra, sabiduría y poder propios, fruto de nuestra libre actividad interior, la tuya es la generación absoluta de Dios perfecto, así como tu palabra, sabiduría y poder (que nunca pueden separarse de ti). En estas propiedades eternas se muestra que tu Hijo nació de ti, y de ti adquirió tu palabra, sabiduría y poder. Su nacimiento sólo manifiesta el hecho de que tú eres la fuente de su ser, y esto es suficiente para confirmar nuestra creencia en su infinitud, puesto que se relata que él "nació antes de los tiempos eternos".

LIII

En los asuntos humanos nos has presentado muchas cosas de tal clase, oh Padre, que aunque no conocemos su causa, no desconocemos su efecto. Esta reverencia inculca la fe, donde la ignorancia es inherente a nuestra naturaleza. Así, cuando levanté hacia tu cielo estos débiles ojos míos, mi certeza sobre él se limitó al hecho de que es tuyo. Al ver allí estas órbitas donde están fijas las estrellas, y sus revoluciones anuales, y las pléyades, y la Osa Mayor y la estrella de la mañana, cada una con sus diversas funciones en el servicio que les ha sido asignado, reconozco tu presencia, mas con ellas no puedo obtener un entendimiento claro. Cuando veo las maravillosas hinchazones de tu mar, sé que no he logrado comprender no sólo el origen de las aguas, sino incluso los movimientos de esta expansión cambiante. Sin embargo, me aferro a la fe en aquello que no puedo ver, y no dejo de reconocerte también en estas cosas, que no conozco. Cuando pienso en la tierra, que por el poder de agentes ocultos hace que se descompongan todas las semillas que recibe, y las vivifica cuando están descompuestas, y las multiplica cuando están vivificadas, y las fortalece cuando se multiplican, en todos estos cambios no encuentro nada que mi mente pueda comprender. No obstante, mi ignorancia me ayuda a reconocerte, pues aunque no sé nada de la naturaleza que me espera, te reconozco por la experiencia real de las ventajas que poseo. Aunque no me conozco a mí mismo, percibo tanto que me maravillo de ti porque soy ignorante de mí mismo. Sin comprenderlo, percibo cierto movimiento, orden o vida en mi mente, cuando ésta ejerce sus poderes. Esta percepción te la debo a ti, oh Padre, pues aunque me niegas el poder comprender mi primer comienzo natural, sin embargo me das el poder de percibir la naturaleza con sus encantos. En lo que se refiere a mí te reconozco a ti, ignorante como soy, y al reconocerte no abrigaré una fe más débil en tu omnipotencia en lo que se refiere a ti, aunque no entienda. Mis pensamientos no intentarán captar y dominar el origen de tu Hijo unigénito, ni mis facultades se esforzarán por llegar más allá de la verdad de que él es mi Creador y mi Dios.

P
Jesucristo es el Hijo unigénito de Dios

LIV

El nacimiento de tu Hijo, oh Padre, es anterior a los tiempos eternos. Si existe algo que preceda a la eternidad, será algo que, cuando se comprenda la eternidad, todavía eluda la comprensión. Este algo es tuyo, y es tu Unigénito. Él no es una porción tuya, ni tu extensión, ni ningún nombre vacío inventado para adaptarse a alguna teoría de tu modo de actuar. Él es el Hijo, un Hijo nacido de ti, Dios Padre, el mismo Dios verdadero, engendrado por ti en la unidad de tu naturaleza, y digno de ser reconocido junto contigo, ya que tú eres el autor eterno de su origen eterno. Ya que él proviene de ti, él es segundo a ti, pero no inferior a ti. Ya que él es tuyo, tú no debes separarte de él. Nunca debemos afirmar, por tanto, que tú exististe una vez sin tu Hijo, para no reprocharte tu imperfección (por no poder engendrar entonces) ni tu superfluidad (después de la generación). Así pues, el significado exacto para nosotros, de la generación eterna, es que te conocemos como el Padre eterno de tu Hijo unigénito, quien nació de ti "antes de los tiempos eternos".

Q
El Espíritu Santo procede del Padre y es enviado por el Hijo

LV

Por mi parte, oh Padre, no puedo contentarme con el servicio de mi fe y mi voz. Me niego a afirmar que mi Señor y mi Dios, tu Unigénito, Jesucristo, sea una criatura. También me niego a que este término de criatura pertenezca a tu Espíritu Santo, ya que él procede de ti y es enviado por él. ¡Tan grande es mi reverencia por todo lo que es tuyo! Aunque tú eres el Innato, y el Unigénito nació de ti, me niego a decir que el Espíritu Santo fue engendrado, o a afirmar que él fue creado alguna vez. Temo, oh Padre, las blasfemias que se insinuarán contra ti con tal uso del término criatura, sobre todo en referencia a los otros seres creados por ti. Tu Espíritu Santo, como dice el apóstol, "escudriña y conoce las cosas profundas", y como intercesor por mí te habla palabras que yo no podría pronunciar. ¿Debo expresar, o más bien deshonrar, el título de criatura a tu naturaleza, que subsiste eternamente, derivada de ti por medio de tu Unigénito? Nada, excepto lo que pertenece a ti, penetra en ti. De igual manera, la acción de un poder extraño a ti no puede medir la profundidad de tu majestad ilimitada. A ti pertenece todo lo que entra en ti, y nada es extraño a ti, y todo habita en ti por tu poder escrutador.

R
Necesidad de confesión de fe trinitaria

LVI

No puedo describir, oh Padre, a Aquel cuyas súplicas por mí no puedo describirlas. Sé que tu Unigénito nació de ti "antes de los tiempos eternos", y que hay que dejar de querer informar más (a este pensamiento humano imperfecto) a través de las ambigüedades del lenguaje. Así pues, una única certeza permanece: su nacimiento de ti. De igual manera, sostengo firmemente que el Espíritu Santo viene de ti y por medio de tu Hijo, aunque no pueda comprenderlo con mi intelecto. En tus cosas espirituales estoy torpe, como dice tu Unigénito: "No te maravilles de que te haya dicho que es necesario nacer de nuevo. El Espíritu sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Así es todo aquel que nace de agua y del Espíritu Santo" (Jn 3,7-8). Aunque tengo fe en mi regeneración, la tengo en la ignorancia. Poseo la realidad, pero no la comprendo. Mi propia conciencia no tuvo parte en causar este nuevo nacimiento, que se manifiesta en sus efectos. Además, el Espíritu no tiene límites, y "habla cuando quiere, y va donde quiere". Dado que la causa de su venida y su partida es desconocida, aunque el observador es consciente del hecho, ¿debo contar la naturaleza del Espíritu entre las cosas creadas, y fijar el tiempo de su origen? Tu siervo Juan dice que "todas las cosas fueron hechas por medio de él", y que "el Verbo de Dios estaba en el principio contigo, oh Dios". Nuevamente, Pablo relata "todas las cosas creadas en él, en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles" (Col 1,16). Mientras Pablo declaraba que "todo fue creado en Cristo y por medio de Cristo", con respecto al Espíritu Santo pensó que la descripción era suficiente, cuando lo llamó "tu Espíritu". Con estos hombres, peculiarmente tus elegidos, pensaré en estos asuntos. Así como, siguiendo su ejemplo, no diré nada que esté fuera de mi comprensión acerca de tu Unigénito, sino que simplemente declararé que él nació, y no iré más allá de lo que el intelecto humano puede saber acerca de tu Espíritu Santo, sino que simplemente declararé que él es "tu Espíritu". ¡Que mi suerte no sea una inútil lucha de palabras, sino la confesión inquebrantable de una fe inquebrantable!

LVII

Te ruego, oh Padre, que mantengas inmaculada mi piadosa fe. Hasta que mi espíritu parta, concédeme que ésta sea la expresión de mis convicciones, de modo que pueda mantener siempre firme lo que profesé en el Credo de mi regeneración, cuando fui bautizado "en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo". En resumen, permíteme adorarte, Padre nuestro, y a tu Hijo junto contigo. Permíteme ganar el favor de tu Espíritu Santo, que procede de ti a través de tu Unigénito. Tengo un testigo convincente de mi fe, que dice: "Padre, todo lo mío es tuyo, y lo tuyo es mío" (Jn 17,10). Es decir, tengo a mi Señor Jesucristo, que permanece en ti, y de ti, y contigo, por los siglos de los siglos, y es Dios como tú por los siglos de los siglos.