GREGORIO TAUMATURGO
Sobre la Trinidad

Todas las cosas están compuestas de tres elementos esenciales: sustancia, género y número. Y en cuanto a los seres vivos, hablamos de hombre, siervo y médico. Hombre, por razón de sustancia; siervo, por razón de género, y médico por razón de denominación. De ahí que, cuando hablemos del Padre, Hijo y Espíritu Santo, no nos refiramos a ellos tan sólo con los nombres con que han sobrevenido a lo largo del tiempo, sino que podamos hacerlo también como tres subsistencias concretas. Por supuesto, tales seres divinos siguen conservando sus propios nombres, así como Abraham, Isaac y Jacob siguen conservando sus propios nombres de pila.

En el caso de las personas divinas, sus nombres no son nombres propios o de pila, sino que hacen referencia a lo que son: a su sustancia, a su género y a su número. Son nombres en verdad, y hacen referencia a su personalidad, significando con ellos lo que es, y subsiste, y es la esencia de Dios.

El nombre de cada naturaleza significa también su subsistencia, y lo mismo sucede en el hombre de forma análoga. En el caso del Padre, Hijo y Espíritu Santo, las tres personas divinas tienen una sola naturaleza, una sola esencia, una sola voluntad, y sin embargo son tres. De ahí que sean llamados Santísima Trinidad, porque son una sola naturaleza en tres personas y un solo género. Por supuesto, la persona del Hijo es compuesta en su unidad, como una formada de dos (de divinidad y de humanidad) juntas, las cuales dos constituyen una.

Con esa multiplicidad (de tres), la divinidad no recibe ningún incremento, sino que la Trinidad permanece como era (una sola). Ni sucede nada nuevo a las personas ni a los nombres, sino que estos son eternos y sin tiempo. Esto no era nadie capaz de saberlo, y por eso la segunda de esas personas divinas (el Hijo) se hizo carne humana, para manifestárnoslo. Es lo que el Hijo dijo: "Padre, he manifestado tu nombre a los hombres, así que glorifícame tú también a mí, para que me conozcan como tu Hijo" (Jn 17,6). Y lo que el propio Padre dijo: "Éste es mi Hijo amado" (Mt 3,17), a la vez que descendió sobre éste último el Espíritu Santo, en el Jordán. Así nos fue declarado que hay una Trinidad eterna en igual honor.

No obstante, la generación del Hijo por el Padre es incomprensible e inefable. Y como fue espiritual, su investigación se vuelve impracticable, porque un objeto espiritual no puede ser comprendido ni rastreado por un objeto corpóreo, ya que esto está muy alejado de la naturaleza humana.

Ciertamente, los hombres conocemos la generación que nos es propia, como también la del resto de objetos corpóreos. Mas una materia espiritual está por encima de la materia humana (por ejemplo, la sustancia espiritual no puede perecer ni disolverse, mientras la nuestra perece y se disuelve). Entonces, ¿cómo podría el hombre, limitado por seis lados (este, oeste, sur, norte, profundidad y altura), comprender una materia que está por encima de los cielos, que está por debajo de las profundidades, que se extiende más allá del norte y el sur, y que está presente en todo lugar y llena todo vacío? Realmente, si pudiéramos escudriñar la sustancia espiritual, su excelencia se perdería. Así que consideremos lo que se hace en nuestro cuerpo, y veamos si está en nuestro poder determinar de qué manera nacen los pensamientos del corazón, las palabras de la lengua y similares.

Ahora bien, si de ninguna manera podemos aprehender las cosas que se hacen en nosotros, ¿cómo podría ser posible que entendamos el misterio del Creador increado, que va más allá de toda mente? Ciertamente, si este misterio fuera tal que pudiera ser penetrado por el hombre, el inspirado Juan de ninguna manera hubiera afirmado esto: "Ningún hombre ha visto a Dios jamás" (Jn 1,18). Aquel, pues, a quien ningún hombre ha visto jamás, ¿a quién podemos considerar que se le parece, para que por ello conozcamos su generación?

Ciertamente, los hombres comprendemos sin ambigüedad que nuestra alma habita en nosotros en unión con el cuerpo. Pero, aun así, ¿quién ha visto jamás su propia alma? ¿Quién ha sido capaz de discernir su conjunción con el cuerpo? Así que eso es todo lo que sabemos con certeza: que hay un alma dentro de nosotros, unida al cuerpo. De la misma manera, razonamos y creemos que el Verbo es engendrado por el Padre, aunque no poseemos ni conocemos la razón clara de este hecho. El Verbo mismo es anterior a toda criatura, y es eterno desde el Eterno, como la fuente desde la fuente y la luz desde la luz.

La palabra vocable, en efecto, pertenece a esos tres géneros de palabras que se nombran en la Escritura y que no son sustanciales (a saber, la palabra concebida, la palabra pronunciada y la palabra articulada). La palabra concebida, ciertamente, no es sustancial. La palabra pronunciada, a su vez, es esa voz que los profetas oyen de Dios y proclaman (o discurso profético en sí, pero no sustancial). Y por último, la palabra articulada es el discurso del hombre formado a través de los términos, pero tampoco sustancial.

Mas la Palabra de Dios es sustancial, está dotada de una naturaleza exaltada, es eterna consigo misma, es inseparable de Dios y nunca puede decaer, sino que permanecerá en una unión permanente. Esta Palabra creó el cielo y la tierra, y en ella fueron hechas todas las cosas. Ella es el brazo y el poder de Dios, y nunca se separa del Padre (en virtud de una naturaleza indivisible), y junto con el Padre no tiene principio.

Esta Palabra de sustancia divina tomó nuestra sustancia humana de la Virgen María, mas en cuanto espiritual sigue siendo indivisiblemente igual al Padre. En cuanto corporeizada, es inseparablemente igual a nosotros. Y en cuanto espiritual, proporciona al Espíritu Santo, inseparablemente y sin límite. No había dos naturalezas, por tanto, en la Santísima Trinidad, sino una sola, antes de la encarnación del Verbo. Tras la encarnación del Hijo, la naturaleza de la Trinidad permaneció siendo una.

Si alguno cree que se ha dado algún incremento a la Trinidad por razón de la asunción de la humanidad por el Verbo, es ajeno a nosotros y al magisterio de la Iglesia católica y apostólica. Ésta es la fe perfecta, santa y apostólica del Dios santo. Alabado sea la Santísima Trinidad por los siglos de los siglos.