.
Justino
de Nablús (100-162) fue el gran apologista de la Iglesia primitiva, el "muy admirable
Justino" (Taciano,
Discurso a Griegos, 18) y el "filósofo y mártir" (Tertuliano,
Contra Valentinianos,
V, 1), siendo todo lo
suyo (vida, itinerario intelectual, enseñanza, escritos y martirio)
una apología ardiente del cristianismo, como se ve en el hecho de haberse
perdido todo rastro de sus obras, menos de las
apologéticas (que se han conservado íntegramente desde el s. II hasta
hoy).
Vida.
Nació
a comienzos del s. II,
a juzgar por sus
propias
alusiones a la guerra de los judíos
(Diálogo,
I,
3; IX,
3) en
Flavia Neápolis (Apología I,
1), colonia fundada
el 72
d.C. por Vespasiano en la bíblica Siquem, hoy
Nablús.
Fue
Justino, por tanto, samaritano de
nacimiento, incircunciso (Diálogo,
XXVIII,
2)
y de origen romano
por
su
padre Priscus
(Apología
I,
1),
quizás
soldado veterano
establecido en la nueva colonia.
Con
todo, fue Justino de espíritu
intelectual,
"más amigo de las ideas
que de la acción"
(Diálogo,
III,
3),
iniciándose como filósofo
en
las escuelas estoica, aristotélica, pitagórica y platónica (Diálogo,
II,
1-5).
Hasta que
un
encuentro con un
anciano provoca su conversión
(Diálogo,
III,
1-VIII,
2),
y declina su ímpetu platónico por el fervor cristiano.
Desde ese momento, y siendo
siempre laico, puso sus conocimientos filosóficos al servicio de la fe.
Inmediatamente después de su conversión, "con
el
manto de
filósofo
al hombro se ejercita en Éfeso en las doctrinas de los griegos, predicando
la palabra divina y combatiendo por la fe"
(Eusebio, Historia Eclesiástica,
IV,8,3; IV,11,8), predicación al modo
socrático
y
dialogando.
En tiempos de Marco
Aurelio (ca.
138-161) aparece en Roma, donde a imitación de otros filósofos (estoicos, epicúreos,
platónicos...) abrió la primera escuela de filosofía
cristiana. Allí "comunicaba las palabras de la verdad a cuantos querían
acercársele"
(Actas
de San Justino, 3),
pero "no por amor
al dinero (como su contrincante
Crescente) ni de gloria o placer"
(Diálogo,
LXXXII,
4), sino porque
"quien puede
decir la verdad y la calla, será juzgado por Dios"
(Diálogo,
LXXXII,
3).
Según su discípulo Taciano
(Discurso
a Griegos,
19), y
debido a las maquinaciones del filósofo cínico Crescente, tuvo
Justino que
comparecer ante Junio Rústico,
prefecto romano, por
el solo delito de
confesar su fe,
y fue condenado a muerte. Las
Actas
de San
Justino nos han conservado
los pormenores del proceso y del martirio.
Obras.
Justino escribió infinidad de escritos cristianos, según el testimonio y
enumeración que de ellos hace
Eusebio (Historia
Eclesiástica,
IV,18,1-9)
y la propia referencia a ellos que hace Justino
(Apología
I,
26)
e Ireneo
(Contra
Herejes, IV,6,2).
No obstante, tan sólo se han conservado el
Diálogo
con Trifón,
un breve Tratado sobre la Resurrección
y las dos apologías
(si bien se reducen a una, pues la
Segunda
Apología
parece ser un simple apéndice de la Primera
Apología).
Las apologías
(ca. 147-161)
responden a 4
clases de acusaciones:
1º
políticas,
pues nuestro reino no es de este mundo
(I,11), somos los mejores aliados para la paz
(I,12) y los súbditos más fieles
(I,17),
así como
exigimos el cumplimiento de las normas procesales ordenadas por el
emperador Adriano (I,68);
2º
dogmáticas,
pues los cristianos no son ateos (I,6)
ni idólatras politeístas (I,9), sino monoteístas (1,13)
que admiten la divinidad
de Cristo (I,13), Hijo de Dios
(I,22)
y mesías anunciado por los profetas
(I,30-53);
3º
morales-cúlticas,
en torno a la
caridad, castidad de los cristianos (I,14-16;
I,27-29), comportamiento heroico ante la muerte
(I,57) por la fe en la
inmortalidad y resurrección (I,18-19)
y elevación de los ritos bautismales y
eucarísticos (I,61-67);
4º
filosóficas,
pues aunque
las diversas escuelas filosóficas
tienen porciones de verdad, tomadas de la verdad revelada (I,20-21), la
verdad
total están en
el logos total,
que
es
Cristo
y están en
posesión
de los cristianos (II,7-11).
Al
Diálogo con Trifón, 1ª
apología cristiana respecto del judaísmo, le falta el preámbulo y el cap.
74. En la introducción
(2-8) describe
Justino su evolución intelectual y
conversión. En
la 1ª parte
(9-47) expone la actitud del cristianismo en relación
con el judaísmo
(transitoriedad de la ley mosaica, heredada y superada por la
ley nueva, universal y
eterna).
En la 2ª
parte (48-108)
muestra la compaginación de Cristo-Dios
con el monoteísmo, y
en la 3ª
parte (109-142)
muestra
sus ideas sobre el nuevo Israel, la
Iglesia.
Antropología.
Justino habla del
hombre, compuesto de cuerpo (soma) y alma (psique) (Apología
I,
15; Diálogo,
XIV,5;
VIII,4;
XIV,2) con el vocabulario platónico y
neoplatónico dualista, si bien en algún texto apunta
a una composición tripartita, también
helénica: cuerpo, logos (alma racional) y psiqué (alma vegetativo-sensitiva) (Apología
II,
10).
Pero una cosa es la terminología y otra el pensamiento que la
informa, pues para Justino las almas no preexisten a su encarcelamiento en el cuerpo
(dualismo), sino que son creadas (Diálogo,
V,
2). Además, la concepción unitaria
aparece siempre que emplea carne-sarx como expresivo de todo el hombre (Apología
I,
66; Diálogo,
XLVIII,
3), si bien en este punto suele recoger la
mentalidad hebrea con citas del AT (Diálogo,
XLIV,
3; L,
4; LXXXVII,
6; CXV,
2; CXXX,
2; CXL,
3). Paganismo. Dentro
del seno del cristianismo primitivo hubo dos corrientes. Taciano, Ireneo y Tertuliano adoptan una postura
negativa,
y no creen
posible ni
provechosa la ósmosis entre sabiduría cristiana y
pagana. Por
su parte, Atenágoras, Clemente de Alejandría,
Basilio
y Orígenes, en vez de rechazar la filosofía helénica, tratan de apropiarse de
las valiosas porciones de verdad que en ella descubren.
Justino pertenece a este
2º
grupo,
pues al
convertirse no abandonó su hábito ni sus tareas de filósofo,
con
el tribon al
hombro.
Como buen
"amador de la verdadera filosofía, pasaba aún el tiempo
ejercitándose en las doctrinas de los griegos"
(Eusebio, Historia
Eclesiástica,
IV,8,3),
y a los filósofos acude en busca de apoyo,
recurriendo a citas de Platón
y Sócrates.
Justino no nada en la corriente negativa o
aislacionista,
y no renuncia a
su educación
con
los maestros estoicos, peripatéticos, pitagóricos y platónicos (Diálogo,
II,
1-5). Admite en ellos verdades, mas tampoco les concede validez en sí mismos.
En los filósofos y sabios no cristianos hay "semillas de
verdad"
(Apología
I,
44), pero provienen de la verdad
revelada.
Platón, afirma Justino, es discípulo de Moisés
(Apología
I,
44,
49 y 60).
En
efecto, los filósofos griegos tomaron del Pentateuco la doctrina sobre el fin del
mundo, la existencia del infierno
y la admisión de tres personas
divinas (Apología
I,
59-60).
Por eso hay en ellos "gérmenes de
verdad", pero sin
desarrollar
"por no haberlo entendido exactamente, pues se contradicen unos a otros"
(Apología
I,
44) y no
son fieles a la verdad revelada,
cayendo en
los
errores
del milenarismo platónico para los condenados (Apología
I,
8), el
fatalismo y
la no necesidad del conocimiento de Dios (Apología
II,
7; Diálogo,
II,
3). En
definitiva,
admite
Justino la existencia de cristianos
antes de Cristo (Apología
I,
46).
Judaísmo.
Para
Justino el judaísmo y
su AT son la
preparación del NT y del cristianismo.
Es más,
el advenimiento de la nueva
ley y del
nuevo
pueblo de Dios implicó la derogación del
antiguo,
como demuestran las citas
veterotestamentarias
y los pasajes que hablan del repudio de
Israel.
Escritura. Por
Justino
sabemos que los cristianos del s. II usaban indistintamente
"las memorias de
los apóstoles, que se llaman
evangelios,
y
los escritos de los
profetas".
Esto
es, el AT y el
NT (Apología
I,
66-67). A juzgar por el Diálogo con Trifón y
los
cap.
15-17,
32-41,
44-53
y 63 de la
Apología I, aunque no cita el 4° evangelio ni las epístolas
paulinas, puede decirse que
Justino conoce todo el NT, principalmente los sinópticos y el
Apocalipsis.
Cita
Justino el
AT por la versión
griega de los Setenta, cuyo origen expone (Apología
I,
31,2-5).
Usa además otros
textos apócrifos, y
alude a la
tradición oral
que
todavía circulaba sobre
la vida desconocida
de Jesús,
como su
nacimiento en una cueva próxima a Belén
y la venida de los
magos desde Arabia
y
Damasco (Diálogo,
LXXVII,
4; LXXVIII,
5.9-10;
Apología
I,
34,
35
y 38).
Teología. La fe en Dios es el centro de atracción del
pensamiento de
Justino,
apartándose en este punto de la doctrina estoica
(que
juzgaba
innecesario el conocimiento de
Dios) y
pitagórica
(que daba
preferencia a
los saberes humanos,
como la astronomía) y
acercándose más a la postura
platónica
que "esperaba que de un momento a otro iba a contemplar al mismo
Dios"
(Diálago,
XI,
2.3-6).
Para
Justino, Dios es
inefable, no tiene principio ni nombre (Apología
II,
5)
y es "lo que se mantiene del mismo modo e invariablemente",
así
como "la
causa del ser de todos los demás"
(Diálogo,
III,
5).
Niega
Justino, así mismo,
la
omnipresencia sustancial
de Dios,
pues "permanece
siempre en su propia región" (donde quiera que ésta se
halle) mirando
"con
penetrante mirada"
(Diálogo,
CXXVII,
1). Este Dios
es uno
y
trino
(Padre, Hijo y Espíritu
Santo),
en una fe trinitaria que
Justino
formula con precisión,
como al exponer la fórmula
bautismal (Apología
I,
61).
Cristología. La distancia entre
los hombres y Dios, situado "en su propia
región" (arriba o fuera del mundo),
es
superada
según Justino
gracias al Logos
o
Dios-Hombre
"que es llamado Dios, y es Dios, y lo
seguirá siendo"
(Diálogo,
LVIII,
9),
aunque "se hizo
hombre"
(Apología
I,
66; Apología
II,
13).
Aúna
así
Justino el concepto oriental-israelita y el
griego,
viniendo a decir que
Cristo
es "logos y
potencia" (dynamis),
a forma de
"logos
dinámico
y
operativo"
(Diálogo,
CV,
1), "potencia
racional"
(logike) (Diálogo,
LXI,
1)
y una
"fuerza del
Padre"
(Apología
II,
10)
más cosmológica más
soteriológica,
creadora del cosmos y del hombre (Apología
I,
64; Apología
II,
6; Diálogo,
CXXIX,
3),
así como
"palabra reveladora" de verdades a judíos y gentiles
(Apología
II,10
y 13; Diálogo,
CXXVIII,
2-4).
Justino
insiste tanto en que Cristo es engendrado por el
Padre que, a veces, ofrece algún atisbo de subordinacionismo, como si no existiera desde
siempre sino desde un momento determinado, cuando el
Padre lo necesitó en orden a la creación y a la
revelación
(Apología
II,
5).
Justino
tomó de los estoicos su fórmula
logos spermaticós o
"razón
seminal",
y vino a explicar que cada hombre es una
semilla
del Logos, la de algunos en grado más intenso (Apología
II,
7). Mas el
"logos no seminal, sino total, es sólo
Cristo"
(Apología
II,
7). Por eso,
cuanto de bueno está dicho en todos ellos pertenece a los cristianos (Apología
II,
13), y hubo cristianos antes de Cristo
(como
Sócrates, Heráclito...) en cuanto participaron del
logos
Cristo "por
la investigación e intuición" y
"por su
conducta"
(Apología
I,
46).
Mariología.
Justino
es el primer autor
cristiano que contrapone el paralelismo Adán-Cristo
y Eva-María,
ésta última llamada "virgen
María
y madre de Jesús,
el Hijo de
Dios"
en el marco del pecado original y de
la redención
(Diálogo,
C,
4-5).
Angeleología.
Justino
admite
la
existencia
de los
demonios,
como
defiende
la Biblia. Pero en su interpretación se
aferra al
pensamiento platónico
de
un Dios lejano
que
pobló de démones
(buenos o malos) el espacio
intermedio
(Platón,
Banquete,
203).
De
hecho, la demonología llegó a su
apogeo en el s. II,
con los paganos
Plutarco
y Apuleyo.
Por
su parte, los
ángeles
son para Justino seres
dotados de
corporeidad aérea,
que cuidan de los hombres
(Apología
II,
4) y reciben culto
en términos no muy acertados: veneramos,
adoramos...
(Apología
I,
6).
Algunos
ángeles
pecaron con mujeres,
nos dice Justino, sus hijos son los demonios
(Apología
II,
4)
y por eso
recibirán el castigo del fuego eterno tras el juicio universal (Apología
I,
28). Antes, residentes en las capas inferiores de la atmósfera,
dichos
ángeles malos (o demonios) corrompen a
los hombres, y obstaculizan la propagación del cristianismo
(Apología
I,
26,
54,
57-58, 62;
Apología
II,
4).
Sacramentología.
Justino
habla
con claridad del bautismo,
de oraciones y ayunos preparatorios,
del baño de agua y
de la fórmula
trinitaria en orden a la regeneración (Apología
I,
61). Dos veces
describe la liturgia eucarística, la de los recién bautizados (Apología
I,
65) y
la de todos los domingos.
La
misa dominical,
como rito ya casi fijo, contiene
según Justino
todos los elementos
de la misa actual:
liturgia de la
palabra (lectura de
los profetas, de
los evangelios,
de la homilía,
y preces de los fieles) y del sacrificio (ofertorio del pan,
vino y agua, oración consecratoria, comunión de lo ofrecido "hecho carne y
sangre de Jesús encarnado" y distribución por los
diáconos a los ausentes).
Se habla
también
del ósculo de la paz y
de la colecta para atender
a los necesitados (Apología
I,
66-67).
Se ha discutido si reconoce o no
Justino el carácter
de sacrificio a la eucaristía.
En algunos pasajes
(Apología
I,
13; Diálogo,
CXVII,
2) habla de la
"oración y acción de
gracias" como de los únicos
sacrificios gratos a Dios,
pero en otros
rechaza sólo el sacrificio material de cosas creadas,
al estilo de los paganos y judíos. Además,
afirma que "la
eucaristía es el
sacrificio del pan y del vino, profetizado por Malaquías"
(Diálogo,
CXVII,
1; XLI,
1), idéntico al de la última
cena
(Apología
I,
66).
Escatología. Las
almas
piadosas, tras
la muerte, no van
según Justino
directamente al cielo, sino que
"permanecen
en un lugar mejor",
mientras que
las
almas injustas
"permanecen
en un lugar peor, esperando el día
del juicio"
(Diálogo,
V,
3).
Tras
el juicio final, las almas-cuerpos unidos recibirán
la felicidad o el castigo eternos (Apología
I,
8,
18,
19,
45 y 52;
Diálogo,
LXXXI,
4),
pero antes
de eso los justos permanecerán
"durante mil años en la Jerusalén
reconstruida",
en un milenarismo admitido no por todos los cristianos, sino sólo
(según
él)
"por los de
recto sentir"
(Diálogo,
LXXX,
5; LXXXI,
1-4).
Ver
aquí su Diálogo con Trifón (),
Primera Apología
(),
Segunda Apología
() y
Tratado de la Resurrección ().
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