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Atanasio
de Alejandría (296-373) fue el padre de la ortodoxia (según la Iglesia
griega) y uno de los cuatro grandes padres del Oriente (según la Iglesia
romana). Vida. Nacido de padres cristianos,
Atanasio
recibe
de ellos una buena formación teológica. En su juventud se relaciona algún
tiempo con Antonio Abad
(padre
de los
anacoretas)
y con su obispo Alejandro
(que le ordena diácono;
ca. 319) y
le lleva consigo al
Concilio de
Nicea (ca.
325),
en el que Atanasio irá tomando notas in situ. A la muerte de Alejandro,
Atanasio ocupa la sede de Alejandría (ca.
328),
y continúa la senda pro-ortodoxa de su predecesor, según las fórmulas
de Nicea. Los
arrianos empiezan pronto a atacar a Atanasio, aliándose con los
melecianos
(partidarios de Melecio de
Antioquía)
y otra serie de africanos reclutados por Eusebio de
Nicomedia,
que deponen
a Atanasio
en el Sínodo de
Tiro
(ca. 335)
y consiguen su destierro a
Tréveris. Muerto
Constantino
(ca. 337),
el
nuevo emperador Constancio restablece a Atanasio
en
su sede,
y de nuevo arrecian los ataques arrianos (de la mano de Pistos
y Gregorio de
Capadocia),
que consiguen expulsar a Atanasio por 2ª vez de su sede en el
Sínodo
de
Antioquía (ca. 340), y su destierro a Roma. Aunque
el Sínodo de Roma
(ca. 341) y
el Sínodo
de Sárdica (ca. 343)
rehabilitan
a Atanasio, éste se ve capaz de volver a su sede hasta el 346,
muerto ya Gregorio de Capadocia. Muertos el papa Julio y el
emperador Constante,
una nueva calumnia
de
los arrianos
consigue la 3ª deposición de Atanasio de su sede, en el
Sínodo de ArIés
(ca. 353)
y
Sínodo de
Milán (ca. 355).
El arriano Jorge usurpa la sede alejandrina
a la fuerza, y Atanasio se ve obligado a huir de nuevo,
esta
vez al desierto
(ca. 356), con
los monjes de Egipto. Muerto Constancio
(ca. 361) y asesinado el usurpador Jorge,
el
nuevo emperador Juliano
restituye
a
todos los obispos
exiliados
por los arrianos, y
Atanasio puede
volver entrar en
Alejandría (ca. 362),
de forma definitiva En
un Sínodo en Alejandría
(ca. 362),
Atanasio se niega a reconciliar a los semiarrianos con la
ortodoxia
(como le había pedido Juliano), y éste le depone por 4ª vez de su sede. Gracias a la
pronta muerte del emperador (ca. 363),
Atanasio vuelve por 5ª vez a su sede. Hasta que el nuevo emperador Valente,
sucesor de Joviano
y furibundo
defensor
de los semiarrianos,
destierra por
5ª
vez a Atanasio
de su sede
(ca. 365),
para dejarle volver al año siguiente, y tomar posesión por 6ª vez de su
sede de Alejandría. Obras. Es increíble cómo,
a pesar de una vida tan agitada, pudo escribir Atanasio
tal número de
obras,
conservando siempre el mismo estilo y la misma fuerza de persuasión.
En
todo caso, se puede
afirmar
que fue
Atanasio,
más que un ingenio creador,
un
hombre de
síntesis. Podemos clasificar sus obras en los siguientes apartados: 1º
Escritos apologéticos,
en los que escribió Contra Paganos
(PG,
XXV, 3-96) y
Sobre la Encarnación
(PG,
XXV, 95-198),
dos partes de una apología general
que San Jerónimo
tituló
Adversus Gentes en
su Hombres
Ilustres (PL,
XXIII, 693). Escritas
el
318, en la 1ª
refuta
Atanasio
el politeísmo, y en la
2ª
esclarece la fe de la encarnación del Verbo. 2º
Escritos dogmáticos,
en los que escribió
Discursos
contra Arrianos
(PG,
XXVI, 12-468)
en 3
libros,
el 338.
En su 1º
libro trata
el origen y la consustancialidad del Hijo con el Padre, y en
el 2º y 3º expone los argumentos de
la Escritura. Existe
otra
obrita
Contra Arrianos (PG,
XXVI, 983-1028),
escrita
tras el
362, en la
que Atanasio concedió que
hypostasis podía significar
persona. Otro
escrito de
gran fama
de Atanasio fue su Símbolo
Quicumque
o Credo
(PG,
XXVIII,
1582-1583), escrito en latín
y
reeditado
en Occidente hasta
la 2ª
mitad del s. V. 3º
Escritos históricos,
en los que escribió
Apologia contra Arrianos
(PG,
XXV,
247-410) el
350, que sirve de documento valiosísimo para la historia de la
controversia
arriana. También
destaca su
Apología
a Constancio
(PG,
XXV, 595-642),
sobre la supuesta oposición de Atanasio al emperador,
del
357.
Así como Sobre la Fuga
(PG,
XXV, 643-680), del 357,
escrita por Atanasio para probar que
no toda huída es cobardía, ni viceversa. 4º
Escritos exegéticos,
en los que escribió Sobre los Salmos
(PG,
XXVII, 55-590),
con
ciertas indulgencias a la
interpretación
alegórica
de la Escritura (algo totalmente ausente
en
el resto de sus
tratados). 5º
Escritos ascéticos, en los
que escribió Vida de Antonio
(PG,
XXVI, 835-976),
el
357, como
precioso documento del monaquismo
primitivo,
que ya
en el mismo s. IV se
tradujo al latín y al siríaco. 6º
Cartas,
en las que destacaron su Carta a Antioquía
(PG,
XXVI, 795-
810,
sobre
el Tomo o Sínodo de Antioquía del 362), su Carta a Joviano
(PG,
XXVI,
813-820,
sobre el Sínodo de Alejandría
del 363),
su Carta a Africa (PG,
XXVI,
1029-1048,
sobre el Sínodo de Alejandría del 369). Escribió
también dos cartas encíclicas:
la
Carta Circular
(PG,
XXV,
221-240,
del 339, dirigida a todos los obispos
del mundo)
y su Carta Sinodal (PG,
XXV,
537-594,
del 356,
para alertar a sus colegas obispos sobre la amenaza arriana). Otras de sus cartas constituyen
verdaderos tratados: las cuatro Cartas
a Serapión
(PG,
XXVI, 529-676,
del 359, cuyo objeto consiste en probar la divinidad del Espíritu
Santo y su igualdad con el Padre y el Hijo),
la Carta a Epícteto
(PG,
XXVI,
1049-1070,
del 370,
cuyo tema versa sobre las relaciones entre el Cristo histórico y el Verbo eterno),
la Carta a Adelfio
(PG,
XXVI,
1071-1084,
del 371,
sobre
la naturaleza humana del Verbo),
la Carta a Máximo
(PG,
XXVI,
1085-1090,
del 371,
sobre la sabia elección del filósofo). Otras
de sus cartas
tienen
una finalidad
netamente histórica,
como la Carta sobre Nicea
(PG,
XXV,
415-476,
del 350),
Carta
sobre Dionisio
(PG,
XXV,
479-522,
del 351),
Carta sobre los Sínodos de Occidente
(PG,
XXVI, 681-794,
del 359). Otras
de sus cartas
tienen
un objetivo
netamente ascético (PG,
XXV, 523-534;
XXVI,
1169-1176)
o litúrgico, como es el caso de las
Cartas
Festales
(PG,
XXVI,
1432-1444) en las que
Atanasio
anunciaba el comienzo de la cuaresma y el día de la
Pascua. Antropología.
Según
Atanasio, Dios creó
por pura bondad al hombre según
su propia imagen y mediante su propio Verbo. Gracias a esta semejanza, y
precisamente por su limpieza de corazón, podía el hombre elevarse sobre las
cosas sensibles, para vivir en los cielos conociendo a Dios ya su Verbo.
Pero el
hombre, despreciando las realidades superiores, se contempló a sí mismo y,
olvidándose de Dios, cayó en el error, en el pecado
y en la idolatría,
haciéndose
por ello sujeto de muerte. Desde
el principio, por tanto, el hombre está expuesto al error,
incluso en su camino hacia Dios. Por tanto, debe ser en su interior (en el
alma racional e inmortal)
donde el hombre
solucione el problema del error, y donde encuentre el camino hacia Dios. Fuera
de sí, también el maravilloso cosmos,
y
el
orden y
la
armonía
de la creación, hacen conocer y proclamar a su
Creador: el
Verbo
de Dios,
dotado
del conocimiento del Padre. El pecado de Adán y sus
consecuencias
(muerte y
corrupción), pasarán a los descendientes de éste. Cristología. El plan de
salvación ideado por Atanasio tiene en cuenta dos principios: que la ley de muerte
dada por Dios no puede quedar sin cumplimiento y que el hombre no debe perecer,
pues esto
argüiría impotencia en Dios. Sólo el Verbo de Dios era
capaz de crear de nuevo todas las cosas, de sufrir por todos, de ser para todos
un digno embajador ante el Padre. Mas
viendo el Verbo que la corrupción de los
hombres no podía ser absolutamente destruida sino por la muerte y, siéndole imposible
morir
(por ser inmortal e hijo del
Padre), toma un
cuerpo capaz de morir para que muriendo y resucitando comunique así los dones
de la incorrupción e inmortalidad a los hombres. El Hijo de Dios se encarna
porque, al ser imagen del Padre, puede restaurar la imagen de Dios en el hombre,
y comunicarle su inmortalidad e incorrupción. Con la imagen de Dios
restaurada, el hombre puede conocer al Verbo y, mediante éste, al Padre. Es
precisamente mediante la humanidad del Verbo como empieza el ocaso de la idolatría,
y la renovación religiosa en el mundo. Cuerpo
de Cristo. El Verbo,
al encarnarse, toma un cuerpo
como el de cualquier
hombre.
Con todo,
muchas de las
acciones realizadas en dicho cuerpo manifiestan su divinidad. El
tema de la divinidad del Hijo, Verbo del Padre, es tratado ampliamente por Atanasio,
dado el ambiente arriano en el que le toca vivir. Usa un triple principio para
demostrar la divinidad del Hijo: 1º
porque tanto
la Escritura como la tradición
afirman que el Hijo procede del Padre por generación;
2º porque si todas las cosas
fueron hechas por el Verbo, se deduce que
éste no tenga que ser
creado;
3º porque si
Cristo, al redimirnos, nos hizo partícipes de la naturaleza divina, hay que
reconocer en éI verdadera divinidad. El
Hijo,
por tanto,
no es una criatura de la voluntad del Padre, sino que como Hijo supone
fue engendrado,
en una generación
que guarda
relación con
la naturaleza y no con
la
voluntad. Por consiguiente, la generación del Hijo no es fruto de una elección
libre en el Padre, dado que el Padre ama necesariamente al Hijo y necesaria y
espontáneamente lo engendra. He aquí la razón por la cual
el Hijo, aunque no es anarjes, como el Padre,
sí
es eterno
y atemporal.
Y
si este Hijo no procede extrínsecamente del Padre, sino de su misma sustancia
(siendo ésta
divina
e indivisible), se deduce de aquí la
existencia de un solo Hijo, puesto que al comunicársela el Padre por entero, el
Hijo la adecúa exhaustivamente. Padre e Hijo son dos, pero lo mismo, dado que
son consustanciales.
Ninguna palabra significa la consustancialidad del Hijo con el Padre tan
claramente como la voz homousios, incluida también la idea de origen del uno
respecto del otro. No sucede lo mismo con los términos homoios, pues
aunque se
le adjunte ka
ousían,
ni siquiera entonces significa de la esencia. Una vez tratada la
consustancialidad del Verbo con el Padre, considera Atanasio la relación de dicho
Verbo con el cuerpo en el que se ha encarnado,
así como el tema de las naturalezas de
Cristo. A
este respecto, enseña la unidad personal del mismo,
y
que sus acciones no deben ser atribuidas
sólo a la humanidad o sólo
a la divinidad, sino indistintamente a ambas.
Así, admitida por
Atanasio la unidad
personal de Cristo, de ella fluyen la maternidad divina de María y el derecho a
ser adorada la naturaleza humana de Cristo. Alma
de Cristo. ¿Afirmó
Atanasio la existencia del
alma humana de Cristo? Algunos autores lo han negado. Sin embargo, se puede
afirmar con seguridad que Atanasio enseña la perfecta integridad de la naturaleza
humana de Cristo, aunque en ocasiones no saque todas las consecuencias de dicha
doctrina. Precisamente por no admitir los
arrianos al Hijo como verdadero Dios, Atanasio dice que su
bautismo es
inválido.
Y no
porque lo confieran con distinta fórmula trinitaria, sino porque
no bautizan en nombre de la verdadera Trinidad. Ver
aquí sus Cartas
(),
Circular
(),
Sinodal (),
África
(),
Antioquía
(),
Salmos
(),
Huída
(),
Antonio
(),
Dionisio
(),
Constancio
(),
Paganos
(),
Melecianos (),
Arrianos I
(),
Arrianos II
(),
Arrianos III
(,
y ),
Nicea I
(),
Nicea II (),
Credo
(),
Jesucristo (),
Encarnación
()
y
Espíritu Santo (,
,
y ).
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