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Gregorio
de Nacianzo (330-390) fue uno de los tres
padres capadocios, patriarca de Constantinopla y el "Demóstenes cristiano" según los
bizantinos, por su elegancia de estilo. Vida.
Gregorio nació en
Arianzo, suburbio de
Nacianzo (Capadocia),
de padre (Gregorio el Mayor) converso del
parsismo y madre (Nonna) de familia cristiana martirial.
Junto a sus hermanos (Gorgonia y Cesáreo), recibió una fuerte formación
doctrinal, en la Escuela de Cesarea
(en
retórica, bajo Tesperio) y Escuela de
Alejandría (en filosofía, bajo Himerio
y Proaeresio). En Atenas conoce al
futuro emperador Juliano,
y comienza su eterna
amistad con Basilio de Cesarea. Vuelto
a Capadocia, decide emprender la vida monástica implantada por Basilio en
las cuevas de Goreme. No obstante, la ancianidad de sus padres le obliga a
volver a Nacianzo, y allí es ordenado sacerdote. Muerto el emperador Valente
(ca. 378),
su
sucesor Teodosio reclama a Gregorio a Constantinopla, para ocuparse de una
pequeña comunidad y, desde ella, combatir a los arrianos (que pululaban
por toda la capital imperial). Los
Discursos Teológicos, que dirigió a sus fieles, sobre la
divinidad del Verbo, le valieron a Gregorio la fama y popularidad en
Constantinopla, hasta el punto de ser nombrado arzobispo de la ciudad (ca.
379). San
Jerónimo, que se trasladó a
Constantinopla para perfeccionarse en Biblia,
llegó
a afirmar que Gregorio fue su
"guía en el conocimiento de la Biblia". El
año 381
participó activamente Gregorio en el Concilio I de
Constantinopla, presidido por Melecio de Antioquía. Tras
su discurso al concilio, Gregorio abandona Constantinopla y se retira a
su finca de Arianzo, donde pasará el resto de sus
días terminando de escribir sus últimas obras. Obras. Se puede clasificar
la
obra de Gregorio
en
discursos, poemas y cartas. Los
45 discursos que compuso Gregorio, de los que se conservan la
mayoría, dan
prueba de la
formación recibida en Atenas, y pertenecen al género más
diverso. Los más conocidos son los
Discursos Teológicos, que tienen por objeto el estudio del Dios uno y trino, y fueron
pronunciados en Constantinopla (ca. 378) contra los eunomianos y macedonios.
También sobresale su Sobre la Fuga. Otro grupo
de discursos
fueron sus
Discursos Panegíricos (con ocasión de
la Navidad, Epifanía,
Pascua, Pentecostés...),
Discursos Hagiográficos (sobre Atanasio,
Cipriano, Basilio...), Discursos Fúnebres (en los
funerales de algún
conocido de
Nacianzo) y Discursos Apologéticos
(dirigidos al emperador Juliano, su antiguo amigo). Gregorio
compuso casi
400 poemas, 206 históricos (como su Autobiografía), 40 morales y 38 dogmáticos (sobre la
creación, caída original, providencia divina, encarnación...). Tiene también
Gregorio muchos epitafios en forma de aforismos, para
probar que la cultura cristiana no es inferior a la pagana. Entre las obras que se le atribuyen,
figura la tragedia Sobre
la Pasión. En
cuanto a su epistolario, escribió Gregorio
244 cartas, que sobresalen por su brevedad, claridad, gracia y
sencillez. Es
importante la Carta
101, por haber sido incluida parcialmente en el Concilio de
Efeso (ca. 431) y por entero en el
Concilio de Calcedonia (ca. 451). Doctrina.
Gregorio se atiene
riguroso, respecto a los dogmas de la fe, a la exposición de
la
Sagrada Escritura
y la
Tradición, de forma que su pensamiento es un
valioso testimonio del estado de la fe en la Iglesia griega
de aquel tiempo. Padre.
Gregorio admite un solo Dios, sin principio y
sin causa, que no puede ser limitado por ningún otro anterior a él ni por nadie
que le siga. Se
trata de
un Dios repleto de eternidad, e
infinito. Es Padre porque tiene un
único Hijo, pero en su generación no ha sufrido nada de aquello que afecta a
la carne, ya que es espíritu. Hijo.
También
es, según Gregorio,
Dios. No obstante, no con una divinidad distinta a la del Padre, pues
es el Verbo de Dios. Ambos son iguales en
dignidad, pero el uno permanece Padre por entero, mientras que el Hijo es el
hacedor y maestro del mundo, como fuerza y pensamiento del Padre. En
concreto, Cristo es
"uno
formado de dos", con
"dos naturalezas que se unen para formar uno solo en el que no
hay dos". Enseña también
Gregorio
la integridad de la
naturaleza humana de Jesús,
en la
que no podía faltar el nous (contra los apolinaristas). Espíritu Santo.
Es igualmente Dios, según Gregorio. De hecho, es tan claramente Dios, que
él hace dioses a las personas de aquí abajo. No es Hijo, pero no está fuera del ámbito
de la divinidad invisible, sino que tiene una gloria igual a la del Padre y del
Hijo. Gregorio afirmó siempre, de una manera explícita y formal, la divinidad del
Espíritu Santo. Y fue el primero en designar con las palabras agenesia, genesis
y ekporeusis a la diferencia de las personas divinas por sus
relaciones internas. Contemplación.
Gregorio recomienda repetidamente la
unión con Dios. Dios es un ser tan bueno que no puede ser mejor, como
el Sol
de los espíritus. Por ello,
todo hombre, aun el más humilde
intelectualmente hablando, está llamado a la familiaridad con Dios, para gustar
su presencia de intimidad y no para temblar ante su majestad. De
hecho, Dios no necesita
para nada nuestra ciencia apologética,
sino nuestra vida espiritual,
y si se le estudia es
para aumentar la sed que se tiene de su presencia. Escatología.
Gregorio ofrece una
variedad de términos sobre
la idea de la muerte. Así, la buena
muerte
responde a una serie de condiciones: espíritu de fe, preparación remota, vida correcta y preparación inmediata por la recepción del bautismo.
Si es posible la serenidad en el momento de la muerte, ello se
explica por la esperanza de una vida superior en el otro mundo, que es a lo que
ha de aspirar toda
filosofía.
Así,
la muerte física es considerada como el punto de partida, y la condición, para
una situación mejor. La muerte ascética, en cambio, permite renunciar a las
comodidades de la vida terrestre para preparar una vida más intensa en el más
allá. Para
Gregorio, el pecado es una especie de muerte, puesto que destruye la
posibilidad de vida en el más allá. La suerte del juicio depende de la vida
llevada aquí abajo. Si el alma se une inmediatamente con Dios, mientras el
cuerpo se corrompe en el sepulcro, vendrá el
día en que él mismo resucitará de
modo análogo a la humanidad de Cristo. La resurrección de la carne, en frase
de Gregorio, exige
"una intervención divina". Ver
aquí sus Cartas ( ),
Constantinopla
( ),
Nacianzo
( ,
,
,
,
y ),
Arrianos
( ),
Egipcios
( ),
Eunomianos
( ),
Juliano
(
y ),
Atanasio
( ),
Basilio
( ),
Autobiografía
( ),
Fuga
( ),
Padre
( ),
Hijo
(
y ),
Espíritu Santo
( ),
Evangelio
( ),
Bautismo (
y ),
Navidad
( ,
y ),
Pasión
( ),
Pascua (
y )
y Pentecostés ( ).
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